Sunday 1 Oct 2023 | Actualizado a 12:37 PM

Matilde, la sembradora de fueguitos

Matilde Casazola pasó cuatro días en La Paz. Recibió un hermoso homenaje del colectivo Nosotras Somos, leyó su poesía, cantó y calentó la fría noche paceña

/ 21 de mayo de 2023 / 06:07

Matilde extraña su guitarra cuando viaja. Tuvo una duda hace unos días: meter más ropa de abrigo o meterla a ella, de nombre “Estrella”. En la cordillera había caído una nevada, ella se queda en la casa de las rosas, esperando(la). Cuando pasa cerca del Illimani, en el vuelo Sucre-La Paz, el “Tata” está escondido detrás de las nubes y la enigmática niebla. “Debe estar enojadito”, piensa Matilde. De repente, todo se abre. Esa mañana el Illimani deja su enfado a un costado. Matilde está de regreso en la ciudad. “Las montañas nos hablan, solo hay que saber escuchar”, me dice toda convencida.

Matilde Casazola cree que La Paz de antaño tenía más poesía. Camina el centro para reconocer los viejos lugares donde fue feliz de la mano de un viejo amor. Baja con cuidado las empinadas calles y sus resbaladizas gradas. Se cae. No es nada grave. Tratando de mirarlo todo, de captar el último detalle evaporado, rueda para abajo en una cuesta del carajo. Está alojada en San Pedro (“un barrio que todavía conserva su ajayu”); en la casa de una querida amiga que ya partió, la pintora orureña Haydeé Aguilar Fuentes, la que ganaba todos los premios en acuarela en los años setenta.

Matilde aprovechará sus cuatro días en La Paz para encontrarse con amigos y amigas. Hace años que no ve a Emma Junaro. “Ella es la primera que hizo un disco con mis canciones”. La verá el viernes doce por la noche en el concierto del colectivo Nosotras Somos. La escuchará cantar dos de sus más hermosas canciones. Tomará cafecito con Luis Rico, se encontrará con su editor, Marcel Ramírez. Almorzará el sábado con las chicas del homenaje en casa de Sibah, brindará con ellas. No verá a una querida vecina del barrio con la que compartió exilio en Francia, Silvia Peñaloza, otra gran pintora. La próxima será.

La Casazola alista nuevo disco y libro. Sabe que nadie lanza ya canciones en álbum pero reivindica ese antiguo hábito de poner un disco y sentarse a escucharlo, tema por tema. El nuevo trabajo no tiene nombre aún. “Es como bautizar a una wawa, tengo varias alternativas”.

Lo que sí puede adelantar son los títulos de dos canciones inspiradas en mujeres bolivianas: Domitila y Aguerrida mujer (en homenaje a Juana Azurduy). La primera es una cueca. La ha cantado solo una vez. Fue en presencia de la gran Domitila Barrios. “Fue después de tumbar la dictadura de Banzer con su huelga, no me acuerdo donde fue pero estaba Anita Romero. Nunca la grabé, ni siquiera la canté de nuevo. Nunca volví a ver a Domitila”.  Estarán también sus primeras canciones que nunca grabó: la zamba Flor de romero y el yaraví Cinco lágrimas.

Matilde se pone nostálgica en esta noche de domingo en la confitería Eli’s del Prado, otro lugar de su ciudad del recuerdo. Se acuerda de los viejos amigos y amigas de la Peña Naira de Pepito Ballón, de Ricardo Pérez Alcalá, de Inés Córdova, de Lorgio Vaca, de Ernesto Cavour, de Violeta Parra y del gran amor de su vida, Gilbert “El Gringo” Favre.  De “la Violeta”, recuerda —más de medio siglo después— sus faldas anchas, su rostro libre de maquillaje, su tez morena de brava gitana, su voz profunda. A ratos, cuando escucho a la Matilde (“Pochita”, para los amigos), me parece oir de nuevo a Violeta. Mujeres de fuego, que diría Silvio.

El libro que va a presentar en la feria de agosto en La Paz es el tercer volumen de sus obras completas en poesía, bajo el sello de 3600. Incluye poemarios agotados. Son cinco: La carne de los sueños, Jardín de claroscuros, Moradas transitorias, Las catedrales subterráneas y Estampas, meditaciones, cánticos, este último de prosa poética.

Matilde (aún) escribe a mano. Ya (casi) nadie lo hace. Antes, lo pasaba a máquina de escribir; ahora lo hace a la computadora. Tiene cuadernos gruesos llenos de poesía. Es una vieja costumbre familiar. Su mamá Tula también tenía uno. Matilde lo leía a escondidas; así descubrió la obra del catalán Jacinto Verdaguer. Ha musicalizado uno de sus poemas para el nuevo disco, junto a un soneto de Carlos Murciano, un poeta amigo andaluz/gaditano, vivo aún con sus 91 años.

En la mañana del viernes, en el día del concierto/homenaje, Matilde aprovecha para estar en el hall del Ministerio de Culturas para el lanzamiento del videoclip de Rosario Peredo y las Jatun Waritas del tema de Willy Claure Desde el jardín de la Casazola, grabado parcialmente en su casa de Sucre. Matilde no le dice que no a nadie.

Por la noche, el tributo arranca en el Cine Municipal 6 de Agosto con una interpretación colectiva de Cuento del mundo. En el escenario están las cinco mujeres (solo falta Emma) de Nosotras Somos: Sibah, Tere Morales, Marisol Díaz Vedia, Valeria Milligan (“Imilla”) y Alejandra Pareja.

