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Sanjinés, ángel y demonio

/ 8 de enero de 2023 / 06:52

El cineasta Jorge Sanjinés estrenará en marzo ‘Los viejos soldados’. En diciembre lanzó sus memorias, un repaso a 86 años de vida y lucha.

Las memorias de Jorge Sanjinés están escritas en primera persona, pero el cineasta, cada vez que puede, habla en plural. “Este libro pertenece a todos”. Jorge Ignacio Sanjinés Aramayo no dice en su flamante autobiografía cuándo nació. Lo hizo un 31 de julio de 1936 en la ciudad de La Paz. Sus ochenta seis años están bien llevados. Su peluca rojiza y el tinte de sus barbas con un café cobrizo obran el milagro de la eterna juventud.

Su padre es Genaro Sanjinés Glover y su madre, María Nieves Aramayo. Lo bautizan con el nombre de Jorge en honor a un tío fallecido como consecuencia de una pulmonía contraída en un viaje en tren desde Potosí a La Paz en pleno invierno. Su hermano menor Genaro terminará siendo también un hombre de cine, camarógrafo para más señas.

Uno de los primeros recuerdos de su infancia nos lleva a una cancha de fútbol. El padre, gran futbolero, participa en la organización de un campeonato infantil en el por entonces conocido como Estadio La Paz, el que fuera inaugurado en 1930 como Gran Stadium Presidente Siles. Sanjinés tiene catorce años y vive en Miraflores, sobre la avenida Busch. Su equipo lo forman amigos del colegio y del barrio, entre ellos un joven llamado Antonio Eguino Arteaga, futuro gran cineasta. Son goleados sin misericordia, ocho a cero. Don Genaro alienta a los derrotados. Al año siguiente, en 1951 y después de reclutar a promesas de barrios populares (como Munaypata y Chijini), ganan el torneo y viajan por toda Bolivia representando a La Paz. Lo hacen bajo el nombre de Boca Juniors y con camisetas amarillas y azules.

El primer exilio —con 16 años— llega pronto. El padre (identificado, asegura el cineasta, con el MNR) es acusado de albergar en su casa a una célula de falangistas. Progenitor e hijo parten a Lima, donde se juntan con otro represaliado, Wálter Villagómez Muñoz, periodista potosino del periódico La Razón, por aquel entonces furibundo opositor de la Revolución Nacional. Con don Wálter, padre del arquitecto Carlos Villagómez Paredes, se aficiona a las salas de cine. “Fue mi primer profesor de cinematografía”. Son los años gloriosos del neorrealismo italiano.

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Sanjinés con Consuelo Saavedra en el rodaje de ‘Yawar Mallku’. Abajo: 10 Sanjinés con Antonio Eguino.

En la capital peruana, Sanjinés trabaja de ayudante de albañil por las mañanas y por las tardes de vendedor de lotería primero y de libros ambulante después. El papá es contador en una fábrica. Las penurias y la nostalgia van a enfermar a los dos: don Genaro sufre un infarto y Jorge, una pleuresía. Un cura boliviano, alojado en el mismo hostal, se ofrece incluso a darle la extremaunción. “Cuando ingresó el sacerdote con un crucifijo en la mano le dije que no se molestara, que no pensaba morirme”, cuenta el cineasta en la autobiografía Memorias de un cine sublevado publicadas por la Fundación Pinves y presentadas a mediados de diciembre pasado en la Cinemateca Boliviana. (Nota mental: el precio del libro —en tapa blanda, 200 bolivianos; en tapa dura, 300 bolivianos— no es precisamente popular).

La pareja se traslada a Arequipa. En la “ciudad blanca” la salud de ambos mejora y el joven Jorge Ignacio publica su primer artículo en la prensa arequipeña. También tiene entre manos una novela. El futuro cineasta quiere ser escritor, un buen escritor.

La ley de amnistía general de 1953 devuelve a padre e hijo a Bolivia. Sanjinés ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras de la UMSA. Son tiempos de libros y lectura: Camus, Steinbeck, Kafka, Mariátegui, Vallejo, Rulfo, Carpentier, Céspedes, Jaimes Freyre, Guzmán, Arguedas, Tamayo… Tres años después, en la vacación de invierno de 1956, viaja a Santiago de Chile para apuntarse a un curso de filosofía de la Universidad de Concepción. Ahí conoce a Javier Lisímaco Gutiérrez, arquitecto, cinéfilo, futuro militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN), asesinado en los 70. El taller de cine —que el recordado “Maco” imparte— cambia su vida: abandonará la idea de ser escritor y se pasará a las filas del cine. La Fundación Pinves ha resucitado esos viejos anhelos con la publicación de su novela (Los viejos soldados) y dos libros de cuentos (Relatos del más allá y Relatos contestatarios). En Concepción conoce a la que será su primera compañera, Consuelo Saavedra Quiroga, futura escultora, futura madre de sus cuatro hijos.

La primera (y desconocida) película de Jorge Sanjinés se llama El poroto (1957). Es un cortometraje de tres minutos rodado en 8 milímetros en material reversible con banda magnética incorporada. Gana el concurso de los alumnos del “Maco”. Es la historia de un niño que no tiene plata para comprar flores para la tumba de su madre y se las ingenia para conseguirlas. Puro neorrealismo italiano, puro Chaplin. La música corre a cargo de una tal Violeta Parra. “Se hizo una fiesta en la casa de ‘Maco’ para festejar el triunfo de Bolivia con esa minúscula película”. Sanjinés se quedará dos años en Santiago estudiando cine en el Instituto Cinematográfico de la Universidad Católica, de donde egresa como asistente de dirección. En sus mencionadas memorias no cita los tres “cortos” que hace entre 1958 y 1959: Cobre, El Maguito y La guitarrita.

En 1960 regresa de Chile y hace dos cosas al tiro: se casa con Consuelo (con la que tendrá dos hijas y dos hijos: Paula, Carolina, Iván y Mallku) y busca al toque a Jorge Ruiz. “En Santiago me enteré que había un gran documentalista boliviano. Y lo era. Quedé fascinado por la belleza y la perfección técnica de su trabajo y me sorprendió saber que acá pocos conocían su obra”. Sanjinés se pone manos a la obra y organiza varias retrospectivas del maestro donde proyecta La vertiente y Vuelve Sebastiana que “sorprende por la autenticidad, sobriedad y amor que contiene”. 

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Arriba, el director de niño. Abajo, Sanjinés con la cineasta Beatriz Palacios.

Entra a trabajar en el Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB) y realiza —junto al Grupo Ukamau— su primer cortometraje en Bolivia: Sueños y realidades (donde protagoniza un incidente con Hugo Roncal a cuenta de unas tomas desenfocadas). En 1962 funda en un local del ICB de la calle Indaburo la Escuela Fílmica Boliviana, la primera en la historia del país, junto al que será su guionista inseparable, Oscar Soria, y primer director de la Escuela; el profesor de filosofía Ricardo Rada, que será su productor de lujo; y su hermano Genaro, “que ya era un excelente camarógrafo”.

