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Las maestras mayores, el rostro vigoroso de los mercados

/ 31 de enero de 2022 / 07:01

Su cargo ahora recibe el nombre de secretaria general. Estas mujeres hacen honor a la larga tradición de mujeres que representan

Aún son identificadas como las maestras mayores, mujeres con protagonismo económico y cargos de responsabilidad. Valoradas por su tenacidad para negociar, relaciones y antigüedad en el mercado. Ellas asumen el control social y se convierten en la imagen y palabra de las vendedoras, ya sea por una elección o por una designación, y están a cargo del mercado por un año, si no son reelegidas. Son mujeres, en su mayoría, que empezaron desde abajo.

Antes, en épocas coloniales, eran aquellas que tenían dinero, como relata Elizabeth Peredo: “Las maestras mayores registraban a los miembros del gremio en la Policía y dejaban un monto de dinero suyo como garantía (…) Tradicionalmente se elegía a la que más dinero tenía”. Hoy se necesita algo más que dinero para ser elegida.

Marina Quisberth La voz de más de 700 afiliadas ante la Alcaldía paceña

En la primera semana como representante del mercado Rodríguez, Marina, de 63 años, tuvo que cerrar su puesto de carne por algunas horas para ir a realizar trámites y reunirse con la directiva; además, tuvo que mediar entre un comprador convencido de que entregó 100 bolivianos por unos productos y una vendedora también convencida de que recibió solo 20 bolivianos. Parte del trabajo.

“A mediados de enero fui posesionada como maestra mayor, nunca estuve en el cargo, pero la directiva me está apoyando; son nueve mujeres, casi todas jóvenes, que están conmigo”, menciona Marina. No es coincidencia que la directiva esté conformada por solo mujeres. En la ciudad de La Paz, el 92,8% de las vendedoras son mujeres, según un Análisis de la actividad comercial y censo de mercados, estudio realizado por la Alcaldía de La Paz (2014).

El rostro femenino continúa apoderándose de los puestos de venta desde el primer tambo instalado. “Mi hija tiene un comercio en El Alto y mi hijo es transportista”, dice Marina, proveniente de una familia tradicionalmente dedicada a la venta de carne en la zona de Vino Tinto.

En los mercados, los puestos pasan de generación en generación; un 32% de las vendedoras aseguró que se afilió al mercado para conseguir un espacio, un 28% que le cedieron el puesto, un 19% que obtuvo el puesto por ser fundadora del mercado, y un 11% aseguró que le heredaron el espacio, describió el censo de mercados. Todo esto con una línea prioritaria de entrega femenina; ya sea a las hijas o esposas de los hijos.

Susi Chino Tintaya 38 años en el mercado de Ciudad Satélite en El Alto

“Vendo en el mercado Rodríguez hace 40 años. Este puesto me dio mi padrino de matrimonio. Al principio estaba vacío, no había gente, y recién cuando abrieron una puerta mejoró la venta. Actualmente mi día comienza a las seis de la mañana, cuando llego a recibir la carne, despresar y luego vendo hasta mediodía”.

Marina estará a cargo del Rodríguez hasta finales de 2022; es representante de las vendedoras que están dentro del mercado y de aquellas que están sobre sus veredas. Las comerciantes asentadas en otras calles y espacios en la zona de San Pedro están organizadas en diferentes asociaciones. Fue nombrada por su sector (carnes) para llegar hasta la directiva, y tiene como plan: arreglar las goteras de la sede, hacer mejoras en el mercado, controlar los posibles contagios de las vendedoras.

Es conocida como la maestra mayor, en lenguaje coloquial. Y para temas legales ya no son maestras mayores, son las secretarias ejecutivas de los mercados.

Basilia Coronel De las ferias itinerantes a fundadora del mercado Achumani

“Mi primera gestión como maestra mayor fue en 1995. Luego estuve en otras cuatro gestiones diferentes. Ingresé también a la Federación de Maestras Mayores. Desde 1999 es la Federación de Mercados de la ciudad de El Alto porque la Federación de Maestras Mayores no estaba avalada por el Ministerio de Trabajo, solo estaban avalados como representantes los presidentes y secretarios generales, así que refundamos la federación para tener una autodefensa”, recuerda Susi, actual secretaria general del mercado de Ciudad Satélite, El Alto, la voz de 400 afiliadas permanentes y de otras 400 vendedoras itinerantes de los días de feria (jueves y domingo).

Tres generaciones de la familia Chino venden en el mercado; Susi comenzó muy joven ayudando a su madre, luego vendió quesos, huevos, después se dedicó a las verduras y ajíes, hasta llegar a la venta de hoja de coca (entera, machucada, mezclada con otros sabores desde maracuyá hasta chocolate). Su hija también tiene un puesto en el mercado.

“Si una llega a ser maestra mayor es para salir en defensa del mercado, tiene que saber coordinar, conocer las leyes, tener tiempo y dialogar con las autoridades para que nos hagan caso”. En el mercado de Ciudad Satélite hay una votación anual para elegir a la representante, su estatuto establece 50% + 1 para ser nombrada.

