La cultura de la cancelación (dizque)
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Altercado. Una broma ofensiva y una cachetada de revancha movilizaron durante toda la semana a las redes sociales
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Sobre el “chiste” del humorista Chris Rock a la esposa del actor Will Smith, Jada Pinkett, en la transmisión de los Óscar, unas opiniones, las primeras, justificaron la acción de un esposo defendiendo a su esposa como víctima de una broma insensible relacionada a un problema de salud; y es cierto, vivimos en 2022, en que ningún problema físico debería ser ingrediente para la burla. Pero, luego, con el pasar de los días comenzaron a surgir otros puntos de vista. Si hubiera sido Jason Momoa, “Aquaman”, el que hacía la broma, ¿hubiera subido Will Smith a dar esa bofetada tan rápidamente o se la hubiera chupado en su asiento?
Jim Carrey fue de los que más ahínco le ha puesto a la opinión de que lo que ocurrió fue un claro caso de bullying donde alguien empoderado de la manera incorrecta hizo abuso de su inmunidad. De hecho, Carrey fue al extremo de comparar a Smith con Donald Trump, como dos déspotas que se sienten con derecho de hacer lo que quieran sin medir consecuencias. Y es cierto. ¿Dónde estuvo seguridad? ¿Dónde están las consecuencias de atacar a otra persona en televisión al vivo? Esta es la hipocresía de la cultura de la cancelación, donde alguien “querido” como Smith podrá seguir siendo parte del grupo y es Rock el que se la chupa por los siguientes años que ese video viva en las redes sociales y memes.
El año pasado, después de muchos rumores (y mucho dinero para desaparecer las notas en internet), el director de cine Joss Whedon finalmente fue expuesto como misógino déspota. Ese caso tenía por detrás un montón de historias que contó su exesposa y que la gente puso en duda porque Whedon era el creador de Buffy y un supuesto empoderador de mujeres. Fue solo por la unión de muchos actores —entre ellos Gal Gadot (Mujer Maravilla) y Ray Fischer (Cyborg)— que al fin los rumores se convirtieron en hechos. Pero siendo sinceros, tuvo que ser necesaria la queja de un actor hombre para que las personas decidieran escuchar.
La relación que tenemos con los artistas es casi como la que se genera con una pareja tóxica, donde cualquier acto malo es justificado, olvidado o minimizado en orden de poder seguir “enamorados”. Los comentarios transfóbicos, por ejemplo, de J.K. Rowling, no han hecho que disminuyan nada las ventas de sus libros de Harry Potter. No fue hasta que alguien decididamente villano como Putin se comparó con ella y la cultura de cancelación que la gente volvió a incomodarse: Putin no es Rowling en cuanto a popularidad, pero ambos tienen opiniones decididamente polémicas. Eso debería colocarlos en el mismo saco, pero ahí se aparece de nuevo la hipocresía de a quién cancelamos y a quién no.
En los últimos años ha surgido una variopinta cantidad de casos donde unos son juzgados y otros perdonados: Marilyn Manson fue expuesto como un abusivo de mujeres y finalmente empareja su apariencia malévola con actos que la gente puede decir: “lo sabía”. Pero Ezra Miller es otro famoso que no trata bien a fans femeninas y no hace ni unas semanas que estuvo en un nuevo caso de violencia, y sus fanáticas siguen amándolo y seguro irán corriendo a verlo en su siguiente película.
Doja Cat es un caso donde los propios fans funcionan como jueces de conducta y la artista debe replegarse y disculparse, sabiendo que depende de ellos para existir y vender. Y aunque pueda o no haber justificación a los comentarios que hizo sobre Paraguay, un comentario de un fan es real: esa misma actitud y ese mismo desprecio lo ponen los reguetoneros todo el tiempo y no hay un solo seguidor pidiendo la cancelación de ellos.
Estuvieron en la mira del público: la fallecida Sinéad O'Connor, el director Joss Whedon y la cantante Doja Cat
Esta doble moral no es nueva tampoco. El 3 de octubre de 1992 vive en la cultura pop porque es la noche en que la cantante irlandesa Sinead O’Connor decide mostrar, en un programa al vivo, la foto del papa Juan Pablo II y romperla en protesta de los abusos físicos que comete la iglesia contra los niños. La reacción del mundo fue cruel y desmedida. Jamás pudo volver a recuperarse, solo hay que ver el video que subió en YouTube en 2017 amenazando con suicidarse. A nadie le importó la razón por la que hizo eso, la destruyeron de inmediato. ¿Porque era mujer? ¿Porque era extranjera? ¿Porque hay reglas sobre temas religiosos que no deben cruzarse pero que sí se podían permitir en un video de Madonna de esa misma época, por ejemplo?
Nombres como T.J. Miller, Harvey Weinstein, Kevin Spacey, Bill Cosby, Andy Dick, R. Kelly, Steven Seagal y Bryan Singer, entre algunos, ya son sinónimo de veneno y han sido totalmente exiliados de la comunidad del entretenimiento. Pero aquí viene la razón de esta nota: ¿Juzgarlos y cerrarles puertas es suficiente? ¿Se puede realmente separar el arte del artista? Porque la realidad dice que las piezas que ellos han creado como artistas seguirán dándoles dinero mientras haya alguien que las reproduzca. ¿Y no es precisamente ese poder monetario lo que les dio impunidad de hacer lo que hicieran o salirse con la suya por más tiempo del que debieron? Porque Buffy seguirá existiendo, y seguirá siendo un referente de feminismo y de un personaje hecho para ser modelo de adolescentes. Pero ¿se debe ignorar que venga de una persona horrible y que usó estos conceptos para sacar provecho y abusar a otras personas? ¿No es mejor sacrificar la pieza, el personaje, el disco, la película, para sentar un ejemplo de que nadie podrá escaparse de las consecuencias? Que haya consecuencias de hecho, porque si destruimos la difusión de esa creación, entonces, cortamos los ingresos de estas malas personas.
Mi experiencia personal es esta: no veo ni veré Buffy, ni la recomendaré nunca. Cuando supe que Nicolás López, director chileno, tiene a ocho mujeres que lo acusan de acoso y abuso sexual, agarré mi copia de Promedio rojo y la boté a la basura. Lo mismo hice con unos dibujos que tenía de Alejandro Archondo. Lo hice porque siento que si yo tengo eso conmigo, en mi casa, es como si estuviera condonando las conductas despreciables de estas personas. El arte viene de alguien y no se puede obviar qué hace, qué dice, qué piensa. Si debe existir una cultura de cancelación, que le haga honor a su nombre y elimine todo lo relacionado a estos artistas que abusan de su posición y sea así una advertencia para cualquier otro que esté pensando en hacer algo reprobable.