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Las 12 versiones del Premio ‘Fernando Montes Peñaranda’: Un esfuerzo digno de aplausos

La muestra de las obras participantes seleccionadas se hizo en la galería Chroma.

/ 28 de mayo de 2023 / 06:33

Instaurado en 2008, el concurso de dibujo es una iniciativa de la familia del pintor fallecido en 2007. Ha otorgado cerca de 30 mil dólares repartidos en 24 premios a jóvenes artistas.

Hasta esta semana se encontró en exhibición en la galería de arte Chroma (San Miguel) la selección de obras del XII concurso “El valor del dibujo”, el certamen artístico privado más prestigioso del país.

A lo largo de sus 12 versiones, el concurso creado en memoria del insigne pintor Fernando Montes Peñaranda (La Paz, 1930- Londres, 2007) se ha constituido en una importante plataforma para el surgimiento de jóvenes valores del arte boliviano, entre quienes se encuentran nombres como Rosmery Mamani, Álvaro Ruilova y Juan Carlos Auza, a quienes se suma la ganadora de este año, Karina Lara Lomar.

La realización de este certamen ha contribuido decisivamente al desarrollo del arte boliviano mediante el estímulo de las técnicas y los lenguajes del dibujo más allá de las tendencias dominantes en los concursos municipales, siendo estas las de los lugares comunes de un pretendido hiperrealismo fotográfico de temática indigenista-social.  En efecto, a lo largo de los años “el Fernando Montes”—como se conoce a este premio dentro del ámbito artístico— ha contribuido sustancialmente a la adopción por parte de la plástica local de los lenguajes modernos y contemporáneos del arte, un aporte no poco meritorio en un medio cultural anticuado y aislado como el nuestro.

‘No cosas’, de Keith Lino.
‘No cosas’, de Keith Lino. Fotos: Vassil Anastasov, Claudia Hurtado y Eduardo Quintanilla B.

Más aún, es de destacar que se trata de un certamen artístico creado, financiado y gestionado por capitales privados, una práctica de mecenazgo artístico también poco común en Bolivia. Es la familia de Fernando Montes Peñaranda, liderada por la viuda de este, Marcela de Montes, la que en colaboración a galeristas locales ha permitido la continuidad y la consolidación de un concurso que ha beneficiado directamente a 24 jóvenes creadores con premios por un monto total cercano a los 30 mil dólares. A este generoso importe deben sumarse además los gastos de organización de sus 12 exposiciones en galerías privadas de renombre, así como la publicación de 13 catálogos que reúnen una selección de las 1.004 participantes en todas sus versiones.

Este es un ejemplo a imitar por el sector privado boliviano, que en los últimos años ha hecho ciertamente muy poco por el desarrollo artístico y cultural del país. También se trata de una actividad digna a ser seguida por otras familias de grandes maestros bolivianos, especialmente por aquellas que buscan la preservación de sus legados y sus memorias. 

Apuntes sobre el concurso

El concurso “El valor del dibujo” fue creado en 2008 con el objetivo de estimular el interés de artistas menores de 35 años en el desarrollo y la valoración de la técnica del dibujo. Según explicó Hugo Montes, uno de sus organizadores, en el espíritu de su creación confluyeron dos facetas del arte y de la sensibilidad de Fernando Montes Peñaranda: La importancia que concedía al dibujo como base para sus obras, “pues sus cuadros siempre se desarrollaban a partir de un boceto, es decir, de un dibujo que captaba casi exactamente lo que quería pintar en términos de forma y composición”; Y el hecho de que, a pesar de su éxito y de su vasta trayectoria internacional, “nunca olvidó lo difícil que es para todo artista empezar su andadura en el camino del arte”.

‘Alegoría del tiempo’, de Karina Lara Lomar. Abajo: ‘Las nubes con el viento’, de Adriana Nicol Padilla. En el círculo: Fernando Montes Peñaranda.

En este sentido, desde sus inicios la organización se propuso establecer una metodología de trabajo que garantice su institucionalidad, su permanencia en el tiempo y su creciente prestigio. Para ello fue determinante la selección de los jurados del concurso, siempre conformados por expertos como la historiadora del arte Margarita Vila y artistas de incuestionable prestigio como Alfredo La Placa, Guiomar Mesa, Miguel Yapur, Javier Fernández, Patricia Mariaca y Fabricio Lara, entre otros, cuyo trabajo garantizó siempre el alto nivel formal y conceptual de las obras premiadas y de las seleccionadas para las exposiciones.   

Otro de los aspectos que destaca este concurso son las exposiciones de las obras participantes en prestigiosas galerías de la zona Sur de La Paz, centros de alta afluencia de aficionados y compradores de arte. Las primeras tres versiones del certamen se organizaron en la histórica galería NoTa, dirigida por la insigne gestora cultural Norah Claros, y las siguientes en la Galería Alternativa, dirigida por Isabel Crespo de Cariaga y Claudia Hurtado. La versión de este año se realiza en la recién inaugurada Chroma, gestionada por Claudia Hurtado y Tania Aneiva. 

El concurso también ha destacado por la edición de un catálogo a color cercano a las 40 páginas para cada una de sus versiones, mismo que es distribuido gratuitamente entre el público general y los artistas participantes. En sus 12 versiones, este documento ha reproducido fotografías de 318 obras que dan cuenta del desarrollo artístico en Bolivia en el campo del dibujo. Estos catálogos cuentan con un diseño de formato unitario, con textos introductorios firmados por personalidades como Alberto Bailey, Carlos Villagómez, Valeria Paz, Alfredo La Placa, así como de fotografías de Vassil Anastasov y las actas de los jurados  que justifican ampliamente la elección de las obras ganadoras. A los 12 catálogos de cada exposición se suma la publicación, en 2016, de otro que reúne fotografías de las obras ganadoras del concurso en sus 10 primeras versiones, otro documento importante para historiar el arte boliviano.

