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‘Pitín’ Gómez, el camaleón

Cuando Raúl Ángel Humberto Gómez Melazzini —más conocido como “Pitín”— se apunta por primera vez a un taller de teatro, su padre dispara a quemarropa: “No quiero un hijo maricón”. A inicios de los turbulentos años setenta, el joven Gómez se debate entre el fútbol, el teatro y el compromiso político. Gusta de sacar la pelota desde atrás como un recio/técnico número dos del Olympic de San Pedro, se ha apuntado al Taller Nacional Popular del maestro Eduardo Cassis (“muy amanerado”, para mi viejo) y lamenta ser demasiado joven para unirse a la guerrilla de Teoponte. Quiere seguir la estela de su primo José Arce Paravicini, “Pedrito”, el doctor de la UMSA, asesinado junto a Benjo Cruz, “Casiano”; quiere ser como el “Che” Guevara.

Su progenitor, don Raúl Gómez Lasarte (que aún vive, en Madrid, con 94 años) le pone contra la pared: “Tienes que estudiar una carrera”. La respuesta del hijo homónimo no se deja esperar: “Quiero ser mecánico y corredor como mi primo, Armando Paravicini”. El padre remata: “No quiero otro ‘uñas negras’ en la familia”. A “Pitín” le dicen así porque cuando vivía en Buenos Aires, con cuatro años y sus travesuras, su hermana le decía “Pillín” o “Pishin” en “argentino”. Va a ser un rebelde (con causa) toda su vida. Es tan “contreras” que se hace bolivarista porque toda su familia es del club The Strongest. “Soy la oveja celeste”.

La vena artística le viene de lejos y tiene su peso en el árbol genealógico. Su abuelo Humberto Melazzini —un italiano del Piamonte— es un panadero cuyo mejor pan se amasa entre guitarra y bohemia por las calles de Sucre. La escultura de fierro de una guitarra que adorna el “hall” de su casa es de su primo Ramiro Luján Melazzini, de la familia de Emiliano Luján. La hija del panadero, Isabel Melazzini Paravicini, buena bailarina, enamoró de joven con el mismísimo Lorgio Vaca, allá por los años 50. Un cuadro del gran muralista cruceño cuelga hoy en el “living” de la casa materna de “Pitín” en Miraflores. La dedicatoria (“de Lorgio para Isabella, con todo cariño”) fue borrada —con una nube blanca— hace muchos años por el que más tarde sería el esposo, también pintor de acuarelas y arquitecto reconocido. Los celos siempre lo estropean todo.

En la primera obra de teatro que actúa, “Pitín” hace de vasallo mudo junto a la gran Beatriz de la Parra en Edipo Rey (1972). No se callará nunca más. Dos años más tarde, participa en la fundación del Teatro Experimental de La Salle y sube a escena para dar vida a un apóstol en El sacrificio de Julio de la Vega. Entonces, el padre toma cartas en el asunto y manda al hijo con 18 años a estudiar a Madrid, internado en un colegio de la capital española. Pero el amor es más fuerte y “Pitín” descuelga su maleta de la habitación atada a una sábana y escapa por la puerta principal. “Voy a dar una vuelta”, dice. Y la vuelta lo arrastra hasta Sevilla.

El artista en una foto de archivo de un ensayo

En la capital andaluza va a vivir en el barrio del Real Betis Balompié, en Heliópolis; va a cantar por los tablaos zambas, cuecas y baladas (como A desalambrar de Daniel Viglietti y Para el pueblo lo que es del pueblo de Piero); va a comprar un modesto auto (un Simca 1.000); y va a recorrer toda Anda lucía y parte de Marruecos cuando este país era la meca de la “Generación Beat” aficionada al hachis del Rif.

Antes, ha invertido parte de sus ahorros (300 dólares) en la compra de una hermosa guitarra a un luthierde Madrid. “Mi española, invicta, todavía me acompaña”. En Sevilla, por fin, se pone a estudiar Arquitectura. Pero el destape de la transición española es más fuerte y las canciones de Lole y Manuel, también. “Pitín”, de excelsa memoria, canta para mí medio siglo después, una canción del famoso dúo gitano: “el sol, joven y fuerte, ha venci’o a la luna, que se aleja impotente del campo de batalla. La lu’ vence tinieblas por campiñas lejanas. El aire vuela pa’ nuevo. El pueblo se despereza. Ha llega’o la mañana”.

Eran nuevos y felices días. “¿Cómo haces para tener esa memoria prodigiosa de elefante?, pregunto. “Es una cuestión de método: Cassis nos decía que hay que grabarse la letra y marcarla con el movimiento y especialmente familiarizarte con el personaje, identificarte con el texto, no solo con tu parte o el pie que da paso sino con toda la obra, ahí está el secreto: formar el personaje fuera del texto. Castelo decía también: a letra sabida, no hay mal actor”. A finales de los setenta, amartelado por la nostalgia y los deseos de su madre, “Pitín” vuelve a Bolivia. En La Paz se disfraza (se pone peluca) para poder actuar sin ser reconocido por su padre en peñas como Los Escudos. Muchos años después todavía se va a subir a un escenario para tocar la “viola” (la Gibson electroacústica es su gringa, “más dulce que mi Fender”) con su banda actual Los Locotos.

La naturaleza camaleónica de actor también viene de lejos. “¿Este eres tú?” es la pregunta recurrente del periodista mientras el actor muestra una foto tras otra foto de sus trabajos en cine y teatro. En una de ellas, “Pitín” se esconde tras la máscara del Guasón (en el corto de 2013 La caída). “Si después de una película u obra, el público no me reconoce, para mí ese es el mejor aplauso”.

Con el director de cine Jorge Sanjinés

El grupo que forma nada más volver de las Españas tiene nombre futurista: se llama Formación 2.000 y toca temas de Vox Dei, folklore boliviano y rock. En 1979 se apunta a otra escuela de teatro, esta vez es la de Daniel Del Castelo, un argentino, con el que trabaja en la teleserie Bajo el mismo techode canal 7. “Todos los domingos a las ocho de la noche, la cita era sagrada delante del televisor, toda la familia”. Ahí está “Pitín” dentro de la “caja tonta” junto a Antonio Caro, Norma Merlo, María Elena Alcoreza, Lucy Tapia y René Jait, entre otros.

Dos años más tarde se casa con Esperanza Téllez. Ella le anima a ingresar al Taller de la Alianza Francesa, un impulso definitivo para su carrera actoral. Así llegan El marqués de Sadecon Fernando Illanes, Malena Orías y Walter Solón Romero; Las hermanasdonde hace de Billy, el niño; y Embrujo. Son los maravillosos años ochenta cuando se volteaba taquilla en el Teatro Municipal y la Casa de la Cultura; matiné, tanda y noche.

Entonces, en 1986, llega a la ciudad un uruguayo a dar un curso. Es Carlos Aguilera y todo va a cambiar. Se terminan las obras con tres actos y dos intermedios para comer “jadocks” en la cafetería. Don Celso Peñaranda, cuya familia regente el local del Teatro Municipal, va a renegar mucho. “Todavía me acuerdo que don Celso nos daba un ‘kaj’ de singani para entrar en escena y perder el miedo”. Con el uruguayo, todos se olvidan de aquellos mandamientos intocables: no darás la espalda al público, respetarás el proscenio por encima de todas las cosas, vocalizarás con un lápiz entre los dientes para modular la voz, te atarás las manos para no gesticular en exceso… Con el uruguayo Aguilera pasa de llamarse artísticamente “Raúl Gómez” a “Pitín Gómez”. El maestro oriental tenía un nombre aún mejor: “Pitín Melazzini”. “¿Te imaginas el enojo de mi viejo si me quito su apellido?”, se pregunta en medio de una carcajada de “Joker”.

“Pitín” no suelta el pie del acelerador y forma parte del Elenco Estable del Teatro Municipal. El traje del señor diputado, Criolladas (con Néstor Peredo, Hugo Pozo y Carlos Sandalio), El Principito(con Andrés Canedo y su hijo), El señor de la rosa(con Mabel Ribera) son los éxitos del momento. El maestro Néstor Peredo le enseña a moverse sobre el escenario en diagonal, trazando una curva. Antes, se había juntado con su hermano del alma, David Mondacca, para formar El Juglar, un elenco que iba a interpretar los textos (¿Conoce usted la vía láctea?y El zoológico de crista de Tennessee Williams) que publicaban en la revista de Líber Forti, Nuevos Horizontes.

‘Pitín’ Gómez con su perrita Chispita y su “española”

Para entonces, por fin, termina la carrera de Arquitectura y vuelve a Europa con una beca en restauración arquitectónica en Bélgica. Se vuelve a “escapar” y en Zurich (Suiza) forma parte de otro grupo teatral. A principios de los noventa, de regreso definitivo a la patria, continúa haciendo teleseries y publicidades. “Pitín” anuncia camisas Diplomatic y protagoniza los primeros spots para entidades bancarias como Mutual La Primera. “Todavía hoy alguna gente por la calle me reconoce y me llama ‘El Primerito’. Con Tota Arce hace El regreso de Margarita Ticona. Junto a Tatiana Mancilla, el camaleónico “Pitín” hace de Satuco, el diablo en persona. Con La guerra al cólerasalen fuera de los escenarios habituales y suben a El Alto.

