Re-torno
Imagen: El Papirri
Imagen: El Papirri
CH’ENKO TOTAL
Llegué a La Paz un martes a mediodía, había amenaza de paro, “los loqueadores están amenazando”, dice el joven taxista. En silencio integral bajamos la subida, la paz de La Paz desde arriba, su cielo impetuoso. “¿Va ir por la autopista?”, increpo inseguro; “es lo mejor”, responde serio el maestro. Dudando, dudando llegamos a la Montes, como con Mentisán pasamos el Prado, todo expedito, “ex-pedito”, me digo sonriendo y… ¡zaaas! Ya estamos en mi depto paceño. Cuando entro me emociono, veo la foto de mis padres casándose, me acuerdo del accidente de mi esposa. Hace dos meses que no escuchaba ese olor a guardado, abro la cortina de la sala y el Illimani me mira de reojo: está solemne sentado en sus barbas de nieve. “Permiso, jefeeee —le digo— hey llegado”. Las plantitas están secas, tengo que tomar decisiones, el depto estaba alquilado a un amigo que decidió migrar nomás, me dan pena las paredes sin los cuadros importantes, todos están encerrados en uno de los cuartos. La llamo a la señora Narda: “doña Nardita, ¿un almuercito me manda?”. “¡Ay! Qué susto me has dado, Manuelito, creí que no llegabas más. Te mando, papito”, me responde cariñosa. Tiendo mi cama que está un desastre, me recuesto y empiezo a sentir la altura en la garganta, en las sienes. Tengo mi hoja de coquita en el velador. En la tarde ensayo, debo tocar para un acto de los hermanos cubanos en la Casa Grande, es mañana, ensayo escalas y… ¡zaaas! El dolor en las sienes, decido nomas tomar la pastilla para la presión. El atardecer cae en cárdeno, las laderas se derriten en luces, ¡qué hermosa es La Paz!, me digo en plegaria. Duermo en inquietudes, me falta aire, no está seguro el repertorio.
La mañana siguiente nace repleta de sol, las laderas regalan sus frutas frescas, los autitos en miniatura dan vueltas y yo, sin saber qué cantar en el acto por la gesta del cuartel Moncada. Recuerdo la primera vez que toqué para el Moncada, era el 26 de julio de 1979. Don Pablo Ramos me llamó, “joven Monroy, me dicen los compañeros que usted nos puede ayudar con la música, somos de la Casa de Amistad boliviano-cubana”. “Claro, don Pablo”, le respondí nervioso. Y así fue. Como hoy, no sabía qué tocar. Solo que, en julio de 1979, con 18 años, no había compuesto ni media canción. Recuerdo que Silvio Rodríguez compuso algo sobre la heroica gesta del Moncada, recuerdo que toqué esa canción en el acto de don Pablo, voy a la computadora para investigar un poco más y… ¡zaaas! No tengo internet. No tener internet es más o menos como no tener gas en la garrafa, se asemeja a un corte de agua, realmente estás fuera de la nube, del planeta. Desde mi celular leo que se trata de la bella Canción del elegido, dedicada a Abel Santamaría, héroe del Moncada que fue torturado y asesinado a los 25 años. Se va armando el repertorio, no toco la guitarra hace tres meses, los dedos tropiezan, se enciman unos sobre otros, las uñas generan mucho ruido, quiero ponerme al día en un asunto de meses: tensión. Llega a almorzar un amigo que trae una jakhonta ardiente, me levanta el ánimo, “tú tocas hace 40 años, ¿cómo no vas a poder?”. “¿Me acompañas?”, imploro. “¡Claro!”, dice. “Pero los de tu Rotary Club por ahí se rayan de que vayas donde los barbudos”, le digo saboreando un ahogadito para revivir. “Nos vemos cinco y treinta en la puerta de la Casa Grande”, afirma el amigo y se va.
Hago una siesta inquieta, son las cuatro, me tomo la presión, 153/100, uy cará. Mi presión baja está muy alta… tomo la pastilla. Plancho mi camisita, me habían dicho que esté a las cinco para probar sonido, llego puntual y… no me dejan entrar. Dos motines me empujan a la mala, “espere afuera”. Entonces llegan los diplomáticos con sus ternos y carteras, sus perfumes de aeropuerto, me escabullo entre ellos con la guitarra y logro entrar al ascensor hasta el piso 21. Es un auditorio grande, pelado, sin sonido. Aparece un cuate que se hace el organizador del acto, le digo… “¿y el sonido?”. “Ya van a traer, tranquilo, vente a esta salita”, y me encierra en un cuarto con una vista espectacular de la ciudad. Llegan unas damas con tambores, traen el programa oficial del Acto por el 69 aniversario del cuartel Moncada. Se hacen las seis, mi amigo reclama mi presencia en la puerta, le digo que es imposible bajar, que estoy a la espera de la prueba de sonido, la gente empieza a llegar a hervores, con carteles, pancartas y vivas. Se inicia el acto, el embajador de Cuba da unas palabras muy hermosas; yo escucho todo desde bambalinas, buscando al sonidista que aparece desesperado, cargando cables y micrófonos. Mientras transcurren las palabras, probamos mi guitarra suavito, ya no da tiempo para probar la voz. Habla la ministra Marianela, ahorasito, ya me toca, duelen las sienes de nuevo, sudan las manos. Entro a escena sin probar micrófono, siento un orgullo especial de seguir cantándole al Moncada, me abraza el embajador de Cuba, la ministra también, uno del público grita: “¡Cantá una del Stronguer!”, entonces emprendo con dos canciones inéditas: Canción para nuestra Alba y Cueca del mar boliviano, concluyendo con Canción del elegido de Silvio. Salgo temblando de escena, aparece mi amigo a los zancos, “¿estás bien?”. “Un poquito de agua, hermano, conseguirime”. Así fue mi breve re-torno a la escena musical. Vuelvo a Cochabamba luego de un masaje rotundo de una señora fisioterapeuta que embute su codo en mi omoplato herido de rigideces. El sábado me empieza a salir un sarpullido extraño. El domingo mi esposa dice: “Creo es Herpes Zóster”. El lunes se confirma. Es muy doloroso, tremendo, toda la espalda en llagas. Hoy, un poco mejor, decido nomás tocar en Café Efímera de La Paz este próximo 12 y 13 de agosto. Vayan pues, para hacerme el aguante. Que los espíritus superiores y la Pachamama nos ayuden. Y si saben de alguien que me haga una buena milluchada me avisan, che. Urgente es.
(*) El Papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta