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Javier Saldías: Prócer del rock boliviano

/ 21 de abril de 2024 / 06:36

El bajista paceño forjó un sonido propio con The Black Birds, Climax, Luz de América y Black Jack

El “Chino” Saldías, así le decían, fue el gran pilar en la historia del rock boliviano. Vio llegar el movimiento musical y cultural que empezó a conquistar al mundo, con ese ritmo estridente y verba subversiva que puso en grito revolucionario a las juventudes inconformes con el sistema que domina. Hace unos días nos dejó por una enfermedad terminal y la escena local se puso de luto. Javier Saldías, dueño de una carrera que trascendió el tiempo y las modas, es el prócer del rock en Bolivia.

Nacido en La Paz en 1948, Saldías estudió en el colegio San Calixto y a temprana edad abrazó, como muchos de su generación, al recién aterrizado rock & roll. Junto a su camarada de aventuras colegiales, José “Pepe” Eguino, el espigado muchacho empezó a imaginar una versión boliviana que emulara a grupos como The Beatles, The Yardbirds y The Ventures, los preferidos de aquella primera progenitura rockera. Eguino había vivido parte de su niñez en los Estados Unidos, donde tuvo acceso a todo tipo de corrientes musicales y donde llegó a formar un grupo. Este anteojudo guitarrista había rescatado a Saldías que, a pesar de su talento para la música, prefería distraer sus horas de ocio escuchando música con su grupo barrial Los Pájaros Negros. Ambos convocaron a otro vecino miraflorino que manejaba una empresa de amplificaciones llamada La Récord, con la cual solía alegrar fiestas de 15 años, llamado Boris Rodríguez. A ellos se sumó el también guitarrista Fernando Peña, y en consenso decidieron tomar el nombre de aquel grupo miraflorino que había integrado Saldías, pero traducido al inglés: The Black Birds.

músicos. José Eguino, Javier Saldías, Álvaro Córdova y Bob Hopkins.
José Eguino, Javier Saldías, Álvaro Córdova y Bob Hopkins.

El cuarteto empezó ensayando temas de sus grupos de culto, pero también afrontaron un problema que a la larga iba a ser una constante: la pérdida de la segunda guitarra. Peña se marcharía, y pese al escepticismo en torno al futuro de la agrupación, dieron con un personaje que influiría enormemente en la producción de la banda. El hijo del agregado militar de la embajada de los Estados Unidos, Mike Yoder, junto a quien el grupo asentó su propuesta y se lanzó a la escena interpretando canciones de sus ídolos, además de sumar las primeras composiciones en su repertorio. Así, tras una serie de presentaciones, el grupo participó en el concurso convocado por la empresa Philips, el cual ganaron haciéndose acreedores del primer premio consistente en la grabación de un disco simple en Buenos Aires, Argentina. Pero lamentablemente para el grupo y el naciente movimiento “nuevaolero”, el padre de Yoder culminaba su gestión de trabajo, por lo que el muchacho tuvo que retornar a su país en 1967, no sin antes grabar el segundo EP del grupo. Su lugar fue ocupado momentáneamente por el venezolano Billy Quik, de paso fugaz, y posteriormente por el tecladista Alfredo Careaga, aunque con escasa repercusión. El 14 de enero de 1968, el grupo programó su última presentación, pues Saldías había decidido, junto a Eguino y un amigo colega de otra banda, Álvaro Córdova, viajar a los Estados Unidos.

Evolución sónica

Irrumpido 1968, Javier, junto a “Pepe”, confirmaban un viejo anhelo: viajar hacia la Meca del rock con Álvaro Córdova, quien también se había desvinculado de su grupo Las Tortugas para cumplir su sueño. En San Francisco, California, se había desarrollado un estilo de rock experimental bautizado como “vanguardista” o “sicodélico”. Entonces, el trío Eguino-Saldías-Córdova se radicó por diez meses en Denver, Colorado, desde donde tuvieron acceso a todo tipo de conciertos. Fueron privilegiados espectadores en actuaciones de Jimi Hendrix, Cream y The Doors, y aquel nuevo estilo les abriría la mente hacia la experimentación. Bajo aquella influencia y tras concluir que abrirse espacio entre los músicos norteamericanos sería tarea imposible, los bolivianos alistaron sus maletas para el retorno a fines de 1968.

Nuevamente en La Paz, su llegada empezó a generar gran expectativa aún sin saberse si iban a dar vida a una nueva formación pero, una vez formalizada su propuesta, los chicos no defraudaron. Rebautizados como Climax, el estado purificador al que aspiraban llegar mediante la música, los Saldías y compañía intentaron personificar la versatilidad de los avezados músicos del Norte, pero con sello propio. “Lo que vimos allá realmente nos cambió las perspectivas de lo que se había hecho hasta ese momento en Bolivia. Y nos propusimos cambiar las cosas”, dijo alguna vez Saldías, que ya se había hecho un experto con el bajo.

vida. Javier Saldías nació en La Paz en 1947. Falleció tras una enfermedad el 16 de abril de 2024.
Javier Saldías nació en La Paz en 1947. Falleció tras una enfermedad el 16 de abril de 2024.

Las primeras presentaciones se realizaron en el Cine Teatro Monje Campero de El Prado, en el Teatro al Aire Libre y en terrenos del Coliseo Cerrado de la calle México, con una receptividad avasallante. Los interminables solos de guitarra de Eguino, la incansable a la vez de melódica base de Javier y la aceleradísima percusión de Córdova fueron la fórmula alquímica que catapultó a Climax como el “power-trío” nacional. En una actuación en el Círculo de Oficiales del Ejército de Calacoto tuvieron la visita en camerino de un marine estadounidense de servicio en el país llamado Bob Hopkins, quien pidió colaborar con el trío tocando su armónica. La química fue instantánea, los músicos bolivianos quedaron impresionados por la forma de tocar del norteamericano, y junto a él se lanzaron a la composición del material de su segundo EP, que vería la luz en 1970 con la canción El abrigo café de piel de gallina, (original de Ottis Rush) como el hit del ahora cuarteto.