A los tres meses, llega Revolución, que manda a parar la historia del cine boliviano. Es un “corto” experimental de nueve minutos sobre “los pasos en falso que habían frustrado la Revolución del 9 de abril de 1952”. Grabada con un cámara Bolex de 16 milímetros y filmada durante 10 días, la música de esta película silente es protagonizada por un solo de guitarra (“triste y lacónico”) de Atahualpa Yupanqui. Revolución gana un año después el Premio Joris Ivens al mejor cortometraje en el Festival de Leipzig, República Democrática de Alemania, RDA. Antes ha dirigido otro “corto” olvidado, Una jornada difícil (1963).

Al año, 1964, llega el primer mediometraje ¡Aysa!, rodada con dos cámaras Arriflex y un complejo de sonido que grababa sincrónico con cinta magnética perforada. Son 30 minutos de docuficción con “dos maravillosos actores de instinto”, los jóvenes quechuas Benedicta Mendoza Huanca y Vicente Salinas Berneros, los que serán más tarde protagonistas de Ukamau, su primer “largo”. Es la historia de un “pirquiñero” y una “palliri”. Y una sola palabra en quechua, “aysa” (derrumbe).

Sanjinés quiere hacer la primera película boliviana sonora de ficción en aymara. Se llamará Ukamau (1966), será una historia de venganza. “Tenía la convicción de que la izquierda boliviana —que compartía con la derecha prejuicios sobre los pueblos originarios— había elucubrado una estrategia paternalista que en el fondo eran tan racista y excluyente como la de los reaccionarios”. El “largo” es rodado en la comunidad Challa, en la parte alta de la Isla del Sol, lago Titicaca. La copia en 35 mm es trabajada en Buenos Aires, donde viaja Sanjinés en compañía de un joven compositor llamado Alberto Villalpando, futuro maestro.

Cuando llegan a la capital argentina se dan cuenta de que el sonido no servía para nada. “Si no resolvíamos el problema, no teníamos película. Y lo más grave: su fracaso podía resultar en el fracaso del cine de Bolivia quien sabía por cuántos años”. La solución llega de la mano más inesperada: la embajada de Estados Unidos. La única sala de montaje en La Paz, capaz de sonorizar/doblar películas, es propiedad de la Usaid, la conocida agencia gringa. Sanjinés la conoce pues ha asistido años atrás a una sesión de montaje de una docuficción escrita por Oscar Soria y dirigida por Jorge Ruiz, Los que nunca fueron.

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El plan para entrar en la susodicha sala y doblar las voces en aymara pasa por distraer al sereno y trabajar clandestinamente por las noches. Dicho y hecho. Ricardo Rada es el encargado de “convencer” al portero. Y el gran Néstor Peredo, el mago que convierte a los dos actores quechuas en personajes aymaras. Al estreno de Ukamau en La Paz asiste el mismísimo presidente Alfredo Ovando. Un día después del estreno de la película, el secretario de la Presidencia, Marcelo Galindo, despide del ICB a todo el equipo de Sanjinés. “Esta obra es para soliviantar a los indios”. Al año, en 1967, Ukamau se presenta en el Festival de Cannes y gana el premio de Grandes Jóvenes Directores. Uno de los miembros del jurado, el crítico Marcel Martin, le confiesa a Sanjinés que la película debería haber ganado la Palma de Oro, el premio mayor.

A la vuelta de Europa, Jorge, Consuelo y los hijos se van a vivir a Sorata. Alquilan una casa por diez dólares al mes. En una de las proyecciones de Ukamau, Sanjinés conoce a un comunario de Huatajata que le pasa un dato: los norteamericanos del Cuerpo de Paz están esterilizando sin permiso a jóvenes mujeres a orillas del Titicaca. Es el germen de Yawar Mallku (1969). Parte del financiamiento llega gracias a un grupo de médicos progresistas liderados por el doctor Torres Goitia. “El esposo de la pintora María Esther Ballivián tenía una Magra, la mejor grabadora de sonido de la época, pero cuando Oscar Soria lo va a visitar para que nos preste, no quiso”. Las memorias de Sanjinés son también un sibilino ajuste de cuentas.

Yawar Mallku se rueda en la comunidad Kaata, a 15 kilómetros de Charazani. El equipo de rodaje es una familia: Jorge y Consuelo; Benedicta y Vicente; el fotógrafo Antonio Eguino y su pareja Danielle Caillet (que hará de gringa del Cuerpo de Paz); Oscar Soria y Ricardo Rada (con su pareja); el asistente de cámara Antonio “Tonito” Pacello y su amigo argentino Humberto; Tota Arce y su compañero Mario Arrieta (“ella es una muy talentosa actriz; él, un tipo duro, muy valiente y leído; ambos militantes de izquierda”).

Dos años después del estreno de Yawar Mallku y sus premios internacionales, el gobierno boliviano del presidente Juan José Torres expulsa a los Cuerpos de Paz. “Se calcula que los quechuas y aymaras en 1970 eran un millón trescientos mil, en cinco años, los exterminadores del Cuerpo de Paz habrían esterilizado a la mayoría de las mujeres fértiles de esas dos naciones en un crimen de lesa humanidad de fatales consecuencias”, sostiene Sanjinés en sus memorias.

La siguiente película es la historia de una desilusión. Los caminos de la muerte (guion escrito en Cochabamba) es una obra fallida sobre las masacres en las minas. “El negativo color original fue llevado a Alemania por Antonio Eguino. En el proceso, el negativo integral fue sobrerevelado por el laboratorio y no se salvó ni un solo fotograma. Quedamos sin película, endeudados y profundamente frustrados. Esta situación tuvo repercusión en la conformación interna del Grupo Ukamau. Cuando pudimos recuperarnos psicológicamente, nos pusimos a buscar otros horizontes”. 

Ukamau está a punto de morir. Un cable de Italia (de la RAI) para financiar una película sobre los mineros enciende la esperanza de nuevo y pone la primera piedra de El coraje del pueblo (1971). Cuando se proyecta en el festival italiano de Pesaro, uno de los críticos más afamados del lugar, Guy Hennebelle, dice: “es una de las veinte películas más bellas de la historia del cine”.

La dictadura de Hugo Banzer obliga a Sanjinés a su segundo exilio. Junto a su familia, vuelve a Chile y es en Concepción donde nace la idea de El enemigo principal (1973), rodada en la comunidad Rajchi, cerca de Cusco. Durante la edición y sonorización en La Habana, Jorge conoce a Beatriz Palacios, presidenta de los Residentes Bolivianos en Cuba y difusora en la isla de las películas del Grupo Ukamau. “Nos enamoramos y al cabo de ocho meses de conocernos, decidimos casarnos y compartir la vida y la lucha. Beíta era una mujer morena muy hermosa, yo era diez años mayor que ella pero nos entendíamos muy bien”.

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En 1974 llega Fuera de aquí, rodada en Ecuador con la ayuda de una cámara Arriflex que presta Alfonso Gumucio Dragon, recién egresado del Instituto de Altos Estudios de Cinematografía de París. Cuenta la historia de “un grupo de evangelizadores o agentes encubiertos del capitalismo imperial que dividen a una comunidad campesina para facilitar el acceso de una transnacional minera”. Fue vista por casi dos millones de personas en Ecuador. “Ayudó a fortalecer el crecimiento político de los indígenas locales”.

El regreso a Bolivia en los ochenta trae consigo la proyección de películas que no han podido ser vistas por el público boliviano: El coraje del pueblo, El enemigo principal y Fuera de aquí. Son los primeros años de la Cinemateca Boliviana y las colas en la esquina de la Indaburo y Pichincha para ver las obras alabadas en el extranjero de Sanjinés hacen noticia.

Las banderas del amanecer (1983) es el largo documental previo al mayor éxito de su carrera. La nación clandestina (1989, Concha de Oro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián/País Vasco) nace a raíz de una investigación del escritor Jesús Urzagasti en Achacachi en 1965.

La historia de una danza ritual/mortal es desechada por Sanjinés por aquel entonces y retomada a finales de los ochenta cuando “acostado de espaldas como acostumbro hacer para imaginar secuencias”, aquel guion literario se destraba con la imagen aparecida del Tata Jacha Danzanti. Cuando Sanjinés descubre al actor que dará vida al personaje principal, siente que ha acertado con la tecla. Reynaldo Yujra iba a ser uno de los cerrajeros de la grúa de la película, pero gracias a su estatura y sus ganas de aprender pasa a ser elemento clave del éxito de La nación clandestina.

Cuando llega desde Lima el director de fotografía César Pérez, este cuenta a Sanjinés que casi desiste de participar, pues “en el medio se hablaba de mi ferocidad y egolatría. César se sinceró  y me dijo que había estado trabajando en el rodaje muy asustado porque creía que yo era una especie de demonio. Me quedé mudo, luego se dio cuenta de que en Ukamau trabajábamos en un clima de armonía y fraternidad y que yo no era ese tipo brutal y soberbio que le habían pintado. Le pedí que me confiara el nombre responsable de esa maldad ya que, como él mismo veía, esa campaña nos hacía daño y muy probablemente estaba impidiendo que jóvenes que deseaban entrar a hacer cine se vieran contenidos por esa infamia. Alcanzó a decirme que se trataba de unos cuantos. El tiempo se ocupó de castigar al intrigrante; el triunfo de la película en el mundo y en el país le propinó al miserable una lección”.

Cuando Sanjinés sube al escenario del Zinemaldia vasco casi se accidenta, pues el director ruso Andrei Konchalovsky  (Concha de Oro, “ex aequo”) está arrodillado ante la estrella de Hollywood “Bette” Davis (no Betty Davis, como pone en sus memorias). “El principal crítico de cine del periódico El País de Madrid escribió que la película del ruso no le llegaba ni a los talones a la artesanal obra boliviana. Con ese extraordinario premio, Bolivia había obtenido el mayor reconocimiento cultural internacional de su historia, pero en La Paz nadie se inmutó. El cura Pérez, de la radio Fides, que estaba de vacaciones en Suiza, llamó por teléfono a su radio y así se supo la noticia. No salieron autos a tocar bocina ni aparecieron comentarios entusiastas en la prensa, como señaló Pedro Susz en un artículo años más tarde. Me contaron que en una charla informal de algunos criticones conocidos se explicaban “mi decadencia” como resultado de que había muerto Oscar Soria y que Sanjinés sin Soria ya no podría hacer cine. Con La nación clandestina quedaron mudos”.

La última etapa de la cinematografía de Sanjinés (desde Para recibir el canto de los pájaros al estreno inminente de Los viejos soldados pasando por Los hijos del último jardín, Insurgentes y Juana Azurduy) ha visto el abandono del protagonista colectivo y el plano secuencia integral, marcas de la casa. También ha estado marcada por la muerte de Beatriz Palacios, su productora y compañera, “un vacío  profundo que no consigo resolver”.

Los fracasos en taquilla (por culpa de la piratería y la crisis, según Sanjinés) y la mala recepción de la crítica acompañan sus últimas obras. “Una ola de críticos, imbuidos de racismo, se levantaron para desprestigiar Insurgentes y situarla, tendenciosamente, como una loa al presidente Morales”.

En su última obra, estrenada ya en Cuba y a la espera de su lanzamiento nacional en marzo, vuelve sobre uno de los temas “leit-motiv” de su obra: “el racismo y el complejo de superioridad de la clase dominante son factores perversos que perturban considerablemente el relacionamiento social interno de Bolivia (…) Las masacres de gentes del pueblo en el golpe de Estado de 2019 corroboran la persistencia del racismo criminal. En los hechos funciona un apartheid menos explícito que en otros países pero igualmente brutal e injusto. (…) Algunos militares racistas en la Guerra del Chaco aprovecharon para hacer una limpieza étnica, pues la mayoría de los cien mil muertos eran indios, tragedia que abordamos en nuestra más reciente película”.

Sanjinés no cambia. Sigue hablando con la primera persona del plural, sigue escapando del protagonismo (en el acto de presentación de sus memorias habló diez minutos). En sus memorias —con un centenar de fotografías muchas de ellas inéditas— apenas habla de sí mismo; pareciera que su carrera y sus películas nos pertenecieran a todos y su vida, solo a él.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricado bajo y el libro ‘memorias de un cine sublevado’, d jorge sanjinés

ORURALIA

El escritor y fotografo Manuel Benavente comparte este cuento de su libro ‘Cifra de los truenos’, a publicarse en Ediciones Arthero

de Manuel Benavente

Por Manuel benavente

/ 24 de marzo de 2024 / 07:00

¡La Gran Morenada Central de Oruro danza por la poderosa 6 de Agosto! El bloque de las “fieles y solteras” se mueve a ritmos de cadencia, logrando de sus serpenteantes brazos y delicadas manitas la extensión final de un sensual vaivén de hombros, pechos y caderas, transparentados por delgadas blusas púrpura, entornadas por sutiles minipolleras; bordadas todas con ondeantes y tornasoladas figuras verde claro, degradando inversas hacia un en extremo suave contraste, fascinando a cuantos miran, derivando de sus dedos gestos melódicos, esparciendo a la gente de sus almas el cariño. 

Ella, que es la más bella del planeta, intenta ubicar a su moreno, mientras baila,  para a la distancia verse y sentir esa eternidad íntima que late el otro… ¡para amarse por los ojos! Lo habían logrado antes, pero él en este momento está fundido con los de su bloque, danzando al son de la no menos poderosa Banda Pagador, transportados sabe dios a qué profundas alturas.  

