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La novela total de Mircea Cărtărescu, revisitando Solenoide

Romanian poet and novelist Mircea Cartarescu gives a lecture of his book "Solenoid" during an event in Berlin on October 11, 2019.,Image: 478298457, License: Rights-managed, Restrictions: , Model Release: no

/ 12 de octubre de 2024 / 22:46

El autor reflexiona sobre el arte de novelar, a partir de la genial obra del rumano Mircea Cărtărescu.

El amor por un libro, una novela, se puede ratificar de muchas maneras. La mejor de ellas es afrontar su relectura de manera constante. La otra es profesar su fe a todos los cercanos. Quizá al final tenga que ver con el efecto de retroalimentación que no es otra cosa que imaginar la propia vida a la luz de esa historia. Sus palabras no son sólo palabras que conforman un sentido; son, ante todo, el único motivo por el que hemos llegado a este punto de nuestras vidas en el que un libro parece ser más importante que todo lo que nos rodea. Y su lectura nos implica de tal modo que rastreamos en el libro todas las referencias, signos, señales y mitos de origen que el autor ha vertido en él para complejizar una historia de por sí compleja.

Entonces lo que tenemos es, por un lado, la posibilidad maravillosa de encontrar el mito del libro inagotable. Aquel fantástico objeto que tras cada lectura siempre entrega algo nuevo. Como El Quijote, como Pynchon, como las mejores historias de J. D. Salinger y como el sentido de una prosa que se presenta pausada porque lo que tiene que mostrar es importante.

Pero luego la importancia deja camino a las referencias que la imaginación llevó al cine a través de paradojas y circunstancias que difícilmente podríamos vivir. Así nos acercamos a las películas de Christopher Nolan, o todas las biopics que tratan de científicos, avances nucleares y sobre las vidas atormentadas de pintores que vieron el mundo de forma distorsionada.

Y si la vida es buena, todas las referencias no se agotan porque el libro que sostenemos es un gran vértice que nos lleva en principio a Borges y su mitología autorreferente. Luego atravesamos parte del realismo mágico, pero con un fraseo absolutamente realista, producto del lento proceso de un diario que, como los de Kafka, sirve tanto para interrogarse como para imaginar soluciones a los problemas por los que atraviesa la identidad. Y eso de lejos nos presenta una luz diáfana que podría llamarse Kundera. Aunque no sin todo el arte de la violencia solapada de las canciones pop que van desde Bob Dylan hasta los éxitos grasosos de la radio.

Así que, en cierto modo, cuando leemos no estamos solamente leyendo el libro que sostenemos en las manos: leemos a través de esas páginas la historia de la literatura, una historia que no entiende de fronteras ni lenguajes, porque todo habla del ser humano en mayúsculas y cuando eso sucede, todas las traducciones son posibles.

Por eso «Solenoide» de Mircea Cărtărescu es una novela total, y quizá por ello no sea difícil comprender por qué el autor reconoce que Bucarest es la ciudad más triste del mundo y Rumania, un país sudamericano perdido en Europa. Nuestro Mircea Cărtărescu es un escritor que de lejos parece que ha vivido cien vidas porque lo ha leído todo, y todo lo asimiló al interior de una máquina centrifugadora que restó el bagazo y nos dejó la proteína. Con ello lo que se desea expresar es lo siguiente: todo gran escritor empieza como un imitador, pero al final pasa a ser un simple ladrón que roba todo lo mejor de la estética literaria a los referentes más importantes de todas las tradiciones de lo escrito en materia de ficción.

Así «Solenoide» no es tanto una novela imposible de imaginar por quien ha sido tímido a la hora de afrontar la literatura como una forma de vida, sino que ante todo se levanta como un manifiesto sobre las virtudes de la prosa como herramienta de indagación del mundo interno de cada uno de nosotros, pero que al mismo tiempo es una sonda espacial que recoge todos los latidos del mundo externo. Una novela nos informa del mundo, sin dejar de susurrarnos aquello que sabíamos, pero que por azares de violencia y economía olvidamos en nuestro crecimiento.

