EL PAPICHI
ch’enko total
Fuimos a Salta por un examen médico de Carito. Días tensos. Todo salió bien. De premio, decidimos ir a Baires unos días y salir de médicos y enfermeras que todo el año nos jabonaron. Lo mejor: ella respondió bien a las exigencias del viaje. Agarramos un cuartito vía Airbnb cerca de la entrañable calle Güemes que nos esperaba con sus árboles añejos y pecosos. Caminamos lentamente siguiendo la resolana, acordándonos de momentos felices, Palermo regolodeaba: verano tibio y tranquilo, muchos porteños ya estaban en la costa. Ingresamos a una frutería a comprar plátanos y cerezas, la señora que nos atiende me mira sorprendida y dice: “¿usted no es… esee… el Papichi?”. “Sí, señora— le digo— el mismo”. “Mirá vos. A usted lo veía cantar cuando yo era niña, yo veía pues Sábados Populares en Potosí… ¡María!”, grita y sale del fondo una adolescente estilo Merlina. “¡Él es el Papichi!”, le dice. La nena me mira desde los pies, se detiene en mi panza, nos miramos a los ojos. “¿Quién?”, increpa con asco. “Él era un gran artista en mi época hijita, es de Bolivia”. “Ahh —dice Merlina con más cara de asco— Sssho a Bolivia no vuelvo ni loca, me indispone”, dice en porteño perfecto. “Sí, pues, don Papichi, mis hijos no quieren volver, se ponen mal ya en Humahuaca y el frío les hace correr más”.
Merlina ingresa a una puerta mágica, qué habrá ahí adentro, quizás un mega ordenador o una ciber habitación. Carito ya tiene las frutas, pagamos, entonces sale de la puerta mágica un chiquito bien potosino —de unos siete, ocho añitos— y nos mira. “¿Qué te llamas?”, le digo. “Jakson”, dice y se va con la camiseta de Messi a pelotear en la vereda de Palermo. “Así son los chicos ahora, señora, nada reconocen, no tienen patria”, dice la señora dándonos el cambio. Nos despedimos con un abrazo en tres tiempos.
Seguimos caminando Güemes con sosiego, es un atardecer magnífico, los árboles de Buenos Aires nos protegen, son árboles que cabecean dando una sombra tibia, la resolana ayuda, hace calor. Caminando caminando pasamos una cafetería a medio abrir, están sentados unos cinco jóvenes, rozamos su mesa, uno dice: “¡Cómo es Papirri!”. “Hola, hermano”, le digo y seguimos caminando. Uno de ellos era cara conocida, trato de acordarme quién era, su cara me suena, me suena a farra feíta en Madrid no sé por qué. Carito está realmente cansada, vamos llegando hasta Vidt, ahora me entero de que había sido un héroe libertario patrio, ahí, en Santa Fe y Vidt estaba nuestra guarida, un cuartito práctico con su velador, bañito, cocinita y el urgente aire acondicionado.
Al día siguiente es Navidad, está vacía la ciudad, caminando caminando decido comprar unas florcitas olorosas, me las vende otro cara conocida. “Somos de Bolivia”, le digo. “Sssho soy de Cuzco”, responde en porteño. Le pago, huelo las flores, “son esplendidas”, le digo. “Gracias, hermano”, asiente. “¿No será que me puedes cambiar unos dólares?”, pregunto. “A veeer” —mira su celular— Hoy está 330, te doy a 320”. “¡Ya!”, cierro el trato mientras ella descubre un restaurant medio lujoso, el único abierto, que sea almuerzo navideño, le digo dándole un abrasol.
“Hoy cerramos a las 3.00”, indica una señorita guapa de bienvenida. Mientras limpia la mesa, le pregunto el nombre. “Soy Alicia”, cuenta que es de Quilmes, que viaja dos horas para llegar a trabajar, que hoy saldrá más temprano, por suerte. “Es que es Navidad, en día normal termino el laburo a las 12.00 y salgo corriendo para hacer dos horas de vuelta a Quilmes”, cuenta poniendo un pan tostado con ajo que es una delicia. Pido una cerveza prohibida, Carito sorbe la espuma, la disfruta con sus ojitos de niña, es una birra medio rojiza, deliciosa, antes nos entusiasmábamos y salíamos de los restaurantes a continuarla, “esa vida ya pasó”, dice feliz, brindando con soda de sifón. Salimos bien contentos, compramos unos sanguches de miga con pan integral, media docena de medialunas, tomamos un delicioso helado de dulce de leche. Palermo atardece, lo único abierto es un almacén de chinos, entro rápido, me alzo una cerveza negra grande, la chinita muda me cobra con botella más, dando el cambio como tirando dados.
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Al llegar a nuestra guarida rozamos un anciano durmiendo en un banco de parada de bus, ella quiere lagrimear, la soledad pica. Ya en la entradita al cuartito azul porteño vemos que hay una familia esperando, me refriego las ojeras: “¡Sorpresaaaa!”, dicen los seis: la Claudia y el Loncho con sus cuatro guaguas nos esperaban con un par de ollas grandes, nos abrazamos laaargo. “Qué grande está el Danielito, y túúú…”. “Feliz Navidad, Papichi”, me dice Raquel, la mayor. “Toda una, señoritaaa”, le digo a la Claudia mientas la Carito se besa con la Eli y la Glorita. Entramos todos al ascensor apretujados, cargando las ollas sagradas que contenían una deliciosa y mágica picana hecha en casa, el cuartito se hincha de felicidad. Con el Loncho nos apuramos a ir donde el chino, ya estaba cerrado, le digo “no hay problema, hermano, hay una cervecita”. “Sí, pues, acá ya está todo cerrado hasta mañana en la tarde”, dice abrazándome. Caminamos por Güemes recordando aventuras de mi anterior estadía como artista internacionalmente desconocido, me cuenta que fue jodido llegar con la picana desde Mataderos, “pero nos trajo una compatriota que tiene aquí cerca una frutería”. Con amigos así, la vida florece de emociones. Pa ques decir.
Texto: EL PAPIRRI :Personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta