Wednesday 24 May 2023 | Actualizado a 07:54 AM

Quince cosas que no sabías de ‘El Cementerio de los Elefantes’

Tonchi Antezana ante su obra

/ 26 de marzo de 2023 / 08:31

Se cumplen 15 años del estreno de la mítica película del cine boliviano dirigida por el cineasta orureño Tonchy Antezana.

Hay espectadores que han visto una docena de veces El cementerio de los elefantes del orureño Sergio Antonio (Tonchy) Antezana Juárez. Cada vez que la película vuelve a la cartelera, una nueva generación la ve por primera vez. No pasa un mes sin que aparezca en los periódicos el “hallazgo” de un nuevo “cementerio de elefantes” (antros donde se va a beber hasta morir); el último se “descubrió” en la ciudad de El Alto hace un mes. Cuando eso pasa, es publicidad gratuita para la obra de Antezana; incluso los canales de televisión “ilustran” la noticia con imágenes de su largometraje. La obra tuvo un costo de 30.000 dólares. Se recuperó cada centavo. En su momento la vieron 40.000 espectadores, hoy anda por los 80.000. Suman miles y miles los que la han visto en copias “recontra” pirateadas. El cementerio de los elefantes y ¿Quién mató a la llamita blanca? son dos de las películas más plagiadas del cine boliviano. No me olvido de Calasich. De los “dvd” oficiales Tonchy ha vendido más de dos mil. Nota mental: esta semana ha dejado más copias en la tienda de la Cinemateca Boliviana (a 50 pesitos).

Han pasado quince años desde su estreno, en el que —por cierto— el filme pasó desapercibido. Tonchy, que vive hoy a caballo entre Cochabamba y Samaipata, regresó esta semana a la ciudad de La Paz para recoger el premio Semilla de la Fundación Cinemateca. Volvió a caminar por las calles donde rodó en quince frenéticos días uno de los fenómenos cinematográficos de nuestro país. Aquí van quince cosas que no sabías (ni siquiera podrías imaginar) de El cementerio de los elefantes.

Uno: ‘Lean a Viscarra y Saenz’

La película nace como cortometraje a inicios de 2008. Tonchy Antezana es profesor de Imagen en la carrera de Publicidad de la Universidad Franz Tamayo (Unifranz) de Cochabamba. “Lean a Saenz y Viscarra y hagan un ejercicio audiovisual”. Nadie hace nada. La secretaria, enterada del asunto, avisa al profesor sobre un concurso en México de cortometrajes (el premio son 10.000 dólares). Tonchy se anima, pero en vez de salir un “corto” sale un “largo”.

Fotos: Ricardo Bajo y Película ‘El Cementerio de los elefantes’

Dos: ‘Algo siempre haré’

¿Por qué se rodó en apenas quince días? Fue un récord, fue una osadía filmar en dos semanas un largometraje. Tonchy lo sabe. “Un cuate, Omar Limbert Villarroel, cochala, que vivía en Estados Unidos, me dijo que me prestaba la cámara, una Nikon, buena para la época, pero con un requisito: venía a Bolivia solo por quince días, luego se volvía”. Antezana dijo que sí. “Algo siempre haré”.

Tres: ‘Aguante Juve’

El trabajo de campo en la búsqueda de “cementerios de los elefantes” es divertido y peligroso. Junto a Homero Rodas hacen el desglose de producción. Chequean, al lado de Gina Alcón, boliches, “night clubs”, hostales, plazas, calles. El primer “night club” comprometido falla al estar cerrado y con chicas durmiendo dentro con llave echada. Buscan otro cerca de la plaza Pérez Velasco; graban en una noche el baile del “Exterminador” y “Chapulín” con las dos mujeres. Piensan en los cuatro actores principales. ¿Quién dará vida a Juvenal, al “Tigre”, al “Exterminador” y al “Chapulín”? ¿Y a las chicas, a la Marlene, a doña Matilde? El primer nombre es Luis Bredow. Él será el “Juve”. Cuando Tonchy contacta al actor, éste se encuentra en España rodando la película Che: Guerrilla de Steven Soderbergh, haciendo del campesino traidor Honorato Rodas. El director echa mano, entonces, de lo bueno conocido: convoca a Christian Castillo, con el que ya había trabajado en Nostalgias del rock (2004). Han pasado quince años y a Castillo todavía lo paran (“mucho lo joden por la calle”), lo invitan a “chupar” y lo llaman por el nombre del personaje, “Juve”. Bredow nunca sentirá nada parecido.

Cuatro: ‘Somos lo que somos’

El elenco no ensaya ni una sola vez. No hay tiempo. Unos amigos de El Alto, los integrantes del grupo de teatro callejero, El Quijote, lo hacen pero no sirve. Tonchy manda el guion y los “haraganes” preparan los papeles pero impostan, sobreactúan. Los técnicos suman siete, a veces nueve. El sonido está a cargo de Ángel Hinojosa; el maquillaje corre a cuenta de Gina Alcón y Geovanna Torrico; la foto es de Omar Limbert Villarroel, el cuate que presta la cámara; el vestuario es de Paco Delgado  y la música, de Huáscar Bolívar. Fernando Peredo será el “Tigre”; Julio Lazo y su gran “percha” será “Exterminador”; y Wilson Laura será el “Chapulín”. Ya estamos todos, “somos lo que somos”.

Cinco: ‘Huele a pis de gato’

La famosa “suite presidencial” del “cementerio”, la preparada para beber hasta morir, no se rueda en La Paz sino en Cochabamba. Un amigo de Tonchy presta un aula abandonada de un colegio de la calle Baptista y Ecuador en el centro de la “Llajta”.  El cuarto es un depósito con bancos rotos, “graffitis” y un insoportable olor a pis de gato callejero. “Era perfecto, compramos desodorantes y añadimos dos pintadas más: la silueta de la madre y de la mujer con la que el personaje principal tiene sus “delirium tremens”.

Seis: ‘Llegó la policía de verdad’

Las escenas de interior son rodadas en un hostal de la calle Manco Kápac de La Paz. “Ahí grabamos cómo se tragan la droga”. En una escena de exteriores, noche, aparece la policía. Es la secuencia del atraco al segundo taxista, a media cuadra de la plaza Abaroa, en Sopocachi. El taxista (el actor que hace de “tachero”) está hincado de rodillas suplicando perdón. Una vecina lo ve todo desde su ventana y se asusta. Llama a los pacos y aparece un patrullero. Ficción pura. “Fue divertido, llegó la policía de verdad, con sirenas y todo”. En la tercera noche se cae el cielo, es época de lluvias. El reducido equipo de rodaje se cubre con paraguas, aprovechan la lluvia. Los efectos especiales no son tan especiales.