Cărtărescu podría parecer un impostor porque lo suyo de lejos no parece tan difícil de realizar, pero es sólo cuando nos acercamos al libro para desmenuzarlo que nos damos cuenta de que su arquitectura es compleja y para nada casual. El libro es lo que debía ser. Desde el principio todo está dispuesto para que el límite sea roto por todos los flancos.

Quiera el cielo y la fortuna que «Solenoide» viva muchas vidas, encontrando a muchos más lectores de los que hasta el momento ya encontró. Porque de alguna manera precipitada el libro es ahora independiente del autor. Tiene una vida que corre paralela a la de Mircea Cărtărescu, que ha escrito desde poesía, cuento y novelas para el gusto de todos los tipos de personas que caminamos sobre la faz de la tierra en pleno resplandor de la modernidad.

Y, sin embargo, no decimos de qué trata «Solenoide» porque su tema es lo de menos, porque son muchos los temas congregados. Está, por supuesto, el diario de un escritor desilusionado y en cierto modo nihilista; que a pesar de ello da clases a unos muchachos que no desean más futuro que el que pueden sostener con la palma de una mano. Pero está el amor, la desilusión y luego la ciudad que se presenta como un personaje más, pero es un personaje brumoso y distante, aunque reconocemos su palpitar casi en cada página.

Luego el amor sexual y el amor romántico por una mujer que después de ser inalcanzable dará nombre a los hijos. Y está también la propia escritura que se hace desde la vida porque aquella que sucede sobre el papel está anulada desde el inicio. El narrador del libro es un fracaso como escritor y «Solenoide» es el testimonio de esa caída. Lo que nos llevaría a una suerte de meditación sobre Camus y el existencialismo, pero el autor nos ahorra esa deriva porque es explícita en el libro. A la par, estamos presentes en una historia de intriga que es mágica y misteriosa como una canción de The Beatles. Y tan potente como un solo industrial ubicado al centro mismo de todas aquellas películas futuristas de principios de siglo que veíamos por televisión en fines de semana de trasnoche.

Así que «Solenoide» es una novela de la totalidad por acumulación. Todos los temas y sus pliegues se hallan en el libro: ahí está para quien desee encontrar la novela de iniciación al modo en que Goethe y Mann la definieron. Y está la novela de intriga y pesquisa como efecto de Conan Doyle y sus personajes. Pero están Borges y Pynchon hermanados como siempre debieron estarlo. Y no sólo está el mundo de la burocracia del colegio que remite a todo Kafka, sino a toda esa literatura que narra el liceo, el colegio y la escuela como territorio original de la primera educación emocional de las personas. Y el erotismo, las sectas secretas, los sueños, la poesía. Y así, cada lector encontrará lo que más necesite, y en su relectura hallará lo que no estaba previsto, porque sin saberlo el modo en que lee el mundo está siendo fortalecido por la lectura del libro que enseña a ver más de lo que en principio hemos aprendido a observar. 

Y finalmente, cuando vemos a «Solenoide» como una gran pintura en el tiempo, nos damos cuenta de que ella resume nuestra vida. Que por alguna magia peculiar el destino está en sus páginas y eso genera un poco de miedo porque es cuando sucede aquello que es raro: dejamos de leer el libro para aceptar que es el libro quien nos lee a nosotros. Desde entonces nada será igual. La literatura habrá contaminado cada rincón de nuestras existencias y será nuestra nueva religión, porque no existirá para el futuro otra forma de vivir.

Quinósfera

Un recorrido analítico por los versos que habitan el universo del poeta paceño Humberto Quino

Por Christian Jiménez Kanahuaty

/ 16 de junio de 2024 / 06:29

Humberto Quino (La Paz, 1950) es uno de los poetas bolivianos que mejor ha comprendido que para acercarse a la poesía, primero había que leer y que la lectura habitase el cuerpo durante un tiempo hasta que sea tan fuerte su caudal que desborde el ansia y se haga el verbo. Así, la poesía de Quino es una glosa detenida, irónica y meditada de sus lecturas. Lecturas que por otra parte no son si no, apuntes al pie de la literatura que en otro tiempo recibió el nombre de “literatura universal” o así la conocimos los que transitamos por salones de clase donde aún la posmodernidad no había hecho estragos.

