Wednesday 24 Apr 2024 | Actualizado a 21:36 PM

Silvia Peñaloza, una mujer libre

Silvia Peñaloza

/ 16 de mayo de 2022 / 01:57

Es una de las mujeres que marcaron el paso en la pintura boliviana. Con 80 años de edad, repasamos su carrera de arte y compromiso

El taller de Silvia Peñaloza ha colapsado. El tercer piso de su casa amarilla está plagado de goteras y el barro se ha apoderado de todo. Sus cuadros han sido bajados a un cuartito junto al “living”. En el carnet de Peñaloza Rocha dice “pintora”. También dice que nació un 12 de abril de 1942.

La madre de Silvia fue modista. Doña Elvira Rocha Álvarez hacía tarjetas de flores de tela organza/organdí y pétalos de corazón. “Yo saqué mucho de ella, era una artista”. El padre de Silvia, Daniel Peñaloza Bernal, fue combatiente en la Guerra del Chaco (estuvo en la Batalla de Carandaití), policía y administrador/comodoro del Yatch Club de Huatajata, a orillas del lago Titicaca. La niña que fue Silvia todavía se acuerda de un barco verde y hermoso, llamado Calypso, como el buque de investigación del oceanógrafo francés Jacques Cousteau.

La wawa Silvia no nace en hospital, nace en su primera casa de la avenida Ismael Vásquez, en el barrio paceño de Pura Pura. “Dicen que no lloré, dicen que comencé a chupar mi dedo pulgar y que solo lloraba cuando me lo sacaban. ‘Elvira, mira a tu hija’, dijo la partera, ‘va a ser una mujer independiente y libre, no va a necesitar de nadie, ni siquiera necesita de ti ahora’”. Su dedo marcará el camino.

Doña Silvia ha cumplido 80 años el mes pasado y su buena salud se debe, en parte, a las caminatas por la ciudad. Su médico le ha dicho que el mejor ejercicio que hace/puede hacer es subir la cuesta que lleva a su casa de Alto San Pedro. “El otro día fui andando desde la calle Loayza hasta el cementerio, todo subida, para buscar unos óleos”.

LA GRÁFICA

Pintura. Retrato de la artista pintado por Javier Rodríguez

Momentos. Silvia Peñaloza en su casa

Daniel y Elvira, los padres de Silvia

Foto de carnet cuando era estudiante de arte

Silvia, en su casa, junto con sus cuadros más recientes

La infancia la pasa entre las lecturas de su padre y los juegos con los niños/niñas del vecindario. “Papá nos sentaba a mí y a mi hermana Patricia y nos leía en voz alta cuentos de Andersen, Blancanieves, Caperucita; luego Dickens, Salgari, Víctor Hugo; hasta llegar más mayores a los rusos como Gorki y Tolstoi”. Estudia primaria en la escuela Brasil de la avenida Montes y secundaria en el Lourdes y en el Santa Ana. “En ese colegio, en la clase de redacción, hice tiras al Cid Campeador, lo odiaba, para mí era un endiablado ser del infierno, un asesino. Puse al final: ‘desgraciado, ¿por qué naciste?’”. Silvia es castigada por las monjas.

Su compromiso político brota en el barrio. Silvia tiene, aún hoy clavadas en la retina tres imágenes de muerte. En su casa grande, junto a la estación central del ferrocarril, vivía una familia. El padre, dirigente fabril, había muerto y la madre, que lavaba ropa, no podía alimentar a sus dos wawas, “bautizadas” por Silvia como “Pinquillo” y “Zampoña”. Ambas fallecieron de escarlatina y viruela. “Fue mi primera relación dramática/traumática con la muerte”. Su segundo contacto con la “pálida” llega con el fallecimiento de doña Aurora. “Era de una familia de los Yungas, de Huancané; su padre era minero y jugábamos a hacer la ruta y yo era la voceadora, siempre tenían rica fruta. Un día me dijo: “me voy donde la luna nace y el sol se esconde”.

La tercera imagen mortuoria también lleva nombre de mujer: doña Hortensia atendía la tiendita del barrio. “Cuando iba a comprar el pan, siempre me regalaba un chupete de arroz tostado con azúcar”. Entonces, Silvia se preguntaba: “¿por qué mis amigos viven en una miseria tan mierda?, ¿por qué este mundo es tan asqueroso? Su padre respondía: “en este planeta hay pobres y ricos y los ricos ganan siempre”.

Cuando sus tíos Ramón y Román Valenzuela, que trabajan en las minas de Aramayo en Corocoro, le ofrecen chocolates por sus dibujos se cierra el círculo. “Mis tíos traían productos gringos como las galletitas saladas Bagley y a cambio de retratos de Stalin me regalaban ricos chocolates que yo no conocía”. La niña Silvia solo tiene que guardar el secreto: “no vas a mostrar a tus padres esos dibujos”.

En la universidad, antes de que la cerrara Banzer Suárez, Peñaloza conoce otro retrato famoso: es el “Che”. Para Silvia, Ernesto Guevara era su verdad. “Joven, churro, aguerrido; lo queríamos harto pues decía que no tenía que haber pobres, que los mendigos se iban a terminar, que todos tenían que tener pancito y comida en la mesa”. Un amigo de Silvia viaja becado a la URSS (a la mítica Universidad “Patricio Lumumba” de Moscú) y luego a Sofía/Bulgaria y escribe cartas contando las maravillas, al otro lado del Telón de Acero. “Esto es el cielo, me decía, luego nos dimos cuenta de que todo era un globo inflado, aquello fue una pena”.

Cuando le dice a su padre de militancia comunista que quiere ser pintora, éste responde: “No me vengas con esas, te vas a morir de hambre”. Entonces cumple órdenes y entra a Derecho. Pasa clases con Alipio Valencia Vega y Ñuflo Chávez Ortiz. “Gracias a Banzer me libré de esa carrera, cuando el dictador cerró la universidad a mí me salvó la vida”, dice entre sonrisas. Entonces, desobedece a la autoridad paterna e ingresa a la Academia de Bellas Artes Hernando Siles (aunque ya había pasado a escondidas clases de dibujo como alumna libre).

En la Academia, Jorge de la Reza (compañero de Cecilio Guzmán de Rojas y David Crespo Gastelú), el escultor Víctor Zapana, los pintores José María de Vargas y Gil Imaná junto al historiador Carlos Salazar Mostajo son sus primeros maestros. “A esta niña me la mandan al aula de arriba”, dice Jorge de la Reza nada más ve sus primeros dibujos. En esa clase están los alumnos de último curso con un modelo masculino haciendo un desnudo en escorzo. “Adelante, niña”, me dice don Jorge. La joven estudiante comienza y termina con todos los detalles, testículos incluidos, enrolla su cuadro y se va para la casa. “¿Dónde la llevas a mi hija?”, fue la pregunta de su padre a su madre. “Frutilla estaba el pobre cuando vio mi dibujo”.

Cuando sus compañeras de colegio comienzan a enamorar con quince años de edad, Silvia intenta charlar con los chicos de literatura, de política. “No he conocido un hombre que no sea idiota o vulgar. Por aquel tiempo, los jóvenes solo hablaban y querían ser como Elvis Presley. Cuando años más tarde me junté con pintores y revolucionarios, solo hablaban de mujeres y trago, con ajos y cebollas”.

De la academia, donde también toca el acordeón y es campeona de ping pong, sale con honores en 1967. Y recibe del Ministerio de Educación el derecho de ser maestra de Artes Plásticas en los diferentes ciclos de enseñanza escolar.

De aquellos años, Silvia se acuerda de las jaranas que daba otra pintora rebelde como ella, Agnes Ovando: “organizaba fiestas marineras de piratas, los hombres iban con sus cicatrices y las mujeres, bien acicaladas. Ponía moscas de juguetes en los tragos de los chicos y luego se las comía ante el horror de ellos”. Haciendo gala de una memoria prodigiosa, recita unos versos del poeta extremeño/romántico José Espronceda: “Con diez cañones por banda / viento en popa a toda vela / no corta el mar si no vuela / un velero bergantín / (…) / que es mi barco mi tesoro /que es mi Dios mi libertad / mi ley la fuerza y el viento / mi única  patria, la mar”. Si hubiese otra vida, Silvia elegiría ser pirata para entonar su canción. Por aquellos años, su madre llega a recibir a la Madre Teresa de Calcuta en su casa cuando la beatificada llega para visitar los hogares de su congregación.