La primera solista es Marisol. Cantará tres temas: el huayño Anochecer (“Camino del monte yo me iré / la luna allá arriba comienza a brillar, / los cerros azules parecen sonar, / botitas de sombra, gotitas de sol, / yo no te he olvidado, siempre ando con vos”); Si has dado tu corazón; y el bailecito Yo cortaba las flores. Marisol se confiesa: “Matilde ha forjado nuestro camino con su poesía y su ejemplo”. La homenajeada —que viste de negro con una linda chalina sobre su cuello— se levanta para agradecer. Lo hará incontables veces. Perderé la cuenta de las veces que se levanta y se sienta en su butaca de primera fila. Hay huecos vacíos en los asientos reservados a las “autoridades”.

La “Imilla” canta El milagro y La sonrisa de piedra. Sibah, una de las organizadoras, está conmovida y pide que Matilde cuente una anécdota alrededor de ese bailecito llamado El lucero de tu pecho. Ha servido ese tema para parir otro suyo, Fuerza de luz. La octava del tributo es Viento pasajero. Sibah repite esta estrofa: “Ay, cariño engañero, / fuiste viento pasajero, / árbol en sol parece eterno / pero es cierto que hay un invierno”.

La novena es Rosa de tiempo. Sibah se la dedica a su madre Betty, presente en la tocada (y a todas las madres y mujeres). “Pueden sacar pañuelitos”. El instrumental Descanso en el arroyo es ejecutado con maestría por el joven charanguista Álvaro Quisberth. El ensamble dirigido por la pianista Melanie Lagos (con Jocelyn Alarcón en el fagot, Tefa Mariscal en la batería, Andrés Herrera en la guitarra, Víctor Aliaga en el saxofón y el maestro Einar Guillén en el piano) está a la altura del sentido homenaje.

El intermedio sirve para que Matilde suba por primera vez al escenario del 6 de Agosto. Recibe un ramillete de flores. “Estoy feliz, esto es una emoción hermosa para mi obra, para mi poesía. Ustedes son parte de mi canto”. Recita el primer poema, su primer poema que no tiene título, aunque sea conocido como A veces quisiera. Habla Matilde y todos escuchamos: “A veces quisiera perderme en el viento / y que nada quede de mí / pero bajo mi ventana / un hombre silbando que pasa / me corta las alas del sueño. / Y pienso que es bueno quedarse / que soy en la tierra / mejor que volando en el viento / y pienso que puedo dormir en tus campos / que puedo llorar por tu llanto / y bordar cascabeles de lluvia / al tomar la guitarra en mis manos”.

El presidente de los residentes chuquisaqueños en La Paz hace entrega de un reconocimiento. Y Matilde regala otro poema, es su primer poema. Lo dice de memoria. “Me acuerdo de todos los poemas de mi adolescencia. Mi vida ha sido invadida por la poesía, desde niña; es un mundo que me encanta habitar, es un alimento que me acompaña”, me va a decir dos días después tomando un jugo de papaya con brazo gitano en el Eli’s. La señora que la atendía hace medio siglo ya no trabaja en la confitería. Matilde chequeará de reojo a Humphrey Bogart cuando nos vayamos.

Entre el público del homenaje hay viejos amigos (Cergio Prudencio, que también ha musicalizado sus poemas, entre ellos) y espectadores de todas las edades, regiones, gustos musicales y clases. Matilde une a todo el pueblo boliviano. Matilde es Bolivia con sus cuecas, bailecitos, taquiraris, vals y huayñitos. “El mejor pago que una puede recibir es el abrazo de la gente, ver gente llorando con tus canciones”.

Tras el descanso, donde nadie se mueve de su asiento, Alejandra Pareja—joven y talentosa soprano— canta Detrás de la niebla y Quimera. Con Tere Morales sobre las tablas, la temperatura se eleva, afuera hace frío. ¡Qué bueno que Matilde trajo ropa de abrigo! Mi corazón en la ciudad, el taquirari De tu hermosura y La estrella nos ponen a todos a dar palmas con el corazón. “He visto muchos hombres arrastrándose en la senda / cansados de pelear y de esperar / el sol de la justicia y la verdad / he visto muchos hombres abrazados a su sombra / mordiendo amargo pan/ yo le dijera, hermano yérguete / acá tienes mi mano, apóyate”.

Cuando irrumpe Emma Junaro en el escenario, ya estamos todos derretidos de cariño. “Para mí, Matilde es el amor, ese amor audaz y valiente que en su tiempo se atrevió a romper esquemas, a abrir una puerta, por la cual tiempo después me tocó pasar de la mano de Fernando Cabrera y hacer ese disco que mirándolo en la distancia, realmente para ese tiempo, fue un atrevimiento. Matilde es la semilla, el jardín, las flores. Estamos viendo florecer ahora lo que es el trabajo, la verdad y la sinceridad, el amor; no hay otra palabra”, dice la Junaro antes de atacar Tanto te amé”y Como un fueguito. Amor y desamor son las caras de la misma Matilde.

El público que llena el cine/teatro municipal se conmueve con las dos interpretaciones. Guarda un silencio que sobrecoge, algunos filman con sus celulares. Emma Junaro, de impoluto traje largo blanco y lentes, acompaña su voz con la mano izquierda como batuta. Matilde se vuelve a parar y lanza besos.

Entonces las seis mujeres (Emma, Sibah, Alejandra, Marisol, “Imilla” y Tere) junto a Matilde cantan De regreso. Antes Sibah y Tere Morales le han regalado/colocado un lindo poncho color vicuña con reborde tejido de blanco, como ese Illimani que se abrió ante su presencia cuando llegó. Después, Matilde habla emocionada hasta las lágrimas: “Yo creo que tengo el privilegio del sembrador, de ver como va creciendo su trigo, su maíz, su papita. ¡Qué maravilla poder ver mis versos, escuchar estas canciones de cada una de ustedes y de todos estos músicos maravillosos que me han hecho pasar una noche inolvidable junto a todos ustedes! Es un privilegio poder ver crecer estas bellísimas flores y decir: algo había sembrado”, dice nuestra Matilde.

Cuando arrancan los primeros acordes y letras (“Desde lejos yo regreso / ya te tengo en mi mirada / ya contemplo en tu infinito mis montañas recordadas…”), el público se levanta, algunos lloran. Cuando una canción es asumida por la gente, cuando una letra y unos acordes parecen contar tu historia, la tuya, la de muchos, esa canción se vuelve inmortal. Ya no es de Matitlde, es del pueblo. “Yo no logro explicarme con qué cadenas me ata / con qué hierbas me cautivas dulce tierra boliviana”. El “lara laira larara” es entonado por cientos. “Esta canción la llevo siempre en el alma, siempre estaremos regresando a nuestra Bolivia. Muchas gracias a todos”.

Cuando algunos ya huyen hacia sus casas, Matilde no se resiste a bajar y toca La espina, un huayño. Es el colofón perfecto para una noche hermosa de amores y agradecimientos. Matilde toma una guitarra que no es suya (es la de Andrés Herrera), no la afina. La hace suya en unos segundos. Su voz es un portento, su rasgueo intimida. Usa la guitarra como percusión, toca con el alma. Nos canta lo que quiere y lo que no quiere. Nos dice dónde desear escapar. “Ay, palomita viajera, si tuú supieras de mi gran dolor / volando me llevarías hasta donde está mi amor / hasta donde está mi amor”, termina susurrando. El 6 de Agosto se cae, se muere de ternura. Afuera ya no hace tanto frío. Matilde, la sembradora, ha calentado esta noche gélida de mayo con sus fueguitos. Tanto te amamos.

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Bolibar se escribe con ‘B’

Un viaje por la historia bolivariana y una visita a la casa natal de los ancestros de Simón Bolívar en el pueblo vasco de Bolibar, a 50 kilómetros de Bilbao.

Un viaje a las tierras de la familia Bolibar

Por Ricardo Bajo Herreras

/ 1 de octubre de 2023 / 07:18

Esto no es una crónica sobre el descenso del club Bolívar en diciembre del 64. Esto va a ser un viaje. Un viaje en el tiempo hasta la casa natal de los ancestros del Libertador. Bolíbar (con dos “bes”) es un pueblo vasco, a las faldas del monte Oiz. Está a 50 kilómetros de Bilbao y tiene 300 habitantes. La tranquilidad de esta mañana de septiembre solo se ve alterada por la llegada —a cuenta gotas— de peregrinos que van camino de Santiago. Paran en el bar de la plaza y toman un cafecito con “pintxo” de tortilla de papa para reponer fuerzas. Entran a la iglesia renacentista de Santo Tomás y se persignan delante de la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela. Algunos visitan el Museo Simón Bolívar. Y luego siguen caminando. 

Beñat Ibaibarriaga abre el museo todas las mañanas entre las diez y la una del mediodía. Fuera hay un busto de Bolívar subido a un alto pedestal desde donde se ve el horizonte. El Libertador siempre supo hacia dónde mirar. El museo está donde antes estaba el “baserri” (caserío) de los Rementería (“errementari” significa herrero en euskera, la lengua milenaria de los vascos). Es la casa familiar de Simón Bolibar, el Viejo. El que viajó con boleto de ida hacia el continente americano en 1588. 

Por las leyes/tradiciones viejas de los vascos, el primogénito heredaba la casa solar, el segundo se metía cura y el tercero partía hacia otros mundos. A buscarse la vida. Hace cinco siglos no había pasaportes, ni visados, ni fronteras, ni deportaciones. Solo ganas de vivir (mejor). Como ahora. 

La enseña boliviana entre las de los países que consideran a Bolívar como su Libertador.
La enseña boliviana entre las de los países que consideran a Bolívar como su Libertador.

Simón Bolibar, el Viejo, no apellida Bolibar. Su verdadero apellido era Ochoa de (la) Rementería. Los cambios de apellidos no son de ahora, ni de antes de ayer. Venimos desde hace siglos abandonando apellidos propios y adoptando ajenos. Y lo hacemos por las mismas “razones”: supuestos prestigios, discriminaciones de antaño, racismo, complejos de subida y autoestimas de bajada. Nos hacen creer que eso es lo mejor para los que vendrán. 

El abuelo y el padre de Simón Bolibar el Viejo abandonan el apellido Ochoa en las primeras décadas de 1500. Así lo cuenta el historiador vasco Manuel Llano Gorostiza en su libro “Bolívar en Vizcaya” (1976, Banco de Vizcaya, Bilbao). Los Ochoa vivían en La Puebla de Bolívar y trabajaban el hierro en un taller. Los Bolibar Jauregi eran la familia noble del lugar; tenían casa torre (“jauregi” significa palacio en euskera) y trabajaban la tierra. Eran la envidia del pueblo. Quién pudiera apellidar como ellos.

Desde la noche de los tiempos, los caseríos de los vascos tienen un sol adornando la fachada frontal. Son los “lauburu” (cuatro cabezas, como los cuatro “suyus”). Son símbolos/ofrendas al “Eguzki”, al dios sol para que la “Ama Lurra” (madre tierra) devuelva cosecha abundante. Los apellidos de los vascos son toponímicos; el lugar de la casa del padre marca el apellido. Bolibar viene de “boli, bolu” (molino) y de “ibar” (vega). Un simple molino de trigo y maíz a la orilla de un riachuelo que baja del monte. Hoy una rueda de piedra, cansada de moler, reposa no muy lejos del solar del Libertador. Olvidada pero orgullosa de su brillante pasado.

