El lápiz de Walter Sanden
Es uno de los pioneros del cómic hecho en Bolivia. ‘Tante Berta’ (Tía Berta) se publicó en 1944 y narraba las aventuras de una migrante ficticia
El lápiz de Walter. La historia está repleta de personajes que aparecen y desaparecen. Espartaco, el gladiador más famoso de Roma, se hizo gas tras la batalla del Río Silario y nunca más se supo de su fornida figura. Ambrose Bierce fue un periodista gringo famoso (su obra más celebre es Diccionario del Diablo), se unió al Ejército de Pancho Villa como cronista y nunca más apareció. El noruego Roald Amundsen fue el primero en llegar al Polo Sur en 1899; 30 años después desapareció cerca de las costas de Tromso. El autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, se borró del mapa mientras realizaba una misión de reconocimiento aérea que había salido de la isla de Córcega. Walter Sanden fue un artista centroeuropeo que se asomó a la historia del arte y el cómic en La Paz y luego se perdió como por arte de magia. No sabemos ni cómo llegó ni cómo se fue, si es que se fue. Es poco lo que conocemos de él.
Sanden es el único artista profesional que llega con la inmigración de refugiados judíos a Bolivia. Es uno de los retratados/homenajeados en el libro de Leo Spitzer Hotel Bolivia, la cultura de la memoria en un refugio del nazismo, publicado en inglés en Nueva York en 1998 y cuya traducción al castellano ha visto la luz el año pasado en Plural Editores, La Paz. Hotel Bolivia es un hermoso/necesario ejercicio de narrativas familiares, de miradas afiliativas, de memorias profundas, de rescate de pequeñas historias, como la de Sanden.
Don Walter es un litógrafo y grabador connotado antes de la persecución nazi. En La Paz no parará de pintar y exponer. Llegará a ser uno de los ilustradores más requeridos por los periódicos de la época. El maravilloso especial de 324 páginas que arma La Razón (de Carlos Víctor Aramayo) para festejar los 400 años de la fundación de Nuestra Señora de La Paz lleva sus dibujos junto a los capos de la época: María Luisa Mariaca de Pacheco, Cecilio Guzmán de Rojas, Jorge de la Reza, Víctor Valdivia, Inés Ovando de la Reza, Manuel Fuentes Lira, Raúl Calderón Soria (que hace la tapa), Eric Simon y Jorge Enrique Sánchez.
El lápiz de Sanden
Sanden también se atreve con el cómic cuando el cómic ni siquiera es denominado así. Lo llaman “dibujo cómico”. En los periódicos bolivianos de finales de los 30 y la década del 40 se reproducen tiras cómicas de diarios estadounidenses (Superman, Kerry Drake, Benitín y Eneas…). Sanden es uno de los pioneros (junto a Valdez); es un visionario, un adelantado. Van a tener que pasar 20 años para que se consoliden las primeras historietas “hechas en Bolivia” con la revista Cascabel de los 60.
El arte que desarrolla Sanden en La Paz pasa de litografías multicolores adscritas con un marcado acento pop/comiquero a los paisajes e imágenes religiosas. Los progenitores de Leo Spitzer fueron grandes admiradores y compradores de la obra de Sanden. “Mi padre acumuló muchos de sus impresos monocromos en quebradizo papel sábana, así como litografías multicolores más elaboradas que lo caracterizaron años después de llegar a Bolivia. Mis padres creían que Sanden capturaba la esencia estética del medio boliviano: su paisaje, su diversidad arquitectónica, la mezcla de religiosidad católica española e indígena, las formas de vida de sus habitantes. De hecho, tuvieron tal apreciación por estas audaces representaciones del mundo andino que las llevaron consigo cuando volvieron a emigrar a los Estados Unidos, pues enmarcaron varios de los grabados para exhibirlos”.