“Llamé al Comandante de la Policía para ver temas de seguridad ciudadana. Estamos queriendo comprar cámaras para el mercado. Y también hay que arreglar las ventanas, arreglar las puertas, hasta el piso hay que controlar”.

En la ciudad de El Alto hay 55 mercados registrados ante la Alcaldía; Villa Dolores, Santos Mamani y Ciudad Satélite son los mercados pioneros alteños. 

Las ahora secretarias generales coordinan directamente con autoridades municipales, departamentales y nacionales. Gestionan ingresos para el mercado, administran los recursos, aprueban las refacciones, establecen normas de convivencia, cobran multas a los vendedores infractores, entre otras funciones.

Terminó su recorrido diario por el mercado: controló que todas las vendedoras utilicen el uniforme —chaleco, boina, mandiles, barbijos—, verificó que en los puestos haya alcohol para desinfectar las bolsas que entregan y para aquellos que no cumplan, llega la multa. Mientras recorría el mercado, dejó su puesto a cargo de otros jóvenes, entre ellos estaba su yerno.

“No se recibe ningún sueldo por ser secretaria general”, asegura Basilia, madre de seis hijas y un hijo, todas con estudios universitarios.

“Nosotros comenzamos hace más de 30 años vendiendo en las ferias que se instalaban en la zona Sur, por donde hoy es el colegio Loretto, en Obrajes, y los sábados íbamos a vender al mercado Rodríguez, y los domingos vendíamos en Achumani, en la calle 15. Con esas compañeras fundamos el mercado Achumani un 23 de noviembre de 1991”, asegura Basilia reelegida, por segunda vez, en 2021 como secretaria general.

El motivo principal de su reelección: continuar con la solicitud de usufructo por 10 años más ante la Alcaldía de La Paz. “Sigue en trámite, y cuando salga el documento del Concejo Municipal empezaremos con las refacciones, queremos hacer algo grande”.

En el mercado de Achumani hay 116 afiliadas en siete sectores: tiendas, abarrotes, carnes, galería, comedor, verduras y varios. Y es uno de los 80 mercados de abasto municipales paceños.

“Tenemos que hacer respetar el mercado, convocar a asambleas, cumplir con la rendición de cuentas, entre otras cosas”, dice Basilia. Su tienda está abierta todos los días de siete de la mañana a diez de la noche, y calcula que en algún momento sus hijas asumirán la administración del lugar.

“Con mi esposo hemos empezado del suelo, y con mucho trabajo nos fue bien”. La pareja durante un tiempo fue dueña de un supermercado en la zona de Achumani (Raul’s). Actualmente mantiene su tienda de licores, cosméticos, productos de limpieza, refrescos y otros productos.

Cada mercado tiene su particularidad, cada maestra mayor es diferente como Marina, Basilia o Susi, pero su finalidad no cambia. Ellas tienen que mantener el orden dentro de los mercados, buscar beneficios para la mayoría de las vendedoras, defender el espacio colectivo por encima del individual. 

Puede que con el tiempo, las maestras mayores (como nombre) desaparezcan, pero está claro que son mujeres exitosas que continuarán como el rostro vigoroso de los mercados.

FOTOS: CLAUDIA FERNÁNDEZ V.

‘Seré la donante’

En Bolivia unas 5.300 personas tienen enfermedad renal crónica etapa 5. Uno de ellos era Tito, quien recibió un riñón de su hija Abigaíl

/ 20 de junio de 2022 / 11:35

Son dos litros de agua diarios que bebe —nada fuera de lo común para una vida saludable—, cuida su cuerpo evitando levantar grandes pesos; la herida necesita algo de tiempo para cicatrizar. Se realizó un control médico a los seis meses de la operación donde confirmaron que “todo está muy bien”. Esos fueron los únicos cambios que tuvo que asumir luego de ingresar al quirófano, decisión que la resume como un acto de amor.

“Yo entré a la una de la tarde y salí más o menos a las cinco y media. Mi papá entró a las cinco y media y estuvo hasta pasada la medianoche”. Es Abigaíl, madre, hija, hermana, esposa, donante y mucho más. Hace siete meses fue operada, en una cirugía donde donó voluntariamente  —sin presión, sin dinero de por medio, ni extorsión— uno de sus riñones. El receptor; su padre, el señor Tito.

Era 2016 cuando Tito Flores, técnico en computadoras y quillacolleño, desembarcó en Tarija, listo para comenzar otra etapa en un terreno que compró para construir su nueva casa, pero los planes cambiaron. Una insuficiencia renal lo llevó de regreso a su querida Cochabamba. El diagnóstico fue confirmado: tenía insuficiencia renal en etapa 5.

Y así comenzaron las hemodiálisis. “Cuatro horas, tres veces a la semana en una cama sin moverte, eso también hace que tu cuerpo se canse. Ahí veía algunos compañeros que gritaban, lloraban, que no podían resistir las cuatro horas de diálisis”, con un cuerpo debilitado, menos 21 kilos, la vida laboral de Tito se esfumó.

