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El Jaime Saenz del entorno familiar

Allá por 2013, el escritor y periodista Juan Carlos Vásquez, completamente fascinado con la obra del escritor Jaime Saenz, a quien había descubierto 10 años antes, se entrevistó con Gisela Morales, sobrina del autor, además de responsable de su archivo y derechos de autor, para la revista Herederos del Kaos.

La entrevista, que ESCAPE reproduce parcialmente a continuación, ahonda sobre varios aspectos de la literatura de Saenz, pero también de su vida personal, de su entorno familiar, de quién fue él, más allá de esa imagen relacionada al alcoholismo que tanto se popularizó en Bolivia.

Gisela Morales Gonzales, además de su labor en el Archivo de Jaime Saenz, es comunicadora social y tiene una especialidad en Epistemologías del sur con CLACSO. Ejerció periodismo y actualmente elabora y desarrolla estrategias de comunicación y materiales impresos.

LEGADO. Gisela Morales es sobrina del autor y responsable de su archivo

—¿Qué existía en La Paz para que Saenz llegara a este desborde de ideas plasmadas magistralmente en Imágenes Paceñas?

—La Paz es una ciudad que emerge de una hoyada, rodeada de montañas y laderas atiborradas de construcciones. Geográficamente, su naturaleza andina y sus 3.600 metros sobre el nivel del mar, de hecho, la caracterizan como única.

Imágenes Paceñas devela una ciudad oculta, haciendo visible su magia a través de determinados lugares y personajes que la tipifican. La presencia de un mundo aymara, en un proceso de transculturización con otros, definitivamente tiene que ver con el “ser y estar” del que nos habla en el libro, y a partir del cual se crea una identidad. Es más, La Paz no solo está presente en este libro, es un personaje casi permanente en el conjunto de su obra.

Sus calles son angostas, de subidas y bajadas, de recovecos y travesías sin salida. En el día pueden pasar las cuatro estaciones, de una tormenta pasas a un sol intenso o un viento huracanado, nunca se sabe. El tumulto de sus habitantes y su apropiación de las calles te puede asfixiar y con ello el ruido llegar a ensordecerte.

Después de treinta y cuatro años de la publicación de este libro, dedicado temáticamente a la ciudad, aunque las montañas permanecen abrazándola y todavía la ha bitan los locos, las tenderas, los lustrabotas y los soldadores, su transformación sigue constante y su magia no ha desaparecido.

Tal vez no es que la ciudad tiene algo por sí misma, sino cómo uno la mira y vive, dentro de una dinámica sociocultural que la construye y de-construye, recreándola permanentemente.

—¿Fueron el alcohol y la noche un camino de sabiduría y de conciencia más profunda que la realidad?

—Voy a responder desde una perspectiva sobre todo humana.

Cada uno encuentra sus caminos, es una elección. Evidentemente el consumo de alcohol puede ser un recurso que determine ciertas experiencias, desde corporales y mentales hasta sociales, y por tanto, consecuencias que desencadenan en una toma de conciencia de la realidad o más bien, en un alejamiento o huida de la misma.

Considero que el consumo de alcohol que experimentó Saenz condicionó su vida y la de su familia, desembocando en duras experiencias y como resultado en décadas de abstinencia, aunque con algunas obvias recaídas.

La vida de Saenz fue de constante búsqueda. Sin límites, más de los que le pusieron los encuentros con los extremos. Si tenía que escribir, escribía hasta el final. Y si tenía que beber, bebía hasta el fin. Vivió al filo, entre la tentación del alcohol y la dedicación total a su obra.

En La Noche describe precisamente el proceso doloroso del vínculo con el alcohol y evidentemente lo asocia con la noche. Nos lleva a los rincones más oscuros que puedes experimentar para concluir finalmente en que “el alcohol abre la puerta a la noche” y “es la luz para quien conoce sus profundidades. Es decir, para él fue un recurso para salir de la oscuridad.

