Monday 11 Nov 2024 | Actualizado a 13:43 PM

Cuatrocientos años de Venezuela en una calle de La Guaira

Un grupo de artistas representa la historia de Venezuela. La actriz Helianta Cruz posa con la bandera.

/ 19 de noviembre de 2023 / 06:41

El primer vuelo de BoA a tierras venezolanas permitió conocer el Casco Histórico de La Guaira, un lugar con muchas historias por contar

Venezuela celebra Navidad desde octubre. Ya sea en el Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar o en las calles del estado La Guaira, los incontables focos y adornos recuerdan el nacimiento de Jesús. Es, tal vez, lo primero que impresiona a los bolivianos que formaron parte del primer vuelo de Boliviana de Aviación (BoA) a aquel país sudamericano.

Sebastián Michel, embajador de Bolivia en Venezuela, recuerda que, a finales del siglo XX, los vuelos entre los territorios boliviano y venezolano eran constantes —a través de la extinta Lloyd Aéreo Boliviano (LAB)—, pues Caracas era la ciudad desde donde se hacían conexiones hacia todo el mundo.

Después de varias décadas de ausencia, era necesario volver a conectar ambos países por la vía aérea. Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la aerolínea nacional tiene vuelos a Sao Paulo (Brasil) y Buenos Aires (Argentina), “y es ideal que ese flujo lo complementemos con otros mercados como Caracas”. Pero ese no es el único objetivo.

Como parte de los acuerdos entre ambos Estados, 14 jóvenes bolivianos —de diferentes regiones— fueron becados para estudiar Medicina Integral Comunitaria en la Escuela Latinoamericana de Medicina Dr. Salvador Allende (ELAM), en la capital venezolana.

Para Emerson Nina es una experiencia única. Primero, porque es la primera vez que se aleja de su natal Caranavi y, segundo, porque estudiará durante seis años y medio en la universidad. “Siento un poquito de miedo porque mi familia está un poco lejos; pero, una vez que termine la carrera, quiero volver al lugar donde nací, como médico, para trabajar y ayudar a la gente que necesita”, afirma el joven de 21 años, quien, apoyado en la ventana del avión, mira el horizonte con una mezcla de tristeza y mucho de esperanza.

El vuelo de algo más de cuatro horas entre Santa Cruz de la Sierra y La Guaira es una invitación para quedarse a ver el inmenso mar de bosques amazónicos, que tienen inacabables ríos que parecen serpientes gigantes que se abren paso entre la vegetación, hasta llegar al mar Caribe, que forma parte del océano Atlántico.

Nada más llegar al aeropuerto venezolano, lo primero que llama la atención son los focos y adornos navideños de finales de octubre, algo que se repite en las calles del territorio venezolano.

Esta región es por demás interesante desde el ámbito histórico, pues fue un puerto apetecido por piratas neerlandeses e ingleses, por lo que la Corona española fortificó los ingresos marítimos, algo que se nota por algunos cañones antiguos que actualmente forman parte de los ornamentos citadinos.

En las faldas de los cerros Colorado y Caído, la delegación boliviana se detiene en el Casco Histórico de La Guaira, que era el eje del comercio entre Europa y América, y que en la época republicana se transformó en un bastión para repeler las invasiones extranjeras.

“En el Himno a Venezuela dice: ‘Seguid el ejemplo que Caracas dio’. La gente aquí dice: ‘El grito que La Guaira dio’, porque pensamos que la independencia comenzó aquí”, asevera Helianta Cruz, una reconocida actriz de teatro y de televisión.

Recordada por haber participado en telenovelas como Inés Duarte, secretaria, y Cara Sucia, entre otros, ahora lleva un vestido de la época colonial y no deja de sostener la bandera venezolana. “Yo represento a Venezuela en esta ruta histórica, en la que estamos representando 400 años de historia, porque nosotros aquí, en La Guaira, dimos el primer grito de libertad, de independencia y de soberanía”, recalca la actriz.

Tiene razón. El 28 de febrero de 1761, José María España y Manuel Gual fueron protagonistas de un movimiento de emancipación contra la Corona española, que luego se irradió hasta Caracas. En esta movilización también se destacó Josefa Joaquina Sánchez —esposa de España—, quien diseñó, de manera clandestina, una bandera de liberación. Al conocer esta parte de la historia de La Guaira es irrefrenable relacionar a Josefa Joaquina con Helianta.

Autoridades, invitados y estudiantes becados hicieron este primer vuelo a Venezuela.
Autoridades, invitados y estudiantes becados hicieron este primer vuelo a Venezuela.

Desde hace más de un año, más de 50 actores, músicos y artesanos protagonizan una representación histórica de 400 años de historia de Venezuela, en especial de La Guaira, en la calle Bolívar, que retrotrae a las épocas coloniales, con casas de zaguanes amplios que dan paso a patios empedrados, balcones relucientes y paredes que tienen colores intensos, sin olvidar que hay también iluminación que recuerda que faltan dos meses para Navidad.

De repente, el bongó, la tambora, la charrasca, el cuatro y las maracas se apoderan de la calle con un contagioso ritmo de parranda. “Viva Venezuela, mi patria querida; quién la libertó, mi hermano fue Simón Bolívar”, cantan no sólo los músicos, sino también los actores y la gente que visita este lugar. Incluso los bolivianos.

Es la antesala para un repaso histórico venezolano, que continúa con la actriz y cantante Juana Castillo, quien personifica a una negra esclava de hacienda que, en su canto, incita a la rebelión del yugo español.

“Mostramos 400 años de historia de La Guaira, con la idea de que vengan turistas internos y externos”, dice Juana con una voz dulce y suave, que se transmuta en intensa y fuerte cuando le toca relatar pasajes históricos de su país.

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La calle adoquinada se transforma en una correa que transporta a los visitantes a una representación de los caribes, pobladores originarios de esta parte del país; a la conspiración independentista de José María España y Manuel Gual; el encuentro entre José María Vargas —patriota y luego presidente de Venezuela— y Simón Bolívar; la declaración de independencia, del 19 de abril de 1810, y un espectáculo artístico de pintura.

