Saturday 7 Sep 2024 | Actualizado a 14:46 PM

Gastón Ugalde, cazador de pulpos

/ 22 de octubre de 2023 / 07:09

El arte total del artista paceño estuvo marcado por una infancia viajera/aventurera y unos estudios en la ‘hippie’ Vancouver.

Gastón nace un primero de julio. Padre es Filiberto Ugalde del Carpio y madre, Lucila Castro Rodríguez. Serán cinco hermanos: Eduardo, Gastón, Fernando, Enrique y Miguel Ángel. Don Filiberto, nacido en Catavi/Potosí, es auditor financiero y Lucila bastante tiene con los cincos hijos/hombres. El abuelo paterno es ingeniero de minas, encargado de la represa de Catavi. Morirá joven por una pulmonía. Su hermano mayor, “el tío Carlos”, hará de verdadero padre. Estamos en los primeros días de julio de 1944. En Milán los partisanos ejecutan a cien soldados nazis. Van 1.763 días desde que comenzó la Segunda Guerra Mundial.

Don Filiberto estudia en el Colegio Alemán de Oruro y con 16 años llega a La Paz. Ingresa en el Instituto Americano, el Amerinst del barrio de San Pedro, fundado en 1907. Lo hace entre mujeres; va para secretario o contador. Cuando termina los estudios, entra a trabajar en la contaduría de la empresa de su hermano mayor, “el tío Rodolfo” que labura de gerente de operaciones de la Grace and Company, la empresa más grande de los Estados Unidos en Bolivia. La famosa “Greis”. 

Doña Lucila, la madre, es de Totora, Valle Alto de Cochabamba. Sus padres son don Celso Castro, chuquisaqueño y doña Julia Rodríguez, de ascendencia vasca. La abuela va a transmitir todos sus genes al nieto: es de carácter fuerte y viste siempre de negro (con pañuelo blanco). Es muy alta. La estatura de los Ugalde (apellido topinímico vasco) viene de ahí. Ugalde, por cierto, significa: al lado del agua, del río. Todavía no se imagina pero el agua formará parte de su obra para siempre.

En su exposición ‘Pandemic’, en julio.

Gastón recuerda los paseos a caballo por la estancia de los Castro y las calles coloniales de la vieja Totora. Es el paraíso de las vacaciones para todos los hermanos. Su amor incondicional por los perros viene de esos días de campo. De lo que más se acuerda es de la abuela Julia, la vasca. “Fue una visionaria para su tiempo; a sus dos hijas; a Ana y a Lucila, mi madre, las mandó a vivir con quince años a la ciudad de La Paz, no quería que se quedaran en Totora”. Pueblo chico, infierno grande.

Lucila y Ana son las muchachas más bellas de La Paz. Lo recuerda Gastón orgulloso. Y no se lo inventa. Se lo contó una vez —ni más ni menos— que don Julio de la Vega, el poeta, el periodista, el fundador de la Segunda Gesta Bárbara. “Todos estábamos locos por las hermanas Castro cuando aparecían por el Prado, me contó una vez”.  Cuando los jóvenes Lucila y Filiberto se cruzan es amor a primera vista. Filiberto es buen mozo, alto también como Lucila. Ella tiene 19 años y él, dos más. Se casan y se van a vivir a la plaza Riosinho, sobre la avenida Armentia, norte de la ciudad. En la casa nunca faltarán productos de importación de los depósitos de la Grace. Gastón tiene clavados en la memoria unos chocolates que venían de Uruguay, gentileza del tío Rodolfo.

Pronto la madre compra un terreno en la calle Chaco con Crespo, Sopocachi Alto, parroquia Cristo Rey. Levantan dos cuartos de adobe. Existen tantas felicidades como personas hay en el mundo: Gastón es un niño feliz de cinco años pisando adobe. Todavía no se imagina pero el barro, la piedra, la sal, la coca lo acompañarán para siempre. Como el agua de su apellido. De esas pisadas y esos sueños saldrán dos casas.

Ugalde en una entrevista en los años 70 (Izq).
Ugalde en una entrevista en los años 70 (Izq).

Con diez años, a dos del triunfo de la Revolución Nacional, Gastón y toda la familia dejan La Paz y se van a vivir a Cochabamba, al barrio de Cala Cala. El viaje será una constante vital en toda la vida de Gastón Ugalde. A padre lo han elegido como jefe departamental del MNR en la “Llajta”. Pasa a estudiar en el Instituto Americano de la capital valluna. 

La cosa va bien hasta que una mañana todo se congela en una imagen. Gastón lo ve a cámara lenta. Una bicicleta pasa por el puente de la Recoleta sobre el río Rocha. Gastón acompaña en la parte trasera, maneja su hermano mayor, Edy. Edy es Eduardo, fallecerá muchos años después de cáncer. 

Los dos vuelan por los aires y caen de bruces en la arena del río que todavía huele rico. Acaban de ser atropellados por un carro. El auto no es manejado por cualquiera. Al volante está “Coca” Weise, la mujer de Juan Lechín Oquendo, ministro de Minas y Petróleo del victorioso MNR, el hombre que ha nacionalizado las minas, futuro vicepresidente de la nación.

“Coca” acaba de llevarse por delante a dos changos: Edy y Gastón, Gastón y Edy. El padre de ambos, Filiberto, jefe del partido en la ciudad, le mete —ni corto ni perezoso— un juicio a la esposa de Lechín. Los changos, la familia, ante todo, ante todos. Perderá, por motivos más que obvios. Se tendrán que ir todos de Cochabamba. Al chango “Gas” esas cosas —la defensa de los suyos— se le quedarán clavadas en la memoria.

Con 13 años, los Ugalde vuelven a La Paz. Los cines a finales de los 50 florecen por todos los barrios. La ciudad cuenta con 60. Un paraíso. Gastón es un “habitué” de las sesiones dobles. Padre logra un trabajo como agente de aduanas en Arica y los Ugalde parten de nuevo. Padre terminará trabajando para la línea bandera boliviana, el LAB (Lloyd Aéreo Boliviano), supervisando la carga de los DC-3. Las maletas siempre listas, será otro lema/constante de Gastón.

Lorgio Vaca, Wallpo Urioste, Oscar García y Gastón Ugalde en un recorte de prensa.

En el Liceo Coeducacional de Arica —el único de la ciudad— recibe instrucción militar. Ahí cumple 15 años. Gastón no celebra su aniversario, no hay torta, no hay regalos. Tendrán que pasar muchos años cuando ya sea abuelo para que celebren (otros) su cumpleaños. 

En Chile hace de todo, a temprana edad. Aprende a buscarse la vida. Todavía no se imagina que eso le llevará por los senderos del arte. Vende y compra. Descubre la música. Se enamora de la chica más linda del Liceo: una rubia llamada Patricia Fuster. Y aprende a cazar pulpos. El culpable es el “Chancho” Romero, vecino del barrio. 

El colla Ugalde y el “Chancho” salen todas mañanas en un bote a remos a cazar pulpos. Luego se acercan a los cruceros que descansan en la bahía de Arica. Gastón trepa los pisos del barco a través de una escalera de soga. Llega hasta la cocina del crucero y vende los pulpos a buen precio a un cocinero italiano. No le dan plata; consigue anillos, pulseras, cristalería de roca que luego vende en la tienda de modas de su madre. 

Con la platita de los pulpos, el adolescente Gastón se compra sus primeros vinilos. La década de los 70 pide pista. Gastón se viste como Elvis con zapatos de gamuza azul, canta como Bill Haley, el de los Cometas. El rock and roll de los 50 revoluciona la Arica de los 60.

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En 1962, con 17 años, la familia alista maletas de nuevo y vuelve a La Paz. Regresa al Colegio Americano donde tiene de profesor (de filosofía) a Nicolás Fernández Naranjo; poeta, músico, profesor del Conservatorio, exdirector de la Biblioteca Municipal. Don Nicolás está a cargo del Coro Polifónico Nacional desde 1952. Lo va reclutar a Gastón para el canto. Es un buen mozo y solfea. Se coloca en las últimas filas del Coro. La mayoría —una treintena— son chicas veinteañeras. “En clase de matemáticas y en el coro molestaba a las chiquillas”. Ugalde es segunda voz. 

El artista con su perro Eclipse.
El artista con su perro Eclipse.

Su debut es en el Teatro Municipal durante la elección de Miss Amerinst. Gastón es olvidadizo, pero jamás se le borra el nombre de una mujer. “La Miss del colegio de aquel año se llamaba Hilda Alvarado”. Genio y figura.

Don Nicolás ha advertido algo en los ensayos. Ugalde no se ganará la vida cantando. Le da un consejo: “disfruta pero no cantes en el Teatro Municipal, solo mueve los labios”.  Los rivales del Amerinst son los del Colegio Alemán. Compiten en todo contra ellos: en baloncesto, fútbol, tenis. Gastón se apunta a todos los equipos, hasta beisbol llegará a jugar. Y también pasa clases de pintura con Agnés Ovando. Nada más ni nada menos. Todavía recuerda los ojazos que tenía Agnés. Aprende a pintar con libertad, a soltarse. Todavía no se imagina que eso marcará su vida, su arte. La libertad, la creatividad por bandera. Hermosura/desmesura. El comedimiento nunca será lo suyo.

Dos años después, en 1964, con 20 ingresa a la carrera de Arquitectura en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Tiene de profesores a José de Mesa y Teresa Gisbert. Y de compañeros, a insignes arquitectos que serán como Gastón Gallardo, Ernesto Pérez Rivero, Arturo Ballivián… Logrará un título de bachiller de Humanidades que servirá de algo. 

Doña Teresa tiene ojo y luz. Ella la presta uno de los tomos del Summa Artis: Historia General del Arte. Lo devora. Siente la necesidad, hambre y deseo, de conocer. El bichito ya picó. Todavía no se imagina de qué manera. Buscará ese libro perdido durante décadas. Ahí comenzó todo. 

Lo primero que le interesa es la fotografía. Se hace amigo de Fernando Pérez Roca, oftalmólogo de la ciudad, gran coleccionista de lentes. Se junta también con Boris Renato Marinovic. Hacen la primera revista de fotonovelas. Hoy Boris todavía guarda como tesoro aquellas “magazines”. La pareja de travesuras proyecta “slides” en los muros del Prado. Ugalde sueña y va más allá: “yo quiero proyectar en las nubes, en los cielos”. 

recibiendo el premio INBO de Mario Mercado.

La vida de estudiante universitario conduce inexorablemente a la bohemia paceña. Se hace amigo de los “Buscas”. Son la “crema y la nata” de la alta sociedad/suciedad; los galanes, los reyes de la noche. “Los buscas” son los “dueños” del Hotel Copacabana en el Prado. Ellos son: “Coco” Acosta, Raúl Larrier, Fernando Alaiza, “Manopla” Meave, Nelson Murillo, Horacio Romero (el hermano de Ana María Romero, la mejor Defensora del Pueblo que tendrá Bolivia). Serán para siempre los “chicos del Copacabana”.

Gastón se cuela en sus festejos, se viste de mayor con largo abrigo y chalina elegante. El porte ya lo tiene. Va al cine todas las noches como iba a las matinales en los 50. Es un habitué del Princesa, del Roxy, del Tesla, del Ebro…

Las imágenes taladran su imaginación; será el artista que conocemos gracias a ese cine de los 60; las películas de Bergmann, Buñuel y Truffaut, el neorrealismo italiano, Fellini, Roselini, Visconti, De Sica. Y el cine erótico. “Hay pajas que recuerdo más que novias”, repetirá una y otra vez a los amigos. Come las salteñas del Tokio y goza con las Copa Melba del Max Bieber en la 20 de Octubre (donde hoy está la Casa Museo Inés Córdova-Gil Imaná).

Después de la previa en el Copacabana, los “Buscas” aterrizan en las discotecas de moda de la ciudad: el “Bacará” (en la Landaeta y avenida 20 de Octubre), el “Jankakanou”, el “Moulin”, “La Caverna” de la calle México, el “Maracaibo” del Prado frente a la estatua de Colón. De aquellas noches recordará otro nombre de mujer: Gina Barton, diosa italiana del “strip-tease”. 

El antes y el después.
El antes y el después.

Una noche del 65, una rubia platino deslumbra la pista del “Bacará”. Es francesa, apenas tiene 20 años, viste falda corta y sus hombros están desnudos. Gastón se acerca, charla, baila. Baila tango. “Interactúe con ella”, recordará más de medio siglo después con una sonrisa pícara dibujada en el rostro. Un caballero no cuenta más. Al día siguiente, la acompaña al lago Titicaca. Una semana después se entera que la joven francesa se llama Catherine y se apellida Deneuve. Nadie se la cree entre los “chicos del Copacabana”. La estrella gala acaba de estrenar Los paraguas de Cherburgo y tiene casi una veintena de películas a sus espaldas. 

En 1966 el “Che” Guevara llega a Bolivia. Son tiempos de guerrilla y revolución. De querer cambiar el mundo. De soñar. Padre decide alejarlo de La Paz y de Bolivia. Por si las moscas. Al año lo manda a estudiar a Vancouver, Canadá. Ugalde todavía no se imagina.

Lo primero que hace cuando llega a Vancouver en 1967 es tratar de responderse a dos preguntas: ¿Tienes que aprender inglés? Sí. ¿Tienes que saber qué hacer con tu vida? También. “Voy a viajar por el mundo y cazar osos”. Cuando estudia Ciencias Políticas en la Universidad Simon Fraser (campus de Vancouver) se aplaza en las asignaturas de Historia de Latinoamérica y Español. No será politólogo. Ni falta que hace.

El mundo artístico de Vancouver y la noche roban toda su atención. Se apunta a la Escuela de Arte de Vancouver (hoy Universidad de Arte y Diseño Emily Carr) para estudiar en las tardes y noches Fotografía y Grabado en la carrera de Artes Gráficas. “Fueron aquellos primeros profesores quienes vieron mis actitudes en artes”. Ya puede contestar en serio a la segunda pregunta, ya sabe qué hará —de verdad— con su vida. El lema de la escuela es “Eye, mind and hand”. Ugalde sabe qué hará con los tres. Crear, crear, crear. Con el ojo, con la mente, con la mano.

Una fotografía en el café Typica y una imagen de juventud.

El primer enamoramiento no tarda en llegar. La chica se llama Margaret Frith, “hermosa como un poema”. Ugalde tropieza con el inglés (“sordo para los idiomas”) pero sabe que “la única manera de aprender bien un idioma es en la cama”. Se va a vivir con Margarte y al de cinco meses sueña en colores. Y habla en inglés. “Power of love”.

Las clases y prácticas de grabado (en metal y piedra) en la Escuela de Artes explotan su cabeza. Se convertirá en un vicioso de la creatividad. Su maestro es Orville Fisher, artista de guerra. Fisher es la viva imagen de la pasión por la pintura. Cuando desembarca con la Infantería canadiense en las playas de Normandía en 1944 —el año que está naciendo Gastón— tira todos los materiales de arte que llevaba (más de 30 kilos de peso), pues teme morir ahogado. Solo se queda con unas almohadillas de papel impermeable atadas a su muñeca y un lápiz de carboncillo. Con solo eso, pinta 246 imágenes bélicas, hoy expuestas en el Museo Canadiense de la Guerra. 

Cuando Ugalde llega a sus clases de pintura, el maestro lleva 30 años como profesor en la Escuela. Ugalde se entiende bien con él. La pasión será contagiosa. Ugalde ya sabe que será un soldado del arte. “Descubrí algo maravilloso, tenía tintas, papeles, me daban todo; llegaba antes de las clases y me iba después”. Cuando no está en las aulas, está en el cuarto oscuro. Todo el santo día está sacando fotos. 

En aquellos días se apunta a la ecoestética (“aecoestética”), neovanguardia pura a finales de los 70. Está naciendo —con Robert Smithson a la cabeza— el “land-art”, el arte de la tierra. La contracultura vive su máximo apogeo. Todavía no sabe que el uso de piedras, madera, arena, vientos, fuego, hojas, agua, sal y otros elementos de la naturaleza marcará su obra. Serán sus eternas herramientas de exploración. 

La alteración artística de la naturaleza (el paisaje) será todo para Ugalde. El cómo será otra cosa: fotografía, pintura, performance, escultura, instalación, grabado, pintura corporal, textiles, máscaras… Gastón lo fagocitará todo. Multidisciplinario como el boliviano de la calle.

Ugalde vive durante casi seis años la edad de oro del hipismo. La “Free School”, el “free love”; el amor, la escuela, todo es/será desnudo y libre. Fantaseará toda su vida con Woodstock, la congregación “hippie” que se volverá famosa en el mundo entero. Contará mil veces anécdotas cada vez más rocambolescas de aquel verano/agosto del 69. Las chicas lo mirarán fascinadas. Gastón Ugalde será un gran contador de historias, un “story teller”, un fabulador. Y cuando tenga que elegir entre los hechos (“facts”) y la leyenda, como el periodista de la película The man who shot Liberty Valance (de John Ford) elegirá siempre la leyenda. “Print the legend”. 

Al tercer año de estudios, en 1970, logra una beca. Ahora si la cosa va en serio. Para noviembre de 1972, Ugalde participa en su primera exposición colectiva en la galería de la Kootenay School of Art en la ciudad de Nelson (a caballo entre Vancouver y Calgary) junto a cuatro artistas, también merecedores de las becas de verano del Gobierno de Canadá. Son el cubano Roberto Campoamor, Robert (“Bob”) y Halcyon Ploss y Joseph James. Con Campoamor tendrá una amistad de décadas, incluso harán arte juntos en el Salar de Uyuni. “Bob” Ploss terminará en los años 70 en una comuna “hippie” de verdad. Cazando osos. 

Gastón Ugalde en una de sus múltiples visitas al Salar.

en un recorte de periódico en 1973.

Roberto Valcárcel, Ugalde y José Luis Lora.

Luego vendrá otra muestra en la Galería de Arte de Vancouver con seis fotógrafos. Son Richard Thomas, Mimeo Tanaka, Jim Reed, Douglas Muir, Robbie Nyman y Gastón. Ya está inmerso en la “aecoestética”. 

A finales de 1972 vuelve a Bolivia. En enero del 73 expone por primera vez en el Salón Municipal de Exposiciones de La Paz. Al año siguiente (abril de 1974) llega al Museo Nacional de Arte. La crítica conservadora/periodística de la ciudad da palo. No entienden nada de sus grabados “con reminiscencias nativas y fotografías introspectivas”. 

La directora del MNA, Teresa Gisbert, lo defiende y anuncia como profeta: “No se olviden de su nombre, este chico va a dar que hablar. Ugalde es una promesa que se recogerá con el tiempo”. Al año siguiente (1975) gana su primer premio. La leyenda Gastón Ugalde está por comenzar.

Texto: Ricardo Bajo Herreras

Fotos: Ricardo Bajo y Archivo Ugalde

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Mario Conde ¿Y la exposición?

El artista paceño presenta la exposición ‘Opera Summa’ en la galería Altamira de La Paz

Por Ariel Mustafá R

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:17

Una parte fundamental del mundo de las artes plásticas es la publicación de libros que acompañen la producción creativa de los artistas. Huelgan los ejemplos de todos los museos del mundo y las grandes editoriales dedicadas casi exclusivamente a este fin. Nuestro país no es ajeno a ello, aunque a decir verdad la producción editorial vinculada a las artes plásticas es altamente limitada. Son contadas las publicaciones referenciales de arte en Bolivia, este motivo nos llevó, el año 2020, a publicar el libro Arte contemporáneo en Bolivia.

Sin embargo, la publicación de obras monográficas tiene una producción más intensa. Tal es así que de autores como Raúl Lara, Alfredo La Placa, Enrique Arnal, María Luis Pacheco, María Esther Ballivián, por citar algunos, hay libros publicados en los que se da a conocer al

artista y a su obra. Un común denominador entre todos ellos es que normalmente se realiza de artistas que ya no están entre nosotros. Esto tiene algunas explicaciones válidas, pero creemos que no debería ser necesariamente una norma. Por ello, en pocos días presentaremos el libro monográfico de un artista vivo, probablemente el artista en activo más importante de este momento en el país, nos referimos al maestro Mario Conde Cruz.

Trabajando en una sola técnica: la acuarela, Mario Conde despliega en técnica y contenido una maravillosa propuesta que despierta la admiración tanto en los grupos que defienden como en los que defenestran el arte moderno. Con un trabajo realista y surrealista al mismo tiempo, y su pensamiento anarquista con obras cargadas de ironía y sabiduría hacen sorna de la política —independientemente de la ideología— los manierismos del folclore, las instituciones sociales y su devenir en nuestro tiempo.

Dueño de un gran sentido del humor, su influencia entre los artistas, tanto nóveles como con trayectoria, es innegable y todos lo consideran un Maestro en el campo de las artes; pues en estos tiempos de cambios en las premisas del arte y con artistas conceptuales que pugnan por ganar protagonismo en las esferas del movimiento artístico con instalaciones, performances y propuestas innovadoras, la presencia de Conde y la admiración que se le profesa lo convierten en la bisagra que une el arte moderno con el arte contemporáneo.

Son tantos los motivos que justifican la publicación de este libro, que utilizamos este espacio dedicado a su exposición para promoverlo.

Por cierto, ¿y la exposición?, fantástica, como siempre. Irreverente, desafiante, provocadora. Opera Summa se exhibirá hasta en la galería Altamira (calle José María Zalles Nº834 – bloque M-4, San Miguel).

Mario Conde: maestro acuarelero.

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Perfil

Mario Conde Cruz  nació en La Paz, en 1956, ciudad en la que reside. Estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Hernando Siles, institución que actualmente lo cobija como docente, donde obtuvo la especialidad en pintura y grabado, decantándose por la acuarela. Es considerado un gran maestro en esta especialidad. Comenzó exponiendo sus obrasa en la plaza Humboldt de la ciudad de La Paz.

Texto: Ariel Mustafá R.

Fotos: Mario Conde

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El Ring de las maravillas

La obra dirigida por Jorge Calero es una de las elegidas por el XXXIII Premio Nacional de Teatro Peter Travesí Canedo

Por Camilo Gil Ostria

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:09

La tercera semana de agosto la ciudad se llenó de arte: de danza, de teatro, de estrenos. La Paz vuelve a tener cierta movida cultural que alegra incluso en tiempos de crisis. ¡Qué nacionalistas anti-coloniales, se guardaron sus obras para agosto, el mes patrio!

En ese contexto, El Ring de las Maravillas —una de las piezas elegidas para presentarse en el XXXIII Premio Nacional de Teatro Peter Travesí Canedo— es quizás el mejor estreno de este 2024. La obra, brillantemente protagonizada por Ale Quiroz y Cintia Cortez, bajo la dirección de Jorge Calero, cuenta un futuro distópico, donde el teatro ha dejado de existir más que bajo la forma del Cachascán, el falso enfrentamiento de cholitas que, en medio, montan entremeses de Cervantes. La autoría (ficcional) de la obra la toma una tal Marianella, clon de Raúl Salmón, autor que hoy debe estar feliz de ser recordado con tanto tino.

La estructura de la obra es la del fragmento y la de la espiralidad, pues este futuro solo puede imaginarse como recordando el pasado, como algo ya vivido: esto que parece metáfora, en la obra es muy concreto, ya que se clonan a nuestros grandes escritores del siglo XX para que vuelvan a hacer de las suyas en el futuro. Pero el gran secreto de esta obra es que cada palabra habla solamente del presente, este gran nudo de tiempos que fueron, que podrían haber sido y que podría ser. El ring de las maravillas, entonces, se torna crítico y aunque muchos de los textos podrían tomarse como “políticamente incorrectos”, salen desde la confusión ante este, nuestro tiempo, que como el mestizo —esos seres fragmentados que somos, hijos de miles y todos al mismo tiempo y que por eso parecemos condenados a la insatisfacción (algo así ya se había dicho en La Chaskañawi, citada en la obra)—, es mezcla de mil verdades y mentiras.

En ese camino, la obra toma como centro y eje la figura de la chola: “¿es ético que yo, que en la vida real no visto pollera, lo haga en el teatro?”, se pregunta (más o menos) Alejandra. ¿Lo hace por anti-imperialista, por anti-colonial (porque es más fácil ser anti que con) o por ganar algún fondo estatal o municipal?, como ella misma señala. No lo sabemos, un poco de todo, y todas las modas de las Barbies al puente de plata que podríamos haber hecho de aquí a España serán puestas en la mesa de operaciones. Y es que ante las obras de nuestro tiempo, muchas parecen caer en el indigenismo y otros ismos por ganarse un fondo. El humor de la obra se ríe de esto con valentía, pero no se olvida tampoco reírse de sí misma y de lo mal armados que estos fragmentos estarían.

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Y es que hay varios pedazos que juegan a lo onírico, pero no por ello pierden la belleza estética y conceptual de la obra. Por ejemplo, hay un muerto en ring: entra con máscara de moreno y saco de cascabeles, mientras una de ellas cuenta su historia: la de la sangre que chorreaba. El muerto mira nomás, se mueve al son lento del moreno, sin bailar, pero su historia nos hace bailar a nosotros, los espectadores, que, confundidos, nos vemos obligados a entrar al campo de la interpretación. ¿Será el moreno metáfora de lo masculino que no existe en este futuro donde la clon de Cervantes o de Salmón nacen mujeres? ¿Será este un recordatorio de que aunque todo es ficción, la ficción habla sobre lo Real, sobre Tanatos?

Cargada de mil sentidos y de mil vacíos, varios señalados por la propia obra (como la duda de si la República de Santa Cruz seguirá siendo parte de “lo que queda de Bolivia”); cargada de mil referencias al mundo literario y teatral, a las grandes mujeres de pollera o sin pollera, o de ese dios de la comedia que se pone pollera quién sabe por qué….

La obra enfrenta con cabalidad grandes desafíos y las dos actrices, como buenas cholitas luchadoras, salen ilesas y dejan al público queriendo mucho más. No puedo evitar pensar que, si Raúl Salmón estaría hoy vivo, concordaría con que esta es la mejor versión de Hijo de chola de los últimos años, la precisa para nuestro tiempo, y estaría orgulloso de estas sus clones que, pasando con habilidad de un tono cómico a un tono melancólico, recordaron tan bien nuestro futuro…

Hubo muchos estrenos en agosto. ¡Que nos dure y que seamos todos del Grupo de terrorismo para que vuelva (se mantenga, no se vaya) el teatro!

P.S. Me sueño que la obra se vuelve performance anarquista: se presenta en oficinas estatales donde la Ale Quiroz, disfrazada en Infierno Verde, hace volar escritorios y funcionarios mientras les grita con amor sus verdades. La Cintia, disfrazada de la virgen o el ángel o como se llame, la espera en un auto ultramoderno para hacerse bola de los policías que, tan flojos (ya sea en el 2024 o el 2064), apenas las persiguen entre amenazas…

Taller de crítica teatral en el Festival Bertolt Brecht

El XXVI Festival de Teatro Bertolt Brecht de Cochabamba presentará su “Tercer Taller del Ciclo de Talleres”. La primera parte estará dedicada a la Crítica de Teatro, dictado por Xavier Jordán del 2 al 6 de septiembre. La segunda parte, El crítico/espectador ante la obra, estará dictada por Camilo Gil Ostria del 9 al 13 de septiembre. Ambos se realizarán vía zoom.

El taller de Gil Ostria, autor de la crítica de estas páginas, ofrecerá un “Ejercicio de análisis conjunto de Princesas”, como explica: “Esto será un taller, justamente, porque implicará partir del vacío juntos: aceptar que para hacer crítica no existe un solo método o receta.

Para ello, es necesario alejarnos de nociones como la ‘crítica constructiva’ o la mera opinión, ambas meras simplificaciones históricas. Juntos, entonces, puliremos la escritura estructurada y nos acercaremos al ejercicio de análisis sin que nadie ocupe el lugar único de la Verdad. Para ello, dos textos serán nuestros provocadores: Princesas (obra dramática y montaje escénico de El Masticadero) y Mitologías (el libro de 1957 de Roland Barthes, donde el escritor analiza mitos que, como en la obra de Eid, son lugares comunes de una sociedad). Así, balanceándonos ante al abismo, como críticos/espectadores viviremos la experiencia única e irrepetible de escribir sobre un hecho escénico”.

Consultas al 67413473.

Inscripciones: https://forms.gle/ExEUFA6uebKkFwh4A.

Texto y fotos: Camilo Gil Ostria

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Ayo Di: ‘muchas veces la música es la única compañera’

El músico boliviano lanzó en plataformas ‘Ni rebajándome te alcanzó’, el primer sencillo de su nueva producción

Por Miguel Vargas

/ 1 de septiembre de 2024 / 06:06

Ni rebajándome te alcanzó es el primer sencillo que el músico Ayo Di sacó en las plataformas digitales a manera de presentación de su uevo materail. Se trata de una invitación a dejar atrás las lágrimas y abrazar el amor propio.

— Vivió y trabajó como DJ durante cinco años en China, ¿cómo ha influido esto en su vida y su música actual?

— Mi tiempo en China marca en mi vida un antes y un después. La cultura tan distinta y la mezcla de estilos a los que me expuse me ayudaron a abrir la mente y ampliar mi creatividad. Desde la electrónica underground con la que trabajaba en clubs hasta la música que escuchaba en la calle me ayudaron a tener un mayor repertorio de ritmos y sonidos. Cada evento y ciudad dejó una huella que influenció en mi estilo y mi música.

—¿Qué es la música para usted?

—La música es mi lenguaje más puro, mi manera de hablar sin filtros y de transmitir emociones que a veces ni las palabras alcanzan a expresar. Además, es una forma de acompañar a las personas con algún sentimiento o situación, la música es una herramienta poderosa para conectar con los demás y una forma de sanación personal. A mí no me gusta hacer música feliz, porque cuando estás feliz, ya estás lo suficientemente acompañado y cualquier canción o cualquier letra puede sacarte más sonrisas. Pero cuando estás triste es cuando más solo te sientes. Muchas veces la música es tu única compañía, y es en ese estado de tristeza cuando más atención se pone al mensaje. Es a esos momentos a los que me gusta dirigirme, entregando un mensaje que pueda ayudar o letras que resuenen con la situación que la gente está pasando.

—¿Cuál ha sido el proceso de Historias de desamor 1?

—Historias de desamor 1 nació en un momento en que necesitaba canalizar ciertas emociones intensas y complejas. Cada canción del EP fue compuesta y producida en momentos de mucha reflexión, donde la necesidad de crecimiento personal estaba muy presente, y sin querer, terminó siendo un proceso bastante terapéutico. Es un viaje que va desde la tristeza hasta el empoderamiento, cada track está conectado con el desamor, la superación y el amor propio, pero cada uno cuenta una historia diferente y con su propio mensaje.

—¿Cómo surge este primer sencillo?

—Ni rebajándome te alcanzó surge de la idea de que, a veces, ni siquiera rebajando nuestros estándares una persona puede ser suficiente y el problema más grande es que esa persona quiere tratarte como si el insuficiente fueras tú. Quería crear un himno para aquellos que deciden no conformarse, para quienes conocen su valor. Es una canción que te invita a ver una ruptura de diferente forma, a dejar los lamentos y abrazar el amor propio para salir de ese hoyo, porque considero que es la única forma de superar un corazón roto, darte cuenta que mereces más. Escuché muchas veces a mis amigas, una vez superado el ex, decir “¿cómo me fijé en él?”, “Estaba ciega”, “mi momento más humilde” y es porque al fin se dieron cuenta de que son mucho para esa persona, es ahí cuando el ex queda superado, esa es la esencia de esta canción.

— ¿Alguna experiencia personal?

— Es imposible no plasmar en mi música lo que vivo, pienso y siento. Este track tiene algunas frases inspiradas en una relación que me hizo olvidar quién era, pero también me ayudo a ser alguien aún mejor y a saber lo que sí y no merezco. No solamente una ruptura, pero cada evento trágico es una oportunidad para crecer como persona y en el caso de una ruptura, el objetivo debería ser mejorarse a tal punto que dejes a tu ex atrás y estar consciente que esa persona ya no tiene lo necesario para estar a tu lado, por eso la parte de la letra que dice “Ahora obsérvame de lejos, de cerca ya no me mereces” es tan poderosa.

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Texto: Miguel Vargas

Fotos: Ayo Di

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Adulterio

Un análisis de la trilogía literaria conformada por ‘La Regenta’ de Leopoldo Alas, ‘Anna Karenina’ de León Tolstoi y ‘Madamme Bobary’ de Gustav Flaubert

Por Christian J. Kanahuaty

/ 1 de septiembre de 2024 / 05:58

La trilogía del adulterio está compuesta por La Regenta de Leopoldo Alas, Anna Karenina de León Tolstoi y Madamme Bobary de Gustav Flaubert. Las tres son novelas de larga extensión, en las que dan cuenta de un mundo. Sólo en un caso se utiliza un nombre de ficción para referirse a la realidad. Alas nombra Vetusta a la ciudad donde se desarrollan los acontecimientos, pero se sabe que el lugar que tuvo en mente a la hora de escribir su gran novela fue Oviedo. Dos de las protagonistas comparten el mismo nombre para la protagonista (Anna).

Las tres hacen de los personajes masculinos que son engañados, seres mezquinos, mediocres en sus oficios y con ínfulas de grandeza. Son fácilmente detestados por el lector e incluso se llega a sentir un poco de lástima por ellos. Pero son ellas las verdaderas constructoras del mundo, porque bajo sus deseos cubiertos y visibles, logran al mismo tiempo, describir, analizar y explorar su tiempo y sus circunstancias.

Gustave Flaubert Ruan (Francia), 12 de diciembre de 1821- Croisset (Francia), 8 de mayo de 1880
Gustave Flaubert Ruan (Francia), 12 de diciembre de 1821- Croisset (Francia), 8 de mayo de 1880

Las ciudades que nos presentan sufren transformaciones sociales y políticas (La Regenta), económicas y desarrollistas (Anna Karenina) y políticas además de científicas (Madamme Bobary). Es conocido el pasaje de los comicios agrícolas de la novela de Flaubert gracias, sobre todo a La orgía perpetua, el ensayo que Mario Vargas Llosa dedicara en su día a la novela que para él lo cambió todo. Y es que en la novela el mundo de la política y sus respuestas frente a la expansión imperial y la demanda de democracia es fantasmal. Su presencia, más que verse, se intuye. Y se presenta en menor medida que en La educación sentimental, donde lo político es el eje sobre el cual se desarrollan sus dos hilos argumentales. En Madamme Bobary, en lugar de ser la política y lo político el centro del debate, se presenta el de la ciencia. Con los avances en medicina inicia la novela y aunque el autor se demora más de una quinta parte del libro en presentar este acontecimiento lo hace con la única finalidad de describir con todo detalle a Charles Bobary, marido de Emma.

Es él quien no puede ser más que un mediocre medico de provincias, y no logra entender los avances de la ciencia y las transformaciones en el orden de la medicina, tratamientos y cirugías. Se resiste a pesar de su juventud en ingresar a la modernidad.

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Por su parte, el mundo militar es de nuevo explorado en la novela de Tolstoi, pero su visión no es tan exhaustiva como en La guerra y la paz, porque los militares aquí son aquellos personajes de carácter y no de destino, que sirven para exponer las reformas políticas y agrícolas que afronta Rusia. La reforma sobre la tenencia, arriendo y uso de la tierra sirven como contrapunto a la intriga de celos, romance y ambición que cubre la vida de Anna Karenina.

En clave de sociología del desarrollo la novela se podría leer como una obra de ficción en la que se ponen ideas que luego serán desarrolladas por Maurice Godelier y Karl Polanyi. Pero, esos debates no le restan fuerza a la novela, hacen, al contrario, un universo más rico intelectual y emocionalmente justificado, porque al leer los debates políticos, económicos, entendemos las motivaciones de los personajes y cómo las fuerzas conservadoras de los ricos sobre los pobres se hacen presentes. Así descubrimos que la protagonista de Tolstoi está motivada por el deseo, por la pasión y por cierto sentido altruista y revolucionario, intentando encontrar razones para que el mundo y la distribución de la riqueza sean diferentes.

Y es aquí cuando La Regenta, Ana Osores, es importante. Primero porque también ella está inconforme con el mundo que le ha tocado por suerte. El mundo de la restauración de la España del siglo XIX. Un tiempo en el que las costumbres, la moral y la identidad estaban marcadas tanto por la riqueza como por el apego a la doctrina católica.

Ana Osores no piensa sino en un modo de entender su mundo repleto de contradicciones, intrigas y apariencias. Está asqueada de ese mundo y pretende romperlo, pero no tiene el poder político para hacerlo, así que instintivamente encuentra que el amor fuera del matrimonio le abre nuevas esperanzas sobre un mundo que resulta más grande y provechoso que el de su ciudad. Este es el debate. No es que el adulterio suceda por las bajas pasiones, sucede porque en principio hay una seducción por el descubrimiento de algo más que aquello que se presenta de manera natural ante los ojos de la protagonista y ese algo más se encarna en dos hombres. Uno rico y viajero que pretende establecer una nueva forma de hacer las cosas y otro, anclado en la figura del magistral. Pero es la contundencia moral y sus dudas y miedos sobre sus propios deseos que hace del magistral el antagonista perfecto. Ambos serán la pareja sobre la cual Alas deposita lo bueno y lo malo, lo antiguo y lo nuevo, lo conservador y lo revolucionario, lo terrenal y lo celestial del mundo que habitan y del cual, cada uno a su manera desean dejar.

Las tres novelas muestran facetas distintas del mundo y del alma humana. Las pasiones no son los únicos motivos para ejercer el adulterio, pero él se presenta como insustituible ante la mirada de propios y extraños.

Las tres protagonistas no son mujeres de su tiempo, son de alguna manera precursoras del porvenir. Por ello, las tres tienen a lo largo de las novelas varias escenas en las que las encontramos leyendo. Se podría decir que mientras los hombres hacen la guerra y se dejan corroer por las intrigas, ellas leen. Leen, en principio, por aburrimiento. Pero luego, por conocer a través de la lectura, un poco mejor los temas sobre los cuales hablan los hombres. Y también leen porque encuentran que es la única manera de conversar intelectualmente con alguien que no les pide que guarden silencio y se dediquen mejor a los besos y al amor.

Otra novela sobre el adulterio que reclama en el acto de lectura un acompañamiento de la pasión. Pasión desmedida y que no guarda silencio es La letra escarlata. Quizá porque es una novela donde los libros y la lectura tienen sentido dado que se tratan de los soportes con los cuales se construirá el nuevo mundo. La novela de Nathaniel Howthorne sirve de contrapunto a las tres anteriores. Primero porque el puritanismo como perspectiva moral no impide que los personajes de la novela salten de las páginas y se los encuentre con más vida que los demás personajes. Además, Hester Prynne (la protagonista) no está narrada desde el punto de vista de un narrador omnisciente que lo conoce todo, sino que está contada por su propia hija. La novela por eso se da el lujo de dudar e ir a tientas en el descubrimiento de la infidelidad y no es tan enfática en algunas apreciaciones. La letra escarlata contiene además por su brevedad frente a las otras tres, rasgos que la hacen más veloz. Las descripciones son medidas y referidas al mundo que se descubre mientras se desarrolla la pasión. En La letra escarlata asistimos a otro tipo de castigo por la infidelidad: el estigma. La letra A que se borda para ser llevada siempre en el pecho.

Texto: Christian J. Kanahuaty

Fotos: Internet

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La Trampa

La más reciente película del director M. Night Shyamalan propone giros de guion que no terminan de concretarse

Por Pedro Susz K.

/ 1 de septiembre de 2024 / 05:50

Veinticinco años ha, el estreno, en 1999, de El sexto sentido, tercer largometraje del director M. Night Shyamalan, de origen hindú afincado desde muy joven en los Estados Unidos, se convirtió en un resonante éxito de público y crítica apuntalado por las seis nominaciones a los premios Oscar a que se hizo acreedor, incluyendo los de mejor dirección y mejor guion. Parte de los comentarios afirmó que había entrado en escena quien tomaría la posta del maestro del género de suspenso, Alfred Hitchcock. Y otra parte creyó identificar al mejor émulo de Steven Spielberg, con serias posibilidades de superarlo pronto.

Dicho sea de paso, en efecto ambas figuras han sido los referentes preferidos de Shyamalan, que a sus ocho años pidió a sus padres regalarle una cámara de Super 8 milímetros afanado en querer seguir los pasos de Spielberg, y con la cual hizo más de medio centenar de películas caseras.

Sus siguientes realizaciones —El protegido, que llegó a las pantallas el 2000, y Señales puesta a consideración de los espectadores el 2002— fueron asimismo muy bien acogidas, aun cuando algunas recensiones ya detectaron ciertas dubitaciones en la construcción de las historias abordadas, flaquezas hasta cierto punto disimuladas por el desenvuelto estilo de puesta en imagen y por el atrevimiento del realizador en los giros argumentales, ajenos por entero a las fórmulas usuales del cine comercial, tanto así que aquellos trabajos fueron tildados de ejemplos del cine independiente, que por entonces afrontaba una seria crisis en la imposibilidad de competir con los productos de multimillonarios presupuestos que plagaban las salas, desalentando a quienes aspiraban a continuar haciendo del cine un medio de expresión personal y una ventana abierta a la exploración de los conflictos humanos y de un mundo cada vez en mayor medida complejo.

El hecho es que de pronto los próximos eslabones de la filmografía de Shyamalan aguaron todas las expectativas iniciales, semejando hechuras por encargo de una industria voraz, al punto de dejar en la banquina a quienes no se someten a sus patrones focalizados exclusivamente en los números de la taquilla.

El prolongado bache en la carrera del director, quien figuró varias veces como candidato a los premios Razzie, o anti-Oscar creados en 1980 por el crítico y escritor de cine John Wilson para elegir la peor película del año, sin haber dejado tampoco de merecer una campaña que sumaba votos para devolver a Shyamalan al curso básico de una escuela de cine, pareció haber llegado a su fin el 2016 con Múltiple o Fragmentado una bizarra pero interesante película a propósito de Kevin, hombre con 23 personalidades distintas el cual mantiene secuestradas en el sótano de su casa a tres chicas jóvenes en un claustrofóbico relato lleno de sorpresas y sobresaltos gracias a los giros del guion, elaborado por el propio director, quien aparece asimismo como actor en varios momentos sin pronunciar palabra, copiando, a modo de homenaje, similares cameos recurridos en su tiempo por Hitchcok precisamente, ingrediente que, a su vez, Shyamalan ha utilizado en todas sus películas.

