El Aprendiz, la biopic sobre Donald Trump
El crítico de cine Pedro Susz analiza la película que cuenta la relación entre Donald Trump y su exabogado y exasesor Roy Cohn.
El primer desembarco en la presidencia de los Estados Unidos el año 2017 de ese impresentable personaje llamado Donald Trump puso en serios aprietos a sociólogos y analistas políticos en el intento de desentrañar cómo había sido posible que semejante sujeto hubiese concitado el apoyo de la mayoría de sus compatriotas en las urnas. Y el que, recordando los demenciales cuatro años de aquella bizarra gestión, a pocos días de una nueva elección, el sujeto parezca tener serias posibilidades de reeditar el mamarracho, con sesgos aún más descabellados, engorda las interrogantes de fondo a propósito del rumbo que ha tomado el autodenominado «faro de la democracia universal».
Por otro lado, la llegada a las pantallas de «El aprendiz», coincidiendo con dichos comicios en puertas, puede a su vez llevar a suponer que al menos algunas de tales múltiples interrogantes podrán ser descifradas tomando conocimiento de los pasos iniciales del espécimen. Ello solo ocurre muy a medias, puesto que la película del director iraní nacionalizado danés Ali Abbasi centra su relato en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, cuando el apodado familiarmente Donnie daba los primeros pasos para dejar de ser el simple cobrador de los alquileres mensuales de quienes ocupaban los inmuebles de propiedad de Fred, su padre.
Fue este un poderoso especulador inmobiliario, en varias oportunidades inculpado de elevar excesivamente el monto de sus rentas, usufructuando de paso algunos programas estatales destinados a facilitar el acceso de los sectores menos pudientes a viviendas dignas que, por añadidura, Fred se negaba invariablemente, atrincherado en un racismo brutal, a alquilar a personas de color o pertenecientes a cualquier minoría racial.
Los inicios de Donald Trump
Corría el año 1973. Por esa época, Trump resolvió aprovecharse de algunos de los contactos de su progenitor con el objetivo de edificar su propia fortuna y celebridad, los dos seudovalores preponderantes, casi excluyentes, en el descaminado modelo norteamericano. Se convirtió con tal propósito, después de trabar relación en un exclusivo local reservado a las élites, en discípulo del despiadado, omnipotente abogado Roy Cohn, al cual consideró el mentor que le venía como anillo al dedo con el fin de aprender las maniobras requeridas para triunfar en un sistema apuntalado en los fraudes recurrentes, así como en un por demás retorcido concepto de la democracia. Dicha relación, a la que alude el título de la película, fue por lo demás descrita por el propio Trump en un programa televisivo de cuño autobiográfico que condujo durante algún tiempo y que llevaba asimismo el denominativo de «El aprendiz».
Fácticamente, tal cual describe la película, la fascinación del alumno con las habilidades de su monitor alcanzó niveles máximos cuando este aceptó asumir la defensa del clan Trump en un proceso debido a la mencionada postura segregacionista de papá Fred contra posibles arrendatarios afroamericanos. Dicho juicio tuvo un final repentino cuando Cohn chantajeó al fiscal acusador, amenazándolo con hacer llegar a su esposa fotos de escenas sexuales de su marido con un joven. En ese momento, Danny comprendió que al sistema le valen nada las leyes, la ética o la verdad; tan solo importa vencer a como dé lugar.
Roy Cohn
El tal Cohn, habituado a operar entre bambalinas de la política y a valerse también de innumerables jugarretas legales, había alcanzado justamente la notoriedad en la década de los 50 como principal asesor del no menos turbio senador republicano Joseph McCarthy, durante la desenfrenada persecución conocida como «caza de brujas macarthista», virulenta campaña anticomunista que trizó la carrera de innumerables figuras del mundo del espectáculo, así como del periodismo, y terminó llevando a la silla eléctrica en 1953, al cabo de un proceso signado por flagrantes violaciones a los derechos establecidos en la constitución estadounidense, a Julius y Ethel Rosenberg, matrimonio acusado de haber espiado para el enemigo soviético en plena Guerra Fría. De allí en adelante, Cohn fue asimismo asesor de temibles personajes de la mafia neoyorquina, de los funestos ultraconservadores Richard Nixon y Ronald Reagan y, la cereza en el pastel, del propio Trump.
Trump ingresa en la política
Tres eran las fórmulas consideradas por Cohn infalibles para abrirse paso en la jungla política de su país y, como la película de Abbasi subraya, Trump asimiló y aplicó celosamente a lo largo de su propia trepada a la cúspide financiera y política, así ello supusiera distanciarse de su padre, maltratar, hasta liquidar, a Freddy, su hermano mayor, quien había optado por la profesión de piloto, considerada por Donald una tarea menospreciable, o abusar sin límites de su esposa Ivana, a la cual violó en alguno de sus primeros encuentros.
La receta en cuestión mandaba: 1) Ataca sin cejar a tu antagonista; 2) Jamás admitas un error o un eventual delito, siempre niega toda responsabilidad; 3) En ninguna circunstancia te sientas derrotado; sacándole partido al mito de la meritocracia, muéstrate siempre como un triunfador por merecimiento propio.
Aplicando al pie de la letra la receta de Cohn, que este por cierto había parido con solo observar de manera atenta el modus operandi de sus clientes, el risible, casi treintañero playboy de entonces fue abriéndose paso a codazos en aquel contexto.
Historia
La primera de las dos horas y pico de «El aprendiz» detalla, sin ocultar su intención irónica, aun cuando a momentos esta se me antojó un tanto deslavada, la no exenta de escabrosidades relación maestro-alumno sustentada en un curioso maltrato de ida y vuelta entre ambos. Y ese tramo del relato funciona, en gran medida, gracias a la prodigiosa personificación de Cohn por Jeremy Strong, al cual le basta la torva mirada para provocar miedo y repulsión.
Entretanto, Sebastian Stan, como Trump, ejecuta una faena que, sin carecer de fuerza, acaba siendo opacada por la de aquel, dejando en duda si el guion y la puesta en imagen buscaban tan solo indagar en los orígenes de la villanía del futuro líder de la ultraderecha norteamericana y, en cierta medida, de la del mundo entero, o concederle el sitial de guía imperdible a su preceptor. En todo caso, Stan deja sentado que para asumir el rol de una notabilidad no basta con copiar su apariencia física apelando a costosas prótesis o fatigantes sesiones de maquillaje y peinado. Alcanza con representar de manera creíble su manera de moverse, de arrugar los labios o de agitar las manos para enfatizar sus dichos.
El voltaje del relato disminuye notoriamente en la segunda mitad de «El aprendiz», no sin antes dedicar algunos minutos a poner en el banquillo el desdén de Trump hacia los artistas e intelectuales, a quienes tiene por parásitos destinados a ser eliminados en una sociedad «seria», vale decir, donde todos compitan por la supervivencia en el mercado, o como sentencia Donnie en la escena inicial del filme: «Hay que tener un don innato para triunfar, algo que se tiene de nacimiento y que no se puede conseguir de otra forma».
Desarrollo
A tal efecto, aborda un pasajero encuentro, acaecido en la realidad, con Andy Warhol, figura clave del movimiento contracultural de los años 70. La conversación es mostrada como un diálogo de sordos a causa de la postura displicente, impregnada de soberbia y orillando el asco, de Trump, no obstante resultar palpable que este ignora la identidad de su interlocutor.
La señalada pérdida de voltaje durante la segunda hora del relato, dirigido siempre con poca inspiración narrativa por Abbasi —si bien durante el primer segmento copia con cierta puntería algunos recursos formales frecuentados por la corriente del tildado como «Nuevo Hollywood» (imágenes de textura fuertemente granulada, veloces acercamientos y alejamientos del lente de la cámara, transiciones por corte directo)—, es en gran medida atribuible al guion de Gabriel Sherman. Se trata de un periodista e investigador con varios muy desparejos antecedentes en la materia, al cual el realizador Abbasi, en los eslabones precedentes de su asimismo breve y dispar filmografía, con logros como «Araña sagrada» (2022) y desbarres del tipo «Shelley» (2016), siempre responsable de la doble función de guionista/realizador, decidió involucrar en este proyecto, confiando en la presunta exhaustividad de sus ensayos sobre Trump, aun cuando tales trabajos pecasen inocultablemente de una, se me antoja deliberadamente confusa, estimación de las tropelías perpetradas por el susodicho.
Trump, el aprendiz
En esa segunda mitad, Sherman pareciera extraviado en el montón de curiosas anécdotas, por demás conocidas, de la carrera del personaje, sin intentar siquiera bocetar alguna profundización capaz de dar respuesta a la pregunta de fondo que anoté al principio: ¿cómo alguien de semejante talante alcanzó el liderazgo de una nación autoproclamada como el faro de la civilización occidental?
El tamaño del poder efectivo, así no ejerza en el presente la presidencia, del Trump controvertido, a momentos caricaturizado en «El principiante», pudo tenerse clara evidencia por el hecho de que el estreno simultáneo de la película en buena parte del mundo hubiese excluido a los Estados Unidos en plena contienda preelectoral, al no haber encontrado empresa interesada en la distribución, y, de igual modo, por el texto introductorio donde se puntualiza que algunos de los sucesos mostrados pertenecen al campo de la ficción, aun cuando se anota también que lo que se verá en pantalla se apoya en pesquisas serias y acontecimientos efectivamente acaecidos.
Crítica
Tal abrir el paraguas antes de la lluvia, anticipando posibles acciones legales, o de otra índole, contra el realizador, los países implicados en la producción, o alguna empresa osada a exhibirla en el hipotético edén de «las oportunidades para todos», deja a consideración del espectador juzgar si fueron tomados de la realidad momentos tan disparatados, o si se prefiere, solo en apariencia inverosímiles, como la escena donde Trump se somete a una liposucción, alternando con breves secuencias de la agonía de Cohn, ya alejado sin miramientos del entorno cercano de su desalmado discípulo, antes de morir, en 1986, por VIH/sida.
Así, dije en el arranque, ayuda muy poco a dilucidar las dudas de los analistas el que Abbasi, aparentemente convencido de estar frente a un villano de fuste, un ególatra sin medida, hubiese resignado en definitiva su posible impulso interpelador al sistema capaz de consagrar semejante espécimen, tentando morigerar la chatura narrativa de fondo con el evidente esmero invertido en la ambientación, la puesta en imagen, la dirección de actores y el conjunto de los recursos técnicos. Tal insuficiencia puede entonces ser en igual medida achacada a las vacilaciones y limitaciones personales del director, como a los miedos de los financiadores a encarar las siempre desmedidas reacciones del aplicado aprendiz, cuya trayectoria es en buenas cuentas ambiguamente contextualizada.