La ‘pecera’: breve historia de una casa maldita
Imagen: Ricardo bajo, ABI y periódicos Presencia y El Diario
Una vista actual de la Residencia Presidencial desde la avenida Libertador.
Imagen: Ricardo bajo, ABI y periódicos Presencia y El Diario
La Residencia Presidencial tiene 44 años de historia y lleva casi mil días vacía. Por la casa pasaron 16 presidentes, hoy luce abandonada.
La “pecera” está maldita. Sus dos últimos moradores han terminado mal; el penúltimo, de apellido Morales, partió al exilio tras sufrir un golpe de Estado; y la última (apellidada Áñez) cambió la casa del barrio de San Jorge por un pequeño habitáculo en la cárcel de mujeres de Miraflores. Muy cerca de ella vive ahora el presidente (de apellido Arce) en su departamento de toda la vida.
La “pecera” luce deteriorada y abandonada. Entra de vez en cuando un jardinero a cuidar las plantas y las flores. También limpian los cuatro dormitorios, el salón, la sala comedor del fondo y el amplio “hall” para que el polvo del olvido no reine para siempre. Pocas veces bajan al gimnasio de la planta baja. El pasadizo subterráneo que conecta con la puerta trasera de la casa (hacia la avenida Libertador) está a oscuras. El heliopuerto de la azotea que usara Evo es un recuerdo. Afuera hay un par de militares, al fin y al cabo la casa sigue siendo la Residencia Presidencial. Las tres banderas, la del mar y las dos oficiales (la tricolor y la wiphala) ondean al viento.
En la puerta un perro que no tiene nombre espera a no se sabe quién. Frente a la casa, lo mira todo un busto envejecido del ex presidente German Busch Becerra, suicidado en extrañas circunstancias, acosado por la “rosca” minera. Detrás de la escultura, está el viejo club social German Busch; apenas quedan ruinas. La única que sigue en su lugar, a diez metros en la esquina de la cuadra, es la estatua del sabio Confucio, de espaldas a la Residencia Presidencial. Una cruda metáfora. Ésta es la (breve) historia de una casa maldita, de una maldita casa.
Hasta los años 70, los presidentes de Bolivia vivían en sus casas. O en los cuarteles. O vaya a usted a saber dónde. El dictador cruceño Hugo Banzer Suárez va a ser el primero en querer tener una pomposa Residencia Presidencial al estilo de los gobernantes foráneos. El terreno elegido será San Jorge, lejos y cerca de la plaza Murillo, cerca y lejos de la ricachona zona sur, de fácil salida y huida a ninguna parte. Banzer la encargará pero no la habitará. Un golpe de Estado (otro) evitará que la estrene. Volverá a ella, 30 años después, como saldando una vieja deuda.
Los terrenos de la ex Bolivian Power cerca del cuartel de San Jorge (actual Escuela de Inteligencia Militar del Ejército) son los elegidos. El lote tiene una superficie de 2.752 metros cuadrados. La ex Bolivian Power ofrece dos pequeñas construcciones y sus galpones sobre la avenida Libertador en 199.000 dólares. Los acaban vendiendo —rebajáme, casero— por 150.000 dólares; al cambio de la época, tres millones de bolivianos (un dólar estaba a 20.40 bolivianos en abril de 1975). Alguien aprieta a los buenos muchachos de la ex Power, la compañía de la luz de toda la vida. Lo que mal empieza…
Dos años antes, en diciembre de 1973, se aprueba la construcción de la autopista El Alto-La Paz. La empresa que se adjudica la obra se llama Bartos. No se olviden de ese nombre. Banzer se presta 13 millones de dólares del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Será la autopista más cara del mundo (y con más baches de la historia). Cada kilómetro saldrá a tres millones y medio de dólares. La velocidad máxima que se puede alcanzar, dicen los diarios, es de 80 kilómetros por hora. Ese mismo día Ninón Dávalos estrena en el Municipal La luz que agoniza, del dramaturgo Patrick Hamilton. Al día siguiente, el crítico teatral Leonardo García Pabón publica la reseña en El Diario. La constructora Bartos, “especializada” en adjudicarse las mejores obras de la dictadura, va a devolver el “favor”. En forma de casa, de “pecera”.
