Las visiones de Milo J y la deconstrucción a través del trap
El trap representa el idioma musical en el que se congregan los nacidos a principios del Siglo XXI. ¿Por qué?
Hoy parece que hubieran pasado muchísimos años, pero apenas va uno. Sucedió el 4 de octubre de 2023, fecha en que subieron a Spotify el ep (extended play) “En dormir sin Madrid” (sic) del rapero teen Milo J. Se oía la voz de un chico de 16 años que remitía a la de un señor de 76: era como el ventrílocuo de su porvenir. Arrastraba una cadencia de cansancio, como si ya fuera una cadena su corta carrera que al final lo esclavizaría. Se alegraba y se entristecía, de una barra a otra, en “Penas de antaño” (título tanguero si los hay): “Hoy salí a gritar ‘Lo logré’ / Vacíos quedaron y no se llenaron”.
El álbum contaba con el productor de música urbana más famoso de Argentina –Gonzalo Julián Conde, alias Bizarrap–, quien creó un género performático orientado a YouTube, bautizado bzrp Music Session, donde solemos verlo grabando junto a cantantes o raperos desde su supuesto dormitorio-estudio ubicado en Morón, una localidad de la provincia de Buenos Aires. A Milo J le tocó protagonizar la bzrp Music Session #57, luego de que la sesión de Bizarrap con el español Quevedo, un compositor de 22 años, llegara a más de 1.800 millones de reproducciones (mientras tanto, la sesión que compartió con Shakira un año después ya está superando los 1.000 millones).
La sesión 57 es excepcional porque lleva título y consta de cinco canciones bien diferenciadas. Ahí Milo canturrapea sobre la velocidad de su éxito en el mercado musical: “Miré mi tarifa, pasé de 1.000 a 100.000 / Aunque ahora lo mido en base a cuánto sufrí”. La ecuación entre ganar y perder (acciones que forman el eje narrativo de la carrera de los traperos, como veremos) es lúcida: “Gané plata, perdí tiempo”.
Milo logra esta visión sobre los efectos del éxito a sus 16 años, algo que titanes del hip hop como los multimillonarios Kanye West o Drake descubrieron y describieron doblando esa edad, tras una década de ascenso en sendas trayectorias. Pongamos por caso el álbum Donda (2021) de West, dedicado a su madre muerta. Sobre este disco, se subrayó que “demuestra cómo ha llegado a la dolorosa y humilde reflexión de que incluso los más grandes ganadores pueden perder”. Analizando las consecuencias del abuso de ansiolíticos y calmantes por parte de los traperos norteamericanos, el crítico Simon Reynolds definió el trap como “la manifestación suprema de lo que el teórico cultural Mark Fisher llamó ‘hedonismo depresivo’”. Explica que esa vida de riqueza, lujo y placer que se exhibe desemboca en “una hueca sensación de ennui y entumecimiento”. Así que “atesorar un vacío espiritual se ha vuelto el símbolo de status definitivo en el rap”.
Tras su revelación pseudomística, casi rimbaudiana de visionario adolescente, Milo expresará la nostalgia de una inocencia todavía no perdida del todo (“Y no niego extrañar un poco el ante’”, “Niños que no van a volver”). Digamos, todo lo que la tapa del Nevermind de Nirvana había graficado en 1991 ante la Gen X. En 2023, Milo la ve: el mayor peligro de “llegar” y “lograrlo” es perder la capacidad de desear. “Extraño desear esa vida lujosa”, canta. En cuanto a sus ambiciones, nada más lejos del aspiracionalismo del trap cuando plantea este desafío: “¿Cuál hay si quisiera una vida sana / y económicamente buena?”.
Siguiendo esa dialéctica entre perder y ganar, definiremos a Milo J como un “misser”, alguien que ya extraña aquello que sospecha va a perder, aunque gane. Ahora bien, más allá del contagio de melancolía que nos provocan inmediatamente tanto su garganta de “alma vieja” como su fraseo triste, Milo me impactó porque representaba un caso testigo para todos esos pibes y pibas que confían en la meritocracia emprendedora de las redes. Aquellos que siguen paso a paso los juegos del hambre que le esperan a su generación al entrar en la sociedad, o sea, en la lógica del mercado libre con que los seducen desde x, Instagram o TikTok.
El metatrap de Bizarrap
Unos días antes de la salida de “En dormir sin Madrid”, Bizarrap publicó en YouTube un cortometraje que protagoniza él mismo: Bizapop. Tras publicitar productos con su marca, como por ejemplo un desodorante, parecía detenerse en una pausa autorreflexiva: otra vez, la lógica del ganar/perder, propia de la música urbana, era objeto de objeciones. El video parodia la película El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013), con su estética oficinesca de tensión financiera. Una estética en sintonía con la tapa de Penthouse and Pavement (1981) de Heaven 17 o, incluso, la de Nada personal (1985) de Soda Stereo, donde se develaba que una banda no era sino otro producto industrial que cocinaba el capitalismo en su era yuppie.

En el cortometraje de Bizarrap, un joven productor se encuentra bajo las decisiones de un CEO, interpretado por el actor Guillermo Francella, quien quiere imponer más estrategias de marketing a su carrera (aprovechar el azul de sus ojos, ya que el personaje Bizarrap los oculta tras gafas negras). Finalmente, la meta “meta” es ironizar sobre la exitoína masiva de los argentinos tras el triunfo del Mundial, aplicada al Bizarrap que salió en la tapa de la revista Forbes como ejemplo de un modelo de negocios. “Ganamos, volvimos a ganar y vamos a seguir ganando”, arenga, antes de sacudir los hombros como el “Dibu” Martínez, el popular arquero de la Selección argentina, y caminar encorvado a la manera de Lionel Messi llevando la copa. Acto seguido, cerrará los ojos para imaginar esa oficina inundada por un diluvio universal y dibujará una sonrisa. Un cuestionamiento cínico de toda la movida trap y su negocio adyacente, como el que alguna vez atravesó el rock argentino, pero con un final de lo más distópico (solo falta el Arca de Noé).
¿Cómo se sigue haciendo lo mismo tras este momento metadiscursivo, incluso de negatividad? A Milo J le correspondió sumar una pincelada emocional a tanto cinismo. El trap argentino –el que Duki, ysy a y Khea habían consagrado en 2018– ¿ya había tocado fondo en 2023 y sus cultores se estaban dando cuenta? ¿Empezaba entonces el after trap? Solo una torsión hegeliana que negara esa negación crítica y cínica podía resolver la continuidad del movimiento como si nada pasara.
No conforme con este cuestionamiento del “plan trap” (plata, putas, joyas, drogas, fama), Milo se animaba a darle la espalda al hedonismo reggatrapero en boga, el de la pasty y la party (“No me gusta el party”, lanzaba de una). “Apenas tengo 16, pero sé bien / que los momentos más felices que pasé / nada tienen que ver con la plata”, aclaraba.
Soñé con el teenager del conurbano bonaerense arriba de una montaña muy alta –una pila cónica de dinero acumulado– anunciando a los de abajo la decepción de su llegada: “¡No se maten por trepar, acá no hay nada!”. Me dio fe. Pensé que no estaba todo perdido, que los valores de derecha no habían captado a los jóvenes mediante una rutina de ansiedad y frustración, alimentada a fuerza de métricas. Pensé que hasta había espacio para un balotaje entre Sergio Massa y Javier Milei. Y así fue. Pero las cosas no terminaron bien. Ganó Hegel: la negación de la negación.
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