En eso, entre los morenos, en cuerpo presente, discordando en forma y colores, aparece un mismísimo diablo, ladeando apoyados sus brazos en la cintura, de los que penden grandes gazas, roja una, amarilla otra. Los morenos lo ignoran, o no lo advierten tal vez por su colectivo ensimismamiento. ¡Ella sí! ¡La bella! que en su deseo de ver, ve! Y ve al diablo, y queda atónita, como encantada. Trata de no abandonarse y danzando continuar el paso, sin perder ritmo. En la siguiente “vuelta grande” ubicará la visión anterior, mientras duda si alucinó, o en efecto un diablo de la frater se extravió. En tanto él, el diablo, no repara en ella, porque es posible que efectivamente se extraviara o algo extravió, sobrellevando no obstante gallardo su semblante indiferenciado del infierno, hasta el instante en que cruzan sus miradas e inopinadamente él le desata la magia, alimentando  en ella el asombro de su propia belleza, absortándola aún más al sorprenderse bordeándola con la tempestad de sus ojos, hacia el delirio.

Si no fuera por el roce involuntario de otra “fiel y soltera”, que la devuelve a la circunstancia, aferrándola nuevamente al movimiento,  conteniéndose, ella hubiera cedido a la sinrazón de sus sentidos. En eso, en la “vuelta chica”, él, el diablo, se desplaza rápidamente atravesando lo que lo separa de ella, más cerca, a su costado.  Cruza.  Hace como que no la ve, pero con ardor, propio de un oruco,  la vibra. La morena se exalta, siente por la punta de sus dedos el aleteo de un picaflor en celo. Tras buscarlo, excitada, logra verlo, de espaldas, hermoso, quitándose la máscara, alborotando su propia cabellera, alardeando monstruos del averno en su gran capa, engulléndose una chela… Otra calma ampara la cuadra. Los músicos tañen sus bronces, acompasados por símiles y a la par gordos bomberos, flacos tambores y jóvenes platillos, en sus colorados trajes, bajo sombreros blancos, como sus zapatos. Los morenos enaltecidos toman la Bolívar danzando en sus alturas, aspirando la inmensidad de esta atmósfera Uru, traspirando sales del KuyPfhasa.  

¡Siguen subiendo los Cocani! 

Tras largo trago, como para mitigar de uno todos los infiernos, él, ambos, diablo y morena, nuevamente están embelesándose de lejos, asomándose sin proximidad, acariciándose sin tacto, hasta quedar absortos del todo, ignorando al mundo. 

En tanto, el cuasi ayunado moreno, y por su oportuno sentido de Sixto, advierte el flirteo y separa sus ligeros pasos lentamente del ritmo de los enmorenados morenos. Iracundo, rebalsando celos por las narices, trata de inadvertirse y percatar lo que sucede, se invisibilisa y prosigue en su imagen, para danzando acechar…  Ella ni él, el diablo, la huelen. Éste atraviesa de una acera a la otra la calle atosigada de las “fieles y solteras” y a tiempo de cruzarle el paso, con ademán hipnótico envuelve con su manto rojo el lozano rostro de la morena, por el cuello, desatando en ella todo cuanto de cuajo puede por su fascinación, provocándole in situ su desfallo… del rubor a la palidez,  del ensueño al desmayo.  Las “fieles” remolinan sobre ella, y el diablo, visiblemente desconcertado, se da a la fuga.

El moreno a por él…  II

Para este momento los de su bloque, del moreno, están siguiéndolo con paso acelerado. Son como cuarenta turrilitos que en torbellino allanan la calle con sus aparatosos trajes. Tras ellos los músicos, casi corriendo, resoplan, manteniendo el ritmo, en un desbande de banda acompasado. Las “fieles” en su afán son sobrepasadas por los indignados morenos, que enfurecidos resuenan sus matracas en séquito del ofendido.

Adelante una comparsa de caporales es traspasada da capo. Los morenos abren su paso casi empujando, permitiéndoles, sin ambages, la continuación de sus brincos hacia adelante. Las “figuritas” asustadas se excitan por la inusitada presencia de los desaforados, dando grititos, confundidas no paran de mover sus maravillosos cuerpos, gobernados por el giro de sus hombros, que desciende lívido hasta la punta de sus pies, taconeando suaves con deseo los suelos, todas como una.

Disipándose graves al oído de las húmedas damas, los verdetrompeta no paran de tocar, exaltando la posible trifulca.

Luego están los de la Frater, de donde es posible salió el prófugo y donde posiblemente esté de vuelta. Donde nuestro moreno tendrá que ser certero en su demanda, ya que los diablos no son caporales, ni las chinas figuritas. Pues con el arrebato todos paran el avance y contienen la alevosa intromisión de los emputados morenos. Los músicos de una y otra banda, entre ellos se guiñan y no para cada quien de ejecutar su encargo, acostumbrados al aleatorio-caos-armónico-de-tropas, ¡esta vez cotejando el encontrón!

Parece que el Apaza Limachi, que asegura que sus abuelos, antes de la Zona Norte, fundadores con los Cori Quispe y otros, de la Central Cocani, se equivocó… y se le fue encima a un otro diablo, que permanecía erguido, agitando en alto sus brazos, con ausencia de uno de sus pañuelos, quien reaccionó endiablado contra el agresor, haciéndole volar matraca, guante y todo… Los morenos en tropel tienden por “ajusticiar” al inocente… a lo que el grueso de los diablos y las chinas replica con la furia. Los hermanos Yapu WaraChi, distinguidos por sus matracas de KkjhirKinChu peladas, abreadas por el secular uso de sus ancestros, no vacilan en golpear astas hasta volarlas y suspender al cielo su giro traquetero, en son de  victoria… Esto hasta que del otro bando siete luciferes los cercan y en barahúnda los desploman, para a puntapiés destrozar sus corazas plateadas y desprender de ellas las perlas por los suelos, embadurnando de lodo sus mejillas… Poco fue el regocijo de estos personajes, porque al tiro los Flores, Barrientos y Romero, entre Choques, Mamanis y Condoris, despojados ya de sus turrilitos, propiciaran la campal batalla, a punta de pies y matracazos… a lo que diablos y chinas responden con trinches, tridentes y tellazos… En las graderías la gente, estupefacta, arenga semejante espectáculo,  unos filiales a la Frater, otros a la Central,  no faltando quienes ensoberbecidos por el trago toman partido con las manos, los pies y hasta las cabezas (se sabe que el que se sirve rostro asado endurece las frentes y las  usa en la confrontación). No tardan en sumarse los osos y arcángeles, ensordeciendo la estrecha vía con sus pitos, pretendiendo volver en sí a los ya ensangrentados rivales… Los lanudos embarrados hasta las rodillas, por atrás casi hasta sus culos, se dieron por marear a un aChaChi cuasiduro, que crujía sus atuendos en pos de una china… para ellos, los osos, su ChinaSupay, Princesa del Umbral, que para que es decir es otra preciosidad en minipolleras, de la que gravitan largas y encendidas sus divinas piernas, encasquilladas por ornamentadas botas, con eufóricos dragones que botan fuego… 