En un par de horas, 400 años de Venezuela transcurren por una calle colonial, con zaguanes, balcones y rejas, con Juana Castillo que actúa como una esclava y Helianta Cruz que representa a Venezuela, con una Venezuela de gente muy amable, de playas imborrables en la memoria y con una promesa, para el visitante, de retornar para seguir conociendo los rincones del país de Bolívar.

Con charango en cielos venezolanos

El primer vuelo tenía que ser especial. Cuando el Boeing 737-800 de BoA sobrevuela el océano verde de Amazonia, la artista boliviana Luciel Izumi desenfunda su charango y comienza a interpretar un huayño, un caporal y termina con la infaltable Viva mi patria Bolivia. “Es la primera vez que hacemos un show así, saltando como caporales, de un lado a otro. Ha sido algo muy hermoso”, confiesa Luciel, ya en tierra venezolana.

Ronald Casso, gerente general de BoA, afirma que la nueva ruta aérea entre Bolivia y Venezuela generará mayor movimiento de exportaciones e importaciones entre ambos países, además de generar recursos a la empresa estatal.

“Empezamos el desafío comercial para hacer que esta ruta sea rentable y salga un buen servicio hacia ambas poblaciones, pero nos interesa hacer conectividad hacia otras ciudades y otros países de Sudamérica”, añade.

El objetivo —según el ejecutivo de BoA— es convertir el Aeropuerto Internacional de Viru Viru, en Santa Cruz de la Sierra, en un hub desde donde haya vuelos no sólo a Caracas (Venezuela) sino también a La Habana (Cuba), Lima (Perú), Sao Paulo (Brasil), Buenos Aires (Argentina).

A ello se deben sumar los vuelos a Madrid (España) y Miami (Estados Unidos), además de su próxima salida a Asunción (Paraguay), sin olvidar que se esperan los permisos correspondientes para llegar a Santiago de Chile y Bogotá (Colombia).

Según la Cámara de Exportadores, Logística y Promoción de Inversiones de Santa Cruz (CADEX), tener llegada directa a Venezuela abre posibilidades para incrementar las exportaciones con soya, productos cárnicos y aceite, sin olvidar la quinua, chía y castaña.  

El viceministro de Turismo, Íver Tórrez, dice que 2019 fue el mejor año de ingresos económicos en el ámbito turístico, pero que con la pandemia del coronavirus y los conflictos sociales los índices bajaron. Por ello espera que estas conexiones permitan mejorar los resultados.

En cuanto al intercambio cultural, Luciel es un ejemplo de ello cuando, en el Casco Histórico de La Guaira, saca otra vez su charango para interpretar Viva Venezuela, mi patria querida, junto con músicos y actores venezolanos.

Texto: Marco Fernández

Fotos: Marco Fernández y Roberto Guzmán

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Venom: el último baile

La última entrega de Venom lleva al límite las inconsistencias y el frenesí sin dirección que han caracterizado la saga.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:37

Si alguna proeza hará posible que los futuros ensayos sobre la historia del cine, en su apartado enfocado sobre el tiempo de una sociedad inducida a extraviarse en el laberinto del sinsentido, se tomen en serio a las franquicias (las de Marvel en especial, pero no solo), será la constatación de cuán erradas fueron, luego del estreno de cada capítulo, las predicciones de la crítica acerca de la imposibilidad de ver ahondado en los capítulos posteriores de aquellas el vacío absoluto de derrotero; augurios siempre quedados en fuera de juego por la evidencia de que los límites del bodrio resultaban impredecibles. Ahí estará, como prueba incontestable, la tercera chapuza de Venom, cuya directora y guionista, queriendo tal vez entibiar el tono de las recensiones, incluyó en el título lo del «último» baile, aun cuando después no disimula en lo más mínimo los preparativos de una próxima vuelta de tuerca, cuya puesta en marcha dependerá exclusivamente del informe del departamento financiero de la productora.

A la directora, vaya uno a saber, tal vez debe de haberle costado bastante esfuerzo, o no tanto, perpetrar un desvarío mayor al de sus antecesores: los realizadores Ruben Fleischer de «Venom» (2018) y Andy Serkis de «Venom: Carnage liberado» (2021), pero lo consiguió y con buena ventaja, anticipando que el venidero engendro podría una vez más dejar enfangados los comentarios que creían imposible empeorar en el esperpento resultante de la faena de Kelly Marcel, guionista, actriz y productora de televisión británica, la cual fue, por lo demás, quien en su momento cometió los guiones de aquellos dos capítulos anteriores.

Antecedentes

Al igual que como ocurría en aquellos, Tom Hardy, intérprete y coproductor de la misma procedencia que la directora, considerado por los comentaristas de su país de origen como el actor más querido por los espectadores, además de haber sido nominado y obtenido varios galardones, vuelve a meterse en la piel de Eddie Brock, periodista con una carrera en caída libre y anfitrión del simbionte, ese pérfido otro yo que supuestamente metaforiza el monstruo cobijado por todos los humanos debajo de las apariencias de su ser en sociedad y siempre presto a emerger cuando de interactuar con sus semejantes en situaciones conflictivas se trata.

A estas alturas, el lector se preguntará qué diablos significa la palabra «simbionte». Es un término hurtado de la medicina y la biología por las sagas fílmicas que trasladan a las pantallas los cómics dedicados a relatar las andanzas de heroicos paladines, cuya tarea estriba en salvar a la humanidad de las acechanzas de los villanos provenientes de otras latitudes. En rigor, la manoseada palabra nombra la fusión de dos organismos distintos, ligazón beneficiosa para ambos o, al menos, para uno de los dos, a través de la simbiosis. Prototipo, en la ficción, de tal mezcla es el Hombre Araña, en cuyas iniciales andanzas entre los personajes secundarios asomaba Eddie/Venom antes de asumir el rol central en la endeble trilogía donde asumió el protagonismo absoluto.

Historia

El centro del conflicto dramático es, en la oportunidad, el Área 51, recinto subterráneo secreto a 31 metros bajo tierra, montado en el desierto de Nevada por el poder norteamericano, pero ese dato que se prestaba a una posible crítica a las estrategias imperiales resulta, como casi todos los ingredientes, malversado en un relato sin médula alguna. Comparten dicho lugar los militares al mando del general Rex Strickland y los científicos encabezados por la Dra. Teddy Payne.

Allí, mientras los uniformados diseñan las estrategias apuntadas a exterminar a los simbiontes, para el caso bautizados como Xenófagos, y a cualquier alienígena, los investigadores indagan obsesivamente en hallar las claves que permitan hibridar a los humanos y los artefactos técnicos o, en su defecto, otras especies. De tal suerte, Payne vendría a encarnar las en boga desquiciadas fabulaciones seudofilosóficas del post/transhumanismo.

Y si bien los peligros aparejados a la eventualidad de una campaña de eliminación radical son obvios, los referidos Xenófagos están convencidos de que las manipulaciones científicas no resultan ser menos letales. Por ello, los comandados por Knull, el infaltable malo de película que se encuentra junto a los suyos preso en un lugar llamado el Vacío, apuntan por su lado a deshacerse de esa especie antagónica, la nuestra, arrasando el planeta por medio de los especímenes enviados en busca de cierta llave que les permitirá escapar de su encierro.

Venom, el simbionte

La llave buscada es un Codex que, al igual que casi todo en la película, nunca termina de saberse exactamente de qué se trata, el cual se encuentra justamente resguardado en el Área 51. Hacia ese sitio ha emprendido un viaje vacacional Martin, fanático de los ovnis, con toda su regordeta parentela, la última familia hippie de las muchas existentes en los años 70, que insinúa mantener aún vivo su entusiasmo con los sueños de aquella generación surgida de la rebeldía juvenil contra la guerra de Vietnam.

Entretanto, a Eddie, ya fácticamente acabado por el alcohol, se le antoja emprender un viaje en dirección a Nueva York. Cuando comparte su plan con Venom, este exclama: «¡Vamos! ¡Un viaje por carretera!». Así, el periodista venido a menos y su otro yo resuelven hacer autostop. Casualmente, son invitados a abordar la vieja camioneta Volkswagen de Martin, ya que Nueva York queda en su camino hacia Nevada. El periplo es sazonado, por decirlo de alguna manera, con las meditaciones existenciales de Eddie a propósito de la vida, la muerte y otras materias reducidas a nimiedades en las charlas con sus anfitriones y el simbionte. Este, vocero del lado perverso de su personalidad, no cesa de disparar pullas impregnadas de un sarcasmo muy desabrido, como todo en la bazofia de Marcel.

Si me he detenido a pormenorizar ese tramo de la historia es por tratarse de un ejemplo contundente de las inconsistencias de fondo de las anécdotas dispersas en el guion y el desarticulado relato sin pies ni cabeza de «Venom: el último baile».

Guión

Podría uno colegir que durante el proceso de redactar el guion, Marcel fue anotando las ideas que se le venían a la mente, sin haber pensado previamente en un hilo conductor alrededor del cual podría ir engarzando tales ocurrencias. Y lo peor de todo, así como simplemente sumó, en vez de articular, momentos y situaciones en el texto, tampoco le interesó organizar las piezas de su deforme rompecabezas al momento de ponerlas en imagen.

Por lo visto, Marcel comulga asimismo con la idea de que, al día de hoy, rehenes de TikTok y similares, los espectadores, jóvenes sobre todo, están masivamente contagiados del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), o sea, se encuentran ayunos de paciencia para seguir una historia que se prolongue por más de cinco minutos. En lugar de procurar una respuesta imaginativa (quizás Marcel lo intentó, pero no le dio el cuero), optó por la cómoda salida de adecuarse a los dislates digitales y no se le ocurrió mejor solución sino avanzar frenéticamente a saltos de una situación a otra, quebrando así, a cada momento, el hilo narrativo. O sea, renunciando a cualquier intento de armar una historia con mínimo sentido o espesor en los conflictos dejados como borradores inconclusos.

Venom y Eddie

Los diálogos entre Eddie y el simbionte, exentos del mínimo sentido, son penosos; las bromas acerca de los disparates del multiverso son escasamente graciosas; las secuencias de acción se reducen a un ofuscado ir y venir agravado por un montaje convulso, dando paso a un ritmo vacío de las pausas requeridas para ahondar en el significado de lo que acontece y reduciendo todo a la banalidad absoluta. Tampoco los efectos generados por computadora rehúyen la mediocridad aparejada a la sensación de lo ya visto infinidad de veces, y si bien la banda sonora intenta densificar la atmósfera lóbrega y belicosa de la película, nunca tiene un nivel recordable.

Sin excepción, los personajes secundarios lo son en el estricto alcance del término, es decir, parecen encajados con calzador en lo que finge ser la trama, aun cuando la guionista/directora Marcel al parecer no asimiló en qué se diferencia una verdadera trama de un descerebrado amontonamiento de ideas. En largos tramos de la película puede sospecharse que no hubo libreto alguno, o a lo sumo se contó con un boceto, y la filmación fue improvisando las cosas a lo largo del rodaje. Hasta el propio Hardy pareciera haberse contagiado de la urgencia de acabar cuanto antes con el asunto, entregando una opaca personificación de Eddie, carente de cualquier densidad emocional.

Crítica

Si usted consiguió permanecer despierto hasta el final a pesar de la relativamente poca duración del metraje, en comparación con las extensiones actuales de los productos fílmicos (109 minutos en total), o no acabó dormido durante los más de 10 minutos dedicados a los créditos, podrá terminar de sumirse en el desconcierto con un par de secuencias que darían la impresión de sugerir futuros nuevos episodios de la saga, no obstante ser tan embrolladas como todo lo visto hasta ese momento.

En suma, tal como lo dicho al comenzar, el tercer episodio de Venom consiguió la hazaña de ser el peor de los tres, no obstante la chatura de los precedentes, exhibiendo una inconsistencia inaudita, incluso dentro de esta corriente que exacerbó al límite la tendencia marketinera desde hace muchísimo tiempo atrás detectable en Hollywood, terminando por reducir la producción cinematográfica a un rubro pura y absolutamente comercial donde la prevalencia del cálculo financiero se impone sobre cualquier otra consideración, o sea, sobre el cine en tanto vehículo de expresión de algo.

Ello, desde luego, no supone la inexistencia de una visión de lo social. Y a pesar de su deforme relato, a «Venom: el último baile», milésima repetición de las mismas recetas exprimidas hasta el hartazgo por las adaptaciones de las andanzas de superhéroes de historieta, no le falta el insidioso subtexto que no conviene olvidar jamás al exponerse al castigo de verlas: el distinto, el inmigrante, el individuo proveniente de una cultura diferente, el otro, o la otra, vamos, son siempre la encarnación del mal, merecedores(as), por consiguiente, del más inhumano trato imaginable.

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Implantes

La más reciente crónica del reconocido artista y cantautor, Manuel Monroy Chazarreta, el Papirri.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:27

Terminando los conciertos del Teatro Municipal de La Paz celebrando mis 45 años de canciones, fui al dentista de emergencia. No podía masticar. El doctor observó todas las concavidades, llegaron las radiografías, exámenes varios, entonces vino la sentencia: «Su parte de arriba está fatal, hay que poner 4 implantes y colocar una prótesis. No hay de otra». Luego del diagnóstico y con cara de banquero, me enseña el presupuesto. Era una cifra difícil de asimilar.

-Los implantes, señor Manuel, son hechos a medida, son unos clavos mágicos que suplantan la raíz… Ya colocado el implante, el tiempo que requerirá para cicatrizar la herida suele ser aproximadamente de tres meses.

-Una pregunta, doctor, ¿los implantes se pueden heredar? -le digo con cara de cojudo.

-¿Por qué pregunta eso?

-Mire, yo ya estoy en la sala de preembarque, en cualquier momento me iré al más allá, o al más acá; o sea, ya no voy a estar enaquí.

-¿Y…?

-Bueno, he decidido que me incendien nomás…

-¿O sea, señor Monroy?

-No quiero una tumba desabandonada, es triste… Prefiero nomás navegar el Titicaca en infinito luego de que me hagan polvo. Entonces, ¿lo que va a quedar de mí son esos implantes, no?

-Bueno, son de titanio

-O sea, polvo seré y 4 implantes quedarán. Yo quisiera sinceramente, doctor, que mi amigo querido, el Astroboy, sea el heredero…

-¿El heredero de qué?

-De lo que va a quedar de mí. A él le tendrían que entregar los clavos mágicos de titanio. El Astroboy verá qué hacer; podría, por ejemplo, ir por la avenida Buenos Aires y hacerlos derretir para que se conviertan en aretes para las hermosas cholitas que bailan en el Gran Poder… Imagínese unos topos de titanio… O, por último, los puede vender nomás como materia prima para fabricar balas. La otra alternativa es que me ponga unos implantes, tal vez… ¿flexibles?

-Eso no es posible, don Papirri, el material es incorruptible, no se puede cortar, lijar, nada de eso.

-Bueno doctor, yo le aviso entonces, tengo que ver cómo hacer para pagarle…

-Me da el 50% y luego el saldo en 4 meses, ¿qué le parece? Es buena oferta… Ahora, tengo unos implantes coreanos que están más baratos, solo que no sé si aguantarán hasta su incendio.

– Entiendo. Bueno. Gracias, doctor.

Salgo a la calle con un alivio de urgencias. Aparece el Astroboy cargando dos humintas: «Vamos a cascarle, Manuelito, hora del té es…» Nos sentamos en una placita a masticar las humintas, entonces le digo: «Hermano Astroboy, he decidido dejarte de herencia mis implantes. Cuando te entreguen mi cuerpo vuelto cenizas, vas a reclamar; son 4 clavos de titanio que no se van a derretir. Vas a solicitar la devolución, seguro los de la empresa fúnebre no te van a querer devolver, por eso vamos a hacer una escritura con notario que te autorice a ser propietario de los clavos mágicos…»

-¿Y qué hago yo con esos clavos, Manuelito?

-Yo decía, ¿no?… Son pues duros, durísimos… Podrías, por ejemplo, hacer un gran martillo con dos de ellos… Con los restantes, puedes jugar a que son guardias de un palacio… o cambiar los cuatro por un anticrético mixto, no sé, che. Pero no los dejes ahí, en la intemperie, en manos ajenas.

-Ya, Manuelito, tal vez a mi mamá le sirvan los clavos mágicos.

-Puede ser, yo creo… Rica la huminta, hermano.

Días después llegaron las colas para un préstamo; 30 requisitos tenían el préstamo. Entonces llegó la cirugía de horrores: jodido estoy, tengo colmillos de titanio, zurcido estoy, en filigranas amargas, solo como puré, el documento vamos a tener que hacer luego de que me saquen los puntos.

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Quincy Jones: una vida musical a traves de épocas y géneros

Quincy Jones, ícono visionario que cruzó fronteras musicales y abrió caminos para generaciones de artistas, falleció a los 91 años.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:18

Quincy Jones, un gigante de la música que desafió los límites de género, raza y generaciones, falleció en Los Ángeles el 3 de noviembre a los 91 años. Con una trayectoria de más de siete décadas, el legado de Jones es inmenso y abarca desde el jazz hasta el pop, pasando por la televisión, el cine y la producción de algunos de los éxitos más icónicos del siglo XX.

Nacido en Chicago en 1933, Jones empezó su carrera a temprana edad. A los 20 años, ya tocaba la trompeta en la banda de jazz de Lionel Hampton, un inicio que le llevaría a tocar con figuras como Dizzy Gillespie y a convertirse en un prominente arreglista en la escena de Nueva York. Sin embargo, su hambre por aprender lo llevó a París, donde estudió con la legendaria pedagoga Nadia Boulanger. Desde entonces, su carrera se disparó y lo transformó en un productor, compositor y arreglista de renombre mundial.