Aquel disco se agotó por completo. Pero luego de algunas presentaciones por ciudades de todo el país, la carrera de Climax entró en receso y posterior desmembramiento. El primero en marcharse fue Hopkins, a quien le siguió “Pepe” Eguino. Pese a ello, Saldías y Córdova, en 1971, convocaron a Nicolás Suárez en los teclados y Félix Chávez en la guitarra, formación con la que viajaron hasta Buenos Aires, Argentina, para algunas presentaciones que concluirían con un proyecto binacional entre Saldías y Córdova, que formarían el grupo Mahatma junto al guitarrista argentino Jorge Montes. “Jorge era un gran guitarrista del grupo Séptima Brigada, nos conocimos y nos invitó a formar un grupo que lamentablemente no duró mucho”, contó Saldías sobre aquella incursión “gaucha”.

Tras idas y venidas, finalmente en 1974, el trío original de Climax confirmó su reunión, que tendría como producto Gusano Mecánico, un Long Play conceptual con canciones como Pachacutec (Rey de Oro), Transfusión de Luz y Cristales soñadores, entre otros títulos, que revolucionaría el mercado local, disco que también se agotó y hoy es una reliquia muy apetecida por coleccionistas. Lamentablemente, al trío no le quedaría mucha vida, pues hacia fines de 1975, el eterno baterista migrante hacía maletas una vez más, dejando colgados a los otros dos músicos.

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climax. Bob Hopkins y Javier Saldías en el Cine Teatro Monje Campero.
Bob Hopkins y Javier Saldías en el Cine Teatro Monje Campero.

La Luz de la disco

A medida que la década de los 70 llegaba a su fin, la escena musical mundial empezaba a experimentar una serie de cambios; el impacto de la sicodelia y el rock duro empezaba a decrecer. En ese contexto, los hermanos paceños Barrionuevo, Charly y Mauricio, habían dado vida a un grupo que llevaba el nombre de Tercera Generación a principios de 1977, que interpretaban canciones de grupos de la naciente moda disco como The Bee Gees y The Commodors. Casi en paralelo, Saldías intentaba dar vida a un nuevo proyecto que buscaba internarse hacia una tendencia enmarcada en el jazz-rock bajo el nombre Años Luz, pero la iniciativa finalmente no fue consumada. Entonces los hermanos Barrionuevo invitaron a Saldías a sumarse a su grupo y el bajista aceptó entusiasmado aquella idea.

El acoplamiento fue genial. Así, el grupo debía rebautizarse y Charly se encargó del asunto proponiendo el nombre Luz de América, con el que pasaron a tocar en las típicas “Fogatas estudiantiles” que se organizaban en colegios interpretando canciones de ese estilo bailable. Y también fueron incorporando algunas de sus composiciones, que intentaban fusionar la música electrónica con aires andinos, una preocupación por los ritmos autóctonos que les valió un reportaje para el programa español 300 Millones, que concluyó en la grabación de un video de la canción Thinku, incluida en su segundo EP.

Tiempo después, la llegada del cantante argentino Hugo Ojeda se dejó sentir en las futuras creaciones. Hasta su arribo, Saldías y los Barrionuevo se turnaban en la parte vocal, pero con Ojeda sosteniendo el micrófono, cada uno de los músicos se dedicaba a lo suyo mientras el de la voz demostraba un timbre que le daba sello y cualidad a la banda. Tras varias presentaciones de gran receptividad, el grupo volvió a estudios para grabar su tercera producción con éxitos como Es mejor el amor y Ven a mi disco show. Pero tras concluir con el itinerario de actuaciones por ciudades del interior, el argentino Ojeda sorprendió con la noticia de su retorno a su país.

Aquella inestabilidad sería el fin de la banda. A mediados de los 80, los hermanos Barrionuevo partían hacia los Estados Unidos, donde actualmente continúan su carrera como músicos al frente de Luz de América. En 2004, Saldías intentó relanzar a Luz de América junto a “Pepe” Eguino y músicos de acompañamiento, y tras una serie de presentaciones a pub lleno, el grupo a nivel local volvió a sellar su historia.

 Luz de América en una gira
Luz de América en una gira

Juego de cartas

A mediados de los 90, la fugaz agrupación del guitarrista cruceño Glen Vargas, Tero y los solteros, visitó La Paz para ofrecer algunas presentaciones en el pub El Socavón, con jornadas en las que contó con un público selecto, entre ellos, Javier Saldías. En una de esas sesiones de música improvisada, Saldías le mencionó al “camba” la posibilidad de un proyecto que tenía como norte la explotación del rock clásico. Sin meditarlo mucho, Vargas sorprendió al bajista con su decisión de quedarse en La Paz, para formar el soñado grupo y juntos convocaron a músicos de acompañamiento para darle vida al mismo. Acoplaron muy bien y fueron bautizados como Black Jack por Sol Mateo, propietario del lugar, inspirado en aquel juego de cartas, con un repertorio marcado por lo mejor de The Rolling Stones, Pink Floyd y The Police.

Aquella formación se presentó durante meses hasta que Vargas retornó al Oriente y fue reemplazado por otro consuetudinario de las seis cuerdas, el ex Climax “Pepe” Eguino, con quien continuaron en escena. Tras un breve paréntesis hacia 1992, volvieron a la carga con la cantante Claudia Reinhart, presentándose en el circuito de boliches paceños, hasta que un lamentable accidente dejó temporalmente lesionado a Saldías a fines de 1994. El músico resbaló de las gradas de su casa, se dislocó el hombro y requirió de un costoso tratamiento en el exterior, que fue financiado en parte por la FM Contemporánea, que organizó un concierto masivo para recaudar fondos en noviembre de 1994.

Durante su recuperación, el bajista conoció a un admirador de Mick Jagger, el cantante José “Cacho” Cisneros, con quien planearon un nuevo proyecto que iba a tomar cuerpo mientras el bajista sanaba su dolencia. Por otro lado, la formación alternativa de Black Jack empezaba a desmembrarse por falta de continuidad. Entonces la historia del grupo corrió el riesgo de quedar en el camino de no ser por el retorno de Saldías en 1996, que continuó en inclaudicable carrera rockera hasta iniciada la primera década del nuevo milenio. Pero la energía ya no era la misma.

De intermitencia en los escenarios, de ahí en más Javier Saldías continuó de igual manera aportando en el ámbito de las culturas. Fue profesor en el Conservatorio Nacional de Música, donde dictó clases de Panorama de la música popular, y previamente locutor de radio en emisoras como FM Contemporánea y FM Graffiti, medios desde donde intentó educar a las huestes rockeras que hacían a su audiencia. Participó en la película Nostalgias del Rock de Tonchy Antezana. También recibió un reconocimiento de parte del Senado por sus contribuciones como artista junto a otros colegas del naciente movimiento nuevaolero boliviano. Hace un par de años, Córdova y Eguino intentaron rearmar Climax en su versión original para goce de sus devotos, pero el mal estado de salud de Saldías se lo impidió. Hasta que el destino nos los quitó.

Melodías para un ídolo

Glen Vargas, guitarrista de Track

“Conocí a Javier en la década de los 80, él era integrante de Luz de América, y tuve la oportunidad de conocerlo mejor en el año 90, tocamos juntos en David Lamar y después en Black Jack. Tuvimos una hermosa amistad, en una oportunidad de muchas en La Paz me alojé en su casa. Era un muy buen músico y buen tipo, Dios lo tenga en su presencia. Lo tengo bien presente con su abrigo negro largo, empuñando su Alembic”.

Hernán Laguna, guitarrista de Laguna Mental

“Es muy triste lo de Javier, que seguramente ha sido la influencia para muchos bajistas y un referente para todos los seguidores del rock boliviano y el rock progresivo en especial, con Climax por sobre todo, que es una joya de banda que tuvo muchas influencias que se pudo traducir desde una voz muy boliviana. Además, tenían una presencia escénica imponente, Javier tenía una manera de tocar muy particular. Es una terrible pérdida”.

 Peggy Martínez, productora y radialista

“La partida de Javier marca un momento en el que debemos reflexionar sobre el trato a nuestros músicos; la situación del arte en Bolivia sigue siendo la misma, seguimos viviendo en la mediocridad y en el olvido. Los artistas no reciben el mínimo de atención y esto se ve reflejado precisamente en la situación en que viven sus últimos días aquellos que aportaron a la cultura de tan alto nivel, con tanta trayectoria y que han marcado nuestra historia”.

Luis Reyes Ortiz, periodista y radialista

“Como componente de un universo paralelo, sin dudas es nuestro Jack Bruce (Cream). Las razones son varias, como la obvia conformación de un power-trío como fue Climax. En el plano personal, la comparación irrumpe en los planos del virtuosismo, versatilidad y crudeza interpretativa, tanto del bajo como de su voz rasposa y con marcada articulación del inglés, sello característico en su modo de hablar habitual”.

Texto: Marco Basualdo

Fotos: Archivo Rock Boliviano Medio Siglo

Cortinas absolutas: claves para ver Twin Peaks de David Lynch

La serie televisiva representa el testamento creativo de un autor que reflejó su particular visión del ocaso de una era.

/ 8 de febrero de 2025 / 21:56

David Lynch ya dejó este mundo, pero su obra está ahí, firme, brillando más y más con el pasar de los años. «Twin Peaks: The Return» (la temporada final de la serie, con 18 capítulos de una hora) no solo fue su último trabajo de gran envergadura en el ámbito audiovisual, sino que además fue su proyecto más ambicioso: en materia narrativa, en magnitud de producción, despliegue territorial, locaciones, elenco, efectos especiales, etc. La suma del todo constituye una obra monumental, con un presupuesto que un cineasta independiente y excéntrico como él probablemente no había conocido en sus proyectos anteriores.

Más allá del debate entre defensores y detractores de esta enorme empresa, cabe destacar el tremendo esfuerzo, pasión y entrega que denota cada plano, cada escena, cada capítulo, por parte de su(s) autor(es). Aquí, más que evaluar o ranquear «The Return» en la filmografía de Lynch, procuramos introducir ideas que permitan abrazar esta rareza de la televisión con una perspectiva contextualizada sobre su temática y su estética dentro de la trayectoria y la época que le tocó vivir a este coloso del séptimo arte.

1.         Naked Lynch o Lynch al desnudo: «Twin Peaks» es un fenómeno muy diferente a franquicias como «Star Wars» o «Avengers», excepto por el hecho de que constituye, de igual manera, un «universo extendido», y lo viene haciendo desde que salió la precuela «Fire Walk With Me», antes de que la idea se pusiera de moda. Con «The Return», este universo se expande y se consolida como un auténtico imperio del imaginario lynchiano. Así como hay fans de «Star Wars» que seguramente trataron de levantar piedras mediante la Fuerza, «Twin Peaks» también ha creado fans capaces de inhalar líneas blancas zigzagueantes con la esperanza de entrar a la Black Lodge. Se trata de un show de culto y un territorio donde las obsesiones de su creador se despliegan sin barreras: los dobles se triplican, las cortinas rojas se elevan hasta el infinito, el humo y las luces estroboscópicas invaden la mirada, y la noche impera desatando insospechadas criaturas. En «The Return», a diferencia de la debacle intergaláctica de la franquicia «Star Wars», vemos un cariño, un cuidado meticuloso por el devenir de los personajes que, 25 años después, nos siguen transmitiendo empatía: algunos con una trayectoria crudamente realista, digna de «The Wire» y otros, como se podrán imaginar, no tanto. En «Twin Peaks», con sus picos y sus valles, podemos sumergirnos en el mundo de un Lynch al desnudo: la honestidad y el riesgo que asume al adjudicarse semejante océano de fantasmas sin autocensura ni compromisos son dignos de un verdadero poeta.

2.         La pantalla fatal: Como fenómeno televisivo, «Twin Peaks» se adelanta al boom de las series y clausura el mismo 25 años más tarde, dibujando un arco que indica una era dorada de este medio que, quizás la generación X no lo tenía en mente, también había sido transitorio y efímero. La relación de Lynch con la televisión es compleja, marcada por un sentimiento de amor/odio –no olvidar que la primera acción de «Fire Walk With Me» es la bestial destrucción de un televisor, en consonancia con el sabor amargo que dejó a sus autores la injerencia de las cadenas sobre el guion y el aspecto creativo de la serie–. «The Return» no es solo un retorno al (ya) mitológico pueblo fronterizo sino también y, sobre todo, al medio televisivo; se trata casi de una revancha. En ese sentido, no se puede ignorar que este experimento plantea diálogos con varios proyectos del siglo XXI: «Mad Men» en cuanto al exquisito diseño de producción, «Breaking Bad» con respecto al retrato de la crueldad y la violencia, «Game of Thrones», al desplegar una telaraña narrativa diseminada en tiempos y espacios heterogéneos, «The Sopranos», por la mirada «humanista» y onírica del mundo del hampa, e incluso «Stranger Things» o «Dark» por su aproximación desenfadada a lo monstruoso y paranormal.

3.         El precio del multiverso: Hoy en día se ha banalizado la idea –cuán peligrosa para una sana vivencia del hecho narrativo– de los famosos multiversos. En lugar de usar esta hipótesis como un comodín para hurgar caprichosamente la relojería del relato, «resucitar» personajes a placer, «rehacer» el presente como si de un trámite se tratara, «The Return» plantea el altísimo costo de una ontología de esa calaña. Convengamos en que, si existieran tales multiversos, el precio que habría que pagar por osar adentrarse en ellos tiene que ser mayor aun que el sufrimiento que produce la fatalidad de la experiencia lineal e irreversible que conocemos: ¿quizás la ominosa consciencia de un sinsentido, de un vacío, de un absurdo (multi)universal donde todo y todos dan igual y, por ende, nada tiene valor? Lynch, a su manera, parece advertir del peligro de ese ardid narrativo, síntoma de un malestar axiológico en la sociedad que no es para tomar a la ligera.

4.         De Reagan a Trump, crónica de la pesadilla americana: Si «Blue Velvet» y las primeras temporadas de la serie en cuestión hablaban de una dualidad en la cultura estadounidense –por un lado, las amables casitas y jardines habitados por gente bondadosa y, por otro, el mal hormigueante acosando como una sombra–, el desarrollo posterior de la obra lynchiana escenifica una carretera hacia la perdición de un proyecto de sociedad que se va oscureciendo a velocidades vertiginosas. El Doctor Amp, influencer oriundo de Twin Peaks, encarna la indignación ante un sistema que empobrece, envilece, envenena, engaña, aliena y explota a las masas sonámbulas, mientras ese infame uno por ciento se sigue hinchando los bolsillos a costa de la desaparición de los valores y las bondades prometidas por la utopía reaganiana. Ese parece ser el pozo y esas las aguas puercas que resultaron del experimento neoliberal. Ahora, ¿nos tocará beberlas hasta el fondo y descender o seremos capaces de palearnos –mediante palas doradas– fuera de este charco de heces que nos tiene atrapados en la inmundicia existencial?

5.         Al otro lado de la cámara: Además de haber enlistado a una tropa de actores y actrices estelares en el cosmos de su cinematografía junto con nuevos y suculentos fichajes, David Lynch se desafía a sí mismo en su desempeño actoral y da la cara como nunca lo había hecho. Su personaje, Gordon Cole, funciona como una metáfora del propio creador que supervisa, recluta, protege y otorga misiones a sus subalternos con un fin superior que no es sino la obra misma, algo tan misterioso como una rosa azul.

6.         Hacer el humor con otro: El viaje del héroe fue y será siempre el núcleo de toda empresa narrativa. La epopeya triunfal y la tragedia desgarradora son los polos dentro de una gama de posibilidades que ofrece una estructura antropológica fundamental: la tendencia innata a contarnos historias. La crisis que se impone sobre la función heroica en la época que vivimos ya fue tratada de manera visionaria en la filmografía de Lynch –basta con analizar el proceso de los protagonistas que va desde «Blue Velvet» (1986) hasta «INLAND EMPIRE» (2006)– y hoy se hace patente en la sucesión de bodrios y aberraciones narrativas que Hollywood pare año tras año en un lento suicidio en tanto que faro del imaginario colectivo. Lynch, para dar cuenta de esta deriva del héroe viril –sin ceder a la «deconstrucción para opas» a lo Disney–, recurre al humor, a su humor: una receta que combina el absurdo kafkiano y esa cándida extrañeza de un Jacques Tati en un contexto marcado por la crueldad y la falta de humanidad. El experimento consolida la primera aproximación «seria» de Lynch a la comedia; el resultado es, como poco, desconcertante.

7.         Pinturas negras para el siglo XXI: El final de las grandes guerras trae, a primera vista, un nuevo amanecer, una oportunidad para reencaminar a la especie hacia valores más nobles y luminosos. Lastimosamente, la historia nos prueba una y otra vez que no es así, que ese embrión de una sociedad mejor viene fecundado por un mal latente y de proporciones inconmensurables. Así lo percibió el viejo Goya cuando fue testigo del fin de la carnicería napoleónica y pintó esa ominosa serie de imágenes lacerantes en las paredes de su quinta. En las pinturas negras, el aragonés plasma una sensación de sinsentido universal donde solo el mal parece tener agencia, donde lo heroico solo figura como caricatura deforme y burlesca. Seres contrahechos, sucios, menesterosos, bestiales, casi inhumanos se acumulan y se confunden entre sí en medio de una penumbra espeluznante. Asimismo, en el genocidio atómico llevado a cabo por EEUU con el fin de liquidar el pleito en 1945, Lynch parece descubrir la semilla de una era terminal para el sueño de la razón. El manejo de fuerzas cuánticas, dentro de su mitología personal, ha desencadenado una energía de la que la humanidad no tiene control, tanto en sus implicaciones físicas como espirituales. El famoso capítulo 8, el capítulo negro, da cuenta de esta visión con un nivel experimental inaudito, y añade el nombre de David Lynch en el equipo de los Goyas y los Kafkas; todos productores de una poética tremendamente pesimista sobre la aventura moderna… Una aventura cuyas consecuencias aún no conocemos pero que prometen sucesos de una dimensión insólita en la historia del planeta.

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Geronimo Sims representará a Bolivia en Viña del Mar 2025

El cantante se prepara para hacer historia en Viña del Mar 2025 como el primer boliviano en participar en la competencia internacional del festival.

/ 8 de febrero de 2025 / 21:32

En un hito histórico para la música boliviana, Geronimo Sims, un talentoso cantante de apenas 19 años, se prepara para representar a Bolivia en el prestigioso Festival de Viña del Mar 2025. Será la primera vez que el país participe en la competencia internacional del evento, y Sims, con su canción «Septiembre», busca no solo dejar huella en el escenario de la Quinta Vergara, sino también llevar el nombre de Bolivia a lo más alto del panorama musical latinoamericano.

En una entrevista exclusiva con Escape, de La Razón, Sims compartió su entusiasmo y dedicación hacia este proyecto, que marca un antes y un después en su carrera. «Ser el primer representante boliviano en la competencia internacional de Viña del Mar es muy lindo y un gran orgullo para mí», afirmó el joven artista, quien a sus 19 años ya ha logrado lo que muchos músicos sueñan en toda una vida.

