Ramón Rocha Monroy no existe
Imagen: Ricardo Bajo
Ramón Rocha Monroy
Imagen: Ricardo Bajo
El escritor cochabambino tiene cinco libros inéditos. Ha cultivado la picaresca, el humor, la novela negra, la histórica, el periodismo
Ramón Rocha Monroy no existe. La bici es lo único que monto”. Ramón Rocha Monroy vive ahora en un edificio de apartamentos en el centro de Cochabamba. Sigue con el espíritu insurrecto, en pie, aunque su cuerpo a ratos se pone de rodillas. Extraña su casa de toda la vida, donde vivía en la carretera a Sacaba. Tiene más de 50 títulos publicados, 15 reediciones y guarda como oro en polvo sus cinco libros inéditos, a la espera de un editor. Uno de ellos es una novela con este título provisional: El café de la catedral. Y otro, la esperada biografía sobre Jennifer Salinas, la “Bolivian Queen” del boxeo. También ha terminado recientemente las semblanzas de “Huracán” Ramírez y de Franklin Anaya Arze, el fundador del Instituto de Formación Musical y Humanística “Eduardo Laredo”.
“La pandemia más grave es la soledad”. Agarro al “Ojo de Vidrio” en una tarde de nostalgias, de recuerdos del pasado, de hermanos y amigos que se fueron, de amores olvidados. La mirada de Ramón es melancolía en estado puro. Camina de manera sosegada al café de la esquina de su casa. Arrastra un esguince y una artrosis. Duda si pedir una cerveza o un café. Pedimos dos de lo segundo, es demasiado pronto. Recordamos juntos su famosa frase para diferenciar a La Paz de Cochabamba, a la “Llajta” de la “Hoyada”: en La Paz los borrachos son nocturnos; en “Cocha”, diurnos. Por eso ha pedido dos chelas.
Rocha Monroy tiene 72 años, nace un 20 de febrero de 1950 en Cochabamba. Al nacer lo dan por muerto y lo botan en un basurero; el resto hasta hoy es pura ganancia. “Mi relación con la muerte siempre ha sido especial”. Lo cuenta en uno de sus libros La cueva y la intemperie (2011, editorial El País). En un estado de indefensión total, pelea con la parca y la gana por goleada. Alguien vaticina: este bebé será o muy inteligente o muy loco. “En realidad tenía que ser beniano, tenía que nacer en Riberalta donde mi padre estaba destinado, pero por la guerra civil del 49 se subieron a un Junker y casi nazco en el avión”.
La casa paterna está en Caracota (Kiara-Kiota), donde actualmente se levanta “La Cancha”. Se autodefine como “caracoteño y villano”. Su carácter desobediente brota rápidamente, el padre (Sixto César Rocha Bergara) es militar, el mejor alumno del alemán Hans Kundt, el teniente coronel que tuvo al general Ovando como discípulo. El destino inexorable de Ramón pasaba por el ejército, pero tras unos intentos frustrados la carrera militar perdió a un soldado y todos ganamos a uno de los mejores escritores de Bolivia. No tiene muchos recuerdos infantiles del padre debido a sus constantes viajes por los destinos. “Tengo un complejo de Edipo al revés”.
La madre es harina de otro costal. “Tuve una mamá piadosa”. Cuando sus padres se vienen a vivir de La Paz a Cochabamba en 1947 tras el asesinato de Gualberto Villarroel, Carmela, hermana de Germán Monroy Block, fundadores del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), extraña el poder. “Cocha era por entonces un lugar de confinamiento”. La biblioteca familiar se convierte en un refugio. El futuro novelista debuta con Lolita. Aquellos libros prohibidos, causantes de tantos y tantos placeres onanistas, estaban parapetados detrás de inocentes estudios de geografía. “Solo me tenía que acordar en qué número de paja, digo de página, para volver a la lectura del gran camarada Vladimir Nabokov”. Antes, con tres años, en La Paz, el presidente Víctor Paz le da un beso; ese día es una wawa alzada, ese día hace la “V” de la victoria con sus deditos.
Cuando su hermano, Enrique, fallecido en abril de este año, se va a vivir a La Paz, las encomiendas que llegan a la casa están abarrotadas de buenos libros. Son alimentos para el alma. Así va leyendo poco a poco a los mejores autores del “Boom”. Es la mejor cura para la mala educación recibida durante 12 años en el Colegio La Salle, de la calle Junín y Mayor Rocha. “Gracias a que mi tío Germán era ministro de Siles, me ponían de nota un siete, pero en conducta, uno; más que rebelde era respondón”. Igual lo expulsan tres veces. Una frase de un sacerdote español y franquista/racista se le queda grabada en la mente: “Su inteligencia, Rocha Monroy, está inclinada al mal”.
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LA GRÁFICA
Ramón Rocha Monroy
Ramón estudia Derecho en la San Simón. Y termina con una maestría (en Ciencias Políticas) en la poderosa UNAM de México “gracias” al dictador García Meza. Aquellos estudios le servirán para dar clases muchos años después como profesor de Filosofía Política y Filosofía del Derecho. “Si no es por esa plata como docente universitario, me moría de hambre”.
Vive entre medio en Montevideo, donde el tío termina de embajador. “Fueron años maravillosos, rumboso era yo, con un tren de vida fabuloso; enamorado paraba y comenzaba cuentos que jamás terminaba felizmente”. Con su primer libro pega en la diana: su ensayo Pedagogía de la liberación: crisis de la vida occidental (1977) gana el premio “Franz Tamayo” convocado para celebrar el sesquicentenario de Bolivia (1975).
Dirige el Instituto Boliviano de Cultura cuatro años más tarde. Y llegará a ser “biciministro” de Cultura (entre 1998 y 2000, por la cuota del MIR) en el gobierno de Hugo Banzer Suárez. Acabará siendo candidato a primer senador por el departamento de Cochabamba por el MAS. No podrá ser registrado por faltar algunos documentos. Si su padre militar hubiese levantado la cabeza…
Pero vayamos para atrás, hacia los 70 de nuevo. Banzer gobierna el país con mano dura y el chango Ramón se politiza a marchas forzadas. Lee a Marx y a Lenin, a Mao y a Marcuse. El alemán, herr Herbert, le vuela la cabeza: es necesario criticar el contenido represivo y alienante del sistema y vislumbrar las chances reales de transformación contenidas y negadas en el propio sistema social de dominación. Las enseñanzas de la Escuela de Frankfurt se convierten en su biblia particular. Va a terminar simpatizando/militando con el maoísmo. “Iba a la U con libros de Lenin bajo el brazo, pero por estúpido a escondidas leía a Cortázar”. La vida de Ramón Rocha es una lectura clandestina. Luego se enamorará de Gamaliel Churata, “nuestro James Joyce andino”.
En 1978 debuta con la literatura. El libro de cuentos Allá lejos es, a estas alturas del partido, un clásico con su relato Informe sobre Lejos como colofón del libro. En su momento la repercusión fue nula o mala; o cosas peores. La escribió en papel de teletipo en una máquina de escribir. El poeta Eduardo Mitre le recomienda corregir errores de dedo, pero no lo hace por flojera. “Algunos dicen que Allá lejos es mi mejor obra, allá ellos”. Ramón tira juegos de palabras “a casa rato”. Es un lector empedernido del cubano Guillermo Cabrera Infante, otro vividor, otro juguetón. Su segundo libro de ficción tiene un título raro El Padrino. Balance o estado de cuentos (Los Amigos del Libro, La Paz, 1979).
El éxito y el reconocimiento llegan pronto. El run run de la calavera queda en 1983 en segundo lugar en el premio Erich Guttentag. No se publica. Solo cuando saca un anuncio necrológico en el periódico “convocando a la misa de cabo de año” logra ver la luz la primera parte del libro, pues un jurado había dicho que “la segunda era mala”. Esas andanzas son típicas de la narrativa de Rocha Monroy: “En una de mis últimas novelas, La sombra del tambor, me olvidé de quién narraba; a propósito del Run Run los de Disney y Pixar me han plagiado esa idea con su película Coco, quisiera demandarlos”.
