Jaime Reyna, medio siglo de cumbia
Imagen: ARCHIVO JAIME REYNA
Imagen: ARCHIVO JAIME REYNA
El director de exitosos grupos y compositor de la célebre canción ‘Añoranzas’ regresa a los escenarios
Es uno de los músicos más prolíficos en la fragmentada historia de la cumbia boliviana. Formó parte de un abanico de agrupaciones que le pusieron ritmo y sustancia a ese género que invita al jolgorio y amargura en similar sintonía. Hace poco cumplió años, retornó del confinamiento sonoro después de una larga pausa con nuevo material, además de, como si fuera poca cosa, celebrar su medio siglo de música y más música. Jaime Reyna (20-6-59) es el autor de una infinitud de compases en una fiesta que nunca termina.
Una dificultad visual desde su niñez fue la intro para desarrollar un oído portentoso. Sus padres Olga y Hugo fueron los primeros receptores de aquella mala noticia sobre el pequeño Jaime, que corría el riesgo de perder la vista por completo en sus primeros años de escuela. Con aquel deterioro, sus papás empezaron a sobreprotegerlo en extremo, y ese niño introvertido empezó a generar, casi de modo inevitable, una vida tan privativa como solitaria. “Me cuidaban mucho y no tenía otra que quedarme en casa, no podía compartir ni jugar con otros niños por mi problema de la vista. Me la pasaba escuchando radio y la música que transmitían”, recuerda hoy.
En esos años de chiquillo, la música de moda estaba marcada por los compases del tango argentino, el bolero peruano, el folklore nacional y la recién arribada cumbia colombiana. Y empezó a mostrar un gran interés por aquellos sonidos, imitando su ejecución con lo que encontraba en casa y también tratando de copiar aquellas exclamaciones de tristeza-alegría. Don Hugo, su padre, conmovido por la fascinación de su hijo, le compró un charango de juguete en una feria de Alasita, con el que “Jaimito” empezó a practicar y a demostrar una habilidad inusual en modo autodidacta. “Empecé tocando lo que podía, como una forma de entretenimiento; en mi casa había discos de Ernesto Cavour y otros folkloristas, a quienes trataba de copiar. Y así fue como empecé a sacar canciones de otros”.
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A los diez años, Jaime formó, junto a otros chicos, su primer grupo folklórico llamado Luz, con el que interpretaba temas de sus ídolos locales, además de forjar de a poco su presencia sobre el escenario. Jaime era un chico tímido y le costaba mucho enfrentarse a una gran audiencia. Pero a la luz de sus evidentes dotes musicales (empezó a practicar con otros instrumentos como la guitarra y el órgano), el muchacho de lentes aún anhelaba reestablecer su visión y retomar los estudios para lograr una profesión, objetivo que le significaba una tarea muy dificultosa. “Mi padre me hablaba mucho y en una ocasión me dijo que iba a ser muy difícil cursar la universidad, y que trabajar también iba a ser complicado. Por otro lado intenté aprender música con tablaturas, un profesor me daba los pentagramas, pero no lograba leerlos. Pese a todo, no podía darme por vencido”. Y Jaime continuó con su manía de musicólogo.
Acordes de cambio
Llegada la década de los años 70, la música “nuevaolera” había impactado entre las nuevas generaciones del país y nadie podía mantenerse ajeno a ese movimiento. Entre ellos Jaime, que también asumió la moda del pelo largo, los zapatos con taco alto y los pantalones con el botapié ancho. “Hubo toda una ola de grupos que aparecieron tocando ese estilo. Mi padre me había comprado un órgano Chronos que realmente fue una maravilla para mí; podía extraer sonidos modernos, increíbles, e ingresar en algún grupo con esa música electrónica y muy bailable”.
Hacia 1978 se vivían vientos de cambio en el ambiente; se pusieron de moda las discotecas y grupos como Luz de América, Circus y Los Signos eran las estrellas del momento. Este último, a través de su líder cantante Efraín Salazar, convocó a Jaime a unírseles con exitosos resultados, aunque el ya tecladista tenía otros planes relacionados a la ejecución del género cumbia. “Tuvimos una actuación donde compartimos con la Orquesta Swingbaly, la mejor de esos tiempos. Entonces se me acercó el cantante Luis Fernando del Río, que me invitó a que toque el teclado con ellos, que eran muy exitosos con su orquesta de trombones, trompetas, saxos, en fin, era muy complicado, pero aún así me presenté con ellos en algunas oportunidades”.
Pero Jaime tenía un objetivo: dar vida a un grupo donde él tuviera la batuta. Y de esa manera, a mucho fregar, dio vida al grupo Los Puntos, con un vocalista de pasado rockero: Jorge Eduardo. “Jorge tenía, tiene una voz muy poderosa. Él cantaba rock, música disco y también baladas. Cuando empezamos fuimos una gran novedad para todos, tuvimos muchos éxitos y presentaciones con público abarrotado, grabamos varios discos con canciones como A mover el esqueleto y Sin documentos. Los Puntos fue un gran grupo con Jorge, quien luego empezó una carrera solista con mucho éxito. Luego lo reemplazamos con otros cantantes de la misma talla como Juan Carlos Aranda, quien grabó canciones como Yo triste y tú riendo o Infiel, dueño de una excelente voz que lamentablemente falleció hace ya algunos años”.
Ya se habían iniciado los años 90 y tras la disolución final e inevitable de Los Puntos, Jaime nuevamente se encontraba a la carga con la idea de dar vida a una nueva agrupación, que superara lo hecho hasta ese momento. Mientras buscaba en el ambiente, casi por casualidad dio con el que sería el futuro cantante de unas de las agrupaciones más grandes de la cumbia boliviana. “Me encontraba en una verbena donde se presentó un grupo de mariachis. Cuando su cantante empezó a cantar realmente me sorprendí: tenía una voz con mucho sentimiento que transmitía”. Aquel fenómeno era David Castro, la voz que iba a identificar de ahí en más al nuevo proyecto del ya afamado Jaime Reyna: Los Brothers.
“Yo ya me había retirado de Los Puntos, y pensaba hacer algo de música con amigos cercanos. Contaba con Arana, pero no había nada seguro. Él colaboraba con otros grupos, se iba de gira y en un momento nos dejó. Lo reemplazamos con Henry Balcázar, que también tenía otros grupos y la cosa no era muy estable. Hasta que encontramos a David, del Mariachi Gavilán, quien en un principio dudó en cambiar de esas canciones mexicanas a cumbia. Pero ya con él, allá por el año 1993, comenzó la historia de Los Brothers”, recuerda el director del grupo.
Con esta formación, el nuevo proyecto del prolífico compositor rompió todos los esquemas. Jaime se introdujo en el campo de lo poco convencional, si de lírica cumbiera se trata. Y compuso una canción que trascendió límites y tiempos al tratar un tema social que atañe a todos los bolivianos: la eterna migración por un mejor destino. “Estábamos volviendo de una gira en Brasil donde tocamos para la colectividad boliviana; se nos acercaron muchos compatriotas y yo advertí que muchos tenían mucha nostalgia por nuestro país que extrañaban, pero que por muchas razones no podían volver”. Y así fue como
Jaime compuso Añoranzas, en letra y música, un himno que reproduce lágrimas para aquellos que experimentan el desalmado desarraigo. “Yo sentí lo que sentían los bolivianos en el exterior. Y esa fue una de las canciones que más satisfacciones me ha dado a nivel personal”. El tema fue un himno y sus presentaciones requirieron el mayor esfuerzo de Jaime, incluidas giras por el exterior. Y aquel tremendo ajetreo exprimió todas las fuerzas del músico que decidió tomarse un descanso. Hasta nuevo aviso.
El outro
Cuando todos pensaban que Jaime Reyna había cortado todos los micrófonos, tras varios años sin volumen alguno, el gran tecladista y compositor anunció su retorno en gran dimensión. Extrañaba hacer lo que siempre lo mantuvo en pie, así que, en silencio mute, anduvo planeando un retorno a su medida. Entonces anunció su redención con un título más que sugestivo: Reyna Chicaloma. Y es que la Reina aún vive. “Yo ya había terminado con Los Brothers y estaba decidido a abandonar la música. No podía exponer mi salud, mi bienestar ni mi familia, porque ser director siempre acarrea muchas responsabilidades. Hasta que apareció una persona que se ofreció continuar con el legado”.
Aquel avezado personaje es Denis León, un joven afroyungueño con quien Jaime, en un sentido homenaje a la comunidad afroboliviana, creó la Sociedad Artística y Cultural Adictiva Pasión para proseguir con sus actividades artísticas, de la cual nació la canción que significa el retorno del músico a la escena. “Hemos querido fusionar la cumbia con la saya. En este tiempo, muchas veces cambié la letra y es un trabajo que me ha llevado casi seis meses. Ahora vamos a presentar la primera de muchas propuestas junto a la sociedad que formamos con Denis”, dijo Jaime a fines de junio pasado, con la mirada al infinito que siempre lo caracteriza. Como su música, que lo trasciende todo.
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Texto: Marco Basualdo
Fotos: Archivo Jaime Reyna