Gastón Ugalde, cazador de pulpos
Imagen: RICARDO BAJO
Imagen: RICARDO BAJO
El arte total del artista paceño estuvo marcado por una infancia viajera/aventurera y unos estudios en la ‘hippie’ Vancouver.
Gastón nace un primero de julio. Padre es Filiberto Ugalde del Carpio y madre, Lucila Castro Rodríguez. Serán cinco hermanos: Eduardo, Gastón, Fernando, Enrique y Miguel Ángel. Don Filiberto, nacido en Catavi/Potosí, es auditor financiero y Lucila bastante tiene con los cincos hijos/hombres. El abuelo paterno es ingeniero de minas, encargado de la represa de Catavi. Morirá joven por una pulmonía. Su hermano mayor, “el tío Carlos”, hará de verdadero padre. Estamos en los primeros días de julio de 1944. En Milán los partisanos ejecutan a cien soldados nazis. Van 1.763 días desde que comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Don Filiberto estudia en el Colegio Alemán de Oruro y con 16 años llega a La Paz. Ingresa en el Instituto Americano, el Amerinst del barrio de San Pedro, fundado en 1907. Lo hace entre mujeres; va para secretario o contador. Cuando termina los estudios, entra a trabajar en la contaduría de la empresa de su hermano mayor, “el tío Rodolfo” que labura de gerente de operaciones de la Grace and Company, la empresa más grande de los Estados Unidos en Bolivia. La famosa “Greis”.
Doña Lucila, la madre, es de Totora, Valle Alto de Cochabamba. Sus padres son don Celso Castro, chuquisaqueño y doña Julia Rodríguez, de ascendencia vasca. La abuela va a transmitir todos sus genes al nieto: es de carácter fuerte y viste siempre de negro (con pañuelo blanco). Es muy alta. La estatura de los Ugalde (apellido topinímico vasco) viene de ahí. Ugalde, por cierto, significa: al lado del agua, del río. Todavía no se imagina pero el agua formará parte de su obra para siempre.
Gastón recuerda los paseos a caballo por la estancia de los Castro y las calles coloniales de la vieja Totora. Es el paraíso de las vacaciones para todos los hermanos. Su amor incondicional por los perros viene de esos días de campo. De lo que más se acuerda es de la abuela Julia, la vasca. “Fue una visionaria para su tiempo; a sus dos hijas; a Ana y a Lucila, mi madre, las mandó a vivir con quince años a la ciudad de La Paz, no quería que se quedaran en Totora”. Pueblo chico, infierno grande.
Lucila y Ana son las muchachas más bellas de La Paz. Lo recuerda Gastón orgulloso. Y no se lo inventa. Se lo contó una vez —ni más ni menos— que don Julio de la Vega, el poeta, el periodista, el fundador de la Segunda Gesta Bárbara. “Todos estábamos locos por las hermanas Castro cuando aparecían por el Prado, me contó una vez”. Cuando los jóvenes Lucila y Filiberto se cruzan es amor a primera vista. Filiberto es buen mozo, alto también como Lucila. Ella tiene 19 años y él, dos más. Se casan y se van a vivir a la plaza Riosinho, sobre la avenida Armentia, norte de la ciudad. En la casa nunca faltarán productos de importación de los depósitos de la Grace. Gastón tiene clavados en la memoria unos chocolates que venían de Uruguay, gentileza del tío Rodolfo.
Pronto la madre compra un terreno en la calle Chaco con Crespo, Sopocachi Alto, parroquia Cristo Rey. Levantan dos cuartos de adobe. Existen tantas felicidades como personas hay en el mundo: Gastón es un niño feliz de cinco años pisando adobe. Todavía no se imagina pero el barro, la piedra, la sal, la coca lo acompañarán para siempre. Como el agua de su apellido. De esas pisadas y esos sueños saldrán dos casas.
Con diez años, a dos del triunfo de la Revolución Nacional, Gastón y toda la familia dejan La Paz y se van a vivir a Cochabamba, al barrio de Cala Cala. El viaje será una constante vital en toda la vida de Gastón Ugalde. A padre lo han elegido como jefe departamental del MNR en la “Llajta”. Pasa a estudiar en el Instituto Americano de la capital valluna.
La cosa va bien hasta que una mañana todo se congela en una imagen. Gastón lo ve a cámara lenta. Una bicicleta pasa por el puente de la Recoleta sobre el río Rocha. Gastón acompaña en la parte trasera, maneja su hermano mayor, Edy. Edy es Eduardo, fallecerá muchos años después de cáncer.
