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Parece que esta mujer es la Vicky

Vicky Ayllón llega con un libro debajo del brazo a la cita, es una novela de Paul Auster que tiene leída a la mitad. Saca sus puchos (Derby blanco) y pide un “expresso” y algo de comer salado. Son las primeras horas de la tarde y se nos va a hacer de noche en esta cafetería/panadería de la calle 18 de Calacoto.

En su casa se han quedado sus seis perros. Vicky ama a los animales, se ha hecho vegetariana hace 20 años y no puede matar ni a una hormiga. Los nombres de sus perros vienen con cuento, como no podía ser de otra manera. Se llaman Tadzio (por el bello adolescente de Muerte en Venecia), Wendy (“porque tiene cara de quinceañera eterna como la de Peter Pan”), Laura (por la serie Twin Peaksde David Lynch), Malkovich (“porque es el más hermoso”), Puka y la “setter” Lina (“que es cieguita y es mi comadre”).

Dicen las biografías oficiales que Virginia Ayllón es poeta (con dos poemarios a sus espaldas, un libro de ensayos sobre la lectura y otro sobre el pensamiento de Adela Zamudio); que es bibliotecóloga (la única carrera que terminó); que es profesora de lenguaje y redacción académica (en la carrera de Sociología de la UMSA); que es editora (su sello Pirotecnia publicó a Elvira Espejo en aymara, a Viscarra y a Borda); que es investigadora literaria (ha jugado un rol esencial en el redescubrimiento de escritoras del siglo pasado como Adela Zamudio, Hilda Mundy, Lindaura Anzoátegui o María Virginia Estenssoro). Es todo eso y mucho más.

Lo que no dicen es que “la Vicky” —como es conocida/querida en los círculos literarios— tenía un boliche diminuto, encantador y anarquista (valga la redundancia) llamado El Sabrosito, el cuartel general de las Contra-Ferias del Libro. Lo que no cuentan es que ama leer, ama los libros y ama su jardín. A su manera, sigue el consejo de Cicerón a punta de mandarinas y música: “Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas”. 

Lo que no se sabe es que a Vicky le encanta trabajar la tierra, comer lo que cosecha e intercambiar cebollas por zanahorias con su vecina. Lo que no está escrito es que es una noctámbula perdida que extraña la bohemia de antaño. El amor por la noche se consolidó en la maternidad (cuando criando a sus dos hijas, María e Isabel, halló en la vigilia su territorio personal para leer y escribir).

“Después del licor y la charla, / después del tabaco y el silpancho, / de la cara que se agranda / del escote que baja y la falda que sube, / después del llanto y del baile, / después, oh! amanecida ciudad / te llenas de insinuaciones y declaraciones / El amor sale de bares y cantinas, / se escabulle por puertas y portezuelas, / se desparrama por tus calles y avenidas, / tus plazas se inundan de voces / y quejidos amorosos…”.(Ciudad de viernes por la noche, poemario Búsquedas, 1996, Virginia Ayllón).

En la casa materna no había otra cosa que libros, libros por todo lado, libros en castellano y en inglés. En aquel entonces, la wawa no lo sabía pero la literatura iba a ser un refugio para toda su vida. Su padre fue maestro de inglés y discípulo de Borges en Buenos Aires. Sir William Shakespeare era su autor de cabecera. “Todavía hoy leo los sonetos shakesperianos y me emociono”, confiesa Vicky, la mayor de tres hermanas.

A la primera escuela que fue estaba en Copacabana porque su madre era maestra en el lago. De vuelta a la ciudad, Vicky fue a parar a la Escuela Piloto Naciones Unidas, frente al Hospital Obrero. Ahí fundó el primer club del libro de su colegio. “Té con gelatina, tomábamos y leíamos a Verne, Heidi y Mujercitas, luego pasé al Americano, donde tuve profesores izquierdistas como Javier Hurtado y otros. Eran tiempos en que los chicos del  Colegio Bolívar salían a pelear por la premilitar”, recuerda.

Y del colegio a la politizada/radicalizada universidad de los años 70. Agonizaba el 77 y siete mujeres mineras (luego se uniría la inolvidable Domitila Barrios Cuenca) se declaraban en huelga de hambre para exigir amnistía general, el regreso de los exiliados y la salida de los militares de las minas (y tumbar —de yapa— a la dictadura de Banzer). Y ella participó en el piquete universitario de esa huelga.

La Vicky, estudiante de Sociología, decidida a hacer la revolución, veía caminar por la “U” a “trotskos”, indigenistas, maoístas, “elenos”, a toda la fauna revolucionaria de la época. A veces acompañaba a Lucho Espinal en sus periplos/cursos por el área rural de La Paz. Y así comenzó a militar en la “Jota”, las Juventudes del Partido Comunista. Uno de sus compañeros era Alejandro Almaraz Ossio, hijo de una pareja de fundadores del partido, Sergio Almaraz y Elena Ossio. “En 1985 dejé la militancia comunista, me di cuenta de que había idealizado y romantizado la persecución, la tortura, la violencia, la represión, sin percibir las cuestiones de género, de clase, las jodidas dobles morales. Luego llegó la caída del Muro de Berlín y la ejecución de Ceausescu en Rumania en el 89 y me dije: cómo he podido defender yo esto”.

“La memoria fue la única completud que se me legó / oh, la peor de todas las capacidades! / y a conocerla, trabajarla, rodearla y asirla / destino implacable, tarea confusa (…) / la memoria siempre fue oscura / y es difícil encontrar bálsamos en la oscuridad”, (La memoria, poemario Búsquedas, las discapacidades, 2004, Virginia Ayllón).

La desilusión no apartó a Vicky de la política (todavía) y pasó a formar parte del Movimiento Juvenil Antiimperialista junto a Raúl España, Charly Urquizo, Almaraz y otros. Comenzaba a tener unos vagos aires anarquistas, pero todavía no los reconocía. “Nos decían en las mañanas que el rock era imperialista y por las noches nos reuníamos para escuchar a Deep Purple, Led Zeppelin, Uriah Heep, todas bandas inglesas. En las tardes cargábamos aceite de auto para que las motos se resbalaran cuando venían a reprimirnos, también llevábamos gatos para distraer a los perros de la policía”, cuenta, se ríe y se acuerda del famoso/jodido gas hilarante. La música de protesta, las canciones de Silvio Rodríguez, la Trova, la Negra Sosa, nunca le gustaron demasiado. El rock siempre fue, para ella, un ejercicio de libertad, de desacato, “el gusto de hacer lo que nos prohibían”.

En esos tiempos comenzó a leer a los teóricos del anarquismo, a Bakunin y al cubano Paul Lafargue —yerno de Marx— y su El derecho a la pereza.  A Vicky, ese libro utópico/irónico publicado en 1883 todavía le fascina: estamos lejos de la liberación de la esclavitud del trabajo. Lafargue —un visionario con su propuesta de jornada laboral de tres horas— creía que había que trabajar lo menos posible, que había que disfrutar intelectual y físicamente lo más posible. Vicky también lo cree.

Del anarquismo incipiente al feminismo hay un paso o un golpe. Vicky sufrió violencia machista en el hogar que formó y se puso a la tarea —como mujer muy racional que es— de “entender” esos golpes, de dónde vienen, a dónde van. Con los 80, llegaron la cárcel, la tortura, el exilio. Y de vuelta a la “matria”, la carrera de Bibliotecología. Libros de nuevo, por todas partes, como ríos.

La poeta e investigadora Virginia Ayllón Soria (La Paz, 1958), en el cementerio de Isla de Pascua.

En los 90 entró a Literatura en la UMSA. “Tuve excelentes profesores, como Rubén Vargas, que daba ensayo —con quien siempre nos usteamos—, o Julio de la Vega, conocí a ‘Cachín’ Antezana, pero en esa carrera no leí, no nos daban a leer obras literarias escritas por mujeres. Me lancé a buscarlas y ahí me encontré con Hilda Mundy, María Virginia Estenssoro y tantas otras; todo un nuevo mundo. Ya entonces yo intuía que tenía que llegar a Adela Zamudio, yo sabía de alguna manera desde hace tiempo que ella era grande. Y no tengo nada contra los escritores, ¡por favor!, no hay semana que pase que no lea a Kavafis, a Pessoa, a Camargo. O todo Padura, ahora estoy volcada y volada con el cubano y me hace gracia que su detective se llame Mario Conde como nuestro Marito, el artista”.

“La libertad no es lo mismo que el vacío. / En aquel gozas, en este desesperas. / Recuerda que la libertad es la más mortal de las ficciones / mientras que la ausencia suele ser porfiada presencia”, (Búsquedas, las discapacidades, 2004, Virginia Ayllón).

Han tardado en salir sus nombres, pero es imposible charlar con Virginia Ayllón sin aludir a Adela o Hilda. Y hablar de “la Zamudio” es evocar a la amiga del anarquista cochabambino Cesáreo Capriles López, a su humor, a su anticlericalismo, que la alejan del estereotipo de mujer adusta. “Adela envía una receta a Juana Manuela Gorriti, quien compilaba un libro de cocina. El plato se llamaba ‘conejo a la warmi’. Y ella recomienda, al estilo de su tierra, que se disfrute el plato con un vaso de chicha. ¡Adela sabía de los placeres de la vida!”.

Ayllón, en una contraferia del libro en 2006, actividad que apoyó como gestora cultural.

Vicky ha batallado también a la hora de relanzar la obra de mujeres que han pasado desapercibidas por ser tales. Y surgen las preguntas de siempre, a ratos con mala leche: ¿Por qué jubilan tempranamente la pluma? ¿Por qué Hilda Mundy —pseudónimo de Laura Villanueva— dejó de escribir? Entonces, Ayllón debate con Eduardo Mitre, con Edmundo Paz Soldán y sus teorías sobre el silencio de Mundy, su salida prohibida. “En la obra de Hilda, el concepto de la no-obra, del silencio y de la nada es fundamental, acorde a su pensamiento. Ella, como muchos, no cree en la figura del escritor, su silencio fue una decisión existencial, en ese sino se emparenta con Kafka, con Dickinson. Ya lo dijo luego Borges que el autor es poca cosa”. No, Hilda Mundy no dejó de escribir porque se casara.

