Viaje a 1939: el obelisco del Tigre y la cabeza de Murillo
La Guerra del Chaco causó estragos en la psique de la sociedad boliviana. Los cambios ya se barruntaban en el arte y la literatura
El presidente de Bolivia se declara dictador. Elige el mes de abril para hacerlo y luego en cuatro meses nacionaliza el Banco Central y ordena un nuevo código de trabajo. Germán Busch, alias “Tigre”, es una leyenda de la Guerra del Chaco. Detiene y condena a muerte a uno de los barones del estaño, Mauricio Hochschild. A finales de agosto, se pega dos tiros al amanecer en su casa de Miraflores. Se había hecho muchos enemigos, incluido él mismo. La sucesión presidencial va a ser inconstitucional, una vez más. Estamos en 1939. Franco gana la guerra (civil) en España tras dar un golpe de estado contra la república y Hitler invade Polonia, dando el pistoletazo de inicio de la II Guerra Mundial. El club Bolívar va a salir campeón, logrando su tercera estrella con el CAR como vencedor de la división intermedia.
El arte y la cultura anticipan los cambios que están por llegar: Marina Núñez del Prado funda la revista Primavera acompañada por Norah Bedregal y Mireya Lara. El actor potosino Carlos Cervantes Monroy regresa de España —donde trabaja con la compañía del catalán Ernesto Vilches— y se convierte en figura inolvidable de nuestro teatro. El sucrense José María Velasco Maidana triunfa en Berlín con su ballet Amerindia. Y el paceño Nemesio Iturri Núñez publica La fonética del alfabeto aymara.
El ingeniero vienés Arturo Posnansky sugiere la creación de la Oficina Nacional de Cinematografía y Cecilio Guzmán de Rojas brilla en la Exposición Contemporánea de Arte de Nueva York junto a Víctor Cuevas Pabón. Uno de sus cuadros —Pareja india— se quedará allí para siempre. A finales del 39 el pintor indigenista es invitado a Chile —junto a David Crespo Gastelú— por el mismísimo presidente chileno, Pedro Abelino Aguirre Cerda, para mostrar sus cuadros en la Exposición del Salón de Bellas Artes.
En Tucumán, norte argentino, Ricardo Jaimes Freyre —ciudadano del mundo— recibe “postmortem” reconocimiento en forma de placa. Radio Oriente de Santa Cruz —con sentido discurso de Lorgio Serrate— rinde homenaje en vida al “Negro Mateo” Flores (un año antes de su muerte) por sus famosos pasacalles y “carnavalitos”, por sus “misas de niño”, por forjar durante 50 años la tradición amorosa de la capital cruceña.
El cochabambino David S. Villazón publica en la editorial Fénix su “traviesa” novela Rodolfo el descreído, un testamento del desencanto y la agonía de las clases acomodadas alrededor del mítico café/hotel París que tiene nuevo dueño, Luis Piscitelli. El líder de la Confederación Socialista Boliviana y vicepresidente de la República, Enrique Baldivieso, escribe el prólogo y habla así de la obra en su presentación pública: “La guerra del Chaco que fue y es motivo de grandes disquisiciones, de análisis serio, de sutilizaciones dogmáticas, cobra en esta novela de Villazón un colorido tan vivo y tan humano que hasta la misma tragedia se hace más asequible y comprensible”. El periódico Crónica de La Paz, cuyas oficinas están en la calle Ingavi, titula: “Estados Unidos ayudará a la humanidad”.
La lepra es la enfermedad más temida, como el coronavirus de hoy en día. De neumonía, sin embargo, muere el gran compositor Alberto Ruiz Lavadenz, el primer músico boliviano que supo triunfar en la Argentina, el creador de la Cacharpaya del soldado, esa que arranca así: “Negra zamba, por qué tienes que llorar / Negra linda, tu llanto debes calmar / si el Chaco es boliviano / nadie nos puede quitar. Uka jinchu q’añu patapila / lawampi churtañani pek’e pata / alis nuquñani Chacu pata. / Ukat mantañani utaparu patapila lapakumu”.
El ánimo en las calles está caliente: el suboficial Juan Zeballos mata al popular pianista de los bajos fondos Manuel Marañón en la casa de cenas Los Venegas de Oruro por no tocar La cumparsita, el tango más famoso. Semanas después, otro tertuliano —Justiniano Paredes— se manda otra en Chijini: “Si no me vende cerveza, lo mato”. En Warisata (comunidad Patapatani), asesinan al profesor Alfonso Gutiérrez y se desatan protestas callejeras contra el gamonalismo. Los autores materiales tienen también nombres y apellidos: el exalcalde de Achacachi N. Zegarra y R. Marín, ambos armados con pistolas. Los autores intelectuales zafarán, una vez más.