En la segunda planta del museo, la poeta rumana Elena Varesco ha dejado escrita estas frases en un cuadro: “Bolívar, pradera de molino en lengua vasca. Molino que supo moler trigo de gloria y dar a los pueblos pan de libertad”. Junto al poema, las banderas de los seis países bolivarianos (incluida la boliviana); entre ellas, la “ikurriña” (la bandera vasca).

El viejo Bolibar —tras pasar 15 años en la isla de la Española (actual República Dominicana y Haití)— parte a Caracas donde funge como secretario de la Real Audiencia de Indias. Es en la nueva capital de la provincia de Venezuela donde el primer Bolibar, ya procurador al servicio de la monarquía de Castilla y Aragón, cambia la segunda “B” vasca del apellido por la castellanizada “V” (en euskera no existe la “V”).

Van a pasar 300 años para que un Bolívar regrese a Bolibar. Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios, el futuro Libertador, nace en Caracas el 24 de julio de 1783. Lleva el mismo nombre que su ancestro vasco. Es una vieja tradición de la familia. 

Estamos en el Año del Señor de 1799. El joven Simón tiene apenas 17 y está a bordo del navío San Ildefonso bajo el timón de don José de Uriarte y Borja, oficial de la Marina Real. Salen del puerto de la Guayra en enero. Burlan un bloqueo inglés a los 27 días de haber perdido de vista el Morro de La Habana. Desembarcan en Santoña, cerca de Bilbao, donde Simón descansa para llegar a Madrid, destino final.

Bolívar pertenece a una familia tradicionalmente acaudalada de altos funcionarios al servicio de la colonia. Tiene título de Marqués y Vizconde. Ha hecho de adolescente la carrera militar en el ejército colonial, es Subteniente de Milicias. Nada hace vislumbrar lo que está a punto de ocurrir. Ni siquiera el propio Simón se lo imagina.

En Madrid se aloja en casa de unos parientes, los Palacios que caen pronto en desgracia ante la Corte. Pasa a ser tutelado por un paisano caraqueño avencidado en la capital, el Marqués de Ustáriz, don Bernardo Rodríguez del Toro. Simón conoce —después de varias aventuras amorosas en los Madriles de la época— a la hija del Marqués, María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza. Llegará el amor, será un amor de fuego. Simón Bolívar amará siempre así, locamente. No sabe entregarse de otra manera. 

Estamos ahora en 1801. Cuando la familia de ella parte a Bilbao por negocios, Simón agarra una diligencia y emprende camino al norte. Va detrás. Va por Teresa, va por esa pasión irrefrenable que le brota por los poros. Vivirá un año y un mes (del 20 de marzo de 1801 al 29 de abril de 1802) en Bilbao, País Vasco. 

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Simón lo hará en la calle del Matadero, en pleno Casco Viejo, junto a las viejas Siete Calles de la ciudad que por aquel entonces apenas tiene 10.000 habitantes. Teresa no vivirá lejos, tiene una hermosa casa con balcón en la calle del Correo. Hoy dos placas (una vieja en piedra y otra moderna) recuerdan a los caminantes que quieren leer que en la calle enfrente al Matadero vivió el hombre/Quijote que libertó América contra los gigantes de la monarquía española. 

Desde su casa bilbaína, Bolívar ve pasar a los mozos corriendo delante de los toros que salen desde la plaza de la Basílica de Santiago. Esos encierros improvisados se harán famosos siglos después en la vecina ciudad de Pamplona/Iruña con sus fiestas en honor a otro santo, San Fermín.

Estatua de Lola Martínez y pintura de Manuelita Saenz

En Bilbao, Bolívar trabaja en negocios de importación de cueros curtidos y del apreciado cacao de Caracas. Profundiza su formación intelectual. Camina las calles del Casco Viejo. Se mira en los ojos de Teresa. Ambos empanadean frente a la “Fuente del Perro” (Txakurraren Iturri), inaugurada en 1800 con el nombre de “Chorros de San Miguel”. 

Para mantener en la memoria este primer idilio de amor de Simón y Teresa, de Teresa y Simón, muchos años después, en el centenario de la batalla de Ayacucho, las muchachas de Bilbao colocarán flores en el balcón de la calle Correo donde Teresa esperaba a su novio. Así lo recordaba Pedro Mourlane Michelena en el periódico El Liberal en agosto de 1927.

La joven pareja de enamorados acude al teatro, a las corridas de toros, a los frontones de pelota vasca, a la ópera que llega de Italia y a los bailes de danzas vascas que todas las tardes de domingo amenizan el famoso Paseo/Muelle del Arenal a dos cuadras de sus casas.

Simón comienza a interesarse por su pasado, rastrea su estirpe. En uno de sus viajes a Francia, visita el solar de sus antepasados. No se imagina todavía que dos siglos después tendrá un busto suyo a la entrada de la casa colocado en un alto pedestal. Se para delante de la piedra del molino.

La entrada al museo y el busto de Simón Bolívar

Gracias a las amistades que hace y gracias a los libros de los revolucionarios franceses, Bolívar se hace independentista en Bilbao. Acude sagradamente a la tertulia de los enciclopedistas en la casa de Antonio Adán de Yarza, sita en la calle Bidebarrieta, hoy Archivo y Biblioteca Municipal. En la casa hay un pasadizo secreto que conduce al salón de los libros prohibidos. El joven Bolívar lee en la clandestinidad a Voltaire, a Montesquieu, a Rousseau… Igualdad, libertad, fraternidad.

A la tertulia acuden, entre otros, un peruano: Mariano de Tristán de Moscoso, coronel, natural de Arequipa, padre de Flora Tristán y bisabuelo de Paul Gaugin. Otro de los tertulianos, el vitoriano Valentín Tadeo de Foronda escribe en su libro Carta a un Príncipe que tiene Colonias a distancia: “es mejor dar de buen grado las colonias que un día nos quitarán por la fuerza”. El Libertador siempre supo con quién juntarse.

Tras pasar año y un mes en Bilbao, Simón y Teresa regresan a Madrid donde se casan en la barroca iglesia de San José, sita en la calle de Alcalá. Ella —“joya sin defectos, valiosa sin cálculo”, como la llamaba Bolívar— tiene 20, él 19. La pareja viaja a Caracas. A los ocho meses muere ella tras contraer fiebre amarilla (paludismo) en Venezuela. “Si no hubiese enviudado, mi vida quizás hubiera sido otra”. Así se lo contó Bolívar a su edecán Luis Perú de Lacroix. Miguel Unamuno, escritor bilbaíno de la Generación del 98, contaba: “es evidente que la muerte de su Teresa, su Dulcinea, lanzó a Bolívar, el rousseauniano, a su vida de heroísmo público, fue la gran sacudida que despertó su alma civil”.

Un poema dedicado al Libertador

Estamos en 1927. Nivardo Pina, cónsul de Venezuela en Bilbao, encarga al arquitecto vasco Pedro de Ispizua Susunaga un monumento en honor a Simón Bolívar. Será colocado en la plaza del pueblo de sus ancestros. No será una estatua a caballo. Será un monolito de piedra, respetuoso del entorno.

Tendrá un bajorrelieve en bronce con la efigie del Libertador y las ruedas de molino que dieron nombre a la estirpe. En los costados tendrá unas inscripciones en euskera: “Emen 1527’garren urtean yayoiko Bolibar’tar Simon arduraduna’k Amerika’n Bolibar’tarren oñetxea irasi eban” (El Procurador Simón de Bolíbar nacido aquí en 1527 echó en América las raíces de los Bolíbar). Al otro lado lucirá esta leyenda: “Antzinako sendi euskotar onek Bolibar’tar Simon argiratuaz bere bizmen indarra erakutsi eban” (Esta antigua familia vasca demostró su vigorosa fuerza dando al mundo a un Simón Bolívar). 

En el fronstispicio figurará la siguiente inscripción en castellano: “Simón Bolíbar, a quien reconocen por padre de la patria Venezuela, Perú, Ecuador, Panamá, Colombia y Bolivia. Venezuela, presidida por el General J.V. Gómez a la Puebla de Bolívar”. La palabra Bolivia hoy está desgastada y le faltan algunas letras. 

En agosto de aquel 1927 el representante diplomático boliviano acude —junto al resto de delegaciones bolivarianas— a la solemne inauguración del monolito. Hay misa solemne al aire libre. “Ocho dantzaris bailan el rito ancestral de la espadantza ante el rostro de Bolívar con los agridulces notas del txistu indígena”, dice Llano Gorostiza en el citado libro. 

La Banda de Música de la alcaldía de Markina y los niños y niñas de las escuelas estrenan el Himno a Bolívar en euskera y castellano con letra de Vicente Batiz y Luis Martínez de Maturana y música de Francisco Ugartechea, hermano de don Domingo, párroco de la Puebla de Bolívar. ”Bere izena idatzik dago eguzkian ta illargian; Bolibartarrak be idatzi ta irarri dabe bihotzian”. (En la querida tierra de Bolibar, su nombre está escrito en el sol y en la luna, los bolivarianos lo han escrito en sus corazones).

La canción será grabada en varios países; la Unión Panamericana en Washington la editará y la distribuirá por infinidad de centros escolares norteamericanos. Incluso la banda de música de la Academia Militar de West Point interpretará la partitura. 

En la misa al aire libre, se escucha como sermón la Oración Bolivariana del Padre Carmelita Fray Hipólito de Larrakoetxea. “Somos la mayoría de los hombres, pequeños, rastreros, así en nuestros ideales como en nuestras empresas. Los valientes, los héroes, los magnánimos y los de corazón generoso son muy pocos y solo en contadas ocasiones aparecen en el mundo. Difícilmente llega a tener un pueblo uno solo de estos hombres en cada siglo. Pues bien señores, nosotros, los pequeños y rastreros, tenemos la necesidad de recordar a estos hombres grandes y apoyarnos en ellos sino queremos perecer en nuestra pequeñez y miseria. (…)

“El pueblo vasco tiene, no uno que otro, sino muchos varones grandes e insignes. Los héroes de otros pueblos tienen con frecuencia empañada su gloria con las lágrimas y sangre de otros pueblos a quienes han oprimido y martirizado. Si aparecen grandes, si su figura aparece en alto, constituyen su pedestal millares y millares de cadáveres. No son de esa especie nuestros grandes hombres. Los vascos, nuestros héroes, jamás han querido elevarse sometiendo, oprimiendo a los demás. 

“Si son grandes lo son por sus méritos, por su rectitud. Tal fue el hombre que hoy honramos, el insigne Bolibar. La raíz principal de su grandeza y fama es la de haber dado vida libre e independiente a tantos pueblos de la dominación extranjera, de la dominación española. Si uno es amante de su libertad y al mismo tiempo de corazón recto y generoso, querrá también para los demás lo que tanto ama para sí. Vosotros, los bolibartarras, sus paisanos , recordadlo constantemente a la vista de este monumento, imitad sus virtudes, su hazañas, su amor a la libertad y a la patria”. 

Plaqueta conmemorativa e ‘Himno a Simón Bolívar’

En 1955 el gobierno de la República de Venezuela entregó como regalo al pueblo de Bolívar una nueva escuela, una imagen de Nuestra Señora de Coromoto para el pórtico lateral de la iglesia de Santo Tomás y un frontón de pelota vasca, formador desde entonces de leyendas de la cesta punta (“jai alai”), como el pelotari Txikito de Bolívar. 