Quincy Jones, productor

Jones fue un maestro del estudio de grabación y, como dijo alguna vez el propio Frank Sinatra, “Q” —apodo cariñoso con el que lo bautizó— “es alguien con quien se puede contar para hacer magia”. Trabajó con Sinatra en «Fly Me to the Moon» en 1964, una colaboración que cimentó su estrecha relación profesional y que, como diría Jones en sus memorias, fue de las experiencias más enriquecedoras de su vida: “Lo amaba tanto como a cualquier otra persona con la que trabajé”.

Pero su influencia trascendió el jazz y se extendió al pop, la música para películas y más allá. En la década de 1980, Quincy Jones se convirtió en el arquitecto detrás de algunos de los mayores éxitos de Michael Jackson, incluyendo el álbum más vendido de todos los tiempos, Thriller (1982). “Thriller fue una combinación de toda mi experiencia como orquestador y de la selección de las canciones, y la de Michael, todo su talento como bailarín, como cantante, como un artista increíble”, recordó Jones. Thriller no solo redefinió el pop, sino que rompió barreras raciales, llegando a millones de hogares de todo el mundo y marcando el estrellato de Jackson.

Una trayectoria increíble

El camino hacia Thriller comenzó con el álbum Off the Wall (1979), el primero de Jackson como adulto, donde Jones ayudó a la estrella ascendente a forjar un estilo propio que mezclaba ritmos disco con sofisticadas líneas melódicas. A pesar de su éxito comercial, Off the Wall fue encasillado en categorías de R&B y Jones y Jackson sintieron la presión de llevar su siguiente proyecto a un nivel completamente nuevo. Decidieron crear un álbum que desafiara los géneros y rompiera las barreras impuestas por una industria todavía reticente a reconocer a un artista afroamericano en su máximo esplendor.

Para Jones, crear Thriller significó ensamblar un equipo inigualable de talentos, que incluía al guitarrista Eddie Van Halen, quien interpretó el legendario solo en “Beat It”, y la colaboración con artistas de renombre como Paul McCartney en “The Girl Is Mine”. Jackson, en tanto, canalizaba una energía incansable. “Sacaban a los ingenieros en camillas”, recordaba Jones. En el resultado final, el álbum reflejó el compromiso de ambos por romper con los límites de la música popular, incorporando elementos de jazz, rock y ritmos de diversas partes del mundo.

Thriller

Pero Thriller fue más que música. Jones y Jackson comprendían que la imagen era vital, y apostaron por los vídeos musicales. Con el videoclip de “Thriller”, dirigido por John Landis, el productor y el cantante redefinieron el formato del vídeo musical y rompieron las barreras raciales de MTV. El video, con sus coreografías icónicas y calidad cinematográfica, se convirtió en un fenómeno cultural que aún hoy resuena. “Michael y MTV se apoyaron mutuamente para alcanzar la gloria”, reflexionó Jones en 2022. Este cambio también impulsó la visibilidad de otros artistas negros en el canal, como Prince y Lionel Richie, y marcó el inicio de una era en la que el vídeo musical pasó a ser una forma fundamental de expresión artística.

Además de su colaboración con Jackson, Quincy Jones dejó una huella imborrable en otros géneros y en numerosos artistas, como Ray Charles, Lesley Gore, y el mismo Frank Sinatra, entre otros. Desde su trabajo con Charles en la instrumental “One Mint Julep” hasta la producción de “It’s My Party” de Gore, Jones construyó una carrera única en la que cada colaboración parecía una obra de arte, impecable y atemporal.

We Are the World

En los años posteriores, Jones se convirtió en una figura respetada en la industria y fue mentor de varias generaciones de artistas. En 1985, encabezó “We Are the World”, la canción que reunió a las estrellas más grandes de la década en un esfuerzo humanitario. Su activismo lo convirtió en una figura venerada por sus colegas, quienes lo ven como un pionero no solo en la música sino en la responsabilidad social.

Entre los homenajes recientes, Céline Dion compartió lo significativo que fue Jones en su vida: “Tuve el privilegio de trabajar con Quincy… su intuición musical era nada menos que profunda: me ayudó a capturar ‘un pedacito de cielo’”, expresó en honor al productor. Mariah Carey, por su parte, escribió: “Le has dado al mundo, y a mí, tantos momentos que serán apreciados por siempre”. Artistas de diversas generaciones y estilos, como The Weeknd, LL Cool J, y Charlie Puth también han rendido tributo, demostrando la vigencia de Jones como un referente creativo en la música contemporánea.

Legado

Quincy Jones no solo creó éxitos; redefinió el concepto de producción musical y abrió puertas para los artistas afroamericanos en un medio que aún necesitaba evolucionar. Fue un visionario con una capacidad inigualable para comprender y anticipar las tendencias musicales y tecnológicas, y su influencia se extiende más allá de cualquier género o época. Hoy su legado vive en cada nota de jazz, cada beat de R&B, y en cada estrella que sueña con alcanzar el nivel de grandeza que él ejemplificó.

Como mentor, activista, amigo y creador, Quincy Jones nos dejó un testamento de perseverancia y excelencia artística que difícilmente será igualado. En sus propias palabras, “la música no tiene fronteras”. En su partida, nos queda su inabarcable legado, una colección de sonidos que han definido a generaciones y que seguirán inspirando a las que vendrán.

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Del encuentro pictórico Siñani-Ballivián en Neo Galería

José Ballivián y Maximiliano Siñani transforman los formatos y experimentan con materiales en una exposición que cuestiona valores y juega con las convenciones aceptadas.

/ 9 de noviembre de 2024 / 22:06

En Neo Galería tuvo lugar la más reciente exposición conjunta de pintura –que estuvo vigente hasta ayer sábado–, de los artistas José Ballivián y Maximiliano Siñani. Presentaron un ensayo visual que combina el ánimo lúdico con el afán experimental. La muestra, compuesta por 24 pinturas de óleo sobre madera y sobre lienzo, fue titulada «*****» (5 estrellas). Los artistas declararon su deseo de que ni la palabra «estrellas» ni el número «5» fueran escritos en los textos de difusión, sino que se representara directamente el símbolo de las estrellas anotado cinco veces.

Lo curioso del título es que alude a las formas internacionales de calificar un servicio o un producto, como la puntuación de una película en una crítica de cine o de un local turístico en TripAdvisor; más cercano es el caso de los hoteles, que se califican con estrellas según una convención que los clasifica de acuerdo con parámetros como las dimensiones de la infraestructura, comodidad de los espacios o calidad de los servicios. Así pues, los artistas habrían puesto su nota a priori al trabajo presentado, asegurando un servicio de cinco estrellas. Pero es ante todo un juego; ambos artistas comentaron que se trató principalmente de una aspiración compartida.

Formas

Ahora, siguiéndoles el juego, cabe preguntarse: ¿bajo qué criterios podríamos puntuar esta exposición de pintura? Partiremos considerando como referencia las pautas marcadas por el mismo espacio expositivo de Neo Galería. La directora Canela Ugalde ya nos había comentado el deseo que tienen de estimular entre los artistas la exhibición de obras con formatos no tradicionales.

Esto se reafirmó con las palabras de su hermano Mariano Ugalde, director de la Galería El Salar: «El trabajo que está haciendo mi hermana también es de formación, de educación del ojo. Apuntamos a que Neo Galería marcará una pauta, elevará la vara de lo que se muestra, porque ahí los formatos serán siempre diferentes; con el ánimo de salir del cuadrito, del marquito típico, irnos a nuevos medios, empujando a los artistas a que hagan propuestas en ese sentido».

La palabra clave aquí es «formato». Este término, que en la producción artística y la historiografía del arte designa las dimensiones de una obra cualquiera –altura y anchura en el caso de las bidimensionales (pintura, dibujo, grabado, fotografía)–, se expresa convencionalmente en centímetros (o en pulgadas en países como Estados Unidos). A partir del formato se determina el encuadre; además, influye en la composición a través de las proporciones y de la orientación. Las proporciones más utilizadas son las que se aproximan a la razón áurea y las equilibradas del cuadrado; y menos habituales son los formatos curvos (circulares –tondo– o elípticos) o mixtilíneos. Las orientaciones más habituales son la vertical o la horizontal, siendo raro ver otras como la diagonal.

La exposición en Neo Galería

En este sentido, las obras presentadas por Ballivián y Siñani muestran a primera vista el ánimo de variar los formatos que utilizaron. Ballivián es ya de por sí dueño de una obra ecléctica, ambigua y cargada con agudo sentido del humor; trabajó en esta ocasión sobre el imaginario de las montañas en el Altiplano y los paisajes bolivianos, pero sin repetir los ejercicios de la pintura realista o figurativa –de amplia tradición en nuestro país–, sino haciendo que pase por el tamiz de un lenguaje contemporáneo, cercano también a la estética de las historietas. Sus personajes entre humanos y animales continúan apareciendo, incluyendo un guiño a la novela de Kafka, «La metamorfosis».

El formato de algunos de sus cuadros es sui géneris; ya no son figuras geométricas regulares, sino diferentes tipos de recortes del rectángulo o del cuadrado, donde aplicó empastes gruesos y colores cálidos, de estado de ánimo relajado. «Cada uno avanzó en lo suyo, no pintamos en función de lo que el otro hacía, pero compartíamos las premisas y entendimos que podía funcionar. Igual pienso, como artistas contemporáneos, que tenemos necesidad de enfrentarnos con el color» (Ballivián, 2024).

Materiales

Por su parte, Maximiliano Siñani continuó la travesía que lo ha ligado desde hace años a la invocación de las piedras y sus usos sociales en el territorio boliviano, desde lo más rústico, como es el bloqueo de carreteras, hasta el carácter ritual, como son las ofrendas que se hacen en el campo con las apachetas. Siñani recuperó trozos de madera de una construcción para convertirlos en soportes para su pintura, variando en diferentes tamaños rectangulares alargados, donde aparecen hileras de sus piedras. Prescindió del marco tradicional, adoptando una composición lineal, que plantea la idea de secuencias. Dispuso los cuadros en la exhibición variando la orientación, tanto de modo vertical como horizontal, en franco diálogo con las pinturas de Ballivián. «El óleo en madera ya se pinta desde hace siglos, sin ir muy lejos en el Renacimiento, pero no deja de ser sorprendente la potencia con que penetra el óleo en la madera. Ni José ni yo nos aferramos a un formato fijo, podemos hacer pintura, video, dibujo… de todo» (Siñani, 2024).

Encuentro

Recuerdan haberse conocido en Santa Cruz el año 2015, cuando Siñani realizaba una residencia en Kiosko Galería y Ballivián estaba dando un taller de dibujo en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno. Cada uno avanza desde hace tiempo con caudal propio, ambos muy interpelados por el imaginario simbólico de La Paz, pero también movidos por las secretas pulsaciones que emanan de la vida sorprendente en El Alto. Nos comentaron que esta no sería una experiencia única, ya que entre sus planes se encuentra para el año una futura exposición conjunta en un museo de La Paz y otra más en un museo de Santa Cruz.

Naturalmente, el acto de exponer juntos corresponde a un deseo de multiplicarse, o de dejarse llevar un poco, también de compartir el viento, transitar la corriente de aire que representa el otro en su trabajo. Es un ejercicio entre dos colegas que además son amigos de años, que comparten diversas afinidades, siendo al mismo tiempo muy diferentes en sus aproximaciones y expectativas. Siñani, mucho más minimalista en los gestos y obsesivo con la significancia de los materiales que usa, mientras que Ballivián, más detallista en la morfología, atento a las referencias hipertextuales y complejo en la cantidad de capas de sentido que reúne en cada obra.

Un encuentro en verdad, un devenir, que solo podremos evaluar más adelante de manera retroactiva, no tanto por los resultados comerciales de la muestra o la atención crítica que genere, sino por el lugar que tendrá esta exposición en los recorridos de ambos artistas a la larga; juego de capturas y donaciones; allá en el futuro cuando pueda avistarse a dónde los impulsará estas conversaciones de imágenes en su venidera producción individual que, en el fondo, siempre será una enunciación colectiva, la de las tribus que se movilizan en sus respectivas obras.

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Fabricio Lara: plasmar lo espiritual

El artista orureño reflexiona sobre lo material y lo energético en la muestra ‘Frecuencias de Luz, Materia y Realidad’ en Daniela Mérida Gallery.

/ 2 de noviembre de 2024 / 23:57

Forma y esencia, materia y espiritualidad son las preocupaciones que el artista orureño Fabricio Lara desarrolla en la muestra Frecuencias de Luz, Materia y Realidad, que seexhibe en Daniela Mérida Gallery (Av. Montenegro, entre Enrique Peñaranda y G. René Moreno). En la exposición, que permanecerá abierta hasta el 23 de noviembre, Lara invita a reflexionar sobre el ser humano como energía que vibra y crea realidades, a través de un diálogo entre la luz y la materia.

– ¿Cómo surge el concepto de Frecuencias de Luz, Materia y Realidad?

– Se origina desde antes de la pandemia. Surgió desde una búsqueda e introspección personal, ya que hace tiempo que vengo investigando los orígenes del ser humano. En esta búsqueda pude evidenciar que hay una parte del ser humano que es la más importante, la subjetiva, la no material, la espiritual. Es una vivencia más o menos constante que tengo.

Cada que pinto siempre estoy atento a las noticias, escuchando podcasts, poniéndome al día sobre la física cuántica. En el mundo de hoy hay problemas de diferente índole y mi búsqueda está en tratar de dilucidar el porqué de estas situaciones. El ser humano por lo general no es autocrítico, no tiene un horizonte muy claro sobre lo que significa el transitar por este mundo. Le preocupa más lo objetivo y material, y no lo subjetivo y espiritual.

En esta muestra trato de plasmar esa parte más importante, la espiritual, de todos los seres humanos, la parte energética. Y en esto tiene que ver mucho la física cuántica. Ya no son teorías sobre una búsqueda esotérica del ser humano o el espíritu, sino que hoy en día tenemos pruebas palpables acerca de la importancia de este campo. Hay muchos físicos cuánticos inmersos en esta búsqueda y  han podido evidenciar la presencia de la supraconciencia, como la llaman, o conciencia, que es en realidad la que digita la parte material u objetiva de lo que vivimos día a día.

Si bien este es un proceso que ya lleva un buen tiempo, utilizo nuevos elementos plásticos. La paleta sigue siendo la misma, el color sigue siendo el mismo, la identidad cromática tiene todavía su desarrollo. Eso sigue una línea y también tiene una cierta evolución. Y en esta etapa es para mí muy importante poder conjugar la forma con el contenido, un nuevo contenido que es una preocupación latente y diaria.

– ¿Cómo es su proceso de creación?

– Tengo una visión de lo que es el lenguaje del arte, que básicamente está dado por lo que es la forma y contenido: el contenido es el qué, el tema, y la forma es el cómo se realiza la obra, la parte técnica y formal, el concepto de cómo encararlo formalmente, donde entra la composición, equilibrio, armonía, el uso de elementos creativos que ayuden a expresarse mejor.

En el lenguaje escrito una palabra o una oración tienen una estructura. En el arte sucede lo mismo, pero estas formas de comunicarse se basan sobre todo con colores para que haya armonía. Se debe tener un orden de esos valores, colores, dibujo, cosa de que tenga una lectura lógica.

En mi caso, tengo una inspiración acerca de un determinado tema o elemento que quiero representar, tengo la idea, empiezo a dibujar, a manchar la superficie, a diseñar la forma que quiero expresar  con una idea definida, pero con un desarrollo constructivo. Si bien tengo una idea inicial, esta va desarrollando y evolucionando. Soy lo que se llama en el campo de las artes, un constructor de la obra.

– ¿Cómo enfrenta el lienzo vacío?

– No siempre es fácil. En mi caso no espero el momento de inspiración. Gracias al universo, estos momentos de inspiración sí llegan, pero la idea es poder trabajar y que la inspiración uno la encuentre en medio del trabajo, y no al revés. Muchas veces no tengo una idea muy clara de lo que voy a hacer, o por ahí sí tengo el tema, pero no siempre sé el cómo, y esa es la dubitación del artista al enfrentar el lienzo en blanco. Yo generalmente empiezo a manchar; primero pinto de negro toda la superficie, y sobre ese negro poco a poco voy dibujando y buscando la luz, primero con colores neutros, suaves, oscuros, y de ahí poco a poco se va encendiendo la obra con tonos medios, y tonos un poco más claros, hasta llegar a la iluminación o saturación total de la superficie. Obviamente en este proceso voy componiendo poco a poco.

– El camino artístico que ha recorrido es extenso. ¿En qué etapa de su carrera se encuentra en este momento?

– He pasado por diferentes etapas. Desde la realista, cuando estaba en la universidad. Mi obra se parecía mucho a la pintura que mi padre Gustavo y mi tío Raúl Lara hacían, pero pude encontrar mi camino en esa etapa de formación universitaria. Luego encontré el gusto por los colores quebrados, por la sensación altiplánica que ofrece el país. Esa rica paleta terrosa me atrajo mucho, fue la segunda etapa. Estaba más allá de lo descriptivo, lo figurativo, estaba entrando en un mundo más metafísico y andino. Me sumergí más y me enfoqué en las culturas primigenias, la tiwanacota, la inca; todas las expresiones ancestrales que lindaban mucho con la pintura rupestre originaron mi etapa matérica, con la búsqueda de seres que tenían que ver con los ancestros y también con la relación que tenían estos con el cosmos, los astros. De ahí que tenía parejas lunares, seres astrales. Y se fueron adicionando los acentos de tonos saturados.

Después pasé a otra etapa donde dejé esta técnica, más que todo por practicidad, para poder llevar exposiciones con obras de gran formato. Como trabajaba con mucha materia, no podía llevar mis trabajos en bases sólidas como venesta o trupán, hablo de cuadros de un metro, metro y medio. Transportar 10 obras así al exterior es casi imposible.

Después pasé a pintar en óleo, en acrílico sobre tela, y lograba texturas más que todo visuales, con espátulas, con pintura acrílica y continué con la saturación del color y con una figuración que lindaba con el mundo abstracto y figurativo y con evocación de seres mitológicos, astrales, cósmicos, que tenían que ver con figuras zoomorfas, antropomorfas, caballos, toros, parejas… Y con colores saturados, lindando entre la figuración y la abstracción.

Si bien en la actualidad esta investigación de la forma, del color, de las texturas, sigue su camino, tengo un aditivo: la búsqueda de la parte energética del ser humano, que es la que dirige a la material. Para mí es una vivencia constante, es un mundo en el cual me siento muy bien y en el cual vivo. No es solo un trabajo de investigación, no: es una forma de vida que en esta exposición evidencio y plasmo.

– Es un artista que tiene una gran proyección internacional. ¿Cómo se recibe su obra en el extranjero?

– He tenido la suerte de poder viajar mucho y desde muy temprana edad, de representar al país. Una de las primeras veces fue cuando yo cursaba la universidad el tercer o cuarto año y ya tenía una identidad pictórica bastante matérica. Vino una galerista del Principado de Liechtenstein a elegir tres artistas para llevarlas ahí. Fue la primera vez que tuve la oportunidad de salir representando al país junto a Cecilia Wilde y Raúl Lara, cada uno con expresiones diferentes.

Esta galerista hizo una exposición con los artistas más importantes del país en el Museo Nacional de Arte. Yo era uno de los jóvenes y en plena exposición anunciaron a los tres escogidos. Para mí fue una gran sorpresa que elijan mi trabajo. Fue un premio gigante: una especie de beca residencia de tres meses donde nos pagaban todo, ida y vuelta y exponíamos al final en Vaduz, la capital. También saqué una mención de honor en la Bienal Internacional de Pintura de Cuenca; fueron mis primeros pasos a nivel internacional.

En ese entonces lo que llamaba la atención de mi trabajo era el manejo del color. Si bien esa etapa era bastante matérico y austero, también empecé a incidir en los colores saturados acompañado con colores quebrados para poder medir la temperatura de la obra.

Cuando estuve en la feria de ARCO, en España, pasó lo mismo. Era impresionante ver pequeños stands con obras de Picasso, de Modigliani, de Max Ernst a la venta. Era como estar participando con semejantes personajes de la historia en la misma feria. Allí llamó la atención el uso que hago del color, igual que en el World Art Tokio ( Japón) en 2019. Por lo general los países latinos tienen esa exuberancia. En el color ven lo exótico de lo latino, pero había algo más, un sello más boliviano: la compensación de lo exótico (tonos saturados exuberantes) con una mesura equilibrada por el uso de colores quebrados o tierra.

– ¿Cómo influye en su obra el trabajo de grandes como Raúl y Gustavo Lara?

– Vengo de una tradición familiar artística. La familia de mi padre es una familia de 11 hermanos. Mi padre es el número cuatro o cinco, más o menos. Y a partir de mi padre, todos los hermanos que le siguen se dedicaron al arte; antes de él, no. A partir de mi padre comienza toda la generación de artistas. Estaba primero mi padre, Gustavo; le seguía mi tío Wálter, muy buen dibujante, después le seguía mi tío Otto o Roberto.  Después venía Raúl, muy conocido, obviamente con mi padre Gustavo. Después estaba Jaime, un joven pintor desaparecido político en la dictadura militar argentina, se lo llevaron a sus 25 años, no lo volvimos a ver nunca más. También está mi tío Ramiro, que lindaba entre la arquitectura y la pintura. Y mi tía Blanca, que se dedicaba a la cerámica. También mi tía Judy, mi madre y mi hermana. Mi madre era pianista. Ella daba conciertos en Oruro, ahí conoció a mi padre y también hacía cerámica.

Fue muy difícil decidirme a estudiar Artes en la universidad, porque si bien lo llevaba en la sangre, era una mochila muy pesada competir con el apellido, con la fama de mi padre Gustavo o mi tío Raúl. Implicaba una responsabilidad en la cual no podía fallar. Pero fue mucho lo que pude aprender de ellos, especialmente de Gustavo, y de mi tío Raúl también, porque convivíamos todo el tiempo. Pero Gustavo, mi padre, fue mi maestro en dibujo, pintura, escultura, cerámica, en el concepto del arte, más que en la técnica. Era un placer estar con ellos, tomar el té al final de la tarde con ellos, mi tía Lidia, esposa de Raúl y mi mamá Lidia. Eran charlas donde se recordaban anécdotas artísticas del ámbito cultural en Argentina y Bolivia.

– ¿Cuáles son los siguientes pasos después de esta exposición?

– Tengo una exposición en Fundación Patiño la primera semana de diciembre. Es un proyecto que hace tiempo vengo elaborando en un área que me interesa mucho: las culturas ancestrales, uno de los primeros caminos que tomé en el arte que denominaban telúrico, pero que para mí es más ancestrado, rupestre matérico y donde voy a exponer obras que son de hace 20, 15 y 10 años, acerca de culturas ancestrales, especialmente de Taypikala.

Esta exposición será con un fotógrafo. Ambos hemos estudiado nuestras civilizaciones ancestrales y el producto lo vamos a presentar en Patiño. En la misma línea tendré una exposición individual en Los Tajibos, Santa Cruz, la primera o segunda semana de diciembre. Y para el año hay muchos planes trazados.

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