Nicolás Suárez, el hombre del piano
El músico repondrá a fin de año su ópera ‘El Compadre’. También alista un nuevo libro de canciones y su autobiografía musical. Al año volverá con su banda de blues, Nikopol
Nicolás Suárez Eyzaguirre es uno de los 11 egresados del mítico Taller de Música del maestro Alberto Villalpando. Corre el año de 1974, plena dictadura sangrienta de Banzer. Su tesis de licenciatura en la Universidad Católica de La Paz es un inédito análisis musical de la tarqueada. El resto del onceno de músicos hará también buena carrera. Son el director de orquesta Cergio Prudencio y sus dos hermanos (Jaime y José Luis); Rubén Silva (director de ópera en Polonia); el compositor cochabambino Agustín Fernández Sánchez, Franz Terceros, el pianista Juan Antonio Maldonado, Willy Posadas, el clarinetista Jorge Aguilar y el director de la Sinfónica Freddy Terrazas. Nicolás Suárez nunca publicará su tesis pero ahora casi 50 años está con la idea metida entre ceja y ceja.
“Las piezas autóctonas están diseñadas para que en la audición perdamos la concepción del tiempo. Las miniestructuras de una tarqueada son similares; si escuchas por varios minutos, no sabes en qué estructura estás, si estás al inicio, al medio o al final; por eso te extravías, es atemporal, eso no ocurre en la música occidental”, explica. Suárez —que ha transcrito 700 tarqueadas bajo el método del húngaro Béla Bartók— creía hace medio siglo que con su descubrimiento podía explicar el secreto de la construcción de Tiwanaku.
Nicolás Suárez nace en La Paz un día de diciembre de 1953. Su padre, de profesión contador, es un melómano. En su discoteca hay todo tipo de música y por su casa de la plaza Abaroa pasan artistas que tocan en largas y entretenidas veladas. El niño “Nico” mira a todos con los ojos como platos y con las orejas bien abiertas. Incluso dos jovencitas llamadas Zulma Yugar y Enriqueta Ulloa cantan sus primeras canciones en la casa. El bichito de la música ha sido inoculado, solo falta esperar los primeros síntomas.
El padre quiere que su hijo estudie economía. Y así será, pasando sin pena ni gloria por las aulas de la UMSA y la Católica. Cuando Nicolás ingresa al taller del maestro Villalpando, ha tomado antes clases particulares de piano, ha formado su primera banda de rock (The dreams, 1970) y los legendarios Climax lo han reclutado para tocar los teclados. Llega al taller con los humos por las nubes y pronto se va a dar cuenta de que hay que laburar, que hay que estudiar. Y así será: la entrega, como buen stronguista, no se negocia.
Las clases de solfeo, armonía, contrapunto, composición e incluso matemáticas son “a full”. Los casi 30 alumnos compiten sanamente y pasan clases incluso en vacaciones. El maestro Villalpando logra a los mejores profesores en cada área, ayudado por su mano derecha Carlos Rosso. Todos tienen que terminar tocando un instrumento sinfónico; el contrabajo elige a “Nico”.
Después de cuatro años de estudio intenso, llega el “surmenage”. Nicolás sufre una crisis vocacional y parte a Santiago a estudiar ingeniería de sonido en la Universidad de Chile. La vocación sabe nadar pero el conflicto entre la música clásica y el rock amenaza con ahogar su “ajayu”. Una maestría en composición clásica se atraviesa a principios de los años 80 y “Nico” pasa dos años maravillosos en la capital de Estados Unidos, Washington. La Catholic University of America cuenta con un Centro Latinoamericano de Música y una de las profesoras, argentina, le incita a viajar por toda la historia musical del continente, desde los grandes maestros y directores a lo último contemporáneo.
La libertad es absoluta. Lo primero que compone son tres canciones para coro y una pieza corta llamada Neuquén. Esta última —junto a 15 composiciones más— está recogida con partituras en su último libro Música para/con piano (noviembre de 2021, Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia). Es una antología/crónica musical de todos sus temas desde 1972 a 2020, excepto sus temas rockeros. “Un cordel de teclado ha causado el movimiento de un trompo que simboliza el juego y la música en el tiempo” (Suárez dixit).
A su regreso a Bolivia, “Nico” o “Nikopol” (para los amigos) da clases en el Conservatorio Nacional de Música y renueva parte de las asignaturas con el permiso del director Roberto “Roby” Borda. Entra en una etapa frenética en el estudio de Pro Audio y a cuatro manos, junto a Sergio “Mosca” Claros, se inventa “jingles” como panes, hasta cinco a la semana.