Los médicos informaron que sus riñones no iban a mejorar, y en medio de los controles y visitas a los hospitales entró en escena la palabra donación. “Nos dan la idea de que de una vez nos inscribamos para estar en la lista de donaciones para que mi papá pueda recibir un trasplante de un donante cadavérico. Hemos tenido paciencia ya que durante dos años mi papá continuó con las diálisis. Y mientras esperábamos, era muy doloroso verlo”, comenta Abigaíl.

El orden de la lista de espera está fijado por varios criterios: la compatibilidad con el potencial donante, grupo sanguíneo, edad del paciente, entre otros, y a la cual actualmente 150 pacientes quieren ingresar, y para eso necesitan cumplir con los protocolos o en algunos casos actualizarlos. 

“No toda persona que muere puede ser donante. En realidad solo aquella persona que tiene muerte encefálica. Esa es una de las condiciones fijadas por ley, pues hay muertes diariamente, pero por diferentes causas. La particularidad en estos casos es que el personal de salud tiene que notificar al Ministerio de Salud cuando hay un donante cadavérico”, explica Soledad López, médica y encargada del área de Trasplante del Programa Nacional de Salud Renal. Además de cumplir esa condición, llega otra; que los familiares del fallecido, en medio del dolor, autoricen la donación. Acortar la diferencia entre el número de personas que necesitan un órgano y aquellas que sufren una muerte encefálica es una misión complicada.

“Sin donante no hay trasplante, entonces tenemos que trabajar por ambos lados para promover los trasplantes, pero ahora es importante la concientización de la población para la donación voluntaria”. Aquellos que desean ser donantes se pueden registrar en los Servicios Departamentales de Salud (Sedes) o en la página del Ministerio de Salud (Registro Renal).

Cuando hay un donante cadavérico es importante la confidencialidad, tanto del receptor como del donante, porque la divulgación de sus datos puede traer “consecuencias negativas”, por un lado con los familiares de los donantes ya que puede interferir en su “proceso de duelo y generar falsas ilusiones acerca de que su familiar fallecido está vivo en otra u otras personas y generar vínculos que puedan estar basados en la negación de la muerte”. Por otro lado, en relación con las personas trasplantadas puede afectar y perjudicar el proceso de adaptación a su órgano o tejido trasplantado y “generar sensaciones de culpa o de deuda hacia la familia del donante”, como recomienda la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

“En Bolivia tenemos aproximadamente 5.300 pacientes con enfermedad renal crónica etapa 5 que se encuentran en una terapia de sustitución renal por hemodiálisis, de los cuales 3.300 son pacientes del Sistema Universal de Salud (SUS). Esto se está realizando en hospitales públicos y privados de convenio”. El programa ofrece a los enfermos renales que no se encuentren afiliados a una institución de seguridad social de corto plazo o que no cuente con ningún otro tipo de seguro de salud, la posibilidad de acceder a un trasplante gratuito.

Lazos. La familia Flores Urbano. Sentado a la derecha está Tito y arriba a la derecha posa Abigaíl

La donación también puede realizarse con un donante vivo, cumpliendo los requisitos: tener hasta un cuarto grado de consanguinidad con el receptor o cónyuge, buen estado de salud, compatibilidad, entre otros.

“Agarré a mi esposo y a mi hija y les dije: ‘Nos vamos de vacaciones a Tarija’ y allá les doy muy animada la noticia que seré yo la donante. Desde el principio tenía fe en que todo iba a salir bien y que sería positivo. Hablé con la visitadora social, la psicóloga, psiquiatras y después empezamos todo el protocolo que ha durado casi ocho meses. Gracias a Dios, paso a paso que dábamos todo era positivo, todo encajó”, recuerda Abigaíl.

Tito, al enterarse de la decisión de su hija, la rechazó. En ningún momento se le cruzó por la cabeza que algunos de sus hijos sean donantes y menos de él. “No quería porque es bastante joven, tiene una hija y un esposo”. Hasta que la información llegó; que no tendría consecuencias. Una ida y vuelta de amor, donde había más protagonistas: una familia que acompañó la decisión y despejó los miedos y dudas.

 La historia diaria está llena de entregas de padres o madres hacia sus hijos, pero también hay ejemplos de grandes generosidades de los hijos hacia sus padres. La de Abigaíl es una de ellas.

El 28 de noviembre de 2021, Tito y Abigaíl ingresaron a quirófano. 

FOTOS: TITO FLORES Y MINISTERIO DE SALUD

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Rodolfo Renato Vázquez, el coleccionista de Los Beatles

En Buenos Aires, Argentina, está el Museo Beatle, espacio con más de 11.000 artículos relacionados con los cuatro de Liverpool

Por Claudia Fernández

/ 16 de enero de 2022 / 20:25

En la parte superior izquierda — con una tipografía creada por Charles Front— se lee: “Rubber Soul”. El disco guarda The Long and Winding Road (El camino largo y sinuoso), la balada preferida de Rodolfo Renato Vázquez (64), dueño de la colección más grande del mundo — que ha sido dos veces avalada por los Guinness World Records— de artículos de Los Beatles.