Cuando en la Academia de Bellas Artes sus compañeros organizan un colectivo, ella se mete de “prepo” con improperios antimachistas. Su pintura no es tan política como la de ellos. Es más reflexiva. La crítica de arte Ana Meléndez Crespo acuña varios conceptos: ingenuidad, candidez y simbolismo retórico para hablar de sus cuadros de montaña, aparapitas, flores, “pepinos” y altiplano. “Mis imágenes no son derrotistas ni lloronas, no son puro gemido y amargura”.

Peñaloza Rocha forma parte del colectivo de artistas Machak Kurmi y del grupo Círculo 70 (de 50 artistas solo hay cinco mujeres: la orureña María Haydée Aguilar Fuentes y las paceñas María Cristina Endara, Inés Núñez, Juana Encinas junto la propia Silvia). De esa época son cuadros como Alfarera y Luna. En 1973 inaugura su primera exposición individual. Van a llegar después más de 80 muestras por toda Bolivia y países como Alemania, Cuba, Perú, Chile, Ecuador, Panamá y Yugoslavia. Luis Espinal Camps le encarga una historieta/cómic sobre Túpac Katari que publicará el CIPCA (Centro de Información y Promoción Campesina).

En los años 80 Silvia funda también, junto a otros colegas, el primer sindicato de artistas plásticos. Nota mental: en estos días el Museo Nacional de Arte muestra la última exposición de la ABAP (Asociación Boliviana de Artistas Plásticos de Bolivia) donde se puede ver su cuadro Presencia). En ese sindicato está de asesora Silvia Mercedes Ávila, escritora e hija de Laura Villanueva, más conocida como Hilda Mundy.

El 17 de julio de 1980 es una fecha fatídica para la historia reciente de nuestro país. Es el golpe de Estado de Luis García Meza y Luis Arce Gómez. Silvia y su tocaya Ávila están esperando a Liber Forti frente a la sede de la COB en El Prado para ser posesionada como delegada de la UTAC (Unión de Trabajadores del Arte y la Cultura) ante la Central Obrera Boliviana. A Silvia Mercedes se le corre la media y tiene que subir al mercado Lanza para comprar una nueva. Mientras la espera se desata la balacera, el sangriento asalto paramilitar. Días más tarde, monseñor Juan Quirós García, que dirige el suplemento Presencia Literaria, la advierte: “estás en la lista negra de los milicos, ¿a qué te metes?, ahora piérdete, piérdete”.

En esas jornadas, unos señores con acento argentino han llamado insistentemente a su casa (por aquel entonces vivía en la Huyustus) “interesados” en comprarle alguno de sus cuadros. Su casa es allanada con violencia, saqueo y robo de libros. Una invitación de un artista/amigo peruano Miguel Camargo Huamán (fallecido en 2012) logra el salvoconducto hacia el exilio. Del hermano país pasa a Ecuador, pues sus primos Enrique Rocha Monroy (recientemente fallecido) y Ramón están ya en Quito. “‘¿Qué haces aquí?’, me preguntó Nilo Soruco cuando me vio”. Al cantautor chapaco le habían molido las costillas en las torturas. “Che, ¿sabes escribir en máquina de escribir?”, me dijo. Y así pasé a llevar la correspondencia de la COB, filial Ecuador”.

En su etapa ecuatoriana, Silvia sigue pintando y con esos cuadros vendidos manda plata a su madre en La Paz. El golpe de García Meza le deja secuelas psicológicas; durante años sufre delirios de persecución. Todo termina cuando logra una beca en Vichy, Francia, donde comparte exilio con Matilde Casazola.

En 1990 con cuatro compañeros funda Los Beneméritos de la Utopía (junto al “soldado primero de infantería” Édgar “Chino” Arandia, el “soldado raso” Max Aruquipa Chambi, el “soldado primero de artillería” Benedicto Aiza y el “soldado primero de aviación” Diego Morales). Todos comparten una cultura de la resistencia, un sentido de identidad/pertenencia, un arte autónomo. Todos escriben el Manifiesto Espacholista del Batallón Morados Primero de Artillería. Van a dar guerra.

Veinte años después, los cinco “beneméritos” posan para las cámaras del fotógrafo Tony Suárez Weisse. “Libertad y justicia fueron, desde nuestra juventud, las banderas que enarbolamos. Fuimos víctimas de violencia, persecución, represión y censura principalmente en tiempos de dictadura por el peligro que representaban nuestras armas: lápices y pinceles. Los Beneméritos seguiremos por el camino de nuestros ideales, cargados de nuestros sueños y utopías, convencidos de que una nueva aurora brillará en el horizonte algún día, ojalá no muy lejano”, cuenta Silvia en el libro Beneméritos de la Utopía: la estética del compromiso (Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia/Museo Nacional de Arte, 2012).

En una de las exposiciones colectivas de los “beneméritos”, Peñaloza exhibe dos cuadros: La sed y Soldado desconocido: NN, un homenaje al padre que luchó en la Guerra del Chaco y un grito contra el abuso de las transnacionales que con su terrorismo económico enfrentaron a dos pueblos amigos. Hoy esos dos cuadros están en la Academia Boliviana/Museo de Historia Militar.

El periodista Elías Blanco Mamani acuña otro término en 1996 en el suplemento Puerta Abierta de Presencia: es “la pintora de las wawas”. Silvia se enoja, pero después agradece el apelativo. “Mi obra contiene un lenguaje pictórico sencillo. Quiero que los que son más se vean reflejados en mis cuadros; aquellos que son simples, honrados y cristalinos. El arte nos da esperanza en un mundo que no tiene futuro, donde estamos atrapados, ¿qué sería de nosotros sin el arte y la cultura? Tal vez, sin mis pinturas, no estaría viva”.

Silvia es docente de dibujo en la carrera de Artes de la Facultad de Arquitectura de la UMSA y recibe innumerables premios, entre ellos el Premio Nacional de Culturas en 2017 y la Tea de la Libertad, otorgada en 2012 por la Alcaldía de La Paz junto a otros dos grandes maestros como Gil Imaná y Ricardo Pérez Alcalá.

En Nocturno, un hombre con pies desnudos duerme en la calle, tapado únicamente con un manto de harapos. Los desheredados de la tierra son los protagonistas de su arte, libre como ella. “Nací independiente y no tuve hijos. El matrimonio es un atentado a los derechos humanos, te dicen que tienes que vivir con esa persona que se cree dios hasta que la muerte te separe; mientras tanto te pegan, te abandonan y hasta te matan. Además cuando te quedas embarazada, se te cae todo y luego pis y caquita durante años y de paso, atender al bruto de tu marido, eso te desgasta pues, yo nací libre”. Con 80 años recién cumplidos, Silvia vuelve al principio, a ese dedo pulgar que chupaba y chupaba, con eso bastaba y sobraba.

FOTOS: RICARDO BAJO, ARCHIVO SILVIA PEÑALOZA, TONY SUÁREZ

Cuando el sexo no tenía culpa

Los huacos eróticos del Museo Larco de Lima nos hablan con libertad de sexualidad, vida y muerte.

Museo Larco

/ 21 de abril de 2024 / 06:57

Alfred Kinsey, el hombre que está a punto de lanzar una «bomba atómica» sexual con un informe sobre la sexualidad de los estadounidenses, visita el museo Larco en Lima junto a su fundador, el arqueólogo Rafael Larco. Ha viajado hasta el Perú con el único propósito de visitar la galería erótica del museo. Estamos en los años 50 del siglo XX.

Ante sus ojos aparecen falos enormes, vulvas gigantescas, felaciones como rituales de ofrenda, fluidos, masturbaciones femeninas por parte de seres andróginos, sacerdotisas con miembro viril, relaciones anales vinculadas a los ciclos agrícolas y las lluvias, madres exuberantes, autofelaciones masculinas, sacerdotes/montaña con penes de agua, seres esqueléticos dándose placer, mujeres teniendo sexo en posiciones de dominio, falos de piedra. Son cerámicas (huacos eróticos) de la cultura mochica. “Es el más franco y detallado documento de costumbres sexuales jamás dejado por ningún pueblo antiguo”, le dice Kinsey a Larco.

A mediados del siglo pasado, las mujeres tenían que pedir permiso especial para visitar la galería erótica del museo Larco (fundado en 1926) y los niños tenían prohibida la entrada. Hoy, casi 100 años después, las mujeres son las que más concurren a la denominada Galería Erótica “Checan” (amor/deseo, en lengua mochica) y el museo organiza visitas de colegios para hablar de educación sexual.

El Museo Larco de Lima alberga esta colección de huacos eróticos.

