Icono del sitio La Razón

Dardo Greco, un misterio como Gardel

“¿Quién será este señor?”, pregunta Dardo Greco delante del busto de Carlos Gardel en la última curva de la avenida Kantutani. “No se parece en nada, un ebanista ha debido hacer”, remata enojado. Dardo Greco es el último cantor de tango “gardeliano”. Como a su ídolo, no le gusta hablar de su vida privada. Y como el zorzal criollo, guarda en reserva su fecha de nacimiento y su país de origen. Un enigma libre al misterio.

De Dardo se dice que nació en la Argentina de padre español —José Antonio— y madre argentina, que comenzó a escuchar tangos en los años 50 cuando Radio Mundo y Radio Rivadavia recibían en sus auditorios a orquestas típicas y cantores con aires tangueros. Dardo —que lleva el apellido artístico de un familiar materno de origen italiano— aprendió lunfardo en la calle, escuchando “gotan” con palabras habladas al revés. Atahualpa Yupanqui lo inspiró y su guitarra lo enamoró, pero el dos por cuarto lo embrujó para toda la vida.

De Gardel se dice que nació en Toulouse (Francia), de madre planchadora, Berthe Gardes, y padre médico de alta sociedad. También se cuenta que nació en Argentina y fue criado en un orfelinato. Los uruguayos aseguran que Gardel es uno de los suyos, nacido en Tacuarembó, fruto de un amor prohibido y entregado después a Berthe Gardes, llegada a la República Oriental desde tierras francesas. De Dardo, también se dice que nació en los Yungas paceños. El embajador argentino en La Paz, Ariel Basteiro, no tiene dudas: Greco es una institución, es Gardel, habla y canta como él. ¿Qué importa donde haya nacido?

En sus años mozos, Dardo se hizo hincha de River Plate y acudía al Monumental como un “millonario” más. Los famosos “jockey” —con el uruguayo Irineo Leguisamo como emblema—, en el Hipódromo de Palermo, habían dado paso a los “players” de la banda roja. El primer guitarrista de Gardel, el Negro Ricardo, hacía tiempo que se había ido de la Argentina sin avisar.

La cita vespertina con Dardo es en la placita que tiene el busto de Gardel en Sopocachi. Llega con casi una hora de demora. Su celular da apagado, pues solo lo activa en las mañanas. Adivinen qué: Gardel también llegaba tarde. Los ídolos siempre se hacen esperar. Dicen los especialistas “gardelianos” que en realidad Carlitos no existió para su desgracia, que es un invento porteño de tarde triste de domingo. Dardo sí existe, para nuestra gracia.

¿Quién no recuerda a la pareja más célebre de la ciudad, de cóctel en cóctel, en la larga década de los años noventa, Ariel y Dardo, tanto monta, monta tanto, Irusta y Greco? Si la pareja de hermanos del alma no se aparecía en tu presentación, es que habías fracasado. Don Ariel Irusta —fallecido hace unos años— se puso el apellido artístico en honor a otro grande del género, Agustín Irusta.

Y juntos protagonizaron una obra de teatro dirigida por Verónica Armaza Núñez, Un tango pa’ no olvidar, con fragmentos del Zorzal, cada día cantas mejor, de Enrique Rocha Monroy. Estrenada en el Teatro Municipal con papusas, cachafas, morochas, pardos, guapos y paicas, Ariel hacía de Gardel y Dardo, de Enrique Cadícamo. Fue la única vez que Greco no fue Gardel.

Los dos personajes recordaban sus días parisinos —entre minas, compadritos y farolitos de pálida luz— y laburaban juntos para dar con el paradero del asesino de Lito, del Esquinazo. “Ariel era más jovial, bailador y fiestero, cuando nos invitaban a sus actos nuestros amigos pintores y escritores, yo me aburría pronto y decía ‘che, Ariel, rajémonos de acá’”, cuenta con nostalgia Dardo con su inevitable acento porteño.