Demos un salto en el tiempo hacia adelante, un “flashforward” que dicen en el cine, una prolepsis. La única referencia en la red de redes al nombre de Walter Sanden es una colección de litografías, 16 en total, titulada Bolivia pintoresca. Se venden en sitios de coleccionistas en internet. En noviembre de 2010, un lector del diario Gainesville Sun de Florida pregunta a un experto si las litografías de Sanden —que posee desde 1970— tienen algún valor. El columnista de arte, John Sirkorski, responde así: “Walter Sanden fue un refugiado alemán que huyó del régimen nazi antes de la Segunda Guerra Mundial, hay muy poca información sobre él. Su trabajo retrató los paisajes y la vida indígena de Bolivia. No hay un mercado interesado actualmente en su arte. Intuyo que esto puede cambiar en el futuro cuando se tenga más información sobre su vida y su trabajo. El valor potencial actualmente de su arte es un catch-as-catch-can. No sabemos si Sanden —no confundir con el escritor naturalista Walter von Sanden-Guja— es alemán o austriaco”.
Spitzer resalta, en el citado libro, la “calidad evocadora” de Sanden. “Es un estilo de composición sencillo, de detalles escasos, de contornos y trazos muy bien definidos. Y por el uso del naranja brillante, del amarillo y del ocre, colores asociados a las mantas y las polleras, sus litografías parecen capturar la gama de paisajes típicos de Bolivia. Sus dibujos y grabados han sido mediados por una conciencia inscrita en una sensibilidad centroeuropea cautivada por el exotismo y por la inmensa alteridad del medio boliviano. Sinópticas en perspectiva, sus litografías pertenecen a la tradición lírica romántica que se escucha en el soliloquio andino del doctor alemán Heinrich Stern, en la tradición humboldtiana de la naturaleza, reflejada en las fotos del paisaje y en las nociones atemporales, deshistorizadas de la vida india características de la cultura popular europea. Veo sus pinturas y no veo en ellas otra cosa que una versión más del Indianerlandschaft”.
El “Indianerlandschaft” es el paisaje/paisanaje melancólico e “incivilizado” con el que chocaron los refugiados a su llegada a Bolivia. Es la soledad aterradora, la extrañeza, un mundo que es de otros. En él nada, excepto las montañas y las nubes, son familiares.
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Pero por si algo Sanden merece pasar a la pequeña historia del arte (el cómic es su novena pata) es por sus historietas gráficas. Solo se ha podido rescatar del olvido su Tante Berta. Sanden (auto)publicó durante al menos diez años divertidos folletos sobre las experiencias de los refugiados. El estilo está influenciado enormemente por los dibujos de Max y Moritz de Wilhelm Busch. “El humor de Sanden no era tan sarcástico y castigador; era más amable, menos sentencioso, más burlón y autocrítico”, dice Leo Spitzer.
A diferencia del exotismo de su obra de arte, en el cómic se ve a un Sanden más concienciado con los tiempos que vive, con el lugar que le sirve de acogida. “Ya no es ni el extranjero superior, desdeñoso del ‘primitivismo’ de su entorno nuevo, ni el artista europeo que percibe a Bolivia a través de filtros distorsionadores traídos de un hogar que fue obligado a abandonar. Al revelar un lado más ligero de sí mismo, Sanden pone en evidencia otra de las herencias que los refugiados llevaron a su nueva tierra: el humor autorreflexivo y tolerante conocido como el ‘humor judío’, un humor que suponía una relación con las circunstancias que, incluso en los peores momentos, no dejaba de proclamar su intenso amor por la vida y su pulsión de supervivencia”. Es un mundo extraño y a menudo entretenido este al que he llegado, pareciera decir Sander, pero “quizás no es más extraño que yo. Llevémonos bien con él”.
Spitzer —que vivió de niño en La Paz durante doce años en el número 134 de la calle México— reclama en la tesis de su libro un gesto que nunca llegó: el acto de generosidad humanitaria de Bolivia (al recibir a miles de perseguidos cuando las fronteras de países vecinos y del mundo se cerraron a cal y canto) no ha recibido aún un gesto de gratitud internacional. Sanden y su diminuta contribución al cómic hecho en nuestro país, tampoco.
Hotel Bolivia, el libro gigante de Leo Spitzer, es un reconocimiento, un gesto de agradecimiento íntimo. Bolivia recibió, según cálculos de Spitzer, 20.000 refugiados (principalmente de Alemania, Austria y Checoslovaquia); más que otros destinos juntos de la diáspora judía como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica e India. Algunos estudiosos colocan la cifra entre 7.000 y 60.000 migrantes (al contar también a los menores de 16 años). Antes del ascenso del nazismo, apenas 100 judíos (de Alsacia, Polonia y Rusia) vivían en Bolivia.
