Pasamontañas; la identidad de los ‘lustras’ paceños y alteños
Cerca de 3.000 personas se dedican a lustrar calzados en La Paz y El Alto. El pasamontañas protege sus identidades y los destaca como una comunidad
“Las botas solo a tres bolivianos, a tres, a tres”, corea un hombre con pasamontañas, chaleco y una caja para lustrar calzados en la plaza Murillo, tiene que aprovechar que el cielo empieza a despejarse, con el clima “loco” paceño no sabe cuándo volverá a llover y tiene que asegurar el ingreso del día. Una mujer, luego de unos minutos de escucharlo y mirar sus zapatos, aprovecha la oferta.
“En época de lluvias no hay ingresos y peor cuando son vacaciones y pandemia”, dice Esther Valero, paceña y lustracalzados. “Cuando empieza a llover saco de mi mochila ponchillos para vender, o ayudo a cargar bolsas de mercado. Uno tiene que hacer varias cosas”.
Valero es una de las —aproximadamente— 3.000 personas que tiene como oficio lustrar calzados en La Paz y El Alto, y, a diferencia de otros “lustras”, ella prefiere mostrar el rostro mientras trabaja en la calle Figueroa, en la zona Norte paceña. A sus 48 años, el estigma social que aún pesa sobre la colectividad antes llamada lustrabotas no le afecta. Valero tiene una postura muy clara ante las críticas; “es un trabajo como cualquier otro”.
Aunque el uso del pasamontañas va más allá de proteger la identidad individual en una actividad devaluada y discriminada, o de protegerse del frío, viento y polvo, este anonimato derivó en una característica de la colectividad, un símbolo de los lustracalzados paceños y alteños que les permite distinguirse como grupo social.
“El uniforme de mi asociación es un pasamontañas azul, yo lo utilizo como gorra, y a veces me pongo para explicarles a los turistas sobre su uso”, explica Valero.
La pandemia les obligó a ampliar sus búsquedas laborales a otros sectores como albañilería, construcción, limpieza, pintura, venta de artículos, y otros ingresaron al gremio de los cargadores. “Teníamos que buscarnos la vida”, expone Esther.
Son pocas las mujeres que se dedican a lustrar calzados, esta doble condición trae el doble de prejuicios y dificultades. “Cuando empecé era un mundo de varones, y mi esposo me pedía que vaya a trabajar con alguna de mis hijas, me costó hacerle entender que era solo trabajo. Mis hijas crecieron en guardería, yo no tenía a mi mamá para que las cuide, era complicado”, menciona Esther, madre de cuatro hijas (una de ellas profesional y las otras estudiantes), y miembro de la Asociación Alpaflor, agrupación que reunía a los “lustras” que ocupaban el antiguo pasaje de las Flores en el centro paceño.
Los lustracalzados —como sucede en otros oficios— no tienen seguro social, aguinaldo, ni jubilación, aunque Esther destaca que ser dueña de sus horarios le permitió “salir del trabajo cuando necesitaba” para llevar a sus hijas al médico o participar en algún evento importante.
“Mi padre vendía crema de calzados y yo le ayudaba a vender en la Pérez Velasco. Tenía 24 años, y en esa época (1997) ahí estaba la asociación más grande de ‘lustras’, eran como 200, y se llamaba Alperez —actualmente Alpaz—. Ellos se reunían para hacer sus estatutos, sus reglamentos, y mientras se reunían me pedían que me quede en la plaza San Francisco para trabajar; me prestaron un chaleco y una caja. Ahí aprendí a lustrar con caja ajena”.
Esther tiene dos cajas con betún negro y otro café, diversos cepillos para limpiar el polvo de los zapatos y trapos para sacar brillo, y pertenece al Hormigón Armado, una organización multisectorial que reúne a lustracalzados en diferentes actividades, como la venta del periódico bimensual El Hormigón, y ofrece capacitaciones en temas de salud, violencia, trata y tráfico.
“También soy guía de un Tours Popular para turistas; los llevó por el cementerio, visitamos el mercado de las Flores, mercado del Pescado, recorremos conociendo todo hasta la Max Paredes, eso cuando me llaman”, menciona Esther. Según la organización Hormigón Armado, el tour dura 3,5 horas de recorrido a pie y cuesta 80 bolivianos por persona, y el 90% del costo va al guía/lustrabota con reserva previa al contacto 71591042.
Los héroes del brillo, como fueron fotografiados por el uruguayo Federico Estol, se mueven por diferentes zonas. En San Miguel, en la zona Sur de La Paz, trabaja Edwin, de 24 años. “En esta zona, por la pandemia y época de lluvias, las personas se ponen zapatos de goma o zapatillas deportivas, así que no hay mucho trabajo. Tenemos que buscar opciones. Yo vendo El Hormigón a 10 bolivianos o un disco de hip hop que grabamos con los compañeros a 20 bolivianos, y donde cantamos sobre nuestras experiencias”. Uno de sus representantes musicales es el Lustra MC, lustracalzados y compositor que escribe sobre la lucha contra la violencia hacia la mujer y la vida cotidiana del colectivo.
Edwin, nombre convencional para no ser identificado, usa pasamontañas desde que cumplió siete años. La apretada economía de la familia lo llevó a dedicarse al oficio. “Por día se necesitan 30 bolivianos para comer, para pasajes”. El joven divide su tiempo entre el trabajo y el estudio en la universidad. “Algunos compañeros se portan mal y por ellos todos pagamos, por eso uso pasamontañas para no ser identificado y también por tradición porque somos los únicos en el mundo que nos cubrimos”.
Los investigadores Antonella Scarnecchia y Robin Cavagnoud, autores de Los chicos lustracalzados de La Paz: el uso del pasamontañas como forma de máscara y símbolo de identidad, Bulletin de l’Institut français d’études andines (2013), concluyeron que “la máscara usada por los niños y adolescentes, a través del pasamontañas, en el marco de su actividad económica, es un objeto que los encubre en un anonimato colectivo. Por lo tanto, lleva una dimensión doblemente protectora: preserva la propia individualidad y, al mismo tiempo, crea una colectividad”.
Esta colectividad, los lustracalzados del Hormigón Armado, amplía sus ingresos expandiendo sus oficios e inicia el 2022 vendiendo un calendario a 30 bolivianos. “Está bueno, y cualquier compañero tiene ejemplares para vender. Anímense”, dice Edwin.
El cielo empieza nuevamente a nublarse. Edwin quiere aprovechar estos minutos en que no caen las gotas para sacar brillo a la mayor cantidad de zapatos y, antes de irse, desea un buen año para todos.