“Todos los letristas de tango han vivido la vida, con mucha filosofía a sus espaldas. El lunfardo nació en las cárceles y luego llegó a la calle para que la cana no comprendiera nada”. Entonces, Dardo se arranca con la letra de un tango, pero antes me advierte: “Si no entendés algo, pibe, me decís”. Su memoria es prodigiosa, tiene almacenadas en su cabeza cientos de letras y siempre se arranca en cuanto menos lo esperas: “Como con bronca y junando / de rabo de ojo a un costado / sus pasos ha encaminado / derecho pa’l arrabal / lo lleva el presentimiento / de que en aquel potrerito / no existe ya el bulincito / que fue su único ideal. / Recordaba aquellas horas de garufa / cuando minga de laburo se pasaba / meta punga al codillo escolaseaba / y en los burros se ligaba un metejón. / Cuando no era tan junao por los tiras / la lanceaba sin tener el manyamiento / una mina le solfeaba todo el vento / y jugó con su pasión…”. El Ciruja era listo para el tajo, como Dardo para el canto. “¿Acaso no pareciera que el tango te cantara a vos?”, pregunta el “gardeliano” cuidando su típico bisoñé.

De la Argentina, Greco llegó a La Paz con su familia, ya cantando. Su viejo, ingeniero de minas, comenzó a recorrer los centros mineros y pronto Dardo lo acompañó llevando películas argentinas y mexicanas (como Adiós muchachosy Pinocho triste) a Catavi, Uncía, Llallagua y Siglo XX. Al término de la sesión de cine, Greco aprovechaba la audiencia y cantaba tangos, a veces los mismos que se interpretaban en las cintas de celuloide. “Me sacaban en hombros, para los mineros era como ver a Gardel en vivo y en directo, siempre he sido un gran artista, me dicen maestro, como tiene que ser”. Con el paso del tiempo, llegaría incluso a componer himnos para los cooperativistas mineros. Dardo siempre fue un hombre polifacético. Si no canta tango, se muere.

Con las películas de la distribuidora Pelmex —fundada en 1945— bajo el brazo, recorrió toda Bolivia, parte del norte argentino, Perú, Ecuador y Colombia. Su vida siempre fue viajar, volar libre como su viola. Dardo tararea otro tango, Bronca, de Edmundo Rivero: “Por seguir a mi conciencia / estoy bien en la palmera / sin un mango en la cartera / y con fama de chabón./ Esta es la época moderna / donde triunfa el delincuente / Y el que quiere ser decente / es del tiempo de Colón. / Lo cortés pasó de moda / no hay modales con las damas / ya no se respetan canas / ni las leyes, ni el poder. / La decencia la tiraron en el tacho de la basura / y el amor a la cultura: ¡todo es grupo; puro bluff! / ¿Qué pasa en este país?”.

LEYENDA. Greco junto al monumento de la leyenda del tango mundial, Carlos Gardel.

El capo de Pelmex, don José Torero, un padre para Greco, le decía: “Dardo, ¿dónde querés ir?” y Greco se largaba con sus filmes y sus tangos a cuestas. En La Paz pronto hizo amistad con la gente del micrófono y así se acercaba a las radios, como la Méndez, la Fides o Panamericana, para dar recitales en sus “auditórium”. Ya en los años setenta, los domingos en la radio de Emisoras Unidas eran para sus Dominguito con tanguito.

Como los de Gardel, los pulmones de Greco son a prueba de bala. Los dos, Carlos y Dardo, fueron/son disciplinados y detallistas. “Ni pucho, ni trago, ni trasnochadas, para cuidar la gola, hay que tener una buena disciplina, un artista como yo vive de su garganta. No cualquiera puede cantar tangos, hay que sentir el tango, hay que tener una voz especial, una actitud especial ante la vida, un timbre, cantores buenos como Ledesma se quemaron la gola y se embromaron”.