A la entrada de Bolibar un nuevo monumento recibe hoy a los peregrinos que gota a gota pasan por la mitad del pueblo, rumbo a Santiago. Es una obra del escultor Mikel Lertxundi, inaugurada en 2015. Se llama “Hiruko” (Triada). La inscripción dice así en euskera, castellano e inglés: “Harria-Oinarria-Herria (Piedra-Base-Pueblo); Burdina-Ekintza-Lana (Hierro-Acción-Trabajo); Egurra-Emaitza-Fruitua (Madera-Resultado-Fruto). Simón José Antonio Bolívar, piedra, hierro y madera, la Santísima Trinidad.

La entrada del museo dedicado a Simón Bolívar en Bolibar.
La entrada del museo dedicado a Simón Bolívar en Bolibar.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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Juan Mayta ¿Abstracto andino?

El artista paceño mostrará su trabajo en la exposición ‘Atmósfera’ en la galería de arte Altamira hasta el 17 de octubre

/ 1 de octubre de 2023 / 07:10

Poca es nuestra experiencia y nuestro acercamiento al abstracto, más allá de la obra de grandes maestros que marcaron una profunda huella. Como galería, siempre nos hemos considerado más cercanos al arte figurativo.  Pero algo en la obra de Juan Mayta —que exhibe actualmente la muestra Atmósfera, que estará abierta hasta el 17 de octubre en la galería de arte Altamira (calle José María Zalles Nº 834 – bloque M-4, San Miguel)— fue de a poco conquistando nuestros sentidos y nuestro gusto por su trabajo —siempre vinculado a la magia de las montañas y a las inmensas planicies del altiplano— ,serán tal vez las texturas o las veladuras que de a poco toman su obra por asalto.

A decir de la doctora en Historia del Arte, Margarita Vila, “los sutiles planos geométricos en los que el artista organiza el espacio pictórico evocan sus construcciones en constante expansión, poblando el horizonte de recortadas líneas a expensas de una vegetación que desaparece a ritmo acelerado de sus laderas. Como antes hicieron Klee y otros diseñadores de la Bauhaus, su acercamiento a la ciudad es sutil y a la vez riguroso en materia cromática y compositiva. Bermellones, terracotas, resonantes azules y suaves ocres se extienden en planos rectangulares en los que delicados difuminados se orquestan con pinceladas muy definidas y cuidadísimas texturas en una obra preciosista en sus cualidades formales y evocativa en su capacidad para sugerir la esencia humana…”.

OBRAS: JUAN MAYTA

No creemos equivocarnos al pensar que el artista sigue con su mirada el trabajo del gran Alfredo La Placa. Y si algo nos enseña la vida es que la obra de los grandes está hecha para admirarla, seguirla y, como un homenaje, acercarse a ella en técnica y contenido.

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EL ARTISTA

Juan Mayta nació en La Paz en 1980, donde actualmente radica. Estudió la carrera de Artes en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Egresó con mención en pintura y grabado de la carrera de Artes Plásticas de la Universidad Nuestra Señora de La Paz.

Ganó el premio en Grabado del Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz, 2023), el primer premio en escultura en Salón 14 de Septiembre (Cochabamba, 2020) y el premio único en pintura y escultura del mismo Salón en 2019.

‘Atmósfera’, de Juan Mayta, se puede visitar en la galería de arte Altamira.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Juan Mayta

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Il Falco Desde Italia, con amore

“Especialidades Italianas a precios bolivianos”, es decir, pizzas y pastas de muy buena calidad a precios justos y competitivos.

Por Fernando Cervantes

/ 1 de octubre de 2023 / 06:48

Crónicas gastronómicas

Soldado de la paz: Lucio Rosati llegó a Bolivia en el año 2002, cumpliendo un voluntariado de servicio civil a la patria, una alternativa que tienen los italianos que decidieron no realizar el servicio militar debido a sus convicciones pacifistas. Años después, este oriundo de Pésaro (una localidad en el centro de Italia) enamorado de Bolivia y de su gente, abrió Il Falco (“El Halcón”, traducido al castellano) y es entonces que desde el mes de agosto de 2006 su premisa es la de ofrecer la mejor relación calidad–precio de la ciudad, haciendo honor a su lema “Especialidades Italianas a precios bolivianos”, es decir, pizzas y pastas de muy buena calidad a precios justos y competitivos.

Seguramente muchos recordarán con nostalgia los sabrosos momentos vividos en este restaurante cuando se encontraba ubicado en la avenida Arce. Actualmente se encuentra en la calle Fernando Guachalla Nº 452, en la planta baja del edificio Guachalla, entre la Sánchez Lima y la 20 de Octubre, en el barrio de Sopocachi, a unas pocas cuadras de su anterior dirección.

 En cuanto a sus precios, como para hacerse una idea, un plato de gnocci a los cuatro quesos (quattro formaggi) está Bs 40, unos ravioles al pesto a Bs 35, un spaghetti a la carbonara a Bs 35 o un delicioso y aclamado postre llamado tiramisú, se puede pedir por Bs 15. Hablando de postres, mi favorito del lugar es la panna cotta, un excelente clásico de la repostería italiana que también está a 15 pesitos y que además es uno de los postres más apreciados del mundo.

Otra particularidad de este restaurante es que su pizza sale en formato no solamente redondo si no también cuadrado (recomiendo pedir especialmente la hawaiana, con abundante piña). Las opciones vienen en tamaño personal o familiar y hay diversidad de sabores, como la de prosciutto (con jamón y salsa de tomate); la de peperoni con extra queso y salame; la matriciana (tocino, cebolla y morrón); la formaggio sottile con queso criollo, roquefort, muzzatella y parmesano, o la buona, a base de morrón, aceitunas negras y champiñones.

Hoy por hoy Lucio tiene un asistente de lujo: Carlos Fernando, su pequeño hijo, quien junto a su mamá, Andrea, colaboran en todos los detalles para que la experiencia de los comensales en este lugarcito italiano de Sopocachi sea memorable. Un detalle más a considerar: al finalizar la comida, se puede pedir como cortesía un limoncello, un licor típico de Italia basado en la cáscara de limón que se toma frío y que es ideal como digestivo.

 ¡Buon Appetito!

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Il Falco

  • Dirección: Calle Fernando Guachalla Nº 452, Edificio Guachalla PB  1, Sopocachi (La Paz)    
  • Rango de precios:  Bs 27- 49
  • Estacionamiento propio: No
  • Plato Estrella: Gnocci a los cuatro quesos de pato 
  • Menú para niños:
  • Opciones vegetarianas:
  • Horarios de atención: Lunes a sábado de 12.00 a 22.00, domingos y feriados de 12.00 a 16.00. 
  • Teléfono: 69722841

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Fernando recomienda Fernandorecomienda @fernandorecomienda Correo: [email protected]

Texto y Fotos: Fernando Cervantes

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Acerca de los ‘Horizontes Sagrados’ de Francine Secretan

La exposición de esculturas y pinturas instalada en el Espacio Simón I. Patiño de La Paz evocó la sacralidad de los espacios y los objetos en el mundo andino

‘Horizontes Sagrados’ se presentó en el Espacio Simón I. Patiño.

Por Reynaldo J. González

/ 1 de octubre de 2023 / 06:33

El Espacio Simón I. Patiño de La Paz cerró el 28 de septiembre la exposición Horizontes sagrados de Francine Secretan. Dispuesta en sus dos salas principales y sus anexos, presentó 30 pinturas y 44 esculturas de quien es considerada la más destacada referente de la escultura boliviana contemporánea.

Se trata, sin duda, de una de las principales exposiciones del año al reunir una selección representativa de la producción de la artista suiza-boliviana en diversidad de medios, técnicas y formatos. 

En efecto, si algo destaca en esta exposición es la unidad de la propuesta característica de la obra de una artista madura y derivada de la influencia de las culturas andinas sobre sus concepciones artísticas, en especial, en relación al carácter sagrado de ciertos objetos y ciertos lugares. 

En escultura se pueden apreciar muestras de diferentes épocas de las dos tipologías principales de Secretan: Los tallados en madera complementados con cuerdas, telas y plumas, y los ensambles de planchas metálicas de perfiles geométricos. Ambos constituyen la base de su obra con importantes premios en certámenes del país y del exterior y con numerosos monumentos emplazados en espacios públicos y privados.  Son obras abstractas determinadas por una interpretación conceptual de las culturas andinas que cautivaron a la artista desde su llegada al país hace casi 50 años. Las obras en madera, por ejemplo, siguen la tradición de los tótems religiosos de elementos zoo y antropomorfos presentes en múltiples culturas americanas, reelaborándolos con formas más abstractas e irregulares y un lenguaje expresivo en la combinación de materiales y de texturas. Las obras en metal, por su parte, evocan de manera más directa la estética de los pueblos andinos prehispánicos en su geometrización, su referencia a ciertos tipos iconográficos y su intenso color rojo tomado de la textilería j’alqa. 

A esta obra ampliamente conocida y referida en la historiografía y la crítica artísticas, se suma la reciente producción pictórica de Secretan en lienzos caracterizados por su planismo, su gran intensidad cromática y su intensa luminosidad. 

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Lo más destacado de esta pintura son las obras de gran formato en las que sobre bases de brochazos sueltos y rápidos la artista dibuja formas y figuras geométricas presentes en la decoración escultórica, arquitectónica y textil local y en su propia escultórica: Signos escalonados, cuadrados cruzados por rombos, espirales, triángulos, círculos, formas repetidas… Estas son imágenes que están unidas por un repertorio de símbolos que de alguna manera nos retrotraen a los comienzos mismos del abstraccionismo moderno tanto en su tradición mística en la obra de su iniciadora Hilma Af Klint (1862-1944) como en su vertiente más intelectualista y conocida en la obra de Vasili Kandinski (1866-1944). 

Francine Secretan realizó 39 exposiciones individuales en Bolivia, Bélgica, Suiza, Holanda, Francia, Australia.

La obra de Secretan, no obstante, se basa en una búsqueda intelectual y formal muy propia que ya ha superado cualquier influencia directa o indirecta. Es producto, sobre todo, de la espiritualidad de una artista estudiosa de las culturas andinas y de religiones y filosofías de origen oriental. Por estas razones emana también cierta espiritualidad de cada una de sus obras, una que no se puede aprehender por medios racionales, sino únicamente por medio de una detenida contemplación estética. 

Secretan estudió en la Escuela de Bellas Artes de Ginebra (1968-1970) y en la Escuela de Bellas Artes de Basilea (1970-1971) y es profesora de Dibujo por la Escuela Normal de Ginebra (1972). Llegó a Bolivia en 1974. Realizó más de 30 exposiciones individuales en Bolivia y el extranjero y participó de 115 exposiciones colectivas. Recibió casi una veintena de premios en el país incluido el Gran Premio del Salón Pedro Domingo Murillo de 1998. 