“Amo el candor de las muchachas / su arrogancia de vestido al aire / su soberbia de arrasar con todo. / Desvergonzadas atacan también la palabra. / Amo el ocaso / de las mujeres / porque calladas /celebran el venerado silencio”. (Búsquedas: las discapacidades, 2004, Virginia Ayllón).

Y del anarquismo (colectivo y/o individual) al “punk” hay otro paso. “Soy melómana por naturaleza, la música es suprema, no necesita palabras que a veces son traicioneras, no necesitas entender, solo sentir”. A inicios de los 90 llega el “punk” a La Paz, se organizan tocadas al margen de los “metaleros”. Y ahí está Vicky otra vez, pegada a la juventud y su onda. Son los tiempos de Secuencia Progresiva, banda emblemática del “punk” paceño (con su cassette Salarde 1995) y las tocadas en La Roquerón (el local de la Federación de Trabajadores de la Construcción en la calle Boquerón de San Pedro). “Pero antes, en los 70, me acuerdo que estaban también Los Ovnis de Huanuni con dos chicas al frente”.

La poeta, editora e investigadora en una tertulia realizada en el Ojo de Agua en 2007.

La militancia anarquista y librera, el apoyo a las editoriales cartoneras y la piratería (“no hay mejor signo de éxito que te pirateen, ¿acaso se piratea lo que no se lee?”) y la organización de eventos paralelos/alternativos a la feria comercial organizada por la Cámara de Libro le acarrearon consecuencias. Su despido, por esas causas, del Cedoal del Espacio Patiño arrancó una ola de solidaridad. Vicky no es una mujer de rencores y solo se acuerda de lo bueno: “El año pasado me enteré de que la editorial Va Cartonera de Sao Paulo y Curupira Cartonera de Mato Grosso habían reeditado en portugués mi libro Liberalia: diez fragmentos sobre la lectura, que publicó la Yerba Mala Cartonera de El Alto en 2006”. Y de los cartoneros a Víctor Hugo Viscarra hay otro paso.

—Cuéntame otra vez cómo conociste a Viscarrita, ¿sabes que una calle diminuta y desconocida en Bajo Següencoma lleva su nombre?

—No sabía, me tienes que decir dónde. Lo conocí en los años 80, yo militaba en la Jota, como te dije, y el día del golpe, cuando volvía a mi casa, vi gente delante de mi puerta y una camioneta de la Policía, me di media vuelta y contacté con un compañero que me presentó al Víctor Hugo que medio arrogante como era me dijo: ¿quién eres? Y después, simplemente, ‘me vas a seguir’. Y lo seguí por callejones internos, recovecos oscuros cerca del mercado Hinojosa, hasta que llegamos a un escondrijo donde estuve oculta cuatro días. El Víctor Hugo me traía hamburguesas de no sé dónde, ese señor me salvó la vida. Luego nos volvimos a encontrar tras el exilio. Tomar chela caminando las calles con él fue algo realmente maravilloso. Ir a boliches de Chamoco Chico, como ese que llamaban La Guerra, y sentarnos a beber con sus amigos y amigas, con “El Caballo” y otros, fue un privilegio. La gente cree que Viscarra hacía testimonio simplemente, pero una vez estando en La Guerra, uno le dijo: ‘Hemos leído y has mentido bien sobre nosotros’. Ni que fuera tan sonso para contar la verdad. Voy siempre al cementerio a dejarle flores, también dejo flores a Dayana, la mujer transexual que asesinaron hace unos años. Me gusta ir al cementerio”.

Vicky extraña, como muchos, al Víctor Hugo y también extraña las noches de bohemia de los 90. De vez en cuando, aprovechando las visitas de “Cachín” Antezana a La Paz, se juntan todos los cuates, en reuniones que llaman “Cachineadas” y que tienen a la Chopería del Montículo como sede. Y entonces la Vicky les habla de las chicas jóvenes que están leyendo de nuevo a Adela, que ha visto a “la Zamudio” pirateada en las calles, que se rió mucho con “El Manco del Espanto” (el periodiquito de Alasita en el que se conjetura que escribieron Humberto Quino y Alison Spedding), que persigue literalmente a las nuevas escritoras, que se alimenta de ellas, pues es bueno protegerse del conservadurismo que llega con la edad, y que la poesía es el “summum” de la literatura. Y que le vale un cohete la dicotomía golpe/fraude. El poder siempre te lleva donde quiere, me dice. Cuando la dueña de la cafetería nos echa, se acuerda de sus seis perros que esperan en la casa y se va.

“Esta mujer no es Felipa y callo / Esta mujer no se angustia / Esta mujer no quiere volver / Esta mujer se goza en la búsqueda / Parece que esta mujer soy yo y callo”.(Impermanencia, inédito, Virginia Ayllón).

FOTOS: RICARDO BAJO Y VIRGINIA AYLLÓN