El rock vuelve a llamar a sus puertas y entra en Circus, banda fundada por el bajista Sandry Morales y el “batero” Germán Urquidi, ex Estrella de Marzo. El grupo —completado con el guitarrista Luis Eguino— es un habitué del Scaramush de la calle Colón. Tocan música disco durante un año todos los viernes, sábados y domingos del señor. De ahí pasan a alegrar las noches de la discoteca del hotel Sheraton (actual hotel Plaza). La cantante surcoreana Cristalina Park hace las delicias con versiones de Barbra Streisand y Donna Summer y Nico Suárez, que ha sustituido a Wálter Condori (que vuelve a su Villazón natal), hace lo propio desde las teclas blancas y negras.
Una beca de la OEA lo lleva de regreso a Washington D.C. para completar un doctorado en música durante dos años y medio. Es 1995 y Suárez aprovecha para hacer largas caminatas por los bosques y parques de la ciudad, tocar el piano en una iglesia evangélica/hindú y dar clases en los famosos programas de educación para adultos. “Pude ver lindos conciertos, vi gratis a Chick Corea y me decepcionó Santana, pues hacía subir a chicas para bailar con ellas en el escenario, daba discursos de 20 minutos sobre todo y nada y estaba engolosinado con una pila y un slide que hacía extraños y constantes sonidos en su guitarra”.
Cuando vuelve de nuevo a la patria, es compositor en residencia de la Orquesta Sinfónica Nacional (2002-2005) y asume la dirección del Conservatorio Nacional de Música durante cinco años (2000-2005). En la puerta del “Conser” se tropieza con Gonzalo Gómez, que ha fundado GoGo Blues tras la disolución temprana de Pateando al Perro. “Compraremos tu pase”, le dice Gómez en términos futboleros. Suárez graba los teclados para el disco en directo de la banda, Vivo en el Equinoccio.
El “santurrón” director del Conservatorio regresa de golpe a la noche/bohemia paceña. En aquel mismo año, 2006, Wara se queda sin tecladista a escasos días de grabar su nuevo DVD. De repente, “Nico” se ve tocando en la mismísima muralla china en una gira que lleva a los Wara por Estados Unidos, Japón y China. “Fue una época bellísima, con los Gogo la adrenalina sobraba, queríamos derribar las puertas de los camerinos antes de salir a tocar, con Alexis, Julito y Gonza viajamos hasta la Argentina para tocar como banda de rock boliviano en el famoso festival de Cosquín”.
Con Gogo Blues y Wara, Suárez se reencuentra/recupera su yo musical, su estilo personal como pianista y grupos como Ciudad Líquida, la Big Band de Juan Pereira y de “covers” de Deep Purple, Uriah Heep, Emerson, Lake and Palmer y Led Zeppelin lo convocan para tocar. “Fue una evocación a mí mismo, dejé de sufrir y buscar lo difícil y complejo”.
La revista Rock&Pop publica en 2013 un listado de los mejores cuatro tecladistas de toda Bolivia y ahí sale su nombre junto a Ricardo Sasaki, Freddy Mendizábal y Diego Ballón. Nota mental: algún día habrá que rescatar a ese gran pianista llamado Danilo Rojas, actualmente residiendo/tocando en Australia, hijo del gran compositor Gilberto Rojas.
Por aquel entonces “Nikopol” ya atiende en su “consultorio” del barrio de Bolognia donde escucha su colección de vinilos (más de 300 junto a 800 CD y otros tantos DVD) y “cura especialmente desgarros armónicos y cambios inesperados de ritmo y textura”. Es el doctor del teclado que lo mismo cruza la frontera de la música popular y el rock que navega por la academia y la música de vanguardia. Es un músico total, como el fútbol de la “Naranja Mecánica”.
“Sus acordes reflejan a un músico que conoce íntimamente el rock y se atreve a citar más adelante unos arpegios de Bernard Herrmann dentro de un tejido de los sonidos del siglo XX sostenido por kanthus hechos de armonías que nos hacen recordar al Ravel que tallaba delicadamente cada acorde y textura en su piano de Montford-l’ Amaury, y —ahí está “Nico” otra vez— lanzándonos sonoramente una cita melódica tras otra con ese humor delicado, fugaz y de gran ternura”, sostiene Javier Parrado Moscoso en el prólogo del citado libro para/con piano.
Si solo hubiese bolivianizado el blues (mayor), Nicolás Suárez ya merecía un lugar privilegiado en la historia de la música nacional pero “Nico” ha hecho mucho más. Ha compuestos cuatro temas sinfónicos; ha reinterpretado el himno nacional (Bolivianos, es ya libre nuestro pueblo); ha rescatado los sonidos telúricos de las sicureadas (de Italaque); ha mezclado a la perfección el huayño con las tonalidades del mejor jazz (de Miles); ha compuesto canciones inocentes para niños (tiene dos CD con música para wawas); ha participado en festivales como el de la OTI (con su tema Solo un despertar) y en radionovelas como Ciudad espesa (con guion de Percy Jiménez, Soledad Ardaya, Claudia Eid y Kike Gorena); y ha buceado en las aguas profundas de la música popular/folklórica y contemporánea. De yapa, ha ganado premios por doquier y es una connotado arreglista, pedagogo e investigador nato.