También se organizan charlas interdisciplinarias sobre parto vertical (el parto visto como placer, no como dolor) y sobre lactancia materna. “La seducción, el deseo, el humor y la belleza de estos objetos de barro tienen mucho que decir, el Larco es un espacio sano para todos”, dice en un video que se proyecta a la entrada de las salas eróticas la directora del museo, Ulla Holmquist Pachas, ex ministra de Cultura del gobierno de Martín Vizcarra Cornejo (actualmente preso).

Kinsey llega a Lima para estudiar la colección de Larco “porque aquí tenemos una documentación completa, sobria y realista de la vida sexual de un pueblo sin las inhibiciones de los Estados Unidos”. Su famoso Informe Kinsey va a tumbar tabúes y hablará por primera vez de placer sexual femenino, de homosexualidad y bisexualidad, de violación, de clítoris, de adulterio, de masturbación masculina y femenina… “La iglesia, el hogar y la escuela son las principales fuentes de inhibiciones sexuales que generan los sentimientos de culpa que muchas mujeres llevan consigo», dirá Kinsey en su revolucionario informe.

El Museo Larco de Lima alberga esta colección de huacos eróticos.
El Museo Larco de Lima alberga esta colección de huacos eróticos.

Nada de eso (culpa y prejuicio) ve Kinsey mientras recorre, asombrado, la colección de huacos eróticos. Nota mental: en el Museo del Sexo de Amsterdam hay una sala exclusivamente dedicada a la desaparecida cultura moche o mochica del norte del Perú. “Los mochicas no fueron condicionados en sus hábitos y actitudes sexuales por las costumbres, principios y prejuicios cristianos, como estamos nosotros. Mi investigación entre esos huacos me dice más acerca de lo que es natural en el sexo como la propia investigación que llevo a cabo entre el hombre y la mujer norteamericanos”, confiesa Kinsey.

Hoy las salas podrían rebautizarse como “la galería de las risas”. Unas tímidas, otras gozosas; algunas miedosas, muchas sinceras. Todas, con culpa y algunas gotas de vergüenza, especialmente las que brotan antes los huacos denominados “humorísticos”. Son vasijas —adornadas con metales de oro y plata— donde el líquido tenía que ser bebido en ceremonias rituales a través de los órganos sexuales externos representados, tanto penes como vaginas.

La directora Ulla Holmquist lo explica así: “se trata de cuerpos que a la vez son vasijas y contenedores. El objeto tiene una función dentro de una cultura performática. Estamos frente a cosas que tenían movimiento, que albergaban líquidos, que se tocaban; se jugaba con ellos, se bebía de ellos. No son objetos para mirar o decorar: transmiten algo en la acción del sujeto”.

Museo Larco

La mayoría de los huacos eróticos —unos 300— pertenecen a la cultura mochica pero también hay del pueblo Chimú, Lambayeque, Chimú-Ica, Vicus, Recuay, Huari e incluso de Tiawanaku (aunque estos últimos no estén en exhibición). No son objetos decorativos, fueron cuidadosamente amasados con barro y fuego para ser usados en ceremonias agrícolas, funerarias y rituales de sacrificio, albergando una alta conexión con los ancestros.

Una de las cosas que más sorprende a Kinsey (y a los visitantes hoy del siglo XXI) es la descripción exacta del clítoris, hecho poco usual en cerámicas y obras eróticas de otros pueblos/culturas y otras latitudes. ¿Fueron mujeres mochicas las que elaboraron estas obras con tanto detalle y libertad? ¿Disfrutaron de la libertad sexual al existir un equilibrio entre hombres y mujeres? No lo sabemos, lo único que sabemos es que los mochicas/moches constituyeron una sociedad que aceptaba las relaciones/representaciones sexuales, mucho más que las sociedades provenientes del cristianismo occidental.

La Galería Erótica “Checan” está en la parte baja del Museo Larco. Cuando uno llega al repositorio y paga la entrada (40 soles, 74 bolivianos) lo primero que recorre es la colección arquelógica con más de 30.000 piezas en su haber. Cuando termina el circuito se queda uno con las ganas. No se ha topado con lo que ha venido a admirar: los famosos huacos eróticos. Pregunta (con cierto rubor) en recepción.

—¿Y la galería erótica?

—Está abajo, junto al jardín y el restaurante al aire libre, responde una trabajadora del Museo, con cierto aire de cansancio al repetir la misma pregunta de todas las mañanas iguales.

La colección más buscada tiene seis salas. Eros, excitación, vida. El sexo, como fuerza vital, como potencia liberadora/sanadora. El sexo, más allá del erotismo (o la pornografía). En la primera sala bajo las palabras “Checan/Munay”, dos amantes yacen compenetrados desde la noche de los tiempos. Es el concepto de “tinkuy”, encuentro generador de fuerzas opuestas y complementarias.

Al final del recorrido hay una escena mitológica de la unión del héroe civilizador mochica con la Pachamama; de esa unión amorosa nace el árbol de la vida, símbolo universal, fruto del amor y del sexo. Regeneración. Eterno retorno. Encuentro intenso de cuerpos excitados y entregados al deseo y al placer. El sexo sin censura, como elemento clave para el reinicio de la vida y la fecundidad eterna. La eyaculación, como alegoría de las semillas fértiles.

Pero volvamos para atrás. En una de las salas hay una gran cantidad de huacos de coitos sexuales entre animales; son llamas, cuis, sapos mitológicos. Hay cerámicas con penes y vaginas antropomorfizadas; hay huacos con muertos (los habitantes del mundo de abajo, los ancestros del “Uku Pacha”) que se unen carnalmente a los vivos para asegurar la fertilidad de la tierra.

Casi todas las vasijas dan muestras de uso. Algunas fueron rescatadas de contextos funerarios en la Huaca de la Luna. Otras fueron castradas en la colonia; la extirpación de idolatrías se cebó con los huacos eróticos: demasiada libertad, demasiado placer para las mentes católicas impregnadas de odio y miedo.

También puede leer: Una promesa cumplida: Obras selectas de Claudia Eid Asbún

Algunas piezas arqueológicas de la cultura mochica que están en exhibición.

Junto a una pintura colonial (La Virgen de la leche) veo cerámicas prehispánicas de mujeres dando de lactar a sus “wawas”. Están en el mismo plano, en la misma sala. “La sala erótica es un espacio de diálogo cultural y provocación. Podemos recuperar otras maneras de ver nuestros propios cuerpos y relacionarnos con ellos de una manera que no esté mediada por prejuicios o ideas que vienen de una moral determinada, que nos alejan de esa relación con nuestro cuerpo”, dice la directora Ulla.

Cuando uno —impactado — sale de las salas oscuras y libidinosas (obscenas para las mentes más cerradas), el espléndido jardín del Museo manda el mismo mensaje: exhuberancia, vida, entendimiento integral del mundo, fuerza vital. Entonces una pregunta ronda mi cabeza: ¿cuándo y por qué la sexualidad fue tomada prisionera por la culpa y el prejuicio?

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

Temas Relacionados

Comparte y opina:

LLAKI: un viaje de cuerpo y alma en clave kallawaya

El director Diego Revollo estrenó su película documental el 18 de abril en la Cinemateca Boliviana

La cinta boliviana está dirigida por Diego Revollo y producida por Miguel Nina.

Por Julio Peñaloza Bretel

/ 21 de abril de 2024 / 06:49

Lunlaya es el lugar en el mundo en el que un niño comienza narrando de cuántas vacas dispone su comunidad: 16. Trepa hacia lo más alto de un cerro para revisar si están todas, y en ese trayecto cuenta como el cóndor ataca al ternero y dice que si luego de someter al mamífero van apareciendo más cóndores, significa algo así como el arribo de la destrucción, de la rapiña que destroza y mata. Ese mismo niño juega y ríe con una maquinita entre sus manos, y repite hakuna matata, frase que hiciera universal El rey león, cinta de la poderosísima transnacional del audiovisual Disney. Es muy probable que ese niño de sonrisa luminosa no sepa que hakuna matata significa “no hay problema”, “sé feliz” o “no te preocupes” y que pertenece a la lengua africana suajili (Tanzania, Kenia, Uganda), que la canción de la película de animación que ha circulado por todos los mares y continentes fue compuesta por Elton John y Tim Rice y que con el impulso de la voracidad mercantil, Disney se la apropió, lo que provocó la indignación de sus hablantes originarios.

Si introduzco el abordaje de Llaki con esta referencia a Disney es porque se debe tener presente, ahora más que antes, que prácticamente ya no existe rincón en el mundo que no haya sido penetrado por la dominación informática y tecnológica, pero que a pesar de ello, todavía es posible encontrar una inquebrantable resistencia cultural de los habitantes inmersos en sus orígenes, desde la respiración hasta la piel, exponiendo su granítica identidad, y en este caso, esa notable y casi milagrosa fusión entre la materialidad de la sanación ancestral y la espiritualidad con la que se viaja hacia las profundidades de la naturaleza y sus bondades que alimentan y curan, que conducen al inacabable viaje hacia la comprensión de que sanar significa no necesariamente superar plenamente una enfermedad, sino asumirla desde los límites humanos a partir de un laborioso reaprendizaje de construcción de la identidad/entidad humana hecho de músculo y hueso, pero en primer lugar de pensamiento y sensibilidad.

En un radio receptor popularmente llamado radio canchera, de esos en los que se escuchaban las transmisiones de partidos de fútbol décadas atrás, un locutor hace una mención al “Estado Plurinacional de Bolivia” sin más, único elemento informativo acerca del país del que forma parte la familia kallawaya Ortíz Ramos, que dialoga e interactúa con los Revollo, hijo y padre, cineasta y médico urólogo, formados en universidades convencionales del occidente urbano, que acuden continuamente a Lunlaya sin el mínimo atisbo de ese paternalismo conservador que suele subestimar la vida rural en la que tiempo y espacio difieren de la vorágine del mundanal ruido de las ciudades.

La combinación de fotografía fija, que se constituye en memoria de viaje, con planos generales de un lugar en que la magia no es folklore ni exotismo étnico, y los primeros planos de sus protagonistas, hacen que Llaki pueda sustentar su marca audiovisual a partir del sentido en el que no aparece una intención de “hagamos una película sobre los kallawayas”, sino más bien un viaje existencial que genera como consecuencia un documental en el que la experiencia intercultural de sus participantes enfatiza la riqueza de la comunicación, a través del registro de la calidez de rostros y gestos y la calidad de los testimonios a través de las breves narraciones de esos que son simultáneamente guías espirituales y sanadores.

Diego Revollo, luego de sufrir la pérdida auditiva del oído izquierdo y experimentar una parálisis facial parcial, imposibilitado de encontrar respuestas médicas en la consulta del especialista que trabaja en hospitales y clínicas —la medicina suele no ofrecer soluciones a muchísimos males desde la frialdad científica—, se decide a viajar y escuchar las voces que nacen de otros saberes sobre los procesos de curación que no terminarán resolviendo una limitación física, pero sí le permitirán descubrir una nueva manera de comprender, asumir y cultivar su interioridad humana: Una de las voces abrigada por fuegos de leño nocturnos reflexiona con la sabiduría que da la experiencia acerca de nuestra incapacidad humana para agradecer todo lo que la madre tierra nos provee, que así como nutre puede destruir: el fuego que nos abriga, puede también quemarnos.

Llaki es una experiencia cinematográfica, y por lo tanto, bastante más que sólo una película.  Completa una década de cercanía, y por lo tanto confianza y afectividad, entre el director de la película, su propio padre, su pequeña hija y su equipo en diálogo continuo con la familia Ortíz Ramos, que certifica el valor identitario de la cosmovisión kallawaya en la que su ritualidad cotidiana privilegia espíritu y naturaleza como sentido existencial y es a partir de estos términos que debe ser leída como narración del acercamiento humano y los rasgos esenciales de una cultura que ha trascendido fronteras y ha sido reconocida en sus cualidades originarias.

La palabra con la que se titula la película significa tristeza, melancolía o pesadumbre, pero a partir de su irrupción, con sus hallazgos y certezas, Llaki termina resignificando el renacimiento y el encuentro donde se impone la horizontalidad en la comunicación en clave de respeto por las convicciones mutuas.

También puede leer: Lazos de vida

Ficha Técnica

  • Título LLaki. Dirección: Diego Revollo.
  • Fotografía: Miguel Nina y Mauricio Ovando.
  • Música: Jorge Zamora (Zamorita).
  • Casa productora: Transbordador Audiovisual.
  • Con la participación de: Aurelio Ortiz, Juan Ortiz Jiménez, Melisa Ortiz, Valentín Ortiz, Justina Ramos, Apolinar Ramos, Fernando Revollo, Amaya Revollo. Duración: 72 minutos. AÑO: 2023. PAÍS: Bolivia.

Texto: Julio Peñaloza Bretel

Fotos: Transbordador Audiovisual

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Javier Saldías: Prócer del rock boliviano

El bajista paceño forjó un sonido propio con The Black Birds, Climax, Luz de América y Black Jack

Por Marco Basualdo

/ 21 de abril de 2024 / 06:36

El “Chino” Saldías, así le decían, fue el gran pilar en la historia del rock boliviano. Vio llegar el movimiento musical y cultural que empezó a conquistar al mundo, con ese ritmo estridente y verba subversiva que puso en grito revolucionario a las juventudes inconformes con el sistema que domina. Hace unos días nos dejó por una enfermedad terminal y la escena local se puso de luto. Javier Saldías, dueño de una carrera que trascendió el tiempo y las modas, es el prócer del rock en Bolivia.

Nacido en La Paz en 1948, Saldías estudió en el colegio San Calixto y a temprana edad abrazó, como muchos de su generación, al recién aterrizado rock & roll. Junto a su camarada de aventuras colegiales, José “Pepe” Eguino, el espigado muchacho empezó a imaginar una versión boliviana que emulara a grupos como The Beatles, The Yardbirds y The Ventures, los preferidos de aquella primera progenitura rockera. Eguino había vivido parte de su niñez en los Estados Unidos, donde tuvo acceso a todo tipo de corrientes musicales y donde llegó a formar un grupo. Este anteojudo guitarrista había rescatado a Saldías que, a pesar de su talento para la música, prefería distraer sus horas de ocio escuchando música con su grupo barrial Los Pájaros Negros. Ambos convocaron a otro vecino miraflorino que manejaba una empresa de amplificaciones llamada La Récord, con la cual solía alegrar fiestas de 15 años, llamado Boris Rodríguez. A ellos se sumó el también guitarrista Fernando Peña, y en consenso decidieron tomar el nombre de aquel grupo miraflorino que había integrado Saldías, pero traducido al inglés: The Black Birds.

músicos. José Eguino, Javier Saldías, Álvaro Córdova y Bob Hopkins.
José Eguino, Javier Saldías, Álvaro Córdova y Bob Hopkins.

El cuarteto empezó ensayando temas de sus grupos de culto, pero también afrontaron un problema que a la larga iba a ser una constante: la pérdida de la segunda guitarra. Peña se marcharía, y pese al escepticismo en torno al futuro de la agrupación, dieron con un personaje que influiría enormemente en la producción de la banda. El hijo del agregado militar de la embajada de los Estados Unidos, Mike Yoder, junto a quien el grupo asentó su propuesta y se lanzó a la escena interpretando canciones de sus ídolos, además de sumar las primeras composiciones en su repertorio. Así, tras una serie de presentaciones, el grupo participó en el concurso convocado por la empresa Philips, el cual ganaron haciéndose acreedores del primer premio consistente en la grabación de un disco simple en Buenos Aires, Argentina. Pero lamentablemente para el grupo y el naciente movimiento “nuevaolero”, el padre de Yoder culminaba su gestión de trabajo, por lo que el muchacho tuvo que retornar a su país en 1967, no sin antes grabar el segundo EP del grupo. Su lugar fue ocupado momentáneamente por el venezolano Billy Quik, de paso fugaz, y posteriormente por el tecladista Alfredo Careaga, aunque con escasa repercusión. El 14 de enero de 1968, el grupo programó su última presentación, pues Saldías había decidido, junto a Eguino y un amigo colega de otra banda, Álvaro Córdova, viajar a los Estados Unidos.

Evolución sónica

Irrumpido 1968, Javier, junto a “Pepe”, confirmaban un viejo anhelo: viajar hacia la Meca del rock con Álvaro Córdova, quien también se había desvinculado de su grupo Las Tortugas para cumplir su sueño. En San Francisco, California, se había desarrollado un estilo de rock experimental bautizado como “vanguardista” o “sicodélico”. Entonces, el trío Eguino-Saldías-Córdova se radicó por diez meses en Denver, Colorado, desde donde tuvieron acceso a todo tipo de conciertos. Fueron privilegiados espectadores en actuaciones de Jimi Hendrix, Cream y The Doors, y aquel nuevo estilo les abriría la mente hacia la experimentación. Bajo aquella influencia y tras concluir que abrirse espacio entre los músicos norteamericanos sería tarea imposible, los bolivianos alistaron sus maletas para el retorno a fines de 1968.

