Chavelita, una semilla
Imagen: Ricardo Bajo
María Isabel Viscarra
Imagen: Ricardo Bajo
María Isabel Viscarra, ‘alma mater’ del Café Semilla Juvenil de San Pedro, acaba de cumplir 87 años, una vida larga y feliz de lucha y compromiso
Le dicen Chavelita. Su nombre es María Isabel Viscarra Quezada. Pocos saben que se volvió contestataria gracias a un obispo gringo. Que pasó hambre. Todos sabemos que Chavelita es una semilla. Esta es la historia de una mujer convencida de que otro mundo es posible, regando gota a gota.
Chavelita tiene un jardín lindo en su casa frente a la cancha Zapata. Es el hogar que construyeron sus padres. Un día, una embajada le mandó una invitación a esa dirección y por un error de dedo bautizó de nuevo la zona: “Ahora vivo en la chancha Zapata”. Chavelita tiene una risa fácil. Cuando padre, madre y tres hermanos se vinieron a vivir a la casa, en 1943, las aguas del Choqueyapu bañaban los sembradíos de haba, choclo y papas. El día más angustioso de su infancia es aquel que la obligan a cortarse las trenzas. En el cuarto de estar de la casa, una fotografía todavía recuerda a aquella niña hermosa/mimada con dos trenzas morenas.
Su padre, Gerardo Augusto Viscarra Illanes, es contador. Su madre, Raquel Quezada Daza, ama de casa, nacida en Sucre, como el general/presidente don Hilarión. Chavelita no pasa un día sin extrañar a la madre, sin acordarse de ella cuando escuchaba las noticias pegada a la radio. Los tres hermanos (Enrique, Jorge y Fernando) han muerto ya. Chavelita no aparenta la edad que tiene. Camina con algo de dificultad últimamente, pero su rostro (casi sin arrugas), su vitalidad, su memoria y su humor a prueba de balas son envidiables. Cuando le pregunto por su “secreto”, se pone a hablar de los jugos y las verduras de su infancia, de sus viajes y caminatas por el altiplano norte… y de su mamá, doña Raquel, que vivió hasta sus noventa años.
Chavelita habla y entiende aymara (también alemán). El primero lo aprendió en la casa natal situada en una de las esquinas de la plaza San Pedro (en la Cañada Strongest y Otero de la Vega). “Éramos todos sanpedrinos, devotos, teníamos la iglesia enfrente”. Cuando la familia, tras vivir de alquiler en otra zona del barrio, decide comprar, se va a vivir debajo de la colina de Santa Bárbara; “un barrio periférico e inestable por sus fallas geológicas”, le dicen sus amigos. La casa blanca, un siglo después, sigue en pie.
Sus tres hermanos mayores estudian en el Colegio Americano, pero un día su madre se enferma de terciana y malaria estando el padre trabajando en el río Pilcomayo. En el hospital adventista de Chulumani es curada por una monja alemana que la aconseja: “Ponga a su hijita en el Colegio Alemán”. Dicho y hecho. Es entonces cuando choca por primera vez con el racismo. La primera pregunta/disparo que recibe en su cuerpo es: “¿De qué familia eres?”. Averigua en su casa y sus padres le responden: la honestidad de una persona no depende de su apellido, ni del color de su piel, ni de su sangre.
En su curso del Alemán, donde colgaran banderas nazis en los años treinta, la misma chica “jai-jai” pregunta de nuevo a otra alumna: “¿Qué haces acá si tu mamá es una chola?”. La madre de Carmen era una señora de pollera que vendía en el mercado y se sacrificaba para que su hija pudiera estudiar en un buen colegio. Chavelita, cansada de ese racismo estúpido, valga la redundancia, encara a la preguntona: “¿Y qué tiene que su mamá sea chola?”.
En el colegio de la calle Aspiazu, Chavelita es una buena alumna, buena y valiente. Recibe una educación en valores y disciplina que rima con puntualidad. “Decían en aquella época que los del Alemán salíamos de allá acomplejados, teníamos que ser perfectos en todo”. El viaje de promoción es un descubrimiento de Bolivia: viajan en camión y tren por Cochabamba, Aiquile, Sucre, Potosí y Tarija. “Conocí mi tierra y me enamoré de ella”.
En la casa, la madre le ha enseñado las tres palabras clave: por favor, permiso y gracias. Con su hermano aprende a bailar tango. Es una chica enfermiza, sufre de tosferina, tifus y tiroides. La medicina tradicional/ancestral acude en su ayuda: hierbas, plantas, fruta y verduras. Pero cuando el padre es estafado en un negocio maldito de minas y muere por una embolia a temprana edad (en 1959), la debacle entra por la ventana de la casa de la cancha Zapata. “No teníamos para comer, yo sé lo que es pasar hambre, sentir hambre en el estómago”. Doña Raquel apenas tiene para cocinar “lawas” de trigo y maíz. La verdura se vuelve un lujo, ni digamos la carne. Chavelita todavía hoy se acuerda cómo pegaba su nariz a las vidrieras de la avenida 6 de Agosto donde miraba y miraba las frutas y los chocolates.
Su primer trabajo, para ayudar en casa y pagar las deudas, es de asistente social en la parroquia de San Pedro. También es voluntaria en el club del libro del Colegio Alemán y recoge ayuda para los niños y niñas de las misiones de Covendo en Alto Beni. Cuando triunfa la Revolución Cubana, la madre y la hija se alegran. Las dos se convierten en columna guerrillera y discuten con familiares y amigos: “Los comunistas te quitan los cuartos, tu casa, te violan, también tu enamorado te van a quitar”. Doña Raquel responde: “Si un gobierno y un país dicen que van a luchar por mejorar los programas de salud, ese gobierno y ese país son hermosos. Se terminaron los cuentitos de esas viejas cincuentonas”. La madre se acordaba en su interior de las enfermedades pasadas. Y de lo que se sufre cuando uno no tiene salud y la plata no alcanza. Chavelita lleva a Cuba en su corazón. “Me acuerdo que mi mamá a Fidel le decía Fidelito; Fidelito es mucha cosa, decía”.
Su segundo trabajo la lleva al Colegio Loreto, es secretaria de la monja del programa de cristianismos y también da clases de castellano e inglés. Luego pasa al Alemán y colabora también en la parroquia de María Auxiliadora. Entonces, el Concilio Vaticano II cambia el siglo XX. La Teología de la Liberación nace con alma, vida y corazón; alma para conquistar al pueblo, corazón para quererlo y vida para entregarla junto a él. Los jesuitas van a poner el pecho a las balas, miles de jesuitas en todo el mundo, contra un millón de balas.
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Chavelita lee a Ernesto Cardenal
(poeta, cura, revolucionario nicaragüense, sandinista): Homenaje a los indios (1969), Fidel Castro, cristianismo y revolución” (1974). Devora un libro al día. La patria latinoamericana unida está por (re)nacer y hay que cantar(la). A La Paz han llegado a finales de los años cincuenta unos cuantos curas gringos, misioneros. Vienen de la diócesis de Saint Louis, Missouri. Entre ellos, Andrés Bernardo Schierhoff, futuro obispo auxiliar de La Paz (en 1968) y Vicario Apostólico en Pando (en 1982). Ya pueden adivinar, Bernardo es el obispo gringo que vuelve (más) contestataria a nuestra querida Chavelita.
