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La cultura de la cancelación (dizque)

Altercado. Una broma ofensiva y una cachetada de revancha movilizaron durante toda la semana a las redes sociales

/ 4 de abril de 2022 / 15:56

El crítico de cultura pop Cristian Callejas abre el debate sobre la corrección política

Sobre el “chiste” del humorista Chris Rock a la esposa del actor Will Smith, Jada Pinkett, en la transmisión de los Óscar, unas opiniones, las primeras, justificaron la acción de un esposo defendiendo a su esposa como víctima de una broma insensible relacionada a un problema de salud; y es cierto, vivimos en 2022, en que ningún problema físico debería ser ingrediente para la burla. Pero, luego, con el pasar de los días comenzaron a surgir otros puntos de vista. Si hubiera sido  Jason Momoa, “Aquaman”, el que hacía la broma, ¿hubiera subido Will Smith a dar esa bofetada tan rápidamente o se la hubiera chupado en su asiento?

Jim Carrey fue de los que más ahínco le ha puesto a la opinión de que lo que ocurrió fue un claro caso de bullying donde alguien empoderado de la manera incorrecta hizo abuso de su inmunidad. De hecho, Carrey fue al extremo de comparar a Smith con Donald Trump, como dos déspotas que se sienten con derecho de hacer lo que quieran sin medir consecuencias. Y es cierto. ¿Dónde estuvo seguridad? ¿Dónde están las consecuencias de atacar a otra persona en televisión al vivo? Esta es la hipocresía de la cultura de la cancelación, donde alguien “querido” como Smith podrá seguir siendo parte del grupo y es Rock el que se la chupa por los siguientes años que ese video viva en las redes sociales y memes.

El año pasado, después de muchos rumores (y mucho dinero para desaparecer las notas en internet), el director de cine Joss Whedon finalmente fue expuesto como misógino déspota. Ese caso tenía por detrás un montón de historias que contó su exesposa y que la gente puso en duda porque Whedon era el creador de Buffy y un supuesto empoderador de mujeres. Fue solo por la unión de muchos actores —entre ellos Gal Gadot (Mujer Maravilla) y Ray Fischer (Cyborg)— que al fin los rumores se convirtieron en hechos. Pero siendo sinceros, tuvo que ser necesaria la queja de un actor hombre para que las personas decidieran escuchar.

La relación que tenemos con los artistas es casi como la que se genera con una pareja tóxica, donde cualquier acto malo es justificado, olvidado o minimizado en orden de poder seguir “enamorados”. Los comentarios transfóbicos, por ejemplo, de J.K. Rowling, no han hecho que disminuyan nada las ventas de sus libros de Harry Potter. No fue hasta que alguien decididamente villano como Putin se comparó con ella y la cultura de cancelación que la gente volvió a incomodarse: Putin no es Rowling en cuanto a popularidad, pero ambos tienen opiniones decididamente polémicas. Eso debería colocarlos en el mismo saco, pero ahí se aparece de nuevo la hipocresía de a quién cancelamos y a quién no.

En los últimos años ha surgido una variopinta cantidad de casos donde unos son juzgados y otros perdonados: Marilyn Manson fue expuesto como un abusivo de mujeres y finalmente empareja su apariencia malévola con actos que la gente puede decir: “lo sabía”. Pero Ezra Miller es otro famoso que no trata bien a fans femeninas y no hace ni unas semanas que estuvo en un nuevo caso de violencia, y sus fanáticas siguen amándolo y seguro irán corriendo a verlo en su siguiente película.

Doja Cat es un caso donde los propios fans funcionan como jueces de conducta y la artista debe replegarse y disculparse, sabiendo que depende de ellos para existir y vender. Y aunque pueda o no haber justificación a los comentarios que hizo sobre Paraguay, un comentario de un fan es real: esa misma actitud y ese mismo desprecio lo ponen los reguetoneros todo el tiempo y no hay un solo seguidor pidiendo la cancelación de ellos.

Estuvieron en la mira del público: la fallecida Sinéad O'Connor, el director Joss Whedon y la cantante Doja Cat

Esta doble moral no es nueva tampoco. El 3 de octubre de 1992 vive en la cultura pop porque es la noche en que la cantante irlandesa Sinead O’Connor decide mostrar, en un programa al vivo, la foto del papa Juan Pablo II y romperla en protesta de los abusos físicos que comete la iglesia contra los niños. La reacción del mundo fue cruel y desmedida. Jamás pudo volver a recuperarse, solo hay que ver el video que subió en YouTube en 2017 amenazando con suicidarse. A nadie le importó la razón por la que hizo eso, la destruyeron de inmediato. ¿Porque era mujer? ¿Porque era extranjera? ¿Porque hay reglas sobre temas religiosos que no deben cruzarse pero que sí se podían permitir en un video de Madonna de esa misma época, por ejemplo?

Nombres como T.J. Miller, Harvey Weinstein, Kevin Spacey, Bill Cosby, Andy Dick, R. Kelly, Steven Seagal y Bryan Singer, entre algunos, ya son sinónimo de veneno y han sido totalmente exiliados de la comunidad del entretenimiento. Pero aquí viene la razón de esta nota: ¿Juzgarlos y cerrarles puertas es suficiente? ¿Se puede realmente separar el arte del artista? Porque la realidad dice que las piezas que ellos han creado como artistas seguirán dándoles dinero mientras haya alguien que las reproduzca. ¿Y no es precisamente ese poder monetario lo que les dio impunidad de hacer lo que hicieran o salirse con la suya por más tiempo del que debieron? Porque Buffy seguirá existiendo, y seguirá siendo un referente de feminismo y de un personaje hecho para ser modelo de adolescentes. Pero ¿se debe ignorar que venga de una persona horrible y que usó estos conceptos para sacar provecho y abusar a otras personas? ¿No es mejor sacrificar la pieza, el personaje, el disco, la película, para sentar un ejemplo de que nadie podrá escaparse de las consecuencias? Que haya consecuencias de hecho, porque si destruimos la difusión de esa creación, entonces, cortamos los ingresos de estas malas personas.

Mi experiencia personal es esta: no veo ni veré Buffy, ni la recomendaré nunca. Cuando supe que Nicolás López, director chileno, tiene a ocho mujeres que lo acusan de acoso y abuso sexual, agarré mi copia de Promedio rojo y la boté a la basura. Lo mismo hice con unos dibujos que tenía de Alejandro Archondo. Lo hice porque siento que si yo tengo eso conmigo, en mi casa, es como si estuviera condonando las conductas despreciables de estas personas. El arte viene de alguien y no se puede obviar qué hace, qué dice, qué piensa. Si debe existir una cultura de cancelación, que le haga honor a su nombre y elimine todo lo relacionado a estos artistas que abusan de su posición y sea así una advertencia para cualquier otro que esté pensando en hacer algo reprobable.

FOTOS: INTERNET

Violencia y estereotipos de género

El publicista Cristian Callejas cuestiona los roles que cumplen los medios y la publicidad

Por Cristian Callejas Díaz

/ 9 de mayo de 2022 / 04:45

Hace 23 años los tiroteos en la secundaria de Columbine (Colorado, EEUU) dieron pie a una discusión polémica en su momento: ¿el contenido de la cultura pop influye en las acciones de los jóvenes? ¿Las películas, los videojuegos, la música fomentan y crean ideas peligrosas en las mentes que están formándose?

Como publicista, cada tanto llega a la agencia donde trabajo un pedido que no se trata solo de vender un producto, sino que es de alguna ONG que busca crear un mensaje de impacto en la sociedad. Hace unas semanas llegó un brief así, que trataba sobre buscar concientizar sobre los estereotipos de género en la publicidad y en los programas de televisión.

Este proyecto de ONU Mujeres pedía que las agencias propusieran ideas para sacar una campaña donde las personas pudieran, solas, distinguir que lo que veían en publicidad o en la tele en general no representaba la realidad de género: que la mujer no es la única que debe atender a los niños, que el hombre no es el que toma las decisiones, que las presentadoras de noticias no deben verse siempre impecables ni exhibir atributos físicos, que si se trata de carreras de inteligencia o trabajos de fuerza, no solo el hombre es el capaz, etc.

Sobre estas definiciones, mi primer pensamiento fue el de no ir por un camino tradicional de una campaña masiva que dure unos meses y se pierda en el olvido, sino más bien crear soluciones directas con los gestores de estos estereotipos: los publicistas y los comunicadores sociales. Crear talleres donde se los “eduque” para que ellos sean los primeros filtros en detener las ideas o pedidos que realizan clientes o gerentes de marcas diciendo “más piel” o “a la mamá sirviendo el desayuno con una sonrisa” o “ese vestido corto para la presentadora” o “esta noticia de feminicidio con tres menciones en el espacio de noticias de las doce”… ya saben, para el rating.

Darle a ellos, publicistas y comunicadores, la fuerza, herramientas y conocimientos para que les digan a las personas que les pidan los clásicos roles, en publicidad o en los programas de televisión, ¡alto! 

En los 16 años que me ha tocado trabajar en publicidad he visto de primera mano todos los clichés que construyen la desigualdad de género que se vive en la televisión boliviana: decisiones de comunicación que la toman chovinistas colando cuando pueden el chiste sexista aun con mujeres presentes en la reunión, la celebración de ideas disfrazadas de humor que perpetúan el tema de que el hombre decide el destino de la mujer (¿recuerdan de esa publicidad de hace unos cuatro años donde un hombre sube a la suegra a la parte trasera de una camioneta para ir a botarla al campo porque habla mucho? (ojalá creativo y marca de la camioneta sientan vergüenza de que aún los recuerde), o esas salutaciones insulsas al día de la mujer, por ejemplo, donde todo debe decir felicidades pero, ay de que te atrevas a querer poner temas polémicos, como estadísticas de violencia.

En la universidad, estudiando Comunicación Social, también me tocó ver a estos dinosaurios comunicadores que siguen hoy en la televisión dando clases con la única intención de acceder a las jóvenes estudiantes para hacerles las típicas promesas de éxito, fama y programas de alta vista a cambio del favorcito de salir, beber, bailar. Y para qué detallar más de algo que todos sabemos en qué termina después.

Una vez, hablando con una chica a quien estos temas le importan mucho, me abrió los ojos sobre cuánta diferencia hay en Bolivia en cuanto a violencia de género en relación a otros países. En mi pobre lógica le dije que en Juárez se mataban muchas más mujeres que en Bolivia. Ella, con paciencia, me explicó que se debía tomar en cuenta la población y cantidad de casos, que de ahí salía el porcentaje de violencia. Al tener menos población, en Bolivia los números  sobre violencia, estadísticamente, se hacen más altos que en México o Perú.

Solo basta leer las noticias de los últimos dos meses para ver que esos números siguen subiendo. Cabezas, lavadoras, muertes sin confesión son historias que nos exponen en tele, radio y prensa todos los días. Esto no apunta a que esas noticias sean censuradas, sino a que se las maneje desde un enfoque más humano.

La publicidad y la televisión en Bolivia nos han acostumbrado a verlo todo como productos. Todo superficial. Todo carne. Un día normal frente a la televisión significa mañaneros con gente riendo tontamente, invitados intrascendentes y desfiles de modelos que creen que aparecer en la televisión duplicará sus likes en redes sociales. Los programas enlatados arrastrados de un siglo atrás, novelas dramáticas y sin valores, noticiarios tan aberrantes que rayan en la vergüenza ajena o el pornoterror. Las tandas publicitarias con esos spots octogenarios todavía sostenidos en la idea de que el aspiracional es lo que desea ver la gente para elegir un producto: sí a las gaseosas en que la familia se reúne en el almuerzo alrededor tuyo; sí a las telefónicas y los bancos, con “personas reales” en “situaciones reales” con las que “todos nos identificamos”. Sí a los filtros, las cámaras lentas, los brillitos de sol entrando por la esquina de la toma y los rostros maquillados e impecables.

Una teoría descabellada, salida de allá, 23 años atrás, miraría los números de violencia en Bolivia y luego la tanda de cualquier canal y se preguntaría si hay alguna relación. No tanto por lo que se muestra pero por lo que no se toca: ¿Cuántos programas son inspiradores? ¿Cuánto de la tanda programada ayuda a las niñas a empoderarse ? ¿Cuánto del contenido que se transmite hace pensar a la gente, la desafía a mirar el mundo de manera diferente? ¿Cuántas comunicadoras sobremaquilladas podrían dar paso a otras mujeres de pollera, comunicadoras haciendo prácticas o interesadas en hacer reportajes y coberturas que hagan impacto y eduquen al televidente? ¿Cuánta de la publicidad que vemos tiene mensajes positivos y que no sean compra, compra, compra?

Cuando un segundo en tele vale cientos de dólares, cada marca y cada canal quieren sacarle el mayor provecho a lo que ponen. Y el precio lo paga el público.

FOTOS: FREEPIK

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El peligro de creer lo que ves

Historias reales de estafas de jóvenes que aspiran al éxito inmediato, destacan en la oferta de ‘streaming’

/ 25 de abril de 2022 / 15:05

En The Dropout (de la plataforma Hulu), Amanda Seyfried interpreta a Elizabeth Holmes, una joven billonaria de la vida real, que en algún momento fue llamada “la próxima Steve Jobs”.

Con apenas 19 años, Elizabeth creó una compañía llamada Theranos (mezcla de las palabras tecnología y diagnóstico) a través de la cual engañó durante 10 años a miles de personas (científicos, políticos, millonarios, abogados) en un proyecto que nunca iba poder existir de verdad.

En la serie, y en el podcast investigativo en el que se basa la historia, Elizabeth es una millenial producto de su época: ambiciosa y arrogante, amante de los gadgets, inteligente y criada en una cultura de soporte donde hasta su mínimo esfuerzo es alabado y premiado. Una anécdota cuenta un ataque de histeria que tuvo cuando era niña tras perder un juego de monopolio. Su hermano dijo: “de verdad me asustó en ese momento”.

Su sueño era ser millonaria a través de una idea. Todas las historias que vio en internet sobre Jobs (Apple), Zuckerberg (Facebook), Jerry Yang y David Filo (Yahoo), Travis Kalanick (Uber) o Jack Dorsey (Twitter) solo alimentaron su deseo de tener el éxito de inmediato, mientras era joven y pudiera demostrar además que como mujer, podía lograr lo que deseara.

La idea existió, y era una muy buena, pero esa necesidad de conseguirlo de inmediato y como fuese fue la perdición de Elizabeth en esta historia.


Fracaso. Amanda Seyfried encarna a Elizabeth Holmes, quien estafó en el desarrollo de tecnología médica

Esta serie es solo una muestra de una tendencia de historias reales que han estado llenando la programación de las plataformas de streaming recientemente. Como Pam & Tommy (Hulu) por ejemplo, que cuenta la historia por detrás de lo que fue el robo de la cinta íntima de Pamela Anderson (Baywatch) y su marido en ese momento, Tommy Lee (baterista de Mötley Crüe). Esta serie se basa en un artículo investigativo escrito por Amanda Chicago Lewis para la revista Rolling Stone que es casi una obra maestra de giros e imposibles que sin quererlo cambiaron la forma en que internet funciona sobre el contenido privado de las personas. Por detrás, la historia es la moraleja oscura sobre un albañil resentido que creyéndose el instrumento del karma decide vengarse de un mal que le hacen y provoca un mal mayor a las personas equivocadas. Muy superficialmente es el sueño americano visto de forma retorcida por aquellos, la clase baja, que jamás lograrán triunfar, no importa cuánto se esfuercen o hagan lo correcto.

Inventing Anna (Netflix), Bad Vegan (Netflix), We Crashed (AppleTV+), The Girl from Plainville (Hulu) o Super Pumped (Showtime) son algunos títulos que salieron recientemente y que cuentan estas  increíbles historias reales de personas que cruzan la línea de lo que pueden, deben o quieren hacer a nombre de alguna idea, idealismo o… amor.

Es irónico, porque muchas de estas historias repiten su origen con The Dropout: un personaje completamente convencido de que el mundo debe rendirse a sus pies y admirar su determinación por conquistarlo. Casi hay un dedo imaginario apuntando a la cultura pop y diciéndole: “tú me dijiste que lo podía lograr y yo hice lo necesario para lograrlo y mira lo que me hacen ahora”.


Vidas. Julia Garner, como Anna Delvey

De estos casos reales en series que están siendo tendencia, llama la atención que la mayoría de los personajes centrales son hombres y mujeres súper jóvenes, desesperados por tratar de ser diferentes, destacar, triunfar y salirse con la suya aun cuando todos los elementos apuntan a que será imposible lograrlo.

Hay una generación entera allá afuera convencida de que toda esa información que le dio internet, de que todas esas ideas revolucionarias (Spotify, PayPal, Zoom, TikTok, OnlyFans, Twitch, Supernova, NFT) y que su propia juventud son ingredientes infalibles para triunfar y obtener un poco de esa inmortalidad que solo se logra cuando cambias el mundo. Cuando todos saben quién eres.


Sarma Melngailis, en el documental ‘Bad Vegan’

Desde los cuentos que nos leían de niños hemos recibido ideas de que el esfuerzo se premia, los buenos siempre ganan y que al final todos terminaremos viviendo felices para siempre. Eso también parece ser el contexto general con el que cierran las películas, las novelas, las series, los libros, los cómics y hasta las canciones que no son de reggaetón.

Estamos frente a una generación que maneja muy mal el fracaso; que se deprime y desmorona guiada por todas esas series, libros, podcasts y películas donde dicen que deprimirse es parte de la vida y que hasta un día puede convertirse en una exitosa serie. En una actualidad donde la tolerancia y lo políticamente correcto mandan, el choque con la realidad es brutal. Seguramente una razón por la que estas series están saliendo una detrás de otra con estos mismos temas es porque hay una cultura de advertencia que se está queriendo generar: cortar un poco ese sueño envalentonado de los jóvenes con historias que advierten que volar alto puede quemar las alas. O que no está justificado hacer “lo que sea” por un sueño, idea, idealismo… o amor. O simplemente recordarle a todos que no siempre se premia el esfuerzo, no siempre ganan los buenos y no siempre la vida otorga finales felices.

FOTOS: INTERNET

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AMOR: el mundo sigue cambiando

El 17 de mayo, dos programas de animación celebraron a su estilo el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia

/ 27 de mayo de 2020 / 21:15

El 17 de mayo (y un par de días después, porque para muchos más vale tarde que nunca), vimos cómo partidos políticos, asociaciones pertinentes, personas, personajes cuestionables tratando de redimirse, además de los “en contra”, es decir iglesias, puritanos y personas de mentes cuadradas, subían sus mensajes, artes y opiniones acerca del Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Como las redes sociales se han convertido actualmente en casi un ring de ideologías e intolerancia, el domingo pasó con ambos bandos dándose cátedras acerca de valores versus respeto.

Supondremos que esa distracción, además de que no mucha gente sigue estos dos ejemplos a mencionar, hizo que dos eventos semihistóricos ocurrieran en las plataformas digitales que hoy rigen el entretenimiento del mundo.

Primero un poco de contexto. En dibujos animados, desde hace unos seis años aproximadamente, se han sugerido muy… muuuuuuuy sutilmente, situaciones donde existan parejas del mismo sexo. Siempre de fondo o como combinaciones que no sean el foco central. Por ejemplo en Buscando a Dory (2016) hay una pareja de mujeres empujando un carrito de bebé. Como ven, ambiguo y depende de la interpretación de cada uno. Cualquiera puede responder: “son amigas” o “hermanas”.

En febrero de 2017 nuevamente Disney sacó una icónica escena en su serie Star versus las fuerzas del mal, donde en un concierto se ven a muchas parejas besándose. Parejas del mismo sexo incluidas. Es una escena muy corta y nunca se toca el tema de frente, pero existió y fue algo que muchos fans que lo vieron entendieron y compartieron de inmediato en las redes: “¿Alguien más vio a esos tipos besándose? Bien hecho Disney” (YouTuber Cooper Hudgens), “Es como si Disney dijera: está bien ser gay! Acéptenlo ya!”(DisneyKidsFOREVER), “Primer beso gay. yaaaaaaaaaaas! Disney yaaaaaas!” (@hmiguelsv), “Cielo santo……es un beso de personas del mismo sexo… en un show de Disney?……wow!, Ni Cartoon Network o Nickelodeon tuvieron las b&*%# de hacer algo así” (@GrantMcLellan9).

Claro, South Park, Padre de Familia y otros shows, incluso Los Simpsons, han tocado el tema, pero siempre con sarcasmo o denotando que es algo que no es normal. Lo que diferencia que sea Disney y cómo lo manejó, es que sus contextos fueron de normalidad. Nadie apunta con el dedo ni hace un escándalo de lo que está sucediendo.

Es lo que nos lleva al 15 de mayo de 2020. En una actualidad donde todo el mundo está obligado a quedarse en casa, dos series animadas sacaron episodios que fueron pensados claramente para ser comentados el 17 de mayo.

Primero Harley Quinn. Es una serie del canal de DC que va por la segunda temporada. Dirigida a un público adulto, la serie desde su primer episodio ha estado cargada de violencia, sangre, inuendos sexuales y un humor casi despectivo al género de superhéroes. Lo que ha hecho que sea de las favoritas para los nerds y no tan nerds, porque lo que caracteriza a esta serie es que el público femenino abraza con pasión la serie, entendiendo e identificándose con los mensajes de empoderamiento y la crítica a la sociedad machista que reflejan estos héroes creados para salvar a doncellas en peligro.

El 15 de mayo estrenó el episodio No hay donde ir más que abajo, donde en términos generales parecía un episodio estándar de Bane dirigiendo una cárcel de rehabilitación de la cual Hiedra Venenosa y Harley Quinn quieren escapar. En el clímax final, Harley decide sacrificarse para que Hiedra pueda escaparse y casarse y tener hijos a los que llame Harley, no importa si son niños o niñas. En un último segundo, Hiedra vuelve por Harley, la abraza y después de mirarse ambas unos segundos en silencio, se besan, terminando allí el episodio.

Casi pudo escucharse los gritos de alegría de millones de fans. Esta relación ha sido “sugerida” desde la creación del personaje de Harley. En dibujos animados han sido un par de criminales, amigas y nada más. En los cómics apenas se ha tratado de avanzar en el tema, pero los editores de DC se acobardan cada nuevo intento. 2017 y 2018 hubo un par de historietas donde se besaron, pero siempre la historia retrocede y las devuelve al limbo de la amistad ambigua. Por eso este episodio hace algo, que además de alegrar a los fans que llevan una década esperando esto, va donde ni siquiera las historietas se han atrevido. A sugerir una relación amorosa entre dos mujeres empoderadas.

Los lectores pueden decir que es leer demasiado entre líneas, especialmente con una serie que de hecho está dirigida a adultos, por eso destaca el evento número dos de ese día. Netflix estrena la temporada cinco y final de She-Ra y las princesas del poder. Una serie que indudablemente está dirigida a niñas de 12 para arriba.

La relación de Adora y Catra ha sido complicada desde el inicio. En ningún momento había una necesidad de trascender de una amistad/enemistad complicada a algo más, sin embargo, en los dos episodios finales sin miedo alguno los realizadores dejan súper claro que Catra y Adora están enamoradas una de la otra y que esa ha sido la causa de las fricciones y es finalmente el vínculo que les devuelve la cercanía, apoyándose totalmente en una idea de amor puro. Esta serie no tiene malicia, es claramente un producto hecho para darle nuevos valores a las niñas que la ven y la sugerencia de una intimidad de ese tipo es una decisión que va de seguro causar temor e incomodidad en los padres cuando se den cuenta pero… qué diablos, es normal, es natural, es lo que representa el 17 de mayo y lo que están intentando estos pequeños pasos en televisión y plataformas.

La celebración del 17 de mayo se instauró en 1990 y desde esa fecha hasta 2016 son más de 15 años hasta que aparecieran estos primeros ejemplos del tema de aceptación dirigido a menores de edad. Se supone que ellos crecerán y los valores que se les enseñe hoy es lo que los construirá como los adultos del mañana. No podemos esperar que este tema surja en casa o recién en su mayoría de edad, y manejado de la manera correcta. En dibujos animados o cuentos incluso, puede ser la semilla para que en un futuro no se celebre un 17 de mayo sino que se lo viva todo el tiempo.

Cristian Callejas Díaz – crítico de cultura pop

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