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El Jaime Saenz del entorno familiar

El lado más íntimo del escritor, en esta entrevista que su sobrina Gisela Morales dio a Juan Carlos Vásquez

/ 11 de octubre de 2021 / 11:56

Allá por 2013, el escritor y periodista Juan Carlos Vásquez, completamente fascinado con la obra del escritor Jaime Saenz, a quien había descubierto 10 años antes, se entrevistó con Gisela Morales, sobrina del autor, además de responsable de su archivo y derechos de autor, para la revista Herederos del Kaos.

La entrevista, que ESCAPE reproduce parcialmente a continuación, ahonda sobre varios aspectos de la literatura de Saenz, pero también de su vida personal, de su entorno familiar, de quién fue él, más allá de esa imagen relacionada al alcoholismo que tanto se popularizó en Bolivia.

Gisela Morales Gonzales, además de su labor en el Archivo de Jaime Saenz, es comunicadora social y tiene una especialidad en Epistemologías del sur con CLACSO. Ejerció periodismo y actualmente elabora y desarrolla estrategias de comunicación y materiales impresos.

LEGADO. Gisela Morales es sobrina del autor y responsable de su archivo

—¿Qué existía en La Paz para que Saenz llegara a este desborde de ideas plasmadas magistralmente en Imágenes Paceñas?

—La Paz es una ciudad que emerge de una hoyada, rodeada de montañas y laderas atiborradas de construcciones. Geográficamente, su naturaleza andina y sus 3.600 metros sobre el nivel del mar, de hecho, la caracterizan como única.

Imágenes Paceñas devela una ciudad oculta, haciendo visible su magia a través de determinados lugares y personajes que la tipifican. La presencia de un mundo aymara, en un proceso de transculturización con otros, definitivamente tiene que ver con el “ser y estar” del que nos habla en el libro, y a partir del cual se crea una identidad. Es más, La Paz no solo está presente en este libro, es un personaje casi permanente en el conjunto de su obra.

Sus calles son angostas, de subidas y bajadas, de recovecos y travesías sin salida. En el día pueden pasar las cuatro estaciones, de una tormenta pasas a un sol intenso o un viento huracanado, nunca se sabe. El tumulto de sus habitantes y su apropiación de las calles te puede asfixiar y con ello el ruido llegar a ensordecerte.

Después de treinta y cuatro años de la publicación de este libro, dedicado temáticamente a la ciudad, aunque las montañas permanecen abrazándola y todavía la ha bitan los locos, las tenderas, los lustrabotas y los soldadores, su transformación sigue constante y su magia no ha desaparecido.

Tal vez no es que la ciudad tiene algo por sí misma, sino cómo uno la mira y vive, dentro de una dinámica sociocultural que la construye y de-construye, recreándola permanentemente.

—¿Fueron el alcohol y la noche un camino de sabiduría y de conciencia más profunda que la realidad?

—Voy a responder desde una perspectiva sobre todo humana.

Cada uno encuentra sus caminos, es una elección. Evidentemente el consumo de alcohol puede ser un recurso que determine ciertas experiencias, desde corporales y mentales hasta sociales, y por tanto, consecuencias que desencadenan en una toma de conciencia de la realidad o más bien, en un alejamiento o huida de la misma.

Considero que el consumo de alcohol que experimentó Saenz condicionó su vida y la de su familia, desembocando en duras experiencias y como resultado en décadas de abstinencia, aunque con algunas obvias recaídas.

La vida de Saenz fue de constante búsqueda. Sin límites, más de los que le pusieron los encuentros con los extremos. Si tenía que escribir, escribía hasta el final. Y si tenía que beber, bebía hasta el fin. Vivió al filo, entre la tentación del alcohol y la dedicación total a su obra.

En La Noche describe precisamente el proceso doloroso del vínculo con el alcohol y evidentemente lo asocia con la noche. Nos lleva a los rincones más oscuros que puedes experimentar para concluir finalmente en que “el alcohol abre la puerta a la noche” y “es la luz para quien conoce sus profundidades. Es decir, para él fue un recurso para salir de la oscuridad.

En todo caso, yo me quedo con el aprendizaje que provocó una acción al respecto. Cuando bebía no escribía.

—Entre el periodismo y la cátedra, ¿cómo fue su etapa laboral?

—Saenz empezó a trabajar en reparticiones del Estado. Luego en periodismo, por diez años, como Jefe de la División de Prensa de la embajada norteamericana. También en algunas revistas y escribió para algunos números del periódico MASAS del Partido Obrero Revolucionario de línea trotskista. Según algunas versiones, además fue secretario de Prensa de la Central Obrera Boliviana.

Nunca habló mucho de esta faceta. Recuerdo que antes de morir y sabiendo mi futura elección por el periodismo, me decía que tendríamos una larga charla al respecto, la cual quedó pendiente porque nos ganó su partida.

De la cátedra, existen muchos testimonios, los de sus alumnos, por supuesto. En todo caso, fue por impulso de Arturo Orías que optó por dedicarse en tiempo parcial a la actividad académica, la cual le permitió seguir escribiendo además de tener un ingreso fijo para sobrevivir. Inicialmente dicta Literatura Boliviana de 1970 hasta 1971, cuando el golpe de Estado militar toma las universidades estatales. Tras la época de dictadura, en 1978 es invitado y se hace cargo del Taller de Literatura Creativa.

—Es bien sabido y quizás no tan divulgado que Saenz en etapas posteriores abandona la bebida, entiende necesitar un grado de lucidez superior y es allí que rompe con los estigmas pues para lo que muchos escritores fue un viaje sin retorno para él fue un estado de experimentación necesaria para dar evolución a su obra

—Si bien el consumo de alcohol fue su mayor debilidad, considero que el abandonarlo fue su mayor fortaleza. Tanta fuerza de voluntad solo provino de experiencias muy duras, de haber tocado fondo y haber generado consecuencias en su familia. La presión ejercida por su madre, la tía y sus hermanas, tuvo cierta incidencia.

Como el hecho se convirtió en un asunto familiar, hasta llegar a la complicidad, los procesos de abstención implicaron la necesaria participación de su entorno. Le afectaba mucho ver cómo sufría su madre al respecto y si bien para él beber significaba internarse en el camino del conocimiento, para su familia implicó vivir en incertidumbre permanente, acondicionar sus vidas a su hábito y arbitrariedad, cuestión que no podía ser sostenible permanentemente.

Si bien esta presión lo alejaba de la familia, en el fondo fue la fuerza que lo impulsó y favoreció para seguir escribiendo. Es interesante cómo él ejerce una especie de represalia contra ellas al no tomarlas en cuenta en la presentación de sus libros, por ejemplo, más enojado porque impidieran que beba que por favorecer, en cierta medida, a que continúe escribiendo.

Existe otro componente, sus obsesiones. Saenz definitivamente tenía la fijación de terminar “la obra”, el conjunto de sus libros. Terminaba uno y comenzaba otro.

O los escribía paralelamente. La cosa es que siempre había uno pendiente que le impedía volver a un hábito que podía evitar el logro de su producción literaria. Se retaba a sí mismo permanentemente. Tomaba té todo el tiempo, chupaba pastillas de menta y anís, inclusive viendo beber a sus amigos.

Podían pasar años, décadas y no cedía a la tentación. Tampoco hablaba mal del alcohol y sus consecuencias. Todo lo contrario, escribir lo obligaba a dejarlo y a relatar sobre sus experiencias con “él”.

Me atrevería a decir que, si La Paz fue un personaje en sus obras, el alcohol o más bien su relación con éste era una especie de fantasma vivo que rondó permanentemente por su obra.

Al buscar la lucidez necesaria, dejando su consumo, escribió de forma casi continua durante los últimos veinte años de su vida y produjo más de quince libros.

—Y sobre los Talleres Krupp…

—Sus espacios y sus cosas. Cada uno para un fin y cada cosa en su lugar.

Los Talleres Krupp eran parte de la casa. Siempre organizada en el espacio común por una parte y en su espacio, por otra. Su espacio era su habitación, donde trabajaba y estaban los escritorios y biblioteca. Y los Talleres Krupp, con la mesa sexagonal para jugar generala (partida de dados), donde se escuchaba la música, estaba su colección de discos y su taller de relojería. Los relojes se destacaban en toda la casa, pero en los talleres guardaba algunos especiales. Colgados en las paredes algunos mapas mundiales. El de la esfera lunar lo tenía en el dormitorio cerca de su autorretrato en tiza. 

En este espacio seguro vivió su experiencia más social, sobre todo con sus amigos y alumnos de universidad, ya que las clases, desde que se dieron en su casa, fueron en los Talleres Krupp. Hasta cartel de entrada tenía.

En la última casa que habitó, “La Casa del Poeta”, propiedad de la Alcaldía Municipal de La Paz, el cuarto destinado a los talleres tenía dos ventanas, una con vista cercana hacia una antigua vivienda suya y la lateral, hacia la morgue y el contiguo Hospital del Tórax, que lo acogió en su última recaída.

Aunque siempre cubiertas con cartulina negra, alguna vez, escuchando música a todo volumen y cuando el insomnio sobrepasó su costumbre de dormir en el día, las abría, pese al efecto que la luz causaba en su vista. Desde su silla mecedora perdía la mirada en esas viejas construcciones y donde la morgue había permanecido para siempre.

Si el ochenta por ciento de su vida pasaba en su habitación, el resto lo vivió en los Talleres Krupp, con la marca del tiempo de sus relojes, su música todo volumen y sus dados sobre la mesa.

—¿Alguna anécdota en su vida que por su particularidad recuerdes más que otra?

—Para quienes compartimos con él quedan marcados momentos únicos como salir a caminar siempre en línea recta, hasta que algo te detenga y te pares a contemplarlo largas horas. Típico en las salidas al Valle de las Ánimas y Llojeta.

Las sesiones con el telescopio eran tan mágicas. Ver los planetas, escuchar sus relatos. Estabas en otra dimensión.

Jamás olvidaremos sus terroríficos gritos. Podía retumbar toda la casa llamando a la tía Esther o pidiéndonos que cerremos las puertas de sus cuartos para que no entre la luz.

Y por qué no recordar su imponente risa y carcajadas que muchas veces llegaban a un tono irónico y sarcástico.

Su tratamiento con el cigarrillo también fue particular. Fumaba los sin filtro y siempre los partía en dos antes de encenderlos. Otras visitas para contar son en las que encendía quinqués y lámparas de alcohol para iluminar la casa y contarnos historias de La Paz y sus personajes, en un clima de penumbra más cercano al misterio que a lo tenebroso.

Y así cada persona que pasó por su vida te puede contar infinidad de anécdotas, costumbres y manías, a veces aprendidas, otras descansando en el recuerdo.

COMPAÑÍA. Muñecas y relojes que acompañaron décadas al autor.

—1986, los últimos días. La conclusión de una obra.

—Su partida significa una de las experiencias más difíciles y por cierto de mayor aprendizaje en mi vida y en la de la familia.

La que junto con su obra me inspira un gran sentido de respeto y cercanía.

Su retorno final al alcohol, el que lo llevó al encuentro definitivo con la muerte fue el inicio de la partida, al cabo de 1985. La tía ocultó unas semanas la gravedad del asunto, pero fue inevitable que sus hermanas lo percibieran. Lo recuerdo muy bien, me gradué como bachiller y la tensión comenzó en Navidad, cuando ya se sospechaba la situación.

Dentro del cuarto de la tía había un vestidor o un pequeño depósito, el cual se fue llenando de las cajas de whisky, hasta llegar al techo. Como nunca antes, mi hermana menor y yo, ya adolescentes, nos habíamos hecho compañeras de Saenz, de la tía y del momento. Debíamos ayudar a sobrellevar lo que mi madre y su hermana habían vivido otras veces. Además de aprender a morir.

La tía ya había pasado los ochenta, la carga era dura y teníamos que cuidarla. Un año antes estuvo al borde de la muerte y debía cumplir el deseo de su sobrino, morirse después de él. Fue como un proceso planificado. Todavía pedía su tabla para escribir en la cama y nos hizo sus últimos dibujos y calaveras. Esta vez a todo color con marcadores permanentes. Nuestros sobres de regalo de Navidad fueron la confesión. A fin de año, el regalo era un sobre con algo de dinero. Esta vez los dibujos y la letra lo decían todo. Había vuelto a beber…

Ni las reflexiones, ni la memoria de su madre, tampoco el sufrimiento de la tía Esther lo movilizarían para considerar dejar de beber.

