Cómo duele ser pueblo
Imagen: FILME ‘CÓMO DUELE SER PUEBLO’
Tras casi 40 años de terminada de filmar, se recuperó y estrenó la cinta del director boliviano Hugo Roncal
Imagen: FILME ‘CÓMO DUELE SER PUEBLO’
Tras casi 40 años de terminada de filmar, se recuperó y estrenó la cinta del director boliviano Hugo Roncal
Filmada entre 1981 y 1983, cuando Hugo Roncal y Ricardo Rada dirigían el Taller de Cine de la Universidad de San Andrés, la nula chance del director/productor Roncal, fallecido en 2005, de acceder al dinero necesario para la posproducción provocó que Cómo duele ser pueblo sea estrenada casi 40 años más tarde, luego de encontrarse los negativos en 16 mm guardados en el archivo de la Fundación Cinemateca Boliviana y que los hijos del realizador decidieran intentar, menos mal con éxito, obtener el financiamiento suficiente para restaurar la película a través del Programa de Intervenciones Urbanas, implementado por el Ministerio de Planificación del Desarrollo (2019), que benefició varios proyectos fílmicos nacionales.
Tal anecdotario, por demás ilustrativo de los escollos con los que tropezó, y en alguna medida sigue tropezando, la producción fílmica boliviana, daría materia suficiente para el guion de otro rodaje alusivo a las señaladas dificultades y que eventualmente pueden parecerle inverosímiles a las nuevas generaciones de espectadores, en su mayoría desconocedores de la denominada “aventura del cine boliviano”.
Entremos empero en materia. Al sorprendente estreno de esta película áspera y sin concesiones, quiero decir. Cómo duele ser pueblo levanta vuelo en medio del desmantelamiento de una mina, de la cual los trabajadores se llevan hasta las calaminas, con el consentimiento del propietario. Flashback (o sea vuelta atrás en el tiempo). Luego de pegarse un soberano porrazo sentimental, el joven Gregorio, empleado de la empresa nacional de ferrocarriles, resuelve probar fortuna tratando de reactivar la mina que alguna vez fue de su padre, y a la que bautizará como “La Desdeñosa”, a modo de sacarse el clavo de aquel traspié amoroso.
Antes se despide de sus compañeros de trabajo en una reunión generosamente regada, claro, a lo largo de la cual aquéllos tratan de hacerle cambiar de opinión, esfuerzo fallido, aunque el duro desarrollo de la trama hará que el espectador piense que a Gregorio más le hubiese valido escuchar dichas recomendaciones. Este no está sin embargo en disposición de atender ningún consejo, de modo que allí va. Y el relato acompaña al detalle sus denodados esfuerzos por cumplir su propósito. Entretanto forma pareja con Venancia, una de las mujeres de la comunidad originaria del lugar y pronto ambos tendrán un hijo: Fortunato.
Pasan los años y las tragedias se suceden. Un buen día vemos al protagonista ordenándole a Fortunato que se mude a Santa Cruz, previo paso por Cochabamba. Allí, en el oriente, supuestamente uno de sus antiguos colegas ferrocarrileros podrá ayudarlo a conseguir trabajo. Reticente, pensando que muy probablemente no volverá a ver a papá, al muchacho no le queda otra empero sino atender la decisión de Gregorio.
En ese punto al parecer la tarea de rearmado de la película no pudo dar con las escenas pertinentes, pues en la toma siguiente a la partida de Fortunato, nos topamos con el Illimani y luego la cámara se enfoca sobre La Paz, en una de cuyas oscuras callejuelas aquél, totalmente ebrio, regresa de alguna celebración, antes de ser asaltado por un grupo de malvivientes para quitarle todas sus escasas pertenencias.
Aquí es bueno puntualizar que el guion, escrito por el propio Roncal, se basó en la adaptación de dos cuentos: El tiempo y los sueños del escritor tupiceño Gastón Suárez, y “Milagro de Nochebuena de autoría asimismo del director/guionista. No lo anoto porque sí. Volviendo a la película, ocurre que luego del hurto a Fortunato, y en un nuevo salto en la narración, reencontraremos a algunos de los malandrines en las celdas a las cuales va a parar, debido a un malentendido, cierto padre de familia detenido cuando intentaba adquirir los regalos navideños para sus hijos. Es en realidad en el desenlace del drama, a partir de esa anécdota, donde Roncal vuelca su cuento a la pantalla.
Salvando esos dos quiebres narrativos, Cómo duele ser pueblo es, se dijo, una punzante mirada sobre la realidad, muy en sintonía con el acento socio/político del cine nuestro en aquellas épocas, fenómeno igualmente evidenciable en otros países de la región y del entonces recién bautizado “Tercer Mundo”. De sí amarga y desencantada, salvo, quizás, sobre el cierre la película, vista ésta hoy, y merece serlo, cobra un regusto todavía más pesimista al permitir constatar, aparte de otros ácidos apuntes, que ni los atracos en vía pública, ni las colas sin fin para acceder al aguinaldo son cosa de hoy.
El tono casi documental de varias secuencias filmadas en Oruro, La Paz y el valle alto entre Oruro y Cochabamba, así como la fotografía igualmente trabajada por Roncal, acentúan la carga crítica de aquella mirada, que tuvo en la filmografía de Jorge Sanjinés y en los guiones de Óscar Soria su expresión más punzante, dicho sea esto sin desmerecer otras esforzadas incisiones, las de Jorge Ruiz y Antonio Eguino, por ejemplo, sobre un país en gran medida desintegrado aún, donde los moldes de construcción socio/histórica impuestos por el patrón semicolonial, que forzaba a copiarlos de otras realidades, trababan cualquier programa orientado a dejar atrás los dos endebles puntales heredados del origen de la República: el racismo discriminador del grueso de la población y el centralismo excluyente de buena parte del territorio nacional.
En buenas cuentas, la restauración y el acabado del emprendimiento dejado a medias por Roncal, cuya loable rehechura narrativa y de montaje, en base a los papeles rescatados y consultados por Fernando Vargas —responsable asimismo en su momento de la reconstrucción de Wara Wara— permiten que Cómo duele ser pueblo pase a figurar por mérito propio entre los títulos más relevantes de aquel momento indispensable del cine boliviano.
La ajustada labor interpretativa de Alfredo Rivera (Gregorio), Isabel Choque (Venancia), Eduardo Koya (Fortunato), Hugo Pozo (ladrón) y el resto del elenco, acentúan el tono documental antes referido. Y el aporte de Javier Parrado en la banda sonora, agregada durante dicho proceso de recuperación —únicamente es de lamentar la descuidada, por ilegible, forma recurrida para consignar los créditos del original y la restauración, contribuye significativamente a redondear esa realización que merecía ser puesta a disposición de los espectadores locales y, ojalá, de los de otras latitudes.
Filmografía de Hugo Roncal
CORTOMETRAJES:
Actor
— Un poquito de diversificación económica (Jorge Ruiz/1955)
Director
— En las manos (1960)
— El mundo que soñamos (1962)
— Su último viaje, codirección con Jorge Ruiz (1969)
— Mutún (1970)
— Viva Santa Cruz (1971)
— Puente al progreso (1972)
—La Virgen de Urcupiña (1974)
— La gran tarea (1975)
— Sucre, la ciudad blanca (1975)
— Iglesias de Bolivia (1976)
— Lo que guarda la tierra (1977)
— Tiwanaku, codirección con Hugo Boero (1978)
— Samaipata, codirección con Hugo Boero (1978)
— Los Ayoreos (1979)
— Chapé fiesta (1979)
— La metalurgia en Bolivia (1979)
— El entierro de Luis Espinal (1980)
Largometrajes
Actor
Detrás de los Andes (Jorge Ruiz/1954)
Crimen sin olvido (Jorge Mistral/1968)
Mina Alaska (Jorge Ruiz/1968)
El Sátiro (Kurt Land/1970)
Director de fotografía
Ukamau (Jorge Sanjinés/1966)
Patria linda (Alfredo Estívariz, José Fellman Velarde/1972)
Director
Cómo duele ser pueblo (1981 – 2019)