Wednesday 6 Dec 2023 | Actualizado a 10:38 AM

Solón Romero: laberinto de líneas

/ 19 de noviembre de 2023 / 07:10

El Museo Nacional de Arte homenajea a Solón Romero en su centenario. Esto es una carta, esto es un paseo por Quijotes y Kataris

Estimado compañero Walter Solón Romero Gonzáles: He ido esta mañana en busca de sus Quijotes y me he topado con su Túpac Katari. Está boca abajo, desgarrado por tres caballos. Sus brazos parecen tocar el infinito. Grita de rabia, grita de dolor. Sus cabellos caen sobre la tierra. Como una raíz, como una semilla. Es el poco pelo que ha quedado después de que los castellanos cortaran su melena de rebeldía. Esta semana se cumplen 242 años del descuartizamiento del comandante Julián Apaza Nina. Fue en noviembre, siempre en noviembre. Fue en 1871; fue antes de ayer.

Túpac Katari me recibe en el Museo Nacional de Arte, en la esquina de la antigua plaza Mayor. En su cuadro, maestro, falta un caballo. Fueron cuatro los caballos que partieron el alma del gran guerrero. Fueron cuatro sitios que vieron su cuerpo re/partido: aquella misma plaza de armas y la apacheta/mirador de Killi Killi, Achacachi, Chulumani y Caquiaviri.

Los tres caballos empujan, más tarde llegará el fuego.Y las cenizas. ¿Por qué usa ese laberinto de líneas, Solón? ¿Para que veamos cómo tiran los caballos rabiosos? ¿Para que sintamos los movimientos retorcidos de un cuerpo que agoniza, de un cuerpo que no se rinde? ¿Qué nos quiere decir con esos enredos y esas curvas, don Walter? ¿No será acaso que ha pintado en su último año de vida a Túpac Katari para que sea una estrella que nos guíe, para que nos marque el sur sin perder el norte?

Manchas

En el título de su cuadro solo dice “Túpac Katari, piroxilina, 1999”. No pone las medidas. Deben ser casi tres metros de largo por dos de alto. Pareciera que lo hubiera pintado al “halcón de fuego” para su último mural. Pero no es así. Aquel 1999 (a la una y diez de la mañana de un 27 de julio) nos dejó, compañero. Se fue en Lima. Con 75 inviernos a sus espaldas. Hubiese querido vivir más, para pintar más. Otros Quijotes, otros Kataris, otros “retratos del pueblo”.

El último cuadro que imaginó fue un conjuro para escapar vivo de aquel hospital de muerte. Pintó un Quijote, otro Quijote. Y escribió esta frase para titular su último caballero: “Dibujo al filo de la desesperación. Cuanto me dieron, qué vida”. ¿Estaba también al filo su último Katari? ¿O estaba muriendo, como usted, para nacer? Qué (linda) vida, Quijote, Túpac, Solón. Siguen todos vivos en la memoria de sus hijos.

Ha contado varias veces como llegó a su vida el “Caballero de la Triste Figura”. Lo conoció de niño. Su padre lo dibujaba. ¿No venimos a este mundo para seguir pintando los sueños de nuestros padres y de nuestras madres y abuelas? Su padre le contaba historias alrededor del fuego para calentar las frías noches de Uyuni. De wawa pensaba que el Quijote era un flaco que recorría con su caballo el blanco lienzo del Salar. ¿Cuándo le contaron la historia del comandante Apaza Nina y de Bartolina? ¿Cuándo le hablaron por primera vez de aquellos 40.000 valientes aymaras que miraban/cercaban la ciudad de noche, alumbrando relámpagos de justicia y truenos de libertad? Walter Solón Romero Gonzáles, ha desaparecido en sus Quijotes, ha desaparecido en sus Kataris.

Dejó dos murales sin terminar. Uno de ellos era autobiográfico. En uno de ellos pinta al Julián Apaza envejecido. Se lo imagina a salvo de los caballos de Peñas. Por un extraño sortilegio, ha escapado de la tortura y de la muerte. Quiere charlar con la hermana Gregoria del paso del tiempo, de resignaciones y utopías. Quiere soñar que sus hijos son ya millones. Está esperando —paciente— su regreso.

Guamán Poma de Ayala y Solón (1999).
Guamán Poma de Ayala y Solón (1999).

El primer Quijote que pintó, maestro, fue para un libro de promoción de estudiantes de medicina (Don Quijote médico). Corría el año de 1947. Se ha pasado toda la vida pintando lo mismo. Como los grandes maestros y los grandes cineastas. Y los poetas eternos. Y sin embargo, su obsesión era crear y nunca repetirse. Ahora se reinventa en cada mirada nueva que se posa sobre uno de sus Quijotes; cada vez que una joven pasea por el museo y ve una wiphala en la mano de Katari en la “conquista interminable”.

Algunas de sus obras llevan la palabra futuro en sus títulos. Mensaje a los maestros del futuro es el mural que hizo para la Escuela Nacional de Maestros de Sucre. Su (verdadera) obsesión es el porvenir, las nuevas generaciones, el legado.

En un texto suyo que publiqué en el suplemento Fondo Negro del extinto periódico La Prensa, decía (en junio de 2000) que el muralismo estaba en crisis; que los muralistas habían perdido la fe. Entendía que muchos habían abandonado sus antiguos ideales; entendía que la resignación se anteponía a las viejas utopías; entendía muchas cosas de aquellos años de “fin de la historia” pero no justificaba nada de nada. Y tenía puesta la mirada y la esperanza… en el futuro.

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Y decía: “Los pueblos de mi país, como las nubes en el cielo, desaparecen o emigran a las ciudades para sobrevivir en zonas marginales. Quienes amasaron la piedra para esculpir Tiwanaku, Samaipata o Machu Picchu solo están presentes en lo que hicieron hace siglos. Hay demasiadas injusticias que denunciar, innumerables atropellos que combatir. No podemos callar y desafiar la adversidad con las manos cruzadas frente a un mundo que se devora a sí mismo. En estos momentos de desconcierto ideológico, de confusión política, se requiere más que nunca de la capacidad visionaria del artista. No podemos permitir que nuestros sueños desaparezcan a la hora de despertar. Si hemos perdido la fe en los mitos del pasado, entonces construyamos nuevos sueños”. ¿Ahora me cree, Solón Romero? Está usted más vivo que nunca. Como el Quijote. Como Túpac Katari. Hombres libres, plenos. Esas palabras parecen haber sido pronunciadas esta semana.

Don Walter, no me va usted a creer. Tenemos ahora redes sociales y “tik tokers”. Casi nadie compra ni lee periódicos en papel. Hay gente que se dedica a ser “influencer”. Otro día le explico qué carajo significa eso. Se creen modernos, todos. No le llegan a usted ni a la suela de sus zapatos. ¿Qué cosa más (pos)moderna que usar la piroxilina, pintura de alto costo que se usa coloreando automóviles, para hacer sus murales revolucionarios? Y con lo que sobraba hacía “manchas” espontáneas. Antes de que Pollock y Rothko se hicieran famosos. Antes de que otros imitaran sin asco a los artistas gringos porque eran eso, gringos y artistas.

Con la piroxilina ha dibujado cuadros minimalistas con mujeres de pollera multicolores caminando por el lago sagrado. Los veo ahora en pequeño formato en su nueva exposición del Museo Nacional de Arte, Solón, neohumanismo andino. Están delante de sus murales proyectados. Me quedo con esas “manchas”, con esas mujeres anónimas peleando cada día, dando pasos hacia la utopía. Están en frente de esos grandes hombres con nombres y apellidos que pueblan sus grandes obras.

Esos diminutos soportes o tábulas tienen 20 y 70 centímetros de ancho pero nos cuentan historias más grandes que sus murales. “Aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfazer fuerzas y acudir a los miserables” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, capítulo xxii).

En el mismo Museo Nacional de Arte donde ahora le veo hay salas inmersivas. Los personajes envuelven al espectador, brotan de las paredes. Es lo que soñaba hacer con su pintura cinética. ¿Se imagina sus nuevos murales absorbiendo y no retratando al pueblo? Por eso no se quería morir, ¿no ve?

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Antes de toparme otra vez con Katari martirizado, charlo de nuevo con sus delgadas figuras quijotescas. Toda su obra fue un diálogo, una conversación. A ratos sus cuadros parecen viñetas de cómic. ¿Se puede ser más moderno? El Quijote entabla discusión con San Francisco, se pelea con los perros de ayer y de hoy, con los buitres de los golpes de estado de ayer y de hoy, baja a las minas, parte al exilio y comparte con los ángeles. En la muestra del “emeneá” extraño otro de sus murales quijotescos, ese que pintó junto al dios Tunupa en la casa miraflorina del rector de la Facultad de Medicina, don Guillermo Jauregui Guachalla.

Más bien, veo de nuevo ese otro mural que “desapareció” en Chile bajo una sospechosa mano de pintura blanca. Se llamaba Bolivia, mar ausente (1948). ¿Se acuerda cuando el dictador de turno borró/censuró también los murales del compañero Miguel Alandia Pantoja de Palacio Quemado? ¿Se acuerda, Solón, que algunos periodistas (como Huáscar Cajías Kauffmann) aplaudieron a rabiar? La historia se repetirá.