En todo caso, yo me quedo con el aprendizaje que provocó una acción al respecto. Cuando bebía no escribía.

—Entre el periodismo y la cátedra, ¿cómo fue su etapa laboral?

—Saenz empezó a trabajar en reparticiones del Estado. Luego en periodismo, por diez años, como Jefe de la División de Prensa de la embajada norteamericana. También en algunas revistas y escribió para algunos números del periódico MASAS del Partido Obrero Revolucionario de línea trotskista. Según algunas versiones, además fue secretario de Prensa de la Central Obrera Boliviana.

Nunca habló mucho de esta faceta. Recuerdo que antes de morir y sabiendo mi futura elección por el periodismo, me decía que tendríamos una larga charla al respecto, la cual quedó pendiente porque nos ganó su partida.

De la cátedra, existen muchos testimonios, los de sus alumnos, por supuesto. En todo caso, fue por impulso de Arturo Orías que optó por dedicarse en tiempo parcial a la actividad académica, la cual le permitió seguir escribiendo además de tener un ingreso fijo para sobrevivir. Inicialmente dicta Literatura Boliviana de 1970 hasta 1971, cuando el golpe de Estado militar toma las universidades estatales. Tras la época de dictadura, en 1978 es invitado y se hace cargo del Taller de Literatura Creativa.

—Es bien sabido y quizás no tan divulgado que Saenz en etapas posteriores abandona la bebida, entiende necesitar un grado de lucidez superior y es allí que rompe con los estigmas pues para lo que muchos escritores fue un viaje sin retorno para él fue un estado de experimentación necesaria para dar evolución a su obra

—Si bien el consumo de alcohol fue su mayor debilidad, considero que el abandonarlo fue su mayor fortaleza. Tanta fuerza de voluntad solo provino de experiencias muy duras, de haber tocado fondo y haber generado consecuencias en su familia. La presión ejercida por su madre, la tía y sus hermanas, tuvo cierta incidencia.

Como el hecho se convirtió en un asunto familiar, hasta llegar a la complicidad, los procesos de abstención implicaron la necesaria participación de su entorno. Le afectaba mucho ver cómo sufría su madre al respecto y si bien para él beber significaba internarse en el camino del conocimiento, para su familia implicó vivir en incertidumbre permanente, acondicionar sus vidas a su hábito y arbitrariedad, cuestión que no podía ser sostenible permanentemente.

Si bien esta presión lo alejaba de la familia, en el fondo fue la fuerza que lo impulsó y favoreció para seguir escribiendo. Es interesante cómo él ejerce una especie de represalia contra ellas al no tomarlas en cuenta en la presentación de sus libros, por ejemplo, más enojado porque impidieran que beba que por favorecer, en cierta medida, a que continúe escribiendo.

Existe otro componente, sus obsesiones. Saenz definitivamente tenía la fijación de terminar “la obra”, el conjunto de sus libros. Terminaba uno y comenzaba otro.

O los escribía paralelamente. La cosa es que siempre había uno pendiente que le impedía volver a un hábito que podía evitar el logro de su producción literaria. Se retaba a sí mismo permanentemente. Tomaba té todo el tiempo, chupaba pastillas de menta y anís, inclusive viendo beber a sus amigos.

Podían pasar años, décadas y no cedía a la tentación. Tampoco hablaba mal del alcohol y sus consecuencias. Todo lo contrario, escribir lo obligaba a dejarlo y a relatar sobre sus experiencias con “él”.

Me atrevería a decir que, si La Paz fue un personaje en sus obras, el alcohol o más bien su relación con éste era una especie de fantasma vivo que rondó permanentemente por su obra.

Al buscar la lucidez necesaria, dejando su consumo, escribió de forma casi continua durante los últimos veinte años de su vida y produjo más de quince libros.

—Y sobre los Talleres Krupp…

—Sus espacios y sus cosas. Cada uno para un fin y cada cosa en su lugar.