La crispación no es (solo) cosa de hoy en día. Para aplacar los nervios y distraer el alma, la ciudadanía paceña tiene teatros, circos (el Mexican Circus Yovaniny acaba de llegar) y cines (el Chaplin se llama ahora Colón) por doquier. La Paz está creciendo a pasos agigantados y la calle Recreo pasa a ser Avenida Mariscal Santa Cruz. El café-bar Tabarín es el lugar de moda (en la calle Mercado, 88) pues cuenta con música de acordeón en vivo. El cine Ebro estrena Blancanieves y los siete enanos con anuncios a página completa en los periódicos paceños. No había superhéroes todavía en la gran pantalla. Las delicias las hacían Gruñón, “Doc”, Estornudo, Dormilón, Tímido y toda la banda. El terror se llamaba Reina Malvada. El lugar de la burguesía sigue siendo el Sucre Palace Hotel en pleno Prado paceño. Su dueño, Guillermo F. Vorbeck, ha reunido a lo más selecto: el casino en el sexto piso, la orquesta de los hermanos Glasberg con la dirección de Adrián Patiño Carpio, los platos deliciosos del chef García Blasco y los tragos exquisitos del barman Julio y su copa “Kjunuskuy”.
El gobierno del general Quintanilla se declara “neutral en el conflicto bélico entre Gran Bretaña, Francia, Polonia y Alemania”. Las fiestas del 20 de octubre están por llegar y el club The Strongest monta una gran celebración alrededor de su sede/estadio, en la avenida Frías/Illimani. El acto central gira alrededor de un obelisco de siete metros, tallado en piedra comanche y bronce.
El presidente del club, Gustavo Carlos Otero de la Peña y el secretario permanente Humberto Benguria A. mandan una carta al coronel Maximiliano Ortiz. Lo quieren nombrar padrino del obelisco. El héroe gualdinegro de la Guerra del Chaco (prisionero durante años en Asunción, herido de gravedad en ambos pies y repatriado en condiciones lamentables) acepta sin dudar: será el más sincero y cariñoso homenaje a los caídos, cuatro años después del fin de aquella guerra absurda, como todas. “Acepto de todo corazón la distinción que me han dispensado este prestigioso y benemérito club de gloriosa tradición y ruego a ustedes hacer llegar al club íntegro mis sentimientos de profundo agradecimiento por los términos gentiles con que me honran, exagerando quizás mi humilde actuación en la pasada campaña del Chaco”, dice la carta que Ortiz envía al presidente Otero, director del periódico La Razón entre 1921 y 1932. Los nombres de los soldados stronguistas se pueden leer en el obelisco grabados en una placa de mármol.
Es el primer obelisco que se levanta en toda Bolivia para perpetuar y enaltecer la memoria de todos los que cayeron en el Chaco Boreal. Gustavo Carlos Otero (años más tarde será alcalde paceño) arranca así el discurso matinal: “El club The Strongest contribuyó a la campaña con el enrolamiento de casi todos sus socios y esta persuasión dio lugar a que una de las memorables acciones, felices para nuestras armas, llevara el nombre de Cañada Strongest. Los elementos no enrolados se constituyeron en secretarías que rindieron un esfuerzo diurno y nocturno para el envío de aguinaldos a los combatientes, organización de rifas, kermesses y tómbolas con destino al auxilio de los soldados y se contribuyó a que la clase indígena y analfabeta tuviera dónde enviar y recibir cartas para sus familiares enrolados”.
Otero, ministro un año después en el gobierno del general Enrique Peñaranda (hombre fuerte de la Concordancia), explica ante miles de paceños y paceñas los motivos de la elección del obelisco: “la institución del día y de la noche comprendió que los actos heroicos no deben perpetuarse con signos funerarios sino por el contrario con una expresión de fuerza y dignidad y por ello se decidió por esta figura”.
Pasadas las once de la mañana del domingo 22 de octubre, el coronel Maximiliano Ortiz responde “in situ” al presidente: “Lo que pude hacer, lo hace cualquier boliviano. Sufrir por la patria es un honor que a uno le disciernen. Habéis elevado un obelisco más que hecho de material cualquiera, es levantado a fuerza de corazones, de legítimo orgullo dolorido, de promesa de seguir la huella de los muertos cuando la patria lo recabe”.
Entonces el coronel detiene su discurso y pide un minuto de silencio, a golpe de corneta. “No los lloremos infecundamente, imitémosles en el sacrificio, que cada una de sus vidas ejemplares sea una norma de conducta para el futuro, que la semilla de héroes no se pierda”. Maximiliano Ortiz deposita una corona de flores al pie del obelisco gualdinegro. Solo entonces arranca la fiesta entre lágrimas sentidas y hurras y hurras. Ese mismo domingo en el estadio La Paz, Bolívar gana 3 a 1 a Alianza para salir campeón del 39 de la mano de sus viejas glorias, Mario Alborta (el “Tigre” de Sopocachi) y Rodolfo Plaza Montero, más conocido como “Cabro”, futuro presidente celeste.
La Academia Aymara —fundada en 1901 por don Carlos Bravo— se hace presente en la sede gualdinegra. El profesor Felipe Pizarro y Max Portugal, ambos miembros de la Academia presidida por el doctor Nemesio Iturri Núñez, regalan una arenga en aymara para homenajear al club The Strongest y sus caídos. Y dejan al pie del obelisco la whipala, bendecida horas antes en el templo de San Sebastián por el Obispo de La Paz, Monseñor Abel Antezana y Castro.
La kermesse cierra una fiesta bella e inolvidable con rifas, baile y música amena. Los socios e hinchas gualdinegros aprovechan para jugar tenis y bochas en las canchas inauguradas a principios de año a cargo del The Strongest Lawn Tennis. Las socias que atienden cada puesto están felices: la señora Pinedo de Monje (helados y masitas); Elena de Flores Sanjinés, Hortensia de López y Velia de Camacho (cocktails y sándwiches); Ketty de Vera M. (refrescos); Angelica Zárate (frutas); Antonieta, V. de Maldonado (chocolates y bombones); Hortensia Taboada (rifas y tiro al blanco); Valeria de Bosch (pitonisa); María de Riveros (picantes); Carmen Wilde (cigarrillos); Isabel de Mendoza López (florista). El entrenador del primer equipo, Carlos Garay Rodríguez, se para en todos los kioskos.
No todos los beneméritos de la guerra reciben aplausos y reconocimiento. Muchos de ellos deambulan por las calles de las ciudades, esas ciudades que estuvieron al margen de la contienda, muy lejos de la línea del frente. Uno de ellos es un joven obrero de La Paz. Enfermo durante años en el hospital, queda a cargo de sus tres hijos, dos niñas de diez y ocho años y un bebé. El titular del periódico El Diario estremece: “Víctor Luna, ex combatiente del Chaco, desea entregar a dos hijas menores”. Otro ex soldado, Faustino Torres Mamani, se salva “in extremis” de su ejecución en la ciudad de El Alto al ser amnistiado por el ministro de Gobierno debido a los oportunos exámenes psiquiátricos. Torres Mamani estaba acusado de demencia y de matar a su madre. ¿Cuántos hombres volvieron “locos” y “tocados” del Chaco?
El Centro Taurino Boliviano vuelve a finales del año con una novillada de gala en el ruedo del Olympic de San Pedro. Los matadores son Arturo Gamarra y Miguel Cervantes. Y las cuadrillas que acompañan a los toreros bolivianos están formadas por Juan Fernández, Luis Asturizaga, Guillermo Ascarrunz, Guillermo Loza, Carlos Ardiles, Alfonso Hurtado y José Luis Aranguren, un falangista de Bilbao que va a terminar siendo presidente del club The Strongest.
Una ola de suicidios asola La Paz. El mejor amigo del escritor/filósofo vanguardista peruano Gamaliel Churata, el alias de Arturo Peralta, se quita la vida agobiado por las deudas. La muerte de Wainacapac Chukiwanka Ayulo es predecida por la de la compañera de Gamaliel, doña Aida Castro.
La noticia del año llega con el último día del último mes. Los restos de Pedro Domingo Murillo y Juan Bautista Sagarnaga, los protomártires de la Independencia, son descubiertos al pie de uno de los altares (el del Calvario) del templo de San Juan de Dios. El alcalde paceño Humberto Muñoz Cornejo posa en compañía de dos médicos (Luis Landa Lyon y Gregorio Mendoza Catacora) y periodistas para los fotógrafos. La ciudad está conmovida y se lanza en procesión a la iglesia de la calle Loayza. De allí son trasladados al Salón de Honor de la Alcaldía. La osamenta de Murillo no tiene la cabeza.