Agotamos lo imposible hasta la irremediable internación, primero en el Seguro Universitario. Luego en el Hospital del Tórax, a pocos pasos de la Casa del Poeta. En esos momentos íntimos, solo debíamos estar los más cercanos. Como él decía, era cuestión de pudor. Junto con nosotros recuerdo la incondicional presencia del doctor Cayo Alfredo Rivera, su médico de cabecera, y Arturo Orías, quien lo vivió tan profundamente como la familia.

Una vez recuperado y teniendo que permanecer hospitalizado por orden médica, solicitamos el alta firmado, haciéndonos cargo de las consecuencias. Tanto él como nosotros sabíamos que ese proceso no podía vivirse en un hospital y menos sin una copa y un cigarrillo en la mano, los cuales por supuesto estaban prohibidos.

Desde su regreso, duraría exactamente un mes, en el que por turno vivimos el desprendimiento lento de cada una de sus épocas, de cada uno de sus objetos y de su entrañable relación con la tía Esther.

El doctor Cayo, como lo llamábamos nosotros, anotaba a diario, la evolución del caso y nos decía que tal vez de esa noche no pasaría. Y así durante treinta días cada que llegaba la noche y después de largos días esperábamos que sucediera y no llegaba.

En realidad, él estaba viviendo su propio proceso, en la oscuridad de su cuarto, frente a sus libros y con quien lo había protegido los últimos treinta años de su vida, la tía Esther.

Mientras tanto tuvo alguna visita, una lectura de poemas, unas supuestas últimas palabras. Se cuentan varias versiones.

La nuestra, es que después de ese recorrido, entre personajes y cuentos, los que él nos contó en la niñez y se los hizo contar de vuelta, el día 15 de agosto de 1986 nos pidió que entráramos uno a uno, se despidió y pidió permanecer solo. Ya hacían varias semanas que a cuenta de “pisco” bebía unos pequeños tragos de agua y ni siquiera percibía la diferencia.

Hizo sus últimos garabatos en la tabla para escribir, cerró los ojos y comenzó a recorrer la distancia que tanto había esperado, desde las 9.45 del día siguiente.

—Hoy en día, de qué forma se puede entender o calibrar la aportación que ha hecho Jaime Saenz a la literatura.

—La obra de Saenz te remueve profundidades. Su dominio de la palabra, su forma poética y universalidad de lenguaje, abrió fronteras temáticas, expresivas y hasta geográficas.

Sus temas son fundamentalmente humanos y su tratamiento nos lleva a reflexiones existenciales, por lo que trascienden al tiempo. Siempre nos preguntaremos sobre la vida, la muerte y el amor y desamor, por supuesto.

Encontrarte con quien te abre la puerta a dimensiones del ser en las que preferimos no pensar y cuya narrativa y poesía te llevan hasta tocar el fondo, solo y exclusivamente a partir de su talento literario, es un privilegio para quienes lo permitimos.

Fotos: Archivo Saenz

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ORURALIA

El escritor y fotografo Manuel Benavente comparte este cuento de su libro ‘Cifra de los truenos’, a publicarse en Ediciones Arthero

de Manuel Benavente

Por Manuel benavente

/ 24 de marzo de 2024 / 07:00

¡La Gran Morenada Central de Oruro danza por la poderosa 6 de Agosto! El bloque de las “fieles y solteras” se mueve a ritmos de cadencia, logrando de sus serpenteantes brazos y delicadas manitas la extensión final de un sensual vaivén de hombros, pechos y caderas, transparentados por delgadas blusas púrpura, entornadas por sutiles minipolleras; bordadas todas con ondeantes y tornasoladas figuras verde claro, degradando inversas hacia un en extremo suave contraste, fascinando a cuantos miran, derivando de sus dedos gestos melódicos, esparciendo a la gente de sus almas el cariño. 

Ella, que es la más bella del planeta, intenta ubicar a su moreno, mientras baila,  para a la distancia verse y sentir esa eternidad íntima que late el otro… ¡para amarse por los ojos! Lo habían logrado antes, pero él en este momento está fundido con los de su bloque, danzando al son de la no menos poderosa Banda Pagador, transportados sabe dios a qué profundas alturas.  

En eso, entre los morenos, en cuerpo presente, discordando en forma y colores, aparece un mismísimo diablo, ladeando apoyados sus brazos en la cintura, de los que penden grandes gazas, roja una, amarilla otra. Los morenos lo ignoran, o no lo advierten tal vez por su colectivo ensimismamiento. ¡Ella sí! ¡La bella! que en su deseo de ver, ve! Y ve al diablo, y queda atónita, como encantada. Trata de no abandonarse y danzando continuar el paso, sin perder ritmo. En la siguiente “vuelta grande” ubicará la visión anterior, mientras duda si alucinó, o en efecto un diablo de la frater se extravió. En tanto él, el diablo, no repara en ella, porque es posible que efectivamente se extraviara o algo extravió, sobrellevando no obstante gallardo su semblante indiferenciado del infierno, hasta el instante en que cruzan sus miradas e inopinadamente él le desata la magia, alimentando  en ella el asombro de su propia belleza, absortándola aún más al sorprenderse bordeándola con la tempestad de sus ojos, hacia el delirio.

Si no fuera por el roce involuntario de otra “fiel y soltera”, que la devuelve a la circunstancia, aferrándola nuevamente al movimiento,  conteniéndose, ella hubiera cedido a la sinrazón de sus sentidos. En eso, en la “vuelta chica”, él, el diablo, se desplaza rápidamente atravesando lo que lo separa de ella, más cerca, a su costado.  Cruza.  Hace como que no la ve, pero con ardor, propio de un oruco,  la vibra. La morena se exalta, siente por la punta de sus dedos el aleteo de un picaflor en celo. Tras buscarlo, excitada, logra verlo, de espaldas, hermoso, quitándose la máscara, alborotando su propia cabellera, alardeando monstruos del averno en su gran capa, engulléndose una chela… Otra calma ampara la cuadra. Los músicos tañen sus bronces, acompasados por símiles y a la par gordos bomberos, flacos tambores y jóvenes platillos, en sus colorados trajes, bajo sombreros blancos, como sus zapatos. Los morenos enaltecidos toman la Bolívar danzando en sus alturas, aspirando la inmensidad de esta atmósfera Uru, traspirando sales del KuyPfhasa.  

¡Siguen subiendo los Cocani! 

Tras largo trago, como para mitigar de uno todos los infiernos, él, ambos, diablo y morena, nuevamente están embelesándose de lejos, asomándose sin proximidad, acariciándose sin tacto, hasta quedar absortos del todo, ignorando al mundo. 

En tanto, el cuasi ayunado moreno, y por su oportuno sentido de Sixto, advierte el flirteo y separa sus ligeros pasos lentamente del ritmo de los enmorenados morenos. Iracundo, rebalsando celos por las narices, trata de inadvertirse y percatar lo que sucede, se invisibilisa y prosigue en su imagen, para danzando acechar…  Ella ni él, el diablo, la huelen. Éste atraviesa de una acera a la otra la calle atosigada de las “fieles y solteras” y a tiempo de cruzarle el paso, con ademán hipnótico envuelve con su manto rojo el lozano rostro de la morena, por el cuello, desatando en ella todo cuanto de cuajo puede por su fascinación, provocándole in situ su desfallo… del rubor a la palidez,  del ensueño al desmayo.  Las “fieles” remolinan sobre ella, y el diablo, visiblemente desconcertado, se da a la fuga.

El moreno a por él…  II

Para este momento los de su bloque, del moreno, están siguiéndolo con paso acelerado. Son como cuarenta turrilitos que en torbellino allanan la calle con sus aparatosos trajes. Tras ellos los músicos, casi corriendo, resoplan, manteniendo el ritmo, en un desbande de banda acompasado. Las “fieles” en su afán son sobrepasadas por los indignados morenos, que enfurecidos resuenan sus matracas en séquito del ofendido.

Adelante una comparsa de caporales es traspasada da capo. Los morenos abren su paso casi empujando, permitiéndoles, sin ambages, la continuación de sus brincos hacia adelante. Las “figuritas” asustadas se excitan por la inusitada presencia de los desaforados, dando grititos, confundidas no paran de mover sus maravillosos cuerpos, gobernados por el giro de sus hombros, que desciende lívido hasta la punta de sus pies, taconeando suaves con deseo los suelos, todas como una.

Disipándose graves al oído de las húmedas damas, los verdetrompeta no paran de tocar, exaltando la posible trifulca.

Luego están los de la Frater, de donde es posible salió el prófugo y donde posiblemente esté de vuelta. Donde nuestro moreno tendrá que ser certero en su demanda, ya que los diablos no son caporales, ni las chinas figuritas. Pues con el arrebato todos paran el avance y contienen la alevosa intromisión de los emputados morenos. Los músicos de una y otra banda, entre ellos se guiñan y no para cada quien de ejecutar su encargo, acostumbrados al aleatorio-caos-armónico-de-tropas, ¡esta vez cotejando el encontrón!

Parece que el Apaza Limachi, que asegura que sus abuelos, antes de la Zona Norte, fundadores con los Cori Quispe y otros, de la Central Cocani, se equivocó… y se le fue encima a un otro diablo, que permanecía erguido, agitando en alto sus brazos, con ausencia de uno de sus pañuelos, quien reaccionó endiablado contra el agresor, haciéndole volar matraca, guante y todo… Los morenos en tropel tienden por “ajusticiar” al inocente… a lo que el grueso de los diablos y las chinas replica con la furia. Los hermanos Yapu WaraChi, distinguidos por sus matracas de KkjhirKinChu peladas, abreadas por el secular uso de sus ancestros, no vacilan en golpear astas hasta volarlas y suspender al cielo su giro traquetero, en son de  victoria… Esto hasta que del otro bando siete luciferes los cercan y en barahúnda los desploman, para a puntapiés destrozar sus corazas plateadas y desprender de ellas las perlas por los suelos, embadurnando de lodo sus mejillas… Poco fue el regocijo de estos personajes, porque al tiro los Flores, Barrientos y Romero, entre Choques, Mamanis y Condoris, despojados ya de sus turrilitos, propiciaran la campal batalla, a punta de pies y matracazos… a lo que diablos y chinas responden con trinches, tridentes y tellazos… En las graderías la gente, estupefacta, arenga semejante espectáculo,  unos filiales a la Frater, otros a la Central,  no faltando quienes ensoberbecidos por el trago toman partido con las manos, los pies y hasta las cabezas (se sabe que el que se sirve rostro asado endurece las frentes y las  usa en la confrontación). No tardan en sumarse los osos y arcángeles, ensordeciendo la estrecha vía con sus pitos, pretendiendo volver en sí a los ya ensangrentados rivales… Los lanudos embarrados hasta las rodillas, por atrás casi hasta sus culos, se dieron por marear a un aChaChi cuasiduro, que crujía sus atuendos en pos de una china… para ellos, los osos, su ChinaSupay, Princesa del Umbral, que para que es decir es otra preciosidad en minipolleras, de la que gravitan largas y encendidas sus divinas piernas, encasquilladas por ornamentadas botas, con eufóricos dragones que botan fuego… 

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Su endemoniado encaje la distingue del resto. Pues de sus orejas bien delineadas se desprenden otras que armonizan con los rasgos bien definidos de su máscara. Su mirada profunda trasciende los azules ojos pintados en el latón, sutilmente estáticos, ponderándola como un ser de inframundos. En su hermosa capa gira sus cabezas un monstruo, atemorizando a cualquiera…  El caso es que de danzar pasa a los saltos de lucha (parece que el inocente diablo era suyo), saltos en los que dejara advertir un hilo dental más fino de los corrientes, por lo que algunos morenos, aturdidos, se dejaban atropellar a cambio del goce que recibiera el tacto de sus ojos… pero bueno.  A esto llegan las “fieles y solteras” y el asunto pasa a mayores.  De arriba pueden verse las melenas variopintas trenzarse y volar a estirones, los trajes desparramarse, las máscaras formar raros escenarios en el suelo, observando absortas sus cuerpos agitados golpearse entre sí, y los músicos de una y otra banda, como en trance, sopla que te sopla…

* La segunda parte de este relato se publicará el próximo domingo en ESCAPE.

Texto: Manuel benavente

Fotos: Manuel benavente, con postproducción de luz alcon

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Crêpe House – Chez Le père Gim: Sabor francés con amor y buen humor

Una muestra de los crêpes dulces que ofrece la Crepe House.