Fotos: Ricardo Bajo y Película ‘El Cementerio de los elefantes’

RÉCORD. La cinta se grabó en 15 días, nu hubo tiempo para ensayos y se recurrió a la improvisación.

Tonchy Antezana con su premio Semilla.

CINE. la escena en que entierran al “Tigre” (Fernando Peredo).

Siete: ‘¿A cuantito su féretro?’

El entierro de las “emis”, de Marlene y las chicas, se rueda en el cementerio Héroes del Gas, ex Tarapacá, barrio de Villa Santiago II, El Alto. La producción alquila un féretro en la avenida de enfrente. Lo rellenan con piedras para que pese. Comienza a granizar. Hace mucho frío. “La escena del chango que le reza con la granizada quedó muy bien”. La neblina del entierro del primer taxista se logra a las seis de la mañana siguiente en un mirador alteño.

Ocho: ¡El trago o la vida!

Uno de los personajes carismáticos de El cementerio de los elefantes es el “Exterminador”. Julio Lazo se metió tanto en el papel que llegaba siempre con su petaca de alcohol para combatir el frío de la noche paceña. “Venía al rodaje con una amiga alemana, en una escena que tenía que sacar un cortapluma a manera de cuchillo, sacó el jarrito de trago. ¡Esto es un atraco, el trago o la vida! A pesar de todo, Julio fue el actor más cumplido y profesional, siempre estaba puntual, aunque fuera a las seis de la mañana”.

Nueve: ‘Señora, ¿se puede recorrer?’

¿Te han dado ganas de volver a ver la película? Si lo haces, te vas a fijar en la escena del cachascán en el Polifuncional de El Alto, en la Ceja. Los cuatro personajes (“Juve”, “Tigre”, “Exterminador” y “Chapulín”) están sentados viendo las peleas de las cholitas sumamente pegados y de costado. “Pagamos 200 dólares al mánager para poder filmar pero no nos sirvió de mucho pues no podíamos repetir las escenas; además estaba repleto. Señora, ¿nos puede dar campito? Estamos rodando una película. Nada. Janiwa”.

Diez: ‘Nadie quiere ser Alberto’

Toca rodaje en la 16. Cuando el equipo pasa por el puente de la Ceja, un par de torcidos miran a Christian Castillo, ya maquillado como Juvenal. Le hacen una mueca para ir a beber. “Esos dos querían ir a chupar conmigo”. El objetivo estaba logrado. El equipo graba escenas de chiwiña y pescado frito. El “Juve” y la “Marle” se sirven bien rico. Se han conocido en los puestitos de ropa usada: ella probándose ropa interior; él comprando una chalina. Necesitan un “Alberto” para grabar en los repuestos robados de auto pero nadie quiere hacer de maleante. Al final pagan a un “actor”. Cámaras, luces, acción. En la feria 16 de Julio de El Alto encuentras de todo.

PELÍCULA. Arriba, Christian Castillo da vida al ‘Juve’.

Once: ‘Yo te doy mi vida, Juve’

Una chica lanza dagas en un circo. La carpa luce solitaria. Sin público, un circo es el lugar más desolado y triste del mundo. Cuando el rodaje matinal termina, a Tonchy se le ocurre una escena, fuera de guion. El cementerio de los elefantes es puro jazz. Los dos mejores amigos de la galaxia se van a traicionar. Son hermanos de sangre pero la traición es más fuerte. “Yo te doy mi vida, Juve”. Tonchy rueda el pacto, sangre con sangre.

Doce: ‘Me voy de gira por Europa’

Cuando se estrenó en septiembre de 2008 la película en la Cinemateca (luego también se pasó en el Cine Municipal 6 de Agosto) a Tonchy se le cerraron hartas puertas. Las salas y los festivales internacionales exigían una copia en 35 milímetros. Y eso costaba un huevo. Hacer el “transfer” (pasarla a celuloide en Chile o Argentina) duplicaba el exiguo presupuesto. Cuando el filme logró premios en el exterior (en “festis” que no jodían tanto), el público boliviano comenzó a volcarse poco a poco, boca a boca.

En un pase durante una semana de cine boliviano en la Cinemateca (en la época en que Marcos Loayza fue programador), la sala se llenó. Se programaron más horarios. La “peli” se quedó un año en la cartelera. Entonces las puertas de Europa se abrieron de par en par.

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“Un amigo actor, Gabriel Palenque Cisternas, el que hizo de Abaroa en el filme Abaroa, el sol de gloria me dijo que podía conseguir unos pasajes para que fuera a Estocolmo y presentar allá”. Cecilia Matienzo Iriarte, otra amiga cineasta, que vive también en Suecia, armó el “tour”. La voz se corre entre la comunidad boliviana en Europa. Y Tonchy va de Madrid a Barcelona, de Barcelona a Bérgamo (Italia), de Italia a Suecia, de Estocolmo a Berlín. Un africano se acerca en la capital alemana y le dice a Tonchy: “Eso también pasa en mi país pero allí nadie lo muestra, todos ponen el problema del alcoholismo debajo de la alfombra”.

Trece: ‘¿Cómo va a mostrar eso de Bolivia?’

En el pase de Berlín en una sala de cine alquilada para la ocasión por su amiga Heike Schuetz, ante un público formado por bolivianos, latinos y alemanes, una señora de unos 30 años increpa feo a Tonchy. “¿Cómo van a mostrar eso de Bolivia? “Se la comieron a la doña, unos changos comenzaron a decir cosas como “estamos cansados de que se vean solo postales para gringos, llamitas y paisajes bonitos, eso ya lo vemos en Discovery”.

Catorce: ‘Le hemos achuntado’

Antezana se acuerda de dos gringos en Cochabamba. Durante el pase privado antes del estreno, la producción organiza un grupo focal. Tonchy tiene serias dudas del éxito de la película. La pasan por primera vez, gracias a un cuate, Wilder Vidaurre, en una sala de teatro de un instituto de la calle Colombia y España, en “Cocha”. Los elegidos son al azar. Es gente que pasa por la calle. “¿Te interesaría ver una peli boliviana?”. Así entran veinte changos y dos gringos turistas. Todos responden al cuestionario, todos salen fascinados, hipnotizados. Todos menos los dos gringos que se van después de la escena de la enterrada del Tigre en El Alto. “Creo que le hemos achuntado”, dice Tonchy cuando todos se van.

