La sexualidad es para todos: Apuntes sobre ‘Pacífico’, mejor obra de 2022
Samadi Valcarcel ganó el Premio ‘Raúl Salmón de la Barra’. La creadora repondrá su obra en el Teatro Municipal
En 2022, Pacífico, una obra dirigida por Samadi Valcarcel, gana el premio “Raúl Salmón” a mejor obra. El reconocimiento, lo sabemos, es el más importante de La Paz: podemos decir, entonces, que es esta la mejor obra, sin lugar a dudas, producida en esta ciudad durante dicha gestión. Para mí, que vi la obra rodeado de niños pasándola bien, me pareció de inicio una obra infantil. ¿Puede la mejor obra de una ciudad ser una obra infantil?, ¿por qué un jurado de adultos premiaría algo que no está hecho para ellos? Justamente, porque Pacífico no se contenta con ser una obra infantil de las que normalmente se hacen en la ciudad: no tiene una moraleja. No solo entretiene, sino que piensa y te ayuda a pensarte: quizás en el caso de los “hombres” más radicalmente, pero yo diría que a todo ser humano. Porque si algo enseña esta obra infantil es a poder vivir nuestro cuerpo en su totalidad, en todos sus deseos, como espacio de goce (minado de placer). Es una obra, sin dudas, apta para niños, pero sobre un tema que nos atañe a todos y que a veces pensamos poco infantil: la sexualidad.
Un tema que pensamos poco infantil, pero que lo es: la sexualidad es para todos. Porque como demuestra con claridad Pacífico es algo que, desde muy pequeños, nos rodea en los discursos sociales que cotidianamente nos repiten y nos repetimos. Las historias que muestra la obra son claras: para el abuelo del personaje interpretado por Jorge Barrón bailar salsa es algo poco masculino, solo hay que saber bailar un poquito “para conquistar a las chicas”, bailar por otra razón sería un gesto de femineidad. Y aunque su cuerpo ame el baile, lo desee, su sexo (para el abuelo) le prohíbe ese goce: lo marca con la vergüenza. O porque, como dice el personaje interpretado por Darío Torres, si uno se acerca a un hombre muy amistosamente, incluso siendo niños ambos, aparece el adjetivo “maricón” para decirte: “eso está mal”. Y esto empeora a cierta edad, la retratada en esta obra y el espacio donde estos dos hombres se conocerán y enamorarán sin saberlo y sin aceptarlo: la que para la mayor parte de los adolescentes bolivianos está marcada por la “premilitar”, ese ritual de paso que te convierte en “hombre de guerra”.
Pero no es solo por la urgencia de hablar de sexualidad en La Paz que esta es la mejor obra de 2022, sino porque es una obra consciente de estar dirigida a un doble público: el infantil y el adulto. Consciencia que le permite estar codificada en un doble nivel a partir de un alto contenido simbólico. Así, no es una sobrelectura que, cuando Darío hable de cómo cuando es joven, la primera vez que tiene que competir con otros hombres es midiendo sus vellos púbicos, el adulto pueda imaginarse que esa competencia pronto migrará a medirse los penes, medir los trabajos, medir las mujeres, y esa poco sana obsesión que parece rodear al hombre en Occidente. Más allá, el final de la obra muestra a Darío y Jorge que, tras un beso, finalmente, sincero y directo, se tiran espuma y se mojan con chisguetes. El gesto festivo se traslada a detrás del barco de papel que marca toda la obra desde el fondo del escenario: ahí vemos solo sus sombras tirándose estos líquidos y donde el niño solo entiende fiesta y goce, el adulto ve en el gesto el precedente de la eyaculación. Ambos públicos entienden, entonces, cosas ligeramente distintas, según el nivel de comprensión; sin embargo, todos lo pasan bien y todos salen con ganas de buscar sus propios deseos y, utópicamente, con menos ganas de meterse en el deseo ajeno.
Quisiera acabar con un apunte sobre una escena preciosa que está un poco más allá de la mitad de la obra. Darío y Jorge se ponen sobre las cabezas barcos de papel gigantes, la música (que en toda la obra brilla por su certeza), los va guiando; los vemos perdidos, sin saber a dónde los guía. Sus cuerpos, además, se muestran descoordinados y con movimientos mecánicos. Una lectura es que el barquito es el machismo que los ciega y no los deja llegar a buen puerto, es cierto. Pero también, y a contrapelo, podemos leer la escena como una metáfora de quien busca su propio deseo, en un mar de confusiones, donde es forzado a ir o venir, donde no tiene el 100% del control sobre lo que va sucediendo. El mar puede llevarte a lugares que te gustan o que, por el contrario, te generen displacer. El mejor marinero parece, entonces, quien ni se deja llevar del todo, pero quien sabe que no puede controlar cada detalle del itinerario. Es aquel que, finalmente, podrá decir con cariño “vos también me haces dar ganas de bailar salsa” y, tomada la decisión, adaptarse al ritmo de la música…

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Texto: Camilo Gil Ostria
Fotos: JHEREL CHUQUIMIA