Quino es un constructor que, desde la palabra poética, hace dos movimientos que se comprenden vitales. Primero crea una atmósfera cargada de sentido. El sentido le viene heredado por la introspección realizada a la luz de un conocimiento que es tanto cotidiano y doméstico como literario. Por ello, en Un penique para el viejo gay se enuncia: “Alguien te espera/ con su carne desbordada en la noche/ y una vieja canción revive tu desnuda vejez/ y tu húmeda piel dice:/ Cavafis es tu oficio”, transgrediendo el orden y lo normal en una sociedad donde homosexualidad, carne y oficio se conjuran y conjugan de un modo tan alto que la poesía Queer contemporánea ya quisiera rozar. Y este itinerario se refuerza en Días sin ella donde se lee: “Ahora puedo volver/ a esa tumba sórdida de lo cotidiano/ a ese redoble de injurias y cenizas/ a esa casa de apaleados leprosos./ Y con un gesto/ cerrar tus ojos para siempre”, así nacen el énfasis y la delimitación del paisaje. Entonces, es posible pensar en Quino como un hacedor de lo sublime desde lo ruin, desde la ruina y lo que a primera vista resulta detestable.

Quino convierte el horror en sublime porque en toda su poesía no sólo está atravesada la ironía, sino que también se haya un halo romántico que le impulsa hacia la creación de una mirada que deambula por todos los escenarios de lo humano sin soslayar ninguno.

En Fragilidad del gusano encontramos: “Cuando cierro los ojos/ la tierra es una caverna/ donde el morir es un éxtasis/ Y la vida un calvario de orate”, que junto con aquello de un fauno perdido en la avenida Buenos Aires, diagrama una esfera, perfecta y anticipatoria. Una esfera como un mundo de la vida, y como un espacio donde concurren todos los espacios; sociales, culturales, sexuales, musicales, estéticos y físicos. Todos tienen cabida porque todos se pueden nombrar y a todos se les puede sacar el revés que va de la iluminación a la ternura. Repleta de imágenes memorables y de un gran ritmo verbal, este segundo movimiento de la poesía de Humberto Quino es sin duda el que hace que su poesía sea cercana al lector. Es un poeta de lo prosaico, pero a lo prosaico le hace decir verdades que a la filosofía le pondrían la piel colorada.

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Y quizá por ello no es casual que su poesía goce de una economía de palabras que sólo es igualable a la que desarrolla Eduardo Mitre, porque, además, otro rasgo que comparten es que, en muchos de sus poemas, hay historias que se cuentan. Algo que se narra anida al centro del poema. Y mientras menos saturado esté de lenguaje, más imágenes y sonidos son los convocados.

Hay atmósfera, y ella remite a una época. “Las ciudades están sitiadas/ y los soldados duermen sobre sus heces/ (Un olor a rosas/ sale de sus tumbas)./ Nuestro rito/ comienza en las puertas antiguas/ (Candados flotando en el agua)./ Al son del viento y las hierbas/ Viejos tambores/ resuenan en los páramos”, este efecto de lugar comunica la distorsión del tiempo. Algo que el poeta es capaz de crear a su antojo, pero no sin referirse a una realidad que pueda ser imaginada o acaso, intuida por el lector.

Por ello, en la poesía se presenta, ese doble juego de espejos. Lectura y escritura. Atmósfera y esferas. Pero no toda poesía es sólo juegos del lenguaje. También hay espacio y tiempo para organizar el mundo, porque al final del día de la creación, todo poeta es también un ser que reclama atención. Así, cada libro de poesía de Quino no sólo reescribe el anterior. También inaugura etapas en la propia vida del autor. Cada libro anuncia un poco lo que vendrá y sintetiza lo que existió.

No ejecuta está voluntad en plan de realizar un resumen. Lo hace más bien porque se da cuenta que cada libro obedece a leyes propias del fraseo, el orden y la intención. En ese sentido, el poeta es romántico. Apuntala un lenguaje que reivindica la belleza de lo más miserable. Pero al mismo tiempo, no lo es porque no avanza con la poesía hasta las últimas consecuencias. Y quizá por ello, Quino haya reivindicado el anarquismo como principio de vida intelectual y artístico. De ese modo, todo su proyecto desdice el ideario romántico ya que no es resultado del aliento ni de una musa ni de un enviado divino. El poeta es el primero en sentir que todos estamos solos en el mundo. Es la soledad que siente Thomas Wolfe en sus novelas. Una soledad creadora, pero no por ello, menos devastadora. La soledad de encontrase sabedor de una verdad que desea comunicar, pero pocos serán los despiertos que aprendan a deletrear el mensaje cifrado que se haya en los versos.

“Así despiertos/como flacos danzantes/ rotamos aún/En estas calles ciegas/Ciudad Redonda = mitad belleza & Mitad infierno.”, y es entonces cuando el poeta se manifiesta contrario al sentido común y pasa a ser un sujeto más. Sobredeterminado por su condición, claro, pero no diferente al resto. Y sí, es cierto que hay una poética de la ironía en Quino. Por los juegos entre contrarios que se fusionan para dar un nuevo orden a lo escrito. Pero también hay una construcción que lejos de ser irónica es profundamente melancólica y esto sí es romántico porque en su poesía, lo melancólico es la actitud que nace al contemplar un mundo que se cae a pedazos y que se intenta sostener tabique a tabique con los versos de un poema que, cansado de ecos y voces, prefiere hacer balas.

Y, esto es porque el poeta no es un descreído, aunque pueda reír para no llorar. Y es que no hay fuerza que revele más fe en el mundo que la escritura de un poema. Pero, y he aquí lo impresionante en Quino: “Yo he sido mi más profundo ser/ El que se retorcía/ y andaba”. No todo acto de iluminación (a la Rimbaud, pongamos por caso), lleva a la consagración ni a la reclusión o la desaparición. En Quino, la iluminación le sirve para, con humildad. postular un mundo propio que complemente el mundo de los vivos. El mundo que crea nos es entregado para que riamos con él de nuestra mísera condición. Para así reconocer que aún con esa miserable humanidad, podemos crear algo. Bueno, malo, no importa. El fin es crear. Porque toda vida sin creación es una vida desperdiciada.

Logra esto el poeta al verse a sí mismo y reconocer su justa medida. Medida que se haya en los versos y en la unidad de sentido que forman. Pero también en lo que encuentra cuando cada poema tiene vida propia e independiente del libro que los contiene.

Texto: Christian Jiménez Kanahuaty

Fotos: Archivo La Razón

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‘Antagonía’, las múltiples maneras de nombrar

Una aproximación a la versión reunida de 2012 del libro del novelista español Luis Goytisolo

El novelista español Luis Goytisolo Gay

Por Christian Jiménez Kanahuaty

/ 2 de junio de 2024 / 06:06

Desde ya me declaro un fan absoluto de la prosa de Luis Goytisolo. Es uno de esos escritores que, desde Las afueras (publicada por Seix Barral en 1958 bajo la faja de Primera Novela ganadora del premio Biblioteca Breve), impone un procedimiento que atempera los ánimos de aquellos lectores que están acostumbrados a la velocidad.

Se escribe desde la lentitud para retratar y transformar el mundo, parece señalar esta primera novela de Goytisolo, construyendo de ese modo, una suerte de poética creativa del arte de la novela, a la que ha prestado tanta atención su autor en libro como El sueño de San Luis (2015) o Naturaleza de la novela (2013). Y esto también resulta notable porque al pensar la novela se da cuenta de sus límites y transformaciones a lo largo de la historia de la humanidad. Y así, su prosa está resuelta a convertir lo escrito en la frontera liminar entre realidad y ficción. Los ejemplos de esto proceso se pueden encontrar en los libros Estatua con palomas (1992), Cosas que pasan (2009) y Diario de 360° (2000). Estos libros constituyen una suerte de metáfora de la creación. Es decir, un manifiesto lúcido sobre cómo la vida se procesa intelectual y emocionalmente para pasar al registro de lo escrito y luego convertirse en literatura y más tarde ser visible como núcleo de un artefacto literario que abre posibilidades nuevas a la narrativa en lengua castellana. Y aunque este procedimiento es compartido por el mexicano Sergio Pitol, el trabajo de Goytisolo va un poco más allá porque hay una unidad de forma y de tema que como si fuese un archipiélago por descubrir, el mapa que conforma la totalidad de sus libros ejercen el influye de ser un territorio dispuesto y pensado para reafirmar que la literatura es tal sólo en la medida en que vida y obra se entrelazan por medio de un lenguaje inventado que representa una realidad siempre en movimiento y que por ello, el idioma con la que se pretende contenerla, también debe ir cambiando todo el tiempo sus límites y alcances.

