Fiesta de Todos los Santos
Imagen: El Papirri
Fiesta de Todos los Santos
Imagen: El Papirri
CH’ENKO TOTAL
Fiesta de Todos los Santos. Vuelvo a casa de un viaje complicado, me siento achachi galán, arribo eructando chorizos, vuelvo de Sucre.
Estuve en Potosí en un ida y vuelta comprimido. “¿Qué novedades?”, le digo a la Carito que me toca la frente, preocupada por mi presión.
Siempre tuve presión alta, me presiono pues mucho, yo solito, en vez de descansar del viaje terrible, en vez de estirar las patas arriba, me complico la vida, como siempre, alta presión, presión alta.
Hay que escribir para La Razón. ¿Y contar qué? Cosas que te impresionan pues, dice alguien que baja de la escalera.
En Bolivia se construyen escaleras de pan para ayudar a nuestros espíritus superiores a bajar del cielo hacia esta estratosfera sin el riesgo de que quieran quedarse.
La escalera también es de retorno. Lo esperamos al ausente el 1 del 11 a las 12 con su traguito preferido, con el platito de comida que más le gusta.
Ahí tienes a mi papá, baja de la escalera directo a tomar su wiskicito con tres hielos y dos dedos de agua, se sienta jadeante, fuma feliz su Big Ben.
Me gustaría invitarle una guacataya, pero mejor no, mi papá es pues, lo amo, lo respeto y lo recibo con su sajta rebosante, con sus amadas sarnitas y aquel rollo de queso que lo deja sin habla.
Mi mamá baja la escalera con los ojos brillosos, se emociona al verme, me abraza temblando y se va rápido a tomar su cafecito royal.
¡Sorpresa! Baja de la escalera mi tío Lalo tocando el bandoneón, llega con mi primo Enrique cantando a Gardel con su wiskicito eterno en la mano.
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Mi primo enternado con voz de tenor cochala canta emocionado: “percanta que me amuraste, en lo mejor de mi vidaaaa…”
¡Sorpresa! Mi padre llega custodiado por un amigo, es nada menos que René Zavaleta, acaricia mis rulos y dice: “¡A ver! Tocá pues una de tu abuelo…”
Y se lo canto la Pérez Velasco, perdón, La López Pereyra que René canta tropezándose en la letra, está algo mareadito.
Habían estado antes estos bandidos en la casa del Pato Cárdenas que con su esposa, la Pata, bailan el mejor tango arrabalero.
Tocado en su mejor versión por mi tío Lalo en bandoneón, yo en la guitarra y mi primo Enrique en la voz gardeliana. Se armó la joda en la casa…
“¡Viva el movimiento, gloria a Villarroel!”, baja cantando por la escalera el Chueco Céspedes, besa la mano de mi madre, cuelga su sombrero.
Se saca el abrigo de caballero y con su terno plomo camina, bien rosquito, a cascarle rosquetes de Loreto.
¡La abuelita ya había estado aquí! Llegó desde Manogasta trayendo rosquetes, es mi abuelita Ana, que se sienta serena y no habla más.
Mi mamá dice “prestame la guitarra, papitu” y ahí nomás empieza una intro virtuosa, villalobiana, que concluye como cascada cósmica en una especie de bolero.
Mi madre acompaña de lujo a mi papá, que canta parado y con la mano en el bolsillo, estilo Nath King Kole: “wat in di naigth of di level, trei livinstan old dar yuuuu…”
Entonces mi mamá dice: “Chiquito, tocate una zamba con acordes modernos, la última que te enseñó tu tío Dardo”.
Que baja la escalera siempre atorado de risa, en camiseta y pantalón de pijama , cargando su bombo leguero.
“No da ganas de volver”, grita el Amarito, papito, guagüita de pecho, hermoso ángel en su joven deceso.
A medianoche baja de la escalera y llega a la fiesta tarareando una cumbia colombiana, en su cabecita nomás está la música, pero contagia.
Entonces agarro la guitarra y le dedico a mi padre mi versión de Chorra, que lo deja pasmado.
“Hijo de Tigre, overo ai de ser”, dice brindando, orgulloso, y yo no le entiendo bien.
“¡Ya llegó Don Andrés!”, grita mi hermano, que está cebando mate, habla en quechua con mi otra abuelita, la Conchita.
Que había estado adentro, cocinando pichones para su hijo Germancito y para el otro, el Lalito, con la mejor ayudante de esta fiesta de muertos vivos, mi tía Carmelita.
La hermana mayor, que despluma los pichones con virtuosismo, toda ella está envuelta en plumas y sangre.
Mi abuelo Andrés baja la escalera ceñido en su poncho de alpaca, me pide la guitarra y emprende con el vals Santiago del Estero, todos en silencio aplauden fuerte.
Entonces llega la tía Gloria bailando con su alegría incandescente, llega cargada de mistura, tíaaa.
Es día de todos los santos, no de todos los diablos, “faaalta para Carnaval”, grita mi abuelo masticando un choclo.
Cuando estamos en lo mejor de la fiesta y en tutti orquestal, llega el mediodía del día 2, y nos tenemos que ir despidiendo.
“Che, hermano, —le digo a mi hermano— yo me voy nomás con ellos, allá están todos, aquí no hay nadies, no es para ofender, pero prefiero tocar mi guitarra con esta banda de ángeles”.
El Amarito trae la escalera de retorno, ayuda a subir a todos, mis padres se van abrazados, al Chueco le cuesta subir la escalerita de pan.
El Amarito me mira con sus ojos de alpaca, “ven pues”, dice con sus cejas.
Yo cargo mi guitarra al hombro y cuando me estoy por ir, mi hermano me jalonea fuerte de la camisa.
“No seas jodido, estaremos todavía en este mundo de soledades un rato más, qué put’s, después de todo, todo hay…”
“Cómo será la estratosfera de ellos, dejá de joder, por qué no tocas esa de Víctor Jara que te nombra”.
Y yo, hipnotizado con las razones del exalcalde, decido quedarme todavía por aquí, solo que ya no hay trago.
La tropue acabó con todo, entonces poco a poco llega la siesta, me voy durmiendo, divagando en circular con las curvas de la carretera Sucre-Potosí , soñando en circular entre los vivos y los muertos.
(*) El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta