Juan Carlos Orihuela, el loro estepario
Es poeta y músico (arrancó con Cantos Nuevos). Lleva a cuestas 10 poemarios y anuncia la publicación de sus obras reunidas (más un libro de ensayos). Es Juan Carlos, ‘El Loro’, Orihuela
El poeta tiene apenas 17 años. Se ha juntado con un amigo del alma, también poeta, este en sus 15. Han leído a Miguel Hernández toda la noche y embriagados de poesía salen a la avenida Ecuador del barrio de Sopocachi, en plena madrugada, a recitar a voz en cuello las estrofas del “poeta del pueblo”. Diez años después, en 1979, el joven agarra mochila y guitarra y se planta delante de la casa natal de Hernández, en Orihuela (España). Ha devorado todas sus biografías y se sabe de memoria la dirección. En la casa de Miguel (como lo llama siempre el poeta) solo hay una señora mayor. Charla con un vecino del pequeño pueblo alicantino que le enseñó a jugar fútbol. Se entera de que la compañera y el único hijo de Hernández viven ahora en Elche, la ciudad de los dátiles, a media hora de viaje. Con doña Josefina Manresa y Miguel Manuel “Manolillo”, Juan Carlos Orihuela va a pasar la tarde más hermosa de su vida.
Han transcurrido cuarenta años de aquellos días y el “Loro” Orihuela recita las palabras que el poeta comunista y republicano escribiera en sus últimos días en la pared de su celda, en la cárcel de Alicante en 1942: “Adiós, hermanos, camaradas y amigos, despedidme del mar y de los trigos”. Orihuela es un convencido absoluto de que la poesía cura, es testigo. En sus momentos más oscuros, tras la muerte en 2012 de su compañera Martha Cajías de la Vega, el poeta salvó al poeta con sus seguidillas: “Vuela niño en la doble / luna del pecho. / Él, triste de cebolla. / Tú, satisfecho. / No te derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre” (Nanas de la cebolla del poemario Cancionero y romancero de ausencias, Miguel Hernández, 1939).
Juan Carlos Orihuela Ascarrunz nace en La Paz el 22 de octubre de 1952. Su padre es Juan —técnico en motores— y su madre Margarita, ama de casa. Es el primero de cuatro hermanos (Luis Fernando, Jorge Antonio, Sergio y Rodrigo); la “mujercita” no va a llegar nunca a pesar de los intentos. El bisabuelo, don Vicente Ascarrunz, es hacendado y poeta; es sabido que los genes son traviesos y saltarines.
Los compañeros de Orihuela en el colegio alemán Mariscal Braun le ponen la chapa de “Loro”. Su querida Martha le va a decir con cariño años después, “loro estepario”. Es poeta y se considera un hombre de izquierda.
(“Tunta blanco pasajero / simple tunta escasa. / Lejos viaja largo / lento se instaura en tu espalda. / Como los hilos del tiempo / negro tunta cae tu cabello”, Nocturno).
LA GRÁFICA
Aunque su casa natal está en el barrio de San Pedro, va a vivir toda su vida en Sopocachi; primero en la plaza Abaroa, luego cerca de la plaza España, en la Aspiazu y hoy en día, en la Sánchez Lima. “Soy muy sopocachense, conozco cada rincón, estoy ligado al barrio por motivos afectivos, no podría vivir en otro lado. Aunque nos están destrozando Sopocachi, mantiene su espíritu bohemio y único en la ciudad de La Paz”. Orihuela recuerda particularmente el Montículo de su mentor Julio de la Vega, donde de chango junto a sus cómplices de travesuras rompía los focos para que los vecinos no vieran los arrumacos de sus sueños juveniles, quince abriles quién volviera hoy a tener.
Con 16 años, Juan Carlos ya sabe que quiere estudiar. Le gusta mucho leer y tiene dos amigos del barrio/colegio con semejantes placeres/afinidades. Ellos son Guillermo Bedregal García y Marcelo Urioste Nardín. Los tres van a terminar siendo grandes poetas. “Éramos los juniors y perseguíamos a los escritores de la generación anterior, a “Zeque” Rosso, a Juanito Conitzer, a Juan Cristóbal Urioste, queríamos saber qué leían, qué tomaban y nos parábamos afuerita de los boliches de la calle Goitia para espiarlos”. Dos del trío van a terminar con muertes prematuras, injustas: Bedregal García —que tenía un programa de rock y poesía en Radio Chuquisaca llamado El Alcázar— en un fatal accidente de tránsito en la avenida Illimani en 1974; y Urioste Nardín, como consecuencia de un cáncer de pulmón (sin haber fumado en su vida un pucho) en 1997, en Nueva York.