Por Fernando Cervantes

/ 24 de marzo de 2024 / 06:45

Crónicas gastronómicas        

Gunnar Von Vogler es el fundador de Crêpe House– Chez le Père Gim, un nuevo concepto de crêpes artesanales realizadas con el “savoir faire” traído directamente de la región de Bretaña, cuna del famoso crêpe, ubicada en la república de Francia.

En este establecimiento podrás encontrar la versión salada llamada Galette, hecha con harina de trigo especial llamada sarraceno (que no contiene gluten), así como la dulce, hecha con harina blanca, utilizando en ambos casos productos frescos y de la más alta calidad.

Junto a este franco boliviano, nacido en La Paz y criado en Francia, se encuentra su socio, Xavier Baroux, quien llegó a la ciudad de La Paz dos meses después de terminar sus estudios en desarrollo empresarial y management, convirtiéndose actualmente en un valioso pilar de este restaurante.

En su carta se puede encontrar salados como la Galette Forestière, con huevo, jamón, queso y champiñones cocinados con ajo y mantequilla; la Galette Completa, a base de jamón tradicional, queso y huevo; la Choricrêpe, consistente en chorizo tradicional casero y cebollas caramelizadas con salsa chimichurri; la Galette vegetariana, hecha con vegetales de temporada y salsa de maní, o la Galette 3 quesos, con mozzarella, queso azul, cheddar, miel y comino. Todas vienen acompañadas con ensalada y vinagreta francesa.

Una muestra de los crêpes dulces que ofrece la Crepe House.

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En cuanto a las crêpes dulces, sumamente recomendables son la Clásica Francesa, hecha con azúcar, mantequilla derretida y sésamo negro; La Bretona, a base de caramelo con sal del Himalaya casero y almendras, o La Inglesa, con mermelada casera y almendras.

Todas estas delicias se pueden acompañar con diversos vinos, tanto tintos como blancos, además de cócteles, sidra, cerveza, jugos de temporada y diversas bebidas calientes.

Algo importante de recalcar es que en este lugar también se realizan veladas musicales y diversas actividades culturales coordinadas por la pareja de Gunnar, la artista Mireille Hoffman.

Bon appétit.

Crêpe House

  • Dirección: Av. Ecuador casi esquina Aspiazu, Sopocachi (dentro de Anami Hotel Boutique) 
  • Teléfono: 73092200   
  • Rango de precios: Bs 23-50  
  • Producto estrella: Galette Forestière
  • Estacionamiento: No
  • Horarios de atención: 12.30 – 21.30(martes a sábado) 

Contáctenos:

Fernando  recomienda, Fernandorecomienda  @fernandorecomienda, Correo: [email protected]

Texto: Fernando Cervantes

Fotos:  Crêpe House – Chez le Père GIM

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Un cariño por El Alto

El periodista/politólogo argentino Damián Andrada presentó en la Feria Internacional del Libro de El Alto su libro de crónicas alteñas

Periodista y politólogo argentino, Damián Andrada vivió 12 años en El Alto.

/ 24 de marzo de 2024 / 06:39

Un politólogo argentino llega a la ciudad de El Alto para escribir su tesis. Año 2012. Se llamará El nuevo Estado boliviano: la construcción de la hegemonía (Nótese el inevitable deje gramsciano). Se aloja durante tres meses con una familia de Villa Dolores. Le pasan mil cosas. Como terapia escribe un diario/blog que ahora es un libro. Se llama —el texto— Acá la gente me llama Choco. Se llama —el autor— Damián Andrada. El politólogo argentino regresa a la ciudad de El Alto para presentar su obra, doce años después.

Picado por la curiosidad, subo a la Feria Internacional del Libro de El Alto. Es la primera (de muchas que vendrán). Los “stands” —espaciosos— están dentro de la nueva terminal, llamada Metropolitana. Los puestos de libros están pegados a las casetas donde se anuncian/venden viajes a Cochabamba, Oruro, Buenos Aires, Sao Paulo. Se escucha por megafonía salidas a Tarija y al más allá. ¿La literatura es un viaje? En El Alto, no es ninguna metáfora, no es ninguna promesa. Me dan unas ganas terribles de comprar un libro y perderme por el mundo sin avisar.

En el “stand” de Sobras Selectas, junto a un viejo tocadiscos, está Alexis Argüello Sandoval, el editor de este sello alteño. He subido a la Feria —un cómodo viaje en teleférico hasta la última parada de la Línea Morada que me deja a cinco minutos de la nueva terminal— para comprar el libro de crónicas de Damián Andrada, el famoso “Choco” (me enteraré luego que en su casa le dicen “Polaco”). De yapa, me llevo La marrana negra de la literatura rosa del mexicano Carlos Velázquez.

Alexis me hace precio de feria: 55 bolivianos. ¿Por qué no hay rebajas así en la feria paceña del libro? ¿Por qué acá entro gratis y en La Paz me cobran 15 bolivianos si los organizadores (la Cámara Departamental del Libro) son los mismos? ¿Por qué hay librerías y sellos que siempre están en la feria de la zona sur y acá brillan por su ausencia? No quiero pensar mal.

El editor Alexis Argüello, el autor Damian Andrada y su familia alteña: Ovidio, Rosa, Alicia, Joel y Mirko.
El editor Alexis Argüello, el autor Damian Andrada y su familia alteña: Ovidio, Rosa, Alicia, Joel y Mirko.

Con los dos libros bajo el brazo vuel(v)o al teleférico de nuevo, empalmo con la Línea Plateada y la Azul y me planto en Villa Ingenio. El partido sabatino del Always Ready está aburrido (el equipo está pensando en Montevideo) y da para comenzar a leer los textos del “Choco”.

“Todas las crónicas de este libro son reales, aunque no tanto”, advierte Damián de inicio. La primera crónica tiene un título futbolero que nos trae a todos lindos recuerdos. Se llama Bolivia 6 El Choco 1. En la solapa de la tapa, Damián se autodefine como “argentino e hincha de Boca”. También da un salto adelante en esta película y escribe así en tercera persona: “Mientras viajaba como mochilero, se ena-moró de Bolivia y años después de una boliviana. Reside en Santa Cruz desde 2019. Es papá de una cambita choca. Practica natación en su tiempo libre”.

Acá la gente me llama Choco es una bitácora, es un libro de aventuras; son monólogos mentales de un “gaucho” en la ciudad de El Alto. Tiene un ritmo ágil, no es paternalista y las dos horas de lectura pasan volando. La literatura siempre es un viaje.

