¿La cumbia boliviana?
Imagen: facebook Bonny Lovy
Imagen: facebook Bonny Lovy
El productor y músico Juan Alejandro Ustárez analiza el éxito de Bonny Lovy y el sistema musical nacional.
El éxito La cumbia boliviana del artista cruceño Bonny Lovy acumula a la fecha más de 29 millones de reproducciones en YouTube y más de 5 millones de reproducciones en Spotify. La canción está muy bien producida y es muy divertida. Bonny Lovy es un artista carismático y talentoso.
Cuando este tema salió, una de las discusiones más picantes en RRSS era si la canción realmente era boliviana. Uno de los argumentos que usaba la gente que alegaba que había falta de “bolivianidad” era que la sonoridad y los materiales musicales eran básicamente copias directas de la cumbia villera.
Charlando con Fabio Zambrana, de Azul Azul, me enteré de que la cumbia villera argentina está modelada con base en la cumbia chicha boliviana y peruana, solo que a nivel estético y semiótico está refinada y reconfigurada para funcionar comercialmente en mercados más amplios, ordenados y profesionales.
Si se fijan en los números de los temas de Bonny Lovy antes de La cumbia boliviana, ninguno de estos ha logrado esa difusión y en muchos casos han tardado varios años en obtener cifras parecidas.

Aquí es donde encuentro que hay un tema de charla y debate que nadie quiere tocar y donde la discusión sobre la “verdadera identidad” de la música del Bonny me parece vacía y poco útil a la hora de analizar e impulsar un mercado musical tan inexistente como el nuestro.
¿Cómo se hacen o se generan estrategias para hacer que un artista musical lleve sus productos a mercados masivos y profesionales? ¿Qué hacemos los artistas bolivianos con un mercado inexistente, sin leyes claras en temas de derechos de autor, y con instituciones que teóricamente deberían velar por el bienestar de los músicos, pero que están más preocupadas por mirarse el ombligo y crear roscas y políticas que solo contribuyen a su círculo cercano? Desde el hecho de ponerle como nombre La cumbia boliviana pareciera que hay una estrategia por detrás. Si antes de Bonny Lovy colocabas el término “cumbia boliviana” en un buscador de internet, la información que aparecía era bastante escasa y muy desordenada, porque nadie hasta ahora ha trabajado en sistematizar y recabar el conocimiento y la historia de este género en Bolivia. Hoy, si usas esos mismos términos de búsqueda, lo primero que sale es el tema del Bonny.
Evidentemente, hay un trabajo consciente y pagado de SEO (search engine optimization), de promoción en plataformas de streaming, de relaciones públicas y manejo de redes sociales y Ads del que nadie está hablando.
Constantemente tengo la sensación de que en nuestro país queremos seguir viviendo del pensamiento mágico. Queremos seguir fingiendo que el éxito de una carrera musical depende del talento innato, de la suerte y de Dios. Y el hecho de que los artistas quieran mantener su mística, haciendo como que todo su éxito es un regalo del universo y de sus fans, en mi libro, los tiñe de un ligero aura de farsa.
Nunca he escuchado nada bueno de instituciones como Sobodaycom (tema que dejaremos para explorar en una próxima entrega). Hay artistas y músicos legendarios que abiertamente dicen que no confían en esas instituciones, que nunca han hecho nada por ellos, que nunca les han pagado, pero que por tener un seguro de salud, no les queda otra que asociarse.

