Mario Aguirre, el fuego del teatro
Imagen: Ricardo Bajo Herreras, Mariana Bredow Vargas, Bia Méndez
Imagen: Ricardo Bajo Herreras, Mariana Bredow Vargas, Bia Méndez
El actor/director paceño de teatro lleva 30 años en el oficio. Los últimos ocho, en Francia
“He venido a conocer la tumba de mi madre”. Parece el inicio de una novela de Rulfo. Esa que comienza así: “Vine a Comala, porque me dijeron que acá vivía mi padre…”. El que habla así es Mario Aguirre Pereira, actor, director de teatro, técnico y diseñador de iluminación de espacios escénicos. Ha regresado a La Paz desde París. Su madre falleció hace tres años y estos días ha cumplido. Ha bajado directo del aeropuerto al Cementerio Jardín de la zona de Llojeta. Su madre era Olga Pereira, modista. Su padre, Wilfredo Aguirre, coronel de policía.
Cuando Mario deja la carrera de Medicina para dedicarse al teatro, su padre no le habla durante seis meses. Su madre apoya. Mario Aguirre ha regresado ahora para decirle que las cosas van bien en París, que dirige una obra con más de cien funciones en salas francesas, que actúa en la “ciudad de la luz”, que trabaja en un teatro, que no sabe lo que deparará el futuro.
Mario es del 74. En septiembre, el 28, cumplirá 50 años. Estudia primaria y secundaria en el Colegio La Salle (primero en sus locales de la calle Loayza, donde ahora está la Facultad de Derecho de la UMSA, y luego en la zona sur, en La Florida). Se mete al Centro de Estudiantes donde se habla de cultura y política. En el centro cultural del colegio comienza a hacer teatro, su pasión, junto a Marcelo Sosa, hoy también actor y director.
Su primera “obra” (en 1995) es un musical (con fonomímica) Jesucristo Superstar. Todavía no la tiene clara, así que comienza a estudiar para ser médico. El fútbol es su (otra) pasión. Llega a la primera del Club Always Ready en 1994 y luego milita en Fígaro, en ambos equipos entrenado por el recordado Juan Américo “El Tanque” Díaz. Es arquero, como Albert Camus. No sé si Aguirre puede decir lo mismo que el novelista/ensayista francés (nacido en Argelia): “Lo que más sé acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
No se ve de médico, no se ve pasando noches enteras en largos pasillos de hospital. Al tercer año lo deja. Quiere estudiar teatro pero no hay dónde. Lo único que existe a mediados de los noventa en La Paz es la biblioteca del Teatro de Cámara junto al Municipal. Y talleres, que actores/actrices dan de vez en cuando. Mario pasa los días leyendo libros de teatro y viendo cintas de obras en video. Su taller iniciático es con Marta Monzón.
Su primer grupo se llama La Rodilla del Telón. El nombre nace de una sombra. “En el teatro de La Salle, junto a Marce Sosa, vimos la silueta de una persona o de un fantasma apoyado en la mezzanine detrás de escena y se marcaba en el telón de fondo. El nombre del elenco salió de esa rodilla o fantasma que vimos”. Por aquel entonces el grupo está formado por la dupla (Mario y Marcelo), Joselyn Espinoza, Natalia Wilde, Angelo Martínez, Pablo Vargas y Reynaldo Pacheco. Su primera obra se llama Agonía (1996) sobre sonetos de Shakespeare. Hay mucha tierra sobre el escenario. Y cadáveres.
El segundo taller (de puesta en escena) lo toma con Erick Priano, el técnico de iluminación y escenografía de Marcos Malavia que ha llegado desde París para participar en el II Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz, 2000). Sus compañeros de taller son David Mondacca, Maritza Wilde, Marta Monzón, Cristian Mercado, Percy Jiménez (que traduce el francés de Priano), Tamara Scott Blacud, el peruano Miguel Blásica…
—¿Quién quiere hacer las luces?—, pregunta un día Malavia.
A Mario Aguirre subir a lo más alto del Teatro Municipal (inaugurado en 1845) le da vértigo. Malavia redobla la apuesta: “van a operar la iluminación de la obra”. La consola que trae Antonio Peredo Gonzales es un “avión”. Su segunda obra (basada en el Come and go de Beckett) gira por espacios alternativos de La Paz.
En 2003 llega su primera gran puesta. Se llama Nuestro último refugio, con dirección de Marta Monzón. Actúan —junto a Mario— Marcelo Sosa, Francia Oblitas y Diego Haisch. Está basada en el cuento Aguas (1991) del escritor venezolano Humberto Mata. “La granizada del 19 de febrero de 2002 nos había marcado. Todos teníamos una historia personal. Yo vivía en esos tiempos por el stadium, tuve que bajar a la zona sur para cuidar a los hijos de mi hermana y su perro que estaban sin ayuda. En aquella época pensamos: hagamos algo con el agua”.
El estreno —ante una veintena de espectadores, eso no ha cambiado— ocurre en la pequeña sala del Teatro de Cámara. En el centro hay una piscina artificial de nueve metros por dos. Dentro de ella, una “casa” con los personajes a punto de naufragar. Cuando el cuarteto actoral se retira del escenario, no vuela una mosca. “La hemos cagado”, piensan todos detrás de bambalinas. Cuando, totalmente empapados y muertos de frío, salen a saludar, los espectadores —algunos— están llorando. La obra gana el premio Peter Travesí de Cochabamba, sube a escena en el Fitaz de 2004 y gira por Santa Cruz, Córdoba (Festival Internacional de Mercosur) y Puerto Montt (Temporadas Teatrales).
Las anécdotas que recuerda Mario para montar la obra con piscina se pueden alargar toda una tarde, toda una noche. Los turriles que se necesitaban levantan sospechas en la policía y en las fronteras. “Volviendo de Chile nos bajaron del avión, llevábamos los turriles de vuelta con sustancias viscosas. En algunas puestas en escena nos ponían el agua helada, en otras muy caliente, a veces teníamos que sacar el agua con nuestras manos, a veces rebalsaba”.
2004 es el año de fundación de la Escuela Nacional de Teatro (ENT) de Santa Cruz, en el Plan 3.000, en la Ciudad de la Alegría, con el apoyo de la Universidad Católica Boliviana y la Fundación Hombres Nuevos. Nacida de la cabeza/pasión de Marcos Malavia, pasarán cientos de hombres y mujeres dispuestos a formarse con cursos regulares y talleres. Este mes de marzo la “Escuela” ha cumplido 20 años.
Egresaron de ella casi 400 profesionales, entre ellos Mario, Licenciado en Artes Dramáticas con mención en Dirección. “En mi familia no podían creer, licenciado”. Aguirre tiene todavía hoy gratos recuerdos de maestras como Muriel Roland, confundadora y de Carmen Parada, la profesora de canto.
En el cuarto año, como obra de tesis, Mario participa en Antígona de Bertolt Brecht (hace de mensajero y actúa en el prólogo) junto a una treintena de colegas en escena: los Sabrina Medinaceli, Hugo Francisquini (director académico de la ENT), Elina Laurinavicus, Fred Núñez, Mariela Morales, Glenda Rodríguez, Ariel Muñoz, Francia Oblitas, Gabriela Unzueta, Diego Paesano, Yovinka Arredondo, Mayte Haiek, Selma Valdivieso… Dirige: Malavia. Es la puesta de largo de la segunda generación de actores/actrices de La Escuela. Estamos en diciembre de 2008.
El regreso a La Paz es difícil. Los grupos/elencos abundan y la herencia de las viejas peleas siguen. Eran (y son) comunidades endógenas que vivían (viven) de espaldas las unas con las otras, incomunicadas. Cada una alaba su pan.
Aguirre —junto a otros como “Toto” Torres— tratan de reagrupar y re/fundan la Comunidad Teatral Imákina, un colectivo de artistas provenientes de varios grupos paceños. Creen en el apoyo mutuo, la colaboración, el beneficio común, la valoración del oficio teatral. Buscan gestar/gestionar proyectos, enganchar/formar públicos. Como tantos otros, actuarán como verdaderas escuelas de formación.
El teatro contemporáneo boliviano está en los noventa/principios de siglo en plena efervescencia: se respira un intento de crear una dramaturgia con identidad nacional; se sueña con una profesionalización de actores, dramaturgos y directores; se apuesta por el rigor estético y la construcción de un público fiel (a partir de la ENT y los festivales en La Paz, Santa Cruz y Cochabamba). “Había una urgencia por hacer cosas, ahora nos hemos dejado, nos hemos auto-arrinconado”.
En marzo de 2011 Imákina pone en escena la primera de sus cuatro obras: En silencio, otra vez Beckett. El Ir y venir de hace unos años y Actos sin palabras I y Actos sin palabras II. Lugar: teatro de la Casa de la Cultura. 40 minutos de un silencio escéptico (“beckettiano”). Estamos unos 100 espectadores callados, escuchando lo esencial.
Bajo la dirección de Mario Aguirre Pereira, los chicos y chicas de Imákina abren el telón del Fitaz de 2012 (la octava edición) con la obra El Horacio (leyenda romana en versión del alemán Heiner Müller). Actúan Francia Oblitas, Gino Ostuni, Lucho Caballero y Luis García Tornel. Entonces Mario se ve haciendo más gestión cultural/teatral que actuando. Funge como coordinador general del Fitaz.
