Deadpool & Wolverine
Imagen: Internet
Imagen: Internet
La cinta de acción y humor de Shawn Levy se guía básicamente por el marketing
Trigésima cuarta película del denominado Universo Cinematográfico de Marvel (MCU) y secuela de Deadpool (dirigida el 2016 por Tim Miller) y Deadpool 2 (realizada el 2018 por Tim Leitch). Esta tercera parte de la trilogía, encargada a su vez a Shawn Levy, ya había sido proyectada junto al primer episodio. Sin embargo, en el interín, específicamente en 2019, el estudio 20th Century Fox, productor de los dos primeros episodios, fue adquirido por Disney, desembolsando 70 mil millones de dólares y dando lugar a sucesivas postergaciones, supuestamente causantes de honda y creciente decepción en los seguidores del asunto ansiosos, asimismo presuntamente, de reencontrarse con el superhéroe, luego mutado en antihéroe.
Tal frustración empero solo pareciera haberse traducido en el engorde sin pausa de la ansiedad multitudinaria, según puede colegirse al constatar que en la desenfrenada competencia de las productoras por el mercado, ya que, en plena contienda con Intensamente 2 y Mi Villano Favorito 4, el pastiche de Levy ya llevaba embolsada pocas semanas después de su estreno una cifra superior a los 600 millones de dólares.
Si bien todos estos pormenores podrían despertar en el lector la pregunta de qué diablos tiene que ver todo ello con una crítica cinematográfica, en realidad la hace rato insufrible, y al parecer irrefrenable catarata de secuelas y precuelas tampoco tiene gran relación con el cine, entendido de manera distinta a la de una pura jugada de marketing. Prueba contundente, adicionalmente del atontamiento masivo inducido en el grueso de quienes se precipitan a las taquillas en afán de saciar su voracidad con ingentes cantidades de lo mismo ya visto antes. Y pobre de aquel espectador que dejó de engullir los capítulos precedentes, o los borró merecidamente de su memoria, viéndose condenado en uno y otro caso, a no entender un ápice de cuanto transcurre en la pantalla, aun cuando no sea tampoco mucho.
La perplejidad eventualmente provocada por el referido insaciable apetito masivo por seguir estas sagas de superhéroes, se ahonda en el caso de Deadpool & Wolverine si uno se fija en su ficha técnica. Allí figuran cinco guionistas, y aun cuando ello puede conducir a preguntarse si semejante cantidad de manos que se metieron en la masa era necesaria para amasar semejante engendro, posiblemente de lo peor en la ya de sí opinable, o si se prefiere, misérrima, lista de ingredientes del universo Marvel, en buena medida ello permite entender porqué el producto final semeja una mescolanza de ingredientes argumentales muy poco, o mal, combinados.
Otro dato. Ryan Reynolds, el intérprete canadiense del personaje Wade Wilson, alias Deadpool, y su par australiano Hugh Jackman —quien personificó en nueve ocasiones a Logan, alias Wolverine, y que afirmó siete años atrás, que nunca volvería a meterse en la piel del personaje—, ambos ya bien entrados en años, son amigos íntimos en la vida real y deseaban tener la oportunidad de trabajar juntos en alguna película. Convencieron pues, vaya a saber cómo, aunque el primero de los citados figura en la lista de productores del film y esa puede ser una de las claves de cómo persuadieron a Disney de entrelazar los precedentes de las historias de sus personajes. Ello facilita comprender asimismo el motivo por el cual la trama no deja en momento alguno de parecer tan forzada y ayuna de sentido.
El único común denominador de los desarticulados trozos argumentales fue al parecer la intención de jugar con el derribo de la cuarta pared. Tal término, originalmente utilizado en el ámbito teatral, alude al muro imaginario interpuesto entre el espectador y lo que ocurre arriba del escenario, a fin de evitar que se confunda ese ocurrir ficticio con un suceso de la vida real. El mismo ha sido adoptado por algunas corrientes cinematográficas adversas a la inmersión acrítica del espectador en las narraciones, procurando, por el contrario que aquel no deje de percibir las más o menos explicitas alusiones puntuales al mundo real y sus aberraciones o contrasentidos.
