A cien a años de El Gran Gatsby, la novela de toda una época
F. Scortt Fitzgerald supo captar el lado radiante y también el lado trágico del sueño americano, en medio del rugido y el jazz de los locos años veinte.
El 2025 marca el centenario de la publicación de El Gran Gatsby, la novela que F. Scott Fitzgerald lanzó al mundo sin sospechar que, un siglo después, se consagraría como la obra que encapsula la esencia de una época y es, para muchos, la gran novela estadounidense. Narrada por Nick Carraway, la historia se sumerge en los excesos y las contradicciones de los «locos años veinte» a través de la figura enigmática de Jay Gatsby, un millonario obsesionado con recuperar un amor perdido.
Aunque inicialmente fue un fracaso comercial y crítico, El Gran Gatsby ha resistido el paso del tiempo y hoy se ubica en el panteón de la literatura universal.
El contexto de una creación
Fitzgerald escribió El Gran Gatsby durante un periodo de gran agitación personal. Como señaló Gertrude Stein, el autor «creó un mundo contemporáneo y moderno», distante de la juventud prometedora que retrataba en A este lado del paraíso. Sin embargo, este mundo era también un reflejo de sus propias luchas. Endeudado y ansioso por cumplir con las expectativas de Zelda, su esposa y musa, Fitzgerald volcó en Gatsby la dualidad del sueño americano: la aspiración y el costo emocional.
En sus memorias, Ernest Hemingway recordaba cómo Fitzgerald hablaba de la novela con una mezcla de modestia y esperanza. «Oyéndole hablar del libro, uno no imaginaba lo bueno que éste era, salvo precisamente porque él hablaba con la timidez que muestran todos los escritores no fatuos cuando han hecho algo que está muy bien”. Aunque Fitzgerald estaba consciente de la calidad de su obra, las ventas iniciales fueron decepcionantes. Como dijo T.S. Eliot, quien leyó el libro tres veces en pocos días, El Gran Gatsby representó «el mayor avance en la ficción americana desde Henry James». Sin embargo, este elogio no fue suficiente para garantizar el éxito inmediato de la novela.
Las capas del sueño americano
La genialidad de El Gran Gatsby radica en cómo Fitzgerald explora las luces y sombras del sueño americano. Jay Gatsby encarna la figura del «self-made man», el hombre rico que se ha hecho a sí mismo. Alguien que, como señaló James L. W. West III, «reinventa su vida con un espíritu típicamente estadounidense». Este mito del ascenso social y la autorrealización, que ha moldeado la identidad nacional de Estados Unidos, encuentra en Gatsby una representación tanto inspiradora como trágica.
La prosa del autor se luce cuando describe a Gatsby, a través de Nick Carraway: “Si la personalidad es una serie ininterrumpida de gestos logrados, entonces había algo magnífico en él, una sensibilidad acentuada a las promesas de la vida, como si estuviera relacionado con una de esas intrincadas máquinas que registran terremotos a diez mil millas de distancia. Esta capacidad de respuesta no tenía nada que ver con esa impresionabilidad flácida que se dignifica con el nombre de ‘temperamento creativo’; tenía un don extraordinario para la esperanza, una disposición romántica como nunca he encontrado en ninguna otra persona y que no es probable que vuelva a encontrar. No, Gatsby resultó bien al final; es lo que lo acosó, ese polvo repugnante que flotaba en la estela de sus sueños lo que cerró temporalmente mi interés en las penas abortadas y las exultaciones breves de los hombres».
Fitzgerald desentraña la ilusión de este sueño, mostrando su fragilidad y su potencial destructivo. La riqueza acumulada por Gatsby no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar a Daisy Buchanan, el símbolo de su esperanza y obsesión. Su extraordinaria devoción por ella lo lleva a construir una vida de apariencias, basada en la creencia de que puede recuperar un pasado idealizado. Esta búsqueda incesante expone los límites de la ambición y la manera en que las metas personales pueden convertirse en una trampa emocional.
La novela también aborda cómo las diferencias de clase y género socavan el sueño americano. Daisy, a menudo percibida como frívola, puede interpretarse como una víctima atrapada en un sistema patriarcal que le ofrece pocas opciones fuera del matrimonio. Tom Buchanan, por otro lado, representa a la élite privilegiada que utiliza su posición para perpetuar desigualdades, aplastando los ideales de quienes intentan alcanzar su nivel. En contraste, Gatsby, pese a sus defectos, personifica el espíritu aspiracional, lo que lo convierte en una figura profundamente conmovedora y universal.
Por último, Nick Carraway, el narrador, se erige como un observador de estas dinámicas. Su relación ambigua con Gatsby y su fascinación por su mundo lo convierten en un vehículo para explorar temas más complejos, como la identidad personal y sexual, y las contradicciones inherentes del sueño americano. Este entramado de aspiraciones y frustraciones hace de El Gran Gatsby una obra que trasciende su época, convirtiéndose en una meditación atemporal sobre la condición humana.
La voz de Fitzgerald
Más allá de su trama, la prosa de El Gran Gatsby es lo que ha garantizado su inmortalidad. «Fitzgerald tenía un oído perfecto», comentó el historiador Jeff Nilsson. Desde las descripciones bucólicas de West Egg hasta la melancólica reflexión final de Nick, cada frase resuena con precisión poética. Fitzgerald logra capturar la complejidad de las emociones humanas con un estilo que combina lirismo y economía, creando imágenes que permanecen en la mente del lector mucho después de cerrar el libro.
Una de las características más admiradas de la prosa de Fitzgerald es su capacidad para elevar lo cotidiano a lo sublime. Maureen Corrigan, autora y estudiosa de la obra de Fitzgeral, destaca cómo la novela convierte el lenguaje común en algo «sobrenatural». Este enfoque es evidente en descripciones como la de las fiestas en la mansión de Gatsby, que, llenas de luces y música, se transforman en escenarios casi etéreos que reflejan tanto la opulencia como la soledad subyacente del protagonista.
Además, la estructura meticulosa de la novela, donde cada capítulo está construido alrededor de un evento crucial, contribuye a su resonancia poética. La narrativa avanza con un ritmo casi musical, culminando en la trágica escena final que contrasta dolorosamente con el esplendor inicial. Este contraste resalta la fragilidad de los sueños de Gatsby y la inevitabilidad de su caída.
El famoso cierre del libro, grabado en la tumba de Fitzgerald, encapsula la esencia de su visión artística: «Y así seguimos, remando como botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado». Esta línea final no solo refleja la tragedia personal de Gatsby, sino también una meditación universal sobre la lucha constante del ser humano por alcanzar lo inalcanzable. La prosa de Fitzgerald trasciende su tiempo y lugar, reafirmando su estatus como una obra maestra literaria.
Un legado cinematográfico y cultural
El Gran Gatsby ha sido adaptado múltiples veces al cine, siendo la versión de Baz Luhrmann en 2013 la más reconocida hoy en día. Protagonizada por Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire y Carey Mulligan, esta adaptación resalta la atemporalidad de los temas de la novela: la ambición, el amor y la decadencia moral. Con su estilo visual extravagante y una banda sonora que mezcla jazz con música contemporánea, la película captura el espíritu de la época mientras lo traduce para las nuevas generaciones.

Sin embargo, la influencia de El Gran Gatsby va más allá del cine. Su impacto se extiende a la moda, con colecciones inspiradas en los trajes y vestidos de los años veinte, y al diseño gráfico, donde la icónica portada de Francis Cugat ha sido reinterpretada en innumerables productos, desde carteles hasta prendas de vestir. Estas adaptaciones reflejan cómo la novela se ha integrado en la cultura popular como un símbolo de lujo, nostalgia y anhelo.
En el ámbito académico, El Gran Gatsby es un texto recurrente en los programas escolares y universitarios, lo que asegura su relevancia para nuevas generaciones de lectores. Su capacidad para generar debates sobre temas como la desigualdad, la identidad y los valores sociales sigue siendo una de sus mayores fortalezas.
Así, la obra ha inspirado otras manifestaciones artísticas, desde ballets y óperas hasta referencias en canciones y literatura contemporánea. La figura de Gatsby, con su inquebrantable esperanza y su inevitable tragedia, se ha convertido en un arquetipo universal que resuena en cualquier época. El Gran Gatsby no solo es una obra maestra literaria, sino también un fenómeno cultural que sigue evolucionando y expandiéndose cien años después de su publicación.
La redención póstuma de Fitzgerald
Cuando Fitzgerald falleció en 1940, su obra estaba prácticamente olvidada. Sin embargo, un programa del gobierno estadounidense que distribuía libros a los soldados durante la Segunda Guerra Mundial incluyó El Gran Gatsby, dando lugar a un resurgimiento de su popularidad. En 1951, J.D. Salinger, a través de su personaje Holden Caulfield en “El guardián entre el centeno”, reafirmó su lugar en el canon literario. «Me enloquecía El Gran Gatsby. Viejo Gatsby. Viejo sport. Eso me mataba».
Hoy, a un siglo de su publicación, El Gran Gatsby no solo es una obra literaria, sino un espejo de la aspiración y la desesperación humanas. Siguiendo con Hemingway, Fitzgerald tenía una «extraordinaria capacidad para capturar la esencia de su tiempo», y esta capacidad sigue resonando en un mundo que todavía lucha con las mismas preguntas fundamentales sobre el amor, el poder y el propósito.
Como escribió Fitzgerald: “Gatsby creía en la luz verde, en el futuro orgásmico que año tras año se aleja ante nosotros. Se nos escapaba entonces, pero eso no importa: mañana correremos más rápido, estiraremos más nuestros brazos… Y una hermosa mañana…”.