¿Qué hacemos con la palabra Tuit?
Imagen: Freepik
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El poeta, escritor y periodista Óscar Ordóñez reflexiona sobre la vida de este vocablo a raíz del cambio de nombre de la plataforma
Ante la comunidad hispanohablante, y antes de que acabe 2023, la palabra tuit presentó los documentos definitivos de su retiro del habla española. Ha de irse al país de las onomatopeyas.
El sustantivo tuit, definido en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) como un “mensaje digital que se envía a través de la red social Twitter® y que no puede rebasar un número limitado de caracteres” dejó de tener razón en internet. Y cedió su lugar a post, un término conocido para el idioma español, pero con diferente significado.
Todo comenzó en junio de este año (tal vez antes) cuando el magnate sudafricano Elon Musk, compró Twitter por 44.000 millones de dólares. Como era de suponerse, la razón social cambió a X (Equis), que —curioso— se expresa con las mismas herramientas de trabajo que el desparecido Twitter le heredó.
La otrora red social del pajarito, creada el 21 de marzo de 2006 por Jack Dorsey, pasa a la historia. Sin embargo, a los más de 300 millones de usuarios activos de Twitter los ampara X, sin que pierdan su nombre, sus datos, el historial de sus publicaciones, sus contactos y sus mensajes privados.
Poco después de su creación, Twitter ganó fama en todo el mundo. Era una competencia directa a Facebook, creada dos años antes. Twitter se presumía como el sitio de personas maduras: poco texto y más juicio. De hecho, varios gobernantes, cantantes, escritores, intelectuales y entidades de todo el mundo abrieron sus respectivas cuentas en Twitter, cuyo rótulo tiene un sello vip, del que se sirven los medios para anunciar al mundo las novedades informativas que estas cuentas anuncian.
Además, hizo gala de su nombre. A un comienzo, los usuarios opinábamos por mensaje hasta 140 caracteres. Luego, se duplicó a 280, con la ventaja de incluir fotos y enlaces.
Tanta fue su popularidad que en octubre de 2014, la RAE incluyó en la vigésimo tercera edición de su Diccionario (DILE) a la palabra tuit. También tomó en cuenta a:
- tuitear: comunicarse por medio de tuits / enviar algo por medio de un tuit.
- tuiteo: acción y efecto de tuitear.
- tuitero, ra: perteneciente o relativo al tuit o al tuiteo / persona que tuitea.
Así, las opiniones vertidas en Twitter tenían un sustantivo común exclusivo. Y pese a que los hispanohablantes (aún) decimos feisbuquear, la RAE no concedió tal privilegio lingüístico ni a Facebook ni a ninguna red social.
¿Voy a tuitear aún?
Ahora que el acto de publicar en X dejó de llamarse tuitear, ¿qué hacemos con la palabra tuit? De momento, nada. Estará en el Diccionario de la RAE hasta una nueva edición. O hasta que los académicos vean qué hacer con ella. En la actualización “23.7”, de noviembre pasado, que incorpora 4.381 novedades en la edición electrónica del DILE no hay nada sobre nuestros términos en cuestión.
Al (¿desaparecido?) acto de tuitear, X llama post (postear) y al otrora y exclusivo retuitear, repost (repostear). Ambas traducciones al español de estos anglicismos crudos son desafortunadas. La RAE lo desaconseja: sus respectivas grafías no se adaptan a las normas ortográficas de la lengua española. Muy distinto fue con football (se adaptó a fútbol) y con leader (líder). En ambos casos, el español no tenía términos equivalentes para reemplazarlos.
El verbo inglés post (del francés poste) viene desde 1500, cuando jinetes y caballos se estacionaban en los ‘postes’, los antiguos sistemas de correo. Hoy los llamamos oficinas postales. Allá, los jinetes colgaban anuncios en los postes o en las vitrinas informativas de esas postas, para que todos los vean. Esa es la única relación semántica entre post y el verbo español ‘publicar’.
Otra de las razones por las que post fracasa con el sentido de ‘publicar’ es que este término ya existe en español como el prefijo -pos (del latín ‘post’) que significa ‘después’. Con él se crean voces compuestas: posbélico, posponer, posimpresionismo y postónico, entre otras. Sin embargo, los dueños del idioma son las personas. Y si ellos (por el uso) dictaminan que post y repost son válidas, la RAE las incluirá en el DILE.
En cambio, Twitter y su onomatopeya tweet están intactos. A finales del siglo XVI, surgió la voz twiteren, en clara referencia imitativa al canto de las aves. Twiteren viene del antiguo alto alemán zwizziron, que —a su vez— le legó al alemán actual el término witschern; al danés, kvidre y al sueco antiguo, kvitra. Aquel “estado de emoción trémula”, atribuido a la onomatopeya twitter, ya se documenta desde 1670.
Dorsey relacionó un gorjeo (canto de las aves) con una publicación breve. He ahí la razón de sus 140 caracteres cuando nació a la vida pública.
La muerte de una palabra
Una voz desaparece del léxico cuando se cumplen dos requisitos: la sustitución de términos y su longevidad a causa del desuso. En el primer caso vemos extranjerismos, a cuya moda fácil se adhieren los medios y la publicidad que las difunden por doquier: link (enlace), hashtag (etiqueta), like (me gusta) challenge (reto) stalk (fisgonear, acechar), play off (eliminatoria), etc.
En el segundo caso, la edad y el poco uso de cierto término influyen en su desaparición. Zascandil, por ejemplo. Significa “hombre astuto, engañador, por lo común estafador”. Este insulto vulgar del siglo XVII, que deriva de la voz zape (hacer huir los perros), designó un golpe repentino que aludía “al hecho de apagar el candil echándolo a tierra cuando había bronca”: zas candil (fuera luces). Lo emplearon Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo.
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Ahora, nadie dice “¡cuídate de ese zascandil!”. El único que decía la onomatopeya ‘zas’ era el Chavo del 8, en aquella legendaria vecindad.
Con la palabra tuit no existe ni desuso por longevidad, ni reemplazo por novedad. Sin embargo, puede que con su paulatina ausencia pierda vigencia. O tal vez la gente aún diga tuit. El tiempo lo dirá…
¿Se precipitó acaso la RAE al incluir a tuit en su Diccionario? Sí o no, esta institución actuó según su oficio: ser un “notario de la lengua”. Registró tuit y las otras palabras cuando miles de personas ya las empleaban en su cotidiano vivir. Que la red social haya desaparecido es un hecho ajeno a su responsabilidad.
Ahora da la impresión que ‘tuit’, ‘tuitear’, ‘tuiteo’, ‘tuitero’, ‘tuitera’ y ‘retuitear’ se quedaron sin el cobijo de la RAE. Buscan un nuevo albergue. Tal vez, el Diccionario de palabras en desuso o el Diccionario de voces moribundas les abran las puertas.
Pero queda para los anales de las anécdotas lingüísticas que ningún nombre propio en Internet es eterno. Eso ocurrió con miles de páginas y varias redes sociales. Twitter, cuyo caso es llamativo, caminó por esta autopista de la información 17 largos años y tres meses.
Texto: Óscar Ordóñez Arteaga
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