Y quince: ‘Se viene el remake o la precuela’

Christian Castillo lleva rato dándole vueltas a una versión teatral de la película y Tonchy quiere hacer un “remake” o una precuela. Al guionista le hubiese gustado contar con un buen director de fotografía, con una buena cantidad de “watts”, con un equipo de lentes completo. Por eso, desde hace dos años, suena con la “segundita”. Ya tiene escritas algunas escenas, incluso un inicio.  Tonchy comienza a narrar.

Se imagina al “Juve” de nuevo haciendo huevadas. Cagándose la vida. Se sueña con el “Tigre” llamando a la puerta del Juvenal para ir a “chupar” otra vez. Mira por la ventana y ve cómo el “Tigre” y el “Juve” están pintando unos lemas electorales en los muros del barrio para ganarse unos quivos. Han escrito “vote” con be. La han cagado de nuevo, no van a cobrar esa platita.

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Ricardo Bajo y Película ‘El Cementerio de los elefantes’

Cuatro masacres, sesenta disparos

Una exposición fotográfica colectiva, ‘60 disparos’, recorre el Perú para denunciar las últimas masacres. Pasó por Lima, está en Cusco y Arequipa será la próxima estación

/ 23 de mayo de 2023 / 06:58

El 15 de diciembre, en Ayacucho, Edgar Prado recibió un disparo en la cabeza cuando estaba arrodillado. Ese mismo día, José Luis Aguilar Yucra (de 20 años) fue asesinado en la misma ciudad cuando participaba en las protestas y volvía de su trabajo en la construcción. En Ayacucho también encontró la muerte Jhon Henry Mendoza Huarancca, de 37 años, mientras se protegía en una cuneta cerca del aeropuerto Alfredo Mendívil Duarte. El 9 de enero, Edgar Jorge Huarancca Choquehuanca, de 22 años, ayudante de cocina, moría baleado desde un helicóptero en Juliaca.

El 11 de ese mismo mes, en Cusco, el cuerpo de Rosalino Flores (de 22 años) recibió 36 balazos, a sangre fría. Agonizó durante dos meses hasta morir. El 28 de enero, Víctor Santisteban fue asesinado en Lima tras recibir en la cabeza el impacto de una bomba lacrimógena. Son apenas seis historias de masacre y represión en Perú. En total fueron 1.300 heridos y 56 asesinados (ocho de ellos, adolescentes). Son cuatro masacres: Andahuaylas, Ayacucho, Pichanaqui y Juliaca. Es un recuento de impunidad y muerte.

La policía y el ejército disparó a matar. El “modus operandi” se repitió sistemáticamente en varias ciudades del Perú. La presidenta, Dina Boluarte, se lava las manos. “Puedo ser la jefa suprema de las Fuerzas Armadas pero no tengo comando”, dice la tapa del derechista diario El Comercio en su edición del 7 de mayo. Alberto Otárola, el primer ministro actual (ascendido al cargo tras la represión cuando fungía de ministro de Defensa) suma y sigue: “las responsabilidades son personales”.

Unos días antes, el 2 de mayo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha emitido su informe y ha dicho que existieron ejecuciones extrajudiciales, uso desproporcionado letal de la fuerza y graves violaciones de los derechos humanos en las protestas contra el gobierno de Boluarte. En los barrios del extrarradio limeño las paredes riman/gritan: “Dina asesina”. La CIDH concluye: “al tratarse de múltiples privaciones del derecho a la vida, podrían calificarse como masacres”.

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Sesenta disparos: la gráfica

Exposición ‘60 disparos’

Exposición ‘60 disparos’

Exposición ‘60 disparos’

Exposición ‘60 disparos’

Exposición ‘60 disparos’

Exposición ‘60 disparos’

Exposición ‘60 disparos’

Estas ocurrieron, como en Bolivia, frente ante el silencio/complicidad de los medios hegemónicos; ocurrieron entre el 7 de diciembre de 2022 y el 23 de enero tras la destitución y encarcelamiento del presidente Pedro Castillo, exigiendo el cierre del Congreso y el adelanto de las elecciones. La ultraderecha, que gobierna en el Perú en una cohabitación del poder ejecutivo con el legislativo, reclama el retiro del país de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. La embajada peruana en Washington ha contratado a una empresa gringa de relaciones públicas para mejorar la imagen del Perú. Como si la sangre derramada se pudiera limpiar con un par de “spots”.

Para no olvidar, para pedir justicia, para que la impunidad no reine otra vez, para lograr verdad, memoria y justicia, 60 fotógrafos peruanos están llevando por todo el país hermano la exposición fotográfica 60 disparos. La muestra pasó en abril por Lima (café El Gato Tulipán de Barranco) y este mes de mayo se puede ver en Cusco (Convento de Santo Domingo). La exposición nació durante el Censurados Film Festival de Lima en marzo pasado.

Bajo la curaduría de Mario Osorio Arrascue, un total de 16 artistas y colectivos muestran diferentes facetas de la lucha y la represión. Son miradas comprometidas desde la línea del frente. Ellos y ellas son: Edson Canaza, Jimy Tapia y Oswald Charca de Arequipa, Adrián Portugal (del colectivo limeño Supay), Miguel Gutiérrez de Ayacucho, Adriana Peralta de Cusco, Aldair Mejía de Lima, “El Ambulante Audiovisual” de Lima, Mario Colán de Lima, Nadia Cruz de Lima, “Perro Vago”, Uriel Montúfar e Yda Ponce de Puno, Joseph D. Araujo de Ayacucho, Elizabeth Flores de Cusco y “Big Rex” de Lima.

“60 disparos es una comunión de amantes de la imagen que han decidido mostrarnos su verdad. La exposición busca tender un puente entre el presente y nuestro pasado inmediato en una búsqueda incansable para lograr la unión, la convergencia de ideas y la paz para todos los peruanos”, dice Mario Osorio.

El afiche de la “expo” es una composición, una intervención artística. Son astromelias naranjas y amarillas, blancas y doradas; son los lirios del Perú, los lirios de los incas. Son flores llenas de color y vida, son flores de respeto y compromiso que crecen a partir de la esperanza en casquillos de bala y muerte. La autora es Nadia Cruz que firma como “Nadia Rain”.