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Su endemoniado encaje la distingue del resto. Pues de sus orejas bien delineadas se desprenden otras que armonizan con los rasgos bien definidos de su máscara. Su mirada profunda trasciende los azules ojos pintados en el latón, sutilmente estáticos, ponderándola como un ser de inframundos. En su hermosa capa gira sus cabezas un monstruo, atemorizando a cualquiera…  El caso es que de danzar pasa a los saltos de lucha (parece que el inocente diablo era suyo), saltos en los que dejara advertir un hilo dental más fino de los corrientes, por lo que algunos morenos, aturdidos, se dejaban atropellar a cambio del goce que recibiera el tacto de sus ojos… pero bueno.  A esto llegan las “fieles y solteras” y el asunto pasa a mayores.  De arriba pueden verse las melenas variopintas trenzarse y volar a estirones, los trajes desparramarse, las máscaras formar raros escenarios en el suelo, observando absortas sus cuerpos agitados golpearse entre sí, y los músicos de una y otra banda, como en trance, sopla que te sopla…

* La segunda parte de este relato se publicará el próximo domingo en ESCAPE.

Texto: Manuel benavente

Fotos: Manuel benavente, con postproducción de luz alcon

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Crêpe House – Chez Le père Gim: Sabor francés con amor y buen humor

Una muestra de los crêpes dulces que ofrece la Crepe House.

Por Fernando Cervantes

/ 24 de marzo de 2024 / 06:45

Crónicas gastronómicas        

Gunnar Von Vogler es el fundador de Crêpe House– Chez le Père Gim, un nuevo concepto de crêpes artesanales realizadas con el “savoir faire” traído directamente de la región de Bretaña, cuna del famoso crêpe, ubicada en la república de Francia.

En este establecimiento podrás encontrar la versión salada llamada Galette, hecha con harina de trigo especial llamada sarraceno (que no contiene gluten), así como la dulce, hecha con harina blanca, utilizando en ambos casos productos frescos y de la más alta calidad.

Junto a este franco boliviano, nacido en La Paz y criado en Francia, se encuentra su socio, Xavier Baroux, quien llegó a la ciudad de La Paz dos meses después de terminar sus estudios en desarrollo empresarial y management, convirtiéndose actualmente en un valioso pilar de este restaurante.

En su carta se puede encontrar salados como la Galette Forestière, con huevo, jamón, queso y champiñones cocinados con ajo y mantequilla; la Galette Completa, a base de jamón tradicional, queso y huevo; la Choricrêpe, consistente en chorizo tradicional casero y cebollas caramelizadas con salsa chimichurri; la Galette vegetariana, hecha con vegetales de temporada y salsa de maní, o la Galette 3 quesos, con mozzarella, queso azul, cheddar, miel y comino. Todas vienen acompañadas con ensalada y vinagreta francesa.

Una muestra de los crêpes dulces que ofrece la Crepe House.

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En cuanto a las crêpes dulces, sumamente recomendables son la Clásica Francesa, hecha con azúcar, mantequilla derretida y sésamo negro; La Bretona, a base de caramelo con sal del Himalaya casero y almendras, o La Inglesa, con mermelada casera y almendras.

Todas estas delicias se pueden acompañar con diversos vinos, tanto tintos como blancos, además de cócteles, sidra, cerveza, jugos de temporada y diversas bebidas calientes.

Algo importante de recalcar es que en este lugar también se realizan veladas musicales y diversas actividades culturales coordinadas por la pareja de Gunnar, la artista Mireille Hoffman.

Bon appétit.

Crêpe House

  • Dirección: Av. Ecuador casi esquina Aspiazu, Sopocachi (dentro de Anami Hotel Boutique) 
  • Teléfono: 73092200   
  • Rango de precios: Bs 23-50  
  • Producto estrella: Galette Forestière
  • Estacionamiento: No
  • Horarios de atención: 12.30 – 21.30(martes a sábado) 

Contáctenos:

Fernando  recomienda, Fernandorecomienda  @fernandorecomienda, Correo: [email protected]

Texto: Fernando Cervantes

Fotos:  Crêpe House – Chez le Père GIM

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Un cariño por El Alto

El periodista/politólogo argentino Damián Andrada presentó en la Feria Internacional del Libro de El Alto su libro de crónicas alteñas

Periodista y politólogo argentino, Damián Andrada vivió 12 años en El Alto.

/ 24 de marzo de 2024 / 06:39

Un politólogo argentino llega a la ciudad de El Alto para escribir su tesis. Año 2012. Se llamará El nuevo Estado boliviano: la construcción de la hegemonía (Nótese el inevitable deje gramsciano). Se aloja durante tres meses con una familia de Villa Dolores. Le pasan mil cosas. Como terapia escribe un diario/blog que ahora es un libro. Se llama —el texto— Acá la gente me llama Choco. Se llama —el autor— Damián Andrada. El politólogo argentino regresa a la ciudad de El Alto para presentar su obra, doce años después.

Picado por la curiosidad, subo a la Feria Internacional del Libro de El Alto. Es la primera (de muchas que vendrán). Los “stands” —espaciosos— están dentro de la nueva terminal, llamada Metropolitana. Los puestos de libros están pegados a las casetas donde se anuncian/venden viajes a Cochabamba, Oruro, Buenos Aires, Sao Paulo. Se escucha por megafonía salidas a Tarija y al más allá. ¿La literatura es un viaje? En El Alto, no es ninguna metáfora, no es ninguna promesa. Me dan unas ganas terribles de comprar un libro y perderme por el mundo sin avisar.

En el “stand” de Sobras Selectas, junto a un viejo tocadiscos, está Alexis Argüello Sandoval, el editor de este sello alteño. He subido a la Feria —un cómodo viaje en teleférico hasta la última parada de la Línea Morada que me deja a cinco minutos de la nueva terminal— para comprar el libro de crónicas de Damián Andrada, el famoso “Choco” (me enteraré luego que en su casa le dicen “Polaco”). De yapa, me llevo La marrana negra de la literatura rosa del mexicano Carlos Velázquez.

Alexis me hace precio de feria: 55 bolivianos. ¿Por qué no hay rebajas así en la feria paceña del libro? ¿Por qué acá entro gratis y en La Paz me cobran 15 bolivianos si los organizadores (la Cámara Departamental del Libro) son los mismos? ¿Por qué hay librerías y sellos que siempre están en la feria de la zona sur y acá brillan por su ausencia? No quiero pensar mal.