Hay una búsqueda por el fraseo y el ritmo en todo lo que hace Goytisolo, y esto no es gratuito porque responde a la coherencia interna de su programa narrativo. Un programa que encuentra en Antagonía (en su versión reunida, 2012) su piedra de toque. Ahí está consumado y resumido todo lo que estuvo antes y todo lo que vendrá después.

Y es que en Antagonía encontrará el lector las múltiples posibilidades que tiene el nombrar. No sólo se nombra lo que no tiene nombre con el dedo, se nombra también desde el extrañamiento, la duda, la reiteración y las metáforas que, en lugar de alumbrar, dan sombra. Y es justamente en esa sombra que declina con las horas, que Goytisolo arma su constelación. Y quizá por ello no sea extraño, aunque sí arriesgado que en los liceos de Francia se haya sustituido la lectura de Don Quijote por Antagonía para aquellos estudiantes que desean aprender la lengua de Cervantes. El riesgo no es menor porque se pasa de un idioma del español a otro y en ese registro que impone Goytisolo, existe un modo de entender el mundo que parte de reiteración que puede ser nombrada muchas veces porque en su repetición tanto autor como lector encuentran que siempre sale a flote algo nuevo. Hay matices, signos, señales, frases, ideas. Todo dispuesto para ser leído de una vez y como si no pasara nada, pero cuando aparece la misma enunciación casi del mismo modo escrita páginas después aparece el espesor. Resulta que no es una frase anodina o de escritura automática. Sino, que, al contrario, es fundacional para el desarrollo de la trama. Así, esa poética de la repetición, encuentra otro asidero: el lenguaje neutro, seco y, sin embargo, cálido y feroz con el que Luis Goytisolo escribe desde el interior del libro.  

Bucea, entonces, su autor en el interior del texto para desde ahí lanzar chispazos de alerta sobre lo que va encontrando en su camino. Y nosotros, como buenos lectores, anotamos e intentamos recordar el trayecto para no perdernos entre tanto catálogo de variedades. Claramente no es una novela histórica, pero sí retrata la historia interior de los personajes que son convocados y ahora que son tiempos de la autoficción, no estaría mal volver sobre Antagonía para verificar cómo y de qué modo la autoficción ya existía antes de siquiera tener ese nombre y es que, al mismo tiempo, su linaje es reconocible en libros tan reflexivos como En busca del tiempo perdido o Las meditaciones de Marco Aurelio o la suma entre lo barroco y lo concreto como experiencias literarias del siglo XX. Y, sin embargo, hay algo nuevo.

Nació en Barcelona en 1935. En 2013 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas.
Nació en Barcelona en 1935. En 2013 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas.

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Su lenguaje, su aparente transparencia y su irremediable volumen. Es sí, una novela total, pero no total a la usanza de las novelas del Boom latinoamericano, sino que total en el sentido de que arma un artefacto que al ser él mismo una máquina de narrar, es capaz de postular un mundo, casi despreciando el mundo real en el que nos movemos y sentimos.

El mundo que postula Antagonía está lleno de dicha, de fiesta, de amor, sexo y reflexiones. Son personas que uno no creería reales si se las encuentra por la calle, pero en el libro, tienen toda la coherencia y sentido del mundo. No son abstracciones ni figuraciones. Ni transferencias a través de las cuales su autor hace psicoanálisis en público. No. Para nada. Son sujetos verbales hechos carne por medio de sus acciones. Y sus acciones son las que atraviesan las décadas desde su juventud hasta la madures. Con todo lo que ello implica, victorias, derrotas, miedos, anhelos y dudas.

