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Adulterio

/ 1 de septiembre de 2024 / 05:58

Un análisis de la trilogía literaria conformada por ‘La Regenta’ de Leopoldo Alas, ‘Anna Karenina’ de León Tolstoi y ‘Madamme Bobary’ de Gustav Flaubert

La trilogía del adulterio está compuesta por La Regenta de Leopoldo Alas, Anna Karenina de León Tolstoi y Madamme Bobary de Gustav Flaubert. Las tres son novelas de larga extensión, en las que dan cuenta de un mundo. Sólo en un caso se utiliza un nombre de ficción para referirse a la realidad. Alas nombra Vetusta a la ciudad donde se desarrollan los acontecimientos, pero se sabe que el lugar que tuvo en mente a la hora de escribir su gran novela fue Oviedo. Dos de las protagonistas comparten el mismo nombre para la protagonista (Anna).

Las tres hacen de los personajes masculinos que son engañados, seres mezquinos, mediocres en sus oficios y con ínfulas de grandeza. Son fácilmente detestados por el lector e incluso se llega a sentir un poco de lástima por ellos. Pero son ellas las verdaderas constructoras del mundo, porque bajo sus deseos cubiertos y visibles, logran al mismo tiempo, describir, analizar y explorar su tiempo y sus circunstancias.

Gustave Flaubert Ruan (Francia), 12 de diciembre de 1821- Croisset (Francia), 8 de mayo de 1880
Gustave Flaubert Ruan (Francia), 12 de diciembre de 1821- Croisset (Francia), 8 de mayo de 1880

Las ciudades que nos presentan sufren transformaciones sociales y políticas (La Regenta), económicas y desarrollistas (Anna Karenina) y políticas además de científicas (Madamme Bobary). Es conocido el pasaje de los comicios agrícolas de la novela de Flaubert gracias, sobre todo a La orgía perpetua, el ensayo que Mario Vargas Llosa dedicara en su día a la novela que para él lo cambió todo. Y es que en la novela el mundo de la política y sus respuestas frente a la expansión imperial y la demanda de democracia es fantasmal. Su presencia, más que verse, se intuye. Y se presenta en menor medida que en La educación sentimental, donde lo político es el eje sobre el cual se desarrollan sus dos hilos argumentales. En Madamme Bobary, en lugar de ser la política y lo político el centro del debate, se presenta el de la ciencia. Con los avances en medicina inicia la novela y aunque el autor se demora más de una quinta parte del libro en presentar este acontecimiento lo hace con la única finalidad de describir con todo detalle a Charles Bobary, marido de Emma.

Es él quien no puede ser más que un mediocre medico de provincias, y no logra entender los avances de la ciencia y las transformaciones en el orden de la medicina, tratamientos y cirugías. Se resiste a pesar de su juventud en ingresar a la modernidad.

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Por su parte, el mundo militar es de nuevo explorado en la novela de Tolstoi, pero su visión no es tan exhaustiva como en La guerra y la paz, porque los militares aquí son aquellos personajes de carácter y no de destino, que sirven para exponer las reformas políticas y agrícolas que afronta Rusia. La reforma sobre la tenencia, arriendo y uso de la tierra sirven como contrapunto a la intriga de celos, romance y ambición que cubre la vida de Anna Karenina.

En clave de sociología del desarrollo la novela se podría leer como una obra de ficción en la que se ponen ideas que luego serán desarrolladas por Maurice Godelier y Karl Polanyi. Pero, esos debates no le restan fuerza a la novela, hacen, al contrario, un universo más rico intelectual y emocionalmente justificado, porque al leer los debates políticos, económicos, entendemos las motivaciones de los personajes y cómo las fuerzas conservadoras de los ricos sobre los pobres se hacen presentes. Así descubrimos que la protagonista de Tolstoi está motivada por el deseo, por la pasión y por cierto sentido altruista y revolucionario, intentando encontrar razones para que el mundo y la distribución de la riqueza sean diferentes.

Y es aquí cuando La Regenta, Ana Osores, es importante. Primero porque también ella está inconforme con el mundo que le ha tocado por suerte. El mundo de la restauración de la España del siglo XIX. Un tiempo en el que las costumbres, la moral y la identidad estaban marcadas tanto por la riqueza como por el apego a la doctrina católica.

Ana Osores no piensa sino en un modo de entender su mundo repleto de contradicciones, intrigas y apariencias. Está asqueada de ese mundo y pretende romperlo, pero no tiene el poder político para hacerlo, así que instintivamente encuentra que el amor fuera del matrimonio le abre nuevas esperanzas sobre un mundo que resulta más grande y provechoso que el de su ciudad. Este es el debate. No es que el adulterio suceda por las bajas pasiones, sucede porque en principio hay una seducción por el descubrimiento de algo más que aquello que se presenta de manera natural ante los ojos de la protagonista y ese algo más se encarna en dos hombres. Uno rico y viajero que pretende establecer una nueva forma de hacer las cosas y otro, anclado en la figura del magistral. Pero es la contundencia moral y sus dudas y miedos sobre sus propios deseos que hace del magistral el antagonista perfecto. Ambos serán la pareja sobre la cual Alas deposita lo bueno y lo malo, lo antiguo y lo nuevo, lo conservador y lo revolucionario, lo terrenal y lo celestial del mundo que habitan y del cual, cada uno a su manera desean dejar.

Las tres novelas muestran facetas distintas del mundo y del alma humana. Las pasiones no son los únicos motivos para ejercer el adulterio, pero él se presenta como insustituible ante la mirada de propios y extraños.

Las tres protagonistas no son mujeres de su tiempo, son de alguna manera precursoras del porvenir. Por ello, las tres tienen a lo largo de las novelas varias escenas en las que las encontramos leyendo. Se podría decir que mientras los hombres hacen la guerra y se dejan corroer por las intrigas, ellas leen. Leen, en principio, por aburrimiento. Pero luego, por conocer a través de la lectura, un poco mejor los temas sobre los cuales hablan los hombres. Y también leen porque encuentran que es la única manera de conversar intelectualmente con alguien que no les pide que guarden silencio y se dediquen mejor a los besos y al amor.

Otra novela sobre el adulterio que reclama en el acto de lectura un acompañamiento de la pasión. Pasión desmedida y que no guarda silencio es La letra escarlata. Quizá porque es una novela donde los libros y la lectura tienen sentido dado que se tratan de los soportes con los cuales se construirá el nuevo mundo. La novela de Nathaniel Howthorne sirve de contrapunto a las tres anteriores. Primero porque el puritanismo como perspectiva moral no impide que los personajes de la novela salten de las páginas y se los encuentre con más vida que los demás personajes. Además, Hester Prynne (la protagonista) no está narrada desde el punto de vista de un narrador omnisciente que lo conoce todo, sino que está contada por su propia hija. La novela por eso se da el lujo de dudar e ir a tientas en el descubrimiento de la infidelidad y no es tan enfática en algunas apreciaciones. La letra escarlata contiene además por su brevedad frente a las otras tres, rasgos que la hacen más veloz. Las descripciones son medidas y referidas al mundo que se descubre mientras se desarrolla la pasión. En La letra escarlata asistimos a otro tipo de castigo por la infidelidad: el estigma. La letra A que se borda para ser llevada siempre en el pecho.

Texto: Christian J. Kanahuaty

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Extrañando a Martin Amis

El destacado escritor británico fallecido a sus 73 años el 19 de mayo de 2023 ha dejado una obra de gran valor que ha marcado el camino de otros autores

El autor británico nació el 25 de agosto de 1949 en Oxford, Reino Unido. Murió el 9 de mayo de 2023 en Lake Worth Beach (Florida, EEUU).

Por Christian J. Kanahuaty

/ 4 de agosto de 2024 / 05:59

Llegué a Martin Amis por casualidad, como se llega casi siempre a escritores que serán definitorios para la formación de una escritura. Al principio no entendí muy bien qué pasaba en el libro que leía, pero con el tiempo y casi al finalizarlo, lo comprendí. Había un efecto de narrativa sobre el presente que mientras la narraba también lo distorsionaba. Me gustaba esa sensación que luego supe se llamaba “posmodernismo literario”. Y supe que él, junto con Ian McEwan, Julian Barnes y Kazuo Ishiguro, formaban la formación literaria de Gran Bretaña más interesante de posguerra.

