Naturaleza rosada: una instalación acerca del deseo
Randy Rojas presentó en Santa Cruz una instalación de arte contemporáneo que reflexiona sobre el deseo.
Al entrar a la sala de Kiosko Galería, ubicada en el casco viejo de la capital cruceña, encontramos un inusual mundo imaginativo, propuesto por el artista Randy Rojas con el título «Naturaleza rosada» (presentada del 26 de septiembre al 24 de octubre de 2024). Se trató de una instalación en la que coexistían los lenguajes de la pintura, la cianotipia y la escultura junto con el objeto encontrado. En medio de la sala blanca de la galería, el color rosado predominaba en casi todos los elementos exhibidos, haciendo recordar por un instante las instalaciones de Raquel Schwartz en la década de los 2000, en las que forró con peluche rosado diferentes espacios y objetos; particularmente en una de las obras emblemáticas de la artista, «Ilusión» (2005), realizada in situ en la Bienal del Mercosur, donde envolvió con peluche rosado un ambiente familiar de comedor, no solo las paredes de la casa, sino también los muebles y utensilios, además del baño.
La idea rosada
Randy Rojas afirma estar al tanto de este antecedente, pero indica que llegó al color rosado por otro camino. El asunto de este artista –licenciado en Artes Dramáticas por la Escuela Nacional de Teatro de Santa Cruz de la Sierra– fue hacerse un alterego, por ello firma como @cambitamalcriado, y fabricar un mundo desde ahí en «Naturaleza rosada». Se trató de su primera exposición individual, donde se apropió de un espacio de exhibición para crear un «territorio seguro», donde pudo teñir de color rosado las relaciones que mantiene con el mundo. En el caso de Raquel Schwartz, la asociación del color rosa era con la búsqueda de la felicidad, convirtiendo un ambiente de la cotidianeidad en un lugar imaginario y lúdico, simbólico de una vida tanto perfecta como plástica. Rojas, en cambio, aludió más directamente a las connotaciones sexuales y a las distinciones de género en el imaginario social ortodoxo.
Delirar en colores
En el último tiempo, Kiosko Galería viene siendo plataforma de exposiciones cuya temática aborda los significados posibles de diferentes colores; ya lo hicieron con el negro anteriormente («Noir»), y este año se han ido sucediendo tres exposiciones, cada una de ellas dedicada a uno de los colores de la bandera de Bolivia: «Rojo» (junio 2024), «Amarillo» (agosto 2024) y «Verde» (octubre 2024). Pero mientras la consigna curatorial de aquellas tomó como disparador lo que representan estos colores en el símbolo patrio, lo que hizo Randy Rojas con el rosado parecía, a priori, no tener un referente con la misma carga simbólica o histórica.
En términos psicológicos, el color rosado proyecta optimismo, es purificador y armonizador, y en Santa Cruz nos recuerda también a las flores caídas del árbol Toborochi que embellecen las calles en la estación otoñal. Recuérdese la expresión popular «ver las cosas color de rosa», asociada a la inocencia y la delicadeza, también a cierta calma y suavidad. Por otro lado, suele asociarse el color a lo femenino mucho más que a la masculinidad. Rojas colocó el dedo ahí, reflexionando acerca del ser gay en la ciudad de Santa Cruz ya desde sus primeras intervenciones. Podríamos referirnos también a la simbología de la bandera del arcoíris, diseñada en 1978 por Gilbert Baker, representativa de la libertad para la comunidad de homosexuales. El rosado en esta bandera representa la sexualidad.
Objetos
Así pues, vimos que Randy Rojas descontextualizó el tacú, utensilio de la cocina tradicional cruceña, para componerlo en una instalación con otros objetos, tales como la representación del pene erecto humano, espinas de Toborochi, ramas de árbol, frutos de lana, y todo ello reunido por el color rosado.
En un texto de difusión de la exposición, se indicó que la intención del artista era «construir un hogar protegido donde poder jugar con el color, disfrutar de las formas fálicas, conectarse con la naturaleza que lo identifica, como camba, como cruceño, como boliviano».
Desear es delirar
Ya podemos imaginarnos de qué hubiera hablado Sigmund Freud al ver en esta sala las alusiones a formas fálicas y la representación misma del pene erecto posado sobre una silla colgante. Y es que el psicoanálisis freudiano traduce casi todo a un único factor, ve fantasmas de Edipo por todas partes, sea la imagen del padre o de la madre, del falo, etc. En nuestro caso, apoyados en la filosofía constructivista de Gilles Deleuze, quisiéramos plantear algo muy sencillo: «Naturaleza rosada» no fue acerca del complejo de Edipo, ni de la obsesión por un color, sino que fue ante todo acerca del deseo. Decía Deleuze que no se desean cosas particulares, sino que siempre deseamos en conjuntos.
«Cuando una mujer dice: deseo un vestido, deseo tal vestido o tal blusa, es evidente que no desea tal vestido en abstracto. Ella lo desea en un contexto de su vida, que ella va a organizar el deseo en relación no tanto con un paisaje, más con personas que son sus amigas, o que no son sus amigas, con su profesión, etc. Nunca deseo algo solo, tampoco deseo un conjunto, deseo en un conjunto» (Deleuze, 1988).
Deseo
El deseo hace delirar y pone en movimiento poblaciones, climas, colores, geografías, colectividades. En este trabajo, Randy Rojas tomó el color rosado como plano, no como fin. Lejos de aferrarse al lamento de la marginalidad, Rojas prefirió el deseo inventivo; su delirio lo llevó a inventar un territorio imaginativo donde reunió elementos representativos de la subjetividad con la que se identifica y del contexto social en el que se desenvuelve. Los reunió para dislocarlos. Más allá de la cercanía inicial con la instalación de Raquel Schwartz, el antecedente más crucial para «Naturaleza rosada» tal vez sea otra exposición que pudo verse en la misma sala hace un año: «Kambae» (2023). Fue un ejercicio colectivo, bajo la curaduría de Rodrigo Rada, que buscaba deconstruir la tradicional comprensión del ser camba, a partir de un diálogo creativo con ciertas formas del costumbrismo local y sus símbolos tradicionales, como ser la bandera de Santa Cruz, el Sombrero de Sao, o la intervención sobre objetos artesanales identitarios.
Así entonces, «Naturaleza rosada» fue un modo de resistencia desde el campo de la ficción, que cuestionó las cadenas significantes establecidas en la formación típica del ser camba, a favor de una comunidad con la que Rojas se identifica, un delirio en rosa que no se colgó de la bandera de la marginalidad, sino que más bien ejercitó una voluntad constructivista, de invocar otros escenarios incluyentes para la interacción humana en los tiempos que corren.
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