El “Choco” me lleva de la mano a una boda aymara, me sumerge en el extasis de un (no) trío con “maconha” y dos brasileñas mochileras de paso por La Paz, pastoreamos juntos llamas en Charaña (con parto incluido), ligamos en el Carnaval de Oruro, lloramos cuando termina con su novia argentina y jugamos fútbol de barrio en el “Maracaná” de Villa Dolores. El fútbol, como la literatura, crea vínculos, lazos de cariño. El fútbol es una pasión colectiva, es un gozo colectivo. Es buscar/encontrar gente y compartir cuando la soledad te hacer marcaje férreo, hombre a hombre. Como la literatura, la pelota sana/salva.

Han pasado doce años y Damián está de regreso en la ciudad donde amó/sufrió la vida. Falta un día para la presentación de su libro en la Feria, la primera de muchas. Nos citamos en el café Wayruru de la compañera Raquel Romero, en una esquina de la plaza Abaroa. Suenan petardos. No es ninguna marcha. En un rato el peor alcalde que ha tenido la ciudad va a reinaugurar la plaza después de estar cerrada por más de ocho meses.

La presentación de ‘Acá la gente me llama Choco’ (Sobras Selectas) se realizó durante la Feria Internacional del Libro de El Alto.
La presentación de ‘Acá la gente me llama Choco’ (Sobras Selectas) se realizó durante la Feria Internacional del Libro de El Alto.

Antes de comenzar la conversación, trato de despejar una duda. Saque si quiere ganar. Es la que deja Damián plantada como semilla en el inicio de su libro. ¿Cuánto hay de verdad/real y cuánto de mentira/ficción en sus crónicas? El “Choco” arranca el partido/charla con una linda gambeta. Como si fuera Riquelme en la Bombonera. “Una vez le escuché a Tomás Eloy Martínez en la presentación de su libro Santa Evita responder a la misma pregunta. Martínez respondió: no te voy a decir qué es real y qué es inventado”. El “Choco” tampoco. Me como la gambeta.

—Me contó Alexis, tu editor, que le interesó el libro pues muestra la visión de un argentino de El Alto, sin paternalismo; la mirada de una persona que vivió en la ciudad. Como lector hablo, a ratos —con todos los respetos— me parece que está escrita de forma simplista para gente de afuera y a ratos se me cuela una tendencia inevitable hacia el romanticismo idealista del país y de la propia ciudad de El Alto, ¿cómo convencerías a un lector o lectora boliviana para comprar tu libro?

—Escribo desde la sinceridad, la honestidad y el cariño. No quisiera generar incomodidad. En un principio las crónicas fueron un blog personal. Intento no ser paternalista ni ofensivo. A veces con una mirada desde afuera se puede herir. Me gustaría que me lean los alteños, los paceños que no suben a El Alto por el estigma y los extranjeros que llegan; me gustaría despertar curiosidad. Trato de ir más allá de una visión epidérmica. Respecto a esa visión romantizadora que dices, no tengo problemas en admitirlo. Me pasa con las cosas que quiero: mi familia, los amigos, Boca. No me importa que sea así, hasta el romanticismo, si quieres. Creo, sin embargo, que esa parte solo está al final del libro.

—Tu primera reacción nada más llegas a tu cuartito/pieza en Villa Dolores es el vómito. ¿Cómo se pasa de la náusea al amor a través de la comida?

—Sufrí la comida los primeros días, cuento en el libro la anécdota de la carne. No podía entender cómo no había friales (donde la carne está en congeladora). Sentía vergüenza, me veía como esos gringos jailones que siempre he odiado. Fue lo que más me costó. Luego me acostumbré a todo, la comida, la altura. Ahora disfruto mucho. Vivo en Santa Cruz (cerca al Parque Urbano) desde hace cinco años y disfruto los tecitos, los cuñapeses, las masitas, la comida en los mercados populares… Y soy fanático de la marraqueta y la llajua con quirquiña, las extraño en Santa Cruz.

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—Uno de los lugares que guardas en la memoria son los viajes para abajo y para arriba a bordo de la línea Z. ¿Se puede sentir nostalgia por un micro?

—Los tres meses en El Alto me marcaron la vida, fueron como diez años. El micro de la “Zeta” era mi compañía, bajaba y subía muchas veces con el mismo chofer. Entrar al micro era como entrar en casa. Cuando ahora vuelvo a La Paz y bajo en teleférico o taxi, siento un poco que estoy traicionando a la “Zeta”. Tengo pensado en unos años traer a mi hija Delfina a El Alto y bajar sentados en la “Zeta” y contarle. El transporte urbano/público es el pueblo, como los mercados.

—El fútbol (y la política) están presente en el libro. Ese primer picadito en la cancha del barrio, el sueño de jugar con Evo…

—El fútbol fue algo esencial en mi vida durante muchos años. Traté de ser jugador profesional. Entre los cuatro y los 19 años no hubo nada más. Jugué en El Porvenir de Gerli (Lanús, sur de Buenos Aires). Fui socio de Boca y un hincha más en la Bombonera (a pesar de que mi viejo es “gallina”). Algún día quiero llevar a mi hija a La Boca, como a la “Zeta”. Para que sepa de dónde viene su padre. El fútbol (jugar juntos) crea vínculos, pertenencia, identidad, afectos. En el Maracaná de Villa Dolores fue la última vez que sentí que había que ganar, sí o sí; que estaba en juego algo más que los refrescos. El partido con Evo todavía lo quiero jugar aunque ya no opine lo mismo de él. Para mí, sigue siendo el mejor presidente que ha tenido Bolivia aunque no me ha gustado lo que ha hecho los últimos años.

—¿Qué era para ti Bolivia en 2012 y qué es ahora en 2024?

—Bolivia era un territorio ignoto. Muchos argentinos migran a Europa y Bolivia está —como estaba la URSS antes— al otro lado del Telón de Acero. Sentía y siento mucho respeto por el país en general y por El Alto en particular. Hago periodismo desde la política (soy editor de la revista Debates Indígenas y director del Programa de Periodismo Indígena y Ambiental-PPIA). No quería evitar en el libro la politización, lo académico, aunque Alexis ha hecho un buen trabajo de editor y ha recortado muchas cosas para priorizar lo personal, lo íntimo. Creo que ha acertado.