También trabaja como coordinador de producción para el Festival Internacional Escénica: 30 elencos ocupan 11 escenarios de La Paz y El Alto: plazas, calles, parques y cárceles. Participa en el elenco de una de las obras más recordadas de la primera década: Mis Muy Privados Festivales Mesiánicos, junto a Soledad Ardaya, Miguelángel Estellano y Pedro Grossman, bajo la dirección de Percy Jiménez. Y organiza un encuentro/claustro teatral en una casa de Cota Cota. “Éramos 60, en régimen de disciplina de cuartel, nos levantábamos a las siete de la mañana, calentábamos, ejercicios, almuerzo, ensayos, lectura”. La pregunta sigue rondando su cabeza, día y noche: “¿Y cuándo voy a hacer teatro?”.
En 2016 llega la (gran) decisión. Junto a su compañera/actriz Carola Urioste (con ella pone en escena Tango con texto de Patricia Zangaro) se marcha a vivir a Francia, París. Se unen a otros teatreros y teatreras que viven y trabajan en ese país: Malavia, Tamara Scott, Marta Monzón. Ya son varios de esa generación noventera que han partido a Europa (Eduardo Calla Zalles y Wara Cajías Ponce viven en España; Lucas Achirico, en Polonia; César Brie, en Italia, Bia Méndez Peña, en Cataluña). Nota mental: la lista de escritores y escritoras bolivianas exiliadas es (aún) más larga.
Ambos, Carola y Mario, fundan en 2017 la compañía de teatro Spirale. Su primera puesta en escena en el país galo es Fando y Lis del dramaturgo español Fernando Arrabal. La segunda es Le journal intime de Adam et Eve, adaptación de textos de Mark Twain; estrenada en 2021 en el teatro La Croisée des Chemins. Dirigida por Mario y actuada por Carola y el actor francés Julien Grisol sube a escena en el Festival Off de Avignon, donde es seleccionada por la prensa como una de las 10 mejores del certamen, entre 1.600 presentaciones. Le journal intime de Adam et Eve lleva más de 100 representaciones desde su estreno en 2022 en el teatro Théo Théatre de París.
“Para mí, el teatro es un camino sagrado, un fuego interior. El trabajo del actor es el de ser un profeta guardián del fuego sagrado para la humanidad y que cada gesto, cada sonido o simplemente la presencia de un actor en escena debe estar en diálogo permanente con el ser profundo tanto propio como de cada persona del público”, me dice Mario mientras se clava dos expresos en el café Wayruru de la plaza Abaroa.
“La diferencia entre Bolivia y Francia es el público. Acá, en La Paz, te van a ver los familiares, ni siquiera los amigos y los colegas de profesión acuden. Ahora están de moda los musicales y los ‘stand up’. Es una cuestión de número. En los musicales son 50, multiplica por tres o cuatro familiares y ya tienes el teatro lleno. En Francia el ‘folklore’ es ir al teatro. Existe un hábito. En París no paro nunca, no te lo puedes permitir, he aprendido a sobrevivir, es ensayar y trabajar como jefe técnico, es el rigor extremo. Vivo el presente para estar preparado”.
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Regresará estos días a Francia, donde acaba de ganar la ultraderecha en la primera vuelta de las elecciones legislativas (hoy domingo se vota en segunda). Vuelve preocupado (y combativo): “Es una sensación de alerta, porque el ascenso de la extrema derecha (en cualquier país) pone en peligro la cultura propia, la diversidad cultural y los derechos de muchas personas. El hecho de que ocurra en Francia, que es el país de los derechos del hombre, de la libertad, igualdad y fraternidad, me dice que estamos en peligro todos y que tenemos que resistir cada uno desde su lugar y a quienes nos toca hacerlo desde la escena. abriendo diálogo, ampliando horizontes, diciendo alto, claro y fuerte: ¡no pasarán!”.
Mario Aguirre ha pasado un mes en la ciudad de La Paz. Ha impartido un taller de teatro (en Casa Grito) a media docena de chicos y chicas que eran/son como él hace 30 años. Los ha dirigido en el trabajo final del curso, han puesto Bodas de sangre de Federico García Lorca. Siempre soñó con vivir del teatro y ahora lo ha logrado, después de barrer muchos escenarios. No sabe lo que viene por delante. Solo sabe que el aprendizaje no tiene fin; que el teatro seguirá iluminando su vida. Solo sabe que ha visitado la tumba de su madre.
Texto: Ricardo Bajo Herreras
Fotos: Ricardo Bajo Herreras, Mariana Bredow Vargas, Bia Méndez Peña y Mario Aguirre Pereira