Spitzer destaca en su libro que la mayor parte de las reacciones bolivianas a la presencia judía fue “de indiferencia, tolerancia e incluso aceptación acogedora y comprensiva. El antisemitismo —a pesar de su persistencia como prejuicio religioso cristiano y estereotipo económico— fue un rasgo relativamente menor”. Solo algunos periódicos, simpatizantes de Hitler y Mussolini, se regalaron como altavoces del odio. Nada nuevo bajo el sol.
Don Walter es una figura olvidada, ni siquiera consta en los registros de los artistas extranjeros que pintaron y vivieron Bolivia con toda pasión: los Bernardo Bitti, Manuel Ugalde, Emilio Amoretti Cassini, Juan Rimsa, Ejti Stih… Junto a él, otros personajes fascinantes/extraordinarios que caminaron las calles de La Paz viven hoy el limbo. Uno de ellos es Ernst Schumacher, el editor/periodista del semanario de inmigrantes alemanas en La Paz, el “Rundschau vom Illimani”. Puedo imaginar a Schumacher, miembro del SPD (el partido socialdemócrata alemán, perseguido por Hitler) y a Sanden tomando unas cervezas de la CBN y unas salchichas Stege en algún boliche del centro paceño. Están celebrando las derrotas del III Reich en el norte de África y el frente soviético; brindan por la batalla de Stalingrado, el principio del fin. Los dos están esperando a otro compatriota, Werner Guttentag y al doctor Eduard Blumberg, otro socialista que ha logrado escapar del campo de concentración de Buchenwald, a las afueras de Weimar. Se preguntan por qué tantas mujeres visten de negro. Más tarde se van a enterar de que es por luto/duelo, por los muertos de otra guerra, la del Chaco.
Por la ciudad también pulula el mismísimo hermano del actor/director de cine Erich von Stroheim, el primer cineasta que se enemistó con Hollywood. Se llama Bruno, es de una familia de judíos de Viena y escribe en el “Rundschau vom Illimani” (Reseña del Illimani). Vive en Bolivia con su abuela, Bertha Wolfinger. ¿Se inspiró Sanden en ella para contar con humor sus andanzas en La Paz de 1940? Todos se juntan en el Club Austríaco (el restaurante Vienna de la calle Federico Zuazo es todavía un vestigio de aquella época). Todos estaban fascinados/sorprendidos por Bolivia.
Las obras de teatro que montan dirigidas por otro refugiado, el novelista y dramaturgo austriaco Georg Terramare, también están esperando por ser recordadas. Los programas/collages de mano siguen en algún cajón olvidado. Las voces de los personajes interpretados por Erna Terrel, Rosl Kupferstein, Alfred Brecher, Fritz, Heinz y Ernst Kalmar (éste último dueño del Hotel Viena, frente al Correo), Hans Kulka, Heinrich Neumann, Josef Pasternak, Max Sommer y el propio Bruno von Stroheim resuenan todavía hoy en los salones paceños del Club Austríaco y el Círculo Israelita.
Muchos de estos artistas se fueron del país (migraron de nuevo a Estados Unidos, volvieron a Europa, se fueron a Israel, cruzaron las fronteras a Brasil o Argentina). Pocos se quedaron. Los matrimonios entre bolivianos y refugiados fueron extremadamente raros. Don Guillermo Wiener, el fundador del cine Universo y del Monumental Roby de la Garita de Lima —fallecido en noviembre de 2021— fue uno de ellos, fue de los pocos que se quedó entre nosotros. Dejó de ser el “otro”. Su tumba está en la parte baja del Cementerio de Villa San Antonio. No sabemos a dónde fue a parar uno de los pioneros de nuestro cómic. Quizás desapareció del mapa y se perdió en los Yungas, quizás comparta tierra en el cementerio de una ladera de la ciudad de La Paz, quizás sea como Espartaco. ¿Cómo sobrevivirá tu memoria, Walter Sanden?
Fotos: especial de La Razón por los 400 años de La Paz (1948), CÓMIC ‘TANTE BERTA’ Y LITOGRAFÍAS DE WALTER SANDEN