Nuevamente en La Paz, su llegada empezó a generar gran expectativa aún sin saberse si iban a dar vida a una nueva formación pero, una vez formalizada su propuesta, los chicos no defraudaron. Rebautizados como Climax, el estado purificador al que aspiraban llegar mediante la música, los Saldías y compañía intentaron personificar la versatilidad de los avezados músicos del Norte, pero con sello propio. “Lo que vimos allá realmente nos cambió las perspectivas de lo que se había hecho hasta ese momento en Bolivia. Y nos propusimos cambiar las cosas”, dijo alguna vez Saldías, que ya se había hecho un experto con el bajo.

vida. Javier Saldías nació en La Paz en 1947. Falleció tras una enfermedad el 16 de abril de 2024.
Javier Saldías nació en La Paz en 1947. Falleció tras una enfermedad el 16 de abril de 2024.

Las primeras presentaciones se realizaron en el Cine Teatro Monje Campero de El Prado, en el Teatro al Aire Libre y en terrenos del Coliseo Cerrado de la calle México, con una receptividad avasallante. Los interminables solos de guitarra de Eguino, la incansable a la vez de melódica base de Javier y la aceleradísima percusión de Córdova fueron la fórmula alquímica que catapultó a Climax como el “power-trío” nacional. En una actuación en el Círculo de Oficiales del Ejército de Calacoto tuvieron la visita en camerino de un marine estadounidense de servicio en el país llamado Bob Hopkins, quien pidió colaborar con el trío tocando su armónica. La química fue instantánea, los músicos bolivianos quedaron impresionados por la forma de tocar del norteamericano, y junto a él se lanzaron a la composición del material de su segundo EP, que vería la luz en 1970 con la canción El abrigo café de piel de gallina, (original de Ottis Rush) como el hit del ahora cuarteto.

Aquel disco se agotó por completo. Pero luego de algunas presentaciones por ciudades de todo el país, la carrera de Climax entró en receso y posterior desmembramiento. El primero en marcharse fue Hopkins, a quien le siguió “Pepe” Eguino. Pese a ello, Saldías y Córdova, en 1971, convocaron a Nicolás Suárez en los teclados y Félix Chávez en la guitarra, formación con la que viajaron hasta Buenos Aires, Argentina, para algunas presentaciones que concluirían con un proyecto binacional entre Saldías y Córdova, que formarían el grupo Mahatma junto al guitarrista argentino Jorge Montes. “Jorge era un gran guitarrista del grupo Séptima Brigada, nos conocimos y nos invitó a formar un grupo que lamentablemente no duró mucho”, contó Saldías sobre aquella incursión “gaucha”.

Tras idas y venidas, finalmente en 1974, el trío original de Climax confirmó su reunión, que tendría como producto Gusano Mecánico, un Long Play conceptual con canciones como Pachacutec (Rey de Oro), Transfusión de Luz y Cristales soñadores, entre otros títulos, que revolucionaría el mercado local, disco que también se agotó y hoy es una reliquia muy apetecida por coleccionistas. Lamentablemente, al trío no le quedaría mucha vida, pues hacia fines de 1975, el eterno baterista migrante hacía maletas una vez más, dejando colgados a los otros dos músicos.

También puede leer: Videoteca Barbarroja: La utopía realizada

climax. Bob Hopkins y Javier Saldías en el Cine Teatro Monje Campero.
Bob Hopkins y Javier Saldías en el Cine Teatro Monje Campero.

La Luz de la disco

A medida que la década de los 70 llegaba a su fin, la escena musical mundial empezaba a experimentar una serie de cambios; el impacto de la sicodelia y el rock duro empezaba a decrecer. En ese contexto, los hermanos paceños Barrionuevo, Charly y Mauricio, habían dado vida a un grupo que llevaba el nombre de Tercera Generación a principios de 1977, que interpretaban canciones de grupos de la naciente moda disco como The Bee Gees y The Commodors. Casi en paralelo, Saldías intentaba dar vida a un nuevo proyecto que buscaba internarse hacia una tendencia enmarcada en el jazz-rock bajo el nombre Años Luz, pero la iniciativa finalmente no fue consumada. Entonces los hermanos Barrionuevo invitaron a Saldías a sumarse a su grupo y el bajista aceptó entusiasmado aquella idea.

El acoplamiento fue genial. Así, el grupo debía rebautizarse y Charly se encargó del asunto proponiendo el nombre Luz de América, con el que pasaron a tocar en las típicas “Fogatas estudiantiles” que se organizaban en colegios interpretando canciones de ese estilo bailable. Y también fueron incorporando algunas de sus composiciones, que intentaban fusionar la música electrónica con aires andinos, una preocupación por los ritmos autóctonos que les valió un reportaje para el programa español 300 Millones, que concluyó en la grabación de un video de la canción Thinku, incluida en su segundo EP.

Tiempo después, la llegada del cantante argentino Hugo Ojeda se dejó sentir en las futuras creaciones. Hasta su arribo, Saldías y los Barrionuevo se turnaban en la parte vocal, pero con Ojeda sosteniendo el micrófono, cada uno de los músicos se dedicaba a lo suyo mientras el de la voz demostraba un timbre que le daba sello y cualidad a la banda. Tras varias presentaciones de gran receptividad, el grupo volvió a estudios para grabar su tercera producción con éxitos como Es mejor el amor y Ven a mi disco show. Pero tras concluir con el itinerario de actuaciones por ciudades del interior, el argentino Ojeda sorprendió con la noticia de su retorno a su país.

Aquella inestabilidad sería el fin de la banda. A mediados de los 80, los hermanos Barrionuevo partían hacia los Estados Unidos, donde actualmente continúan su carrera como músicos al frente de Luz de América. En 2004, Saldías intentó relanzar a Luz de América junto a “Pepe” Eguino y músicos de acompañamiento, y tras una serie de presentaciones a pub lleno, el grupo a nivel local volvió a sellar su historia.

 Luz de América en una gira
Luz de América en una gira

Juego de cartas

A mediados de los 90, la fugaz agrupación del guitarrista cruceño Glen Vargas, Tero y los solteros, visitó La Paz para ofrecer algunas presentaciones en el pub El Socavón, con jornadas en las que contó con un público selecto, entre ellos, Javier Saldías. En una de esas sesiones de música improvisada, Saldías le mencionó al “camba” la posibilidad de un proyecto que tenía como norte la explotación del rock clásico. Sin meditarlo mucho, Vargas sorprendió al bajista con su decisión de quedarse en La Paz, para formar el soñado grupo y juntos convocaron a músicos de acompañamiento para darle vida al mismo. Acoplaron muy bien y fueron bautizados como Black Jack por Sol Mateo, propietario del lugar, inspirado en aquel juego de cartas, con un repertorio marcado por lo mejor de The Rolling Stones, Pink Floyd y The Police.

Aquella formación se presentó durante meses hasta que Vargas retornó al Oriente y fue reemplazado por otro consuetudinario de las seis cuerdas, el ex Climax “Pepe” Eguino, con quien continuaron en escena. Tras un breve paréntesis hacia 1992, volvieron a la carga con la cantante Claudia Reinhart, presentándose en el circuito de boliches paceños, hasta que un lamentable accidente dejó temporalmente lesionado a Saldías a fines de 1994. El músico resbaló de las gradas de su casa, se dislocó el hombro y requirió de un costoso tratamiento en el exterior, que fue financiado en parte por la FM Contemporánea, que organizó un concierto masivo para recaudar fondos en noviembre de 1994.

Durante su recuperación, el bajista conoció a un admirador de Mick Jagger, el cantante José “Cacho” Cisneros, con quien planearon un nuevo proyecto que iba a tomar cuerpo mientras el bajista sanaba su dolencia. Por otro lado, la formación alternativa de Black Jack empezaba a desmembrarse por falta de continuidad. Entonces la historia del grupo corrió el riesgo de quedar en el camino de no ser por el retorno de Saldías en 1996, que continuó en inclaudicable carrera rockera hasta iniciada la primera década del nuevo milenio. Pero la energía ya no era la misma.

De intermitencia en los escenarios, de ahí en más Javier Saldías continuó de igual manera aportando en el ámbito de las culturas. Fue profesor en el Conservatorio Nacional de Música, donde dictó clases de Panorama de la música popular, y previamente locutor de radio en emisoras como FM Contemporánea y FM Graffiti, medios desde donde intentó educar a las huestes rockeras que hacían a su audiencia. Participó en la película Nostalgias del Rock de Tonchy Antezana. También recibió un reconocimiento de parte del Senado por sus contribuciones como artista junto a otros colegas del naciente movimiento nuevaolero boliviano. Hace un par de años, Córdova y Eguino intentaron rearmar Climax en su versión original para goce de sus devotos, pero el mal estado de salud de Saldías se lo impidió. Hasta que el destino nos los quitó.

Melodías para un ídolo

Glen Vargas, guitarrista de Track

“Conocí a Javier en la década de los 80, él era integrante de Luz de América, y tuve la oportunidad de conocerlo mejor en el año 90, tocamos juntos en David Lamar y después en Black Jack. Tuvimos una hermosa amistad, en una oportunidad de muchas en La Paz me alojé en su casa. Era un muy buen músico y buen tipo, Dios lo tenga en su presencia. Lo tengo bien presente con su abrigo negro largo, empuñando su Alembic”.

Hernán Laguna, guitarrista de Laguna Mental

“Es muy triste lo de Javier, que seguramente ha sido la influencia para muchos bajistas y un referente para todos los seguidores del rock boliviano y el rock progresivo en especial, con Climax por sobre todo, que es una joya de banda que tuvo muchas influencias que se pudo traducir desde una voz muy boliviana. Además, tenían una presencia escénica imponente, Javier tenía una manera de tocar muy particular. Es una terrible pérdida”.

 Peggy Martínez, productora y radialista

“La partida de Javier marca un momento en el que debemos reflexionar sobre el trato a nuestros músicos; la situación del arte en Bolivia sigue siendo la misma, seguimos viviendo en la mediocridad y en el olvido. Los artistas no reciben el mínimo de atención y esto se ve reflejado precisamente en la situación en que viven sus últimos días aquellos que aportaron a la cultura de tan alto nivel, con tanta trayectoria y que han marcado nuestra historia”.

Luis Reyes Ortiz, periodista y radialista

“Como componente de un universo paralelo, sin dudas es nuestro Jack Bruce (Cream). Las razones son varias, como la obvia conformación de un power-trío como fue Climax. En el plano personal, la comparación irrumpe en los planos del virtuosismo, versatilidad y crudeza interpretativa, tanto del bajo como de su voz rasposa y con marcada articulación del inglés, sello característico en su modo de hablar habitual”.

Texto: Marco Basualdo

Fotos: Archivo Rock Boliviano Medio Siglo

Comparte y opina:

Garra de hierro

La cinta de Sean Durkin visita el mundo de la lucha libre a través de la historia de la familia Von Erlich

Por Pedro Susz K.

/ 21 de abril de 2024 / 06:23

Si bien ese seudodeporte denominado lucha libre, por aquí conocido como cachascán, que no es otra cosa sino la escenificación de la violencia para saciar el apetito de brutalidad que habita en la oscuridad de los más recónditos escondrijos de la curiosidad humana, tiene su origen y escenario principal en los Estados Unidos, al igual que otras tantas modas, se ha extendido al mundo entero. Sigue por cierto siendo un enigma muy difícil de dilucidar el por qué ese mero simulacro de cualquier combate verdadero continúa cautivando a millones de seguidores en distintos puntos del planeta, el grueso de los cuales saben que todo lo que acontece sobre el ring es postizo.

Valga el apunte: por estos lares desde luego no hemos podido quedar ajenos a la referida boga según queda evidenciado con el más o menos reciente apogeo de las exhibiciones de las cholitas luchadoras que han tomado la posta de sus pares masculinos otrora a cargo de poner en escena tales imitaciones de la lucha real.

Garra de hierro es el tercer largo dirigido por el realizador de origen canadiense Sean Durkin (1981), cuya infancia transcurrió en Londres y terminó aposentándose en Manhattan, donde ha desarrollado una nutrida trayectoria en el campo del cortometraje y varios trabajos para televisión, hasta acabar siendo un director muy valorado entre la crítica, sobre todo de su país de adopción, pero no solo, por su opera prima Martha Marcy May Marlene (2011) thriller psicológico que escarba en las aprensiones de una protagonista aquejada de profunda paranoia luego de fugar de una opresiva secta.

El nido (2020) su segundo largo asimismo, como el anterior, guionizado por el propio Durkin, puso en pantalla una cuestión no menos escabrosa: otro drama sicológico, esta vez a propósito de la crisis de cierta pareja mudada de Nueva York a Londres donde la convivencia en el día a día se va transformando en una suerte de infierno sin escape. Y ambas obras previas obtuvieron múltiples premios y reconocimientos.

Regresemos empero a la incubadora del norte, donde si hubo alguna celebridad de la lucha libre profesional especialmente mimada por los medios de comunicación fue nada menos que una familia entera apellidada Von Erlich, casi todos de cuyos integrantes probaron fortuna, con diverso éxito, sobre el cuadrilátero entre los años 80 y 90 del siglo anterior. Empero su fama no se debió únicamente a los forcejeos contra los presuntos antagonistas, asimismo a las múltiples tragedias que debieron soportar en aquella misma época, dramas convertidos por la prensa sensacionalista en el aderezo que faltaba para convertir su historia en insumo preferente de la masa de fisgones atentos a cada nuevo detalle, cuanto más ominoso digerido con mayor fruición por los fans.

Garra de hierro arranca en un blanco y negro muy granulado, cual si se tratase de un fragmento documental de lo acaecido en los años 60. En la escena Fritz Von Erich, el patriarca del clan en cuestión, acaba de bajar del escenario cuadrangular donde escenificó algún capítulo del show dizque deportivo luego de haber liquidado a un antagonista valiéndose de una de las típicas “llaves”. Emprende enseguida el retorno a casa mientras en el asiento trasero del auto varios niños escuchan absortos el sermón de su papá prometiendo que logrará hacerse pronto del título de campeón mundial y así tendrán fin las dificultades existenciales que en ese momento los agobian.

Enseguida la narración da un salto temporal hacia adelante. Fritz no ha conseguido hacer realidad su promesa. En cambio ha contagiado, aplicando un rigor dictatorial, a sus hijos, Kevin, David, Mike y Kerry, de la pasión por alcanzar la meta que se le escapó, aun cuando algunos de ellos hubiesen preferido dedicarse a la música o al fútbol americano. Entretanto Doris, la madre, sigue temiendo azorada, pero en silencio, que ese negocio en el que Fritz embarcó a tiempo completo a todos sus vástagos, incluso uno que la película deja de lado, no conduzca a nada.

También puede leer: ‘Hotel Hazbin’

Por añadidura la tragedia ya asomó sus narices con la muerte, en inexplicable accidente, de Jack, el primogénito, cuando apenas tenía seis años. Y las consiguientes sospechas de que alguna maldición ronda sobre la familia ya no sólo embarga a Doris, ha sido asimismo inoculada en los muchachos que tampoco se atreven, a pesar de su contenida angustia, a desmarcarse de las tajantes órdenes del mandamás del clan. Y Fritz, el único sobreviviente de los cinco hermanos al cabo de unos pocos años, es quien más convencido se encuentra de alguna torcida confabulación causante de esa suma de siniestros ocurridos en apenas menos de una década. 

Que al patriarca sólo le importa sobre todo el triunfo a como dé lugar de los encargados de alcanzar la cima que a él no le fue dable obtener queda expuesto en una escena donde se muestra que a pesar de tratarse el espectáculo de puro fingimiento escénico mediante un cuidadoso entrenamiento previo de los protagonistas, la lucha libre no se encuentra absolutamente exenta de cualquier riesgo. Habiendo develado ya a los contendores como personajes investidos de una maldad sin límites, los cuales en la realidad, vale decir fuera del escenario y de la vista del público, son amigos muy chacoteros, en uno de los presuntos combates casi a muerte Kevin es lanzado fuera del ring y cae de espaldas, quedado en verdad seriamente lastimado, lo cual no lo salva de una severa amonestación de Fritz por el tiempo que demoró en ponerse de pie. A papá le vale madre si el golpe fue dañino y una vez más le endilga su monocorde mantra: sólo si se muestran como los más duros, más rápidos y fuertes, nada ni nadie los podrá damnificar.

El guion de Durkin no se contenta con detallar la saga biográfica de los Von Erich. Pretende en el fondo convertir esa historia real en una alegoría de múltiples connotaciones acerca de los patrones éticos en una sociedad, la estadounidense, donde lo virtual, los espejismos del éxito y la fama son los puntales de un modelo que antepone el individualismo radical e implacable a cualquier consideración social. Adicionalmente se evidencia otra faceta metafórica en el acento puesto sobre la función que el espectáculo cumple en una sociedad cuya supuesta modernidad libre de prejuicios es desmentida a cada instante por el éxito de divertimentos, como la lucha libre precisamente, impregnados de una masculinidad herméticamente invariable en las reglas de comportamiento que aposenta en los imaginarios colectivos.

En ese sentido el retrato de Fritz que Durkin entrega acentúa el perverso efecto ambivalente de la tóxica tiranía de su manejo de las cosas. Si por una parte ansía sinceramente ver triunfar a sus hijos, el recorte radical del libre albedrío de estos acaba empujándolos hacia la tragedia, signada por los dolorosos episodios dramáticos que les caen regularmente encima, en buena medida debido a que si la solidaridad entre hermanos es la fachada de la convivencia familiar, entretanto en la trastienda, impera la competencia entre ellos, acicateada por el insaciable ansia de gloria del padre, y termina imprimiendo el rumbo a seguir en el día a día.

Así, lo que pareciera ser una mera ilustración fílmica de la lucha libre, es en el fondo un desmenuzamiento de las vicisitudes escondidas detrás de las apariencias de ese supuesto prototipo familiar que al mismo tiempo protege y destruye a sus componentes. Apenas sucedida la primera desgracia Fritz declara: «No podemos permitir que esta tragedia nos defina». Y luego, después de ocurridas las varias otras, les reitera, inmutable, a sus hijos: «Nuestra grandeza se medirá por nuestro triunfo en la adversidad». La altisonancia de tales sentencias sugiere que en realidad se trataba del autoengaño de alguien que no terminaba de comulgar en el fondo con semejantes dichos.

Son inocultables las referencias de Durkin a Toro salvaje (Martin Scorsese/1980) y El francotirador (Michael Cimino/1978). En el primer caso, no sólo por la recurrencia al blanco y negro en el prólogo descrito, sobre todo porque allí ya se ahondaba en las averías de la violencia espectacularizada, y en el segundo, por el lugar central que en la película tenía el resquebrajamiento de la amistad masculina a causa del progresivo menoscabo de la inocencia por la competencia como valor social predominante que trizaba toda otra fórmula de subsistencia en común.

Está claro que Durkin eligió reconstruir la historia familiar de los Von Erich con una sobriedad dramática, no exenta de algunos toques alejados de la fidelidad puntual a la realidad, con un estilo narrativo muy distante de la exaltación heroica a la cual se prestaba el tema. Se le va sin embargo la mano en la moderación, como si hubiese temido incurrir en una falta de respeto a la memoria de sus personajes y de los penosos traspiés que debieron confrontar.

De tal suerte su descenso a los entresijos oscuros de la condición humana aparece lastrada por una falta de hondura sicológica en la achatada descripción de padres e hijos, no obstante la probada solvencia histriónica del elenco que reclutó, pero al cual forzó a una contención que no ayuda en absoluto al espectador a traspasar la superficie del drama sintonizando con las tristes eventualidades que los personajes reales se vieron obligados a transitar. El trato entre los hermanos cae en el esquematismo y los propios caracteres individuales terminan siendo sosos. Salvo quizás el de Doris, la madre que sobrelleva en angustiado silencio la creciente aproximación al abismo, personificada de modo convincente por una Maura Tierney, a la cual le alcanzan pocos minutos, y mayormente miradas antes que diálogos, para componer una conmovedora criatura. En cambio Holt McCallany, en el rol del autoritario Fritz, parece desaprovechado por los desniveles del guion acerca de su papel. 

Así, a pesar del magnífico trabajo del director de fotografía húngaro Mátyás Erdély, gracias al cual la película va insinuando que lo mostrado podría derivar en cualquier momento hacia una explosión emocional, es justamente emotividad lo que falta, al punto de acabar dejando la sensación de una hechura un tanto hueca e insustancial. No aportan tampoco al espesor dramático el moroso arranque sobrado en minutos y falto de vigor, las incoherencias narrativas con las que forcejea de rato en rato la puesta en imagen, ni la forzada apelación, sobre el final, a una secuencia fantasmagórica totalmente incongruente con el circunspecto tono que impregna hasta esa instancia el relato. 

Ficha Técnica 

Título Original: The Iron Claw – Dirección: Sean Durkin – Guion: Sean Durkin – Fotografía: Mátyás Erdély – Montaje: Matthew Hannam – Diseño: James Price – Arte: Sammi Wallschlaeger – Música: Richard Reed Parry – Efectos: Santanna Dean, Jack Hale, Zack Beshears, Adam Broad – Producción: Len Blavatnik, Danny Cohen, Sean Durkin, Maxwell Friedman, Juliette Howell, Harrison Huffman, Angus Lamont – Intérpretes: Holt McCallany, Maura Tierney, Grady Wilson, Valentine Newcomer, Zac Efron, Harris Dickinson, Scott Innes, Chavo Guerrero Jr., Garrett Hammond, Stanley Simons, Michael Harney, Jullian Dulce Vida, Cazzey Louis Cereghino, Ryan Nemeth, Lily James, Kevin Anton, Jeremy Allen White, Michael Papajohn, Brady Pierce –EEUU, INGLATERRA/2023

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Cristhian Ortega: un médico naturópata con misión espiritual

El especialista hace abordajes terapéuticos integrales sobre los tres cerebros humanos: motor, emocional e intelectual

Por Mitsuko Shimose

/ 21 de abril de 2024 / 06:10

Un eneagrama enorme dibujado sobre el piso con lámparas encendidas en cada una de sus puntas y personas sentadas en loto vestidas con poleras blancas y pantalones negros delante de estas luces lo rodean. En el medio, se percibe una especie de mantel circular con cinco velas encima: cuatro en el sentido de los puntos cardinales y una que resalta por su altura al centro. El eneagrama es un mapa de la mente humana que ayuda a explicar con claridad cómo son las personas y su forma de relacionarse con los demás. Es un grafismo en forma de estrella de 9 puntas, representando los tipos de personalidad, rasgos, virtudes, defectos y tendencias psicológicas.

Es con esta exploración sobre las personas y su relacionamiento entre sí que Cristhian Ortega, médico naturópata, busca ayudar a sus pacientes. Para él, “no solamente somos un cuerpo, somos sensaciones, emociones, pensamientos y tenemos una vida espiritual muy profunda”. Es por ello que lleva más de siete años realizando abordajes terapéuticos integrales, es decir, abordajes que toman en cuenta, según explica, los tres cerebros humanos: el motor, el emocional y el intelectual, porque “somos seres tricerebrales”. Este entendimiento lo condujo a la Naturopatía, la cual “podría ser el puente que permita al campo de la salud crecer y abordar de maneras inteligentes y gentiles los procesos que actualmente están atravesando no solo las y los pacientes, sino toda la humanidad”.  

Camino de la Naturaleza

El término Naturopatía proviene del inglés Nature y Path o “Camino de la Naturaleza”; por lo tanto, es un camino natural por el que el ser humano transita en busca de la salud integral, tanto para curarse a sí mismo, como también, y sobre todo, para prevenir cualquier tipo de enfermedad. “Mi relación con lo que ahora se puede llamar Naturopatía fue bastante instintiva. Soy un autodidacta por naturaleza, tuve que reformular diversos conceptos”. 

A partir de esta exploración, progresivamente cambió su cosmovisión de la vida y de lo que es salud: epigenética, nutrición de los tres cerebros, biodrenaje, metilación, campos electromagnéticos, microbiota y microbioma, comunicación mente-cuerpo… investigó todos estos campos del conocimiento para reformular su práctica como terapeuta. Estos son algunos de los conceptos más importantes que poco a poco fueron modificando su forma de abordar lo que convencionalmente se conoce como enfermedad y que desde la Naturopatía se consideran procesos. Después de toda esta exploración conceptual, se contactó con el Centro Andaluz de Naturopatía y comprendió que la definición de Naturopatía tenía afinidad con todo lo que había estado investigando.

Ortega empezó a recorrer esta senda desde que le fueron insuficientes los conocimientos básicos que ofrece la medicina alopática, por lo que desarrolló una perspectiva propia en el tratamiento de los pacientes con una visión más natural de la medicina. Explica que este abordaje posee tres pilares fundamentales: aspectos nutricionales, procesos de biodrenaje (comúnmente conocido como desintoxicación) y aspectos psicoemocionales, relacionados con las tensiones que generan las relaciones humanas del paciente, no solo con su entorno social sino con su ecosistema tanto interno como externo. “Ahí es donde entra la parte emocional e intelectual, lo que siento y lo que pienso también es importante en el equilibrio de mi cuerpo y fisiología”, resalta.