Así, por ejemplo, en el trabajo de Levy desde el principio, a través de varias conversaciones irónicas, la película se mofa de las conjeturas acerca del multiverso, o sea de la supuesta existencia de otros universos, distintos al terráqueo, hacia los cuales suelen dirigir sus pasos los superhéroes para frenar a villanos empeñados en conquistar la tierra.
Sin embargo, mostrando cuantos hilos sueltos dejó el armado de la trama de Deadpool & Wolverine poco después de haberse burlado de dicha premisa dramática, el relato se zambulle de lleno justamente en una aventura épica nutrida precisamente de la suma de las descabelladas conjeturas alusivas a esos “otros mundos”.
Un rezongante, quejoso, Wade, abandonado por su novia, pareció haber puesto fin a sus días como superhéroe para dedicarse a la venta de automóviles, sin dejar tampoco de tratar infructuosamente de sumarse a las filas de los Avengers —no vaya a olvidársele al respetable que esos también son criaturas Marvel—, de modo que acaba siendo reclutado por el temible conspirador británico Paradox, quien le encomienda ponerse a la cabeza de un plan para arrasar —por piedad, asevera— con ese universo en decadencia, languideciente frente al multiverso. No obstante Deadpool, zafando de la tentación de convertirse en el Jesús de Marvel, reacciona y revive al ahora cascarrabias Wolverine para enfrentar juntos, sobreponiéndose a sus respectivas reticencias, semejante conspiración contra el planeta tierra.
No obstante el conflictivo encuentro del dúo se atora en un repetitivo croquis sin avance hacia ninguna parte, dejando al descubierto la ausencia de cualquier idea útil para imprimir una pizca de sentido dramático en el tramado de un argumento carente de norte.
También puede leer: Amor por el terror de los 80
De la antes referida decadencia terrícola busca dar cuenta la ambientación en un escenario lleno de ruinas, denominado Vacío, donde se halla afincado el imperio dictatorial de Cassandra, semejante a un enorme panóptico, donde, al pasar pueden verse los restos de la estatua de la libertad y otras referencias visuales a los símbolos de la civilización occidental en uno de los incontables apuntes sarcásticos que no pasan empero de ser bocetos de ideas dejadas a medio desarrollar.
La arbitrariedad dramática preponderante en esas idas y venidas de un multiverso convertido, por la pura procura de ingresos de una industria del entretenimiento enfangada hasta el cuello, en un bucle maleable a capricho de guionistas y directores reducidos a la condición de fabricantes de productos de consumo condenados a ser desechables no bien puestos a la venta, donde los muertos reviven por milagro y los malos mutan asimismo porque si en lo contrario, estereotipo estirado a extremos inauditos en la ocasión, pasando también sin transición discernible de los diálogos solemnes a la efusión sangrienta en gratuitas escenas de brutalidad desatada.
De hecho el entorno de Cassandra se prestaba para una exploración más incisiva, pasada por alto sin justificación discursiva apta para desentrañar el motivo de tal omisión. Y lo propio ocurre con el personaje de Daphne Keen, seguramente imaginado por alguno de los aludidos cinco guionistas, pero dejado súbitamente a medio hacer por causas de igual manera exentas de soporte lógico.
Igualmente, en el colacionado, aparente, afán demoledor de la cuarta pared los, dizque, irreverentes, reiterativos eso sí, chistes verbales diseminados a modo de aderezo humorístico por las escenas de acción aluden al consumo de cocaína, a diversos tópicos eróticos, e incluso, con un aguado énfasis autocrítico, a las maniobras de Disney para englutir la Twentieth Century Fox.
Por lo demás tampoco escasean los guiños paródicos hacia el viraje de 360 grados de los roles de género, puesto que en la ocasión los villanos, con una que otra excepción, son sustituidos por las villanas, curiosa y disparatada maniobra narrativa para insinuar, con extraviado acento, una suerte de simpatía con las demandas feministas.