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La revisión de estos catálogos permite, en efecto, reflexionar sobre la práctica del dibujo en Bolivia en lo que va de este primer cuarto del siglo XXI. Dan cuenta, por ejemplo, que la primera ganadora del certamen fue una joven artista alteña de raigambres indígenas como Rosmery Mamani, hoy tenida entre los grandes maestros bolivianos contemporáneos con una obra que da cuenta de la inclinación a la retórica de denuncia social característica de su propuesta. Luego serían premiados artistas jóvenes hoy igualmente conocidos como Álvaro Ruilova, Santiago Ayala, Juan Carlos Caizana, Juan Carlos Auza y Vidal Cusi, entre otros, cada cual con acabadas propuestas en lo técnico y lo conceptual que derivarían, en versiones posteriores del concurso, en la diversificación de propuestas, medios y temas del dibujo boliviano. De hecho, la revisión de los primeros y segundos premios de este concurso evidencia una evolución desde propuestas figurativas de marcado contenido social a obras de miradas más personales y subjetivas que, sin perder su extremo rigor técnico, han arriesgado en experimentaciones cercanas a los lenguajes mixtos.

Sobre la exposición de este año

El premio del XII Concurso El Valor del Dibujo fue otorgado este año a la obra Alegoría del tiempo de la artista cochabambina Karina Lara Lomar, que se impuso sobre otras 123 obras presentadas, de las cuales 48 se exhiben en las paredes de Chroma y 20 fueron incluidas en catálogo.

Alegoría del tiempo es un dibujo al carboncillo de formato grande en el que se presentan dos figuras masculinas sentadas una al lado de la otra. El jurado compuesto por Margarita Vila, Patricia Mariaca, Fabricio Lara, Juan José Serrano y Pablo Viracocha destaca —de acuerdo al texto del catálogo— cualidades como su compleja composición, su sentido del espacio y de los volúmenes, los delicados contrastes entre luces y sombras, así como las interpretaciones que sugiere en “la apertura de sentidos, conflictos y emociones que se derivan de la representación que hace de las relaciones humanas”.

Se seleccionaron 48 de las 128 obras presentadas en el concurso para su exposición.

André Taborga tuvo una mención de honor por ‘4:05

La muestra de las obras participantes seleccionadas se hizo en la galería Chroma.

Fernando Montes Peñaranda. Fotos: Vassil Anastasov, Claudia Hurtado y Eduardo Quintanilla B.

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Aunque en efecto, de este dibujo se pueden desprender distintas interpretaciones, según explicó su creadora se trata de una representación del paso de los años, con sus usuales estragos, sobre dos personajes de sus afectos más cercanos que no son otros que sus dos hermanos. De ahí la nostalgia que emana el dibujo en los apesadumbrados rostros, en las posiciones cansinas en las que yacen, en el sentido simbólico muy personal de las flores, los tules y los hilos… Todos registros de la subjetividad de una artista de una sensibilidad muy particular y de elevados dotes técnicos para reflejarla en un pulido lenguaje academicista, a la vez clasicista y contemporáneo.

El segundo premio de esta versión del concurso recayó sobre la obra No cosas, del artista beniano Keith Lino, una propuesta también al carboncillo que presenta un bodegón de cosas desechadas: televisores, muebles, cajas de cartón… De acuerdo al acta del jurado, se trata de un dibujo sobre cosas que ya no existen en la representación de un aparente amontonamiento de objetos inservibles, un “lugar misterioso, metáfora inquietante de la realidad que nos envuelve y de sus controvertidos valores”. En efecto, se trata de una propuesta que, de manera diferente a la figuración del primer premio, se acerca a la abstracción de conceptos y de formas, acaso para reflejar, no obstante, el mismo estado psicológico de desazón, vacío y melancolía.

Arte Y Cultura Boliviana

Sobre el resto de las obras conformantes en la exposición de este año debe destacarse que en su mayoría marcan una elevación del nivel conceptual y técnico del dibujo en Bolivia, especialmente si se comparan en calidad con las obras presentadas comúnmente al Salón Municipal Pedro Domingo Murillo, donde aún prevalecen las propuestas naturalistas con motivos indigenistas de reivindicación cultural y social, con sus consabidos clichés de cruces andinas, mujeres de pollera, pepinos e imágenes de personajes locales en poses y situación de exacerbado patetismo. La mayoría de los dibujos de esta versión del “Fernando Montes” son, en cambio, de temáticas muy diversas, avocadas a la subjetividad de cada uno de sus creadores y a exploraciones formales cada vez más atrevidas.

Además de las obras ganadoras destacan en la exposición obras como 4:05 de André Taborga (receptora de una mención de honor), Las nubes con el viento, de Adriana Padilla y Saper vedere de Wilfredo Yujra, todas por un dominio de la técnica que no por ello se opone a la experimentación controlada y a la búsqueda de lenguajes de alta expresividad.

Para mal destacan también algunas obras avocadas a la imitación de la producción de artistas locales. Obras como El polvo mecido en línea, de Sergio Mamani —que imita en dibujo una llanta de piedra del escultor Flavio Ochoa— o el retrato sin título de Héctor Machaca —que imita la obra Rubén de Álvaro Ruilova (premiada en este mismo certamen en 2010)—, entre varias otras, reflejan cierta intención de algunos jóvenes artistas de reciclar lo ya visto en búsqueda de una apuesta segura.

Un tema que amerita mayores discusiones son las claras influencias que algunas de las obras participantes en este y otros concursos reciben de imágenes claramente extraídas de plataformas como Instagram o Pinterest. A diferencia de las obras premiadas, resulta evidente que muchos de los dibujos de esta exposición se apoyan en referentes ajenos o tratan de imitar, con resultados en exceso artificiales, lenguajes desarrollados en otros contextos producto de búsquedas de otras subjetividades.  Si no caen en la copia o en el plagio, las obras elaboradas de esta manera sí lo hacen en una carencia de autenticidad que, de un modo u otro, finalmente se transluce a los ojos de un espectador atento.

Texto: Reynaldo J. González

Fotos: Vassil Anastasov, Claudia Hurtado y Eduardo Quintanilla B.

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Bolibar se escribe con ‘B’

Un viaje por la historia bolivariana y una visita a la casa natal de los ancestros de Simón Bolívar en el pueblo vasco de Bolibar, a 50 kilómetros de Bilbao.

Un viaje a las tierras de la familia Bolibar

Por Ricardo Bajo Herreras

/ 1 de octubre de 2023 / 07:18

Esto no es una crónica sobre el descenso del club Bolívar en diciembre del 64. Esto va a ser un viaje. Un viaje en el tiempo hasta la casa natal de los ancestros del Libertador. Bolíbar (con dos “bes”) es un pueblo vasco, a las faldas del monte Oiz. Está a 50 kilómetros de Bilbao y tiene 300 habitantes. La tranquilidad de esta mañana de septiembre solo se ve alterada por la llegada —a cuenta gotas— de peregrinos que van camino de Santiago. Paran en el bar de la plaza y toman un cafecito con “pintxo” de tortilla de papa para reponer fuerzas. Entran a la iglesia renacentista de Santo Tomás y se persignan delante de la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela. Algunos visitan el Museo Simón Bolívar. Y luego siguen caminando. 

Beñat Ibaibarriaga abre el museo todas las mañanas entre las diez y la una del mediodía. Fuera hay un busto de Bolívar subido a un alto pedestal desde donde se ve el horizonte. El Libertador siempre supo hacia dónde mirar. El museo está donde antes estaba el “baserri” (caserío) de los Rementería (“errementari” significa herrero en euskera, la lengua milenaria de los vascos). Es la casa familiar de Simón Bolibar, el Viejo. El que viajó con boleto de ida hacia el continente americano en 1588. 

Por las leyes/tradiciones viejas de los vascos, el primogénito heredaba la casa solar, el segundo se metía cura y el tercero partía hacia otros mundos. A buscarse la vida. Hace cinco siglos no había pasaportes, ni visados, ni fronteras, ni deportaciones. Solo ganas de vivir (mejor). Como ahora. 

La enseña boliviana entre las de los países que consideran a Bolívar como su Libertador.
La enseña boliviana entre las de los países que consideran a Bolívar como su Libertador.

Simón Bolibar, el Viejo, no apellida Bolibar. Su verdadero apellido era Ochoa de (la) Rementería. Los cambios de apellidos no son de ahora, ni de antes de ayer. Venimos desde hace siglos abandonando apellidos propios y adoptando ajenos. Y lo hacemos por las mismas “razones”: supuestos prestigios, discriminaciones de antaño, racismo, complejos de subida y autoestimas de bajada. Nos hacen creer que eso es lo mejor para los que vendrán. 

El abuelo y el padre de Simón Bolibar el Viejo abandonan el apellido Ochoa en las primeras décadas de 1500. Así lo cuenta el historiador vasco Manuel Llano Gorostiza en su libro “Bolívar en Vizcaya” (1976, Banco de Vizcaya, Bilbao). Los Ochoa vivían en La Puebla de Bolívar y trabajaban el hierro en un taller. Los Bolibar Jauregi eran la familia noble del lugar; tenían casa torre (“jauregi” significa palacio en euskera) y trabajaban la tierra. Eran la envidia del pueblo. Quién pudiera apellidar como ellos.

Desde la noche de los tiempos, los caseríos de los vascos tienen un sol adornando la fachada frontal. Son los “lauburu” (cuatro cabezas, como los cuatro “suyus”). Son símbolos/ofrendas al “Eguzki”, al dios sol para que la “Ama Lurra” (madre tierra) devuelva cosecha abundante. Los apellidos de los vascos son toponímicos; el lugar de la casa del padre marca el apellido. Bolibar viene de “boli, bolu” (molino) y de “ibar” (vega). Un simple molino de trigo y maíz a la orilla de un riachuelo que baja del monte. Hoy una rueda de piedra, cansada de moler, reposa no muy lejos del solar del Libertador. Olvidada pero orgullosa de su brillante pasado.

En la segunda planta del museo, la poeta rumana Elena Varesco ha dejado escrita estas frases en un cuadro: “Bolívar, pradera de molino en lengua vasca. Molino que supo moler trigo de gloria y dar a los pueblos pan de libertad”. Junto al poema, las banderas de los seis países bolivarianos (incluida la boliviana); entre ellas, la “ikurriña” (la bandera vasca).

El viejo Bolibar —tras pasar 15 años en la isla de la Española (actual República Dominicana y Haití)— parte a Caracas donde funge como secretario de la Real Audiencia de Indias. Es en la nueva capital de la provincia de Venezuela donde el primer Bolibar, ya procurador al servicio de la monarquía de Castilla y Aragón, cambia la segunda “B” vasca del apellido por la castellanizada “V” (en euskera no existe la “V”).

Van a pasar 300 años para que un Bolívar regrese a Bolibar. Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios, el futuro Libertador, nace en Caracas el 24 de julio de 1783. Lleva el mismo nombre que su ancestro vasco. Es una vieja tradición de la familia. 

Estamos en el Año del Señor de 1799. El joven Simón tiene apenas 17 y está a bordo del navío San Ildefonso bajo el timón de don José de Uriarte y Borja, oficial de la Marina Real. Salen del puerto de la Guayra en enero. Burlan un bloqueo inglés a los 27 días de haber perdido de vista el Morro de La Habana. Desembarcan en Santoña, cerca de Bilbao, donde Simón descansa para llegar a Madrid, destino final.

Bolívar pertenece a una familia tradicionalmente acaudalada de altos funcionarios al servicio de la colonia. Tiene título de Marqués y Vizconde. Ha hecho de adolescente la carrera militar en el ejército colonial, es Subteniente de Milicias. Nada hace vislumbrar lo que está a punto de ocurrir. Ni siquiera el propio Simón se lo imagina.

En Madrid se aloja en casa de unos parientes, los Palacios que caen pronto en desgracia ante la Corte. Pasa a ser tutelado por un paisano caraqueño avencidado en la capital, el Marqués de Ustáriz, don Bernardo Rodríguez del Toro. Simón conoce —después de varias aventuras amorosas en los Madriles de la época— a la hija del Marqués, María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza. Llegará el amor, será un amor de fuego. Simón Bolívar amará siempre así, locamente. No sabe entregarse de otra manera. 

Estamos ahora en 1801. Cuando la familia de ella parte a Bilbao por negocios, Simón agarra una diligencia y emprende camino al norte. Va detrás. Va por Teresa, va por esa pasión irrefrenable que le brota por los poros. Vivirá un año y un mes (del 20 de marzo de 1801 al 29 de abril de 1802) en Bilbao, País Vasco. 

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Simón lo hará en la calle del Matadero, en pleno Casco Viejo, junto a las viejas Siete Calles de la ciudad que por aquel entonces apenas tiene 10.000 habitantes. Teresa no vivirá lejos, tiene una hermosa casa con balcón en la calle del Correo. Hoy dos placas (una vieja en piedra y otra moderna) recuerdan a los caminantes que quieren leer que en la calle enfrente al Matadero vivió el hombre/Quijote que libertó América contra los gigantes de la monarquía española. 

Desde su casa bilbaína, Bolívar ve pasar a los mozos corriendo delante de los toros que salen desde la plaza de la Basílica de Santiago. Esos encierros improvisados se harán famosos siglos después en la vecina ciudad de Pamplona/Iruña con sus fiestas en honor a otro santo, San Fermín.

Estatua de Lola Martínez y pintura de Manuelita Saenz

En Bilbao, Bolívar trabaja en negocios de importación de cueros curtidos y del apreciado cacao de Caracas. Profundiza su formación intelectual. Camina las calles del Casco Viejo. Se mira en los ojos de Teresa. Ambos empanadean frente a la “Fuente del Perro” (Txakurraren Iturri), inaugurada en 1800 con el nombre de “Chorros de San Miguel”. 

Para mantener en la memoria este primer idilio de amor de Simón y Teresa, de Teresa y Simón, muchos años después, en el centenario de la batalla de Ayacucho, las muchachas de Bilbao colocarán flores en el balcón de la calle Correo donde Teresa esperaba a su novio. Así lo recordaba Pedro Mourlane Michelena en el periódico El Liberal en agosto de 1927.

La joven pareja de enamorados acude al teatro, a las corridas de toros, a los frontones de pelota vasca, a la ópera que llega de Italia y a los bailes de danzas vascas que todas las tardes de domingo amenizan el famoso Paseo/Muelle del Arenal a dos cuadras de sus casas.

Simón comienza a interesarse por su pasado, rastrea su estirpe. En uno de sus viajes a Francia, visita el solar de sus antepasados. No se imagina todavía que dos siglos después tendrá un busto suyo a la entrada de la casa colocado en un alto pedestal. Se para delante de la piedra del molino.

La entrada al museo y el busto de Simón Bolívar

Gracias a las amistades que hace y gracias a los libros de los revolucionarios franceses, Bolívar se hace independentista en Bilbao. Acude sagradamente a la tertulia de los enciclopedistas en la casa de Antonio Adán de Yarza, sita en la calle Bidebarrieta, hoy Archivo y Biblioteca Municipal. En la casa hay un pasadizo secreto que conduce al salón de los libros prohibidos. El joven Bolívar lee en la clandestinidad a Voltaire, a Montesquieu, a Rousseau… Igualdad, libertad, fraternidad.

A la tertulia acuden, entre otros, un peruano: Mariano de Tristán de Moscoso, coronel, natural de Arequipa, padre de Flora Tristán y bisabuelo de Paul Gaugin. Otro de los tertulianos, el vitoriano Valentín Tadeo de Foronda escribe en su libro Carta a un Príncipe que tiene Colonias a distancia: “es mejor dar de buen grado las colonias que un día nos quitarán por la fuerza”. El Libertador siempre supo con quién juntarse.

Tras pasar año y un mes en Bilbao, Simón y Teresa regresan a Madrid donde se casan en la barroca iglesia de San José, sita en la calle de Alcalá. Ella —“joya sin defectos, valiosa sin cálculo”, como la llamaba Bolívar— tiene 20, él 19. La pareja viaja a Caracas. A los ocho meses muere ella tras contraer fiebre amarilla (paludismo) en Venezuela. “Si no hubiese enviudado, mi vida quizás hubiera sido otra”. Así se lo contó Bolívar a su edecán Luis Perú de Lacroix. Miguel Unamuno, escritor bilbaíno de la Generación del 98, contaba: “es evidente que la muerte de su Teresa, su Dulcinea, lanzó a Bolívar, el rousseauniano, a su vida de heroísmo público, fue la gran sacudida que despertó su alma civil”.