Están ahí las historias de las masacres (las del 2003, las del 2019). Es un pueblo que lucha, que sale a la calle. Había leído lo que fue la Guerra del Gas pero otra cosa es escuchar a mi vecino contar cómo sus hijas se ahogaban por los gases de la represión en octubre de 2003. En El Alto siento que están los líderes del futuro, no me va a llamar la atención cuando algún día una persona nacida en El Alto llegue a la presidencia de Bolivia.

Mi visión sobre Santa Cruz ha cambiado también. Antes en 2012 tenía una visión caricaturesca, es el discurso que usaba el gobierno, es muy útil. Ahora he complejizado mi visión tanto del país como de Santa Cruz. Igual lo que no ha cambiado es mi amor por la Bolivia profunda, esa que se para de manos siempre, esa que te eriza la piel; ese pueblo que respira lucha, un pueblo que se ha ganado un respeto en todo el mundo.

Han pasado doce años y Damián “El Choco” Andrada ha dejado el “chamuyo” y ya sabe abrazar como boliviano, en tres tiempos. Ya sabe besar a la boliviana, en dos tiempos. Ya disfruta la comida y las charlas con las caseritas del mercado (que le siguen engañando con algún que otro tomate podrido).

Libro-choca

Todavía no sabe si es de Oriente Petrolero (al principio parecía que ese iba a ser su “cuadro”) o de Blooming (en su familia cruceña son mayoría los celestes). Le sigue sin gustar el conservadurismo (y la hipocresía) de la sociedad cruceña pero ha aprendido a convivir. Entiende los reclamos contra el centralismo. Y piensa que el racismo (disimulado, a ratos) se ha exarcebado. “La gente sabe que ser racista está mal, que es un prejuicio de odio, se averguenza, pero el racismo forma parte de la hegemonía, forma parte de las espirales de silencio que describiera la politólogo alemana Elisabeth Noelle-Neumann”.

Sigue lejos de casa (como la canción de Calamaro), pero a falta de una familia boliviana, tiene dos. La que ha construido con su compañera Fátima Monasterio y su hija Delfina. Y la alteña: Ovidio y Rosa, doña Fátima, el tío José. Con todos ellos (y sus hijos) compartió el sábado pasado cuando presentó su libro en la Feria Internacional del Libro de El Alto.

Sigue contando leyendas urbanas alteñas como la historia de la carne de perro. Sufre el calor de Santa Cruz. Y tiene aún como “leit motiv” una frase que le dijo Juan Viacha, su amigo alteño, entre “faso” y vino: “cuídate el almita”. Traducido al argentino: no seas “garca”; bancátela con el poderoso, no seas abusivo con el humilde. Traducido de vuelta: no oprimas, no pises cabezas, no le jodas la vida al resto, que tu felicidad no genere desdichas al resto.

No entiende todavía de dónde sale tanto sudor (y tanto viento) en la ciudad donde ahora vive. Pero sí sabe de dónde viene ese eterno cariño por esa ciudad llamada El Alto y sus gentes. Desde las entrañas de un corazón gaucho/bostero agradecido.

Texto: Ricardo Bajo Herreras

Fotos: Ricardo Bajo Herreras, Marco Cadena (CDLLP) y Damián Andrada

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Requiem de Mozart: Un homenaje a las mujeres

El coro y ensamble La Paz EnCanto presentará la obra el 26 y 27 de marzo en la Iglesia Luterana

Por Darwin Sánchez

/ 24 de marzo de 2024 / 06:23

El Requiem de Mozart es la obra que reúne a un grupo de cantantes profesionales femeninas como parte del proyecto Mujeres Cantando de La Paz EnCanto Coro y ensamble. Se presentará el 26 y 27 de marzo en la Iglesia Luterana, ubicada en la avenida Sánchez Lima, desde las 20:00, el ingreso tiene un aporte voluntario de 50 bolivianos que puede ser adquirido a través de una reserva.

La agrupación La Paz EnCanto, coro y ensamble, presenta el concierto denominado “Requiem de Mozart”, en homenaje al mes de la Mujer y con el proyecto Mujeres Cantando que la agrupación viene presentando desde 2017. La obra que se presentará será el Requiem de Mozart, en un arreglo exclusivo para voces femeninas.

“Sentimos que es un momento especial en el que podemos unir nuestras voces y nuestras oraciones por todas aquellas mujeres que fueron víctimas de violencia y unirnos a la constante lucha en contra de la violencia hacia las mujeres de todas las edades”, explicó Ángela Lucuy, directora titular de La Paz EnCanto coro y ensamble.

 “Este concierto tiene un toque muy emotivo, porque cada día escuchamos las noticias de más feminicidios y muchos casos de violencia hacia mujeres y niñas; y merece honrar la memoria de todos ellas con una obra tan significativa como es el Requiem de Mozart, al igual que unirnos en esta lucha constante por la protección de las mujeres.”, complementó Lucuy.

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La Paz EnCanto se caracteriza por ser una agrupación versátil que interpreta con solidez diferentes estilos musicales. Entre algunos estilos abordados por el elenco se encuentran la ópera, música sinfónico-coral, música coral a capella, música popular, música folklórica boliviana y latinoamericana. Ha trabajado programas musicales desde la polifonía renacentista hasta la música contemporánea, música popular del mundo y del folklore boliviano.

Los asistentes al concierto podrán disfrutar de las voces de cantantes de renombre como: María Belén Siles – soprano; Alejandra Pareja – soprano, Nadya Alave – contralto y Alejandra Wayar – contralto. Además, del acompañamiento de la orquesta de cámara Keyden y el Coro Sinfónico de La Paz EnCanto integrado por más de 40 voces femeninas, todos bajo la dirección de Ángela Lucuy Sanz, que dice: “Invitamos a toda la población a unirse a nuestro homenaje de lucha, porque cantar es orar dos veces.”

Para mayores informes y adquisición de taquillas comunicarse con los celulares 76263915 72576794 70183733. Se puede seguir las actividades de La Paz EnCanto en las páginas de Facebook e Instagram @LaPazEnCanto.

Texto: Darwin Sánchez

Fotos: La Paz Encanto

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‘Anatomía de una caída’: la estructura del declive correlacional

El derrumbe mental, el desplome matrimonial y la caída testimonial son los niveles que estructuran el total desmoronamiento

La protagonista responde las preguntas de las autoridades judiciales.