Y puesto que aludí a los guiños cabe puntualizar cómo estos se van sumando, dispersos empero, a lo largo de las dos horas y ocho minutos que Levy se tomó para intentar, sin éxito, desarrollar una historia cuya trama no alcanza empero en ningún momento a quedar articulada de manera convincente.
A superar tal endeblez tampoco ayuda el estilo visual de la puesta en imagen. Los primeros planos y las escenas nocturnas fueron tratados apelando a una gama cromática refulgente con tonos predominantemente saturados, entretanto en las secuencias diurnas se apeló a una monocromía deslavada y falta de la más mínima creatividad. No faltan, ¿cómo podrían faltar? los efectos especiales, mas son de una chatura impensable a estas alturas.
Mucho menos contribuye a la consistencia dramática la construcción en una suerte de tres capítulos de la historia puesta en pantalla que al pasar, casi al vuelo por el segundo de aquellos, saltando en realidad del primero al tercero, deja en el camino sueltos varios hilos reducidos a cameos inconclusos, semejantes a meros rellenos inconsistentes diluidos enseguida cual si fuesen momentos que el montaje olvidó remitir al archivo.
Por lo demás, eso que ha sido bautizado como romper la cuarta pared vale expresivamente si viene asociado a la sorpresa, pero se vuelve un gesto insípido en caso de repetirse una y otra vez. El mejor ejemplo de la dicha gratuidad lo proporciona Deadpool & Wolverine. De tal suerte quizás el papelón de Levi sirva cuando menos como ejemplo pedagógico para aspirantes a guionistas y realizadores transmitiéndoles el sinsentido, o mejor el contrasentido, de semejante reiteración
Por lo dicho o sugerido queda claro que, en este otro, casi por entero, errático eslabón de la ya en exceso larga cadena de traslados de los cómics Marvel a la pantalla las intenciones superan con largueza a los resultados. Lo cual desde luego no desalentará a la empresa en su tiempo fundada por el tío Walt de seguir estirándola dadas las apetitosas cifras ingresadas en la taquilla.
Para acabar desvalorizando del todo ese llamado a romper con el ensimismamiento de la platea solo faltó la decisión de Levy de poner antes de cada uno de los momentos apuntados en esa dirección el cartel: ¡Atención!, o bien pedir a sus intérpretes mirar hacia la cámara con un gesto facial de complicidad, aun cuando esto último se da en más de una ocasión al discurrir esa trama pegada con saliva que, en definitiva, daría la impresión de haber sido fabricada por algún algoritmo desprovisto de toda capacidad de parir algo interesante o mínimamente entretenido.
Ficha Técnica
Título Original: Deadpool & Wolverine – Dirección: Shawn Levy – Guion: Ryan Reynolds, Rhett Reese, Paul Wernick, Zeb Wells, Shawn Levy – Personajes creados por: Rob Liefeld, Fabian Nicieza – Fotografía: George Richmond – Montaje: Shane Reid, Dean Zimmerman – Diseño: Ray Chan – Arte: Victoria Allwood, Tim Blake, Liam Georgensen, Chris ‘Flimsy’ Howes – Música: Rob Simonsen – Efectos: Vince Abbott, Oliver Gee, Thomas Gude, Scott Tite, Roy K. Cancino, Gary Merrington, Sabrina Gagnon, Neeti Jain, Jeanie King – Producción: Kevin Feige, Shawn Levy, Ryan Reynolds, Lauren Shuler Donner, Mitchell Bell, George Dewey, Louis D’Esposito – Intérpretes: Ryan Reynolds, Hugh Jackman, Emma Corrin, Matthew Macfadyen, Dafne Keen, Jon Favreau, Morena Baccarin, Rob Delaney, Leslie Uggams, Jennifer Garner, Wesley Snipes, Channing Tatum, Chris Evans, Henry Cavill, Wunmi Mosaku – EEUU/2024
Texto: Pedro Susz K.
Fotos: Internet