Un poema dedicado al Libertador

Estamos en 1927. Nivardo Pina, cónsul de Venezuela en Bilbao, encarga al arquitecto vasco Pedro de Ispizua Susunaga un monumento en honor a Simón Bolívar. Será colocado en la plaza del pueblo de sus ancestros. No será una estatua a caballo. Será un monolito de piedra, respetuoso del entorno.

Tendrá un bajorrelieve en bronce con la efigie del Libertador y las ruedas de molino que dieron nombre a la estirpe. En los costados tendrá unas inscripciones en euskera: “Emen 1527’garren urtean yayoiko Bolibar’tar Simon arduraduna’k Amerika’n Bolibar’tarren oñetxea irasi eban” (El Procurador Simón de Bolíbar nacido aquí en 1527 echó en América las raíces de los Bolíbar). Al otro lado lucirá esta leyenda: “Antzinako sendi euskotar onek Bolibar’tar Simon argiratuaz bere bizmen indarra erakutsi eban” (Esta antigua familia vasca demostró su vigorosa fuerza dando al mundo a un Simón Bolívar). 

En el fronstispicio figurará la siguiente inscripción en castellano: “Simón Bolíbar, a quien reconocen por padre de la patria Venezuela, Perú, Ecuador, Panamá, Colombia y Bolivia. Venezuela, presidida por el General J.V. Gómez a la Puebla de Bolívar”. La palabra Bolivia hoy está desgastada y le faltan algunas letras. 

En agosto de aquel 1927 el representante diplomático boliviano acude —junto al resto de delegaciones bolivarianas— a la solemne inauguración del monolito. Hay misa solemne al aire libre. “Ocho dantzaris bailan el rito ancestral de la espadantza ante el rostro de Bolívar con los agridulces notas del txistu indígena”, dice Llano Gorostiza en el citado libro. 

La Banda de Música de la alcaldía de Markina y los niños y niñas de las escuelas estrenan el Himno a Bolívar en euskera y castellano con letra de Vicente Batiz y Luis Martínez de Maturana y música de Francisco Ugartechea, hermano de don Domingo, párroco de la Puebla de Bolívar. ”Bere izena idatzik dago eguzkian ta illargian; Bolibartarrak be idatzi ta irarri dabe bihotzian”. (En la querida tierra de Bolibar, su nombre está escrito en el sol y en la luna, los bolivarianos lo han escrito en sus corazones).

La canción será grabada en varios países; la Unión Panamericana en Washington la editará y la distribuirá por infinidad de centros escolares norteamericanos. Incluso la banda de música de la Academia Militar de West Point interpretará la partitura. 

En la misa al aire libre, se escucha como sermón la Oración Bolivariana del Padre Carmelita Fray Hipólito de Larrakoetxea. “Somos la mayoría de los hombres, pequeños, rastreros, así en nuestros ideales como en nuestras empresas. Los valientes, los héroes, los magnánimos y los de corazón generoso son muy pocos y solo en contadas ocasiones aparecen en el mundo. Difícilmente llega a tener un pueblo uno solo de estos hombres en cada siglo. Pues bien señores, nosotros, los pequeños y rastreros, tenemos la necesidad de recordar a estos hombres grandes y apoyarnos en ellos sino queremos perecer en nuestra pequeñez y miseria. (…)

“El pueblo vasco tiene, no uno que otro, sino muchos varones grandes e insignes. Los héroes de otros pueblos tienen con frecuencia empañada su gloria con las lágrimas y sangre de otros pueblos a quienes han oprimido y martirizado. Si aparecen grandes, si su figura aparece en alto, constituyen su pedestal millares y millares de cadáveres. No son de esa especie nuestros grandes hombres. Los vascos, nuestros héroes, jamás han querido elevarse sometiendo, oprimiendo a los demás. 

“Si son grandes lo son por sus méritos, por su rectitud. Tal fue el hombre que hoy honramos, el insigne Bolibar. La raíz principal de su grandeza y fama es la de haber dado vida libre e independiente a tantos pueblos de la dominación extranjera, de la dominación española. Si uno es amante de su libertad y al mismo tiempo de corazón recto y generoso, querrá también para los demás lo que tanto ama para sí. Vosotros, los bolibartarras, sus paisanos , recordadlo constantemente a la vista de este monumento, imitad sus virtudes, su hazañas, su amor a la libertad y a la patria”. 

Plaqueta conmemorativa e ‘Himno a Simón Bolívar’

En 1955 el gobierno de la República de Venezuela entregó como regalo al pueblo de Bolívar una nueva escuela, una imagen de Nuestra Señora de Coromoto para el pórtico lateral de la iglesia de Santo Tomás y un frontón de pelota vasca, formador desde entonces de leyendas de la cesta punta (“jai alai”), como el pelotari Txikito de Bolívar. 

A la entrada de Bolibar un nuevo monumento recibe hoy a los peregrinos que gota a gota pasan por la mitad del pueblo, rumbo a Santiago. Es una obra del escultor Mikel Lertxundi, inaugurada en 2015. Se llama “Hiruko” (Triada). La inscripción dice así en euskera, castellano e inglés: “Harria-Oinarria-Herria (Piedra-Base-Pueblo); Burdina-Ekintza-Lana (Hierro-Acción-Trabajo); Egurra-Emaitza-Fruitua (Madera-Resultado-Fruto). Simón José Antonio Bolívar, piedra, hierro y madera, la Santísima Trinidad.