Antes de ser naturópata, Ortega trabajó por un tiempo como médico general, pero cuenta que la forma de abordar los procesos que atraviesan las personas le pareció insuficiente, demasiado reduccionista, siendo su principal forma de tratamiento los fármacos y drogas de alta potencia, dejando de lado aproximaciones naturales, más accesibles y al mismo tiempo más sutiles y menos agresivas para el cuerpo: nutrición, herboristería, termoterapia, acupuntura, homeopatía, experiencia somática, biodrenaje, suplementos, etc. “Todos estos son métodos que parten de la propia naturaleza para alcanzar el equilibrio y que pueden aportar enormemente con sus investigaciones y fórmulas a la medicina occidental que se niega a ampliar la mirada”.

Respecto a que la Naturopatía sea concebida como “medicina alternativa”, Ortega dice que no le gusta ese término, ya que ese concepto implica una relación especialmente conflictiva entre la medicina occidental y el resto de abordajes que buscan equilibrar la salud y que se tiende a denominar como alterno. “Implica que la medicina desarrollada principalmente en Occidente es la principal y el resto de abordajes son alternativos, posibilidades relegadas a un segundo plano, porque se nos dice que las aproximaciones naturales carecen de la base científica que solo posee la medicina convencional”.

Si bien la medicina occidental contiene esa base, desde su punto de vista está dejando fuera de su cuerpo teórico importantes conceptos que también son fundamentales en la salud, frenando así su desarrollo. “Como ejemplo podemos hablar de la tensión emocional que muchos pacientes sufren en su vida, ya sea porque han perdido a un ser querido, o porque su ecosistema familiar se ha roto, o porque han sufrido violencia en su infancia. Desde la medicina alopática esto compete al psicólogo o, peor aún, al psiquiatra. Si revisamos la increíble cantidad de estudios científicos que ahora tenemos a la mano y que día a día se incrementan, veremos por ejemplo que muchos pacientes con enfermedades autoinmunes (artritis, lupus, fibromialgia, etc.) han sufrido emocionalmente cuando eran niñas y niños. Por tanto, no podemos dejar de lado esta parte de la dimensión humana si queremos ayudar a estos pacientes”.

Ahí es donde la Naturopatía puede ayudar, pues él asegura que “lo que necesitamos más que nunca en el campo de la salud son profesionales con manos y corazón cálidos. Si contamos con este tipo de profesionales, todo acto humano será seguro y para el bien de nuestros semejantes”. Ortega asegura que el campo de visión de la Naturopatía es más amplio, algo que la conduce a la investigación de conceptos que pueden permitir una evolución en el área de la salud.

El Cuarto Camino

eventos. Afiches de encuentros de Danzas Sagradas en Madrid, Santa Cruz y La Paz (arriba) y Taller de Nutrición para Niños en el CCELP en 2023 (abajo).
Afiches de encuentros de Danzas Sagradas en Madrid, Santa Cruz y La Paz (arriba) y Taller de Nutrición para Niños en el CCELP en 2023 (abajo).

Esta amplitud de visión que ofrece la Naturopatía y su manera de concebir la salud de manera integral se complementa con el Cuarto Camino, un laboratorio espiritual, una Enseñanza traída a Occidente por George Ivanovich Gurdjieff, con el fin de “permitirnos, en estos tiempos tan álgidos, conectar con algo más grande, despertar y afrontar la vida a la Luz de la Consciencia”.

“Personalmente he estudiado esta Enseñanza desde muy joven y me ha permitido integrar poco a poco las distintas dimensiones de mi vida interior. Vivimos muy afanados en el mundo exterior, afectados por el vaivén de los eventos, pero carecemos de la inteligencia suficiente para abordar con esa misma intensidad y atención nuestra vida interior: nuestras sensaciones, nuestras emociones y nuestros pensamientos. Ahí hay un campo rico de exploración del cual la educación actual prescinde casi totalmente. ¿Será esta la causa de la desesperación y el sufrimiento que estamos viviendo como especie?”, se pregunta.

Pero, ¿quién fue Gurdjieff? Ortega cuenta que Gurdjieff nació en Armenia, “una región sumamente interesante por su ubicación geográfica ya que se halla entre Oriente, Occidente y Rusia, lo cual implica que Gurdjieff tuvo la posibilidad de desarrollarse en un contexto de mucha riqueza cultural y espiritual”. Fue un buscador incansable que viajó por las distintas cunas donde se irguió la sabiduría milenaria. A principios del siglo XX, llegó a San Petersburgo donde fundó su primera Escuela. Allí se le unieron seres humanos de gran inteligencia que luego se harían cargo de difundir sus enseñanzas, agrega.

Una de las particularidades de su amplio cuerpo de estudios fueron las Danzas Sagradas, las cuales provienen de lo que él denominaba Arte Objetivo, no un arte para asombrar o acrecentar el ego, sino para Despertar a quien practicara con dedicación y entrega este Arte del Movimiento. En 1922 llevó su Escuela y Enseñanzas a Francia y luego a Estados Unidos donde realizó varias presentaciones de las Danzas Sagradas.

También puede leer: ‘Momo’ y ‘La historia interminable’ de Michael Ende, una oda a la imaginación

Denominó a su Enseñanza como Cuarto Camino, que tenía por misión integrar el conocimiento científico de Occidente y la sabiduría de Oriente. Desde entonces varias escuelas se han formado alrededor de sus Enseñanzas, siendo una de ellas la Escuela Camino 4, cuya sede principal se halla en España pero que a lo largo del tiempo se ha establecido y difundido a distintos lugares de América Latina, incluida Bolivia. “Hoy en día en Bolivia, tenemos grupos de estudio tanto en La Paz como en Santa Cruz”.

Para las personas que estén interesadas en recorrer esta profunda investigación, los cursos se abren dos a tres veces al año, cuando llega el director de la Escuela, Uttam Módenes. Precisamente uno de esos cursos se llevó a cabo a inicios de este mes. “Es difícil explicar lo que realizamos durante este periodo Juntos, ya que una explicación verbal sucinta podría desvirtuar lo que se vive sutilmente desde la experiencia. Sin embargo, podemos decir que realizamos distintas prácticas dirigidas a despertar del sueño psicológico en que la humanidad se halla postrada, buscamos la posibilidad de Ser: transubstanciarnos para Ser. Una de esas prácticas, por supuesto, son las Danzas Sagradas que nos han llegado desde la sabiduría milenaria de una Humanidad Despierta”.

El grupo en La Paz se reúne cuatro veces a la semana para estudiar las Danzas Sagradas y otras prácticas. Las personas interesadas en saborear las Prácticas del Cuarto Camino, pueden contactarse al número 78845645.

Las prácticas —tanto las espirituales como las relacionadas a la salud física y emocional— son realizadas en AmanaSer, que se creó hace siete años como un espacio dirigido al equilibrio humano desde distintos abordajes: psicoemocionales, psicológicos, pedagógicos, artísticos, biológicos, etc. “Recientemente hemos ampliado su espacio físico en Miraflores, en la Av. Pasoskanki (edificio Killa, piso 2), donde nos dedicamos a implementar los tres pilares hacia el equilibrio de los cuales ya he hablado: nutrición, biodrenaje y manejo psicoemocional”.

AmanaSer busca ayudar a los pacientes con procesos crónico-degenerativos a través de terapias y protocolos naturales, cuyo fin es restablecer el equilibro humano, por lo que se ofrece couching en nutrición, consultas médicas, manejo de procesos metabólicos, terapias de relajación, sauna infrarojo, meditación, cursos y talleres dirigidos a prevenir el desarrollo de procesos patológicos.

Todo aquel que quiera formar parte de la comunidad AmanaSer, puede unirse al grupo de WhatsApp al 76767696 y seguir la página de Facebook  Fundación Cerebro.

“Hace 10 años abrí una página de Facebook llamada Fundación Cerebro, donde compartía posts sobre todos los aspectos teóricos relacionados con la neurología y su aplicación transversal en otros campos del conocimiento como marketing, psicología, creatividad, desórdenes psiquiátricos, etc., etc. En ese entonces no existía un espacio así en redes sociales y por eso llegué a captar a mucha gente (se suscribían alrededor de 10 personas por día)”.

A partir de ahí, Ortega señala que después, por alguna razón, Facebook empezó a limitar su contenido y por eso, aprovechando la cantidad de seguidores que ya tenía, decidió utilizar ese mismo espacio para subir conferencias relacionadas con la salud integral y la medicina natural y preventiva sin necesidad de cambiar el nombre de la página.

Texto: Mitsuko Shimose

Fotos: Cristhian Ortega

Comparte y opina:

Últimas Noticias
RESULTADO PARCIAL