No se sabe nunca cuándo el Ramón habla en serio o en joda pero, suelto de cuerpo, me dice: “Voy a demandarlos, podemos transar una modesta contribución de un millón de dólares por mis derechos de autor”. Un año después, en 1984, lanza otro clásico: Ando volando bajo. Su cuate, el añorado “Coco Manto”, es el culpable de ese título. La novela se tenía que llamar Las crudas morales. Ramón remata de nuevo a la red: “Ahora solo ando blando de abajo”.
Son los años 80 en La Paz, son años maravillosos. “Me juntaba con Paulovich, con el Albaco Rivero y con otros grandes cultores del humor en el Club de La Paz, a tomar whisky. Yo aparecía con mi gorra de marinero, pero Paulovich me soltaba: pareces chofer de tranvía, ¿has estacionado bien, maestrito?”. El propietario del legendario Club de La Paz, bar desaparecido recientemente, decía a todo el grupo: “Ustedes son los únicos que entran acá sin corbata”.
A finales de los 90, con el quincenario El Juguete Rabioso, comienza a publicar sus columnas gastronómicas bajo el título Crónicas de la sazón pura. Es un “tributo” a Raúl Vargas, el primo de Mario Vargas Llosa y al poeta Rodolfo Hinostrosa. Por aquel entonces es un asiduo de El Tornillo de la avenida Huayna Kápac junto a su recuate Alfredo Medrano y el mítico “Gordo Ja-Ja” (Armando Delgadillo, un personaje k’ochala). El asado borracho de El Tornillo (“siempre imitados, nunca igualados”) todavía se recuerda en Cochabamba.
Pero vayamos para adelante, un salto. Hasta 2002, odisea del “Ojo de Vidrio”, su chapa. Ya es columnista de periódico hace rato (de Los Tiempos de Cochabamba, entre otros mucho) y ya firma con ese pseudónimo archi-recontra-conocido. Estamos en el año que gana el Premio Nacional de Novela con Potosí 1600.
Ramón se casa con Yolanda Escobar Rosas. Su muerte a finales de abril (otra vez abril) de 2021 golpea/bajonea al escritor hasta el día de hoy. Tienen tres hijos: Ariel (dueño del boliche La Tirana), Manuel Cruz (músico) y Raquel (gestora cultural). Se casa después con la tarijeña Rosa Helena Scardino Auad; tienen dos hijos: Camila (coreógrafa de danza) y Ramón Ernesto (actual guitarrista de Manuel Monroy, todo queda en casa). Su tercera compañera será de Sucre, Jenny Quiroga Sandi. “Mi casa siempre fue una casa muy musical, no me imaginaba un perfil de oficinistas para ninguno de mis hijos o hijas”, dice con una pequeña sonrisa de orgullo paterno.
Ramón Rocha Monroy es un escritor que piensa chueco. Quizás se lo deba a las lecturas apasionadas de su admirado Boris Vian. Ha hecho novela negra por necesidad y diversión; es un cronista de la ciudad de Cochabamba, por pasión. Ha sido también “Urbano Campos”. Ha reivindicado el lenguaje y la cocina popular. Y ha sido diplomático en México (“con nuestros hermanos mexicanos somos prodigiosa y extraordinariamente parecidos aunque abismalmente diferentes”). Se autodefine como “mixto cholo democrático y popular en los ochenta; cholo plurinacional a estas alturas porque la picardía es la estética de lo cholo, es la cultura popular por excelencia”.
Este retrato ha comenzado en su departamento y ha terminado en el café favorito de la calle donde vive ahora. Va a terminar con una pregunta a quemarropa: “Ramón, ¿le tienes miedo a la muerte?”. No. Es la respuesta tajante. “Es una vieja desdentada a ratos, es un flaca esbelta. Anda con una guadaña como prendedor. Pero no se olviden de lo que ya les conté; cuando nací, me agarré a puñetes con ella y gané por KO, ¿qué me puede hacer ahora? Yo le digo siempre lo mismo a la pálida: hazte cuenta que no existo”. Pues eso, a lo dicho y hecho, Ramón Rocha Monroy no existe, es lo que sospecho.
Texto y fotos: ricardo bajo h.