Vinilo
Imagen: El Papirri
Imagen: El Papirri
CH’ENKO TOTAL
Un amigo llamado Carlitos llevó unos CD y DVD míos a la tienda de su amigo para dejarlos en consignación. Pasaron varios meses y un día que estaba sin billete decidí buscar al amigo de mi amigo que ojalá se vuelva mi amigo también. Llegué apenitas viendo la dirección de watsap que mandó Carlitos en texto enredado, se trataba de una casa esquinera en Miraflores donde funcionaba un café que olía a pan fresco. Ingresé al café, salió un joven, le pregunté si aquí había una tienda de discos. “Sí —dijo—, es de mi hermano, suba por allá, doble y siga subiendo, se encontrará con la tienda”. Llegué a la tienda, salió un joven cuarentón melenudo con su cangurito de Metálica, pinta de rockero miraflorino, es que en el Miraflores profundo hay un mundo de rockeros interesantes. “Papirriii”, dice y me abraza cariñoso. Ingresamos a un cosmos de discos de vinilo esparcidos con cierto orden. La escena me lleva al San Telmo porteño, hace dos años, ingresamos a una tienda que solo vendía discos de vinilo, los miré con nostalgia, los precios eran de ganga, sin contar el hermoso disco de Fito en versión LP recién salido del horno que costaba unos 20 dólares. Era hace dos años, no compré ninguno, en ese momento el vinilo era una antigüedad difícil de transportar.
“Sentate, Papirri, ¿quieres un cafecito?”, preguntó amable el joven rockero Fernando. “No te preocupes, hermanito, vine a ver si vendiste algún disquito mío”. “¿Tienes el recibo?”, increpó con sus ojos chinitos. “Uta, no, hermano, el Carlitos lo tiene”, respondí cansado. “A ver, a ver”, dice mirando a su compu. Mientras revisa, veo un LP de Benjo Cruz, sello Lyra, Benjo, parado en la tapa con su poncho negro y rojo y su guitarra, parece un ángel mulato, hermoso joven mártir nuestro de la liberación nashonal, olvidado por la historiografía. “¿Cuánto cuesta?, le pregunto viendo la contratapa del disco que en el lado A contiene unos enganchados y en el lado B, seis canciones . “¿Quieres escucharlo? Ayer lo terminé de limpiar, tenía hasta chorros de cerveza el pobre vinilo”, dice el Fer quejándose como casera. Abre la tapa de su tocadiscos como si fuera una cuna, agarra el vinilo con el pulgar y el índice sin rozar los surcos. Antes de ponerlo en el plato lo limpia suave, obsesivo, como buscando algo, con su franelita amarilla le da fe. Entonces la aguja bandida hace sonar la voz única de Benjo Cruz como un prodigio sonoro en esta tardecita miraflorina que se enfría. Me impacta el timbre de la voz de Benjo, la actitud del joven cantor valiente, consecuente que Bolivia olvidó, algunos con intención, otros por desidia, ni una biografía. “Benjo tiene dos vinilos, el otro es muy difícil de conseguir, salió en edición limitada, como disco independiente”, dice el Fer con seguridad de coleccionista. “Eso está pasando con tu primer vinilo, Papirri, no se encuentra ya en el mercado. Hace un mes alguien quería venderlo en 500 bolivianos. ¡Uy, cará!, me asusto. “Che, hermano, contáctame pues con esa persona, es que no tengo mi primer vinilo, el Hasta Ahurita”. “Ah, ya pues”, dice volviendo a su compu. “Te cuento que hemos vendido un disco de 60A, tengo tres más que están allá”, señala un stand. Los alzo. “Me los vua llevar, hermanito, es que ya no tengo, pues”. “Ya, Papirri. Tengo una sorpresa para ti”, dice el bueno del Fer. Busca en un cajón y saca el LP Recordando a Don Andrés Chazarreta, disco RCA Víctor, 1963, siete canciones en el lado A, siete en el lado B. Allí encuentro El Barrilito, el gato al que le puse letra hace unos meses y salió en 60A. ¡Uy, cara!
— Hermanito, cuánto cuesta el de mi abuelito, pues.
— A 60 bolivianos.
— Propongo: me debes de un 60A, te lo cambio por el de Chazarreta.
—Ya, Papirri. Un gusto pues para mí, aquí vienen muchos coleccionistas, el otro día lo saqué nomás a uno hecho al jailas que dijo que nunca más comprará un disco tuyo porque eres un masista. Lo saqué rodando, hermano, estos giles qué se creen.
Entonces llega el cafecito, veo de reojo un vinilo de Atahuallpa que me transporta en ráfaga a un ropero /depósito de mi departamento paceño, creo que tengo ese LP, está allí, cerca al plato para vinilo medio votado y un amplificador, creo. ¿Los parlantes?… están sirviendo de portafloreros. Propongo: “Che, hermanito, ¿te animas a venir a mi casa y ver mi plato? Lo tengo medio abandonado. “¡Qué pasa, pues, Papirri, claro que voy!”. Entonces, nos despedimos, me saca una fotito con los DVD que aún quedan en consignashón. “Voy a poner la foto en el face para que compren tus discos”, sonríe.
Salgo de la tienda sin billete pero con un LP del abuelo a enfrentar una anochecida súbita y fría en el Miraflores del tango. Llegando a casa escarbo aquel ropero: en el fondo, patas arriba lo veo al plato; el amplificador sirve de cuña de algo. Los saco limpiando todo el polvo del olvido. Grave, che. Le mando fotos por watsap al Fernando. Quince días después llega el Fer a casa, revisa el plato y el amplificador, le saltan los ojos: “esto es una joya de equipo, lo voy a arreglar”.
Ayer apareció el Fer con los dos aparatos, sacamos las plantas de los parlantes, en el ínterin descubrí una caja con unos 40 vinilos míos de mí. Ningún link, carajo. El Fer hizo sonar aquella maravilla de combo. Fue como una resucitada. Un verdadero milagro sonoro. “Este LP de Wara es el Sojta, cuesta unos 100 dólares, Papirri, es también edición limitada, lo tienes nuevito, tienes que cuidar”, ordena con calma de coleccionista. Entonces aparece mi segundo disco, el LP Cuentacantos, está dedicado a mi ex, le limpiamos el polvillo, resucita y suena en grandes emociones la Imilla Burguesa. Resulta ser que ahora la mitad de mi sala está ocupada por el combo vinilo. La limpiada es lo más jodido, surco por surco. Me llega el arrepentimiento arcaico de San Telmo. El Fer cobró carito el arreglo, pero lo merece. Además me dejó el LP de Benjo Cruz a cambio de la consignashón. Hacemos pues buenos negocios, che. Pa qués decir.
(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta