Emergencia y sentido de la historia intelectual
Imagen: LIBRERÍA EDITORIAL SUBTTERRANEA
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Fernando Molina prologa el libro ‘Disenso. Memoria de un debate político. Marcelo Quiroga-Guillermo Lora’ de Yolanda Téllez
Una de las áreas historiográficas menos desarrolladas en Bolivia es esta en la que se inscribe este libro, la historia intelectual. A priori, entonces, esta publicación es una buena noticia para los estudios bolivianos.
El retraso de la historia intelectual boliviana es una de las consecuencias de una mentalidad colectiva volcada a la práctica antes que a la reflexión y la planificación, y tiene por tanto un carácter estructural. Este practicisismo, que es el resultado directo de la pobreza económica de Bolivia, se manifiesta colateralmente como inmediatismo, incapacidad de salir de las coyunturas del momento, y está asociado a la debilidad de la historiografía en general, pero sobre todo de la dedicada a la reconstrucción de los procesos discursivos pasados, así como de la vida intelectual y sus personajes.
Tampoco ha habido muchos intelectuales en nuestro país, para ser claros, justamente por estas mismas razones. El practicismo se ha traducido, en cierta medida, en antiintelectualismo.
Aunque los personajes públicos de nuestro país normalmente han necesitado presentarse como poseedores de la cultura europea-estadounidense y como expertos en leyes o economía, porque de esta manera han podido enrolarse en la élite nacional y dirigir al pueblo, los escritores y, sobre todo, los escritores versados en el conocimiento de lo nacional y comprometidos con la búsqueda de la verdad científica, siempre han escaseando en Bolivia.
Esta falta de intelectuales está relacionada pero no se confunde con el retardo de la actividad académica del país. En realidad, este es mayor que aquella. Ha habido más “intelectuales” de gran envergadura —en el sentido convencional del término, es decir, operadores de ideología— que grandes académicos.
Este es el caso de los dos personajes que se contraponen en este libro, Guillermo Lora y Marcelo Quiroga Santa Cruz, que no hicieron trabajo universitario, pero en cambio produjeron una obra referencial en varios campos (los discursos marxistas; la política de los 40 y 50, en el caso de Lora, y de los 60 y 70, en el caso de Quiroga; la historia del movimiento obrero boliviano).
Lora no introdujo el trotskismo en nuestro país, pero en cambio lo desplegó con mayor energía y elocuencia que cualquiera de sus predecesores y herederos. Así lo testimonian los 60 tomos de sus Obras Completas, publicadas en 1994. Y, sobre todo, la redacción y aprobación que él gestionó de la célebre Tesis de Pulacayo, seguramente el documento sindical más importante del país, en el que se perfila una recepción nativa de la teoría de la “revolución permanente” del creador del Estado soviético León Trotsky.
Quiroga, considerado uno de los más importantes escritores nacionales por su novela Los Deshabitados, se inclinó hacia el marxismo desde finales de los años 60 y fue uno de los más importantes críticos de la dictadura de Hugo Banzer en los 70. También fue el impulsor del juicio de responsabilidades contra Banzer, una iniciativa que le costaría la vida el 17 de julio de 1980. En esta luctuosa fecha, Quiroga resultó asesinado por los paramilitares de Luis García Meza, quien entonces tomaba el poder para establecer la última dictadura militar de ese periodo. Todo indica que lo mataron por orden de Banzer, que tuvo una relación política nunca admitida con el “gobierno de reconstrucción nacional” de García Meza.
Durante su corta vida, Quiroga alcanzó a escribir, con brillante pluma, varios libros que se constituyen en la expresión más nítida de la “teoría de la dependencia” en Bolivia. Esta doctrina, en choque con la concepción estalinista de Bolivia como una economía dual entre un área semifeudal y otra capitalista extractivista, planteaba que las relaciones entre los distintos modos de producción eran tales que la economía podía concebirse como unitariamente capitalista, con el área pobre subsumida en el área rica. La conclusión estratégica de los marxistas dependentistas se distinguía claramente de la estrategia política estalinista, es decir, de la de los partidos comunistas. Esta aceptaba la posibilidad de una revolución anti feudal acaudillada por la burguesía, mientras que los dependentistas la creían imposible. La interrelación de los distintos sectores económicos semicoloniales hacía que no existiera algo así como un espacio feudal; lo que había, en lugar de eso, era un tipo de capitalismo, el capitalismo dependiente, que poseía al atraso rural no como una carencia o una disfunción, sino como un aspecto indisoluble de su propia naturaleza. La burguesía no deseaba la revolución, porque su forma de vida estaba enraizada en el capitalismo dependiente vigente. Por tanto, la única transformación posible sería directamente socialista.
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Esta caracterización, que era la del partido socialista y la de Quiroga Santa Cruz, no estaba muy lejos de la del trotskismo. La revolución permanente consiste, justamente, en la transformación de la necesaria revolución burguesa, dentro de un solo movimiento, en revolución socialista. Esta transformación se debe a su dirección, que es la del proletariado, la única clase revolucionaria en la etapa imperialista del capitalismo. La burguesía, en cambio, está abocada a la reacción y a la complicidad con el imperio. Como se ve, la analogía entre ambos planteamientos es clara.
Pese a ello, Lora y Quiroga, como se verá aquí, aunque colaboraron superficialmente en la lucha contra la represión militar, tenían múltiples diferencias, por ejemplo respecto a la participación en las elecciones que se comenzaban a dar en ese periodo de difícil transición de la dictadura a la democracia.
Estas diferencias saldrían a luz en el “foro debate” de diciembre de 1980 (siete meses antes de la muerte de Marcelo) que ambos realizaron en la facultad de economía de la Universidad Mayor de San Andrés.
Tomando como pretexto este encuentro, del que desgraciadamente solo queda una memoria parcial, el texto de Yolanda Téllez presenta tanto el contexto histórico en el que se produjo —en un capítulo denso que espera por un desarrollo autónomo — y también hace una presentación histórica de los partidos políticos representados por los dos “campeones” que entrecruzaron espadas retóricas aquella noche de finales de 1979. Dos buenos oradores, dos hombres cultos y sumamente convencidos de lo que pensaban. Dos personajes históricos y dos intelectuales memorables del país.
Comenzaba entonces una década que sería fatal para la izquierda boliviana e internacional, en particular para la izquierda marxista. Ese año, como hemos dicho, moriría Quiroga Santa Cruz; cuatro años después pasaría lo mismo con René Zavaleta; al fin del decenio caería el muro de Berlín y, con él, el marxismo militante tal como había sido hasta entonces.
Hoy este es, para nosotros, un mundo perdido. Aquí se vuelve a vislumbrar. Tal es la magia de la historia. La historia del marxismo es una historia de intelectuales que siguen, critican y reinterpretan a otros intelectuales. Es, entonces, historia intelectual por excelencia. Quienes amamos esta disciplina, aplaudimos que Yolanda, que ya nos había enseñado a escuchar a Marcelo, haya dedicado su tiempo de joven investigadora a hacer esta reconstrucción.
Volvamos a ese tiempo, entonces, muy distinto del nuestro, en el que todos los intercambios políticos se cargaban de un sentido ideológico de alto nivel.
*’Disenso. Memoria de un debate político. Marcelo Quiroga – Guillermo Lora’ se vende en Librería Editorial Subterránea (Ed. Torres Ferrari, Local 7.Av. 6 de Agosto, lado Casa Montes).
Texto: Fernando Molina
Fotos: Librería Editorial Subtterranea