Los Talleres Krupp eran parte de la casa. Siempre organizada en el espacio común por una parte y en su espacio, por otra. Su espacio era su habitación, donde trabajaba y estaban los escritorios y biblioteca. Y los Talleres Krupp, con la mesa sexagonal para jugar generala (partida de dados), donde se escuchaba la música, estaba su colección de discos y su taller de relojería. Los relojes se destacaban en toda la casa, pero en los talleres guardaba algunos especiales. Colgados en las paredes algunos mapas mundiales. El de la esfera lunar lo tenía en el dormitorio cerca de su autorretrato en tiza. 

En este espacio seguro vivió su experiencia más social, sobre todo con sus amigos y alumnos de universidad, ya que las clases, desde que se dieron en su casa, fueron en los Talleres Krupp. Hasta cartel de entrada tenía.

En la última casa que habitó, “La Casa del Poeta”, propiedad de la Alcaldía Municipal de La Paz, el cuarto destinado a los talleres tenía dos ventanas, una con vista cercana hacia una antigua vivienda suya y la lateral, hacia la morgue y el contiguo Hospital del Tórax, que lo acogió en su última recaída.

Aunque siempre cubiertas con cartulina negra, alguna vez, escuchando música a todo volumen y cuando el insomnio sobrepasó su costumbre de dormir en el día, las abría, pese al efecto que la luz causaba en su vista. Desde su silla mecedora perdía la mirada en esas viejas construcciones y donde la morgue había permanecido para siempre.

Si el ochenta por ciento de su vida pasaba en su habitación, el resto lo vivió en los Talleres Krupp, con la marca del tiempo de sus relojes, su música todo volumen y sus dados sobre la mesa.

—¿Alguna anécdota en su vida que por su particularidad recuerdes más que otra?

—Para quienes compartimos con él quedan marcados momentos únicos como salir a caminar siempre en línea recta, hasta que algo te detenga y te pares a contemplarlo largas horas. Típico en las salidas al Valle de las Ánimas y Llojeta.

Las sesiones con el telescopio eran tan mágicas. Ver los planetas, escuchar sus relatos. Estabas en otra dimensión.

Jamás olvidaremos sus terroríficos gritos. Podía retumbar toda la casa llamando a la tía Esther o pidiéndonos que cerremos las puertas de sus cuartos para que no entre la luz.

Y por qué no recordar su imponente risa y carcajadas que muchas veces llegaban a un tono irónico y sarcástico.

Su tratamiento con el cigarrillo también fue particular. Fumaba los sin filtro y siempre los partía en dos antes de encenderlos. Otras visitas para contar son en las que encendía quinqués y lámparas de alcohol para iluminar la casa y contarnos historias de La Paz y sus personajes, en un clima de penumbra más cercano al misterio que a lo tenebroso.

Y así cada persona que pasó por su vida te puede contar infinidad de anécdotas, costumbres y manías, a veces aprendidas, otras descansando en el recuerdo.

COMPAÑÍA. Muñecas y relojes que acompañaron décadas al autor.

—1986, los últimos días. La conclusión de una obra.

—Su partida significa una de las experiencias más difíciles y por cierto de mayor aprendizaje en mi vida y en la de la familia.

La que junto con su obra me inspira un gran sentido de respeto y cercanía.

Su retorno final al alcohol, el que lo llevó al encuentro definitivo con la muerte fue el inicio de la partida, al cabo de 1985. La tía ocultó unas semanas la gravedad del asunto, pero fue inevitable que sus hermanas lo percibieran. Lo recuerdo muy bien, me gradué como bachiller y la tensión comenzó en Navidad, cuando ya se sospechaba la situación.

Dentro del cuarto de la tía había un vestidor o un pequeño depósito, el cual se fue llenando de las cajas de whisky, hasta llegar al techo. Como nunca antes, mi hermana menor y yo, ya adolescentes, nos habíamos hecho compañeras de Saenz, de la tía y del momento. Debíamos ayudar a sobrellevar lo que mi madre y su hermana habían vivido otras veces. Además de aprender a morir.

La tía ya había pasado los ochenta, la carga era dura y teníamos que cuidarla. Un año antes estuvo al borde de la muerte y debía cumplir el deseo de su sobrino, morirse después de él. Fue como un proceso planificado. Todavía pedía su tabla para escribir en la cama y nos hizo sus últimos dibujos y calaveras. Esta vez a todo color con marcadores permanentes. Nuestros sobres de regalo de Navidad fueron la confesión. A fin de año, el regalo era un sobre con algo de dinero. Esta vez los dibujos y la letra lo decían todo. Había vuelto a beber…

Ni las reflexiones, ni la memoria de su madre, tampoco el sufrimiento de la tía Esther lo movilizarían para considerar dejar de beber.

Agotamos lo imposible hasta la irremediable internación, primero en el Seguro Universitario. Luego en el Hospital del Tórax, a pocos pasos de la Casa del Poeta. En esos momentos íntimos, solo debíamos estar los más cercanos. Como él decía, era cuestión de pudor. Junto con nosotros recuerdo la incondicional presencia del doctor Cayo Alfredo Rivera, su médico de cabecera, y Arturo Orías, quien lo vivió tan profundamente como la familia.

Una vez recuperado y teniendo que permanecer hospitalizado por orden médica, solicitamos el alta firmado, haciéndonos cargo de las consecuencias. Tanto él como nosotros sabíamos que ese proceso no podía vivirse en un hospital y menos sin una copa y un cigarrillo en la mano, los cuales por supuesto estaban prohibidos.

Desde su regreso, duraría exactamente un mes, en el que por turno vivimos el desprendimiento lento de cada una de sus épocas, de cada uno de sus objetos y de su entrañable relación con la tía Esther.

El doctor Cayo, como lo llamábamos nosotros, anotaba a diario, la evolución del caso y nos decía que tal vez de esa noche no pasaría. Y así durante treinta días cada que llegaba la noche y después de largos días esperábamos que sucediera y no llegaba.

En realidad, él estaba viviendo su propio proceso, en la oscuridad de su cuarto, frente a sus libros y con quien lo había protegido los últimos treinta años de su vida, la tía Esther.

Mientras tanto tuvo alguna visita, una lectura de poemas, unas supuestas últimas palabras. Se cuentan varias versiones.

La nuestra, es que después de ese recorrido, entre personajes y cuentos, los que él nos contó en la niñez y se los hizo contar de vuelta, el día 15 de agosto de 1986 nos pidió que entráramos uno a uno, se despidió y pidió permanecer solo. Ya hacían varias semanas que a cuenta de “pisco” bebía unos pequeños tragos de agua y ni siquiera percibía la diferencia.

Hizo sus últimos garabatos en la tabla para escribir, cerró los ojos y comenzó a recorrer la distancia que tanto había esperado, desde las 9.45 del día siguiente.

—Hoy en día, de qué forma se puede entender o calibrar la aportación que ha hecho Jaime Saenz a la literatura.

—La obra de Saenz te remueve profundidades. Su dominio de la palabra, su forma poética y universalidad de lenguaje, abrió fronteras temáticas, expresivas y hasta geográficas.

Sus temas son fundamentalmente humanos y su tratamiento nos lleva a reflexiones existenciales, por lo que trascienden al tiempo. Siempre nos preguntaremos sobre la vida, la muerte y el amor y desamor, por supuesto.

Encontrarte con quien te abre la puerta a dimensiones del ser en las que preferimos no pensar y cuya narrativa y poesía te llevan hasta tocar el fondo, solo y exclusivamente a partir de su talento literario, es un privilegio para quienes lo permitimos.

Fotos: Archivo Saenz