El editor Alexis Argüello, el autor Damian Andrada y su familia alteña: Ovidio, Rosa, Alicia, Joel y Mirko.
El editor Alexis Argüello, el autor Damian Andrada y su familia alteña: Ovidio, Rosa, Alicia, Joel y Mirko.

Con los dos libros bajo el brazo vuel(v)o al teleférico de nuevo, empalmo con la Línea Plateada y la Azul y me planto en Villa Ingenio. El partido sabatino del Always Ready está aburrido (el equipo está pensando en Montevideo) y da para comenzar a leer los textos del “Choco”.

“Todas las crónicas de este libro son reales, aunque no tanto”, advierte Damián de inicio. La primera crónica tiene un título futbolero que nos trae a todos lindos recuerdos. Se llama Bolivia 6 El Choco 1. En la solapa de la tapa, Damián se autodefine como “argentino e hincha de Boca”. También da un salto adelante en esta película y escribe así en tercera persona: “Mientras viajaba como mochilero, se ena-moró de Bolivia y años después de una boliviana. Reside en Santa Cruz desde 2019. Es papá de una cambita choca. Practica natación en su tiempo libre”.

Acá la gente me llama Choco es una bitácora, es un libro de aventuras; son monólogos mentales de un “gaucho” en la ciudad de El Alto. Tiene un ritmo ágil, no es paternalista y las dos horas de lectura pasan volando. La literatura siempre es un viaje.

El “Choco” me lleva de la mano a una boda aymara, me sumerge en el extasis de un (no) trío con “maconha” y dos brasileñas mochileras de paso por La Paz, pastoreamos juntos llamas en Charaña (con parto incluido), ligamos en el Carnaval de Oruro, lloramos cuando termina con su novia argentina y jugamos fútbol de barrio en el “Maracaná” de Villa Dolores. El fútbol, como la literatura, crea vínculos, lazos de cariño. El fútbol es una pasión colectiva, es un gozo colectivo. Es buscar/encontrar gente y compartir cuando la soledad te hacer marcaje férreo, hombre a hombre. Como la literatura, la pelota sana/salva.

Han pasado doce años y Damián está de regreso en la ciudad donde amó/sufrió la vida. Falta un día para la presentación de su libro en la Feria, la primera de muchas. Nos citamos en el café Wayruru de la compañera Raquel Romero, en una esquina de la plaza Abaroa. Suenan petardos. No es ninguna marcha. En un rato el peor alcalde que ha tenido la ciudad va a reinaugurar la plaza después de estar cerrada por más de ocho meses.

La presentación de ‘Acá la gente me llama Choco’ (Sobras Selectas) se realizó durante la Feria Internacional del Libro de El Alto.
La presentación de ‘Acá la gente me llama Choco’ (Sobras Selectas) se realizó durante la Feria Internacional del Libro de El Alto.

Antes de comenzar la conversación, trato de despejar una duda. Saque si quiere ganar. Es la que deja Damián plantada como semilla en el inicio de su libro. ¿Cuánto hay de verdad/real y cuánto de mentira/ficción en sus crónicas? El “Choco” arranca el partido/charla con una linda gambeta. Como si fuera Riquelme en la Bombonera. “Una vez le escuché a Tomás Eloy Martínez en la presentación de su libro Santa Evita responder a la misma pregunta. Martínez respondió: no te voy a decir qué es real y qué es inventado”. El “Choco” tampoco. Me como la gambeta.

—Me contó Alexis, tu editor, que le interesó el libro pues muestra la visión de un argentino de El Alto, sin paternalismo; la mirada de una persona que vivió en la ciudad. Como lector hablo, a ratos —con todos los respetos— me parece que está escrita de forma simplista para gente de afuera y a ratos se me cuela una tendencia inevitable hacia el romanticismo idealista del país y de la propia ciudad de El Alto, ¿cómo convencerías a un lector o lectora boliviana para comprar tu libro?

—Escribo desde la sinceridad, la honestidad y el cariño. No quisiera generar incomodidad. En un principio las crónicas fueron un blog personal. Intento no ser paternalista ni ofensivo. A veces con una mirada desde afuera se puede herir. Me gustaría que me lean los alteños, los paceños que no suben a El Alto por el estigma y los extranjeros que llegan; me gustaría despertar curiosidad. Trato de ir más allá de una visión epidérmica. Respecto a esa visión romantizadora que dices, no tengo problemas en admitirlo. Me pasa con las cosas que quiero: mi familia, los amigos, Boca. No me importa que sea así, hasta el romanticismo, si quieres. Creo, sin embargo, que esa parte solo está al final del libro.

—Tu primera reacción nada más llegas a tu cuartito/pieza en Villa Dolores es el vómito. ¿Cómo se pasa de la náusea al amor a través de la comida?

—Sufrí la comida los primeros días, cuento en el libro la anécdota de la carne. No podía entender cómo no había friales (donde la carne está en congeladora). Sentía vergüenza, me veía como esos gringos jailones que siempre he odiado. Fue lo que más me costó. Luego me acostumbré a todo, la comida, la altura. Ahora disfruto mucho. Vivo en Santa Cruz (cerca al Parque Urbano) desde hace cinco años y disfruto los tecitos, los cuñapeses, las masitas, la comida en los mercados populares… Y soy fanático de la marraqueta y la llajua con quirquiña, las extraño en Santa Cruz.

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—Uno de los lugares que guardas en la memoria son los viajes para abajo y para arriba a bordo de la línea Z. ¿Se puede sentir nostalgia por un micro?

—Los tres meses en El Alto me marcaron la vida, fueron como diez años. El micro de la “Zeta” era mi compañía, bajaba y subía muchas veces con el mismo chofer. Entrar al micro era como entrar en casa. Cuando ahora vuelvo a La Paz y bajo en teleférico o taxi, siento un poco que estoy traicionando a la “Zeta”. Tengo pensado en unos años traer a mi hija Delfina a El Alto y bajar sentados en la “Zeta” y contarle. El transporte urbano/público es el pueblo, como los mercados.

—El fútbol (y la política) están presente en el libro. Ese primer picadito en la cancha del barrio, el sueño de jugar con Evo…

—El fútbol fue algo esencial en mi vida durante muchos años. Traté de ser jugador profesional. Entre los cuatro y los 19 años no hubo nada más. Jugué en El Porvenir de Gerli (Lanús, sur de Buenos Aires). Fui socio de Boca y un hincha más en la Bombonera (a pesar de que mi viejo es “gallina”). Algún día quiero llevar a mi hija a La Boca, como a la “Zeta”. Para que sepa de dónde viene su padre. El fútbol (jugar juntos) crea vínculos, pertenencia, identidad, afectos. En el Maracaná de Villa Dolores fue la última vez que sentí que había que ganar, sí o sí; que estaba en juego algo más que los refrescos. El partido con Evo todavía lo quiero jugar aunque ya no opine lo mismo de él. Para mí, sigue siendo el mejor presidente que ha tenido Bolivia aunque no me ha gustado lo que ha hecho los últimos años.