“Siempre me emociona esa canción, y cuando la escucho, sea la versión que fuera, me pasa lo mismo. Me transmite algo”, dice a ESCAPE, Vázquez desde Argentina.

Autógrafos originales de John Lennon, cheques firmados por Paul McCartney, fotos con Ringo Starr, cartas de la hermana de George Harrison y la discografía de la banda son algunos tesoros de su colección, que llega a más de 11.000 artículos.

Las colecciones nunca terminan. A diferencia de sus inicios —cuando Rodolfo era un niño de 10 años— hoy es más exigente con los productos que busca por cada rincón que recorre. Su ímpetu de coleccionista no decae, por tanto su colección no muere.

“Cuando se separaron Los Beatles el sueño no había terminado, siempre había la esperanza de que se volverían a juntar, pero con la muerte de John Lennon se acabó esa esperanza”, comparte Vázquez. En ese momento de tragedia decidió convertirse en un coleccionista de la banda con la mirada en guardar un capital cultural para las generaciones futuras.

FIRMAS. Entre las joyas del museo están las firmas de John Lennon (izquierda) y Ringo Starr (derecha).

Bienvenidos a The Cavern

Cada 16 de enero, la beatlemanía —o al menos un grupo de estos fanáticos— recuerda el Día Internacional The Beatles, en honor a la inauguración del club de jazz The Cavern, aquel escenario escondido en el sótano de un edificio en el centro de Liverpool, Inglaterra; un espacio utilizado por las nuevas bandas. En ese club la banda inglesa estrenó su música.

Otro grupo de seguidores reivindica el 10 de julio (fecha cuando Los Beatles retornaron de una exitosa gira estadounidense en 1964)  para homenajear al fenómeno musical que vendió solo con su décimo disco The White Album (1968) 24 millones de copias. Y hay otro grupo que celebra todas las fechas; porque siempre es lindo recordar a Los Beatles.

No es necesario cruzar el océano para sentirse cerca de la banda. La única filial del Cavern Club de Liverpool se encuentra en la avenida Corrientes, Buenos Aires, Argentina, y en ese lugar se encuentra el Museo Beatle —uno de los dos museos en el mundo dedicados a Los Beatles—. El otro museo está en Inglaterra, The Beatles Story, un museo en Liverpool ubicado en Royal Albert Dock .

Más de 2.000 artículos de la colección de Rodolfo se encuentran en exhibición en el repositorio que se inauguró en enero de 2011 y que coincidió con la llegada del ex Beatle Ringo Starr a Argentina.

“La colección incluye revistas, libros, periódicos, partituras, carteles, autógrafos, fotografías, videos, discos, material promocional, pases de escenario, programas, entradas para conciertos e incluso figuras de tamaño natural de los cuatro integrantes de la banda”, describe con entusiasmo Rodolfo.

Uno puede disfrutar de las nuevas versiones musicales que dejaron Los Beatles en el Club de la Caverna; recorrer la azotea de Paul McCartney (un espacio al aire libre para comer), conocer la sala George Harrison o la sala John Lennon. Y también se puede recrear la portada del disco Abbey Road, publicado en 1969, y que continúa entre los 200 discos más vendidos de la historia, según la lista de los Billboards 2021.

“Un día estaba en mi casa y me avisaron del Museo Beatle que estaban los músicos y el mánager de Ringo Starr, y claro que fui volando a verlos. Ahí me invitaron a ir a los camarines porque Ringo quería conocer al loco que tenía un museo de la banda. Sabía del museo por una nota que salió en un periódico estadounidense. Fue maravilloso verlo”, recuerda Vázquez sobre el encuentro que tuvo con el mítico exbaterista del grupo inglés en el Luna Park.

La locura que siente por su banda lo llevó a escribir libros sobre The Beatles. “Estoy armando una colección; el primer libro es sobre la bibliografía, desde su primera publicación hasta el año 2012. Luego está la segunda parte de ese tomo. Tengo otro libro sobre la cinematografía de la banda y el último que saqué, Diamantes en el paraíso, es sobre un encuentro entre Lennon y Harrison en el cielo, y a través de anécdotas van relatando la historia de Los Beatles”.

La gran magnitud e importancia de esta colección han sido reconocidas por los récord Guinness.

El Museo Beatle es visitado por turistas de varias nacionalidades, fanáticos y estudiantes que escucharon muy poco de la banda; ahí aprenden la historia de Los Beatles, cantan y practican los acordes, dibujan, juegan y realizan manualidades sobre la banda de rock más importante de la historia de la música contemporánea. “Los chicos salen enamorados de la banda, y conocen también cómo era en la década de los 60, cómo eran los discos de vinilo”.

A 58 años de multitudes descontroladas que perseguían a Los Beatles, de aquellas locuras que cometían los fanáticos para ver de cerca a la banda y no han sido superadas por ningún otro fenómeno musical, la beatlemanía continúa, a su estilo, con seguidores de todas las edades, con estrenos de documentales en plataformas de streaming y millones de  descargas en Spotify. 

“La música que han hecho Los Beatles es maravillosa, su magia, su poesía, sus canciones, y hoy en día continúan transmitiendo esa magia”, finaliza Vázquez, el coleccionista de Los Beatles.

FOTOS: MUSEO BEATLE

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La casa de los prisioneros paraguayos en Quime

Durante la Guerra del Chaco (1932-1935), esta población paceña recibió a los presos en la blanca casa de Teodomiro Urquiola

Por Claudia Fernández

/ 10 de enero de 2022 / 10:17

Cayeron en poder del enemigo; 18.000 bolivianos prisioneros en Paraguay, 2.500 paraguayos en Bolivia. Un grupo de “pilas” —como eran llamados los paraguayos durante la Guerra del Chaco (1932-1935)— llegó hasta una casa blanca de estilo republicano de dos plantas con puertas y ventanas azules, terrazas y patio interior. Era la casa de Teodomiro Urquiola, diputado en dos períodos (1931-1936), quien ofreció ese espacio al Ministerio de Guerra para confinar a los prisioneros.

Los nuevos huéspedes estaban en Quime, provincia Inquisivi, en La Paz. En un valle interandino con una temperatura media de 18 grados; en medio de montañas, con vertientes cristalinas y eucaliptos, muy cerca de la mina Caracoles y a 232 kilómetros de la ciudad capital paceña.

Habían caído durante la batalla de Kilómetro 7 (que se extendió hasta febrero de 1932) y habían sido trasladados en camiones. En el pueblo se habla que durante esa época llegaron más de 100 prisioneros, luego de los enfrentamientos que levantaron la moral de las fuerzas bolivianas. Otros prisioneros cayeron después, y fueron a los Yungas, a la ciudad de Cochabamba, a Capinota y Tarata.  

La mayoría de los prisioneros paraguayos fueron capturados durante la batalla de Cañada Strongest en mayo de 1934. “Cerca de 1.500 militares paraguayos, entre oficiales, suboficiales y soldados (la tropa), cayeron, y resaltó la cantidad elevada de oficiales, 67 en total”, explicó Oscar Córdova Ortega durante la conferencia Reminiscencias de la Guerra del Chaco.

A metros de la plaza principal de Quime, donde destaca la réplica del reloj londinense Big Ben en la torre de la parroquia Santiago, está la plazuela Urquiola, rodeada de casas de estilo republicano de las familias fundadoras del pueblo (Urquiola, Sarmiento, Garfias y Buezo, entre otras). En 1860, en este lugar fue construida la casa que alojó a los prisioneros paraguayos. Hoy las ventanas están rotas, las paredes desgastadas por los años, hay muros por caer, algún grafiti y se siente el olor a sangre.

El espacio actualmente es utilizado por los matarifes para faenar, hasta que las autoridades de la Alcaldía de Quime, junto con los pobladores, decidan si refaccionarán la vivienda para fines turísticos o si el inmueble será demolido para la ampliación de la plazuela Urquiola.

POBLACIÓN. La réplica del Big Ben, al fondo, destaca en la plaza de Quime.

Durante 1933, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) visitó a los prisioneros en Bolivia y Paraguay. “Al llegar a Bolivia, el 1 de julio, los delegados del CICR se reunieron con representantes del Gobierno y del Estado Mayor del Ejército, así como con colaboradores de la Cruz Roja boliviana. Con estos interlocutores, establecieron un itinerario. En 22 días visitaron a 137 detenidos paraguayos en 6.000 kilómetros de recorrido”, describe el informe del CICR. Esto, a pesar de que ni Bolivia ni Paraguay eran partes en el Convenio de Ginebra de 1929 sobre el trato debido a los prisioneros de guerra.

“Al finalizar la misión, los delegados proponen a los dos gobiernos ciertas mejoras de las condiciones de detención de los prisioneros de guerra, que, en general, se llevan a cabo. Asimismo, proponen la repatriación de los heridos y los enfermos. Se acepta esta propuesta y, el 23 de julio de 1933, el Gobierno paraguayo organiza la repatriación de 26 prisioneros de guerra bolivianos. Y el 22 de agosto, las autoridades bolivianas efectuaron la repatriación de 14 enfermos o heridos paraguayos”, detalla el documento, aunque su trabajo no iba a terminar ese momento.

Durante 1934, el conflicto entre Bolivia y Paraguay se acentuó y el número de prisioneros de guerra aumentó. El CICR decidió enviar una nueva misión para verificar la situación en la que se encontraban. En Quime, los prisioneros paraguayos trabajaron en la construcción de la carretera Quime-Inquisivi —vía que conecta al municipio con los Yungas hacia la izquierda y con Cochabamba hacia la derecha — , abrieron los túneles que van hacia la mina Caracoles y se dedicaron a la cosecha de maíz para enviar a los soldados bolivianos que estaban en el campo de batalla.

Los otros prisioneros paraguayos construyeron kilómetros de la carretera La Paz Coroico —conocida como la “Carretera de la Muerte”—, trabajaron en los cimientos del estadio Félix Capriles en Cochabamba y en la expansión de la laguna Alalay como reservorio de agua.