Una vida de perseverancia

Geronimo Sims no es un recién llegado al mundo de la música. Desde los cinco años, comenzó a escribir canciones. A los 16 firmó un contrato con Sony Music, convirtiéndose en el primer artista boliviano de la nueva generación en hacerlo. «La música siempre ha sido lo más importante en mi vida», confesó Sims. «Es mi pasión, mi sueño, y siempre he tenido muy claro lo que quería hacer de mi vida».

Su determinación y talento lo llevaron a trabajar con productores de renombre internacional, como Arturo «Turra» Medina, ganador de un Grammy Latino y conocido por su trabajo con artistas como Carla Morrison, Natalia Lafourcade y Leonel García. Fue en Los Ángeles, en un estudio donde alguna vez grabó Michael Jackson, donde nació «Septiembre», la canción que lo llevará a Viña del Mar. «Es una canción muy llena de esperanza, con un toque de melancolía, pero que habla de reencontrarse», precisó Sims.

Audiovisual

Geronimo Sims en Viña del Mar

Geronimo Sims en Viña del Mar

Un show espectacular

Aunque su presentación en Viña del Mar será breve, por la modalidad del festival, Sims promete un espectáculo inolvidable. «Es un show espectacular el que estamos preparando», aseguró. «Desde lo visual, será una experiencia inmersiva, con pantallas y un cuerpo de baile profesional que se está preparando en Chile», detalló. El joven artista ha estado ensayando sin descanso desde que recibió la noticia de su participación en la cita musical. «No hemos parado ni un solo día con la preparación, baile, canto. Vamos a dar una presentación que lleve no solamente a Bolivia, sino que realmente lleve los valores de los bolivianos, como la perseverancia, el esfuerzo y el sacrificio».

La importancia del apoyo popular

Sims sabe que el apoyo de su país será crucial para su éxito en Viña del Mar. «Lo más importante va a ser la votación», explicó. «El voto del público cuenta como uno más entre los votos del jurado, así que es súper importante que la gente vote». Para asegurarse de que todos los bolivianos sepan cómo apoyarlo, el artista planea subir un tutorial en sus redes sociales con las instrucciones necesarias. «Lo más importante es estar unidos y mostrar que cuando los bolivianos nos unimos, hacemos cosas muy grandes».

Además de la votación, Sims está realizando una gira por los nueve departamentos de Bolivia antes de viajar a Chile. «La gira es gratuita, es para conectar con la gente, para que quienes no me conocen vayan a conocer mi música», dijo. Esta gira no solo es una oportunidad para promocionar su música, sino también para agradecer el apoyo que ha recibido de sus seguidores. «Cada día somos más, hay mucha gente que se suma, y siempre es súper lindo recibir el cariño de la gente».

Fusión de tradición y modernidad

Geronimo Sims define su estilo como pop, pero con una amplia gama de influencias que van desde el folclore tarijeño hasta el rock y las baladas. «Mi música es súper pop, pero me gusta experimentar y traer estilos que tal vez no son pop como tal, acercarlos más hacia el pop», explicó. «Me gusta muchísimo fusionar, combinar y todo, pero lo más importante es que tenemos un proyecto que busca hacer una cara nueva del pop latino».

El artista también destacó la importancia de su equipo en este proyecto. «No solamente soy yo, sino todos los que trabajan conmigo. Tenemos un proyecto hermoso que busca llevar a Bolivia siempre hasta lo más alto, llevar a la música boliviana a lo más grande». Sims cree que Bolivia tiene mucho más que ofrecer al mundo musical más allá del folclore. «Tenemos una cultura súper linda y diversa, pero también tenemos talento y capacidad para competir en todos los géneros, en todas las áreas».

Un futuro prometedor

Con más de 3.2 millones de vistas en YouTube, 2.2 millones de seguidores en TikTok y una creciente base de fans en plataformas como Spotify, Geronimo Sims es un artista que se proyecta en América Latina. Su canción «Septiembre» ya ha alcanzado el número uno en varias listas de reproducción, y su colaboración con la artista boliviana Viudita Moderna, «Lágrimas», fue un éxito rotundo en Radio Disney Bolivia.

Además de su participación en Viña del Mar, Sims tiene grandes planes para 2025, incluyendo el lanzamiento de nuevas canciones y videos. «Se vienen muchas sorpresas», adelantó. «Más canciones, videos y otras novedades que podrán enterarse por todas mis redes y mi sitio web oficial».

Un mensaje de unidad y orgullo nacional

Geronimo Sims no solo va a Viña del Mar como un artista, sino como un representante de la cultura boliviana. «No soy el único boliviano que está yendo, también está Tupay por el lado de la competencia folclórica», recordó. «Los invito a todos a apoyarnos, vamos a dejar a Bolivia en alto, vamos a dejar el nombre de Bolivia en alto y la tricolor en alto».

Con su talento, dedicación y el apoyo de su país, Geronimo Sims está listo para conquistar Viña del Mar y, con ello, abrir nuevas puertas para la música boliviana en el escenario internacional. Como él mismo lo dijo: «Cuando los bolivianos nos unimos, hacemos cosas muy grandes». Y este 2025, en Viña del Mar, Bolivia tendrá la oportunidad de demostrar el punto.

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‘La Casa del Sur’, con las puertas abiertas

El nuevo largometraje de Carina Oroza Daroca y Ramiro Fierro, explora las heridas de la dictadura boliviana a través de la mirada íntima de dos generaciones de mujeres.

/ 8 de febrero de 2025 / 20:58

Contar desde lo local para llegar a lo universal. Esta máxima acompaña como un mantra a prácticamente todos los guionistas y contadores de historias del mundo, pero no siempre lo consiguen. En la Casa del Sur se logra el objetivo con creces. El filme de la directora boliviana Carina Oroza Daroca y el realizador boliviano colombiano Ramiro Fierro consigue llevar a la familia —en todos los sentidos, dentro y fuera del écram— al séptimo arte, hasta esa pasión por contar nuestras historias, por denunciar los horrores vividos en el país relatados desde el propio hogar y vivencia. Esta cinta es memoria, es coraje y es amor.

Estrenada el 6 de febrero en salas de Bolivia, La Casa del Sur es un largometraje de ficción, pero inspirado en una historia real. Es obra de la productora Banda Imagen, en coproducción con Kymo (Colombia), Filmosonido (Chile), Escorzo SRL y Cinearte (La Paz), distribuida en Bolivia por Londra Films P&D.

La cinta está ambientada en una hacienda en los valles de Concepción en Tarija, entre viñedos junto al río. Allí llega Ana (Piti Campos)—chef y reconocida bloguera de cocina— quien ha recibido la noticia del fallecimiento de su tía y desea vender el inmueble. Con ella llegan los recuerdos de un momento muy doloroso para la familia acaecido 25 años atrás: cuando Naty (Grisel Quiroga) y una joven Ana (Arwen Delaine) fueron acorraladas por una tropa de militares que buscaba guerrilleros en la región. Los uniformados acusaron a Naty de encubridora y la llevaron a la ciudad, dejando a la niña sola en la casona. Ante esto, Lu (Alejandra Lanza), afamada cantante y hermana de Naty, regresa a la hacienda  y se hace cargo de la crianza de Anita, mientras Suárez (Cristian Mercado), un militar inescrupuloso, y sus oficiales buscan alguna prueba.

Memoria. El viaje paralelo de Ana entre su presente estancado y un pasado que dejó heridas abiertas e imborrables se hace a través no solo de los sucesos, sino de toda una paleta sensorial: los sabores de ajíes, uvas y singanis; los paisajes de viñedos y de arboledas rebosantes de duraznos (en una fotografía impecable, austera y bucólica de Ernesto Fernandez); las melodías —entre alegres y melancólicas— de las canciones tradicionales en voces de las protagonistas y de las canciones de Melo Herrera, Andrés Herrera, Mauricio Motero y Alejandro Rivas Cotte; a través de las texturas de un mesón de cocina, testigo mudo de alegrías y de abominaciones, de recortes de diario viejos, de discos de vinilo descoloridos por el tiempo.

A diferencia de otros dramas que tocan el tema de las dictaduras desde la historia formal, esta cinta lo hace desde la mirada de dos generaciones de mujeres, desde el hogar. Es una mirada muy importante, pues, invisibilizadas, estereotipadas o instrumentalizadas en el trayecto del cine boliviano —con muy contadas y honrosas excepciones—, en este relato toman la palestra y reflejan la fuerza y carácter particular de cada personaje, así como se explora el conflicto y el encuentro en el seno de la familia. El sacrificio también está presente en el filme, la toma del cuerpo femenino como trofeo, así como la dignidad como única respuesta ante la vejación. En tiempos de fascistización del pensamiento, con gente que evoca la dictadura y cree que los avances en los derechos de las mujeres son una afrenta, este filme ofrece una sutil pero poderosa reflexión.

Coraje. La Casa del Sur no solo es una historia de valor y de reivindicación, de búsquedas personales y de reconcialición, sino que ha implicado un viaje largo por detrás de las pantallas. Con lo complicado que es financiar una película y con los embates de la pandemia, este ansiado estreno fue posible este año en un momento en que la producción lo veía cada vez lejano e improbable.

Con una historia paralela con sutiles transiciones para saltar entre épocas a través del color y referencias muy bien pensadas en el guion de Oroza Daroca, la cinta avanza calma pero segura, se toma su tiempo y sortea con éxito una estructura que podría parecer confusa en teoría, pero que en el producto final resulta muy sencilla de seguir y acompañar. La tensión de acompañar los momentos felices y de encuentro entre Ana y Lu en paisajes de ensueño mientras la desgracia las acecha como buitre con sigue tenerte al borde del asiento durante toda la cinta.

Las actuaciones entregadas y uniformes de todo el cast ayudan mucho en este resultado, con una Alejandra Lanza muy solvente y versátil que da la talla para mantener el duelo permanente con el militar encarnado por Cristian Mercado, que a pesar de ser un personaje más cliché y quizá el menos desarrollado, consigue lo que un antagonista añora: que se lo odie con fuerza. Arwen  Delaine y Piti Campos consiguen que podamos comprender esos dos lados de Ana, la niña y la adulta rota, y la acompañemos en el viaje. Por su parte, David Mondacca ofrece una actuación entrañable como el fiel y sincero cuidador de la tía.

Amor. Los lazos parentales, el arraigo al pago y a los tuyos, son el eje de película que habla de la familia, pero no solo en la pantalla. Se ha trabajado con un equipo técnico y artístico reducido que ha filmado en tiempo récord y cuya entrega a este trabajo se nota en cada detalle. Es impresionante cómo ese amor puede reflejarse, emanar desde las pantallas (lo que escribo no es muy formal o científico, pero quien ve la Casa del Sur, estoy más que seguro de que lo nota).

Por ello, entre los agradecimientos está también el correspondiente a la familia de la directora, la familia Daroca, sin la que filmar en esas locaciones hubiese sido imposible. Y ahí entra el último personaje de la cinta, no por ello menos importante: la casa. Porque una casa es más que los muros, es memoria, es familia, es aromas, es sonidos… es pertenencia. Y así nos la muestra Carina Oroza —desde lo local a lo universal—: nos abre las puertas de su hogar, de las historias y heridas familiares, de los sabores del sur, de sus canciones, y esta sincera invitación nos llega con facilidad al corazón. 

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Latitudes 2025: performance art y las identidades pluriversales

La capital cruceña se engalanó con el festival que celebra al cuerpo como vehículo de expresión artística.

/ 1 de febrero de 2025 / 22:07

La ciudad de Santa Cruz de la Sierra fue el epicentro del arte contemporáneo con la sexta edición del Festival Internacional de Performance Art Latitudes. El evento, que se desarrolló del 28 de enero al 1 de febrero, reunió a artistas locales, nacionales e internacionales para explorar temas de identidad, tradiciones y plurinacionalidad. Bajo la dirección curatorial del reconocido artista y gestor cultural Héctor Canonge, este encuentro se ha consolidado como un espacio de reflexión y diálogo sobre las prácticas somáticas y performativas en el contexto boliviano y global.

En diálogo en exclusiva con Escape, de La Razón, Canonge, fundador y curador de Latitudes, compartió detalles sobre la trayectoria del festival, su enfoque en esta edición y la importancia del performance art como disciplina artística. “Latitudes se creó hace más o menos seis años, después que yo había regresado a Bolivia”, relató el artista. “He vivido la mayor parte de mi vida en el exterior y regresé a Bolivia en 2012. Después de ese primer año de aclimatizarme, de hacer presentaciones como artista en diferentes ciudades, me reubiqué en Santa Cruz y comencé a trabajar como gestor independiente creando iniciativas de performance art”, añadió.

El festival, que inició con intervenciones públicas en plazas y espacios abiertos de la ciudad, ha evolucionado hasta convertirse en un referente internacional del performance art. “Incluso después de la pandemia hubo una edición virtual en línea que se llamó Latitudes Híbridas, porque todas las presentaciones fueron a través de Internet”, explicó Canonge. Este año, el festival regresa con fuerza, abordando el tema “Acciones Pluriversales”, en celebración del Bicentenario de Bolivia.

Performance art y reflexión

El performance art es una disciplina que desafía las convenciones del arte tradicional. Se origina en las vanguardias del siglo XX. Canonge explicó que “el performance art tiene sus orígenes en Europa, donde hubo una reacción contra el teatro burgués. Un grupo de artistas en Austria y Rusia comenzó a experimentar con formas de arte que no requerían un escenario tradicional ni un guión rígido”. Esta disciplina se caracteriza por su fluidez y su capacidad para evocar emociones y reflexiones en el público sin ofrecer una narrativa literal.

“El performance art no te está dando una narrativa literal, te da algo más evocativo, algo más para pensar”, señaló Canonge. “El cuerpo es el generador de las acciones, y esas acciones son la obra de arte. Es una obra de arte efímera, porque, si no la ves, te la perdiste”. Esta característica efímera y dinámica convierte al performance art en una herramienta poderosa para explorar temas complejos como la identidad y la plurinacionalidad.

“El arte del performance latinoamericano se diferencia del performance art de Europa o de Estados Unidos porque es muy político. En Latinoamérica es político, de activismo, de lucha contra la represión. En Chile y Argentina hubo grupos que lucharon contra las dictaduras. En Bolivia también hubo un pequeño grupo, pero no fue tan fuerte como para seguir adelante en los años 80 y 90. Se perdió muy rápidamente con la dictadura de los 70, donde había una represión muy fuerte”, aseveró el organizador.

Identidad y Bicentenario

En esta edición, Latitudes 2025 se enfoca en la construcción de la identidad boliviana. “Este año estamos con el tema que se relaciona con el Bicentenario de Bolivia y el tema de es ‘Acciones Pluriversales’, con la idea de explorar la identidad”, explicó Canonge. “Cómo los artistas se identifican acá en el país o cómo aquellos artistas bolivianos viviendo en el exterior están trabajando en performance y cómo la realizan allá en diferentes puntos del mundo y si llevan algo de Bolivia con ellos”.

El festival cuenta con la participación de artistas bolivianos y extranjeros que abordan estas temáticas desde diversas perspectivas. Entre los artistas nacionales presentes en Latitudes 2025 están Juan Pablo Calero Araoz, Monica Adriana Sanchez, Mariana Behoteguy Chávez y Randy Rojas. A nivel internacional, se puede citar a creadores como Ale Montiel (Argentina), Dimple B Shah (India), Adrian Leodan Morales Ramírez (México) y Marta Lodola (Italia), quienes exploran sus propias raíces y cómo estas se entrelazan con la identidad boliviana.

“Hay artistas de la India que están abordando este tipo de mestizajes con la presencia inglesa en la India, hay artistas de Grecia que exploran la identidad griega”, comentó Canonge. “El festival ha servido para provocar una reflexión sobre qué es lo que hace de un ser humano, en el caso de los bolivianos, qué es lo que hace un boliviano o boliviana, y en el caso de los otros artistas, con sus respectivas identidades”.

Un festival con proyección internacional

Latitudes no solo es un espacio para artistas bolivianos, sino también una plataforma que conecta a Bolivia con el mundo. “Este año principalmente hay un enfoque en artistas nacionales, ya sean locales del interior o artistas bolivianos viviendo en el exterior”, explicó Canonge. “Pero también hay invitados internacionales que están haciendo su propia aproximación a esta idea de la identidad, a esta idea de lo ancestral”.

El festival se realiza en tres importantes instituciones culturales de la capital cruceña: el Centro de la Cultura Plurinacional (CCP), el Museo de la Ciudad Altillo Beni (MAB) y la Alianza Francesa Santa Cruz (AFSCZ). Cada sede alberga performances en vivo, seminarios, talleres y conversatorios que invitan al público a sumergirse en el mundo del performance art.

El legado de Latitudes

Desde su creación en 2017, Latitudes ha logrado posicionarse como un referente en el circuito internacional del performance art. “Latitudes es el primer Festival Internacional de Performance Art de Santa Cruz de la Sierra, y el único en Bolivia”, afirmó Canonge. “Desde su creación, el festival ha logrado posicionarse exitosamente en el radar del performance art internacional”.

Además de su impacto artístico, el festival ha contribuido al desarrollo de una red de artistas bolivianos a través de Performance Art Bolivia (PABA), una plataforma creada por Canonge en 2022. “PABA es una plataforma dedicada a la creación, difusión y promoción de programas de arte de la performance en Bolivia”, explicó. “Es a través de eso también que se ha generado este año mucho interés sobre el desarrollo y la evolución del performance art en el país”.

Latitudes, más que un festival

Latitudes 2025 no es solo un encuentro de arte; es un espacio para la reflexión, el diálogo y la exploración de la identidad en un mundo cada vez más interconectado. A través de performances, talleres y conversatorios, el festival invita al público a cuestionarse sobre su propia identidad y cómo esta se construye en relación con el entorno y la historia.

“El performance art es más dinámico, más fluido”, concluyó Canonge. “El cuerpo es el sujeto de la creación artística, el cuerpo crea la obra, y al mismo tiempo ese cuerpo del artista se convierte en objeto de apreciación. Esa es la relación de la importancia de la corporeidad en el performance art”.

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Emilia Pérez: un debate sobre arte y responsabilidad política

La película nominada a 13 premios Oscar es centro de una intensa polémica al presentar una actriz transgénero.

/ 1 de febrero de 2025 / 21:35

La película Emilia Pérez, dirigida por el cineasta francés Jacques Audiard, se ha convertido en uno de los temas más polémicos de la temporada de premios de 2025. Nominada a 13 categorías en los premios de la Academia, incluyendo Mejor Película y Mejor Actriz para Karla Sofía Gascón, la cinta ha generado un intenso debate sobre representación cultural, identidad transgénero y la responsabilidad política del arte. Mientras algunos celebran su ambición y su enfoque en temas marginalizados, otros critican su falta de autenticidad y su posible refuerzo de estereotipos dañinos.