Las 60 fotografías recorren el dolor que sufrieron las ciudades de Ayacucho, Arequipa, Cusco, Puno y Lima. Son tributos a las mujeres de pollera que agarradas de la mano se sienten más fuertes que un ejército entero (gran instantánea de Aldair Mejía). Son gritos contra el silencio. “Es un homenaje a los más de 60 hermanos fallecidos durante las protestas y también es un abrazo fraterno para los y las que siguen aún luchando”, dice Nadia. Es la memoria histórica, es un archivo, es una invitación a mirar al otro. Son wiphalas al viento. Son manos inundadas de lágrimas y velas ardiendo. Son las máscaras antigas de los obreros de la imagen, colgadas en la muestra, tras la batalla.

Han pasado cuatro meses de las muertes y el clamor por justicia no cesa. La estigmatización de los asesinados (para la derecha y la ultraderecha secundadas por los grandes medios de comunicación son “terrucos” y “terroristas”) también continúa. Hasta el día de hoy no existe ninguna acusación formal y la impunidad campea a sus anchas. Los 60 disparos son impactos contra el olvido.

Texto: ricardo bajo H.

Fotos: exposición ‘60 disparos’, Cusco

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Matilde, la sembradora de fueguitos

Matilde Casazola pasó cuatro días en La Paz. Recibió un hermoso homenaje del colectivo Nosotras Somos, leyó su poesía, cantó y calentó la fría noche paceña

/ 21 de mayo de 2023 / 06:07

Matilde extraña su guitarra cuando viaja. Tuvo una duda hace unos días: meter más ropa de abrigo o meterla a ella, de nombre “Estrella”. En la cordillera había caído una nevada, ella se queda en la casa de las rosas, esperando(la). Cuando pasa cerca del Illimani, en el vuelo Sucre-La Paz, el “Tata” está escondido detrás de las nubes y la enigmática niebla. “Debe estar enojadito”, piensa Matilde. De repente, todo se abre. Esa mañana el Illimani deja su enfado a un costado. Matilde está de regreso en la ciudad. “Las montañas nos hablan, solo hay que saber escuchar”, me dice toda convencida.

Matilde Casazola cree que La Paz de antaño tenía más poesía. Camina el centro para reconocer los viejos lugares donde fue feliz de la mano de un viejo amor. Baja con cuidado las empinadas calles y sus resbaladizas gradas. Se cae. No es nada grave. Tratando de mirarlo todo, de captar el último detalle evaporado, rueda para abajo en una cuesta del carajo. Está alojada en San Pedro (“un barrio que todavía conserva su ajayu”); en la casa de una querida amiga que ya partió, la pintora orureña Haydeé Aguilar Fuentes, la que ganaba todos los premios en acuarela en los años setenta.

Matilde aprovechará sus cuatro días en La Paz para encontrarse con amigos y amigas. Hace años que no ve a Emma Junaro. “Ella es la primera que hizo un disco con mis canciones”. La verá el viernes doce por la noche en el concierto del colectivo Nosotras Somos. La escuchará cantar dos de sus más hermosas canciones. Tomará cafecito con Luis Rico, se encontrará con su editor, Marcel Ramírez. Almorzará el sábado con las chicas del homenaje en casa de Sibah, brindará con ellas. No verá a una querida vecina del barrio con la que compartió exilio en Francia, Silvia Peñaloza, otra gran pintora. La próxima será.

La Casazola alista nuevo disco y libro. Sabe que nadie lanza ya canciones en álbum pero reivindica ese antiguo hábito de poner un disco y sentarse a escucharlo, tema por tema. El nuevo trabajo no tiene nombre aún. “Es como bautizar a una wawa, tengo varias alternativas”.

Lo que sí puede adelantar son los títulos de dos canciones inspiradas en mujeres bolivianas: Domitila y Aguerrida mujer (en homenaje a Juana Azurduy). La primera es una cueca. La ha cantado solo una vez. Fue en presencia de la gran Domitila Barrios. “Fue después de tumbar la dictadura de Banzer con su huelga, no me acuerdo donde fue pero estaba Anita Romero. Nunca la grabé, ni siquiera la canté de nuevo. Nunca volví a ver a Domitila”.  Estarán también sus primeras canciones que nunca grabó: la zamba Flor de romero y el yaraví Cinco lágrimas.

Matilde se pone nostálgica en esta noche de domingo en la confitería Eli’s del Prado, otro lugar de su ciudad del recuerdo. Se acuerda de los viejos amigos y amigas de la Peña Naira de Pepito Ballón, de Ricardo Pérez Alcalá, de Inés Córdova, de Lorgio Vaca, de Ernesto Cavour, de Violeta Parra y del gran amor de su vida, Gilbert “El Gringo” Favre.  De “la Violeta”, recuerda —más de medio siglo después— sus faldas anchas, su rostro libre de maquillaje, su tez morena de brava gitana, su voz profunda. A ratos, cuando escucho a la Matilde (“Pochita”, para los amigos), me parece oir de nuevo a Violeta. Mujeres de fuego, que diría Silvio.

El libro que va a presentar en la feria de agosto en La Paz es el tercer volumen de sus obras completas en poesía, bajo el sello de 3600. Incluye poemarios agotados. Son cinco: La carne de los sueños, Jardín de claroscuros, Moradas transitorias, Las catedrales subterráneas y Estampas, meditaciones, cánticos, este último de prosa poética.

Matilde (aún) escribe a mano. Ya (casi) nadie lo hace. Antes, lo pasaba a máquina de escribir; ahora lo hace a la computadora. Tiene cuadernos gruesos llenos de poesía. Es una vieja costumbre familiar. Su mamá Tula también tenía uno. Matilde lo leía a escondidas; así descubrió la obra del catalán Jacinto Verdaguer. Ha musicalizado uno de sus poemas para el nuevo disco, junto a un soneto de Carlos Murciano, un poeta amigo andaluz/gaditano, vivo aún con sus 91 años.

En la mañana del viernes, en el día del concierto/homenaje, Matilde aprovecha para estar en el hall del Ministerio de Culturas para el lanzamiento del videoclip de Rosario Peredo y las Jatun Waritas del tema de Willy Claure Desde el jardín de la Casazola, grabado parcialmente en su casa de Sucre. Matilde no le dice que no a nadie.

Por la noche, el tributo arranca en el Cine Municipal 6 de Agosto con una interpretación colectiva de Cuento del mundo. En el escenario están las cinco mujeres (solo falta Emma) de Nosotras Somos: Sibah, Tere Morales, Marisol Díaz Vedia, Valeria Milligan (“Imilla”) y Alejandra Pareja.