Gardel tuvo una bala alojada en su pulmón izquierdo durante toda su vida (producto de un disparo recibido en 1915 por defender a su amigo José Razzano). Greco ha cuidado sus buenos pulmones, ha pulido su voz potente, ha manejado a la perfección el fraseo, cantando siempre en puro teatros y cines, no en bodegones. Dardo siempre fue un hombre metedor, un canchero. Si no había bandoneón, si no había orquesta ni bailarinas, ni siquiera punteador, Dardo agarraba la viola, la pilcha, unas pistas y al escenario. “Los músicos son fuleros”, remata sin piedad.

MEMORIAS. Una fotografía del recuerdo junto a su inseparable Ariel Irusta y un grupo de amigos.

De Gardel se dice que era un hombre bueno con sentido del humor, otros juran que era pura fachada, que en realidad era un tozudo, un renegón. A Dardo, los tangos alegres (y las milongas) no le gustan demasiado, él prefiere las letras tristes y las historias de perdición, “los tangos fuertes”. Aunque no le hace ascos a milonguitas lindas como No hay tierra como la mía. Sus tangos preferidos son Por una cabezay Mi noche triste, con el cual ganó un trofeo en la televisión argentina.

“El tango canta a la vida, ¿a quién le va siempre bien?, escuchá este que también me gusta mucho, si yo me emociono cantando, también la gente: ‘Estoy mirando de frente pasar la vida fulera, / ambulando, sin un cobre, sin tener dónde dormir, / los amigos no se arriman, se florean con gambetas, / la mina no quiere lola, se entreveró con un gil. / Los últimos cuatro mangos traté de multiplicarlos / jugándole a Leguisamo, por el pescuezo perdió, / y en la carrera siguiente le aposté a Rubén Quinteros / y el Maestro, sobre el disco, del todo me amasijó’”.

Los únicos amores de Gardel, según su madre, fueron el tango, las carreras de caballo, Buenos Aires y ella misma. La única enamorada conocida fue simplemente su “novia eterna”, Isabel Martínez del Valle. Dardo tuvo muchas chicas, pero se casó con el tango, así de sencillo: “Tuve muchas minas, gané mucha guita y amo la ciudad, a la que incluso he dedicado una composición, La Paz en un tango, se llama”. Dardo recita la letra que habla de los barrios paceños, desde la zona norte y la plaza Riosinho a El Prado para luego añadir: “Sopocachi es mi barrio, no hay mejor barrio, es el más tanguero, es el sueño juvenil”. Greco vivió cuatro años en Bolognia y ahora lo hace cerca de la plaza Adela Zamudio.

Dardo ensalza un hito del tango paceño, Illimani, de Néstor Portocarrero Vargas, aunque la canción favorita del bohemio compositor de los años 20 es Cielo paceño. Entonces Greco se arranca de nuevo, por lo “bajini”, apenas susurrando: “Pienso tan bella y dulce la vida / La Paz, mi tierra querida / bajo tu sol de esplendor / ansia de envolverme en el ensueño / del panorama paceño / de luz, perfume y color / suave serenata que a la amada / vuelca en la noche callada / su dulce huayño de amor. / Nieve que se alza besando al cielo / cual ofrenda que a su suelo / le hiciera llegar a Dios”.

Cuando termina de cantar, añade: “Ariel grabó ese tango entre amigos y cerveza para disipar aquella tristeza y una nueva vida hacer”. Otra vez, la nostalgia, a la vuelta de la esquina. Otra vez ese dolor, esa añoranza que se traduce en arte, otra vez el tango haciendo llorar.

Han pasado 85 años desde su muerte y Gardel ya no es él, sino lo que se dice de él. Todo queda libre al misterio. Dardo, la leyenda, ya no es él, sino lo que decimos de él entre enigma y enigma. Lo único que queda claro es que ambos, Gardel y Greco, “cada día cantan mejor”.

FOTOS: RICARDO BAJO H.