Por Mitsuko Shimose

/ 24 de marzo de 2024 / 06:10

Anatomía de una caída (2023), película francesa ganadora del Mejor Guion Original en los Oscar 2024, escrito por su directora Justine Triet y  Arthur Harari, además de haber obtenido la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Premio Goya a Mejor Película Europea, entre otros reconocimientos, trata la historia sobre cómo se estructura una serie de declives que van en distintos niveles, pero que están concatenados entre sí. 

El primer nivel es el más evidente: la caída de Samuel Maleski (Samuel Theis) desde un tercer piso, hecho que lo lleva a la muerte y cuya escena se muestra casi al comenzar el largometraje –aunque antes de ésta, se ve una pequeña pelota caer de las escaleras de la casa, tornándose en una especie de guiño de lo que tratará el film y, al mismo tiempo, un hilo conductor de todos los eslabones que conforman la (ca/con)dena–. Como este primer nivel es el más evidente, la cinta gira alrededor de la investigación plasmada en un juicio: ¿fue un suicidio, un accidente o un asesinato?, siendo la última hipótesis la que inculpa directamente a Sandra Voyter (Sandra Hüller), la esposa del fallecido.

La reconstrucción de la forma en la que cae el cuerpo de Samuel desde el ático desvela los otros niveles de desmoronamiento que estaban ocultos. No se trata solamente de su caída física, sino también de su derrumbe mental y emocional, y del desplome de su relación con su esposa, cuyo testimonio también se cae en el juicio. Así, todo este engranaje constituye la anatomía y, por supuesto, la caída. Consideraremos estos distintos niveles haciendo una disección de los hechos empezando por el aparente último nivel.

y la de la declaración que la resuelve
y la de la declaración que la resuelve

Pero antes, tomemos en cuenta el escenario inicial como un aparente hecho aislado: los Alpes franceses. La familia Maleski-Voyter decide construir su casa en ese lugar gélido –un espacio que, por cierto, nunca llega a alcanzar la calidez de un hogar– y que está rodeado por ese blanco impoluto sin ningún tipo de matiz, que luego se mancha con el rojo de la sangre caliente de Samuel. Estas dos contraposiciones reflejan ambas personalidades extremas: por un lado, la fría racionalidad objetiva de Sandra y, por el otro, la ardiente emocionalidad subjetiva de Samuel, cuya caída es mostrada, naturalmente, desde un ángulo picado, el cual conlleva el sentido, además, de capitulación.

Retomando el tema de los niveles, si bien el juicio pareciera ser el último, se traspone en este análisis y pasa a ser el primero, pues es el que revela el suceso de caídas. La valoración judicial implacable de parte del fiscal muestra una justicia enteramente lógica y, por tanto, inmisericorde con la juzgada. Ante eso, Sandra no se siente escuchada en el juicio y, por tanto, mucho menos comprendida cada vez que hablaba sobre su relación con su esposo y los conflictos que tenían, los cuales no le parecían fuera de lo común, pues para ella todas las parejas tenían problemas. Entonces, al percibirse Sandra que su mensaje no estaba llegando de la manera que buscaba, opta por mentir por miedo a que no le creyesen, lo que lleva a la caída de todo su testimonio.

En esa escena llega a entenderse la razón por la que ella solía practicar su declaración, momentos en los que los primerísimos y primeros planos abundan para corroborar la concordancia entre sus palabras y sus expresiones faciales. Es interesante también la intrusión de una grabación casera durante la recreación de los hechos y en las tomas referentes a juicios, haciendo alusión a la cámara que usaba Samuel en busca de argumentos que le ayudasen como materia prima para su novela, pues tanto él como Sandra eran escritores, siendo ella la que había logrado el éxito en su oficio por medio de una ficción basada en algunos aspectos de su vida cotidiana. 

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Es justamente en el juicio donde se revela el desplome matrimonial de la pareja. La falta de entendimiento se apodera de ellos. El lenguaje que ambos hablan es distinto, lo que conduce a un ruido semántico que provoca una interferencia en la comunicación. Así, ambos se sitúan en medio de su propio espacio de dictamen entre culpables y culpabilidades, poniéndose uno en el lugar que juzga y el otro, en el banquillo de los acusados. Esta situación se torna insalvable en la convivencia, por lo que la única salida posible de ese oscuro túnel que se puede vislumbrar a lo lejos es la separación a través de la muerte.

La escena de muerte que desencadena la investigación
La escena de muerte que desencadena la investigación

Ese nivel es antecedido por el derrumbe mental y emocional de Samuel, el cual viene de la mano de una historia de dolor que tanto él como Sandra comparten, y lo hacen porque se trata precisamente de su hijo. Este desconsuelo común, sin embargo, en lugar de unirlos los separa porque viene detonado por la culpa; una culpa que conduce a innumerables miedos y renuncias, que coartan la capacidad de decisión, dirigiendo a quien los interioriza a un inminente fracaso.

Reconstruyendo estos niveles, surgen los siguientes cuestionamientos: ¿Hay un culpable? Y si lo hay, ¿es de un hecho en concreto o de una serie de eventos? ¿Hay culpa en quien deja caer o en quien se deja caer? Todos estos niveles sin resolver, finalmente lo hacen en el juicio, donde Daniel (Milo Machado-Graner), el hijo de ambos, decide conocer los hechos para llegar a la verdad asistiendo a cada una de las audiencias a pesar de su corta edad, desdeñando la protección de un sistema misógino que quiere poner en jaque a su madre. En esa escucha activa, escenas cabizbajas, ocultas y hasta desdibujadas del niño se aclaran junto con su decisión de mirar de frente y con valentía a través de su testimonio, el cual es clave para el veredicto final. En esta escena, cada vez que la jueza o el fiscal le bombardean con preguntas desde distintas posiciones, él gira su cabeza desenfrenadamente para responderles y la cámara da vueltas a la par denotando confusión de su parte. A pesar de su desconcierto mental, el niño elige desde ese lugar del entre (culpables y culpabilidades en el que convivían sus padres) y sentencia sin juzgar a través de su declaración que absuelve no solo a su madre, sino también a su padre, y lo hace porque testifica yendo más allá de sus sentidos –algunas veces oía sin escuchar las peleas de sus padres y casi no veía debido al daño sufrido en su nervio óptico–: él fue el único que miró con los ojos de la profunda comprensión las razones del incompatible actuar de sus dos progenitores.

Texto: Mitsuko Shimose

Fotos: Internet

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