La primera solista es Marisol. Cantará tres temas: el huayño Anochecer (“Camino del monte yo me iré / la luna allá arriba comienza a brillar, / los cerros azules parecen sonar, / botitas de sombra, gotitas de sol, / yo no te he olvidado, siempre ando con vos”); Si has dado tu corazón; y el bailecito Yo cortaba las flores. Marisol se confiesa: “Matilde ha forjado nuestro camino con su poesía y su ejemplo”. La homenajeada —que viste de negro con una linda chalina sobre su cuello— se levanta para agradecer. Lo hará incontables veces. Perderé la cuenta de las veces que se levanta y se sienta en su butaca de primera fila. Hay huecos vacíos en los asientos reservados a las “autoridades”.

La “Imilla” canta El milagro y La sonrisa de piedra. Sibah, una de las organizadoras, está conmovida y pide que Matilde cuente una anécdota alrededor de ese bailecito llamado El lucero de tu pecho. Ha servido ese tema para parir otro suyo, Fuerza de luz. La octava del tributo es Viento pasajero. Sibah repite esta estrofa: “Ay, cariño engañero, / fuiste viento pasajero, / árbol en sol parece eterno / pero es cierto que hay un invierno”.

La novena es Rosa de tiempo. Sibah se la dedica a su madre Betty, presente en la tocada (y a todas las madres y mujeres). “Pueden sacar pañuelitos”. El instrumental Descanso en el arroyo es ejecutado con maestría por el joven charanguista Álvaro Quisberth. El ensamble dirigido por la pianista Melanie Lagos (con Jocelyn Alarcón en el fagot, Tefa Mariscal en la batería, Andrés Herrera en la guitarra, Víctor Aliaga en el saxofón y el maestro Einar Guillén en el piano) está a la altura del sentido homenaje.

El intermedio sirve para que Matilde suba por primera vez al escenario del 6 de Agosto. Recibe un ramillete de flores. “Estoy feliz, esto es una emoción hermosa para mi obra, para mi poesía. Ustedes son parte de mi canto”. Recita el primer poema, su primer poema que no tiene título, aunque sea conocido como A veces quisiera. Habla Matilde y todos escuchamos: “A veces quisiera perderme en el viento / y que nada quede de mí / pero bajo mi ventana / un hombre silbando que pasa / me corta las alas del sueño. / Y pienso que es bueno quedarse / que soy en la tierra / mejor que volando en el viento / y pienso que puedo dormir en tus campos / que puedo llorar por tu llanto / y bordar cascabeles de lluvia / al tomar la guitarra en mis manos”.

El presidente de los residentes chuquisaqueños en La Paz hace entrega de un reconocimiento. Y Matilde regala otro poema, es su primer poema. Lo dice de memoria. “Me acuerdo de todos los poemas de mi adolescencia. Mi vida ha sido invadida por la poesía, desde niña; es un mundo que me encanta habitar, es un alimento que me acompaña”, me va a decir dos días después tomando un jugo de papaya con brazo gitano en el Eli’s. La señora que la atendía hace medio siglo ya no trabaja en la confitería. Matilde chequeará de reojo a Humphrey Bogart cuando nos vayamos.

Entre el público del homenaje hay viejos amigos (Cergio Prudencio, que también ha musicalizado sus poemas, entre ellos) y espectadores de todas las edades, regiones, gustos musicales y clases. Matilde une a todo el pueblo boliviano. Matilde es Bolivia con sus cuecas, bailecitos, taquiraris, vals y huayñitos. “El mejor pago que una puede recibir es el abrazo de la gente, ver gente llorando con tus canciones”.

Tras el descanso, donde nadie se mueve de su asiento, Alejandra Pareja—joven y talentosa soprano— canta Detrás de la niebla y Quimera. Con Tere Morales sobre las tablas, la temperatura se eleva, afuera hace frío. ¡Qué bueno que Matilde trajo ropa de abrigo! Mi corazón en la ciudad, el taquirari De tu hermosura y La estrella nos ponen a todos a dar palmas con el corazón. “He visto muchos hombres arrastrándose en la senda / cansados de pelear y de esperar / el sol de la justicia y la verdad / he visto muchos hombres abrazados a su sombra / mordiendo amargo pan/ yo le dijera, hermano yérguete / acá tienes mi mano, apóyate”.

Cuando irrumpe Emma Junaro en el escenario, ya estamos todos derretidos de cariño. “Para mí, Matilde es el amor, ese amor audaz y valiente que en su tiempo se atrevió a romper esquemas, a abrir una puerta, por la cual tiempo después me tocó pasar de la mano de Fernando Cabrera y hacer ese disco que mirándolo en la distancia, realmente para ese tiempo, fue un atrevimiento. Matilde es la semilla, el jardín, las flores. Estamos viendo florecer ahora lo que es el trabajo, la verdad y la sinceridad, el amor; no hay otra palabra”, dice la Junaro antes de atacar Tanto te amé”y Como un fueguito. Amor y desamor son las caras de la misma Matilde.

El público que llena el cine/teatro municipal se conmueve con las dos interpretaciones. Guarda un silencio que sobrecoge, algunos filman con sus celulares. Emma Junaro, de impoluto traje largo blanco y lentes, acompaña su voz con la mano izquierda como batuta. Matilde se vuelve a parar y lanza besos.

Entonces las seis mujeres (Emma, Sibah, Alejandra, Marisol, “Imilla” y Tere) junto a Matilde cantan De regreso. Antes Sibah y Tere Morales le han regalado/colocado un lindo poncho color vicuña con reborde tejido de blanco, como ese Illimani que se abrió ante su presencia cuando llegó. Después, Matilde habla emocionada hasta las lágrimas: “Yo creo que tengo el privilegio del sembrador, de ver como va creciendo su trigo, su maíz, su papita. ¡Qué maravilla poder ver mis versos, escuchar estas canciones de cada una de ustedes y de todos estos músicos maravillosos que me han hecho pasar una noche inolvidable junto a todos ustedes! Es un privilegio poder ver crecer estas bellísimas flores y decir: algo había sembrado”, dice nuestra Matilde.

Cuando arrancan los primeros acordes y letras (“Desde lejos yo regreso / ya te tengo en mi mirada / ya contemplo en tu infinito mis montañas recordadas…”), el público se levanta, algunos lloran. Cuando una canción es asumida por la gente, cuando una letra y unos acordes parecen contar tu historia, la tuya, la de muchos, esa canción se vuelve inmortal. Ya no es de Matitlde, es del pueblo. “Yo no logro explicarme con qué cadenas me ata / con qué hierbas me cautivas dulce tierra boliviana”. El “lara laira larara” es entonado por cientos. “Esta canción la llevo siempre en el alma, siempre estaremos regresando a nuestra Bolivia. Muchas gracias a todos”.

Cuando algunos ya huyen hacia sus casas, Matilde no se resiste a bajar y toca La espina, un huayño. Es el colofón perfecto para una noche hermosa de amores y agradecimientos. Matilde toma una guitarra que no es suya (es la de Andrés Herrera), no la afina. La hace suya en unos segundos. Su voz es un portento, su rasgueo intimida. Usa la guitarra como percusión, toca con el alma. Nos canta lo que quiere y lo que no quiere. Nos dice dónde desear escapar. “Ay, palomita viajera, si tuú supieras de mi gran dolor / volando me llevarías hasta donde está mi amor / hasta donde está mi amor”, termina susurrando. El 6 de Agosto se cae, se muere de ternura. Afuera ya no hace tanto frío. Matilde, la sembradora, ha calentado esta noche gélida de mayo con sus fueguitos. Tanto te amamos.

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‘Mi última cima’: La vida de Juan Carlos Escobar Aguilar

El periodista Marco Fernández relata el proceso del libro nacido tras un reportaje de ESCAPE. La presentación será el 17 de mayo en el Hotel Ritz.

Juan Carlos Escobar Aguilar, el primer guía de montaña boliviano en coronar el Everest.

Por Marco Fernández Ríos

/ 14 de mayo de 2023 / 10:49

Destino. Con un Teatro al Aire Libre repleto de creyentes católicos, la misa de Corpus Christi estaba por empezar aquel jueves soleado del 26 de mayo de 2016. Durante el recorrido habitual para conseguir buenas imágenes y entrevistas, me di a la tarea de subir y bajar las gradas de aquel recinto paceño. De pronto, el sacerdote Edgar Mena me detiene y me pregunta si era periodista. Ante mi asentimiento, me dijo —sin conocerme todavía— que me tenía una gran nota periodística. Iba a ser así y mucho más.

Días después, el padre me citó en la parroquia El Salvador, en la zona El Tejar —ubicada en el oeste de La Paz—, donde hay un centro para infantes que tiene aulas para la práctica de diversas artes, una piscina pequeña y un bello muro de escalada, que tenía el póster con el rostro de un escalador de tez morena, con lluch’u multicolor, la mascarilla de oxígeno pegada a la cara, una sonrisa que mezcla triunfo y humildad, y con la bandera boliviana extendida en el pico más alto del planeta.

Cuando pregunté al religioso quién era el de la imagen, respondió que se trataba de Juan Carlos Escobar Aguilar, el primer boliviano que llegó a la cima del Everest en su condición de guía de montaña. La conexión fue instantánea. Aquellos ojos enrojecidos por la presión atmosférica y la falta de oxígeno demostraban mucho sacrificio y una infinita alegría. Quería saber más.

De esa manera conocí a la esposa de Carlos, Grissel Gómez, quien aceptó de inmediato cuando le propuse elaborar un reportaje periodístico —en la revista ESCAPE del periódico La Razón— sobre la ascensión del guía de montaña.

Sentí que las cinco páginas de la nota periodística, publicada en junio de 2017, eran pocas en relación con todo lo que se podía contar. No obstante, durante la entrevista, Grissel comentó que Carlos había planeado escribir un libro que resumiera su vida, en especial su ascensión al Everest, y que no lo concluyó por causa de su partida prematura. El destino quiso que, un par de años después, la familia Escobar Gómez retomara el proyecto del libro.

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Todo ser humano es un universo, con alegrías, tristezas, problemas, éxitos y hazañas. La vida de Carlos Escobar fue así y mucho más, porque fue la demostración de una persona que se sobrepuso a las adversidades para superarse y convertirse, sin quererlo, en un ejemplo para su familia, amigos y sus colegas escaladores.

Juan Carlos en la cima

Escribir acerca de alguien que ahora no se encuentra en este mundo ha sido una tarea complicada. La única referencia que tenía en el inicio eran recortes de periódico, el reportaje que había publicado en ESCAPE y grabaciones de Carlos que me permitieron saber que se trataba de una persona tranquila, a pesar de todo lo que le estaba pasando en aquel momento.

Después de haber leído el avance de su biografía, me puse como objetivo personal —más que profesional— conocer más y mejor al escalador, para lo cual había que horadar desde su infancia y origen mismo de sus progenitores: René Escobar Gutiérrez y Leopoldina Aguilar Pinto. Ello ocurrió gracias al tiempo que me dieron sus hermanos, quienes contaron, con mucho sentimiento, cómo transcurrieron los primeros años de la familia Escobar Aguilar.

A ello habrá que añadir charlas extensas con un amigo de la niñez de Carlos, con quien pasaron momentos inolvidables como monaguillos en el templo de La Merced, ubicado en el centro paceño.

El destino y las llamadas correctas posibilitaron que sus amigos de la universidad y del CEAC relaten los cimientos para que el estudiante de Ingeniería se decantara por el montañismo como el oficio al que se iba a dedicar toda su vida. Algunos lo hicieron desde Europa, otros llegaron a La Paz para ayudar en la tarea, mientras que algunos compartieron varias tazas de café mientras contaban aquellos momentos.

De todos esos momentos es difícil olvidar el sentimiento de cariño de cada uno de los entrevistados, de aquellas miradas al vacío que parecían revivir el pasado y de silencios extensos que querían evitar derramar alguna lágrima. Muchos no pudieron evitarlo.

Con todo ello llegó la tarea más complicada, armar un rompecabezas de información para comenzar a escribir un texto que se acercara lo más posible a aquella familia que se formó en una calle tradicional de La Paz, la ausencia del padre como consecuencia de una enfermedad, los problemas económicos y el difícil crecimiento de Carlos y sus hermanos.

A partir de ello, como las montañas que solía escalar, el avance fue complejo y satisfactorio en el encuentro de detalles personales, que tuvo como cúspide la llegada al Everest. Así también, era necesario relatar el descenso de la montaña y, de manera casi paralela, la enfermedad del montañista, una odisea que terminó con otro aprendizaje.

El resultado de este trabajo es Mi última cima, libro que resume 48 años de una vida agitada y exitosa, sin dejar de ser humilde, jovial y protectora. Es el legado que tengo después de conocer a Carlos Escobar Aguilar.

Marco Fernández Ríos es periodista colaborador de Escape

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El universo en curva de Oscar Niemeyer

Una visita a las huellas que dejó el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer en su cuidad, Río de Janeiro

Por Ricardo Bajo H.

/ 7 de mayo de 2023 / 13:27

El universo es una curva. O así lo sentía/pensaba Oscar Niemeyer, (icónico) arquitecto, comunista, brasileño. Fue/es el gran soñador de Río de Janeiro, su ciudad/musa. La tumba del genio está en el cementerio de San Juan Bautista, en el barrio carioca de Botafogo. Al otro lado de la bahía se levanta uno de sus sueños más hermosos, el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói; un homenaje a la curva.

La tumba de Niemeyer está cerca de la de Antonio Carlos Jobim (el padre de la “bossa nova”), de la actriz Carmen Miranda o del escritor Joaquim Machado de Assis. Niemeyer murió en 2012 a la edad de 104 años (a diez días de cumplir 105). Su entierro logró reunir a gente de todos los colores, clases, razas y religiones. Los asistentes cantaron la “Internacional” y la Banda de Ipanema, una orquesta/bloque carnavalero de la cual formó parte, tocó tres de sus canciones favoritas: “Carinhoso” de Pixinguinha, “Cidade Maravilhosa” de André Filho y “Acuarela do Brasil” de Ary Barroso. Oficiaron la misa ecuménica (siendo él comunista y ateo confeso/militante) un sacerdote católico, un pastor protestante y un rabino judío.

Universo en curva

El maestro -que despreciaba la línea recta- amaba las cúpulas, las bóvedas, las losas sinuosas. Se enamoró de las curvas, omnipresentes en Río: las curvas de los peñascos, de las montañas verdes, de los ríos, de las olas furiosas del mar (ideales para el surf), de las nubes y las brumas; fue un apasionado de las curvas “de la mujer preferida”, como decía el hombre que nació bajo el nombre de Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares Filho.

Don Oscar eligió un lugar especial para pensar el edificio del Museo de Arte Contemporáneo de Niterói: sobre el Mirador de Boa Viagem, justo enfrente de la Bahía de Guanabara, gozando de una espectacular vista del Pan de Azúcar y el Corcovado. En la cercana playa del “Buen Viaje”, con la caída de la tarde, aparecen pescadores cuando los bañistas abandonan la “praia”. Los peces caen rendidos a escasos metros de la orilla.

LA GRÁFICA

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A Niterói se llega en “ferry” desde Río (o en carro/bus a través del impresionante Puente Presidente Costa e Silva (de catorce kilómetros, el segundo más extenso de América Latina). La obra de Niemeyer, el MAC, emerge como un faro; como una flor en la roca, rodeada por el mar, suspendida sobre el acantilado. Parece también un gigantesco/futurista platillo volador, blanco como la nieve; un OVNI a punto de despegar o aterrizar desde el lugar más paradisíaco del “planeta Brasil”.

Una vez escogido el sitio, Niemeyer pensó el perfil. “Una línea que nace desde el suelo y sin interrupción crece y se despliega, sensual, hasta la cobertura. La forma del edificio, que siempre imaginé circular, se fijó y en su interior me detuve apasionado. Alrededor del museo creé una galería abierta hacia el mar, repitiéndola en el segundo pavimento, como un entrepiso inclinado sobre el gran salón de exposiciones”. 

El arquitecto más rebelde creó una figura revolucionaria de doble curvatura.  La trabajó desde 1991; se inauguró el dos de septiembre de 1996. Está considerada una de las siete maravillas del mundo en museos. Su influencia en la arquitectura moderna no se detiene: todos los espacios generosos, todas las curvas sensuales llevarán su nombre/sello; probablemente más allá de la propia arquitectura.

Niemeyer -ganador en 1988 del Premio Pritzker, el llamado Nobel de la arquitectura por la Catedral de Brasilia- bautizó su estilo como “arquitectura de la invención”.  Cuando uno llega caminando por el paseo marítimo hasta el museo, uno se pregunta: ¿cómo se inventa un edificio así? ¿cómo es capaz una persona de 84 años de imaginar un proyecto así? El maestro se llevó el secreto a su tumba de Botafogo. Quizás esté escondida entre los papeles de su mítico estudio frente a la playa de Copacabana.

A la flor más bonita, al Objeto Volante No Identificado de Niterói, se accede por una rampa. Uno se siente extraterrestre. La sala principal del Museo no tiene columnas; hay una exposición de arte contemporáneo del artista Alan Adi, nacido en Sergipe, el menor estado de Brasil. Nadie le para mucha bola a las obras. El edificio es la joya.

En el pasillo circular con vistas al mar y a la playa, la gente se sienta y se toma fotos. Parece otro tiempo. Las ventanas están inclinadas en un ángulo de cuarenta grados; uno se siente en una cápsula. La ciudad de enfrente se llama Río de Janeiro; compite con su Cristo, con su Pan.

Hay visitantes cariocas, brasileños de otras ciudades, extranjeros. Todos atraídos por la misma magia, el imán de Niemeyer, capaz de construir un efecto; el mismo efecto que logró Frank Ghery con el “buque fantasma” del Museo Guggenheim de Bilbao en 1997. ¿Imaginó/inventó todo eso el maestro? El edificio más famoso de Río de Janeiro no está en Río de Janeiro. Y eso es culpa de Niemeyer.

Los edificios del maestro siempre fueron misteriosos. A media hora caminando del MAC, caminando por la costa, entre hermosas calas/playas, está el “Caminho Niemeyer”, un complejo arquitectónico/urbanístico. Está junto a una estación, otra vez la idea del periplo, como la playa del “Buen Viaje”. 

Son siete construcciones y una serie de esculturas, todas a cielo abierto. Esta cálida tarde de abril hay una fiesta gay debajo del Teatro Popular (inaugurado en 2007); hay changos jugando fútbol, niñas en bicicleta, chicos trepándose a una curva, chicas patinando. Todo fluye por si mismo. Me imagino al compañero Niemeyer sentado -en la misma mesa que Pelé y Tom Jobim- a lo lejos, feliz; fumando un habano que le ha mandado Fidel. Me acuerdo de la frase del cubano: “en el mundo quedan solamente dos comunistas, Niemeyer y yo”.

El mural en el foyer/vestíbulo del Teatro Popular retrata las marchas legendarias del MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra). Hay una bandera roja sobre el blanco mármol. En uno de los bancos públicos, descansando del sol castigador, un hombre tumbado lee un libro.

La estructuras abstractas de Niemeyer sorprenden hoy todavía después de influenciar a varias generaciones de arquitectos; el uso (plástico) del concreto armando marcó el camino. Vuelvo al MAC, en la sala principal hay una leyenda que dice: “Volte sempre”. 

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Juana Azurduy (final)

/ 7 de mayo de 2023 / 10:13

Ch’enko total

Siguiendo el libro Juana Azurduy del historiador argentino Pacho O’Donnell se podría afirmar que de 1814 a 1816 Juana se consolida como líder guerrillera contra el imperialismo español. Su valor como guerrera y estratega toma formas épicas: se la ve erguida en su potro de comandante con una niña en brazos, su quinta hija: Luisa Padilla Azurduy. Por su valentía, consecuencia e inteligencia es designada teniente coronel de los ejércitos libertarios. Esta es una verdad irrefutable cuando leemos la carta firmada por el general Manuel Belgrano a Martin Pueyrredón donde se exponen las causas de la designación, carta fechada el 26 de julio de 1816, que al inicio relata: “Paso a manos de V.E. el diseño de la bandera que la amazona doña Juana Azurduy tomó en el cerro de la Plata como once leguas al Este de Chuquisaca, en la acción a que se refiere el comandante Don Manuel Ascencio Padilla, quien no da esta gloria a la predicha su esposa por moderación, pero por otros conductos fidedignos consta que ella misma arrancó de manos del abanderado este signo de tiranía, a esfuerzo de su valor y de sus conocimientos en milicias poco comunes  a las personas de su sexo” (O’Donnell, 167). Esta acción heroica de Juana la guerrillera se lleva a cabo en los campos de El Villar. La designación de teniente coronel remite el general Belgrano en carta desde Tucumán el 23 de octubre de 1816.

El mencionado libro relata además las difíciles internas entre los ejércitos “abajeños” al mando de los sureños Pueyrredón, Rivadavia y Rondeau que con ínfulas y manipulaciones trataban de minimizar y quitar autoridad a los líderes altoperuanos “arribeños”, quienes se jugaban de verdad la vida y propiedades por la independencia y la patria, mientras los porteños buscaban intereses y poder y algunas de sus tropas saqueaban sin virtud alguna. La carta de Padilla a José Rondeau, fechada el 21 de diciembre de 1815, es un testimonio de estas internas y vale la pena leerla en la página 157 del libro. Es muy emocionante leer las palabras dignas y escuchar la voz del líder Padilla: “…nosotros los altoperuanos tenemos una disposición natural para olvidar sus ofensas: quedan olvidadas y presentes. Recibiremos a V.E. con el mismo amor que antes, pero que esta confesión fraternal, ingenua y reservada sirva, en lo sucesivo, para mudar de costumbres, adoptar una política juiciosa, traer oficiales que no conozcan el robo, el orgullo y la cobardía. Sobre estos cimientos sólidos levantaría la Patria un edificio eterno.”

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El ejército colonial designa a un eficiente y cruel coronel cruceño, Francisco Aguilera, para acabar con la vida de los Padilla Azurduy. El cruel Aguilera es quien se ocupa personalmente de matar a Manuel Padilla en una batalla cerca de Yotala: el guerrillero muere en combate el 14 de septiembre de 1816, hecho consumado por la traición de Manuel Ovando, exguerrillero vendido a las tropas coloniales, quien delata la estrategia de Padilla. Aguilera decapita a Padilla y pone la cabeza en largo palo en el centro de la plaza de La Laguna. Juana recibe la noticia guerreando en retaguardia, en un primer reflejo galopa a ayudar al esposo, sin embargo, se convence desde la altura de un cerro que la muerte y la derrota están consumadas. El amor de su vida había muerto en batalla. Con reflejo materno va en busca de su hijita Luisa, en los siguientes días planifica en llanto recuperar la cabeza de su amado y darle cristiana sepultura. Así, en tal vez su última batalla, capitanea una tropa reducida de indígenas y amazonas, logrando recuperar la cabeza de su amado y darle un entierro digno. Manuel Ascencio Padilla no puede conocer la designación de Coronel de los ejércitos libertarios firmada en la misiva de octubre por el general Manuel Belgrano.

Juana Azurduy

A partir de allí, Juana deja el mando de la guerrilla y sus combates, decide irse al sur con la hija infanta. Es recibida con honores por los guerrilleros chapacos a la cabeza del Moto Méndez, luego es protegida por el líder Martin Güemes, de quien fue consejera de guerra en Salta hasta el asesinato de este héroe guerrillero, planificado por la antipatria en 1821. Juana Azurduy, a los 45 años, retorna con su hijita Luisa casi adolescente a Bolivia en condiciones paupérrimas.

Es interesante la cifra que señala Bartolomé Mitre respecto a los líderes de las guerrillas libertarias, según el escritor son 102 líderes guerrilleros que pelearon contra la colonia en los territorios del Alto Perú, quedando solo ocho vivos tras la independencia de Bolivia en 1825. Los que reciben el poder de la nueva nación no son los que lucharon y guerrearon por ella, son doctorcitos e intelectuales pro colonialistas, palaciegos que detentan el poder de la nueva nación. El Libertador Simón Bolívar, al enterarse de la situación de pobreza de Juana, instruye que se le dé una pensión; tras el asesinato de Sucre, los doctorcitos se encargan de suspender la pensión. Juana Azurduy deambula como mendiga 30 largos años de vejez, llevando una cajita en la mano con su designación de teniente coronel. Algunos vecinos se burlaban de ella. Muere a los 82 años nada menos que el 25 de mayo de 1862. Sus últimos días los pasa en una humilde casita bajo el cuidado de un niño discapacitado de nombre Indalecio Sandy, hijo natural de un pariente. Cuando muere, el niño sale corriendo a pedir ayuda, nadie lo escucha, los doctorcitos estaban en sus actos oficiales. Juana es enterrada en una fosa común de indigentes “en el panteón general de esa ciudad en fábrica de un peso”, como reza la partida de defunción.

El libro Juana Azurduy del historiador argentino Pacho O’Donnell, debería ser releído, mejorado y aumentado por los escasos —o tal vez poco difundidos— historiadores del revisionismo histórico boliviano. Creo que debería ser reimpreso por el Estado Plurinacional y entregado como lectura obligatoria a los estudiantes de secundaria y también a las autoridades, en busca de acrecentar la narrativa de la bolivianidad. En 2010 el gobierno argentino de Cristina asciende a Juana Azurduy a Generala mientras el gobierno boliviano de Evo la asciende a Mariscal de sus ejércitos. Esito sería. Hey dicho.

(*) El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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