Junto a Schierhoff arriban a Chuquiago Marka los “padres” David A. Ratermann, Andrés Kennedy y Daniel Strech. Todos juntos construyen la Parroquia de Cristo Rey, su templo, el colegio San Luis y el templo de la parroquia María Reina en Tembladerani, entre otras obras, todas en los barrios paceños. Chavelita termina de secretaria de Bernardo Schierhoff. Las capas doradas y moradas del monseñor acaban en su casa. “’Hágase unas lindas faldas con ellas”. Aquellos curas no respetaban la propiedad privada. Definitivamente. “El gringo Bernardo me hablaba de socialismo. Era muy sobrio y austero, aborrecía los gastos superfluos de la jerarquía eclesiástica. Me confesaba que le daba vergüenza haber nacido en Estados Unidos sabiendo todo lo que hacía su país. Con él, recorrimos las provincias —Omasuyos, Muñecas y Camacho—; fueron los años más hermosos de mi vida, contemplar las montañas, la majestuosidad de nuestro altiplano, su gente linda”.
En la catequesis de Cristo Rey, un joven de doce años se apunta a los cursos de la comunión dos veces. Todos creen que es por el chocolate caliente. “Me enamoré de usted”, dice el chango. Chavelita era, es y será un sortilegio. Por aquel entonces, renuncia a ser maestra en el Saint Andrew’s. Otra vez, racismo y colegio riman con privilegio. “Los niños y niñas eran fi-fís, todo conjugaban con mi-mi, yo-yo, no sabían lo que significaba compartir”. Los curas rojos y extranjeros eran señalados (después de las palabras iban a llegar las balas). A Chavelita la palabra “extranjero” para sus sacerdotes queridos no le gusta. “Ellos vinieron a servir, no a matar”.
Cuando recuerda el asesinato del jesuita canadiense Mauricio Lefébvre (en 1971 con 49 años) y del catalán Luis Espinal Camps (en 1980 con 48 años) se emociona, nos emociona. 40 curas asesinados, 11 desaparecidos, 485 arrestados, 46 torturados, 256 expulsados: el “Plan Cóndor”, en números fríos. Enrique Angelelli, Lefébvre, Espinal, los curas Palotinos en la Argentina, algunos de los nombres. La muerte cruel de Lucho la deja tiesa: “Pasó soledad, pero era muy fuerte; flacucho, pero de gran fortaleza interior. Espinal era escándalo para los jerarcas de la iglesia. Cuando no llegó aquel sábado a su programa de cine en Radio Fides, nos preocupamos. Nos dijeron en el colegio de los jesuitas que había huido porque había hecho una estafa. Una mentira canalla, otra. A las cuatro de la tarde nos avisaron que habían encontrado el cadáver torturado. Oscar Eid delante de mí, al lado del Teatro Municipal, llamó al presidente Siles Zuazo y le dijo que convenía que viniera al velorio. Cuando lo enterramos en el cementerio, al lado de Lefébvre, había paramilitares argentinos. Tres días después, el 24 de marzo del 80, asesinaron a Óscar Arnulfo Romero en El Salvador, ambos mártires de una iglesia liberadora, asesinados por el mismo imperio, los gringos malditos”.
Chavelita ha sido “cohetillo” toda su vida. La solidaridad ha corrido siempre por sus venas. Pone unas velitas cuando los sandinistas entran en Managua y se pone triste cuando pierden las elecciones después de la guerra de la Contra auspiciada por Estados Unidos. Con el golpe de García Meza vive la represión en primera persona: “Vi cómo la gente se tiraba al lago Titicaca antes de caer presa, cantamos el Jacha Uru y años después llegó nuestro día: amuya sipxañani jutaskiway”.
1986 es el año de apertura del Café Semilla Juvenil, a una cuadra de la plaza del barrio de San Pedro, antiguamente conocido como Nueva La Paz. La fecha: 25 de octubre. La idea de abrir centros para jóvenes viene de los cafés cristianos de Canadá. “Había una voluntaria canadiense, se llamaba Liss y estaba en la parroquia de Santa Rita, detrás del cementerio. Ella y el padre Daniel Strech tenían la idea de inaugurar un café en cada barrio. Estábamos imbuidos todos de la teología de la liberación”.