La entrada del museo dedicado a Simón Bolívar en Bolibar.
La entrada del museo dedicado a Simón Bolívar en Bolibar.

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

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Juan Mayta ¿Abstracto andino?

El artista paceño mostrará su trabajo en la exposición ‘Atmósfera’ en la galería de arte Altamira hasta el 17 de octubre

/ 1 de octubre de 2023 / 07:10

Poca es nuestra experiencia y nuestro acercamiento al abstracto, más allá de la obra de grandes maestros que marcaron una profunda huella. Como galería, siempre nos hemos considerado más cercanos al arte figurativo.  Pero algo en la obra de Juan Mayta —que exhibe actualmente la muestra Atmósfera, que estará abierta hasta el 17 de octubre en la galería de arte Altamira (calle José María Zalles Nº 834 – bloque M-4, San Miguel)— fue de a poco conquistando nuestros sentidos y nuestro gusto por su trabajo —siempre vinculado a la magia de las montañas y a las inmensas planicies del altiplano— ,serán tal vez las texturas o las veladuras que de a poco toman su obra por asalto.

A decir de la doctora en Historia del Arte, Margarita Vila, “los sutiles planos geométricos en los que el artista organiza el espacio pictórico evocan sus construcciones en constante expansión, poblando el horizonte de recortadas líneas a expensas de una vegetación que desaparece a ritmo acelerado de sus laderas. Como antes hicieron Klee y otros diseñadores de la Bauhaus, su acercamiento a la ciudad es sutil y a la vez riguroso en materia cromática y compositiva. Bermellones, terracotas, resonantes azules y suaves ocres se extienden en planos rectangulares en los que delicados difuminados se orquestan con pinceladas muy definidas y cuidadísimas texturas en una obra preciosista en sus cualidades formales y evocativa en su capacidad para sugerir la esencia humana…”.

OBRAS: JUAN MAYTA

No creemos equivocarnos al pensar que el artista sigue con su mirada el trabajo del gran Alfredo La Placa. Y si algo nos enseña la vida es que la obra de los grandes está hecha para admirarla, seguirla y, como un homenaje, acercarse a ella en técnica y contenido.

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EL ARTISTA

Juan Mayta nació en La Paz en 1980, donde actualmente radica. Estudió la carrera de Artes en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Egresó con mención en pintura y grabado de la carrera de Artes Plásticas de la Universidad Nuestra Señora de La Paz.

Ganó el premio en Grabado del Salón Pedro Domingo Murillo (La Paz, 2023), el primer premio en escultura en Salón 14 de Septiembre (Cochabamba, 2020) y el premio único en pintura y escultura del mismo Salón en 2019.

‘Atmósfera’, de Juan Mayta, se puede visitar en la galería de arte Altamira.

Texto: Daniela Espinoza M.

Obras: Juan Mayta

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Il Falco Desde Italia, con amore

“Especialidades Italianas a precios bolivianos”, es decir, pizzas y pastas de muy buena calidad a precios justos y competitivos.

Por Fernando Cervantes

/ 1 de octubre de 2023 / 06:48

Crónicas gastronómicas

Soldado de la paz: Lucio Rosati llegó a Bolivia en el año 2002, cumpliendo un voluntariado de servicio civil a la patria, una alternativa que tienen los italianos que decidieron no realizar el servicio militar debido a sus convicciones pacifistas. Años después, este oriundo de Pésaro (una localidad en el centro de Italia) enamorado de Bolivia y de su gente, abrió Il Falco (“El Halcón”, traducido al castellano) y es entonces que desde el mes de agosto de 2006 su premisa es la de ofrecer la mejor relación calidad–precio de la ciudad, haciendo honor a su lema “Especialidades Italianas a precios bolivianos”, es decir, pizzas y pastas de muy buena calidad a precios justos y competitivos.

Seguramente muchos recordarán con nostalgia los sabrosos momentos vividos en este restaurante cuando se encontraba ubicado en la avenida Arce. Actualmente se encuentra en la calle Fernando Guachalla Nº 452, en la planta baja del edificio Guachalla, entre la Sánchez Lima y la 20 de Octubre, en el barrio de Sopocachi, a unas pocas cuadras de su anterior dirección.

 En cuanto a sus precios, como para hacerse una idea, un plato de gnocci a los cuatro quesos (quattro formaggi) está Bs 40, unos ravioles al pesto a Bs 35, un spaghetti a la carbonara a Bs 35 o un delicioso y aclamado postre llamado tiramisú, se puede pedir por Bs 15. Hablando de postres, mi favorito del lugar es la panna cotta, un excelente clásico de la repostería italiana que también está a 15 pesitos y que además es uno de los postres más apreciados del mundo.

Otra particularidad de este restaurante es que su pizza sale en formato no solamente redondo si no también cuadrado (recomiendo pedir especialmente la hawaiana, con abundante piña). Las opciones vienen en tamaño personal o familiar y hay diversidad de sabores, como la de prosciutto (con jamón y salsa de tomate); la de peperoni con extra queso y salame; la matriciana (tocino, cebolla y morrón); la formaggio sottile con queso criollo, roquefort, muzzatella y parmesano, o la buona, a base de morrón, aceitunas negras y champiñones.

Hoy por hoy Lucio tiene un asistente de lujo: Carlos Fernando, su pequeño hijo, quien junto a su mamá, Andrea, colaboran en todos los detalles para que la experiencia de los comensales en este lugarcito italiano de Sopocachi sea memorable. Un detalle más a considerar: al finalizar la comida, se puede pedir como cortesía un limoncello, un licor típico de Italia basado en la cáscara de limón que se toma frío y que es ideal como digestivo.

 ¡Buon Appetito!

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Il Falco

  • Dirección: Calle Fernando Guachalla Nº 452, Edificio Guachalla PB  1, Sopocachi (La Paz)    
  • Rango de precios:  Bs 27- 49
  • Estacionamiento propio: No
  • Plato Estrella: Gnocci a los cuatro quesos de pato 
  • Menú para niños:
  • Opciones vegetarianas:
  • Horarios de atención: Lunes a sábado de 12.00 a 22.00, domingos y feriados de 12.00 a 16.00. 
  • Teléfono: 69722841

Contáctenos:

Fernando recomienda Fernandorecomienda @fernandorecomienda Correo: [email protected]

Texto y Fotos: Fernando Cervantes

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Acerca de los ‘Horizontes Sagrados’ de Francine Secretan

La exposición de esculturas y pinturas instalada en el Espacio Simón I. Patiño de La Paz evocó la sacralidad de los espacios y los objetos en el mundo andino

‘Horizontes Sagrados’ se presentó en el Espacio Simón I. Patiño.

Por Reynaldo J. González

/ 1 de octubre de 2023 / 06:33

El Espacio Simón I. Patiño de La Paz cerró el 28 de septiembre la exposición Horizontes sagrados de Francine Secretan. Dispuesta en sus dos salas principales y sus anexos, presentó 30 pinturas y 44 esculturas de quien es considerada la más destacada referente de la escultura boliviana contemporánea.

Se trata, sin duda, de una de las principales exposiciones del año al reunir una selección representativa de la producción de la artista suiza-boliviana en diversidad de medios, técnicas y formatos. 

En efecto, si algo destaca en esta exposición es la unidad de la propuesta característica de la obra de una artista madura y derivada de la influencia de las culturas andinas sobre sus concepciones artísticas, en especial, en relación al carácter sagrado de ciertos objetos y ciertos lugares. 

En escultura se pueden apreciar muestras de diferentes épocas de las dos tipologías principales de Secretan: Los tallados en madera complementados con cuerdas, telas y plumas, y los ensambles de planchas metálicas de perfiles geométricos. Ambos constituyen la base de su obra con importantes premios en certámenes del país y del exterior y con numerosos monumentos emplazados en espacios públicos y privados.  Son obras abstractas determinadas por una interpretación conceptual de las culturas andinas que cautivaron a la artista desde su llegada al país hace casi 50 años. Las obras en madera, por ejemplo, siguen la tradición de los tótems religiosos de elementos zoo y antropomorfos presentes en múltiples culturas americanas, reelaborándolos con formas más abstractas e irregulares y un lenguaje expresivo en la combinación de materiales y de texturas. Las obras en metal, por su parte, evocan de manera más directa la estética de los pueblos andinos prehispánicos en su geometrización, su referencia a ciertos tipos iconográficos y su intenso color rojo tomado de la textilería j’alqa. 

A esta obra ampliamente conocida y referida en la historiografía y la crítica artísticas, se suma la reciente producción pictórica de Secretan en lienzos caracterizados por su planismo, su gran intensidad cromática y su intensa luminosidad. 

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Lo más destacado de esta pintura son las obras de gran formato en las que sobre bases de brochazos sueltos y rápidos la artista dibuja formas y figuras geométricas presentes en la decoración escultórica, arquitectónica y textil local y en su propia escultórica: Signos escalonados, cuadrados cruzados por rombos, espirales, triángulos, círculos, formas repetidas… Estas son imágenes que están unidas por un repertorio de símbolos que de alguna manera nos retrotraen a los comienzos mismos del abstraccionismo moderno tanto en su tradición mística en la obra de su iniciadora Hilma Af Klint (1862-1944) como en su vertiente más intelectualista y conocida en la obra de Vasili Kandinski (1866-1944). 

Francine Secretan realizó 39 exposiciones individuales en Bolivia, Bélgica, Suiza, Holanda, Francia, Australia.

La obra de Secretan, no obstante, se basa en una búsqueda intelectual y formal muy propia que ya ha superado cualquier influencia directa o indirecta. Es producto, sobre todo, de la espiritualidad de una artista estudiosa de las culturas andinas y de religiones y filosofías de origen oriental. Por estas razones emana también cierta espiritualidad de cada una de sus obras, una que no se puede aprehender por medios racionales, sino únicamente por medio de una detenida contemplación estética. 

Secretan estudió en la Escuela de Bellas Artes de Ginebra (1968-1970) y en la Escuela de Bellas Artes de Basilea (1970-1971) y es profesora de Dibujo por la Escuela Normal de Ginebra (1972). Llegó a Bolivia en 1974. Realizó más de 30 exposiciones individuales en Bolivia y el extranjero y participó de 115 exposiciones colectivas. Recibió casi una veintena de premios en el país incluido el Gran Premio del Salón Pedro Domingo Murillo de 1998. 

Texto: Reynaldo J. González

Fotos: Espacio Simón I. Patiño

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Material

El escritor paceño René Alejandro Canedo Peñaranda comparte este relato con los lectores de Escape

Por René Alejandro Canedo Peñaranda

/ 1 de octubre de 2023 / 06:06

Me mira con recelo. Es guapo el muchacho, tiene un agradable desaliño, rebelde digamos. Me dice que no tiene ese “material”. Le agradezco y me despido; casi fuera del local, le escucho murmurar algo que no entiendo. En la siguiente tienda, mucho más grande y surtida que la anterior, el dueño está conversando por celular, me mira y cuelga; algo cambia en su mirada cuando le pregunto por el “material” que busco (me copié el término que utilizó el jovencito aquel: “material”). Casi de inmediato, el muchacho entra y saluda familiarmente al propietario, prácticamente interponiéndose entre nosotros. Se sonríen. Confirmado, el chico es atractivo, más con el evidente enojo o la incomodidad que le provoca mi presencia. Simulando un accidente, le piso un pie, me disculpo y le tomo de los brazos, casi abrazándolo; siento su temblor, es muy delgado, aunque fuerte. De pronto el propietario pasa entre los dos diciendo algo que no entiendo del todo y me pide que lo siga.