En la nueva misión de la Cruz Roja se firmó un acuerdo con los dos gobiernos para la repatriación de los prisioneros heridos y enfermos. La operación se realizó en mayo de 1935, y 135 bolivianos y 22 paraguayos retornaron a sus hogares.

CONSTRUCCIÓN. La casa de dos plantas y puertas y ventanas de azul añil albergó a prisioneros.

El cautiverio terminó.

Tras la aprobación del protocolo de armisticio del 12 de junio de 1935, “los beligerantes procederán a la repatriación general de los prisioneros de guerra, sin que se necesite la intervención del CICR”, así establecía el acuerdo. Los prisioneros retornaron a su tierra y quedó como testimonio la casa blanca en el centro de Quime, en una de las calles donde cada domingo se instala la feria del pueblo, ese lugar que posteriormente fue declarado como “patrimonio histórico” por ordenanza municipal en 2009.

“El señor Teodomiro Urquiola falleció a los 59 años en 1952; pocos años antes había sido nombrado ‘Hijo Predilecto de la Provincia Inquisivi’”, describieron los quimeños Rubén Urquiola Sarmiento y Daniel Urquiola Selaez.

ACUERDO. Autoridades locales con el delegado de la Cruz Roja, M.E. Galland (derecha).

Pasaron 86 años del cese de hostilidades de la Guerra del Chaco, y en Quime recuerdan a los bolivianos que fueron a la batalla, como también a los prisioneros paraguayos que llegaron, las historias que contaban los abuelos del “buen trato que recibieron los paraguayos siendo prisioneros de guerra”. Aunque en la memoria de los pobladores no está presente si los paraguayos tuvieron familia en Bolivia, solo recuerdan que el esposo de Lidia Gueiler era “un prisionero paraguayo que no vivía en la casa de Quime”.

“La casa de los prisioneros actualmente pertenece a la Alcaldía de Quime y es una referencia nacional por su valor arquitectónico y tiene valor histórico por ser el albergue de los paraguayos”, aseguró Marleny Mamani, directora de Turismo y Cultura de la Alcaldía.

El municipio, además de historia, ofrece opciones turísticas. “Por los pisos ecológicos que se tienen, hay diversidad de actividades para hacer. Están las aguas termales, la ruta del Eucalipto, que no solo es turismo, sino también es un tema de salud, se puede conocer la procesadora de aceite de eucalipto por sus propiedades. También está la ruta del Oso Jucumari, el recorrido por la mina Caracoles, se puede hacer senderismo y visitar las lagunas”, mencionó Mamani. Y cada 25 de julio se realiza la festividad en honor al Apóstol Santiago.

FOTOS: ARCHIVO CICR Y CLAUDIA FERNÁNDEZ

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Pasamontañas; la identidad de los ‘lustras’ paceños y alteños

Cerca de 3.000 personas se dedican a lustrar calzados en La Paz y El Alto. El pasamontañas protege sus identidades y los destaca como una comunidad

/ 2 de enero de 2022 / 17:41

“Las botas solo a tres bolivianos, a tres, a tres”, corea un hombre con pasamontañas, chaleco y una caja para lustrar calzados en la plaza Murillo, tiene que aprovechar que el cielo empieza a despejarse, con el clima “loco” paceño no sabe cuándo volverá a llover y tiene que asegurar el ingreso del día. Una mujer, luego de unos minutos de escucharlo y mirar sus zapatos, aprovecha la oferta.

“En época de lluvias no hay ingresos y peor cuando son vacaciones y pandemia”, dice Esther Valero, paceña y lustracalzados. “Cuando empieza a llover saco de mi mochila ponchillos para vender, o ayudo a cargar bolsas de mercado. Uno tiene que hacer varias cosas”.

Valero es una de las —aproximadamente— 3.000 personas que tiene como oficio lustrar calzados en La Paz y El Alto, y, a diferencia de otros “lustras”, ella prefiere mostrar el rostro mientras trabaja en la calle Figueroa, en la zona Norte paceña. A sus 48 años, el estigma social que aún pesa sobre la colectividad antes llamada lustrabotas no le afecta. Valero tiene una postura muy clara ante las críticas; “es un trabajo como cualquier otro”.

Aunque el uso del pasamontañas va más allá de proteger la identidad individual en una actividad devaluada y discriminada, o de protegerse del frío, viento y polvo, este anonimato derivó en una característica de la colectividad, un símbolo de los lustracalzados paceños y alteños que les permite distinguirse como grupo social.

“El uniforme de mi asociación es un pasamontañas azul, yo lo utilizo como gorra, y a veces me pongo para explicarles a los turistas sobre su uso”, explica Valero.

La pandemia les obligó a ampliar sus búsquedas laborales a otros sectores como albañilería, construcción, limpieza, pintura, venta de artículos, y otros ingresaron al gremio de los cargadores. “Teníamos que buscarnos la vida”, expone Esther.