—¿Qué era para ti Bolivia en 2012 y qué es ahora en 2024?

—Bolivia era un territorio ignoto. Muchos argentinos migran a Europa y Bolivia está —como estaba la URSS antes— al otro lado del Telón de Acero. Sentía y siento mucho respeto por el país en general y por El Alto en particular. Hago periodismo desde la política (soy editor de la revista Debates Indígenas y director del Programa de Periodismo Indígena y Ambiental-PPIA). No quería evitar en el libro la politización, lo académico, aunque Alexis ha hecho un buen trabajo de editor y ha recortado muchas cosas para priorizar lo personal, lo íntimo. Creo que ha acertado.

Están ahí las historias de las masacres (las del 2003, las del 2019). Es un pueblo que lucha, que sale a la calle. Había leído lo que fue la Guerra del Gas pero otra cosa es escuchar a mi vecino contar cómo sus hijas se ahogaban por los gases de la represión en octubre de 2003. En El Alto siento que están los líderes del futuro, no me va a llamar la atención cuando algún día una persona nacida en El Alto llegue a la presidencia de Bolivia.

Mi visión sobre Santa Cruz ha cambiado también. Antes en 2012 tenía una visión caricaturesca, es el discurso que usaba el gobierno, es muy útil. Ahora he complejizado mi visión tanto del país como de Santa Cruz. Igual lo que no ha cambiado es mi amor por la Bolivia profunda, esa que se para de manos siempre, esa que te eriza la piel; ese pueblo que respira lucha, un pueblo que se ha ganado un respeto en todo el mundo.

Han pasado doce años y Damián “El Choco” Andrada ha dejado el “chamuyo” y ya sabe abrazar como boliviano, en tres tiempos. Ya sabe besar a la boliviana, en dos tiempos. Ya disfruta la comida y las charlas con las caseritas del mercado (que le siguen engañando con algún que otro tomate podrido).

Libro-choca

Todavía no sabe si es de Oriente Petrolero (al principio parecía que ese iba a ser su “cuadro”) o de Blooming (en su familia cruceña son mayoría los celestes). Le sigue sin gustar el conservadurismo (y la hipocresía) de la sociedad cruceña pero ha aprendido a convivir. Entiende los reclamos contra el centralismo. Y piensa que el racismo (disimulado, a ratos) se ha exarcebado. “La gente sabe que ser racista está mal, que es un prejuicio de odio, se averguenza, pero el racismo forma parte de la hegemonía, forma parte de las espirales de silencio que describiera la politólogo alemana Elisabeth Noelle-Neumann”.

Sigue lejos de casa (como la canción de Calamaro), pero a falta de una familia boliviana, tiene dos. La que ha construido con su compañera Fátima Monasterio y su hija Delfina. Y la alteña: Ovidio y Rosa, doña Fátima, el tío José. Con todos ellos (y sus hijos) compartió el sábado pasado cuando presentó su libro en la Feria Internacional del Libro de El Alto.

Sigue contando leyendas urbanas alteñas como la historia de la carne de perro. Sufre el calor de Santa Cruz. Y tiene aún como “leit motiv” una frase que le dijo Juan Viacha, su amigo alteño, entre “faso” y vino: “cuídate el almita”. Traducido al argentino: no seas “garca”; bancátela con el poderoso, no seas abusivo con el humilde. Traducido de vuelta: no oprimas, no pises cabezas, no le jodas la vida al resto, que tu felicidad no genere desdichas al resto.

No entiende todavía de dónde sale tanto sudor (y tanto viento) en la ciudad donde ahora vive. Pero sí sabe de dónde viene ese eterno cariño por esa ciudad llamada El Alto y sus gentes. Desde las entrañas de un corazón gaucho/bostero agradecido.

Texto: Ricardo Bajo Herreras

Fotos: Ricardo Bajo Herreras, Marco Cadena (CDLLP) y Damián Andrada

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Requiem de Mozart: Un homenaje a las mujeres

El coro y ensamble La Paz EnCanto presentará la obra el 26 y 27 de marzo en la Iglesia Luterana

Por Darwin Sánchez

/ 24 de marzo de 2024 / 06:23

El Requiem de Mozart es la obra que reúne a un grupo de cantantes profesionales femeninas como parte del proyecto Mujeres Cantando de La Paz EnCanto Coro y ensamble. Se presentará el 26 y 27 de marzo en la Iglesia Luterana, ubicada en la avenida Sánchez Lima, desde las 20:00, el ingreso tiene un aporte voluntario de 50 bolivianos que puede ser adquirido a través de una reserva.

La agrupación La Paz EnCanto, coro y ensamble, presenta el concierto denominado “Requiem de Mozart”, en homenaje al mes de la Mujer y con el proyecto Mujeres Cantando que la agrupación viene presentando desde 2017. La obra que se presentará será el Requiem de Mozart, en un arreglo exclusivo para voces femeninas.

“Sentimos que es un momento especial en el que podemos unir nuestras voces y nuestras oraciones por todas aquellas mujeres que fueron víctimas de violencia y unirnos a la constante lucha en contra de la violencia hacia las mujeres de todas las edades”, explicó Ángela Lucuy, directora titular de La Paz EnCanto coro y ensamble.

 “Este concierto tiene un toque muy emotivo, porque cada día escuchamos las noticias de más feminicidios y muchos casos de violencia hacia mujeres y niñas; y merece honrar la memoria de todos ellas con una obra tan significativa como es el Requiem de Mozart, al igual que unirnos en esta lucha constante por la protección de las mujeres.”, complementó Lucuy.

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La Paz EnCanto se caracteriza por ser una agrupación versátil que interpreta con solidez diferentes estilos musicales. Entre algunos estilos abordados por el elenco se encuentran la ópera, música sinfónico-coral, música coral a capella, música popular, música folklórica boliviana y latinoamericana. Ha trabajado programas musicales desde la polifonía renacentista hasta la música contemporánea, música popular del mundo y del folklore boliviano.

Los asistentes al concierto podrán disfrutar de las voces de cantantes de renombre como: María Belén Siles – soprano; Alejandra Pareja – soprano, Nadya Alave – contralto y Alejandra Wayar – contralto. Además, del acompañamiento de la orquesta de cámara Keyden y el Coro Sinfónico de La Paz EnCanto integrado por más de 40 voces femeninas, todos bajo la dirección de Ángela Lucuy Sanz, que dice: “Invitamos a toda la población a unirse a nuestro homenaje de lucha, porque cantar es orar dos veces.”

Para mayores informes y adquisición de taquillas comunicarse con los celulares 76263915 72576794 70183733. Se puede seguir las actividades de La Paz EnCanto en las páginas de Facebook e Instagram @LaPazEnCanto.