¿Quiénes son los locos entonces? ¿Son los caballeros flacos, soñadores y dementes en este mundo supuestamente cuerdo? ¿Son los guerreros que se levantan contra las injusticias de todos los días? ¿Son los artistas del “establishment” que se dejan embaucar por los poderosos? Los locos son los que pintan siempre la misma obra para “estar presentes en lo que hicieron hace siglos”. Son los que se quedan tatuados en el valle de las piedras. Son los que no “encargan” trabajos, los que hacen de plomeros, albañiles, carpinteros por ellos mismos; lejos de las roscas.

Decía Malraux que el arte es lo único que resiste a la muerte. Su obra no se rinde, maestro. Recreará la vida, por los siglos de los siglos. Quédese tranquilo con el futuro. Solo la “locura” alumbra lo que perdura.

‘El hombre que ciñe la cintura del viento en la montaña’ (1982) se expone en el Museo Nacional de Arte.

Post-data: conoció a su compañera de vida, Gladys, en la Escuela Nacional de Maestros de Sucre. Usted, un joven Walter, iba con violín y acuarelas bajo el brazo. Ella iba camino de ser profesora de música. Recordaba ella que usted dibujaba todo el rato. En papelitos, inclusive. Eran enredos de líneas, laberintos. Marañas. Ella, su amor, le ayuda con el pantógrafo. Ella, Gladys, le recuerda como un padre/niño.

Lo que más le perturba es el llanto de un niño. Ya le imagino, Solón, pintando un Quijote bajo las bombas en Gaza. “Qué hazaña la nuestra mi general”. Otra “variación sobre un tema de sangre”. Ya le imagino dibujando otro chico protegido a lomos de otro Rocinante. “Que ningún niño se pierda al ser hombre”. Que ningún niño sea bombardeado. Tiene usted razón, maestro: hay demasiadas injusticias que denunciar, innumerables atropellos que combatir. No podemos callar.

(La exposición Solón, neohumanismo andino está abierta de lunes a viernes de 9.00 a 19.00 y los sábados de 10.00 a 18.00 en el Museo Nacional de Arte, esquina Plaza Murillo; no cierra a mediodía. Se conmemora así el centenario del maestro. Tienes rato hasta el 20 de enero del próximo año).

Texto y Fotos: Ricardo Bajo Herreras

El canto de las musas

31 artistas participan en la subasta de la galería Altamira, a realizarse en el Gran Salón del hotel Casa Grande el 5 de diciembre.

Por Ariel Mustafá R

/ 3 de diciembre de 2023 / 07:07

Corría el año 2014, habían pasado casi dos años desde que cerramos Altamira, nuestro primer intento de ser galeristas (hoy digo nuestro primer intento, en ese momento era un cierre definitivo). Pero está claro que la musa de las artes no callaba su susurro en nuestros oídos, sabiendo ella –la musa– que su canto no despertaría nuestro dormido e inexistente talento, queremos creer que pensó que en algo podríamos serle útiles.

Conocedores de nuestros vanos esfuerzos de convertirnos en artistas, Daniela Espinoza y yo cedimos a la tentación y volvimos a lo que creíamos saber: ya que no podemos hacer arte, hagamos algo por los que lo hacen. Entonces, si la musa nos tentó con su canto, nosotros tentaríamos a los artistas con el nuestro –nuestro canto, digo– y los convencimos de que aún estábamos a tiempo de seguir juntos y vislumbramos para ellos una subasta. 

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Ese 2014 nos reunimos con siete artistas –que luego fueron ocho– y soñamos un evento que se realizaría por una sola vez. Descorrimos el velo de una subasta con marcadas diferencias de lo que hasta entonces se había hecho. El resto es historia.

La subasta de 2014 se convirtió en la génesis de lo que en junio de 2016 sería el inicio de la segunda etapa de Altamira, en 96 exposiciones, en el maravilloso espacio que hoy tenemos, y en esta décima subasta. Diez subastas de fin de año –16 si sumamos las que hacemos a medio año para Operación Sonrisa– nos hacen pensar que la musa no estaba tan equivocada, quién sabe sea nuestra manera de hacer arte.

*La Subasta de arte 2023 de Galería Altamira se realizará el martes 5 de diciembre a las 19.00 en el Gran Salón del hotel Casa Grande (Calacoto, calle 16 entre Sánchez Bustamante y Patiño N° 8009, La Paz). Las obras de los 31 artistas participantes estarán expuestas al público en este espacio desde las 10.00 del mismo día hasta el momento de la subasta. Los organizadores se reservan el derecho de incorporar para la subasta otras obras y otros artistas que no figuren en el presente catálogo, así como retirar alguna obra presente. Para consultas adicionales, comunicarse a los teléfonos 2796454, 77282963 o 77771484, visitar la galería Altamira (calle José María Zalles 834, bloque M-4, San Miguel) o escribir a sus redes sociales.

Texto: Ariel Mustafá R.

Fotos: Galería Altamira

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La hora del asombro

Oscar García escribe sobre el nuevo disco del músico Juan Andrés Palacios, presentado el 16 de noviembre en el Teatro Nuna

Por Óscar García

/ 3 de diciembre de 2023 / 07:02

Notas sobre notas de Juan Andrés que no son precisamente sus notas, son las notas de todos, de casi todos; no son las notas que hubiera usado Rabindranath Tagore, pero Gesualdo, Glass, Zappa, sí.

No son predictibles, lo que quiere decir que no aparecen como la información básica que tenemos en la memoria musical. Los sonidos articulados en el cerebro se reconstruyen para recordar, como piezas de un rompecabezas. No está una frase, un motivo, una melodía, completa, se reconstruyen como partes y, claro, las más recurrentes, son las que nos hacen pensar en lo predecible o no. Aquí ocurre el segundo caso. Hay casos, por supuesto, en los que sonidos articulados impredictibles den un mal resultado o uno muy bueno, porque sí. Aquí ocurre el segundo caso.

Hay fórmulas minimalistas desplazadas hasta lograr tensiones que sorprenden.

La complejidad en cada pieza es un recurso. Lo que aparentemente es una propuesta ecléctica, puede ser un viaje desde el siglo XVII, armónicamente, hasta el jazz del XXI. Siendo el estilo un modelo repetitivo como el resultado de decisiones compositivas dentro de lo que te está permitido y/o conocido, en estas piezas la técnica y las músicas referenciales están ahí, suenan, construyen, sorprenden, envuelven. Se desprenden del modelado, de la repetición. Varias voces se entretejen en relaciones horizontales, ni paralelas ni simétricas ni consonantes. Se desplazan también en sentido vertical. El oleaje del mar hace eso, de manera autopoiética.

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Cada día, en promedio, se sube como 120.000 nuevas piezas de música, sean con texto o instrumentales, a las plataformas digitales. La gran mayoría se parecen, se repiten. Las músicas de Juan Andrés transitan por las otras orillas. Hay más de dos, como hay un más allá imprescindible que la izquierda y la derecha. Las otras orillas musicales arriesgan el lenguaje. En unos casos al extremo de ponerse máscara de Cage, pero de papel maché y medio mal hecha, y en otros casos, como en las músicas de Juan Andrés, al punto de controlar los atrevimientos hasta el punto justo antes de quemarse. Al punto justo, a la puntada necesaria y en el lugar preciso. Los tejidos Jalq’a hacen eso, de manera manufacturada, poética.

*‘La hora del asombro’, de Juan Andrés Palacio y Rodolfo Laruta y la Sonora Final Los Andes es un disco conceptual escrito para una orquesta de más de 20 músicos. Fue grabado en Argentina y Bolivia con músicos de ambos países y masterizado en España.

Texto: Óscar García

Fotos: Juan Andrés Palacios

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Napoleón

El director británico Ridley Scott presenta una épica biografía del emperador francés. Actúan Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby

/ 3 de diciembre de 2023 / 06:59

Desde su ópera prima Los duelistas (1977), la ya larga carrera del director británico Ridley Scott –próximo a cumplir 86 años–, que muchos colegas creen ha sido con demasiada frecuencia subestimada, ha oscilado entre aciertos indiscutibles y tropezones más o menos embarazosos, si bien aún en estos últimos siempre exhibió una potencia visual, en tales ocasiones insuficiente para encubrir las fragilidades del guion y/o la precariedad del armado dramático tal cual quedó en evidencia, por ejemplo, en 1492: La conquista del paraíso (1992), en Hannibal (2001), en Robin Hood (2010) o en Éxodo: Dioses y Reyes (2014). En el reverso de la medalla figuran títulos merecidamente considerados de culto como Blade Runner (1982), Thelma y Louise (1991) y El último duelo (2021).

Su vigésimo noveno trabajo en calidad de director/guionista único o en sociedad con otro(s), cifra a la que deben agregarse tres producciones para las cuales se limitó a escribir el argumento, volverá sin duda a dividir las aguas entre quienes lo incorporen al listado de las dianas de Scott y quienes lo añadan al de sus intentos fallidos a la hora de abordar episodios o personajes históricos.

No es este el primer acercamiento cinematográfico a la controvertida figura de Bonaparte, emperador/guerrero francés valorado asimismo desde disímiles puntos de vista por los cronistas de los episodios que siguieron al desmoronamiento de la realeza gala. De hecho ya en 1911 Michel Carré armó un cortometraje titulado El memorial de Santa Elena en referencia a la isla donde Napoleón murió en 1821 luego de pasar seis años exiliado en ese lugar.

Se anota empero como la más elogiada, entre las más de 40 películas y series dedicadas directa o indirectamente al personaje, la rodada en 1927 por Abel Gancé, una versión muda de la biografía de aquel. Poniendo en claro su admiración hacia el artífice de la construcción del imperio napoleónico luego de la disolución de la primera república francesa, Gancé, quien tampoco disimulaba su adhesión a la corriente histórica centrada en los “grandes nombres” y sus epopeyas en tanto motoras de la grandeza de sus países, consiguió convertir su relato acerca de los años juveniles del futuro emperador en un clásico del cine mudo gracias a las inusuales, para la época, técnicas cinematográficas utilizadas: largos primeros planos, encuadres subjetivos, múltiples tomas con cámara en mano, cortes bruscos, filmaciones bajo el agua y diversos efectos visuales.

Abriendo el paraguas por si acaso, preguntado acerca de su visión de aquellos acontecimientos, que ya abordó incidentalmente en su debut arriba mencionado, Scott declaró que “una película no puede ser una lección de historia”. Esta al menos no lo es: el espectador desinformado saldrá de la proyección tan ayuno de conocimientos como cuando tomó asiento en la butaca. Y ello no sólo debido a que, a diferencia de Gancé, Scott pretende, o finge, renegar de la recién señalada lectura de los hechos históricos, de la envergadura que estos sean, atribuidos sólo a esos nombres y sus proezas, sintonizando por el contrario con la tendencia opuesta, que recomienda poner más bien el ojo en los colectivos y sus reacciones a cada momento del transcurso del tiempo.

El asunto arranca en plena Revolución Francesa de 1789 y se extiende hasta 1821, 31 años, lapso de tiempo relativamente breve en nuestra alocada actualidad, pero en aquel momento, prolífico en acontecimientos sangrientos, confabulaciones e intrigas palaciegas que dejaron huella en la historia. 

Que el Napoleón de Scott no persigue ser una clase acerca del personaje y su tiempo, puede advertirse muy temprano cuando se observa al protagonista asistiendo a la decapitación de María Antonieta, cuando en realidad en aquella instancia Bonaparte se hallaba en Toulon, a 800 kilómetros, una de las varias licencias observadas por los historiadores de Francia, país donde la película fue mal recibida, debido a esos y otros aspectos, observados más por una suerte de “patriotismo” herido, como la inserción al final del film de un cartel donde se menciona que fueron más de tres millones las víctimas caídas en las batallas propiciadas por los delirios de grandeza del sujeto en cuestión en su afán de expandir lo más posible su imperio.

En cualquier caso las referidas “inexactitudes” –tampoco el bombardeo a la pirámide egipcia acaeció en la realidad– no constituyen el punto más flaco de un relato que elige como columna vertebral las cartas intercambiadas por Napoleón y Josefina, su pareja durante años, a la cual conoció durante la batalla de Toulón. La tal Josefina había conseguido a duras penas escapar de la prisión donde aguardaba ser guillotinada durante la terrorífica época de Robespierre. Impresionada por las acciones comandas por el futuro emperador, quien a su vez quedó enseguida prendado por una mujer sin complejos eróticos, todo quedó dado para que establecieran una larga, siempre tormentosa, relación cortocircuitada cuando finalmente él comprendió que ella no podría engendrar al heredero que necesitaba para garantizar su descendencia, aunque antes se tuvo noticia de múltiples actos de infidelidad de la emperatriz Josefina de Beauharnais.

Las referidas misivas son leídas por una reiterativa voz en off sin conseguir empero configurar un hilo conductor que faculte al espectador a sintonizar con un relato en demasía fragmentado. Tal vez ello se deba a que, filtró el director, la película terminada duraba algo más de cuatro horas y media, tiempo considerado excesivo por la productora Apple TV+, que –a cambio de los 200 millones de dólares desembolsados para la producción– lo forzó a acortarla a las dos horas y media proyectadas en las pantallas. Dicho de otra manera, lo que allí se ve son retazos de un biopic en gran medida frío, falto de cualquier compromiso emocional, y que en largos tramos da la sensación de haber extraviado la brújula, o de haberse excedido en sus pretensiones sin dar con el tono narrativo adecuado para traducirlas en el producto final, que es en última instancia lo que corresponde evaluar más allá del anecdotario de trastienda, divulgado a menudo con la sola intención de poner paños fríos a las fisuras de un relato o bien a los yerros de un tratamiento que no acaba de justificarse por la manera optada para su puesta en imagen. La frágil consistencia del relato, tal vez ya el guion pecaba de errático, se constata, entre muchas otras cosas, en la aparición y súbita evaporación de personajes que parecieran llamados a tener un rol preponderante en aquel. Caso paradigmático el del niño enviado por Josefina a recuperar el sable de Napoleón y del cual no vuelve a tenerse noticia en el resto de la trama.

