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Los curas villeros

Era la década de 1970 y Argentina atravesaba un periodo conflictivo; movilizaciones populares, la muerte del presidente Juan Domingo Perón, accionar de grupos armados de izquierda y de derecha, el inicio de dictaduras militares, secuestros, ejecuciones. La triple A, o Alianza Anticomunista Argentina —un grupo parapolicial—, era responsable de las muertes de centenas de artistas, intelectuales, políticos de izquierda, estudiantes, historiadores, sindicalistas y sacerdotes, como el padre Carlos Mugica, acribillado minutos después de celebrar la misa en la puerta de la iglesia de San Francisco Solana, Villa Luro, en mayo de 1974.

El padre Mugica, de familia aristocrática y antiperonista, dejó la carrera de abogacía para convertirse en sacerdote. El compromiso pastoral le mostró una realidad que no conocía y de la cual haría su lucha. Se integró al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una corriente renovadora dentro de la Iglesia Católica a favor de los derechos de los sectores más humildes.

 “Cuando salí a la calle aspiré en el barrio la tristeza. La gente humilde estaba de duelo por la caída de Perón. Y si la gente humilde estaba de duelo, entonces yo estaba en la vereda de enfrente. Cuando volví a mi casa, a mi mundo, que en esos momentos estaba paladeando la victoria, sentí que algo de ese mundo ya se había derrumbado. Pero me gustó”,  comentó el padre Mugica a la revista argentina Cuestionario en 1973.

A finales de la década de 1960, el padre Mugica, junto a otros sacerdotes, fundó el movimiento de los “curas villeros”, que tenía como pilar un profundo compromiso de vida con los barrios populares, no solo de acompañamiento sino de brindar soluciones a los problemas del lugar. Los curas villeros, convencidos de que la realidad supera a la idea, decidieron vivir en las villas, así surge su nombre.

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“En esa época, en América Latina nacía una agrupación de sacerdotes que, siguiendo la teología de la liberación, pensaba y sentía que tenía que estar muy cerca de los pobres haciendo presente el reino de Dios, y una vertiente de esa teología de la liberación fue la teología del pueblo. En Argentina esa teología se encarnó en los primeros curas villeros, que fueron el padre Mugica, el padre Rodolfo Ricciardelli, el padre de Daniel de la Sierra, entre otros”, mencionó a ESCAPE Juan Isasmendi, sacerdote de la exvilla 1.11.14 del Bajo Flores, en la ciudad de Buenos Aires. Isasmendi no siempre usa sotana, entrega comida con jeans y una chompa, y forma parte de la tercera generación de los sacerdotes que se “entregaron” a los barrios más humildes. 

Desde sus inicios, los curas villeros tuvieron intervenciones públicas, denuncias y fuertes discursos, fundamentalmente con temas relacionados con los problemas de las villas, aunque también criticaban posturas oligárquicas y exigían —pedido que continúa— una “Intervención Inteligente del Estado” en los barrios que garantice el derecho a una vida digna.  “La tarea de la Iglesia siempre debe ser la misma, debe seguir fielmente las enseñanzas de Jesucristo que vino a evangelizar a todos los hombres, pero que siempre se movió porque él era pobre; desde los pobres. Por tanto, la misión de la Iglesia debe ser anunciar a todos los hombres que son hijos de Dios, que tienen que luchar por su dignidad de seres humanos. Por lo tanto, deben acompañar al pueblo en la lucha por la liberación nacional e interpelar a los ricos y a los poderosos”, fueron palabras del padre Mugica en una entrevista de televisión. El “más peronista que Perón”, como mencionó María Sucarrat, autora del libro El inocente. Vida, pasión y muerte de Carlos Mugica, había marcado la ruta de nuevas generaciones de curas villeros.

El legado del padre Mugica, a 47 años de su muerte, trascendió. Hoy hay cerca de 50 curas villeros que viven en los barrios populares de la ciudad de Buenos Aires y la provincia del mismo nombre. En estas zonas hay una presencia importante de migrantes: paraguayos, venezolanos y bolivianos, y uno de los principios de los curas villeros es el reconocimiento del valor que tiene la cultura popular de donde provienen los nuevos vecinos y el favorecimiento de la cultura del encuentro y la integración urbana.

“La fe en general y la Virgen son elementos unificadores de los pueblos frente a las diferencias que a veces son históricas”, aseguró Carlos Olivera, sacerdote en la Matanza, provincia de Buenos Aires.  El padre “Charly”, como lo llaman varios vecinos, llegó a la villa en 2002 y bailó morenada con un traje de achachi que residentes bolivianos llevaron desde la ciudad de Oruro, y también impulsó centros para dar respuesta integral a situaciones de vulnerabilidad social y/o consumo de drogas.

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Otro de los barrios donde se concentra una gran cantidad de residentes bolivianos es Bajo Flores, en la ciudad de Buenos Aires. El padre Juan Isasmendi está a cargo de su iglesia. “El pueblo boliviano tiene una cultura muy linda, una religiosidad muy potente. Acá en la parroquia tenemos la capilla de la Virgen de Copacabana”, dijo. “Nuestro trabajo tiene la originalidad de seguir esta espiritualidad de los primeros curas villeros, que justamente es popular. Es decir que la religión va desde la vida del pueblo hacia Dios y de Dios hacia la vida del pueblo, y donde todas las dimensiones de la vida del pueblo son importantes para  la dignidad de las personas”, agregó Isasmendi.

Además de una cultura de integración y la mirada integral del barrio, los curas villeros luchan por desestigmatizar a las villas, que son relacionadas exclusivamente con inseguridad y drogas. Mientras tanto, su compromiso pastoral los lleva a buscar que se logren las tres “T” (Tierra, Techo y Trabajo).

“El movimiento de los curas villeros permite comprender algo del mensaje del papa Francisco”, agregó Olivera. El Papa también trabajó en las villas e impulsó el movimiento desde el arzobispado años antes de ser elegido como el máximo representante de la Iglesia Católica.  Aparte de las coincidencias en el trabajo que se debe realizar en los barrios marginados, existe una amistad entre el Papa y los curas villeros.

Vivir en las villas significó para los sacerdotes no tener una visión recortada de la realidad y permitió identificar las necesidades de los vecinos en diferentes épocas. Actualmente y por la pandemia, los curas villeros reforzaron su trabajo: fortalecieron los comedores populares, dispusieron de ambientes de las iglesias para que sean centros de aislamiento, coordinaron la desinfección de veredas e implementaron asistencia específica a grupos de riesgo como adultos mayores.

El padre Carlos Mugica recibió 14 disparos. Hoy, sus restos descansan en la Villa 31, ciudad de Buenos Aires, y su fuerza está en cada oración de los curas villeros.  “Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre”, Mugica.

FOTOS: CURASVILLEROS.ORG Y VATICAN NEWS