CUATRO DE SUS PUBLICACIONES
En esa época se compra por la Uyustus su primera guitarra, eléctrica, “los Beatles y el rock me comían el coco”. Antes había sido tentado por un acordeón. Su primer grupo —junto a Enrique Ormaechea, Roberto Casanovas y Urioste— se llamará Los Kurahuaras de Carangas (un guiño sarcástico a los campos de concentración del MNR tras la Revolución del 52).
(“Alcánzame venada / ven conmigo / el árbol baila / sólo si bailamos”, Los gemelos).
Orihuela sale bachiller el 71 y entra a la carrera de Literatura que se acaba de separar de Filosofía en la UMSA. Uno de sus profesores, el de poesía, es Juan Quirós García, que también dirige el suplemento Presencia Literaria. Con la ventaja de ser su alumno, “Loro” se atreve a mostrarle uno de sus primeros poemas. Titula Rumor de huesos. A pesar de una oposición inicial, monseñor Quirós, conocido también como “El Muro”, publica la obra en el periódico católico para envidia jocosa de Bedregal y Urioste.
Su tesis en junio de 1978 titulará El periodo de transición al vanguardismo en la poesía boliviana y versará sobre tres poetas postmodernistas: José Eduardo Guerra, Gregorio Reynolds y Antonio José de Sainz. Tiene esta dedicación: “a Martha, a mis padres”. En aquella primera carrera de Literatura donde los profesores eran bioquímicos, penalistas o farmacéuticos (no había todavía exámenes de competencia) comparte con otros estudiantes como Francisco y Manina Cajías, Carlos Mesa, Leonardo García Pabón, Guillermo Mariaca, Isabel Bastos, Rosario Rodríguez, Raquel Montenegro…
Ese mismo año, parte a California para hacer una maestría en la Universidad de Davis. Son los tiempos maravillosos del amor libre. California no es Estados Unidos. Y Orihuela aprovecha para ver a Joe Cocker en directo tras su reciente paso por Woodstock y al mismísimo Andrés Segovia, el virtuoso concertista/guitarrista más renombrado de todos los tiempos. No tiene beca ni nada parecido y para ganarse la vida da clases de castellano a los alumnos de pregrado. Su tesis de maestría, más de 300 páginas, versa sobre la novela de Julio de la Vega Matías, el apóstol suplente. De la obra de don Julio le atrae el juego de temporalidades entre ese guerrillero que parece ser el Che y, al mismo tiempo, el apóstol sustituto.
A su regreso a Bolivia en 1981 se junta con Pablo Huáscar Muñoz Pacheco para formar una banda de leyenda, Cantos Nuevos, el nombre de un poema/soneto de otro andaluz eterno, Federico García Lorca; última canción del Lado B del disco debut. La primera tocada la dan en el Instituto Goethe, cuando este estaba en la avenida 6 de Agosto. Ahí suenan canciones como Quisiera dejar un pedazo sano sobre el mundo, Oración de la tierra, Estatuto vital, Cumbre a Yungas y Fugaz, entre otras. Pronto el dúo suma a un tercero: Oscar García Guzmán y aparece la segunda placa un año después con un nombre para celebrar: De Fiesta. En la contraportada se puede leer: “Nuestro canto es nuestra espada y como tal debe ser creador, poderoso e incisivo; comprometido, hermoso y honesto”. Ahí se escuchan temas como Cuando la muerte, Lluviecita de la mañana, Hombres e hijos de hombres, Vuelo total, ala común y Desde lejos, tu soledad.
Es un buen año el 81. Orihuela gana el premio Franz Tamayo de Poesía con su obra De amor, piedras y destierro. El amor es por Miguel Hernández; las piedras por José Martí; y el destierro por César Vallejo. La Alcaldía de La Paz, convocante del concurso, no va a cumplir jamás y no publicará el poemario que parece condenado al polvo… hasta que aparece en escena Jaime Saenz. “Solía jugar cacho, aunque no era un asiduo de sus reuniones. En una de esas me dijo: existe una editorial que existe pero que no existe. Se llamaba Ediciones Altiplano y la imprenta estaba por el mercado Yungas”. Dos años después, en 1983, salía publicado su primer poemario.
(“Así te me eres / breve desatino. / Así te me descalzas y huyes / afán aún no completo. / Así queda inaugurado / tu vital itinerario / ala pasajera / vuelo a que no acceden / mis pupilas.”, Fugaz).
En 1984 regresa a Davis, California, en búsqueda de su doctorado. Es una época de mucho estrés. La fuga la encuentra en la música y la poesía. Perfecciona el arte de tocar la guitarra y recibe, tras cuatro años de estudio intenso, dos tentadoras ofertas para quedarse enseñando en universidades estadounidenses. Todos sus colegas latinoamericanos lo hacen. “Yo quería volver a mi país, a mi cultura, a mi castellano/boliviano, a mis afectos. Si me quedaba, era un adiós, probablemente, a la música, a la poesía, a Bolivia”. El poeta regresa.