Emilia Pérez cuenta la historia de un líder narcotraficante mexicano que encuentra redención a través de una transición de género, interpretada por Karla Sofía Gascón, quien hizo historia al convertirse en la primera actriz transgénero nominada al Oscar. La película, un thriller musical operático, combina elementos de drama social, crítica al narcotráfico y una exploración de la identidad transgénero. Sin embargo, esta mezcla de géneros y temas ha sido tanto alabada como criticada.

Carol Gainsborg Rivas, filósofa y analista cultural, ofrece una perspectiva equilibrada sobre la controversia. «Hay distintos debates cruzados entre medios», señala. «Por un lado, tienes la discusión de si el arte tiene una responsabilidad política o no. Cuando tú haces arte, no estás buscando comunicar, estás buscando expresar solamente. Entonces, quien crea podría excusarse de la responsabilidad política de su trabajo».

Argumentos a favor

Los defensores de Emilia Pérez destacan la importancia de la visibilidad transgénero en Hollywood. Meryl Streep, una de las figuras más respetadas de la industria, elogió la película por su «narrativa audaz» y su representación de personajes complejos. «Películas como Emilia Pérez desafían las normas tradicionales de la narrativa y abren puertas para voces subrepresentadas en Hollywood», afirmó Streep.

Guillermo del Toro, otro defensor de la cinta, celebró la nominación de Gascón como un «momento histórico». «Esto refleja progreso en una industria que a menudo pasa por alto a las comunidades marginadas», dijo el director mexicano.

Karla Sofía Gascón, por su parte, ha sido una firme defensora de la película. En su discurso de aceptación en los Globos de Oro, declaró que «la luz siempre vence a la oscuridad», reforzando los temas de empoderamiento y resiliencia que la cinta busca transmitir. Gascón ha enfrentado las críticas de frente, argumentando que su papel no es solo un logro personal, sino una representación de «innumerables individuos transgénero que luchan por el reconocimiento y la dignidad».

Estereotipos y falta de autenticidad

Sin embargo, no todos están convencidos de que Emilia Pérez sea un paso adelante en la representación transgénero. GLAAD, una organización que aboga por la representación LGBTQ+ en los medios, describió la película como «un paso hacia atrás». A pesar de que Gascón es una actriz transgénero, la organización argumenta que la cinta perpetúa estereotipos dañinos en lugar de desafiarlos.

Carol Gainsborg también expresa preocupación por la forma en que la película aborda la identidad transgénero. «La trama habla de un narco que encuentra la redención en la cirugía y en la transición como trans, lo cual hace eco en esta lógica de que las personas de la diversidad están enfermas, y la única forma de salir es expiando culpas», explica. «Automáticamente se simplifica la respuesta de lo que ser trans representa y se plantea que ser trans solamente es a través de una cirugía, cuando en la población trans hay un montón que no pasa por el proceso hormonal, otros que pasan solo por el proceso hormonal y otros que finalmente deciden optar por métodos quirúrgicos».

Además, Gainsborg critica la falta de participación de personas trans en el proceso creativo. «Hay una actriz que es trans, lo cual es un logro importante, pero no hay una población trans en todo el proceso creativo. Y el mayor cuestionamiento está en relación a la trama, el guion, cuando además el desafío que se plantea el director es súper grande porque está tratando de combinar una película que hable de la crudeza del narcotráfico, la experiencia vital de una persona trans, y todo esto en un musical, lo que puede trivializar y convertir en puro espectáculo el contenido que él quiere presentar».

Representación cultural en Emilia Pérez

Otro punto de controversia es la representación de la cultura mexicana en la película. Muchos críticos han acusado a Audiard de ofrecer una visión superficial y estereotipada de México. Héctor Guillén, guionista mexicano, expresó su descontento en redes sociales. «Estás tomando uno de los temas más difíciles del país… es como si estuvieras jugando con una de las guerras más grandes del país desde la Revolución», dijo.

Audiard, por su parte, ha sido criticado por sus comentarios sobre el idioma español. En una entrevista, describió el español como «el lenguaje de países modestos, de países en desarrollo, de los pobres y los migrantes». Estas declaraciones fueron interpretadas como clasistas y despectivas, lo que generó una ola de indignación.

Gainsborg también cuestiona la capacidad de Audiard para representar una realidad que no es la suya. «Tienes un director etnocéntrico que se manda unas declaraciones en francés y dice que puede crear lo que a él le dé la gana, porque el francés es un idioma del primer mundo, pero el castellano es de países en desarrollo y limita su posibilidad. Ya te muestra probablemente no la mejor disposición para hablar de una realidad mexicana, que es lo mismo que se repite en relación a la población trans».

El papel de las redes sociales y la polarización

Las redes sociales han amplificado tanto el apoyo como las críticas hacia Emilia Pérez. Hashtags en apoyo a Gascón han sido trending junto a otros que critican la película, reflejando la polarización del discurso contemporáneo sobre representación y política de identidad.

En Estados Unidos se está discutiendo también la película en relación a la cultura woke y las demominadas guerras culturales. Sin embargo, la filósofa advierte sobre la simplificación del debate. «En lo woke hay muchas cosas también cuestionables. Que sea un enemigo fácil, un recurso simplista para Trump y todo el discurso conservador, claro, es en bandeja de plata. Pero me parece que es algo que se debe discutir, se debe observar más a profundidad para de verdad entender lo que este movimiento representa», sostiene.

Emilia Pérez: un debate necesario

Emilia Pérez es, sin duda, una película que ha generado un debate necesario sobre la representación de comunidades marginadas en el cine. Mientras algunos la ven como un paso adelante en la visibilidad transgénero, otros la critican por su falta de autenticidad y su posible refuerzo de estereotipos dañinos. Como concluye Gainsborg, «son muchos puntos que se tocan y puedes debatirlo desde la experiencia como experimento estético, como expresión artística, como acto político, como un acto político personal de redención del individuo y una muy peligrosa reducción de espectáculo».

En última instancia, Emilia Pérez sirve tanto como una celebración del progreso como un recordatorio de las complejidades involucradas en representar auténticamente a comunidades minoritarias en la pantalla grande. El debate en torno a la película subraya la necesidad de un enfoque más reflexivo en la narrativa cinematográfica.

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