Son pocas las mujeres que se dedican a lustrar calzados, esta doble condición trae el doble de prejuicios y dificultades. “Cuando empecé era un mundo de varones, y mi esposo me pedía que vaya a trabajar con alguna de mis hijas, me costó hacerle entender que era solo trabajo. Mis hijas crecieron en guardería, yo no tenía a mi mamá para que las cuide, era complicado”, menciona Esther, madre de cuatro hijas (una de ellas profesional y las otras estudiantes), y miembro de la Asociación Alpaflor, agrupación que reunía a los “lustras” que ocupaban el antiguo pasaje de las Flores en el centro paceño.

Los lustracalzados  —como sucede en otros oficios— no tienen seguro social, aguinaldo, ni jubilación, aunque Esther destaca que ser dueña de sus horarios le permitió “salir del trabajo cuando necesitaba” para llevar a sus hijas al médico o participar en algún evento importante.

“Mi padre vendía crema de calzados y yo le ayudaba a vender en la Pérez Velasco. Tenía 24 años, y en esa época (1997) ahí estaba la asociación más grande de ‘lustras’, eran como 200, y se llamaba Alperez —actualmente Alpaz—. Ellos se reunían para hacer sus estatutos, sus reglamentos, y mientras se reunían me pedían que me quede en la plaza San Francisco para trabajar; me prestaron un chaleco y una caja. Ahí aprendí a lustrar con caja ajena”.

Esther tiene dos cajas con betún negro y otro café, diversos cepillos para limpiar el polvo de los zapatos y trapos para sacar brillo, y pertenece al Hormigón Armado, una organización multisectorial que reúne a lustracalzados en diferentes actividades, como la venta del periódico bimensual El Hormigón, y ofrece capacitaciones en temas de salud, violencia, trata y tráfico.

“También soy guía de un Tours Popular para turistas; los llevó por el cementerio, visitamos el mercado de las Flores, mercado del Pescado, recorremos conociendo todo hasta la Max Paredes, eso cuando me llaman”, menciona Esther. Según la organización Hormigón Armado, el tour dura 3,5 horas de recorrido a pie y cuesta 80 bolivianos por persona, y el 90% del costo va al guía/lustrabota con reserva previa al contacto 71591042.

ESTHER VALERO ES UNA DE LAS POCAS MUJERES EN LA PAZ QUE TRABAJA DANDO BRILLO A LOS CALZADOS

Los héroes del brillo, como fueron fotografiados por el uruguayo Federico Estol, se mueven por diferentes zonas. En San Miguel, en la zona Sur de La Paz, trabaja Edwin, de 24 años. “En esta zona, por la pandemia y época de lluvias, las personas se ponen zapatos de goma o zapatillas deportivas, así que no hay mucho trabajo. Tenemos que buscar opciones. Yo vendo El Hormigón a 10 bolivianos o un disco de hip hop que grabamos con los compañeros a 20 bolivianos, y donde cantamos sobre nuestras experiencias”. Uno de sus representantes musicales es el Lustra MC, lustracalzados y compositor que escribe sobre la lucha contra la violencia hacia la mujer y la vida cotidiana del colectivo.

Edwin, nombre convencional para no ser identificado, usa pasamontañas  desde que cumplió siete años. La apretada economía de la familia lo llevó a dedicarse al oficio. “Por día se necesitan 30 bolivianos para comer, para pasajes”. El joven divide su tiempo entre el trabajo y el estudio en la universidad. “Algunos compañeros se portan mal y por ellos todos pagamos, por eso uso pasamontañas para no ser identificado y también por tradición porque somos los únicos en el mundo que nos cubrimos”.

Los investigadores Antonella Scarnecchia y Robin Cavagnoud, autores de Los chicos lustracalzados de La Paz: el uso del pasamontañas como forma de máscara y símbolo de identidad, Bulletin de l’Institut français d’études andines (2013), concluyeron que “la máscara usada por los niños y adolescentes, a través del pasamontañas, en el marco de su actividad económica, es un objeto que los encubre en un anonimato colectivo. Por lo tanto, lleva una dimensión doblemente protectora: preserva la propia individualidad y, al mismo tiempo, crea una colectividad”.

Esta colectividad, los lustracalzados del Hormigón Armado, amplía sus ingresos expandiendo sus oficios e inicia el 2022 vendiendo un calendario a 30 bolivianos. “Está bueno, y cualquier compañero tiene ejemplares para vender. Anímense”, dice Edwin.

El cielo empieza nuevamente a nublarse.  Edwin quiere aprovechar estos minutos en que no caen las gotas para sacar brillo a la mayor cantidad de zapatos y, antes de irse, desea un buen año para todos.

FOTOS: ARCHIVO HORMIGÓN ARMADO Y FEDERICO ESTOL

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Eusebio Choque, el artista emblemático ‘de las espaldas’

El artista paceño ha encontrado una veta de expresión para su trabajo pintando los diversos textiles andinos

/ 27 de diciembre de 2021 / 08:52

Desde que empezó a pintar tuvo un objetivo: “Que primero conozcan las obras y luego al artista”, y eso sucedió. Cada vez que solicita un espacio para exponer sus cuadros, lo identifican rápidamente. “Es usted el de las espaldas”, le dicen refiriéndose a las pinturas de fondo oscuro y tejidos andinos de colores llamativos en personas sin rostros que se convirtieron en su característica, en su ajayu artístico que lo llevó, por ejemplo a inicios de diciembre, al Museo de Arte Internacional Sunshine en BeijingChina, donde expuso junto a Rina Mamani y Leo Calisaya, o muestras por Nueva York y Ecuador. Eusebio Choque Quispe es el artista que tiene una “mirada a lo nuestro”, el hombre “de las espaldas”, y quien encontró un impulso pandémico en los barbijos pintados a mano.