En junio de 1975 se licita la construcción de la Residencia Presidencial. Se presentan tres compañías. Gana la que todos sabían que iba a ganar, la empresa Bartos y Cía, Sociedad Anónima “por considerar su propuesta la más conveniente a los intereses del Estado”. Donde dice Estado (en el decreto ley número 13549) póngale Banzer. El dictador, “el pequeño Patiño”, como le llaman algunos por la plata acumulada durante su gobierno sangriento, es accionista de Bartos. Todo queda en casa.
En el 76 favores van, favores vienen, Bartos “gana” la licitación por 28 millones de dólares de la época de la carretera Quillacollo-Confital y las obras para mejorar los aeropuertos de Cochabamba, Santa Cruz y Trinidad (vía préstamos de la Usaid) por 116 millones de bolivianos. También se adjudica la Piscina Olímpica de Alto Obrajes para los Juegos Bolivarianos del 77. El “regalo” de la “casita” será “pecata minuta”.
Nada más arrancar las obras de la Residencia, la Alcaldía limita la altura de las edificaciones en los terrenos adyacentes. Motivos de seguridad, diciendo. Hoy la Residencia es blanco fácil desde cualquiera de los altos edificios que la rodean, incluso desde los puentes trillizos aledaños.
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El 21 de julio de 1978, Banzer Suárez, uno de los artífices del sanguinario Plan Cóndor, es sacado de Palacio Quemado por una asonada militar. Se tenía que ir “teóricamente” el 6 de Agosto. Quien a hierro mata, a hierro muere. Banzer no verá como presidente la inauguración de “su” autopista (se corta la cinta el 30 de julio), tampoco la de “su” casa. Entra otro militar golpista. El paceño (de origen palestino) Juan Pereda Asbún está convencido de que será el primer presidente que habite la pomposa Residencia Presidencial. No será así.
Las obras marchan despacio, como las cosas en palacio. Cuando ya todo parece listo, el general Pereda encarga la compra de los muebles, las cortinas, las alfombras y las lámparas. No son baratas. Salen por seis millones de bolivianos. La firma agraciada —compra directa— es Industria de Muebles L’Atelier Ltda. Otro negociado. Incluye la mano de obra en el decorado de la casa. Más vale. Pereda Asbún no lo sabe, pero esa compra es uno de sus últimos actos como mandatario. Firma el decreto supremo número 15965 el 21 de noviembre de 1978. Tres días después, otro militar, el chuquisaqueño David Padilla Arancibia, da otro golpe de Estado. No se han abierto sus puertas y la casa parece estar embrujada.
Al tercero, llega la vencida. El presidente de la Junta Militar de Gobierno, el general David Padilla y la primera dama, Marina Goitia, estrenan la Residencia el 24 de marzo de 1979 y organizan un almuerzo en la planta baja (pues la alta todavía carece de detalles de acabado) junto a sus ministros, autoridades del Alto Mando Militar y esposas. La Paz, cuna de valientes y tumba de tiranos, coloca la primera “chapa”: será el “Acuario”. ¿Por qué? Porque ahí se reúnen los “peces gordos”. Ese mismo día, sábado 24, paradojas de la historia, se funda ADN (Acción Democrática Nacional), con Banzer como jefe y Franz Ondarza Linares como subjefe. Padilla —declarado hincha del club Bolívar— dejará de vivir en su domicilio de Calacoto.
El diseñador de la casa, el turco Osman Birced Birced (egresado de la Universidad de Estambul) está en la primera línea de los festejos. Es el arquitecto del momento, es la “estrella” de la Constructora Bartos. Disfruta de sus “15 minutos” de fama. Ha levantado en los últimos meses —a través de la Constructora Inmobiliaria CINA— 16 edificios en la ciudad de La Paz: el Guanabara, el Reina Esther, Las Palmas, Topáter, Orión, El Cóndor, Alborada, Los Ángeles, Presidente Busch, el edificio La Paz, el Mariscal de Ayacucho, el Guadalquivir, el Fernando V, el Galaxia, el Alianza y el Mariscal Ballivián. Casi nada. La Paz debería llamarse Osman City.
“Birced era un tipo divertido y simpático, un encanto de persona, todos lo recordamos con mucho cariño. Osman era hombre de teatro también”, me cuenta su colega Carlos Villagómez Paredes. La constructora Bartos tiene otra “maña”: construye edificios, no solo como negocio inmobiliario sino para regalar departamentos a los funcionarios que adjudican a dedo los jugosos contratos. Villagómez agudiza la memoria y se acuerda de un personaje famoso en la ciudad en esa época: Carlos “Pilluelo” Morales. Osman Birced —proveniente de la Facultad de Arquitectura de Córdoba/Argentina— trabaja con Gustavo Medeiros Anaya en su Estudio Nueva Visión). La “pecera”, ese bodrio, es hija del hormigón armado, la moda de los setenta.
El flamante periódico Aquí —“Semanario del pueblo”— cha’lla sus oficinas de la calle Jenaro Sanjinés ese mismo mes de marzo del 79 bajo la dirección de Luis Espinal Camps, la gerencia de Adrián Camacho y Edgardo Vásquez, como jefe de redacción. En su número 2, del 24 al 30 de marzo, publica un artículo de opinión titulado “Kantutani: ¿otra autopista?”. Firmada por el pseudónimo “Pueblito” (¿el mismo Espinal?), el periodista dice: “las empresas constructoras son indudablemente las más beneficiadas por la dictadura banzerista, que les permitió obtener enormes dividendos a costa del dinero del pueblo trabajador. La empresa Bartos se puede dar el lujo de construir gratuitamente una casa presidencial como ‘don del cielo’ usando un poco de todo lo que ganó con la autopista (¡ya deshecha!), con el asfaltado de la avenida Libertadores, con el Camino 1-4 o con tantos otros negociados. (…) ¿Quién juzgará a estos chupasangres del dinero del pueblo? No será seguramente un Congreso burgués, ni la Contraloría, ni ningún ente que funciona en el sistema capitalista. Solo el proletariado en el poder garantizará un proceso justo y una condena merecida contra los capitalistas que han hipotecado este país”.
Por la Residencia Presidencial van a pasar un total de 17 presidentes: Padilla, Guevara Arce, Natusch Busch, Lydia Gueiler Tejada, García Meza, Torrelio Villa, Vildoso Calderón, Siles Zuazo, Paz Estenssoro, Paz Zamora, Sánchez de Lozada, Banzer, “Tuto” Quiroga, Mesa Gisbert, Rodríguez Veltzé, Morales y Áñez. Uno morirá en un hospital militar tras ser condenado a 30 años de cárcel sin derecho a insulto por genocidio y delitos de lesa humanidad (Luis García Meza Tejada, el único autócrata latinoamericano que permaneció preso hasta su muerte en 2018). Otro sufrirá un gravísimo accidente de avión y se salvará de milagro (Jaime Paz).
Varios de ellos sufrirán golpes de estado siendo habitantes de la casa; algunos partirán al exilio de manera rápida y fugaz, sin tiempo de recoger nada de la casa (como Evo y “Goni”). Uno de ellos morirá de un cáncer (Banzer) y otro será incluso secuestrado en la mismísima puerta de la casa maldita; el presidente Hernán Siles Suazo es raptado el 30 de noviembre de 1984 como parte de un fracasado golpe de Estado (otro) encabezado por militares, policías y civiles vinculados con el MNR y ADN.
En realidad son 16 los presidentes que han vivido en la “pecera”, pues Carlos Mesa no quiso habitarla, al igual que Lucho Arce en la actualidad. A Mesa la residencia le parecía/parece un bodrio. “Además creí que necesitaba mi espacio propio, el de siempre, el de mi casa, entonces en la calle 16 de Calacoto y Costanera. Hice bien, porque al llegar después de una jornada de trabajo presidencial me desconectaba nada más cruzar la puerta y eso me mantenía equilibrado en medio del tráfago terrible que tuve que afrontar, sobre todo en el periodo diciembre 2004 – junio 2005. Todavía celebro aquella decisión”, me dice Mesa, vía correo electrónico.
El que sí entró con ganas fue el general Banzer, el único dictador latinoamericano que logró volver a la presidencia por la vía de las urnas. Lo hizo después de ganar las elecciones de junio de 1997. 20 años tuvieron que pasar para que el dictador habitara la casa que encargara. Es entonces cuando el pueblo, en su infinita sabiduría popular, bautiza de nuevo la residencia. Será la “pecera”. ¿Y por qué la “pecera”? ¿acaso por su forma? No. Será la “pecera” porque allí vivirán el ”ispi” y la “ballena”. El “ispi”, como imaginará caro lector, es el diminuto general y sus 1,58 metros de altura. (Nota mental uno: ¿por qué todos los dictadores son bajitos?) Y la “ballena” es la oronda primera dama, “doña Yolanda” Prada, acusada en procesos penales por supuesto enriquecimiento ilícito en las gestiones de gobierno tanto de facto como democrático de su querido esposo. No tan querido pues los pasillos de la Residencia Presidencial todavía escuchan de lo que no se hablaba nunca: aquel balazo que rozó el culo del general allá en agosto de 1978 cuando la sufrida esposa se enteró de que Banzer había tenido un hijo fuera del sacrosanto matrimonio —tras siete años de relación clandestina— con la Miss Bolivia Isabel Donoso Trigo, hija de un exprefecto de Tarija, Valmoré Donoso. Si las casas hablaran…
Uno de los que no tiene problemas estéticos es el cochabambino Jaime Paz Zamora, el último presidente que ha terminado su mandato. Lo hace en compañía de su madre, la tarijeña Edith Zamora Pantoja. El “Gallo” —acostumbrado a su mansión campestre del Picacho a orillas del río Guadalquivir— recuerda que la casa no era nada del otro mundo. En el aquel su jardín corría una vicuña (de nombre “Uyuni”, según me cuenta Pablo Cingolani) y una llama que a veces se escapaban y trotaban por toda la avenida Arce hasta la plaza Isabel la Católica, la vieja Plaza del Óvalo.
Ese par de camélidos no son los únicos animales que han poblado la Residencia Presidencial. ¿Cuántos perros y perras han pasado? Incontables. El más famoso, sin lugar a dudas, es “Ringo”, el perro de Evo. (Nota mental dos: me acuerdo que el expresidente orureño confesó en su momento que las primeras noches que habitó la Residencial allá por 2006 tuvo problemas para dormir. ¿Serían los fantasmas de la casa maldita?).
Un día, tras el derrumbe en el cercano barrio de Llojeta, “Gringo”, así se llamaba, se “parqueó” en la puerta de la Residencia y fue adoptado (con cambio de nombre) por el presidente Morales. Durante el exilio de Evo en México y Buenos Aires, el actual presidente de la Cámara de Senadores, Andrónico Rodríguez, quedó a cargo de su cuidado en el Chapare. ¿Volverá Ringo alguna vez a la “pecera”?
Los (ocho) perros que acompañaron a la beniana Jeanine Áñez Chávez —la última moradora de la casa— en los 11 meses y 27 días que vivió en la Residencia Presidencial también fueron mediáticos. “Pitita” y “Negrito” (también rescatados de las calles), “Toto”, “Julieta”, “Florentina”, “Florentino”, “Federica” y “Reynaldo” fueron las “estrellas” cuando la presidenta de facto celebró en septiembre de 2020 el decreto que reglamentaba la ley contra el maltrato animal. Los ocho vestían con chalecos con camuflado militar, a tono con el gabinete que avaló/posibilitó las dos masacres de civiles (Sacaba y Senkata) a manos del Ejército.
Hoy, la Residencia Presidencial luce solitaria sin huéspedes ilustres. Pronto —en dos meses— cumplirá mil días vacía (más de dos años y medio). Los cuadros famosos que cuelgan en sus paredes acumulan polvo. Durante los 44 años de existencia de la casa, un buen número de obras de arte han pasado por el lugar. En 1980, un año después de su estreno, en la gestión de la presidenta Lydia Gueiler Tejada, se destinaron por decreto supremo 827.300 bolivianos para la adquisición de obras de arte para la casa de San Jorge.
En 1992, con la desaparición del Banco del Estado, el presidente Paz Zamora decretó la transferencia de 43 cuadros de “maestros coloniales y contemporáneos” al Palacio de Gobierno y a la Residencia Presidencial “con el objeto de enriquecer las colecciones artísticas que allí se encuentran”. Así, cuadros de Melchor Pérez Holguín, Enrique Arnal, Jorge de la Reza, Moisés Chiri Barrientos, Gil Imaná, Rimsa, Borda, Raúl Mariaca Guillén, Armando Pacheco Pereira, Alberto Medina Mendieta, José Ostria Garrón, entre otros llegaron a la “pecera”.
Hoy la “galería” de arte de la Residencia Presidencial no tiene ojos que la miren. El “acuario” se ha vuelto un gasto insulso. ¿Y si convertimos la maldita casa en un centro cultural? ¿Y si, plan b, levantamos un centro para la memoria histórica y la defensa de la democracia y los derechos humanos que tanta falta nos hace como ha sugerido mi colega/amigo Oscar Silva Flores? Quizás, así, la casa deje de estar maldita y la “pecera” tenga una nueva primavera.
Texto: Ricardo Bajo H.
Fotos: Ricardo bajo, ABI y periódicos Presencia y El Diario