Nací con Acuario en la casa tres, y si crees en la astrología, eso explica que haya tenido un padre raro. Mi padre era raro en varios sentidos. Era distraído, usaba el pelo largo, trabajaba mucho en la universidad, pero su tiempo libre lo pasaba escribiendo y tocando su guitarra. A menudo estacionaba la peta blanca en el centro y regresaba a casa de noche, sin saber dónde había parqueado el auto. Era raro, también, porque era un padre consciente, porque ejercía su paternidad a propósito. Mirando atrás, entiendo que muchas cosas que yo daba por sentadas eran expresiones de esta forma lúcida y adrede de ser papá.

En las noches nos contaba cuentos antes de dormir. No cuentos leídos, nada que ver. Nos contaba cuentos inventados sobre He-Man y She-Ra. Nos contaba historias de su infancia con tres hermanos mayores y dos hermanitas traviesas. Historias de abuelas rebeldes. Cada día en el almuerzo, ponía música clásica de un músico diferente y nos contaba su biografía. Nos enseñó a montar bicicleta en la plaza Isabel la Católica. Y a patinar. Y a jugar fútbol. Y se lo tomaba muy en serio. Una tarde se reventó el tendón de Aquiles defendiendo su arco de mi hermano de seis años y tuvo que ser operado y andar con un yeso hasta la cadera durante meses.

Ser-padre-familia
Legado. Marcelo Urioste Nardín (La Paz, 1952 – Washington, EEUU, 1997); poeta, músico y comunicador social. FOTO: ARCHIVO FAMILIAR

Cuando llegamos a Estados Unidos en el 89, lo primero que hizo mi papá fue comprar dos cañas de pescar, raquetas de tenis, pelotas de básquet e implementos de pintura al óleo. Era su equipamiento de paternidad ejercida. Recuerdo su alegría cuando llevaba a mi hermano a pescar a la laguna cercana (vivíamos en Florida, estaba todo rodeado de lagunas habitadas por peces y lagartos), esa felicidad silenciosa de pasar tiempo juntos en una actividad intrínsecamente varonil, de encarnar una narrativa poética sobre la paternidad, sobre el lazo padre-hijo. Nunca importaba si pescaban o no pescaban algo. Era el momento que pasaban juntos, el recuerdo que estaban construyendo.

Recuerdo el caballete instalado en una esquina de la sala, todo el piso cubierto de periódicos. Recuerdo el olor a pinturas al óleo, el olor a thinner y las tardes que él me enseñaba a pintar paisajes imaginarios: bosques rodeando una laguna, montañas nevadas bajo un cielo azul con nubes, campos de flores. No importaba nada la calidad (dudosa) de los cuadros, lo que importaba era el tiempo que pasábamos juntos, creando algo, adrede. Recuerdo una tarde en que yo pintaba una muchacha en lo alto de un edificio, a punto de saltar. Mi papá pintaba otra cosa a mi lado. Miró mi pintura y me preguntó qué significaba. Le dije que el arte se explica solo, como él me había enseñado.

Recuerdo cuando salíamos a montar bicicleta, cuando íbamos a la cancha de tenis o de básquet del condominio, bien equipados, y él nos enseñaba a jugar. Cuando nos enseñó a nadar en la piscina y lo bueno es que aprendimos en pocas semanas y lo malo es que a mi hermano le dio pulmonía porque papá nos dejaba estar en el agua hasta después del atardecer. Recuerdo cuando viajamos a Washington DC y recorrimos todo el museo mientras él nos contaba la historia del arte desde la edad media hasta Van Gogh.

FOTO: ARCHIVO FAMILIAR

Recuerdo las tardes que pasábamos los cuatro en Borders, una librería de tres pisos.

También puede leer: OFA interpretará cumbia sinfónica por el Día del Padre

Él se sentaba en el suelo o en uno de los sillones del local y leía horas. Yo me metía en el sector de terror para jóvenes adultos, o en el sector de Lo Oculto, donde leía libros sobre magia, tarot y astrología. No era estar juntos lo valioso aquellas tardes, era el placer que él nos transmitía, el placer de los libros.

Hasta el último día de su vida, hasta su último aliento, se dedicó a transmitirnos las cosas que para él eran valiosas. Su amor por la vida. Tuve 16 años con mi padre, y lleva 26 años fallecido. No tiene ningún sentido, el tiempo. Todos los días lo recuerdo. Cada día del padre me pongo triste y quisiera tenerlo, y es tan injusto no tenerlo. Pero no dura la tristeza, porque mi padre se aseguró, en vida, de hacerse eterno.

TEXTO: CAMILA URIOSTE LABORDE

FOTOS: ARCHIVO FAMILIAR