La música puede ser un negocio extremadamente lucrativo. Aun así, muchos de nuestros grandes músicos terminan en condiciones de pobreza y soledad que parten el corazón. Ni siquiera las bandas más grandes de Bolivia se han librado de tener problemas legales hacia el exterior. El desorden en la maquinaria estatal y en el ámbito musical y la ausencia de profesionales versados en temas de music business ha hecho que una buena parte de la historia de nuestra música nos sea arrebatada.
El artista boliviano tiene que trabajar en sus heridas con el dinero, los negocios y el ámbito legal. Hay una idea de que el negocio musical es Satanás. Y en cierto punto es verdad. Pero qué tal si en vez de evitar ver todo lo malo que ha pasado en la historia de la música (el modus operandi del music business mundial hoy en día ya es bastante evidente) los músicos bolivianos nos capacitamos en temas legales, en temas de negocios, y en todas las áreas que competen a la parte más fría de la estructura y el backbone de este negocio.
Es muy difícil que alguien se aproveche de ti, si conoces el terreno que estás transitando, y siento que una de las labores de los músicos que tienen visibilidad en el exterior y que inclusive ya han firmado contratos con major labels (principales sellos discográficos), es compartir abiertamente cuál ha sido el trabajo necesario para llegar a donde están. Fabio Zambrana tiene un libro acerca de estos temas y al charlar con él me di cuenta de que, en nuestro país, el rechazo que uno recibe por hablar del negocio musical es implacable.
Te puede interesar: Terminal de El Alto inicia operaciones con verbena y grupos como Bonny Lovy
El pensar que la música es “amor” y que la plata le “hace daño” al arte está destrozando una cantidad ridícula de talentos y carreras, simplemente por el hecho de no querer afrontar la realidad de manera más fría y profesional. No es necesario que el músico haga todo, por más que en ciertas etapas el presupuesto te obligue a hacerlo. Se tienen que crear planes de negocios, equipos de trabajo, definir roles y labores claras, así como buscar la manera de generar proyectos que a largo plazo puedan ser autosustentables y rentables.
Una campaña de promoción en playlist de Spotify tiene un precio básico de 100 dólares y un alcance mínimo de 7 playlists y 500 escuchas. Una campaña de 2.000 dólares te da la posibilidad de tener 150.000 plays. Sí, los números y las escuchas se pagan, no específicamente a la gente que escucha porque en ciertos casos eso también puede jugarte en contra, sino que usualmente es necesaria una gestión ante los curadores de dichos playlists. Mientras más grande el playlist, los presupuestos tienden a incrementarse y la relación con dichos curadores tiene que ser más cercana. Esto no es nuevo, en la época de la radio sucedía exactamente lo mismo.
En plataformas como YouTube los precios son muy parecidos. 100 dólares por 2.000 views, y 2.000 dólares por un máximo de 300.000 views.

TikTok es una plataforma muy útil si no tienes presupuesto para promoción. Tienes que estar dispuesto a trabajar arduamente creando un volumen grande de contenido, y probando distintos estilos hasta dar con lo que funcione para ti, tu música y tu público. De todas maneras, si tienes 4.000 dólares, se pueden lograr hasta 3 millones de vistas en TikTok, lo que ayuda a dirigir el tráfico a la plataforma que tú elijas, posteriormente.
Facebook e Instagram son espacios que lucran con los Ads. Es necesario invertir dinero en ellas si quieres superar el techo que las mismas plataformas le ponen al tráfico de tu contenido. Es por eso que, en general, es bien difícil competir con artistas que tienen por detrás sellos grandes y presupuestos holgados. El dinero no está en el artista ni en la producción misma. La mayor cantidad de presupuesto está enfocada en el marketing y en la promoción de una canción.
De todos los países sudamericanos donde he vivido, el nuestro es el único que todavía no vence sus taras con el negocio musical. Es necesario profesionalizar nuestro mercado, capacitar gente que se haga cargo de la parte más “aburrida” de hacer música, y también capacitarnos como artistas y músicos no solo a nivel técnico, sino también a nivel legal y económico. Es imperativo desmitificar el tránsito profesional musical, y dejar de tratarlo como si fuese algo especial o divino. Es una profesión como cualquier otra.
Hay un montón de músicos en el mundo (que no son famosos ni están virales en TikTok) que, con la información correcta y con planes claros y metas específicas, logran tener una vida cómoda como la que tendría cualquier adulto que se mueve en una profesión liberal.
Exhorto a nuestros músicos, sobre todo a los más famosos y a los que tienen relaciones directas con el negocio musical mainstream, a que dejemos de lado la mezquindad que ha caracterizado a nuestro país y a nuestro medio por años, y que juntos, construyamos un mercado laboral digno para toda la gente que viene detrás.
¡Que sea cumbia!
Texto: Juan Ustárez
Fotos: Archivo La Razón, Freepik y facebook Bonny Lovy