Al hacerlo Antagonía impulsa el registro de la vida en sus páginas, y es que, la vida no es nada si no adquiere sentido tanto hacía adelante como hacia el pasado. Y el sentido está tanto en recordar como en nombrar lo recordado: el modo en que recordamos lo vivido da forma a lo que vivimos. Y eso está en el subsuelo de la novela. Sus personajes son peligrosamente autoconscientes de su dimensión histórica, humana, y literaria. Podrían decir como Alonso Quijano: “estamos siendo escritos, estamos siendo leídos”. Aunque esto de manera singular no les impide ser verdaderos. No sólo verosímiles. Si no, verdaderos. Compañeros de ruta y de viajes. Amigos en la distancia y colegas en los fracasos. Viven, entonces, más allá de las páginas del libro y más allá de los límites de la trama.

Permean la escritura de su autor y fundan un estilo. Raro, complicado, enmarañado, pero consecuente con un mundo que tampoco tiene mucho orden o limitaciones.

Así, Antagonía es tanto una novela como una expedición. Exploración hacia el centro del corazón de la humanidad de los hombres, y por ello, al mismo tiempo, una apropiación de la faceta más importante de la literatura que es una manera moral y filosófica de abordar nuestra condición de parias en un mundo que se cae a pedazos. Pero, no por ello, en su prosa se destila nostalgia o melancolía ni mucho menos pesar o pesadumbre. No. En su prosa existe luz. Existe esperanza y ella nos es dada para aprender a escribir la novela del futuro en un idioma inventado con leyes propias que de tanto serlo, terminan por ser las de todos.

Texto: Christian Jiménez Kanahuaty

Fotos: Internet  

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Desandar el cuerpo

La poeta Cecilia Terrazas Ruiz presentará su libro en Santa Cruz el sábado. El editor Christian Jiménez escribe sobre el espíritu de la obra.

‘Cecilia Terrazas Ruiz es escritora, comunicadora social y feminista.

Por Christian Jiménez Kanahuaty

/ 11 de junio de 2023 / 06:14

Se suele decir que cada libro de poesía nace bajo el signo de una emoción, atrapado dentro de una estela que demarca tanto su pasado como su presente. Y es posible que también los libros de poesía se dividan entre aquellos que conforman una colección de poemas, por un lado, mientras que, en el otro extremo, están los que son una continuidad temática. En tanto continuidad temática el libro responde a un pensamiento que implica estar presente desde una voz poética que no claudica con la forma ni el ritmo ni el tono. Así es en todas sus dimensiones Desandar el cuerpo, primer libro de poesía de Cecilia Terrazas, que este año publica la editorial 3600.

Desandar el cuerpo es una experiencia de lectura porque implica un reconocimiento del cuerpo desde lo femenino, pero sin dejar de lado ni la ambigüedad ni lo masculino. Es un paisaje emocional debido a que nos pide que acompañemos a la voz poética por el recorrido de una serie de instantes vitales que configuran su historia personal. Y, además, está inscrito dentro de una tradición de la poesía del continente que, en vez de cerrar y clausurar el dolor con ardor guerrero y revancha, entrega luz y confort. Hay una política del perdón que supera todo entendimiento y es que, en cada verso del libro, lo que hallamos es una mirada que se piensa y, mientras lo hace, también siente y al hacerlo nos interpela porque las experiencias de las que nos habla, nos habitan.

‘Desandar el cuerpo’ fue presentado por Editorial 3600 en la Casa del Poeta de La Paz.
‘Desandar el cuerpo’ fue presentado por Editorial 3600 en la Casa del Poeta de La Paz. Foto: editorial 3600

El cuerpo no es una metáfora en este libro, y ni siquiera podríamos arriesgarnos a decir que Desandar el cuerpo es una concreción metafórica del daño, la ausencia, el amor, la duda, el vértigo de la sangre no correspondida o el amargo sabor de las múltiples melancolías que detonan el desamor y sus derivas; pero hay esa negación porque en realidad el libro apunta a un más allá.

El más allá es la propia intimidad, y como tal sólo puede ser sostenida o desde el silencio o desde la comunicación honesta y fiel de una emoción que no tiene por qué ser borrada del paisaje mental de quien habita el libro y de quien se aventura en su lectura buscando quizá, explicaciones a un cuerpo que, a momentos, se desconoce y deja de pensarse. Y en ese sentido, toda metáfora, toda imagen están al servicio de Cecilia Terrazas, como dueña de su oficio y como hacedora de palabras que emergen desde la propia intimidad sensual del libro que jamás deja de perder su eco erótico, aun cuando el dolor es embriagador.

Veamos entonces que las tres partes que contienen este Desandar el cuerpo son espacios de indagación en las que determinadas emociones se conjugan para consolidar una experiencia vital que intenta pensar el despojo de la ausencia a través del reconocimiento de la propia intimidad como espacio de la satisfacción, que implica la seguridad de reconocer el cuerpo como propio para desde ahí, conectar con el mundo material que nos rodea.

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Pero también estas tres partes son la evocación recurrente de un sentido que se sondea cada vez desde una intención distinta. Así, el dolor, la renuncia, el desapego, el amor y la comprensión son constelaciones emocionales de las cuales bebe el libro para consolidarse como una forma de emprender el viaje del amor más allá del amor. Porque algo que queda claro tras la lectura es que el amor no es sólo aquel que se da a una pareja, el amor es, sobre todo, también un cuidado que se puede dedicar a uno mismo.  Plasmar el amor desde ese nivel no es una muestra de egoísmo. Al contrario, sirve para sostener el cuerpo. Se sostiene el cuerpo cuando el mimo no quiere ni ser nombrado y el libro de Terrazas es un manifiesto sobre cómo sostener el cuerpo cuando ni siquiera somos parte de él. Cuando el despojo es tal que nos convencemos de que anidamos ya el vacío.  Pero el pasaje que comunica la segunda con la tercera parte del libro es el reverso a dicha manifestación del dolor. Es una manera de entregarnos al mundo a pesar del dolor, porque el dolor y el daño nos comunican qué es esto de estar vivo. Y por ello, nos comunican con los otros. Porque también ellos han sufrido dolores como los nuestros. Y pueden atestiguarlo cuando en el silencio de sus hogares marcan su cuerpo con las cicatrices de sus propias derrotas. Pero de ellas, emerge una sensación de placer compartido. El placer de saber que sólo nos pertenecemos a nosotros mismos. Y que incluso los errores son aciertos cuando en el reverso de la vida encontramos que la verdadera falla es no vivir.

Desandar  el cuerpo

Así, conocer el cuerpo es también otra de las facetas que incita este libro. No sólo conocerlo en el espejo de nuestras memorias y recuerdos, sino en lo cotidiano y sublime que puede ser verlo palmo a palmo en la piel de otro amante. O incluso cuando las propias manos van queriendo ese cuerpo que a veces aparece como desconocido en la calle.

Cada unidad del cuerpo está conectada con la emoción, con la sensación de que no estamos solos y de que cada uno de nosotros en tanto lectores somos leídos por el libro que Cecilia Terrazas escribió, porque su poesía no se cierra en sí misma, convoca nuestra presencia porque del cuerpo que habla, puede ser el nuestro si es que nos animamos a vernos vulnerables porque tal vez ahí resida la verdadera fortaleza.

No se puede huir del cuerpo como tampoco de la piel que lo habita y envuelve en la pasión de las palabras. Por ello, la poesía nombra espacios que a la prosa le son negados. Sólo desde el acto poético se desarrolla una transmutación capaz de integrar toda la experiencia del mundo bajo la fuerza luminosa de una palabra que envuelve los sentimientos cuando ellos mismos parecen embargar la mirada.

Y de esa manera, lo que queda no es un quebranto, ni una fisura, es más bien la conexión del tiempo de nuestras derrotas con la edad de nuestras pasiones y en el medio, la luz que nos hace sabios y concretos. Una poesía como la de Terrazas cree en la manifestación sensual de toda búsqueda. Desde ella es que emprende la tarea de convocar al cuerpo. Al hacerlo nos indica el camino.

Contra toda predicción el camino no es sólo un acto de rebeldía ni una resolución erótica, sino que pasa a ser creativa, porque sólo a través de la palabra se logra revivir el pasado para dotarle de nuevos sentidos y hacer que todo adquiera un nuevo matiz. Desandar el cuerpo es una experiencia de gozo y de duda, pero también de dolor y de placer. Y justo en el medio de todas esas emociones, la voz poética de Cecilia Terrazas se levanta como artífice de una forma que hace también del poema, su cuerpo.

Texto: Christian Jiménez Kanahuaty

Fotos: editorial 3600

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