Paraíso cultural: de la teoría a los hechos, del dinero a la producción
Imagen: Camilo Gil Ostria
Puesta. Presentación en Berlín de la obra de teatro ‘Die Jungfrau von Orleans’, en torno a Juana de Arco
Imagen: Camilo Gil Ostria
El crítico de teatro boliviano Camilo Gil Ostria, invitado a Berlín al festival Theatertreffen continúa su análisis sobre la escena alemana
Berlín es un paraíso cultural, decíamos, por su institucionalidad teatral. Pero aquí maticemos la posición inicialmente idealista: lo es, en parte, en el sentido no dantesco del paraíso, sino conservador y tradicional. Ahí donde Dios lo rige todo y no hay contaminación, ni afuera y todo se estanca en la mismidad. Aquí ese Dios es lo políticamente correcto: el feminismo, la discapacidad, el medio ambiente, son los temas que aquí proliferan y el arte que sobre ellos se hace no sobrepasa el lugar común, al menos en la generalidad de los casos o los casos más apoyados. El dinero, entonces, mueve solo eso que le conviene, eso que lo libera de su pesada carga moral y lo hace sentirse “humano”.
Hemos visto, en total, solo cuatro obras producidas en el mundo germano-hablante: tres del festival en cuestión y una externa. Además hemos visto teatro solamente producido y apoyado por el Estado, nada de la escena independiente. Un juicio sesgado de alguna manera, sí. Pero recuérdese que el Theatertreffen, el festival al que asistimos, tiene como tarea elegir las 10 “más remarcables obras” del territorio germano-hablante. Siete críticos, que van a ver teatro por todo un año y por toda la región, se encargan de hacer posible este baile.
Las primeras dos obras, como para muestra valen un botón, ejemplifican bien el caso. La primera obra vista Die Jungfrau von Orleans, dirigida por Ewelina Marciniak, es una re-escritura del clásico escrito en 1801 por Friedrich Schiller que llamaríamos, en un título mucho más conocido por nosotros los hispanohablantes, Juana de Arco. La intención es feminista, ¿en qué sentido?: deconstrucción de la obra, se dice. Las primeras imágenes son perturbadoras y potentes: Juana, con su padre, están conversando sobre ella, sobre la vida que ella va a seguir. El padre le dice que tiene que casarse; ella, por supuesto, se niega. Él insiste en que solo así se salvará; ¿de qué?, pregunta ella con astucia, él no sabe responder… Pero el espectador intuye el sentido: del vicio de la lujuria, de su propio cuerpo, del pecado: de ella misma, en fin. Lo hace porque detrás de ellos, mientras van conversando, se proyecta un video donde Juana está sentada casi desnuda, con las piernas abiertas hacia el público, agarra la mano de su padre y la lleva hacia su sexo. Las actuaciones, de sutil y aguda potencia, parecen ser comunes en los teatros alemanes.
Esa auto-objetivación de las actrices que pronto se repetirá con todas las personajes de la obra es, para uno de los tres dramaturgos de la obra (en el sentido alemán de dramaturgo), Sascha Hargesheimer, una forma de romper el mito de Juana de Arco. En el sentido, dice él, que la sexualidad sería negada a este personaje: no podría ser una salvadora de Francia, una santa, sin renunciar a su cuerpo. Mito que él también vería en la película La pasión de Juana de Arco (1928) de Carl Dreyer, película de la que la obra retoma varios planos y los proyecta sobre la escena. Para él ambas cosas no son contradictorias y por eso se ha buscado unirlas y anular la dicotomía en la que se habría metido a este personaje. Sin embargo, la propuesta no lo logra: más bien anula la pureza de Juana de Arco y lleva al personaje al otro extremo. Ahí donde la emancipación fracasa y el sujeto no puede gozar del todo, porque, necesitado de ser objeto del otro nunca logra su cometido. Un poco así es también la obra a nivel formal, donde tanto se muestra la suntuosidad perfecta de actuaciones y escenario (de colores pasteles y elegantes, con piscina incluida quién sabe por qué) que la obra no surte efecto sobre el espectador.
Caso contrario en su tratamiento de lo políticamente correcto es el de Eine Zusammenfassung von Allem, Was War, obra que aunque dirigió Sebastian Nübling, alemán director del teatro Gorki, es protagonizada por cuatro jóvenes noveles sirios y palestinos. La dirección en esta obra comete cientos de errores, en resumen, no explota al máximo nada de lo que los actores proponen. Pero es tanto el cuerpo y el pensamiento que se ve que estos actores han puesto sobre su trabajo, es tanto el compromiso, que se abre en esta obra una fiesta de los sentidos. Su intención es desmitificar al sirio y su guerra y aquí ese propósito se logra, porque el individuo se pone en juego.
Desde el principio de la obra, donde los actores, sentados en el lugar del público, invitan al espectador a soñar con ellos: un espacio sin nombre, una playa de sol dulce. Desde ahí, digo, pasando por el momento en que ellos toman poco a poco la escena, en tanto innombrados: “My name is not-important”, dicen. Desde ahí y pasando por cómo van bailando sin lugar fijo, casi en un frenesí, lo conceptual cobra fuerza. Lo marginal, lo sin raíces, eso que escapa de la guerra, del origen, del lugar de pertenencia, como una potencia lúdica que contra todo puede todo. Algo de eso les tocará aprender a los alemanes, al teatro berlinés: tan correcto que jamás se atrevería a ver en la herida algo necesario… Fue la mejor obra producida en el mundo alemán que vi: no era una de las obras elegidas del Theatertreffen, ¿será que la crisis de la crítica es una crisis de no saber aproximarse a estéticas que escapen a lo políticamente correcto?