Texto: Darwin Sánchez

Fotos: La Paz Encanto

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‘Anatomía de una caída’: la estructura del declive correlacional

El derrumbe mental, el desplome matrimonial y la caída testimonial son los niveles que estructuran el total desmoronamiento

La protagonista responde las preguntas de las autoridades judiciales.

Por Mitsuko Shimose

/ 24 de marzo de 2024 / 06:10

Anatomía de una caída (2023), película francesa ganadora del Mejor Guion Original en los Oscar 2024, escrito por su directora Justine Triet y  Arthur Harari, además de haber obtenido la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Premio Goya a Mejor Película Europea, entre otros reconocimientos, trata la historia sobre cómo se estructura una serie de declives que van en distintos niveles, pero que están concatenados entre sí. 

El primer nivel es el más evidente: la caída de Samuel Maleski (Samuel Theis) desde un tercer piso, hecho que lo lleva a la muerte y cuya escena se muestra casi al comenzar el largometraje –aunque antes de ésta, se ve una pequeña pelota caer de las escaleras de la casa, tornándose en una especie de guiño de lo que tratará el film y, al mismo tiempo, un hilo conductor de todos los eslabones que conforman la (ca/con)dena–. Como este primer nivel es el más evidente, la cinta gira alrededor de la investigación plasmada en un juicio: ¿fue un suicidio, un accidente o un asesinato?, siendo la última hipótesis la que inculpa directamente a Sandra Voyter (Sandra Hüller), la esposa del fallecido.

La reconstrucción de la forma en la que cae el cuerpo de Samuel desde el ático desvela los otros niveles de desmoronamiento que estaban ocultos. No se trata solamente de su caída física, sino también de su derrumbe mental y emocional, y del desplome de su relación con su esposa, cuyo testimonio también se cae en el juicio. Así, todo este engranaje constituye la anatomía y, por supuesto, la caída. Consideraremos estos distintos niveles haciendo una disección de los hechos empezando por el aparente último nivel.

y la de la declaración que la resuelve
y la de la declaración que la resuelve

Pero antes, tomemos en cuenta el escenario inicial como un aparente hecho aislado: los Alpes franceses. La familia Maleski-Voyter decide construir su casa en ese lugar gélido –un espacio que, por cierto, nunca llega a alcanzar la calidez de un hogar– y que está rodeado por ese blanco impoluto sin ningún tipo de matiz, que luego se mancha con el rojo de la sangre caliente de Samuel. Estas dos contraposiciones reflejan ambas personalidades extremas: por un lado, la fría racionalidad objetiva de Sandra y, por el otro, la ardiente emocionalidad subjetiva de Samuel, cuya caída es mostrada, naturalmente, desde un ángulo picado, el cual conlleva el sentido, además, de capitulación.

Retomando el tema de los niveles, si bien el juicio pareciera ser el último, se traspone en este análisis y pasa a ser el primero, pues es el que revela el suceso de caídas. La valoración judicial implacable de parte del fiscal muestra una justicia enteramente lógica y, por tanto, inmisericorde con la juzgada. Ante eso, Sandra no se siente escuchada en el juicio y, por tanto, mucho menos comprendida cada vez que hablaba sobre su relación con su esposo y los conflictos que tenían, los cuales no le parecían fuera de lo común, pues para ella todas las parejas tenían problemas. Entonces, al percibirse Sandra que su mensaje no estaba llegando de la manera que buscaba, opta por mentir por miedo a que no le creyesen, lo que lleva a la caída de todo su testimonio.

En esa escena llega a entenderse la razón por la que ella solía practicar su declaración, momentos en los que los primerísimos y primeros planos abundan para corroborar la concordancia entre sus palabras y sus expresiones faciales. Es interesante también la intrusión de una grabación casera durante la recreación de los hechos y en las tomas referentes a juicios, haciendo alusión a la cámara que usaba Samuel en busca de argumentos que le ayudasen como materia prima para su novela, pues tanto él como Sandra eran escritores, siendo ella la que había logrado el éxito en su oficio por medio de una ficción basada en algunos aspectos de su vida cotidiana. 

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Es justamente en el juicio donde se revela el desplome matrimonial de la pareja. La falta de entendimiento se apodera de ellos. El lenguaje que ambos hablan es distinto, lo que conduce a un ruido semántico que provoca una interferencia en la comunicación. Así, ambos se sitúan en medio de su propio espacio de dictamen entre culpables y culpabilidades, poniéndose uno en el lugar que juzga y el otro, en el banquillo de los acusados. Esta situación se torna insalvable en la convivencia, por lo que la única salida posible de ese oscuro túnel que se puede vislumbrar a lo lejos es la separación a través de la muerte.

La escena de muerte que desencadena la investigación
La escena de muerte que desencadena la investigación

Ese nivel es antecedido por el derrumbe mental y emocional de Samuel, el cual viene de la mano de una historia de dolor que tanto él como Sandra comparten, y lo hacen porque se trata precisamente de su hijo. Este desconsuelo común, sin embargo, en lugar de unirlos los separa porque viene detonado por la culpa; una culpa que conduce a innumerables miedos y renuncias, que coartan la capacidad de decisión, dirigiendo a quien los interioriza a un inminente fracaso.

Reconstruyendo estos niveles, surgen los siguientes cuestionamientos: ¿Hay un culpable? Y si lo hay, ¿es de un hecho en concreto o de una serie de eventos? ¿Hay culpa en quien deja caer o en quien se deja caer? Todos estos niveles sin resolver, finalmente lo hacen en el juicio, donde Daniel (Milo Machado-Graner), el hijo de ambos, decide conocer los hechos para llegar a la verdad asistiendo a cada una de las audiencias a pesar de su corta edad, desdeñando la protección de un sistema misógino que quiere poner en jaque a su madre. En esa escucha activa, escenas cabizbajas, ocultas y hasta desdibujadas del niño se aclaran junto con su decisión de mirar de frente y con valentía a través de su testimonio, el cual es clave para el veredicto final. En esta escena, cada vez que la jueza o el fiscal le bombardean con preguntas desde distintas posiciones, él gira su cabeza desenfrenadamente para responderles y la cámara da vueltas a la par denotando confusión de su parte. A pesar de su desconcierto mental, el niño elige desde ese lugar del entre (culpables y culpabilidades en el que convivían sus padres) y sentencia sin juzgar a través de su declaración que absuelve no solo a su madre, sino también a su padre, y lo hace porque testifica yendo más allá de sus sentidos –algunas veces oía sin escuchar las peleas de sus padres y casi no veía debido al daño sufrido en su nervio óptico–: él fue el único que miró con los ojos de la profunda comprensión las razones del incompatible actuar de sus dos progenitores.

Texto: Mitsuko Shimose

Fotos: Internet

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