Claro que luego caí fervientemente dentro del estilo de McEwan y me sentí mucho más cercano a su prosa que a la de Amis, pero hay algo que todavía siento que Amis nos entrega y no se logra entender a profundidad. Y es que en sus novelas hay una presencia violenta que siempre se manifiesta desde los estilos más extraños. El despertar sexual cubierto de ironía en El libro de Raquel, la voluptuosidad efímera del éxito en Dinero, en el que establece una fuerte crítica hacia el sistema de relaciones sociales que se fundan no sólo en el dinero como artículo que sirve para el intercambio, compra y venta de mercancías, sino como efecto de una imaginación que dota al dinero de una vitalidad que de por sí no tiene. O en su mayor expresión de delirante juego de espías, en que la historia contemporánea se mezcla con la alucinación y el deseo y que conjuga el centro de Campos de Londres, que es no solo una de sus novelas más largas sino quizá la más compleja y extraña, incluso en el fraseo y el lenguaje que usa para simbolizar el deambular mental del narrador. Luego Zona de interés, que es quizá ahora su novela más conocida y compleja, en que el terror adquiere cuerpo en distintas dimensiones de lo sensible.

Luego encuentras todo ese linaje de narradores que cruzan caminos con Amis, desde los americanos Bellow, Updike y Doctorow, hasta el mismo Christopher Hirchens, que en su autobiografía Hitch-22, narra buena parte de cómo se cimentó la amistad con Amis y narra esos episodios de loca juventud en la que ambos además de ser los jóvenes rebeldes de una nueva Inglaterra inmersa en el gobierno de Margaret Tatcher también estaban involucrados en el desmembramiento de una filosofía fundada en preceptos místicos y religiosos.

A Hitchens le alimentaba la llama del periodismo, mientras que el mundo de Amis pasa irremediablemente por la imaginación puesta al servicio del presente. Y es que cada autor posee un modo de escribir y una manera de establecer las conexiones ficcionales con lo real. Tal vez por eso sea el mundo de Amis un mundo al que es difícil ingresar en una primera instancia. Pero tras que el código se rompe y empiezas a pensar y hablar como él, las cosas resultan entre amigables y estimulantes.

Hay un aprendizaje estético y filosófico que se saca de la lectura de los libros de Amis. En primera instancia, olvida todo resto de melancolía y nostalgia por el mundo de ayer. Tras de eso, desnuda el presente y muestra que dentro de sus fisuras quizá exista belleza o quizá fealdad, pero ambas conviven en el mismo plano de igualdad, porque los seres humanos son ambas cosas al mismo tiempo. Luego de esa constatación, lo que resta es una prosa lenta, descriptiva y heredera de la novela victoriana en algunos aspectos y en otros de la posmodernidad: esa suma hace que en sus novelas la realidad siempre tenga pliegues sobre los cuales se pueda seguir indagando porque no hay una voluntad de arribar a una respuesta tal como sucede en ciertas novelas de Barnes o McEwan.

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A Amis las respuestas no le preocupan. Él está interesado en la formulación de la pregunta y puede demorarse 200 como casi 600 en su formulación. Lo que nos deja en ese camino es un rastro de la fisonomía del mundo visto desde distintos puntos de vista. Los ángulos desde los cuales trabaja tampoco están puros, están contaminados y llenos de espinas y malos olores.

Y cuando en marzo de 2023 el mundo recibió la noticia de la muerte de Martin Amis, muchos sintieron que se perdía no sólo un gran autor, sino que dejaba para siempre de existir esa parte de vida literaria que era capaz de burlarse del presente desde la más rigurosa y sólida investigación de aquello que por facilidad se puede llamar el espíritu del presente.

Pero es que también él era un cierto tipo de intelectual que podía escribir novelas, pero también ensayos sobre el mundo post 9-11. Alternar ambos registros le permitía estar totalmente a disposición de las ideas y de los argumentos antes que de las emociones y las percepciones amplificadas por los medios de comunicación. Lo suyo era la interrogación desde la presunción de culpabilidad que se imponía como el deterioro de algo más allá de la moral y la ética: el sentido de supervivencia.

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De alguna manera en sus novelas se demuestra que justamente, contrario a lo que se piensa, es el instinto de extinción el que guía muchas de las acciones de los hombres tras la Segunda Guerra Mundial. Y se refuta entonces el carácter nihilista que se haya querido atribuir a algunas de sus piezas de ficción. Cuando en todo caso, el tema que planea a lo largo de toda su obra es el arribo de un hombre con la suficiente capacidad mental para ver en perspectiva el amplio plano de la historia y el lugar que le toca desempeñar en él.