Los viajes para Eusebio (La Paz, 1962) comenzaron antes de convertirse en uno de los artistas bolivianos emblemáticos del arte contemporáneo. “Con mi papá siempre viajamos en camión a las provincias, íbamos a vender zapatos nuevos. Mi papá era zapatero y su mercado era en el área rural, y lo acompañaba porque yo era el hermano mayor o tal vez el preferido”, recuerda Choque.

Esos viajes por trabajo con papá habían trazado la línea artística más importante de Choque, aunque la descubriría varios años después. “Yo no necesito penetrar en el área rural, yo pertenezco al área rural, puedo saborear su riqueza. Y en esos viajes vi a mi gente y así nació la idea de poder retratarlos, pero lo que más me llamaba la atención eran sus vestimentas, sus tejidos. Con eso busqué un horizonte”.

Antes de llegar a la pintura, Eusebio Choque, cerca de cumplir 60 años, pensó en ser camionero, luego —y gracias a su habilidad con las matemáticas— ingresó a la Facultad de Ingeniería. Mientras estudiaba en la universidad, la crisis económica de 1982 obligó a su familia, compuesta por siete hermanos, padre zapatero y madre fabril, a separarse. “La hiperinflación de la UDP nos carcomió, nos marcó como familia y tuvimos que dispersarnos para de alguna forma sobrevivir”.

En esa búsqueda por la vida, llegó a una iglesia salesiana que ofrecía cursos gratuitos de sastrería, contabilidad, y donde escuchó la frase de una monja que cambió su rumbo. “Dibujas bien, lo que tienes dentro tuyo es arte. Eso deberías estudiar”.

Algunas de las piezas pictóricas 

Foto: Claudia Fernández

Foto: Claudia Fernández

Foto: Claudia Fernández

Foto: Claudia Fernández

Fue así que Choque, motivado, ingresó a la Academia de Bellas Artes en la ciudad de La Paz en 1984. “En las mañanas dictaba clases de matemáticas a los niños que iban a la iglesia y que no podían ir a la escuela, o para aquellos que necesitaban cursos de apoyo. Me pagaban por dictar clases, entonces me dio la opción de estudiar en la tarde y con el dinero me pagaba mis estudios”.

Cuando termina la especialidad en Escultura y el curso de Pintura Mural con el maestro Ponciano Cárdenas, enfrenta otra nueva y complicada etapa, que sus obras sean conocidas. “En la galerías no me daban espacio porque recién estaba empezando y por mi temática. Cuando me gradué de la Academia las monjitas me despidieron, me dijeron ‘ya tienes un arma, ahora dedícate a lo que has estudiado’, y comencé realizando murales en las iglesias sobre María Auxiliadora, Don Bosco; en fin, realizaba diferentes cuadros”.

Eusebio pasaba horas en su taller pintando bodegones con contrastes entre sombras y colores, trazó figuras hasta encontrarse con la “supremacía de su obra, los tejidos”, como Choque describe a su estilo. Esos tejidos que en el mundo andino son un lenguaje que distingue regiones, épocas, imaginarios, símbolos.

Toda esa fuerza busca reflejar en cada lienzo y artículo que vende en la galería Sumaya en la calle Linares, en La Paz. “Busqué distintos materiales para trabajar; el óleo me parecía muy pesado, tenía que sobreponer el color y la sombra, y se me ensuciaba. Luego trabaje con lápices de color, con bolígrafos, y preguntando llegue a los pasteles”, dice Choque. 

“Cuando hice la primera exposición de tejidos; de las 40 obras, 30 fueron vendidas y eso me motivó más. Entonces empecé a viajar más a Potosí, Cochabamba y Oruro para reencontrarme con la riqueza de los tejidos”.

En 2020, Eusebio descubrió junto a sus cómplices: sus cuatro hijos y Rosario Callisaya, su esposa y encargada de la tienda, un nuevo impulso para continuar en la pandemia, empezaron a diseñar y pintar barbijos. “Son pequeñas obras de arte que se llevan en el rostro y que enviamos a Europa para que se conozca la temática andina”.

Los barbijos pintados a mano mantienen la esencia de Choque y los detalles en la variedad de tejidos y sombreros que hay en Bolivia, desde chullus coloridos hasta borsalinos, pasando por las polleras y chaquetas.

“El horizonte está abierto, no sé si es por el constante trabajo que realicé, pero siento que fui un aporte a la sociedad para desempolvar nuestra cultura”, finaliza Choque.

FOTOS: CLAUDIA FERNÁNDEZ

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