El Café Arte y Cultura en el Prado había sido un intento cuatro años antes, “pero metió las patitas el MIR”. Al final, solo un café brotó de la idea y se llamó Semilla Juvenil. “Hay que meterse en el barro, hacer cosas y ahí en San Pedro nos juntamos con Matilde Casazola, el matrimonio Villalobos y otros católicos de base. Lo inauguramos con un festival de canto y jadocs. Luis Rico estaba invitado, pero no apareció. Una de las personas que nos ayudó fue Pablo Ramos y otra nuestra querida Ana María Romero, Anamar; con ella bailamos, lloramos y festejamos en diciembre de 2005”.
Al Café Semilla Juvenil y sus impulsores los trataron de comunistas (“eran los desclasados del barrio”) y de apéndice de la Conferencia Episcopal (“así nos decían los indigenistas”). Chavelita y el Café han organizado cientos de actividades y charlas de solidaridad internacionalista con Cuba, Nicaragua, El Salvador y su Frente Farabundo Martí, la Venezuela chavista, las Malvinas argentinas, Palestina, el pueblo mapuche y el saharaui, los zapatistas, los vascos…
Por el salón de la cancha Juvenca sobre la calle Almirante Grau donde hoy se puede ver retratos de Espinal, Romero y Strech, han pasado cientos de músicos como Dagmar Dumchen, Eduardo Yánez, Álvaro Flores (un infaltable), Adolfo Manzaneda, Ronald Fox, el ballet Conadanz, el grupo Ayni, Comunidad Sagrada Coca, Música de Maestros, el cuarteto Aimi de la familia Cordero-Carrazana, la cantante Selva… Y guitarreadas, muchas guitarreadas con Silvio y Pablo, Carlos Puebla y Víctor Heredia, Chabuca Granda y Víctor Jara. Y la mexicana Chavela, “prima hermana” de la Chavelita. Los prestes para el binomio Espinal/Romero no faltan nunca.
Chavelita es muy crítica de las fallas internas de los procesos revolucionarios de América Latina, de la falta de formación política y autocrítica. Confía en un Cristo liberador, en la mística de los pueblos y arremete con dureza contra una jerarquía católica “traidora y cabrona”. Su frase favorita contra el desánimo y la desilusión me gusta: “Esperar contra toda esperanza”. Es una cita de la Biblia, de la Epístola a los romanos.
Su jardín con whipala de la calle Severino Zapata (héroe de la Guerra del Pacífico) es un regalo de vida. Habla con sus rosas, sus plantas, las mima, la escuchan. Es uno de sus “vicios”: el otro es la música, desde Schubert a Chopin, de las canciones protesta al folklore boliviano y latinoamericano. Para mantener la cabeza sana en acción, adora los “Geniogramas”. Está comenzando a regalar sus libros, incluso sus favoritos del padre vasco Gregorio Iriarte y los poemarios de Pedro Casaldáliga. Hace rato que no enciende la chimenea de leña de la casa y ya tiene en mente todas las actividades culturales/políticas del Café Semilla Juvenil hasta final de año. Su último sueño es el proyecto “Semillita”, un centro para “wawas”, una idea de la periodista Lucía Sauma. “No vamos a cambiar el mundo, eso sería arrogante de nuestra parte a estas alturas, pero gota a gota algo surgirá. Lo que no se hizo, se hará”.
María Isabel Viscarra Quezada, Chavelita para todos y todas, viste esta tarde de noviembre con cielo rojo un poncho de color ladrillo/esperanza. Acaba de cumplir 87 años. El Presidente la ha felicitado en un mensaje de Twitter. Sus amigos se han reunido en su café para celebrarla, cantarla y besarla. Tiene una vida larga y feliz, recompensa de la virtud; un jardín con rosas que decoran su alma; y una biblioteca. Lo tiene todo.