Juana Azurduy Vol 1
Juana Azurduy Bermudes nació en 1780, en Toroca, actual departamento de Potosí. Su madre, doña Eulalia Bermudes, era una hermosa señora de pollera de Chuquisaca
ch’enko total
En el 2015 me quedé por segunda vez como embajador interino (encargado de negocios, en la jerga diplomática) en nuestra embajada en el Ecuador. Aquel momento histórico era único, Quito era el centro de la actividad multilateral progresista en torno a la Sede de Unasur, edificio hermoso construido por un nieto de Guayasamín en la mitad del mundo. Un día de esos, acompañando a un ministro, me di cuenta de que algunos predios de la sede llevaban nombres emblemáticos de la Patria Grande: la sala de presidentes llevaba el nombre del gran Simón Bolívar, venezolano universal; San Martín era el nombre de la sala de cancilleres; el héroe chileno O’Higgins bautizaba una importante sala multilateral; la videoteca homenajeaba con su nombre al uruguayo Eduardo Galeano; la biblioteca al gran Gabo de Colombia… Reflexioné. Bolivia no tenía ningún espacio asignado, pese a que teníamos un representante boliviano trabajando allí.
Un día de marzo, aprovechando el almuerzo de un evento multilateral, pude conversar con el secretario general de la Unasur de la época, el expresidente colombiano Ernesto Samper, a quien le solicité de manera verbal una sala para Bolivia: “haga la solicitud por escrito, hermano embajador”, respondió la autoridad. En consulta con Cancillería, decidimos plantear mediante carta oficial el nombre de nuestra Juana Azurduy, mujer y revolucionaria antiimperialista, para designar un espacio en el edificio. Samper aceptó la designación, señalando como única posibilidad una sala de reuniones bilaterales de buen tamaño y derivó el tema a su mano derecha, un colombiano siempre de buen humor que había sido su ministro de Educación, quien me dijo: “Sinceramente, no sabemos quién es Juana Azurduy. Por favor, remita información al respecto”. Enviamos de emergencia información básica de nuestra Juana. Al mes se aprobó la solicitud, la sala bilateral de la Sede de Unasur llevaría su nombre y su inauguración se fechó en agosto de 2015, mes de nuestra Bolivia. Inauguramos la sala, colocando un cuadro con la imagen de Juana que nos proporcionó la Casa de la Libertad de Sucre.
Sin embargo, no quedé conforme con la información de Google que remitimos sobre doña Juana. Escarbando en el hipertexto conseguí por fin un libro en digital, Juana Azurduy, del escritor, historiador y dramaturgo argentino Pacho O’Donell. Sus páginas en digital iluminaron mis noches en vela, la historia que relataba el escritor argentino era por demás apasionante y develaba lo poco o nada que sabe el boliviano medio sobre doña Juana. Es obvio que en este espacio de 3.000 caracteres se podrá decir poco de esta extraordinaria vida. Sin embargo, van algunas puntualizaciones.
Juana Azurduy Bermudes nació en 1780, en Toroca, actual departamento de Potosí. Su madre, doña Eulalia Bermudes, era una hermosa señora de pollera de Chuquisaca, su padre don Matías Azurduy, era un criollo que poseía tierras y bienes en el lugar. Juana, una niña mestiza marcada por un sino trágico, quedó huérfana de madre a los siete años, su padre también sucumbió a los pocos años, “enzarzado en un entrevero amoroso” (O’Donell, pag. 23), quedando la niña adolescente en manos de Petrona Azurduy, una despótica tía. Juana había sido educada por su padre de una manera inusual para la época, libre, en directa comunicación con los indígenas del lugar, cabalgaba como nadie, tenía espíritu rebelde. Cuando la niña cumplió 14 años, Petrona la encerró en un convento. Dos años después, por su carácter difícil, las ansias de cabalgar y de pensar de forma soberana, Juana fue expulsada del Monasterio de Santa Teresa por la madre superiora.
Juana retornó a la hacienda de Toroca de mal humor. Fue allí donde se produjo el encontronazo: el amor se encendió, conoció al hijo de sus vecinos, a Manuel Padilla Gallardo, hijo del criollo hacendado Melchor Padilla con la mestiza Eufemia Gallardo. Aquel amor se encendió de golpe y se casaron pronto, en 1805. Juana admiraba el carácter de Manuel Asencio, siempre en guardia cuando se cometía alguna injusticia contra los indígenas. En 1806 nació el primer hijito de la pareja, Manuelito, rápidamente nacerán Mariano y dos niñas, Juliana y Mercedes. Juana y Manuel llevaban una pareja normal, un matrimonio criollo mestizo con buena posición económica y social. Sin embargo, en 1808, el joven baqueano Manuel Padilla pretendió ser autoridad de su territorio, le fue negada su solicitud, pues solo los godos podían ser autoridades, los criollos y mestizos no podían debido a las leyes coloniales.
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Ahí empezó a asistir a reuniones de los intelectuales revolucionarios que estudiaban derecho en la Universidad de San Francisco Xavier, de Chuquisaca, centro del pensamiento revolucionario antimperialista de la época. Padilla no era un intelectual, era un joven de campo, pero tenía una inteligencia natural y sobre todo opinaba de frente: los Monteagudo, Saavedra, Castelli escuchaban al joven. Las rebeliones de mayo y julio de 1809 fueron el punto de inflexión. Manuel decidió unirse a los ejércitos irregulares libertarios. Su primera acción fue impedir desde Chayanta que lleguen suministros de alimentos al ejército español que resguardaba Potosí. Juana amamantaba a la pequeña Mercedes, cuando su marido decidió irse a Cochabamba, a pelear en las tropas del guerrillero rebelde Esteban Arce.
La pareja bordeaba los 30 años. En 1811, luego de una derrota del ejército guerrillero, los españoles invadieron y despojaron de sus tierras al matrimonio Padilla Azurduy. Les quitaron todo: tierras, ganado, hacienda, sembradíos. Juana logró huir galopando con los cuatro niños a Tarabuco, donde fue protegida por los indígenas. La pareja perdió su territorio, su hogar al optar por la lucha revolucionaria contra el imperialismo español. Mientras Manuel combatía en las guerrillas libertarias ganando y perdiendo batallas, los niños crecieron y Juana empezó a gestar la posibilidad de acompañar en la guerrilla a su marido. Continuará.