Walter Solón Romero, una historia plasmada en murales
Mural del Museo de la Revolución
La Fundación Solón ofreció un recorrido guiado a personalidades de la cultura de la ciudad para mostrar la gran magnitud de la obra de este artista
El tiempo se lleva consigo pedazos de la historia, sin embargo, estos pasajes que parecen efímeros casi siempre dejan insospechadas evidencias. Entonces, cuando los vestigios del ayer vuelven a la memoria como ráfagas de viento, se plasman en imágenes que se quedan como una huella que deja el tiempo. Para recuperar esa memoria, la Fundación Solón ofreció a representantes de la cultura boliviana una visita guiada por 10 murales del artista que retrató las luchas sociales.
Walter Solón Romero nació en Uyuni, Potosí, en 1923 durante el gobierno de Bautista Saavedra, año marcado por la Masacre de Uncía, una de las más sanguinarias de la historia del país. Desde pequeño sintió inclinación hacia el arte, abrazó todas las técnicas que pudo a lo largo de su vida con el objetivo de despertar conciencia social en la sociedad de ese entonces.
“Mi vida es paralela a la realidad de un pueblo que vivió de utopías y se jugó a perder”, solía decir el artista cuyo trabajo estuvo marcado por el esfuerzo, la disciplina y el estudio. El pintor creía, con firmeza, que su labor era parecida a la de un artesano que jamás termina de perfeccionar su obra.
El hijo del artista, Pablo Solón, fue el encargado de llevar adelante el recorrido que inició en la fundación que construyó junto a su padre para preservar su obra. “Quedó huérfano a muy temprana edad y fue enviado al internado del Sagrado Corazón en la ciudad de Sucre, viendo sus habilidades para la pintura, los jesuitas encargados del internado montaron un pequeño salón para que hiciera réplicas de cuadros religiosos”, contó.
El talento de Solón llegó hasta los oídos de Cecilio Guzmán de Rojas (pintor indigenista boliviano de la primera mitad del siglo XX), quien lo becó en la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles de la ciudad de La Paz.
Pablo contó que en esa época Solón se debatía entre la pintura y el violín que le regaló su padre, pero decidió inclinarse por la pintura. Durante ese trayecto tuvo como maestros al pintor Luis Luksic, a la escultora Marina Núñez del Prado y fue influenciado por la obra de Jorge De La Reza.
La casa de Solón es amplia y llena de luz, está repleta de la obra de aquel hombre que vivía para construir imaginarios sociales con su lápiz, pincel y espátula, las únicas armas que un artista necesita para cambiar el mundo.
Aquellos cuadros, murales y colores plasmados en los muros donde abundan imágenes que parecen salidos de los libros no son casuales. Solón investigaba, leía decenas de textos para armar los bosquejos de sus obras que, según su hijo, eran reconstruidos muchas veces.
El primer mural del recorrido se encuentra en la Casa de Solón y titula El Quijote y la Leyenda de la coca. La obra inconclusa se observa en su taller. Para elaborarla el artista volteó muros, cerró ventanas, abrió puertas y volvió circular el pilar central de su taller.
El mural es producto de una fascinación del artista por Cervantes y una crítica contundente a la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Vestigios de ello se encuentran en la casa Solón, donde se muestran las nueve series de quijotes.
La recuperación de la democracia
El recorrido continuó en la Escuela Nacional de Medicina, lugar que cobija la obra Salud para el Pueblo, que fue pintada en 1985. Ese año ,luego de casi 20 años de dictadura fue derrocada la última junta militar que gobernaría el país.
Tres años después, bajo esa misma consigna, Solón plasmaría la que muchos expertos consideran su obra más importante: El Retrato de un Pueblo. El mural inaugurado en 1989 está pintado con piroxilina en paneles transportables. El trabajo representa el espíritu valiente del pueblo y el papel que asumieron las universidades en la recuperación de la democracia. La magnificencia del trabajo está plasmada en los muros del Salón de Honor de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), para apreciarlo hay que empezar el recorrido desde el extremo derecho del muro e ir avanzando en sentido contrario a las manecillas del reloj.
“La verdad no es un mito, es la sombra de los actos en la historia y es la causa por la que pintamos en las paredes el retrato de los pueblos”, sostuvo su hijo, al recordar algunas de las frases de su padre.
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Una de las características peculiares de la obra se puede apreciar en la parte de arriba del mural: ahí hay un fragmento de dibujo que se asemeja a un trazo que no está pintado. Sobre ello Pablo explicó que su padre quiso dejar un homenaje al dibujo.
El recorrido continuó en la calle Bueno y Camacho donde se encuentra el mural La historia del petróleo, el único en su tipo en La Paz pintado en la técnica del fresco. La obra resume las concesiones de tierras para exploración y explotación petrolífera y sus consecuencias para el pueblo reflejadas en el abandono, la miseria, la guerra y la muerte.
Una de las imágenes muestra a un soldado conquistador con un águila imperial y la inscripción “SOC 1922”, que según el hijo del artista hace referencia al año en que la Standard obtuvo del gobierno nacional la aprobación de la transferencia la firma de un contrato muy desventajoso para el país. Adicionalmente adquirió casi todas las concesiones, llegando a poseer 7 millones de hectáreas, cuando lo permitido era solo de 100 mil hectáreas. La SOC explotó los campos de Bermejo, Sanandita, Camiri y Camatindi, siendo interrumpido su accionar por la guerra del chaco.
El Quijote y Tunupa, dos murales rescatados
En la Gobernación del departamento de La Paz se apreciaron las obras Don Quijote/Tunupa. Los murales fueron pintados en la casa de Guillermo Jauregui en 1959, con la ayuda de su hermano Goyo Mayer, dibujante y grabador. Después de su fallecimiento los murales fueron trasladados a la ex prefectura de La Paz, en la plaza Murillo.
Solón explicó que las obras representan el encuentro del conocimiento ancestral con la búsqueda de la justicia. “En el mural del Quijote predominan los azules de un nuevo amanecer, mientras que en el mural de Tunupa los rojos y ocres representan la mitología andina. A diferencia de otros murales de Solón, en estos destacan las grandes figuras y la perspectiva dinámica de los protagonistas que parecen saltar de las paredes”, señaló.
Mientras el mural de Don Quijote versa sobre su arribo a la ciudad del Illimani con Sancho Panza, el de Tunupa se centra en el momento en que este navega amarrado a una balsa de totora y está a punto de estrellarse contra las rocas en el lago Titicaca.
La Revolución, en el diálogo Solón-Alandia
Dos pintores potosinos inmortalizaron a través de su obra el pasado y futuro de la revolución. Solón y Alandia dialogan en el muro del Museo de la Revolución Nacional sobre lo que dejó la insurrección de los obreros y el futuro de la lucha y unidad para enfrentar los resabios del pasado.
“En el centro se encuentra un chasqui trayendo una misiva de esperanza y rebeldía. Atrás, un minero con una dinamita en la mano y más arriba, una marcha. A los costados, los campesinos, los estudiantes y los trabajadores que escuchan, amplifican con el pututu el llamado, y se suman a este largo caminar”, explicó Pablo Solón.
El mural pintado por Solón recupera la leyenda que surgió después de que fuera descuartizado por cuatro caballos, tras la derrota del cerco a la ciudad de La Paz en 1781. En la obra se ven los brazos, las piernas y la cabeza del líder indígena que fueron enterrados en diferentes lugares se juntan bajo la tierra.
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La historia de Bolivia se entreteje con la obra de Solón; en ella, la memoria colectiva resurge para interpelar al poder establecido. El Cristo de la Higuera (mural ubicado en la Facultad de Medicina) se convierte en el grito de vida de un niño entre manos y raíces.
“Este a veces se hace hombre, a veces, casi siempre el hambre y la miseria lo convierten en un habitante de una diminuta tumba blanca. Ojalá que este grito nos evoque el día en que llegamos nosotros con la misma ansiedad de vivir y hagamos algo”, manifestó Pablo.
Solón pintó el mural Juana Azurduy de Padilla y los guerrilleros junto a sus alumnos de pintura en la carrera de Artes Plásticas de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) de La Paz. La obra recuerda el golpe de Natusch Busch (1979) que dejó un centenar de muertos y medio millar de heridos. Las imágenes muestran los tanques y disparos desde un helicóptero, las protestas y una heroica resistencia que acabó derrotando el golpe establecido.
“En un extremo del mural encontramos el esbozó de Juana Azurduy de Padilla y sus guerrilleros que 170 años después de su levantamiento contra la colonia española encuentran una Bolivia ensangrentada”, relató Solón.
Sin embargo, el mural quedó inconcluso debido a un nuevo golpe militar el 17 de julio de 1980: Solón fue detenido y golpeado durante la dictadura de García Meza. Años más tarde este mural serviría de inspiración para una de sus obras más importantes: El Retrato de un Pueblo.
Así culminó la actividad en que participaron figuras del quehacer cultural local como el jefe de la Unidad Nacional de Gestión Cultural de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FCBCB), David Aruquipa; el director del Museo Nacional de Arte (MNA), Iván Castellón, y la jefa de Museos, Jackeline Rojas Heredia. Aruquipa, por ejemplo, expresó su satisfacción y agradeció a la Fundación Solón por la disposición. “Quiero resaltar que estamos articulando el trabajo con la Fundación para conservar la memoria del artista y poder conocer su obra de cerca”.
Texto: Estefani Huiza Fernandez
Fotos: Archivo FCBCB