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Muertos vivos

CH’ENKO TOTAL

Cada 1ro de noviembre a mediodía es el momento para recibir, recordar, conversar, reír, compartir a nivel espiritual con los que se fueron. Llegan a esta tierra dolorosa, a esta vida nuestra, a este nivel de existencia que es tan poco espiritual, nos visitan un día y retornan a su espacialidad. Sin embargo, yo siento que convivo diariamente con mis espíritus  superiores, todos los días les agradezco su protección, me han salvado de cosas terribles, de tragedias jodidas, me ayudan en momentos de desesperación, me guían y dan el camino: mis muertos me dan vida.

Son asuntos inexplicables los que me pasan a menudo, recién mi esposa tuvo un accidente doméstico, que si no intervenían mis madres (mi mamá y mi suegra), hubiera sido difícil el chistecito, con ambulancia, operación. Pero ahí estaban ellos, los espíritus superiores interviniendo de manera prodigiosa. No hay explicación posible. Mis muertos nos dan vida. Mi abuelo Andrés siempre está por aquí, me ayudó mucho en un pleito interminable legal para proteger su memoria, ahora la casa de mi infancia que iba a ser derrumbada, su casa, está hermosa, paradita, risueña, tengo ganas de ir. Mi abuelo Manuel es el que me ayuda en los temas de autos y transportes, el otro día se cruzó una vaca, íbamos a alta velocidad, el choque fue tremendo, el bus quedó abollado y nosotros protegidos por el abuelo Manuel. En cuanto a mi padre, siempre interpuso sus buenos oficios en los problemas de la noche y de la política; el año pasado en Buenos Aires nos guio de manera mágica, debía tocar en el Teatro Vinilo, mi padre logró que nos alojáramos en un hostal a pocas cuadras de los músicos que me acompañaban, en una ciudad gigante.

iHoy quiero recordar a los ajayus que no están conmigo todos los días y que partieron hace poco. Don Pablo Ramos, espíritu superior reciente, el silencio de los “ociólogos” es alarmante al respecto, ni un homenaje, solo una noticia hueca. Don Pablo me llamó el año pasado en mi cumpleaños, todavía los fascistas lo amenazaban, me dijo que El kaluyo del retorno, que justo salió ese día, le había conmovido, “Manuelito, es un gran aporte al acervo musical del país”, dijo con su voz de joven. Don Pablo fue como un padre para mí, no por su presencia cotidiana, sino como referencia viva de ética, de firmeza intelectual, por su consecuencia a prueba de balas. Venía del Chaco profundo. En 2018 nos dimos un abrazo recóndito cuando lo visité en su despacho, estaba de presidente del Banco Central de Bolivia. Lo vi como siempre, intacto, lúcido. Ahí surgió el guiño de los espíritus superiores. Yo le había llevado como obsequio mis croniquitas del volumen uno, las hojeó. De pronto vio la foto de la crónica Un amor de verdad sobre el amor de mis padres: “¡ese soy yo”, dijo en sorpresa. Me sobresaltó su alegría. Se paró del sillón y me mostró la foto de mis padres bailando, el señor joven de bigotitos del fondo de la foto era Don Pablo. Nos volvimos a abrazar. Contó que él hacía su maestría en Chile y la Embajada de Bolivia lo había invitado a celebrar el Día Patrio, la foto era entonces del 6 de agosto de 1961, mi padre era Embajador de Bolivia en Chile, el notable joven intelectual había asistido a la celebración y los veía bailar a mis padres. Don Pablo hablaba de mi padre con gran cariño, como yo ahora hablo de él. Me contó ese día que escribía poemas caminando, nos acordamos de nuestro viaje histórico a Pyong Yang, nos reímos y despedimos para siempre. Cuando los golpistas trataron de apresarlo el año pasado me desesperé. Sin embargo, él se manejó como siempre, digno, impecable en sus descargos, el fascismo no pudo con la decencia y sapiencia de Don Pablo Ramos. Estuve el 1 de noviembre con él intensamente.

Mi amigo el Gato vino un ratito por lo menos, tuvimos una amistad breve pero intensa en Quito, allá por 2015. En 2016 pasamos dos navidades intensas, ya con algunos tragos encima lo nombré mi hijo adoptivo. El Gatito (David Crespo) era el mejor alumno de las maestrías FLACSO, brillante, joven de 30 años, con recursos económicos muy limitados tenía la energía del maíz y la inteligencia de los valles. Se enamoró con locura de una bella colombiana. En 2019 lo encontré en el centro cochabambino poblado de hijitos, dando clases en la Universidad del Chapare, era un brillante agrónomo, nos fuimos a tomar un par de cervezas, brindamos por la vida y después se fue pertinente y enramado de hijos. El Gatito falleció hace unos meses, no fue el COVID, fue la flota que lo llevaba a dar clases al Chapare que se desbarrancó. Lloré semanas. Estuve el Día de Difuntos con él, tomamos el wiskicito que le gustaba y comimos aquel pique que quedó pendiente.

No me quiero morir sin verte, me dijo mi amigo Gonzalito desde Aguascalientes. No lo veo desde hace 40 años, lo llamé de emergencias la semana pasada pues se nos murió en súbito nuestro hermano cantor Ismael Durán, un trovador chileno que me dio de comer de sus manos en el exilio mexicano y me prestó unos zapatos para que toque en el Teatro Morelos. Con Ismael estuvimos cascándole aquel tequila solidario con sus tacos y chilaquiles. Con el Eddy Chuquimia tocamos la Garota. Con mi Yolita del alma bailamos una cuequita. Mis abuelos, mis padres, mis suegros, mi cuñado el Tormentas fueron los anfitriones pues siempre están en casa. Es hermosa esta festividad de encuentros. Sentir en el pecho que la vida y la muerte son circulares y que nuestros muertos nos dan vida.

(*) El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta