Geografía de los saberes
Imagen: Claudia Coca, Santiago Roose y Maxim Holland
La instalación efímera de Santiago Roose, evoca el tránsito hacia la curación.
Imagen: Claudia Coca, Santiago Roose y Maxim Holland
Los artistas peruanos Claudia Coca, Maxime Holland y Santiago Roose hacen un recorrido por la ruta de la quina en la Bienal de Arte Contemporáneo de Santa Cruz
Motivados por la convocatoria del proyecto del Qhapaq Ñan InSITU, tres artistas peruanos se vuelcan en una captación subjetiva del territorio de Chachapoya como primer paso, a fin de reconocer el árbol de la quina, su entorno, su uso, su futuro en la Amazonía peruano-ecuatoriana. Quizá por suerte, quizá con ánimo de reactivarnos, emprendemos un viaje complejo de conocimiento colectivo, para ver cómo esta planta sigue interactuando e interviniendo sobre el espectro de la enfermedad. Este viaje marca el inicio de un cuestionamiento constante que nos ha inundado por dos años y que continúa ahora en el extremo este del Qhapaq Nan.
Conocida ya en la época colonial por ser un antipirético potente, la quina se utilizó como tratamiento contra las enfermedades varias de la Corona. Durante los primeros años de vida republicana también motivó desplazamientos desde Bolivia, llegando su uso hasta Panamá. En general, estos tres países amazónicos —Bolivia, Ecuador y Perú— comparten un conocimiento indígena sobre la planta y sus usos medicinales. Su tratamiento históricamente episódico, que nos ha llegado por medio de anécdotas, pasa a la “luz” del conocimiento occidental con la sintetización de la planta entrado el siglo XX. Así, en la pandemia del COVID-19, quina y enfermedad se fusionan simbióticamente: el árbol sigue la misma trayectoria que nuestros territorios y horizontes políticos; el viaje de exploración se torna en un relato enmarcado por la muerte de la naturaleza, que ha seguido la misma trayectoria que nuestros cuerpos republicanos.

A pesar de que sabíamos que el árbol está casi extinto, nuestra expedición parte de la necesidad de encontrar claves de sobrevivencia —como un acto de fe— ante la muerte y desesperación que se plantea en el laboratorio global del COVID-19. Se trata de entender cómo el árbol sigue presente en ese territorio, ya que nuestras ciudades se han alimentado y han sobrevivido a la crisis pandémica gracias a los conocimientos herbolarios andinos. De acuerdo con Marcello Dantas, los seres humanos tenemos un deseo innato de conectarnos con la naturaleza. En un mundo cada vez más tecnocratizado y regido por los instrumentos de la inteligencia artificial, establecer una conexión con la naturaleza supone un lujo asombroso para algunos. Y aquí es donde nos encontramos divididos: para unos, se produce un acto de agricultura, sencillo y sereno, que no espera mucho, en otras palabras, que tiene una paciencia eterna. Para otros, este encuentro con la naturaleza dista mucho de lo que se considera “arte” en las galerías, sino que más bien descoloca nuestras ideas preconcebidas y provoca una reflexión sobre lo pequeño, lo ínfimo, donde se perfila la biofilia. El deseo de encuentro queda intacto, a pesar de la extinción y la pandemia. Pero, ¿cómo logramos estos encuentros con la naturaleza?
El viaje en sí se convierte en la expresión de la vida misma; el movimiento, en una necesidad decolonial de atravesar las fronteras —reales, imaginarias, nacionales, biológicas, históricas, pictóricas y plásticas— que se han acumulado en capas durante la colonia y la modernidad. En esta geografía de los saberes, la ecología, lejos de ser una práctica exclusivista y exclusiva, resulta en una composición de conocimientos heterogéneos compartidos por un grupo multidisciplinar de personas.
Para la Bienal de Santa Cruz se plantea una segunda etapa de esta composición en la que se han desarrollado las obras de manera continua, y ahora se emplaza —inSITU— una exposición para continuar el desarrollo de la pregunta sobre la posibilidad de conocer la naturaleza.

El segundo viaje
Estamos listos para emprender el segundo viaje. Nos reunimos por segunda vez para ver si es posible congregarnos alrededor de un árbol. Como decía la bióloga Leyda Rimarachín en nuestro primer viaje: “La quina puede ser el próximo motivo para reunir los conocimientos de los dos países y de sus pobladores limítrofes. Si bien la propuesta era para el corredor binacional Ecuador y Perú, hoy nos toca establecer un sistema de conexiones y conocimientos en Bolivia.
Claudia Coca: Bosques de neblina. Elementos de expedición botánica con preguntas a la Colonia, al espíritu colonizador, incluso más importantes en las interpelaciones discursivas a la National Geographic que reviven el impulso explorador. En la obra de la rtista Claudia Coca se delimita un cuerpo diminuto que observa un universo de extracción global. Los macros de botánicos recorren un tiempo mítico en el que se cuestiona la matriz colonial naturalista.
También puede leer: UMA: Las cabezas que hablan al tiempo
Santiago Roose: La Nave terca. Como en un movimiento perpetuo, se atraviesa un bólido de delirio, de creencias, de actitudes, de juicios de valor que se juntan en un solo elemento, fusionando contradicciones y direcciones opuestas. El espectador se queda mirándolo y, a la vez, se reconoce volcado dentro de ese seguir continuo de un vagón de charlatanería que infunde, a veces, el éxito o el miedo de una travesía. Como ya comentó el literato y critico peruano Victor Vich, sobre la obra de Roose se dibujan los límites de un inevitable porvenir, esta vez haciendo una narración de la vida social de la mística andina o guaraní en Santa Cruz, Bolivia.

Maxim Holland: Vectores pasivos. La pandemia ha puesto en evidencia la precariedad de los sistemas de salud en zonas periféricas del gran Qhapac Nan, asociada ante todo con las grandes crisis mundiales que se enfrentan el sistema capitalista a los saberes ancestrales y a nuestro conocimiento de la naturaleza. Debido a esta circunstancia, el árbol de la quina se ha mutilado intensamente en estos años, llevando a la extincción de estos cuerpos en pandemia. El concepto fotográfico Vectores Pasivos resuelve sobre la muerte y desesperación que se ha producido en nuestros cuerpos y los cuerpos de la quina. En una escala uno a uno, nos hemos enfrentado a comportamientos condicionados que delimitan el deber ser y el deber estar. Ahora, dibujamos límites cercanos; quizás nuestra agencia se resume a un metro cuadrado y hemos dejado atrás el sentimiento de espacio público.
Una geografía de los saberes: ruta hacia el árbol de la quina y otras habitantes ha sido realizada gracias al apoyo del Centro Cultural de España en Lima, donde se expuso del 11 de agosto al 2 de octubre de 2022. Esta segunda version de la muestra —que se exhibe actualmente en el Centro de la Cultura Plurinacional Santa Cruz (CPP), ubicado en en la calle Rene Moreno #369— cuenta con el apoyo de la XXII Bienal Internacional de Arte Contemporáneo Santa Cruz de la Sierra, la ONG Red Bolivia Mundo, TWIN TECH y la Embajada de Perú en Bolivia.

Texto: Marisabel Villagómez
Fotos: Claudia Coca, Santiago Roose y Maxim Holland