Scott puso el máximo esfuerzo por dejar en evidencia, incluso para el espectador más distraído, su distanciamiento de los patrones estandarizados en las películas inspiradas en célebres eventos bélicos, deslizando el acento dramático a los entretelones de la relación sentimental entre Napoleón y Josefina, con sus dramas y miserias. En cierto modo podría imaginarse que lo tentó la eventualidad de equiparar lo hecho por Stanley Kubrick  en Barry Lyndon (1975). Por eso no deja de constituir tampoco un contrasentido que los mejores momentos sean aquellos donde el director saca a relucir el pulso para el tratamiento icónico al que aludí arriba, mientras el énfasis puesto sobre dicha relación se va aguando a consecuencia de la desarticulación del relato.

Así lo más rescatable en el pretencioso emprendimiento de Scott termina siendo la iluminación, el encuadre, el montaje, las tomas en cámara lenta de las secuencias dedicadas al asalto a Toulon y en especial las que describen el sangriento enfrentamiento sobre hielo en Austerlitz (1805) entre el ejército napoleónico y las fuerzas de la coalición ruso-austriaca. No obstante hasta esa finura para la puesta en imagen se ve un tanto opacada por el desequilibrio que atraviesa toda la película. No era imprescindible el detallismo en las escenas sangrientas que llegan al extremo de mostrar cómo una bala de cañón atraviesa el pecho de un caballo, o a cientos de soldados británicos ardiendo, en planos de detalle, mientras escapan, en Toulon justamente, del fuego graneando disparado por las huestes galas.

Joaquin Phoenix, el elogiado protagonista de Her ( Spike Jonze/2013) y Joker (Todd Phillips/2019)  también da la impresión de estar afectado por esa deambulación narrativa y al final tampoco termina de saberse si el sostenido enfurruñamiento anticarismático, irritante asimismo, de su personaje es el gesto elegido para traslucir los malestares íntimos de aquel, o si es el propio actor el que terminó atrapado en la duda de cómo descifrar hacía donde apuntaba la mira del director. Como Josefina, Vanessa Kirby tampoco parece muy cómoda en su tarea, limitándose a una gesticulación, excedida en ciertas escenas y fronteriza con la inexpresividad en otras.

Hablando de la irrefrenable ambición del personaje, esta fue interpretada, por algunos sicólogos como un reflejo reactivo para compensar el presunto complejo de inferioridad – incluso hay una patología sicológica bautizada como “complejo de Napoleón” – originado en la baja estatura física de Napoleón. Pero aparte de tratarse, desde el punto de vista político, de una discutible inferencia, ni siquiera era cierto que fuese en verdad petiso. De acuerdo a la autopsia medía 1,68 metros, que para su época no estaban de modo alguno por debajo del promedio. Menciono esto porque en ciertos momentos del film se alude oblicuamente a tal rasgo de carácter, sumando eso más al desequilibrado retrato armado por Scott, quien presenta a Napoleón como una suerte de bufón insensato que se las pasa diciendo tonterías al punto de que desde la platea muchos quizás se pregunten cómo semejante sujeto pudo llegar a empinarse como emperador de casi un continente entero y una de las figuras más influyentes de la historia universal.

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Scott entrega pues un trabajo lleno de vacilaciones y declives, con saltos temporales que están lejos de justificarse narrativamente, emocionalmente plana, insípida en largos pasajes de sus 158 minutos, observable además por la omisión a cualquier referencia a hechos como la restauración de la esclavitud en las colonias francesas y a las incontables expresiones de racismo voceadas por su majestad o ejecutadas incluso contra sus propios soldados de color. Y si antes cité algunas de las tergiversaciones históricas, las escenas de la película donde Bonaparte confraterniza con los reclutas negros más que una licencia puede calificarse de encubrimiento, máxime si Scott se propuso, aunque nunca, lo dije también, queda claro qué se propuso, bajar a Napoleón de su pedestal y ponerlo a nivel de cualquier individuo enfermo de un exacerbado ego varonil.

En definitiva Napoleón acabará, tarde o temprano, engrosando el capítulo de tropiezos en la filmografía de un director activo ya en pleno rodaje de Gladiador 2, aunque me pregunto si no le convendría ir pensando en el retiro, decisión, se sabe, la más difícil para quienes se sienten predestinados a la gloria (al biógrafo, no solo al biografiado aludo).

Ficha técnica

Titulo Original: Napoleón (2023) – Dirección: Ridley Scott – Guión: David Scarpa – Fotografía: Dariusz Wolski – Montaje: Sam Restivo, Claire Simpson – Diseño: Arthur Max – Arte: Petra Balogh, Claudio Campana, Charlo Dalli, Chris Evans-Wilson,  Aline Leonello,  Tamara Marini –  Música: Martin Phipps –Efectos: Javier Aliaga, Henry Badgett, James Bainger, Tom Barber,  Javier Menéndez, Alessandro Ballacci, Georgia Cook, Neil Corbould, Nora Keszeg – Producción: Jimmy Abounouom, Winston Azzopardi, Aidan Elliott, Nicola Fedrigoni, , Ridley Scott, Kevin J. Walsh –  Intérpretes: Joaquin Phoenix,      Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Mark Bonnar, Paul Rhys, Ben Miles, Riana Duce, Ludivine Sagnier, Edouard Philipponnat, Miles Jupp, Scott Handy, Youssef Kerkour, John Hollingworth, Abubakar Salim, Thom Ashley– EEUU-INGLATERRA/2023

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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Tigre campeón 2023

Con tanto lío en el fútbol boliviano, chicanas, peleas, dirigentes y negociados, una federación de fútbol impresentable.

Por El Papirri

/ 3 de diciembre de 2023 / 06:48

ch’enko total

Con tanto lío en el fútbol boliviano, chicanas, peleas, dirigentes y negociados, una federación de fútbol impresentable, guerra sucia, campeonatos paralizados, técnicos que vuelven y se van; sinceramente ya no pude dar seguimiento pulcro a la campaña de mi equipo, el gran The Strongest. Entonces mi nieto adoptado instruye: vamos al partido.

–Papito, tengo que volver a Cochabamba, tu abuelita está solita, no voy a poder.

–¿Cuándo vuelves?– dice el súper nene de seis años masticando algo.

–El viernes, papito, la próxima vamos a la cancha.

De pronto, llamada de mi amigo Tigre, el Weimar, hermano, vamos al partido el domingo, si empatamos o ganamos somos campeones.

–¿Quééé? ¿En seriooo? ¿De qué liga, pues?

–De la liga boliviana, Papirri, le vamos a ganar al Bolívar 2…

–¿Cuál es, pues?

–El Always, voy a comprar las entradas– dice y cuelga antes de que le hable de mi presión. Ya estaba tres días en La Paz, tenía pase a bordo para retornar a la llajta. Incertidumbre.

–A mí no me crees y a ese tipo sí. Qué pasa, pues, abue. Para qué cantas entonces “negro y amarillo, te llevo en el alma” – dice el nene precoz en un lenguaje de grandes. Entonces llamo a la esposa.

–Parece que el asunto es serio, amor. Hoy es jueves, tendría que viajar mañana, pero parece que el domingo somos campeones– le digo implorando.

–Abuela, no molestes, vamos a ir a la cancha– grita el Matías comiéndose un moco. Entonces me empiezan a salir las garras de Tigre viejo, siento que mis dientes se hinchan, sobre todo los caninos, el pecho surge grandioso con pelaje blanco, veo mis brazos ahora musculosos, aurinegros, con índole de varias batallas, me lamo la última herida debajo de la costilla izquierda, la del último campeonato cuando salimos segundos otra vez, mis piernas se vuelven troncos pulidos, mi cabellera se enciende de negro y amarillo.

Voy corriendo a BOA, el corazón se me sale y no me importa, doy zancadas de Tigre africano. “Señorita, deseo cambiar mi pasaje, mañana viajaba, pero el Tigre va a salir campeón, para el lunes a primera hora, o mejor a segunda, ¿a las 10? Ok, ok”. Salgo de BOA, me baño con la lluvia paceña, todo me vale madres, el Tigre, mi club The Strongest, va a salir campeón. Al día siguiente el Weimar dice: “estoy filando en Achumani, parece que no hay entradas, vas a tener que ver otro camino, disculpas Papirri”. Desánimo. Entonces aparece el Matías con su tabla de skate aurinegro, me pasa rozando el hocico, mi lomo le sirve de pista, vuelve y va, toma en el aire una galleta: “¡Viva el Tigre Campeón!”, grita.

–Papito no hay entradas, qué hacemos, ya cambié el pasaje…

–No lloriquees, abue, vamos a conseguir. Somos del Tigre, además vos eres el Papirri, ¿nooo?

Volamos agarrados de su skate aurinegro, vamos a dejar flores a la tumba de mis padres, devoro pasto, mucho pasto, tomo agua del Choqueyapu como antes, seguimos planeando y riendo. Llega el día del partido, mis garras tiemblan, es domingo nublado. Voy a la cancha, llego a la curva sur, son las 9.30 y ya hay cola, recorro, olfateo tigres, nada de entradas, llego desalentado hasta el inicio de la general, veo un enjambre de tigres devorando a un pitufo, salto el charco de sangre celeste, aparece un revendedor: “entradas, entradas”. “Dame una curva”, le digo en africano. “No hay –contesta en aymara– solo general a 70 bolivianos”, el precio normal es 40. “Ya, dame dos”, le digo en siberiano. Feliz con mis dos entradas devoro una salteña prohibida: ya tengo entradas, carajo.

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Entonces vuelvo a mi guarida, me pongo mi chamarra atigrada, mi camiseta amada firmada por el Pájaro. Tocan el timbre, es el Marraketa Blindada cargando el skate aurinegro con el Matías en el hombro. “Compré una entrada demás pensando en ti”, le digo en abrazo atigrado. Saca su celular, filma todo. Llegamos a la cancha, esta full tigres, todos quieren sacarse una foto conmigo, un grupo de tigres jóvenes me hace brindar un trago terrible, otro me da un beso en el ojo, una señora me abraza y suena la costilla, así… unas 50 fotos. Cuando nos íbamos a la general aparecen dos tigres de la Ultra Sur: “Dónde estás yendo Papirri, na’k ver general, vamos a la Ultra”. En aquel momento me abren cancha con una trompeta y aparezco con el Matías y el Marraketa en el corazón de la Ultra Sur, estallan los polvos amarillos, los cuetes encienden la tarde, se inflama la bandera aurinegra gigante, entra el Tigre a la cancha, cantamos “Por suerte soy atigrado”. Emoción, pura emoción, el Matías vuela con su skate aurinegro llegando al arco del Viscarra, lo abraza, vuelve volando. El Marraketa me pide las entradas, “voy a venderlas, Papirri, necesito kibo”, buscamos y buscamos en mi mochila, no hay las entradas, las habíamos dejado en la otra mochila… nos cagamos de risa. Entonces… goooollll del Tigre, nos abrazamos, nos besamos, saltamos de emoción, mis garras se exaltan, la tarde es aurinegra, me siento joven, me cago en la presión. El Bolívar 2 nos empata. Llego al final del partido, literal, al borde del infarto, cierro la tarde con el grito de guerra: “¡Stronguistas: Kaaalatakaya warikasaya!”. “¡Hurra, hurra!”, responde la Ultra Sur y hace temblar el stadium. ¡¡Que viva el poderoso Strongerrr!! ¡¡Que viva carajooo!!

Somos campeones. Luego de siete años. Somos campeones carajo.

Texto y Foto El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta

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Salteñas Cardelfi: Delicias con sabor solidario

Por Fernando Cervantes

/ 3 de diciembre de 2023 / 06:30

  Crónicas gastronómicas

Don Javier Callizaya, destacado maestro salteñero oriundo de la localidad de Caranavi (Yungas), llegó a la ciudad de La Paz con tan sólo 11 años de edad y su primer trabajo fue en la legendaria y ya desaparecida salteñería Subterráneo, hace unos 35 años.

Allí aprendió a preparar sus primeras salteñas, ganando la experiencia necesaria hasta tener actualmente su propio establecimiento denominado Cardelfi, en honor a sus padres: Carmelo y Delfina.

Ubicada en el bohemio barrio de Sopocachi, muy cerca del Montículo y de la plaza España, esta salteñería tiene ya más de 15 años mimando a los paladares paceños y algo que hay que destacar es que don Javier es una persona sumamente solidaria, pues invita personalmente sus salteñas a quien no tenga dinero para pagarlas, especialmente a los niños que se acercan con hambre luego de la salida de sus unidades educativas. Cuando le pregunté por qué lo hacía, me contestó que era debido a una infancia vivida con muchas carencias y que también era una forma de agradecimiento hacia esta ciudad en la que, gracias a su perseverancia y esfuerzo a lo largo de los años, ha logrado progresar.

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“Un deleite para su paladar” es el slogan que uno tiene la posibilidad de comprobar con cada bocado de sus sabrosas salteñas, ya sean de hoja, carne, pollo o mixtas, las cuales se pueden acompañar con jugos de frutilla, piña, papaya o plátano.

También se puede solicitar (los pedidos se hacen con anticipación) salteñas de cóctel, ideales para compartir en eventos y que tienen un precio de cuatro bolivianos.

Cardelfi ofrece salteñas de carne, pollo, mixtas y de hoja.

Salteñas Cardelfi

  • Dirección: Av. Víctor Sanjinés N°2633, Sopocachi 
  • Precios de las salteñas: Bs 7 (carne, pollo y mixtas) Bs 8 (hoja)
  • Atención: De lunes a domingo
  • Precios jugos: Bs 8 (plátano y papaya) Bs 10 (frutilla y piña)
  • Pedidos: 2411720-71965534

Contáctenos: Fernando  recomienda Fernandorecomienda @fernandorecomienda, Correo: [email protected]

Texto y Fotos: Fernando Cervantes

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