En 1988 asume como director interino de la carrera de Literatura, es el único de su tanda con doctorado. Y mientras da dos cátedras —cuento y novela— en la “U”, es profesor de Escritura Creativa y de Guiones Radiofónicos. Y aquí, otra de sus insospechadas pasiones: la radio. “Es el medio más lindo, te comunica directamente con la gente, en vivo, con sus voces, momento a momento”. Gracias a la radio, Orihuela viajará en los noventa a Berlín (al ganar el Primer Premio Latinoamericano de Dramaturgia para Radio por su radionovela Ya no demores, Manuela, traducida al alemán, inglés y flamenco y representada en Maine, EEUU) y a Quito por su labor previa en Radio Qhana de La Paz, donde hace guiones de cuentos para su retransmisión en aymara.
La última década del siglo arranca al son de la Memoria del destino. Durante su segunda etapa en California, Juan Carlos se las ha ingeniado para trabajar a distancia con Oscar García Guzmán, el sobreviviente de Cantos Nuevos. Eran buenos tiempos, cuando la distancia era verdadera distancia. Orihuela silba melodías y las graba en un cassette. Se va hasta Correos y cruza los dedos para que los sonidos lleguen un mes después hasta La Paz, Bolivia, hasta la casa de Oscar que traduce al piano/pentagrama los poemas musicalizados que llegan desde los desiertos de California. Es el germen de ese disco sobre música y poesía bolivianas donde se puede escuchar cantar a Saenz (Como una luz), a Cerruto (Patria de sal cautiva), a Guerra (Este inútil caminar), a Ávila Jiménez (Barro inútil), a Jaimes Freyre (Siempre), a Tamayo (Tendida como un arco), a Otero Reiche (La caramañola).
Otra beca lo devuelve a Estados Unidos como profesor invitado en Iowa. A su regreso publica su segundo/tercer poemario Llalva/Los gemelos (Llave de letras ediciones, 1995). La palabra “llalva” no existe. Una de las “manías” de Orihuela es inventar palabras; neologismos. “Llalva” viene de la unión de dos: llantén y malva, plantas que sanan, como la poesía. El “Loro” es un amante de las jitanjáforas, esas palabras que cantan tan bien que no necesitan estar en un diccionario para existir en el poema. Tiene algo de alquimia, de magia.
(“De la Martha: II, voy a reunirte desde abajo/ para que cuando nos presientas / no se sepa / si fuiste tú / si fui yo / o algún cometa distante / el que nos sostenía desde adentro / mientras alguien cercaba los rastros de la noche / y olvidaba su nombre / en la memoria de tus ojos”, Poemario de sensaciones).
El poeta se ha vuelto más exigente consigo mismo con el paso del tiempo. Pule más. Cada día descubre y valora más el lenguaje; lidiar con él es batalla perdida. Uno de sus poemas termina así: “solo el lenguaje me humilla”. Y cuando le falta el respeto, inventa palabras. Su siguiente poemario, Febreros (1996), es el primero editado por Plural. Aquí el poeta reniega de todo y contra todo: contra lo instituido, contra la constitución, contra el catolicismo, la tradición y hasta contra el escudo; se enoja con el lenguaje; reniega del padre, de la sociedad, de sí mismo.
Para que sane tiene que llegar su próximo poemario: Cuerpos del cuerpo. Ya estamos en el nuevo siglo. Es hora de rendir homenaje a la vida, a los amigos/poetas muertos, a Blanca, a la amistad, a la vida. “En ese libro es la primera vez que escribí la palabra Bolivia, imaginé que todo era parte de un cuerpo mayor”. Siguen más poemarios con nombres misteriosos: Oficio del tiempo (2005), Poemario de sensaciones (2009), Las horas del mundo (Antología, 2010), Fragmentos nómadas (dedicado a Martha Cajías, 2014), Padre nuestro (dedicado al Illimani, 2017) y Lo distante
Juan Carlos Orihuela colecciona sombreros y piedras. Pronto verá la luz una nueva reedición de sus obras reunidas en dos tomos. Se publicará después de esta Feria del Libro bajo el sello de 3.600 e incluirá el poco conocido anexo de Febreros: Brevísima serenata al Sistema (a todos los Sistemas). La grata noticia vendrá acompañada de un nuevo libro, este de ensayos literarios, titulado: Laberintos del desvelo.
El “Lorito” vive hoy plenamente, ha vuelto a sonreír. Su compañera Yamila y su hijo Julián sostienen su existencia, son su alegría. Ahora el poeta cita al poeta otra vez: “Desperté de ser niño./ Nunca despiertes. Triste llevo la boca. Ríete siempre. / Siempre en la cuna, / defendiendo