Pseudo
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La película Pseudo
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El director 'Gory' Patiño
CINE
Muralla (2018) y La Entrega, suerte de spin off —sobado anglicismo que alude a una derivación— de aquella, realizada un año más tarde, opera prima de Rodrigo “Gory” Patiño en el largometraje la primera e igualmente debut en series de televisión del mismo realizador la segunda, fueron de esos inicios que al dejar un cúmulo de expectativas encaran a sus realizadores con el desafío de extremar recursos y capacidad autocrítica a fin de mantener el mismo nivel de esas inaugurales incursiones en el ámbito creativo. Sea cual fuera este último.
Debo decir que sin ser, ni mucho menos, un trabajo falto de atractivos, Pseudo queda un tanto (bastante) por debajo de Muralla. No obstante, según reveló Patiño, en esta oportunidad correalizador y coguionista con el español Luis Reneo —realizador de origen español, otrora compañero de estudios de Patiño y especialista en cortometrajes, varios de ellos galardonados a nivel internacional— la idea del reciente estreno viene de hace una década atrás, mucho antes de la decisión de extraer algunas líneas dramáticas esenciales para el argumento de aquel entrante descenso al submundo de La Paz, esa otra cara desconocida para la mayoría de sus habitantes, que ha inspirado varios largometrajes de más o menos reciente producción: Averno (Marcos Loayza/2018), Viejo calavera (2016), El gran movimiento (2021), ambas de Kiro Russo, las tres logradas exploraciones de la referida trastienda oculta, donde sangran las heridas de nuestra sociedad, cuya apariencia de una modernidad boyante esconde innúmera cantidad de aún irresueltos problemas de marginalidad y carencia de oportunidades.
Agobiado por la escasez de recursos y por la necesidad de ayudar a su enfermo hermano, un taxista cree haber ganado la lotería la noche en la que un pasajero, al cual escucha conversar por el móvil mientras lo traslada a su destino en una ladera, resulta duramente golpeado durante un intento de asalto al vehículo. Dando por hecho que el cliente ya fue, al encontrar sus documentos en el asiento, el maestrito resuelve asumir la identidad de aquel, presentándose al supuesto trabajo de fotógrafo para el que, de acuerdo al tenor de la conversación seguida a hurtadillas, ha sido contratado por una conocida empresa comercial, dedicada en verdad a la producción pornográfica.
Sin embargo, Amaru, nombre también apócrifo, el personaje aparentemente obituado, desempeña en realidad tareas como mercenario, reclutado en la ocasión por un grupo terrorista para mandar a mejor vida al coronel Viedma, antiguo jefe durante la represión ejecutada bajo un régimen dictatorial y en el presente exitoso empresario en el horario diurno, labor sustituida por la de la instrucción a grupos paramilitares al caer la noche. Y, como en la historia narrada por Patiño/Reneo, nada ni nadie es lo que aparenta, tampoco las justificaciones explayadas por los contratantes: impedir la consumación de un golpe de Estado acaban siendo las auténticas motivaciones de los planes que planifican ejecutar.
Así pues, semejante juego de falsas apariencias es la clave dramática socorrida a lo largo de todo el relato para mantener el suspenso, objetivo logrado en buena medida cuando menos en los primeros 80 minutos del metraje, pero en buen grado comprometido en los tramos finales de esta mezcla entre el thriller —término derivado del inglés thrill que alude a impresionar, conmover, atemorizar— de suspenso y el político.
Cabe recordar que el eslabón principal de la formación cinematográfica de Patiño tuvo lugar entre los años 1998 y 2003 en la Universidad de Chapman, gracias a una beca conferida por la Fundación Fulbright de la Embajada de los Estados Unidos. Esta puntualización no entraña, valga la aclaración, ningún juicio axiológico ex ante. Únicamente busca dar con el origen de la atracción del codirector por el género del thriller justamente, uno de los más transitados por el cine norteamericano, así como con su indudable conocimiento y desenvuelto manejo de los modos de articulación dramática/narrativa del género en cuestión.
Ahora bien, si se vuelve la mirada sobre algunas de las obras paradigmáticas de aquel, para citar algunas: Pacto de Sangre (Billy Wilder/1944), Psicosis (Alfred Hitcock/1960), Z (Costa Gavras/1969); queda claro que el solo dominio de las referidas formas de orquestar los insumos trágicos expositivos, heredados de las fórmulas socráticas, no resulta suficiente para redondear un drama que concite a plenitud la adhesión afectiva del espectador/interlocutor. La cifra está en la cabal dosificación de dichos recursos. Y es en este punto donde flaquea Pseudo, no obstante el claro apartamiento de la puesta en imagen de algunos de los ingredientes más socorridos del género: no hay en el abordaje de Patiño/Reneo el villano de una sola pieza ni su antagonista igualmente inconfundible, puesto que todos los personajes están impregnados de una profunda ambigüedad ética. Si se quiere, todos ellos semejan seres llevados y traídos por un destino que no alcanzan a dominar y que los enfrenta a circunstancias imprevistas, las cuales no consiguen controlar, si bien distan mucho de ser fortuitas.
Volveré más adelante sobre los síntomas de la colacionada pérdida de control sobre la dosificación. Entretanto, evaluando los aspectos técnicos del relato, resulta obvio que hay en Pseudo una utilización más pulcra y cuidada de estos que en Muralla, pero tal cual suele suceder, a menudo ello supone una cierta merma de frescura y espontaneidad en el tramado del relato.
Es remarcable el aporte de la fotografía de Gustavo Soto, sobre todo cuando la carga figurativa se concentra sobre la intimidad de los personajes y en los sobresaltos que el curso de los acontecimientos conlleva. De igual manera, la tarea de montaje de André Blondel cumple en buena parte a cabalidad con su cometido de asegurar la continuidad narrativa, evitando que las reiteradas oscilaciones temporales del presente al pasado, y viceversa, devengan en una afectación al ritmo y la comprensibilidad de la historia. Resulta asimismo valorable la faena de Emilio Kauderer en la composición musical, sin ínfulas de protagonismo, pero aportando lo suyo al espesamiento del clima de suspenso que atraviesa el tejido anecdótico.
La tarea del elenco, sobrepoblado de figuras consagradas, suma asimismo a los puntales que sostienen el filme, pero subrayo la de Carla Arana en el difícil rol de Naira, la muchacha que carga sobre su memoria el doloroso trance de la quema de su familia campesina en alguno de los actos represivos de Viedma y sus pares. Sin tener la experiencia del resto de los protagonistas centrales, no desentona en absoluto, al contrario, sortea los excesos melodramáticos a los cuales se prestaba su personaje.
Retomo empero el asunto de la imprescindible dosificación de los aderezos dramáticos y narrativos, salido aparentemente de control en el eslabón final de la película, cuando el relato desborda en reiteraciones desechables, enviciándose en la suma de giros argumentales que nada aportan a la contextura del resultado global, chocando más bien contra dos falsos finales y dejando la sensación de que el despiste termina ganando una partida desfavorable hasta entonces.
Tampoco se justifican las redundantes tomas mediante drones, perjudiciales para la fluidez dramática, en una suerte de catálogo ilustrativo de los variados ambientes paceños, agravado por la multiplicación de escenarios igualmente semejantes a una oferta turística.
El rudimentario antimilitarismo expuesto en algunas escenas desafina asimismo con las connotaciones que la película se propone poner a consideración del espectador: la inutilidad de la venganza, las aberraciones provocadas por la obsesión de conseguir dinero a como dé lugar. Por último, la nutrida galería de seres marginales, arrastrados hacia una catástrofe inevitable, según refieren las varias historias paralelas que la trama va alternando, semejan un coro donde cada quien entona su propia pieza y el espectador no consigue escuchar nítidamente ninguna.
Las imperfecciones anotadas no desvalorizan del todo Pseudo, más son esos yerros de tratamiento los que a mi parecer impiden a la película dar cuenta de avance en la filmografía de un director desafiado a repensar su labor, puesto que talento e imaginación no le escasean.