En las dos décadas siguientes trabaja con Marta Monzón bajo la dirección de Carlos Cordero; con Maritza Wilde y “Cacho” Mendieta; con Antonio Eguino, Antonio Peredo y Marcos Loayza (en Desmemoriados). En esta última hace de guerrillero. Hace más cortos, más mediometrajes (con su recordado Luis “Pájaro” Mérida), más largometrajes (con Paolo Agazzi en El atraco, con Juan Carlos Valdivia en American Visa, con el propio Loayza en El corazón de Jesús, con Eguino en Los Andes no creen en Dios, con Sanjinés en Juana Azurduy, con Soderbergh en Che, guerrilla, con Rodrigo Ayala en Día de boda, con los hermanos Benavides en Engaño a primera vista, con Óscar Salazar en Fuertes). No para porque la pasión no para.

Tampoco deja de manejar moto —una Yamaha Virago 1100— porque se siente libre. “Es mi independencia, es estar conmigo mismo en la carretera”. La última escapadita junto a su grupo Los Paseanderos ha sido hace unas semanas, hasta Yolosita en Los Yungas.

Hace poco ha dejado de jugar fútbol cinco por una lesión pero todavía se acuerda cuando compartía cancha con el actual presidente, Luis Arce. “Dice Lucho que su afición es por el baloncesto pero yo he compartido cancha, en la Méndez Arcos, con él cuando era arquero, vestía de amarillo y tenía en la camiseta una hoz, un martillo y el rostro del Che”.

Actuando en la película American visa

“Pitín”, a estas alturas, ya es un actor de los mil y un rostros. Tiene medio centenar de obras de teatro a sus espaldas y es uno de los secundarios de lujo de nuestro cine. En este mes de noviembre estrena Esperar en el lago de Okie Cárdenas (su largo número 20) y hace unas semanas ha participado en el elenco de Wajtacha, la sorpresa teatral del año. En la primera hace de Eugenio, un profesor con su guitarra al hombro y en la segunda es un cínico empresario minero.

No deja de ser paradójico que sus mejores papeles hayan sido militares, curas (en Unay) y jefes, todos cuadrados. Dice que siempre tuvo la “percha” para esos papeles. Y se acuerda que de changuito su padre le obligaba a cargar escombros en la volqueta de la empresa. Algo habrá que agradecerle al viejo, pienso. “Me considero un hombre de izquierdas, con ética, formado por el ELN, así moriré, he pagado a veces, he perdido amigos y trabajos porque me han dicho zurdo pero no tengo problemas para dar vida a personajes antagónicos a mí. Solo pongo una condición: no voy a hacer mejor persona a un Banzer, a un García Meza, no voy a poner de mi parte para que la gente vea bien a un tipo que ha sido un hijo de puta y ahora quiere ser recordado como un buenito. No podría hacer nunca de un Che asesino y malvado”. Hasta el color del sofá de “Pitín” es rojo.

“Trato siempre de darlo todo, de entregarme, de desdoblarme. Cuando me concentro en mi rol pierdo el sentido de la realidad”. Será por eso que “Pitín” se considera un ser de energía. “En mi familia ha habido católicos, protestantes, agnósticos, ateos… Yo soy energético. Cuando nacemos nos cortan el cordón umbilical y perdemos esa energía pura y blanca pero luego puedes crear esa energía, ese aura, pues está en todo lado. Hay dos tipos de personas: los de sangre caliente y los de sangre fría. Mi corazón es de mantequilla pero mi sangre es caliente”, dice.

Este cuento (de vida) termina donde empezó. En el mismo lugar. Con los mismos personajes. Vemos a un padre y a un hijo. Han pasado 50 años de la primera escena. ¿Se acuerdan? Esa donde un padre grita y dice: “No quiero un hijo maricón”. Don Raúl Gómez Lasarte está de visita anual a Bolivia. Se aloja en la casa del hijo, ahora connotado actor. “Pitín” ensaya con compañeros y compañeras en el “living” de su casa. Son las ocho de la “matina” y hace frío. El viejo se despierta y ve la escena.  En la noche, con su infaltable whisky en la mano a pesar de sus casi noventa años, don Raúl aprovecha para terminar una conversación iniciada hace más de medio siglo: “Te admiro, hijo, has hecho lo que has querido hacer y lo has hecho con mucha pasión y dedicación. Te respeto y te felicito”. El círculo se ha cerrado. El teatro es más fuerte. Y “Pitín”, también. De la “nube blanca” en el cuadro del gran Lorgio Vaca se hablará otro día.

FOTOS: RICARDO BAJO Y ARCHIVO DE ‘PITÍN’ GÓMEZ