2 Busco otro trabajo en el periódico. Mi hijita debe comprar no sé qué materiales para la escuela, también necesito para el alquiler del cuarto, y mi mujer que no deja de reclamar y reclamar. De repente, entra el tipo este, pidiendo esas cosas; parece bien educado, bien harto habla. Con su sonrisita y su gorra naic (original debe ser), bien jailón, carajo, seguro que es maricón. Me explica que necesita ese material para trabajar y no sé qué más; más bronca me da: ¿para trabajar en qué? Sí, maraco es, fija. Le digo que no hay ese material que quiere. Cuando sale, digo despacito, pero como para que me escuche: “ojalá te violen maraco de mierda”. Ese mismo ratito le llamo a mi suegro, porque seguro que el maraco irá a la tienda grande; o mejor voy para ver qué onda con el maraco. Llego y tal cual: el maraco está preguntándole a mi suegro sobre esas cosas que quiere para su “trabajo”, explicándole que … bla bla bla. ¡De repente, me pisa! ¡el muy cabrón! ¡y me agarra de los brazos! ¡creo que quiere abrazarme! ¡ay no, qué asco! ¡uta, bien fuerte el tipo! sus manos, tremendas…, si se raya, seguro me despacha de un piñazo; me calmaré nomás; además, no sé de cómo, mi suegro nos separa (¡gracias, dios bendito, padre amado, padre celestial!); el maricón se va detrás de mi suegro después de soltarme y sonreírme; carajo, casi me meo al imaginarme lo que pensó el marica al tocarme. 

3 Me llama el Santi. Dice que un maraco “anda rondando, cuidado don Johnny”, me dice. Este Santi, es buena gente, pero tiene sus cosas, ojalá encuentre trabajo rápido, yo no puedo pagarle mucho más; además, con el internet, ese netflix y no sé qué más, nos está jodiendo la competencia. ¡Zas! cabalito, entra un tipo como el que dijo el Santi: alto nomás, con gorrita naic, bien amable, bonito habla: me explica que debe hacer un trabajo o no sé qué para la universidad y no sé qué más. Yo, le escuuuucho nomas, pensando en la caja donde guardo esas cosas que quiere. Ese mismo ratito llega el Santi, nervioso, casi ni me deja hablar con mi cliente; de pronto, no sé de cómo, el «maraco» se abraza o algo así con el Santi, sin querer, creo; el Santi casi se muere de bronca ahí mismo (ja ja). Entonces, hago un chiste y paso entre ellos para separarlos; el “maricón” se ríe conmigo y me sigue, aunque creo que alguito siempre le ha dicho al Santi; y el Santi, callaaaaaro nomás. Saco la caja donde guardo lo que quiere “el maraco”; creo que no es de los que quieren con wawas, así que le muestro las de entre adultos nomás que veo a veces, aunque no mucho porque me aburro; además, los tipos ¡bien casco! ¿cómo pues aguantan tanto? Deben drogarse o hacer varias tomas y editarlas; eso debe ser; y las chicas, todas operadas, ¡fulero! Al final, el maricón escoge tres, de las más nuevas; yo solo vi dos. Esperaba que me pida de las que sí son bien jodidas, entre hombres, negros, blancos o combinados, todos bieeen musculosos o bieeeen flaquitos… ja, ja, como el Santi; pero no. Me paga y se va, despidiéndose bien amablemente ¡buena onda el cuate!

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4 ¡Ya voy! Ya, ya… yo le ayudo en su tarea… ¡pero no me grites…! [sus manos, todavía siento sus manos… en mis brazos…]  

5 En la cena, el Santi sigue puteando contra “esos maricas… no es natural, dios no lo permite, a la wawa hay que cuidar don Johnny, hay que protegerla de estos, quieren legalizar sus matrimonios y adopciones, dice, ¿se imagina, don Johnny? A la iglesia deberíamos ir, anímese a recibir a dios… porque eso del preste, pecado es, idolatría es, botadera de plata nomas es, esas fiestas que arman los de su pueblo…” Yo le escuuuuucho nomas. Ojalá encuentre trabajo rápido este mi yerno.

6 Buen material el del señor, y tan amable; don Johnny, así le llamó el muchacho bonito. Y ese chango, me miraba como si estuviese por brincarle, debe pensar que soy gay como él.

El Autor

Escritor, investigador y educador, René Alejandro Canedo Peñaranda nació en La Paz en 1975. Con Editorial Jaguar Azul Editores publicó los poemarios: poemasesino (2014), urbanos y bitácora (2015), nervaduras en colaboración con el fotógrafo Fernando Miranda (2016), informe murciélago en colaboración con el poeta Jorge Campero (plaquette, 2016), delírium trémens en colaboración con el poeta Sergio Gareca (plaquette, 2016), ejercicio forense (2017) y barbijo de plata, plaquette ad hoc por los25 años del Bocaisapo en colaboración con Benjamín Chávez, Ada Zapata, César Antezana/Flavia Lima (2023).

Texto: René Alejandro Canedo 

Imágenes: Freepik

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