Los dos vuelan por los aires y caen de bruces en la arena del río que todavía huele rico. Acaban de ser atropellados por un carro. El auto no es manejado por cualquiera. Al volante está “Coca” Weise, la mujer de Juan Lechín Oquendo, ministro de Minas y Petróleo del victorioso MNR, el hombre que ha nacionalizado las minas, futuro vicepresidente de la nación.
“Coca” acaba de llevarse por delante a dos changos: Edy y Gastón, Gastón y Edy. El padre de ambos, Filiberto, jefe del partido en la ciudad, le mete —ni corto ni perezoso— un juicio a la esposa de Lechín. Los changos, la familia, ante todo, ante todos. Perderá, por motivos más que obvios. Se tendrán que ir todos de Cochabamba. Al chango “Gas” esas cosas —la defensa de los suyos— se le quedarán clavadas en la memoria.
Con 13 años, los Ugalde vuelven a La Paz. Los cines a finales de los 50 florecen por todos los barrios. La ciudad cuenta con 60. Un paraíso. Gastón es un “habitué” de las sesiones dobles. Padre logra un trabajo como agente de aduanas en Arica y los Ugalde parten de nuevo. Padre terminará trabajando para la línea bandera boliviana, el LAB (Lloyd Aéreo Boliviano), supervisando la carga de los DC-3. Las maletas siempre listas, será otro lema/constante de Gastón.
En el Liceo Coeducacional de Arica —el único de la ciudad— recibe instrucción militar. Ahí cumple 15 años. Gastón no celebra su aniversario, no hay torta, no hay regalos. Tendrán que pasar muchos años cuando ya sea abuelo para que celebren (otros) su cumpleaños.
En Chile hace de todo, a temprana edad. Aprende a buscarse la vida. Todavía no se imagina que eso le llevará por los senderos del arte. Vende y compra. Descubre la música. Se enamora de la chica más linda del Liceo: una rubia llamada Patricia Fuster. Y aprende a cazar pulpos. El culpable es el “Chancho” Romero, vecino del barrio.
El colla Ugalde y el “Chancho” salen todas mañanas en un bote a remos a cazar pulpos. Luego se acercan a los cruceros que descansan en la bahía de Arica. Gastón trepa los pisos del barco a través de una escalera de soga. Llega hasta la cocina del crucero y vende los pulpos a buen precio a un cocinero italiano. No le dan plata; consigue anillos, pulseras, cristalería de roca que luego vende en la tienda de modas de su madre.
Con la platita de los pulpos, el adolescente Gastón se compra sus primeros vinilos. La década de los 70 pide pista. Gastón se viste como Elvis con zapatos de gamuza azul, canta como Bill Haley, el de los Cometas. El rock and roll de los 50 revoluciona la Arica de los 60.
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En 1962, con 17 años, la familia alista maletas de nuevo y vuelve a La Paz. Regresa al Colegio Americano donde tiene de profesor (de filosofía) a Nicolás Fernández Naranjo; poeta, músico, profesor del Conservatorio, exdirector de la Biblioteca Municipal. Don Nicolás está a cargo del Coro Polifónico Nacional desde 1952. Lo va reclutar a Gastón para el canto. Es un buen mozo y solfea. Se coloca en las últimas filas del Coro. La mayoría —una treintena— son chicas veinteañeras. “En clase de matemáticas y en el coro molestaba a las chiquillas”. Ugalde es segunda voz.
Su debut es en el Teatro Municipal durante la elección de Miss Amerinst. Gastón es olvidadizo, pero jamás se le borra el nombre de una mujer. “La Miss del colegio de aquel año se llamaba Hilda Alvarado”. Genio y figura.
Don Nicolás ha advertido algo en los ensayos. Ugalde no se ganará la vida cantando. Le da un consejo: “disfruta pero no cantes en el Teatro Municipal, solo mueve los labios”. Los rivales del Amerinst son los del Colegio Alemán. Compiten en todo contra ellos: en baloncesto, fútbol, tenis. Gastón se apunta a todos los equipos, hasta beisbol llegará a jugar. Y también pasa clases de pintura con Agnés Ovando. Nada más ni nada menos. Todavía recuerda los ojazos que tenía Agnés. Aprende a pintar con libertad, a soltarse. Todavía no se imagina que eso marcará su vida, su arte. La libertad, la creatividad por bandera. Hermosura/desmesura. El comedimiento nunca será lo suyo.
Dos años después, en 1964, con 20 ingresa a la carrera de Arquitectura en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Tiene de profesores a José de Mesa y Teresa Gisbert. Y de compañeros, a insignes arquitectos que serán como Gastón Gallardo, Ernesto Pérez Rivero, Arturo Ballivián… Logrará un título de bachiller de Humanidades que servirá de algo.
Doña Teresa tiene ojo y luz. Ella la presta uno de los tomos del Summa Artis: Historia General del Arte. Lo devora. Siente la necesidad, hambre y deseo, de conocer. El bichito ya picó. Todavía no se imagina de qué manera. Buscará ese libro perdido durante décadas. Ahí comenzó todo.
Lo primero que le interesa es la fotografía. Se hace amigo de Fernando Pérez Roca, oftalmólogo de la ciudad, gran coleccionista de lentes. Se junta también con Boris Renato Marinovic. Hacen la primera revista de fotonovelas. Hoy Boris todavía guarda como tesoro aquellas “magazines”. La pareja de travesuras proyecta “slides” en los muros del Prado. Ugalde sueña y va más allá: “yo quiero proyectar en las nubes, en los cielos”.
La vida de estudiante universitario conduce inexorablemente a la bohemia paceña. Se hace amigo de los “Buscas”. Son la “crema y la nata” de la alta sociedad/suciedad; los galanes, los reyes de la noche. “Los buscas” son los “dueños” del Hotel Copacabana en el Prado. Ellos son: “Coco” Acosta, Raúl Larrier, Fernando Alaiza, “Manopla” Meave, Nelson Murillo, Horacio Romero (el hermano de Ana María Romero, la mejor Defensora del Pueblo que tendrá Bolivia). Serán para siempre los “chicos del Copacabana”.
Gastón se cuela en sus festejos, se viste de mayor con largo abrigo y chalina elegante. El porte ya lo tiene. Va al cine todas las noches como iba a las matinales en los 50. Es un habitué del Princesa, del Roxy, del Tesla, del Ebro…
Las imágenes taladran su imaginación; será el artista que conocemos gracias a ese cine de los 60; las películas de Bergmann, Buñuel y Truffaut, el neorrealismo italiano, Fellini, Roselini, Visconti, De Sica. Y el cine erótico. “Hay pajas que recuerdo más que novias”, repetirá una y otra vez a los amigos. Come las salteñas del Tokio y goza con las Copa Melba del Max Bieber en la 20 de Octubre (donde hoy está la Casa Museo Inés Córdova-Gil Imaná).
Después de la previa en el Copacabana, los “Buscas” aterrizan en las discotecas de moda de la ciudad: el “Bacará” (en la Landaeta y avenida 20 de Octubre), el “Jankakanou”, el “Moulin”, “La Caverna” de la calle México, el “Maracaibo” del Prado frente a la estatua de Colón. De aquellas noches recordará otro nombre de mujer: Gina Barton, diosa italiana del “strip-tease”.
Una noche del 65, una rubia platino deslumbra la pista del “Bacará”. Es francesa, apenas tiene 20 años, viste falda corta y sus hombros están desnudos. Gastón se acerca, charla, baila. Baila tango. “Interactúe con ella”, recordará más de medio siglo después con una sonrisa pícara dibujada en el rostro. Un caballero no cuenta más. Al día siguiente, la acompaña al lago Titicaca. Una semana después se entera que la joven francesa se llama Catherine y se apellida Deneuve. Nadie se la cree entre los “chicos del Copacabana”. La estrella gala acaba de estrenar Los paraguas de Cherburgo y tiene casi una veintena de películas a sus espaldas.
En 1966 el “Che” Guevara llega a Bolivia. Son tiempos de guerrilla y revolución. De querer cambiar el mundo. De soñar. Padre decide alejarlo de La Paz y de Bolivia. Por si las moscas. Al año lo manda a estudiar a Vancouver, Canadá. Ugalde todavía no se imagina.
Lo primero que hace cuando llega a Vancouver en 1967 es tratar de responderse a dos preguntas: ¿Tienes que aprender inglés? Sí. ¿Tienes que saber qué hacer con tu vida? También. “Voy a viajar por el mundo y cazar osos”. Cuando estudia Ciencias Políticas en la Universidad Simon Fraser (campus de Vancouver) se aplaza en las asignaturas de Historia de Latinoamérica y Español. No será politólogo. Ni falta que hace.
El mundo artístico de Vancouver y la noche roban toda su atención. Se apunta a la Escuela de Arte de Vancouver (hoy Universidad de Arte y Diseño Emily Carr) para estudiar en las tardes y noches Fotografía y Grabado en la carrera de Artes Gráficas. “Fueron aquellos primeros profesores quienes vieron mis actitudes en artes”. Ya puede contestar en serio a la segunda pregunta, ya sabe qué hará —de verdad— con su vida. El lema de la escuela es “Eye, mind and hand”. Ugalde sabe qué hará con los tres. Crear, crear, crear. Con el ojo, con la mente, con la mano.
El primer enamoramiento no tarda en llegar. La chica se llama Margaret Frith, “hermosa como un poema”. Ugalde tropieza con el inglés (“sordo para los idiomas”) pero sabe que “la única manera de aprender bien un idioma es en la cama”. Se va a vivir con Margarte y al de cinco meses sueña en colores. Y habla en inglés. “Power of love”.
Las clases y prácticas de grabado (en metal y piedra) en la Escuela de Artes explotan su cabeza. Se convertirá en un vicioso de la creatividad. Su maestro es Orville Fisher, artista de guerra. Fisher es la viva imagen de la pasión por la pintura. Cuando desembarca con la Infantería canadiense en las playas de Normandía en 1944 —el año que está naciendo Gastón— tira todos los materiales de arte que llevaba (más de 30 kilos de peso), pues teme morir ahogado. Solo se queda con unas almohadillas de papel impermeable atadas a su muñeca y un lápiz de carboncillo. Con solo eso, pinta 246 imágenes bélicas, hoy expuestas en el Museo Canadiense de la Guerra.
Cuando Ugalde llega a sus clases de pintura, el maestro lleva 30 años como profesor en la Escuela. Ugalde se entiende bien con él. La pasión será contagiosa. Ugalde ya sabe que será un soldado del arte. “Descubrí algo maravilloso, tenía tintas, papeles, me daban todo; llegaba antes de las clases y me iba después”. Cuando no está en las aulas, está en el cuarto oscuro. Todo el santo día está sacando fotos.
En aquellos días se apunta a la ecoestética (“aecoestética”), neovanguardia pura a finales de los 70. Está naciendo —con Robert Smithson a la cabeza— el “land-art”, el arte de la tierra. La contracultura vive su máximo apogeo. Todavía no sabe que el uso de piedras, madera, arena, vientos, fuego, hojas, agua, sal y otros elementos de la naturaleza marcará su obra. Serán sus eternas herramientas de exploración.
La alteración artística de la naturaleza (el paisaje) será todo para Ugalde. El cómo será otra cosa: fotografía, pintura, performance, escultura, instalación, grabado, pintura corporal, textiles, máscaras… Gastón lo fagocitará todo. Multidisciplinario como el boliviano de la calle.
Ugalde vive durante casi seis años la edad de oro del hipismo. La “Free School”, el “free love”; el amor, la escuela, todo es/será desnudo y libre. Fantaseará toda su vida con Woodstock, la congregación “hippie” que se volverá famosa en el mundo entero. Contará mil veces anécdotas cada vez más rocambolescas de aquel verano/agosto del 69. Las chicas lo mirarán fascinadas. Gastón Ugalde será un gran contador de historias, un “story teller”, un fabulador. Y cuando tenga que elegir entre los hechos (“facts”) y la leyenda, como el periodista de la película The man who shot Liberty Valance (de John Ford) elegirá siempre la leyenda. “Print the legend”.
Al tercer año de estudios, en 1970, logra una beca. Ahora si la cosa va en serio. Para noviembre de 1972, Ugalde participa en su primera exposición colectiva en la galería de la Kootenay School of Art en la ciudad de Nelson (a caballo entre Vancouver y Calgary) junto a cuatro artistas, también merecedores de las becas de verano del Gobierno de Canadá. Son el cubano Roberto Campoamor, Robert (“Bob”) y Halcyon Ploss y Joseph James. Con Campoamor tendrá una amistad de décadas, incluso harán arte juntos en el Salar de Uyuni. “Bob” Ploss terminará en los años 70 en una comuna “hippie” de verdad. Cazando osos.
Luego vendrá otra muestra en la Galería de Arte de Vancouver con seis fotógrafos. Son Richard Thomas, Mimeo Tanaka, Jim Reed, Douglas Muir, Robbie Nyman y Gastón. Ya está inmerso en la “aecoestética”.
A finales de 1972 vuelve a Bolivia. En enero del 73 expone por primera vez en el Salón Municipal de Exposiciones de La Paz. Al año siguiente (abril de 1974) llega al Museo Nacional de Arte. La crítica conservadora/periodística de la ciudad da palo. No entienden nada de sus grabados “con reminiscencias nativas y fotografías introspectivas”.
La directora del MNA, Teresa Gisbert, lo defiende y anuncia como profeta: “No se olviden de su nombre, este chico va a dar que hablar. Ugalde es una promesa que se recogerá con el tiempo”. Al año siguiente (1975) gana su primer premio. La leyenda Gastón Ugalde está por comenzar.
Texto: Ricardo Bajo Herreras
Fotos: Ricardo Bajo y Archivo Ugalde