Texto: Reynaldo J. González

Fotos: Espacio Simón I. Patiño

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Material

El escritor paceño René Alejandro Canedo Peñaranda comparte este relato con los lectores de Escape

Por René Alejandro Canedo Peñaranda

/ 1 de octubre de 2023 / 06:06

Me mira con recelo. Es guapo el muchacho, tiene un agradable desaliño, rebelde digamos. Me dice que no tiene ese “material”. Le agradezco y me despido; casi fuera del local, le escucho murmurar algo que no entiendo. En la siguiente tienda, mucho más grande y surtida que la anterior, el dueño está conversando por celular, me mira y cuelga; algo cambia en su mirada cuando le pregunto por el “material” que busco (me copié el término que utilizó el jovencito aquel: “material”). Casi de inmediato, el muchacho entra y saluda familiarmente al propietario, prácticamente interponiéndose entre nosotros. Se sonríen. Confirmado, el chico es atractivo, más con el evidente enojo o la incomodidad que le provoca mi presencia. Simulando un accidente, le piso un pie, me disculpo y le tomo de los brazos, casi abrazándolo; siento su temblor, es muy delgado, aunque fuerte. De pronto el propietario pasa entre los dos diciendo algo que no entiendo del todo y me pide que lo siga.

2 Busco otro trabajo en el periódico. Mi hijita debe comprar no sé qué materiales para la escuela, también necesito para el alquiler del cuarto, y mi mujer que no deja de reclamar y reclamar. De repente, entra el tipo este, pidiendo esas cosas; parece bien educado, bien harto habla. Con su sonrisita y su gorra naic (original debe ser), bien jailón, carajo, seguro que es maricón. Me explica que necesita ese material para trabajar y no sé qué más; más bronca me da: ¿para trabajar en qué? Sí, maraco es, fija. Le digo que no hay ese material que quiere. Cuando sale, digo despacito, pero como para que me escuche: “ojalá te violen maraco de mierda”. Ese mismo ratito le llamo a mi suegro, porque seguro que el maraco irá a la tienda grande; o mejor voy para ver qué onda con el maraco. Llego y tal cual: el maraco está preguntándole a mi suegro sobre esas cosas que quiere para su “trabajo”, explicándole que … bla bla bla. ¡De repente, me pisa! ¡el muy cabrón! ¡y me agarra de los brazos! ¡creo que quiere abrazarme! ¡ay no, qué asco! ¡uta, bien fuerte el tipo! sus manos, tremendas…, si se raya, seguro me despacha de un piñazo; me calmaré nomás; además, no sé de cómo, mi suegro nos separa (¡gracias, dios bendito, padre amado, padre celestial!); el maricón se va detrás de mi suegro después de soltarme y sonreírme; carajo, casi me meo al imaginarme lo que pensó el marica al tocarme. 

3 Me llama el Santi. Dice que un maraco “anda rondando, cuidado don Johnny”, me dice. Este Santi, es buena gente, pero tiene sus cosas, ojalá encuentre trabajo rápido, yo no puedo pagarle mucho más; además, con el internet, ese netflix y no sé qué más, nos está jodiendo la competencia. ¡Zas! cabalito, entra un tipo como el que dijo el Santi: alto nomás, con gorrita naic, bien amable, bonito habla: me explica que debe hacer un trabajo o no sé qué para la universidad y no sé qué más. Yo, le escuuuucho nomas, pensando en la caja donde guardo esas cosas que quiere. Ese mismo ratito llega el Santi, nervioso, casi ni me deja hablar con mi cliente; de pronto, no sé de cómo, el «maraco» se abraza o algo así con el Santi, sin querer, creo; el Santi casi se muere de bronca ahí mismo (ja ja). Entonces, hago un chiste y paso entre ellos para separarlos; el “maricón” se ríe conmigo y me sigue, aunque creo que alguito siempre le ha dicho al Santi; y el Santi, callaaaaaro nomás. Saco la caja donde guardo lo que quiere “el maraco”; creo que no es de los que quieren con wawas, así que le muestro las de entre adultos nomás que veo a veces, aunque no mucho porque me aburro; además, los tipos ¡bien casco! ¿cómo pues aguantan tanto? Deben drogarse o hacer varias tomas y editarlas; eso debe ser; y las chicas, todas operadas, ¡fulero! Al final, el maricón escoge tres, de las más nuevas; yo solo vi dos. Esperaba que me pida de las que sí son bien jodidas, entre hombres, negros, blancos o combinados, todos bieeen musculosos o bieeeen flaquitos… ja, ja, como el Santi; pero no. Me paga y se va, despidiéndose bien amablemente ¡buena onda el cuate!

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4 ¡Ya voy! Ya, ya… yo le ayudo en su tarea… ¡pero no me grites…! [sus manos, todavía siento sus manos… en mis brazos…]  

5 En la cena, el Santi sigue puteando contra “esos maricas… no es natural, dios no lo permite, a la wawa hay que cuidar don Johnny, hay que protegerla de estos, quieren legalizar sus matrimonios y adopciones, dice, ¿se imagina, don Johnny? A la iglesia deberíamos ir, anímese a recibir a dios… porque eso del preste, pecado es, idolatría es, botadera de plata nomas es, esas fiestas que arman los de su pueblo…” Yo le escuuuuucho nomas. Ojalá encuentre trabajo rápido este mi yerno.

6 Buen material el del señor, y tan amable; don Johnny, así le llamó el muchacho bonito. Y ese chango, me miraba como si estuviese por brincarle, debe pensar que soy gay como él.

El Autor

Escritor, investigador y educador, René Alejandro Canedo Peñaranda nació en La Paz en 1975. Con Editorial Jaguar Azul Editores publicó los poemarios: poemasesino (2014), urbanos y bitácora (2015), nervaduras en colaboración con el fotógrafo Fernando Miranda (2016), informe murciélago en colaboración con el poeta Jorge Campero (plaquette, 2016), delírium trémens en colaboración con el poeta Sergio Gareca (plaquette, 2016), ejercicio forense (2017) y barbijo de plata, plaquette ad hoc por los25 años del Bocaisapo en colaboración con Benjamín Chávez, Ada Zapata, César Antezana/Flavia Lima (2023).

Texto: René Alejandro Canedo 

Imágenes: Freepik

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