Y cuando parecía que todos los palos/estilos estaban ya tocados, se cruzó la ópera. Nicolás y su hermano Juan Carlos se pasan tardes/noches enteras viendo y gozando por televisión con las óperas más famosas. Quieren ponerse al día de las últimas novedades en el capítulo de escenografías. En septiembre de 2011 Nicolás estrenó El Compadre en el Teatro Municipal (el único con foso); una ópera sobre la vida de Carlos Palenque con libreto de la cineasta Verónica Córdova, un éxito total que tuvo una segunda versión en noviembre de 2017. “Esa ópera me abrió los ojos, me di cuenta de que podía meter una cueca en medio de una sonata, que soy más yo haciendo eso. Y comprobamos que habíamos dado en la diana cuando vimos gente salir llorando de los teatros, era la segunda vez que la gente lloraba después de la muerte del Compadre en marzo de 1997”, recuerda Suárez.
La ópera es el género más completo; se canta, se baila, se actúa, se toca. “Nico”, como con el blues, vence el reto de nuevo y fusiona la música clásica con la popular/folklórica: boleros de caballería, bailecitos, tangos, danzones, duetos, cantos de épocas y recitativos, jazz, auqui-auqui: todo bajo un sello propio e inconfundible. “La vida del Compadre es perfecta para una ópera al ser un arco, en una ópera tradicional el protagonista tiene éxito desde abajo y muere trágicamente, ahora tenemos la intención y el sueño de reponerla de nuevo para finales de este año, esta vez con una escenografía que no sea minimalista como las dos primeras veces, queremos salir incluso de gira nacional”, cuenta ilusionado.
Los proyectos de “Nico” suman y siguen. Nadie aprovechó la pandemia y los meses duros de encierro como él: ordenó su maravilloso archivo periodístico, clasificó todos los arreglos y sus canciones; y publicó su libro para/con piano con pentagramas. Esperando en el cajón de salida, están tres libros más: uno de canciones para niños/niñas (con letra y partituras) ¿Me da permiso por favor?; su autobiografía musical; y un nuevo libro de canciones, esta vez recogiendo sus temas de Gogo Blues, Wara y Nikopol. Su banda de blues en séptima mayor —que tanto agradó con su debut en las rockas— volverá a los escenarios a comienzos del próximo año con Álvaro “Chubi” Gonzáles en la voz, Fabricio Nava en la “bata” y Víctor Carpio en el bajo.
En plena cuarentena también salió a la luz una pequeña joya del rock boliviano: la reedición del primer disco (Dreams of the Dreams) de su primera banda, The Dreams. Nicolás recuperó las mezclas (en una cinta del mix de la guitarra, órgano y batería) de aquella grabación de 1970 en los estudios de Discolandia. “En 1998 coincidimos el trío de nuevo junto al batería Joe Mihotek y el guitarrista Luis Cariaga que ha muerto hace poco. Y grabamos de nuevo las voces, el bajo y algunos accesorios en los estudios Nikopol; en 2019 retomamos, ecualizamos y masterizamos en León Estudios con Omi León. Y ahí están esos cuatros temas con sonido de otra época y canciones como Soul girl/Little Girl, Tell me how funky y Dreams of the dreams. En aquel debut musical, “Nico” tocaba a dos manos el bajo y el órgano, al unísono, todo un revolucionario.
“Nico” es también un papelista. Recorta y guarda todo tipo de recortes de periódico; desde los referidos a su trabajo musical a artículos de literatura boliviana, arte y fútbol boliviano e internacional. Atesora los afiches de todas sus tocadas; incluso en el colmo del fetichismo, conserva las púrpuras/plumas multicolores que caían sobre su teclado en los homenajes a Pink Floyd.
Esta crónica de perfil ha arrancado bajo la sombra del maestro Villalpando y va a terminar de la misma manera. En 1987, Nicolás Suárez hace “covers” de Pink Floyd. Para el disco de The dark side of the moon, la banda de Alexis Trepp ve que Rick Wright usaba un extraño sintetizador con sonidos tridimensionales llamado EMS Synthi AKS del cual solo había uno en toda Bolivia. Y lo tenía Alberto Villalpando en Cochabamba. El maestro tiene la delicadeza de prestar el sintetizador pero nadie sabe tocar con las manos y botones como lo hacían en Pink Floyd. Entonces, “Nico” tira de ingenio y toca con sus manos para lograr el mismo efecto. Quizás, esta pequeña anécdota y graciosa sin importancia grafique el espíritu, la pasión y la inventiva de este gran músico llamado Nicolás Suárez Eyzaguirre. Toca otra vez, Nico, haces que me sienta bien, eres el hombre del piano. FOTOS: RICARDO BAJO Y ALEJANDRO LOAYZA