Amis, a diferencia de David Foster Wallace (otro escritor que además de novelas y colecciones de cuentos, escribía ensayos), no se centra solo en el mundo de la escritura de ensayos sobre literatura. A él le interesaba el mundo y los cambios sociales, políticos y económicos que estaban en el subsuelo de las transformaciones informáticas y tecnológicas. En ese sentido su ataque era similar al de Hitchens, porque su visión iba más hacia los procesos de acumulación del capital que hacia los efectos en el uso del tiempo de ocio que disponen los sujetos dentro de la estructura capitalista.

Así, es fácil extrañar a alguien. Ese alguien pone las contradicciones dentro de un nuevo parámetro para ser medidas, analizadas y exploradas hacia el futuro. Porque, esa es otra de las cualidades intrínsecas de la prosa que destila del ser que alguna vez fue Martin Amis: un riesgo en procura de la descripción pormenorizada del presente para intentar explicar cuáles serían los contornos que definirían el futuro tanto de la raza humana como del mundo que habitamos. El futuro era esa parte en su prosa que le otorgaba un fraseo lento y a veces veloz. Un fraseo que estaba pensado para demorar la siguiente página porque aún no estaba resuelta la presente.

Y era tanta su preocupación que incluso él mismo ingresa en ese terreno desde la autobiografía no exenta de ficción. Tanto en Experiencia como en Desde dentro, él toma todo el tiempo a su disposición para pensarse e intentar reconstruir momentos de su vida que siempre están atravesados por experiencias sociales mayores a su propia existencia. Él es solo un punto en medio de una narrativa mayor, pero su existencia es el ejemplo de cómo suceden las cosas cuando el tiempo es indeterminado.

Texto: Christian J. Kanahuaty

Fotos: Internet

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Se escribe para habitar

Un análisis sobre el más reciente libro del escritor boliviano Benjamín Chávez, llamado ‘Para alguna vez cuando oscurece’

Por Christian J. Kanahuaty

/ 14 de julio de 2024 / 06:38

El último libro de Benjamín Chávez, Para alguna vez cuando oscurece (Plural, 2022), está dividido en tres secciones: 1) Caja versalita, 2) Opúsculos sobre un país realmente mejor y 3) Para alguna vez cuando oscurece. El libro podría haberse llamado “Estancias”, dado que el recorrido que nos plantea el autor es eso, estancias a través de una forma de habitar el mundo y la escritura.

Ya sabemos que mucha de la poesía contemporánea que se cultiva en Bolivia y en la región es una larga y sostenida meditación sobre el arte de la escritura poética. Es la manera en que el poeta intenta hacer partícipe al lector de un oficio repleto de mitologías. La noche, el alcohol, las drogas, la promiscuidad, la soledad, etc., el repertorio es amplio y la canción ya la conocemos. Pero lo que no se reconoce con facilidad es el trabajo que implica trazar una emoción, un recuerdo o un instante observado desde el lenguaje.

El trabajo con el lenguaje está a su vez lleno de reminiscencias, resonancias, ecos, escrituras y reescrituras. Aquello que por facilidad ciertos entendidos llaman “intertextualidad”. Y que no es sino el ejercicio de poner a pie de página una anotación sobre algo que fue leído o entendido. Porque el principio motor de toda escritura es conectar. Y quizá ese aliento es el que nutre la segunda parte de este libro que está atravesado por distintas intensidades. Esta, que aparece en su segunda parte, es la intensidad intelectual. Una que remite a los pormenores de ciertas lecturas que dieron lugar a la escritura de los poemas que leemos. Luego esas lecturas se combinan con recuerdos de cosas, lugares y personas. Pero nunca está exento el registro de lo literario. El libro que remite a la persona, la persona que remite al momento, el momento que remite al libro.

Este orden de situación en el sentido en que todo está a punto de ser complementado y contemplado es el lugar sobre el cual se mueve la primera parte del libro. Y es también, donde encontramos los poemas más largos del libro. Poemas que bajo la forma del verso libre cuestionan tanto el oficio poético como el sentido del poema. Pero lo hace en un registro muy único y muy sincero. Chávez entiende que lo que está al medio de la lectura y la escritura (de poesía, se entiende) es cierto estilo de estar solo. Se sugieren ciertas renuncias y sus costos. Hay un entendimiento sobre que la palabra no aparece así nomás en el texto. Que se necesita tiempo, meditación, espera y calma para que la palabra aparezca en el poema como una flor en un jardín. Todo germina, sí, porque hay un ciclo de la vida que lo permite, pero también porque hay un esfuerzo en el cuidado constante que permite que el mundo no dañe el nacimiento de aquello que antes no solo no existía, sino que ni siquiera se podría imaginar que era necesario.