Pero La trampa, el más reciente trabajo del director que nos ocupa, permite evidenciar cuán circunstancial fue ese paréntesis en la pérdida de brújula de un cineasta con buenas ideas y franco atrevimiento para poner sobre el tapete los lugares comunes, de fondo y forma, constatables en el penoso estancamiento de la industria cinematográfica enfangada en la monótona reiteración. Tales potencialidades de Shyamalan colisionan, sin embargo, con su terco extravío en el laberinto de su egolátrica autovaloración como autor, impidiéndole encontrar el modo de articular las ideas y la irreverencia en relatos consistentes, fórmula, queda claro, que no supo aprender de los dos referentes cuya senda quiso seguir.

En compañía de Riley, su hija de 12 años, el bombero Cooper asiste a cierto espectáculo de música pop en un gigantesco estadio atiborrado de público, mayormente adolescente, magnetizado hasta el delirio por las interpretaciones de Lady Raven, estrella de moda con un estilo muy semejante al de Taylor Swift, interpretada por Shaleka Shyamalan, la hija mayor del director, quien, en la vida real es cantante de cierta notoriedad, dato imprescindible para descifrar la verdadera intención del film, según veremos más adelante.

Volvamos empero a la trama. Fingiendo estar también ensimismado en la música, en realidad Cooper se muestra inquieto. Ocurre que antes de comenzar el show y desde su ingreso al lugar le llamó la atención la presencia de cientos de policías y agentes del FBI fuertemente armados. Consiguió empero develar muy pronto el porqué de tal despliegue cuando un locuaz vendedor de camisetas le comentó que todo era una trampa montada para aprehender a un peligroso asesino serial, con 12 homicidios en su haber. Y como el amoroso papá Cooper, enseguida caemos en cuenta, es el asesino en cuestión, conocido como El Carnicero, nos hacemos cómplices de las argucias que va tramando y la película va develando, para zafar de la celada y llevar a buen resguardo a la pequeña y tierna Riley, entretanto simula atender al detalle cuanto ocurre sobre el escenario.

Valga recordar. El que la platea sea puesta al tanto de pistas desconocidas por los personajes que acompañan o confrontan al pérfido personaje central, en tanto eventuales víctimas de este, fue uno de los recursos narrativos usuales, denominado Mcguffin, en los films de Hitchcock a fin de sostener la intriga y escalar la tensión haciendo que el espectador no deje de preguntarse cómo reaccionarán aquellos en el intento de salvar su pellejo ante las demenciales maquinaciones del antagonista de turno.

En todo caso la mencionada soltura del director para sorprender con inesperadas inflexiones del desarrollo dramático, manteniendo así el suspenso, hace inicialmente un tanto llevadera la cosa. Entretanto la historia de La trampa transcurre en el estadio y no obstante la inverosimilitud sustancial de la trama y la demasiado evidente caricaturesca personificación de los agentes del orden pintados como un gran pelotón de lelos reclutados, se podría pensar, por haber aprobado su examen de incompetencia y, por ende, asimismo adivinamos muy pronto, no podrán cumplir con su misión.

No obstante la endeblez del guion, escrito por el propio Shyamalan, en esa mitad inicial el interés se mantiene a flote, pero naufraga no bien cambia de escenario, convirtiendo la segunda parte de la película, ambientada en el seno de la familia de Cooper y focalizada en la doble personalidad de este, en una intragable sucesión de anécdotas sin ton ni son, a menudo lindantes con la absoluta estupidez. Es entonces cuando queda en evidencia el caprichoso propósito último de la película: servir de una suerte de largo y caro spot promocional de la hija del director, a fin de darle definitivo impulso a su carrera musical.

El primordial, casi exclusivo, amén de insuficiente, soporte de La trampa termina siendo la esforzada interpretación, en el papel de Cooper, de Josh Hartnett, quien volvió a los primeros planos en Oppenheimer luego de años negándose a ser parte utilizado por las empresas del mainstream. Sin embargo, resulta patente que ni el guion ni la dirección encuentran la manera de aprovechar a cabalidad el esfuerzo del protagonista para entregar un creíble sujeto afectado del trastorno de identidad disociativo, que aparenta ser un padre y esposo ejemplar entretanto forcejea con el monstruo sociópata que asimismo lleva en su interior. Tratándose de un thriller de suspenso la tensión del relato viene a ser insuficiente, por no decir inexistente.

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La decisión de Shyamalan focalizando el grueso de la señalada segunda mitad del metraje en el personaje de Lady Raven, en sintonía con las descaradas intenciones de padrinazgo paternal, antes referidas, acaba fragilizando al máximo la contextura del relato. No aporta gran cosa la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom, que ya en el tramo de la historia dentro del estadio privilegia inexplicablemente las tomas de las gigantescas pantallas colocadas alrededor del escenario donde Lady Raven canta en lugar de incidir en las maniobras de Cooper para fugar de sus fallidos captores. Y tampoco el insípido montaje de Preiswerk contribuye a enrarecer la atmósfera. Si es correcto el aprovechamiento del sonido para describir la envolvente euforia colectiva, lindante con la histeria, propia de los espectáculos de música pop.       

Por lo demás la descaminada idea de utilizar un film de suspenso como pretexto para promocionar a una cantante, entreverando dos hilos argumentales incompatibles en el fondo, queda patentizado en los pedestres diálogos y en los inconsistentes, cuanto superfluos, toques de humor encajados a la fuerza en la que en definitiva vendría a ser uno de los peores trabajos, entre los varios desorejados emprendimientos de quien en su momento, vuelvo al principio, aparentaba ser uno de los futuros renovadores de aquel cine perdido y añorado cuando dirigir una película representaba una tarea muy distinta a la de tan solo fabricar cualquier producto destinado a terminar pronto en el  basurero merced a la obsolescencia incorporada.

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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