Los poemas de este libro son necesarios porque, en primera instancia provocan su relectura. En segunda, porque remiten a otros libros, otras lecturas, y tercero porque da un golpe sobre los supuestos de que cualquiera que escriba versos es un poeta. Aquí el resultado de la lectura puede ser desalentador para aquel que crea que escribir poesía es un vano afán del tiempo y la memoria. Se resuelve en esta primera parte del libro lo siguiente: todo oficio que es creativo poco a poco se encamina a relacionarse con la palabra y una vez que se la encuentra no queda más que su exploración y no hay otra forma mejor de explorarla que a través del poema. El poema es el artefacto que nos permite reencontrarnos con lo maternos como lengua y con lo divino en tanto encarnación de una sabiduría que nos precede y que, sin embargo, se hace presente en el poema. Entonces, el poema que vive en el interior del poeta es más sabio y más viejo que el poeta que porta momentáneamente la palabra para darle forma.

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Esa gratificante forma de entender la poesía es la que atraviesa todo el libro, pero se halla en el centro de esa primera parte. Y como se habla de intensidad, no hay como aquella que el poeta reconstruye a través de la memoria de las personas que le son importantes en su oficio y en el (a la Cesaré Pavese) oficio de vivir: este recuento se presenta en la tercera parte.

Y como recuento es también un canto. Canta con fervor, pero con la cautela que lo caracteriza a las personas que le son importantes. Hay momentos de gran emoción, otros de ternura insondable y aquellos que bien podrían ser robados porque son lo que alguna vez hubiéramos deseado decir antes del fin.

Son poemas que se cierran sobre sí mismos, pero que nos llevan de la mano a la primera parte. Y es que el mensaje se anuncia: toda vida está acompañada de personas ejemplares y con ellas se aprendió tanto a caminar como a hablar, pero solo una de ellas nos dio el verbo y con él se escribe la poesía que nombrará el mundo que conocemos y habitamos. El poema es como en uno de los poemas finales del libro, una lectura de las líneas de la mano del territorio sobre el cual desenvolvemos la vida. Y ese acto es libre. Es suficiente y primitivo, se nos dio la vida, luego la palabra y finalmente la libertad para hacer con ellas lo que quisiéramos. Y elegimos la poesía.

Benjamín Chávez, nació 1971 en Santa Cruz y se crió en Oruro. Ganó el Premio Nacional de Poesía 2006 por ‘Pequeña librería de viejo’.
Benjamín Chávez, nació 1971 en Santa Cruz y se crió en Oruro. Ganó el Premio Nacional de Poesía 2006 por ‘Pequeña librería de viejo’.

Quizá este libro resuma una trayectoria poética y pueda funcionar como un fin de ciclo. Y por consiguiente como la apertura de una nueva etapa. Quizá estos libros estén realmente hermanados con los demás poemas de Chávez. Puede ser que incluso, estos poemas sean reescrituras de viejos poemas, de antiguas lecturas; por lo que, no dejaría de ser importante subrayar el hecho de que reordenando la bibliografía este libro bien podría estar luego de Y allá en lo alto un pedazo de cielo (2003), porque de esa manera los anteriores se leen como un camino para llegar a este y Para alguna vez cuando oscurece sería el puente que nos conduce a los demás.

Siendo leídos de este modo los libros, más que poesía, lo suyo es una conversación larga y profunda sobre las contingencias de la existencia que algún erudito con ascendencia filosófica, solo para aligerar el mensaje que intenta dar decidió transmitirlo en forma de poemas.

No es casual ni muy usual que en nuestra poesía nacional existan proyectos consolidados antes de la muerte del autor, pero tenemos ante nosotros un caso extraño. Algo similar al de Eduardo Mitre, Jorge Campero o Marcia Mogro o Vilma Tapia. Poetas que han encontrado su lenguaje al mismo tiempo que su universo. Y cuando logran eso, la información que arrojan a través de sus libros ya no es sólo estética, ni poética. Es una información vital, emocional, sensorial y altamente física.

Los poetas que responden a esta genealogía saben que su cuerpo es transitorio, pero su arte no. Porque es un arte solo prestado. Antes le perteneció a otro, luego le pertenecerá a alguien más. La palabra pasa de mano en mano y como en este libro, el poema circula para habitar.

Texto: Christian J. Kanahuaty

Fotos: Archivo La Razón e Internet

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